domingo, 17 de abril de 2022

NO ES ESE MI CANTAR

¡Oh, no eres tú mi cantar
no puedo cantar, ni quiero
a este Jesús del madero
sino al que anduvo en la mar!” (Antonio Machado/Joan Manuel Serrat)

Será el olor, será el sonido, o la belleza que emana de unas figuras bellísimas, empeñadas en repetir, año tras año, durante siete días, escenas cuya carga dramática, amplificada por los lugares, por las gentes que las acompañan, por la música que marca su paso, o la que lo interrumpe, arrancada en un “quejío” de saeta que busca la emoción de los que la escuchan, y la admiración hacia el que la canta, lo que hace que la gente se congregue a su paso, unos para emocionarse con el significado religioso de la procesión, otros llamados por la belleza dramática de la representación, casi todos para compartir esa emoción de las grandes manifestaciones humanas, que necesitan del calor de los demás para retroalimentarse, que necesitan de los cinco sentidos para captar todo su significado.

Buscar el escenario más adecuado para apreciar la belleza global de la escenificación, la simbiosis perfecta entre la música de acompañamiento y el baile de los costaleros -he de reconocer que en ese sentido las procesiones con costaleros superan ampliamente en emoción a las que procesionan sus pasos sobre ruedas-, esa calle estrecha y esa curva que obliga a la perfección de la maniobra sin perder el efecto hipnótico del movimiento,  sin perder el compás del sonido que se acomoda a la necesidad de contención del paso, para una vez acabada la maniobra, enfilada de nuevo la calle, cambiar a un ritmo más vivo, al tiempo que los costaleros arrancan, casi con rabia, con satisfacción, se diría que con orgullo, en un tirón evidente, emocionante, el paso largo, y la gente prorrumpe en aplausos premiando el momento de emoción, de entrega, el tiempo de entrenamiento, las órdenes precisas que lo han hecho posible, inundado el ambiente por el aroma de las flores, del incienso, de la cera, que inunda tus fosas nasales, y la luz de los faroles, de las velas, de los cirios, que enmarcan todo el suceso, es el papel de cada uno en la representación global, comunal, que la procesión elabora con los sentimientos individuales.

Mi sentido de las procesiones es laico, es estético, es contemplativo, “no puedo cantar, ni quiero”, no puedo compartir, ni entiendo, la proyección mística de lo que admiro, comparto, desde una emoción diferente, pero sí sé que el día que las procesiones dejen de emocionar a la gente, dejen de recorrer las calles, dejen de ofrecer gratuitamente su belleza estética, su libreto de una historia trascendental para nuestro sentido de la sociedad y de la vida, habremos perdido, una más, otra oportunidad de mirar en nuestro interior y encontrar profundidades que solo la capacidad de emocionarse puede traer ante nuestros ojos acostumbrados a mirar sin ver, ante nuestra conciencia acostumbrada a aceptar sin reflexionar, a justificar sin asumir.

Hay una cantidad considerable de personas cuya intransigente posición, diría furibunda, rabiosa, irracional, los lleva a posturas de desprecio, de falta de respeto y criterio, respecto a estas manifestaciones del sentir ajeno, simplemente porque las identifican, con una mirada miope, ofuscada, con un sentido religioso patrocinado por una Iglesia llena de contradicciones y conductas reprobables, más en su cúpula que en su base, olvidando que esa iglesia se arroga unilateralmente un mensaje que en realidad nos pertenece a todos, un sentido de la vida, unos valores, que son patrimonio de todos aquellos que hemos nacido bajo su influencia. Y, en esa actitud, mencionan a las partes por el todo, juzgan a las partes por el todo, se permiten ignorar, interesadamente, que son las partes lo único salvable de un todo que, lo comparto, se ha olvidado de la práctica enredado en la liturgia, y los mensajes adoctrinantes.

Pero, curiosamente, la mayoría de ellos lo hacen desde una militancia que incurre exactamente en los mismos errores, desde estructuras de opinión que intentan apoderarse de la opinión de las partes  para justificar sus propios fines, sus propias ambiciones, su propia necesidad de adoctrinar a la sociedad para que sean como ellos quieren, su propia forma de buscar las soluciones. Su populismo.

No es ese mi cantar, no es mi cantar el religioso, el de la fe mística de ninguna de las religiones que conozco, el de la liturgia y los sentimientos que se olvidan al abandonar el templo. No, efectivamente, no es ese mi cantar, pero tampoco puedo cantar, ni quiero, a ese laicismo militante, sustitutivo, antieclesiàstico, de pensamiento único, de moral férrea impostada e impuesta, que pretenden venderme desde una tribuna que solo ellos se han atribuido, desde una certeza moral que solo los soberbios, los iluminados, pueden sostener sin rubor, sin cuestionamiento.

