sábado, 20 de diciembre de 2014

Feliz Navidad, o así.

Pues, como todos los años por estas fechas, me he puesto delante del papel, del electrónico que hay que cuidar los árboles, con la sana, con la navideña, intención de felicitarle las fiestas a todos los hombres de buena voluntad. Así sin más, con un poco de creatividad para que se sepa que pongo ganas y el esfuerzo es propio. Pero como tantas veces he pasado de la voluntad simple al embrollo mental y me he puesto exquisito.

He empezado por pensar que aunque todos los hombres tienen buena voluntad, unos para favorecer al mundo, otros para favorecer a sus más cercanos e incluso otros para favorecerse a sí mismos, no todas las buenas voluntades son homologables para mí.

Para empezar descarto a los del Estado Islámico, no porque no tengan buena voluntad, que la tendrán, sino porque no la comparto ni la entiendo, y porque con poco buena que sea la voluntad que ponen no quedamos en el mundo más de siete y porque no nos veamos los unos a los otros. También descarto de paso a los intolerantes, a los políticos en general, porque su voluntad es mi diario penar y no me da la gana, y a los empresarios de las grandes corporaciones que están cambiando el mundo para mal, químicos y banqueros a la cabeza. Y ya en plena vorágine “descartativa” descarto a unos cuantos vecinos, bastantes clientes del signo intransigente y alguna que otra persona que ha hecho que el año vivido haya sido más frustrante que positivo. De todo hay en la viña del señor, o del Señor, según la buena voluntad religiosa de cada cual.
Claro, puestos ya en este punto me he dicho: “pues para cuatro que quedan llamas por teléfono y chispún”, pero entonces he recordado la bíblica, la casi universal solicitud del perdón a los demás, y  especifico lo de los demás porque la mayoría nos tenemos perdonados aún antes de la culpa. Pero entonces recordé un episodio de mi bisabuela.
Tenía mi bisabuela una vecina con la que mantenía un permanente conflicto de gallinas, que no es una nueva expresión si no una cuestión de animales. El caso es que fue a confesarse y cuando le contó al cura de sus cuitas y rencores le dijo el cura que tenía que perdonar, a lo que mi bisabuela se negó en redondo y el cura le explicó que entonces no la podía absolver. Levantose del confesionario sin absolución de por medio y se fue a casa más indignada que arrepentida. Llegada a casa y dado su evidente enfado mi bisabuelo le preguntó:
-          ¿Qué te pasa Justiña?, ¿por qué ese enfado?
-          Nada, que he estado donde el cura y no me ha querido absolver
-          Pero mujer ¿que pecado has cometido que el cura no te perdona?
-          No que le he contado lo de Fulanita con las gallinas y me dijo que la tengo que perdonar, y no me da la gana.
-          Ay, Justa, Justa, mira nuestro Señor Jesucristo que lo insultaron, lo apalearon y lo crucificaron, y aun así los perdonó.
-          Si, si –contestó mi bisabuela- pero cuando le tocaron mucho las narices se fue al cielo y aquí nos quedamos todos.

Así que tirando de genes, o amparándome en ellos, he decidido que no me da la gana de perdonar a los que no tienen perdón, ni a los que les importa un pito que los perdone o no, ni a los que te piden perdón mientras están pensando cómo te la van a jugar. Es más, cada vez hay más gente que se siente molesta por ser felicitada, y con razón, por gentes que el resto del año ni siquiera te dan los buenos días. Mucha hipocresía y exceso de calendario, le llamaría yo a eso.

Así que en un ejercicio de honestidad personal, y tirando de sinceridad imperdonable, que las fiestas sean felices para aquellos a los que realmente quiero, para aquellos a los que realmente aprecio, para aquellos a los que querría si los conociera. Salud para los enfermos, consuelo para los que sufren y justicia para los que saben lo que es, y que cada uno reciba el doble de lo que da. Y a los demás que les den morcilla.

Y ya puestos, y como este deseo me resulta coherente, que lo sea para estas fiestas y para el resto de sus vidas  


