miércoles, 8 de octubre de 2014

Del Arte de Preguntar

Hay momentos, desgraciadamente muchos, en los que el fragor de la opinión encubre, ensordece, anestesia, la necesidad de la reflexión que es la única fuente posible de una opinión justa, sincera, correctamente planteada.
Cuenta el “Diario de un Autoestopista Galáctico” que cierto planeta construyó un inmenso ordenador para que le diera la respuesta sobre el origen de la existencia. El ordenador, construido con gran profusión de medios humanos y económicos, tras varios siglos de cálculos emitió una respuesta, un número. Tras comprobar el resultado esa civilización está construyendo un ordenador aún mayor y más potente cuya misión será averiguar a qué pregunta concreta corresponde la respuesta.
Así que como yo no tengo los recursos económicos, ni la disponibilidad temporal, de una civilización he decidido en esto que nos ocupa últimamente con tanto afán, e incluso en algunos casos inquina, plantear solamente las preguntas y que cada uno encuentre sus respuestas, y su opinión.
No sé si el Ébola tristemente famoso ya está aquí, no sé si ha venido y nadie sabe cómo ha sido o si algunos si lo saben y se lo callan, no sé si en algún recóndito lugar del planeta –sótano blindado, agencia gubernamental, búnker estatal, laboratorio secreto- un grupo de locos ambiciosos, o simplemente locos, ha dado suelta a un miedo ancestral a la espera de vendernos por desesperación una cura que ya tienen o simplemente a la espera de otros fines que prefiero ignorar. No sé, repito por enésima vez, las circunstancias iniciales ni la evolución futura del problema, pero sí sé que ahora mismo la noticia de las noticias es la de la enfermera infectada en España, y la opinión, sea el medio escrito o hablado, es el origen de la infección.
Y es sobre este episodio concreto sobre el que me gustaría invitar a preguntarse, no a opinar, ni siquiera a reflexionar, que son las consecuencias de preguntarse e intentar responderse a uno mismo con absoluta sinceridad.
Si no se hubiera repatriado al enfermo y este hubiera muerto en el lugar en que contrajo la enfermedad, ¿No se hubiera criticado al gobierno por abandono de un ciudadano en necesidad?, ¿No se les habría acusado de inacción, falta de interés, o inutilidad de canales diplomáticos? Y su opinión actual, ¿No tendrá nada que ver con que fuera un sacerdote? Si perteneciera a una ONG no religiosa ¿no opinaría de otra forma?¿Sería su opinión la misma si el gobierno correspondiera, o en su caso fuera opuesto, a la tendencia ideológica que usted practica?
Y una última pregunta, una de pura humanidad. Retirados todos los pros y contras, retirada toda consideración política, social o religiosa, ateniéndonos únicamente a la ética, ¿Sería compatible con un sentimiento humanitario básico abandonar a un enfermo sin intentar poner los medios para curarle?

Y por favor, en un acto casi imposible de sinceridad personal, en un acto casi impensable de correcta utilización del espejo  de mirarse el alma, dígase a usted mismo las respuestas no desde el sillón de su casa, no desde el sillón del político que tomó la decisión, no desde el templo, o su ausencia, en que practica sus creencias, contésteme desde el entorno del enfermo, desde esa distancia en la que avanzar un paso o retrocederlo marca la diferencia entre poder ayudar a un necesitado o abandonarlo. La historia, creo yo, ya lo ha hecho.