No, no quiero cantar a ese Jesús del madero, porque mi fe, mi falta de fe, no me lo permite. Tampoco al que estuvo en la mar, porque es el mismo que el del madero, aunque su ropaje, el escenario en el que se mueve, sean diferentes, pero sí quiero cantar a ese Jesús generoso, que no se si existió, que no se, en caso de haber existido, si era hijo de dios con la exclusividad que nos descarta a los demás en tal consideración de primogénito y favorito, pero que, más allá de tales cuestiones, nos dejó un mensaje de sencillez, de solidaridad, de humildad, de libertad, que no permite a nadie hablar en su nombre sin faltar a su mensaje.

Sí, ese sí es mi cantar.

viernes, 15 de abril de 2022

Cartas sin franqueo (LVI) - Demonizar

Hace ya tiempo, un tiempo largo y complejo, que no cogía los trastos de escribir, el recado, tal como se ha llamado habitualmente, para comentar contigo alguna cuestión que en nuestras conversaciones ha quedado en el aire. Y es que han sido tiempos en los que la actualidad se ha impuesto al pensamiento, aunque reconocer esto, que no es coyuntural, si no cultural, es reconocer un fracaso, una aberración difícil de justificar, propia de nuestra civilizada incivilidad.

¿Cómo puede la actualidad, que es el pensamiento de lo que está sucediendo, imponerse al pensamiento, que es el análisis actual de lo que nos rodea? Pues puede, puede. Puede desde el  momento en el que consideramos que la actualidad es aquello que las fuerzas sociales, económicas, políticas, consideran que es importante, y lo consideran imponiendo la importancia de los temas seleccionados por ellos a la importancia de los temas que configuran nuestra preocupación diaria.

De esta forma nos fuerzan a participar en un estado de opinión que evita, que en realidad duerme, la necesidad imprescindible para nuestro bienestar, de tener una opinión del estado, y en este asunto, como es evidente, el orden de los factores sí altera el resultado, aunque esta expresión matemática carezca de gestión emocional, o de perspectiva de género, como carecían las matemáticas que los pitagóricos, allá en su Grecia clásica e insensible a cuestiones tan fundamentales para la ética actual, tenían a bien enseñar y aprender. Aunque más vale no decirlo mucho, muy alto, porque algún especialista en linchamientos históricos, y hay bastantes, puede decidir que hay que acabar con las enseñanzas pitagóricas y acabar con el prestigio matemático del mismo Pitágoras, si alguno de ellos llega a valorar que Pitágoras, tan ajeno entonces a la actualidad actual, cometió alguna incorrección ética, los griegos eran muy dados al culto a los efebos, y al sexo con menores, por poner un ejemplo, que ofenda al criterio moral de los actuales censores de comportamientos ajenos. Y este criterio, que solo obedece a la actualidad creada, y proyectada indiscriminadamente de forma intemporal y universal, es una elaboración perversa de ciertas minorías egoístas, pacatas, victorianas, timoratas, castrantes, censoras, puritanas, que buscan imponer esos criterios sobre el resto de la sociedad, mediante el acoso, el miedo a la exclusión social y a la demonización de los señalados.

Que, por cierto, de eso es de lo que quería comentarte. Ese es el verbo que me hizo salir de mi “enmimismamiento” de actualidad impuesta, y coger el recado electrónico, ya me va costando hasta escribir a mano un cheque, para dirigirte estas letras, el verbo DEMONIZAR: “atribuir a alguien, o algo, cualidades, o intenciones, en extremo perversas o diabólicas”.

Veía, hace un par de noches, una serie española, “Sentimos las Molestias”, que protagoniza, entre otros, Resines, que encarna a un prestigioso, y laureado, director de orquesta, que, en un momento determinado, en un momento en el que se encuentra sumido en una situación personal, y sentimental, traumática, busca, como hace cualquiera que no sea un guionista sensible al acoso, o un integrante de los grupos censores, una relación en su entorno más cercano, e intenta besar a una intérprete de su orquesta, intenta besarla, sin insistencia, sin ningún otro gesto o actitud de perseverancia o continuidad, que lo rechaza hasta el límite de poner en conocimiento de toda la sociedad que los rodea, la orquesta, sus administradores, una actitud de acoso, que él, además, y en esto solo el guionista tiene la responsabilidad, asume inmediatamente como perversa. Habla incluso, en el colmo del delirio militante, de hacer un “Plácido”.

El desarrollo es terriblemente adoctrinante, la actitud de la intèrprete, puritana e intransigente, la intención de la narración moralizante hasta extremos intolerables, y el resultado de lo contado desmoralizador. No llega a la infumable “Todos Mienten”, que basa todo su desarrollo, suponiendo, que es mucho suponer, que tenga desarrollo, en contar una historia que se sabe como acaba antes de haber empezado, porque los censores de lo ajeno, profesionales, los creadores de opinión socialmente tolerable, los linchadores públicos, no permitirían jamás otro final diferente. Una serie en la que los personajes son planos, los actores máscaras y el guión un discurso militante, moralizante, pretendidamente ejemplarizante, cabreante, insisto, castrante.

