Capitán, es acertada tu reflexión, pero
cuando la hoja del puñal del trapero es de una aleación de palabras templadas
con inquina, cuando la puñalada está dada de tal forma que la victima no solo
no sospechaba nada, si no que las puñaladas estaban previstas de tal forma que
se desengrase sin llegar a saber que estaba herido, cuando solo la torpeza
trapera del victimario permite que la
luz se refleje en la hoja y se advierta la herida, pedir que su
conciencia se mueva en los mismos valores que los nuestros es tanto como querer
jugar al aro con los anillos de Saturno.
Por si nos cabe alguna duda respecto a su
consciencia del acto perpetrado el trapero realiza su labor sobre víctimas que
considera débiles o en desgracia y siempre busca demostrarle a terceros que la
progresiva debilidad de la víctima viene dada por su incapacidad.
El espejo, como tanto hemos discutido,
solo devuelve lo que uno quiere ver antes de asomarse, salvo para aquellos que
buscan la desnudez de la imagen real, la búsqueda de la miseria personal, la
añagaza de la autojustificación, porque al final esta añagaza, esta ocultación
de su miseria y su necesidad de exaltación personal son los tendones, los
músculos que mueven el brazo del trapero que empuña el puñal.
Y en estos casos la justicia, sea divina
o humana, la demostración de la culpa, solo estará en que los demás, no el
herido, los otros, lo enfrenten a su propia miseria. Si como es costumbre tan
nuestra nos damos la vuelta para disfrutar del paisaje, el trapero seguirá
desgarrando carnes, y vestiduras.
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