Hay momentos, desgraciadamente
muchos, en los que el fragor de la opinión encubre, ensordece, anestesia, la
necesidad de la reflexión que es la única fuente posible de una opinión justa,
sincera, correctamente planteada.
Cuenta el “Diario de un
Autoestopista Galáctico” que cierto planeta construyó un inmenso ordenador para
que le diera la respuesta sobre el origen de la existencia. El ordenador,
construido con gran profusión de medios humanos y económicos, tras varios
siglos de cálculos emitió una respuesta, un número. Tras comprobar el resultado
esa civilización está construyendo un ordenador aún mayor y más potente cuya
misión será averiguar a qué pregunta concreta corresponde la respuesta.
Así que como yo no tengo los
recursos económicos, ni la disponibilidad temporal, de una civilización he
decidido en esto que nos ocupa últimamente con tanto afán, e incluso en algunos
casos inquina, plantear solamente las preguntas y que cada uno encuentre sus
respuestas, y su opinión.
No sé si el Ébola tristemente
famoso ya está aquí, no sé si ha venido y nadie sabe cómo ha sido o si algunos
si lo saben y se lo callan, no sé si en algún recóndito lugar del planeta –sótano
blindado, agencia gubernamental, búnker estatal, laboratorio secreto- un grupo
de locos ambiciosos, o simplemente locos, ha dado suelta a un miedo ancestral a
la espera de vendernos por desesperación una cura que ya tienen o simplemente a
la espera de otros fines que prefiero ignorar. No sé, repito por enésima vez,
las circunstancias iniciales ni la evolución futura del problema, pero sí sé que
ahora mismo la noticia de las noticias es la de la enfermera infectada en
España, y la opinión, sea el medio escrito o hablado, es el origen de la
infección.
Y es sobre este episodio concreto
sobre el que me gustaría invitar a preguntarse, no a opinar, ni siquiera a
reflexionar, que son las consecuencias de preguntarse e intentar responderse a
uno mismo con absoluta sinceridad.
Si no se hubiera repatriado al
enfermo y este hubiera muerto en el lugar en que contrajo la enfermedad, ¿No se
hubiera criticado al gobierno por abandono de un ciudadano en necesidad?, ¿No se
les habría acusado de inacción, falta de interés, o inutilidad de canales
diplomáticos? Y su opinión actual, ¿No tendrá nada que ver con que fuera un
sacerdote? Si perteneciera a una ONG no religiosa ¿no opinaría de otra
forma?¿Sería su opinión la misma si el gobierno correspondiera, o en su caso
fuera opuesto, a la tendencia ideológica que usted practica?
Y una última pregunta, una de
pura humanidad. Retirados todos los pros y contras, retirada toda consideración
política, social o religiosa, ateniéndonos únicamente a la ética, ¿Sería
compatible con un sentimiento humanitario básico abandonar a un enfermo sin
intentar poner los medios para curarle?
Y por favor, en un acto casi
imposible de sinceridad personal, en un acto casi impensable de correcta
utilización del espejo de mirarse el
alma, dígase a usted mismo las respuestas no desde el sillón de su casa, no
desde el sillón del político que tomó la decisión, no desde el templo, o su
ausencia, en que practica sus creencias, contésteme desde el entorno del
enfermo, desde esa distancia en la que avanzar un paso o retrocederlo marca la
diferencia entre poder ayudar a un necesitado o abandonarlo. La historia, creo
yo, ya lo ha hecho.