jueves, 18 de diciembre de 2014

Que vivan las lentejas

Han pasado dos días y aún no doy crédito a la escenificación mediática de la gastronomía como arte elitista para entendidos y consiguiente defenestración de la cocina tradicional, de esa cocina con memoria y sentimientos que todos tenemos en nuestro olfato y en nuestro baúl de los recuerdos de sabores.
Los comentarios, la puesta en escena, los protagonistas, todo estaba, aparentemente, pesado y medido para que el concepto tradicional y popular de gastronomía quedara vencido por una alternativa de la cocina como arte que el pueblo llano no puede alcanzar ni técnica, ni económica, ni gustativamente.
Yo no me veo yendo a casa de unos amigos a cenar y que me pongan una “gargouillou” compuesta de un montón de vegetales, cada uno con una textura diferente. No, ni me veo yo preparándolo para recibir a nadie, ni a mi abuela haciendo semejante exhibición de tontería para que comiéramos cuando íbamos a verla.
A mí como plato vegetal emblemático me gusta la menestra, la de toda la vida, que es lo que es este plato pero elevado al nivel de innecesariamente inalcanzable para el común de los mortales, o sea, yo.
Insisto, a mí el “gargouillou” me conmueve lo que a la roca el paso del río. Está ahí y si algún día me lo encuentro lo probaré, y a lo mejor hasta me gusta, que no digo yo que no. Ahora por un plato de lentejas “ma-to”, por un plato de lentejas bien cocinadas, de esas que cuando llegas al portal del edificio secuestran tu olfato y su aroma, como en los tebeos, forma una estela olfativa que te conduce sin ninguna duda hasta el fogón en el que se cocinan, hago lo que me pidan
Pero con todo, esto no es más que un problema de apreciaciones, de conceptos, de gustos si se quiere. Aunque lo que es sin duda de un gusto pésimo, de un desprecio absoluto hacia lo que para muchos españolitos de a pie es el disfrute de nuestra gastronomía tradicional, popular, familiar, son los comentarios un tanto despectivos del jurado.
“Un plato de lentejas para pasar a la final, hay que estar muy convencidos”, dice uno de los miembros del jurado en un momento dado. “Te las has jugado con un plato de lentejas”, comenta como con asombro otro miembro del jurado al concursante. Como apuntando, sin red y sin medios.

Ya en la biblia Esaú vendió su primogenitura a Jacob por un plato de lentejas. Yo me declaró de los de Esaú y reniego con cierta rabia de la cocina elitista y experimental, no por ella misma, si no como medio de vulgarizar y desprestigiar nuestra cocina de toda la vida, de mi bisabuela, de mi abuela, de mi madre y de mi mujer y si hay que decirlo se dice: “que vivan las caenas”, digo las lentejas.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

No hay inocentes, ni siquiera los culpables

Está muy extendida la costumbre de buscar culpables ante cualquier desaguisado público, o privado, da lo mismo. Pero tras lo ocurrido el domingo yo creo que lo complicado es buscar inocentes.
Vaya por delante mi vergüenza como simpatizante del Atlético de Madrid, mi vergüenza como gallego, y como español e incluso como ser humano, o, en casos como este, como pretendido ser humano.
Esta crónica no lo es de una muerte repetida si no de un fracaso global de la sociedad, de sus valores, de sus motivaciones, de su educación –de formación ya hablaremos-, de su capacidad de cuidar y proteger a aquellos que exprime inmisericordemente con la excusa de darle unas contraprestaciones que en este caso se descubren inexistentes.
Y ya que la tendencia es buscar culpables yo, por una vez, me voy a unir al ballet de dedos acusadores. Acuso a los políticos, no a los actuales, no, a todos aquellos cuya irresponsabilidad e intereses partidistas han permitido una sociedad inadaptada, inculta a pesar de la información disponible y radicalizada en sus posturas. Acuso a los clubes de futbol profesionales que en su búsqueda de títulos y preeminencias olvidan los valores deportivos. Acuso a los clubes no profesionales, incluso a aquellos de categorías inferiores, infantiles, alevines, juveniles, no importa la edad, cuyos directivos, jugadores, entrenadores y seguidores están más preocupados por la victoria que por la competición y no reparan en medios ni en formas para conseguirlas. Acuso a las peñas forofas, sectarias, a todas aquellas capaces de acoger a personas que se pronuncian de forma violenta e irracional respecto a los contrarios, e incluso a los propios, para mayor jolgorio y placer de los circundantes. Acuso a aquellos que promueven o difunden frases como: ”el futbol es un deporte de contacto”, o “de hombres”, o “esto son cosas del fútbol”, para justificar actitudes injustificablemente violentas en el transcurso de un partido. Acuso, y mucho, a aquellos actores, muy malos actores, que gritan, se retuercen y simulan lesiones inexistentes para exacerbar los ánimos de los propios y de los ajenos y sacar beneficio de una trampa flagrante. Acuso a las federaciones que lo permiten y a los “aficionados” que se lo ríen.
Acuso, en fin, a una sociedad mediocre, frustrada, cobardemente violenta, mal dirigida, ávida de logros sin importarle como conseguirlos, carente de los valores más elementales y sin interés en ellos.
Y como en este comentario no son inocentes ni siquiera los culpables, acuso a los bárbaros capaces de citarse a darse leña sea con la motivación que sea. Aunque permítaseme otorgar la medalla al mérito de la Estupidez Absoluta, a aquellos de entre ellos que hayan entrado en una pretendida madurez. Para aquellos que además tengan obligaciones familiares ya no me quedan distinciones, pero si mi desprecio más absoluto. No quiero pensar en la educación que pueden inculcar en sus hijos.

Ya sé que no es moralmente asequible, pero ¿y encerrarlos a cal y canto en un recinto amplio y con armas suficientes a su alcance? Me acuso de deseos impuros. Nos acuso.