Cuando en el lenguaje de la calle
alguien habla de enrocarse, se suele referir a encastillarse, a empecinarse en
una idea o acto sin aportar pruebas, soluciones o facilitar ningún tipo de
salida a una situación.
La palabra proviene de una jugada
del ajedrez, de tipo defensivo casi siempre, en la que se rodea al rey de
piezas con el fin de facilitar su defensa. En esa posición la torre en un
flanco, el borde del tablero en otros dos y los peones en el frente cortan el
acceso a la pieza maestra por parte de las piezas contrarias.
Es habitual, en ajedrez,
enrocarse ante el ataque del jugador contrario. Es habitual, en la vida real,
enrocarse ante la falta de argumentos o soluciones aceptadas, cuando alguien
quiere salirse con la suya por narices, en realidad se suele mencionar otra
parte más pendiente del cuerpo masculino. Pero ¿alguien se imagina un
escenario, sea ajedrecístico o cotidiano, en el que todas las partes estén
enrocadas?
Pués por muy improbable que
parezca esa es la situación que llevamos viviendo en España desde hace ya unos
años. El permanente enroque de todos los partidos políticos que juegan a sus
propios intereses con los votos de todos los ciudadanos. Unos para lograr
mejores resultados electorales, otros para desbaratar competencia en su
espectro político y otros, que ven su ocaso cercano, para intentar el vuelo del
ave Fénix. Todos tienen intereses prioritarios que nada tienen que ver con los
intereses del país, al que dicen servir, o de los ciudadanos, a los que dicen
representar. Eso, sí, puntualmente cobran por su enroque como si estuvieran
haciendo el trabajo para el que han sido elegidos, pero sin hacerlo y sin
intención de que pueda hacerse.
El lamentable espectáculo de
enroque multilateral, multidisciplinar, multiestúpido, debería de llamarnos la
atención lo suficiente como para hacerles llegar a los enrocados líderes, que
concepto tan desaprovechado el de líder, una preocupante, para ellos,
preocupación popular por su actitud y su desprecio hacia los votantes. Total,
ya saben que, hagan lo que hagan, algunos los votarán porque son los suyos,
otros los votarán porque a alguien hay que votar, y otros votaran a los otros,
que al fin y a la postre son como de casa.
Se enroca Rivera, y lleva a su
partido a unas elecciones que pueden castigarlo, que pueden castigar a su
partido por no lograr hacer un papel determinante en la resolución de una
situación que tenía que haberlo fortalecido, ofrecer una investidura y una
cierta estabilidad a cambio de unas reglas perfectamente pactadas y atadas. ¿Qué
no se fía de Pedro Sánchez? Ni yo, ni de él tampoco. El problema en su enroque
es que ha intentado la solución cuando al otro ya no le convenía. Su enroque no
muestra más que la incapacidad de un político más ambicioso que inteligente,
más preocupado por lo que él quiere que por lo que el país necesita.
Se enroca Pablo Iglesias,
desesperadamente dada su deriva hacia la irrelevancia, en obtener un puesto
protagonista, suyo o de su formación, en el cartelón de anuncio de la
legislatura y va siempre a remolque de la estrategia de fagocitación que ha
diseñado el PSOE. Si hubiera estado más atento a la jugada, y menos a los
focos, habría visto la oportunidad de jugar un papel de gobierno complementario
sin quemarse en el ejecutivo real. Ya es tarde. Tezanos augura una preponderancia
suficiente para el PSOE que cree no necesitar a Podemos.
Se enroca Casado obsesionado por
recuperar los votos de Vox, de Ciudadanos, y del centro. Difícil cóctel. Como
atraer a votantes de Vox y del centro con los mismos argumentos y dando un paso
considerable hacia la derecha. Afortunadamente su enroque lo defienden los
enroques ajenos, más débiles y evidentes. Su enroque es un tanto pasivo, de
cazador al acecho.
Se enrocan los nacionalistas, en
realidad casi todos separatistas, de izquierdas y de derechas, exigiendo en
cuotas el desmembramiento del estado, cuando no, en el caso de los catalanes,
su disolución inmediata, la conculcación de la separación de poderes y la
entrega de las llaves de la República para su sueño bananaero.
Se enroca Vox en sus opiniones
altisonantes, frentistas, epatantes, aunque a veces coincidan con la realidad,
pero es que la esencia de Vox es la de ser un partido enrocado. No le queda
otra.
Pero sin duda, entre todos los
enroques, brilla con luz propia el enroque del presidente del gobierno en funciones,
su gobierno mariachi y el partido de su propiedad. Su actitud, sus silencios,
que yo creo que son para evitar que se le escape la carcajada, y su absoluta
falta de argumentos y de voluntad negociadora, rayan lo chulesco, pero lo rayan
por la parte de dentro. Su absoluta inacción en su obligación de promover
soluciones, su permanente reparto de culpas ajenas e inocencias propias, su
cinismo y su falta de moral democrática lo hacen ser, para mí, uno de los
personajes más oscuros de la mal llamada democracia española. Ególatra y
narciso parece considerar que sacar algunos votos más que otros lo hace, casi
por derecho divino, el candidato único e irremplazable a presidente del futuro
gobierno. El dueño del balón, como ya lo denominé en un artículo anterior, no
tendrá inconveniente alguno en llevar al país a sucesivas elecciones, y a la
ruina si es necesario, hasta que le den la razón y la mayoría absoluta. Se ha
creído su libro y los ciudadanos somos los rehenes necesarios para imponer su
razón de estado, de estado satisfecho, aclaro.
Y ante tanto enroque a mí me
gustaría jugar un jaque pastor que acabara con este disparate, pero dada mi
impericia ajedrecística, y mi irrelevancia política, gracias a dios, me tendré
que conformar yo también y volver, una vez más, otra vez, a enrocarme y votar
en blanco. Porque está claro que votar en blanco es votar sin esperanza, sin
razón, no confundir con la sinrazón de los políticos, y sin otra espectativa
que la de que el sistema se revuelva y expulse a tanto empecinado mediocre, a
tanto bufón de la corte y a tanto tonto útil necesario para completar listas
que agreden la representatividad de los ciudadanos. Porque votar en blanco es votar
con los ojos cerrados, tan apretados que la luz no solo no entre, que no salga.
Porque votar en blanco es votar rechinando los dientes y con los nudillos
blancos de tanto apretar los puños. Porque votar en blanco es pura
desesperanza, desesperación, frustración, rabia.
Y así seguiremos, ellos con sus
listas y sus enroques, otros votando porque esto es mejor que aquello otro, y
algunos absteniéndonos, votando nulo o en blanco para demostrar que si aquello
no nos gustaba, esto tampoco. Lo malo es que en una partida en la que todos los
jugadores se enrocan siempre acaba en tablas, como en una partida de parchís en
la que todas las fichas de todos los colores estén formando barrera. Vaya
mierda de partida, con perdón.