La aplicación demonizadora, demoledora, incuestionable, del castigo público, del linchamiento, sin opción de defensa,  a cualquiera que incurra en la ira impostada de estos grupos, es algo que el futuro estudiará con pasmo, mientras recupera el prestigio artístico, profesional, de gente cuyos comportamientos, cuya responsabilidad legal, debe de ser exigida, pero a la que se lincha en actividades desarrolladas con prestigio, e, incluso en ocasiones, con un claro beneficio social en esa actividad. Yo no puedo saber, ni me corresponde hacerlo, si Plácido Domingo mantuvo actitudes incorrectas en su momento, ni siquiera si en aquel momento eran incorrectas, o lo son solo vistas desde ahora, pero si sé que usar su nombre para definir una conducta teóricamente reprobable, conducta que nunca tuvo intención de ser incorrecta más que en la interpretación de la agraviada, es de una desfachatez militante, es de una intolerancia demonizadora.

Como sé que cualquier abuelo, seguramente muchos padres, de los que por la vida vamos con la conciencia bastante tranquila, y algunos años, bastantes, a cuestas ,hemos robado algún beso en algún momento, hemos incurrido en actitudes que ahora, hoy por hoy, no tendrían justificación en ciertos círculos de moral puritana, dogmática, pero que en su momento obedecían a unas leyes del galanteo, que en aquel punto concreto de la historia se ajustaban a los valores y actitudes imperantes, y que no pueden ser juzgadas, ni valoradas según los valores y circunstancias de la actualidad. Y, por supuesto, no hablo de propasarse, no hablo de obligar, forzar o violar, faltaría más, hablo, simplemente, de que a la mujer se la educaba en negar cualquier acercamiento carnal, y a los hombres en intentar derribar la barrera que se nos oponía. No había nada perverso en ello, todos conocíamos los límites, todos compartíamos las reglas con las que relacionarnos, todos, según las pacatas reglas de ciertos grupos preponderantes, fuimos acosadores, hicimos “Plácidos”, o, si la otra persona nos gustaba mucho, pudimos llegar a ponernos pesados, sin perturbar, dentro de las reglas que entonces conocíamos, vivíamos, sin ningún tipo de intención vejatoria o discriminadora.

Demonizar es una actitud claramente militante, claramente puritana, claramente adoctrinadora, que no busca otra cosa que atemorizar, que imponer a la sociedad, por la vía de la coacción, actitudes elegidas por unos cuantos que, más allá de su pertinencia, de su conveniencia, deben de ser adquiridas por la educación, por la formación, por la madurez de un pensamiento individual que la actualidad demonizadora, globalizante, coercitiva, impide. Demonizar es una forma de hacerse, desde una perspectiva ideológica, con la capacidad de juzgar una historia en la que no se ha participado, ignorando todo aquello que no sean los hechos interpretados desde el dogmatismo militante, desde la absoluta ignorancia, voluntaria, intencionada,  de las circunstancias históricas que los ocasionaron. Demonizar es buscar el daño interesado, interesado por actitudes minoritarias, doctrinales, más allá de la responsabilidad legal, incluso cuando esta no existe. Demonizar es llevar lo personal a lo profesional, lo privado a lo público, y hacer un "totum revolutum" donde el revanchismo impere sobre cualquier otra opción. Demonizar es denunciar con rabia, con afán de dañar más allá del daño recibido y solo con el afán de lastimar sin límite, sin caridad. 

En fin, voy a acabar con estas mis palabras, no vaya a ser que alguien demonice su extensión, y no vuelva a leerme, ni a saludarme, y además considere que puede llamarle un “Rafael” a cualquier escrito con más de doscientas palabras, lo que se llama un “twiter”.  

sábado, 2 de abril de 2022

AND THE WINNER IS

Insisto, yo no voy a hablar de la guerra, de ninguna, pero la situación actual de los sucedidos, varios y variopintos, casi todos violentos, me ha traído a la mente una famosa frase que, por una vez, no es un refrán español, si no una recurrente frase inglesa, que además está de actualidad: “And the winner is…”, que suele ir seguida de una pausa dramática, y,  finalmente, el nombre del vencedor que provoca un estallido de aplausos y vítores del público presente, casi siempre.

Vamos a probar, a ver si funciona, y, dado el ámbito no presencial, doy licencia a los lectores para no prorrumpir en aplausos y vítores, ruego que tampoco abucheos, y rellenaré la pausa dramática de un texto que nos vaya conduciendo hasta el nombre final del “winner”.

AND THE WINNER IS…” (inicio de la pausa dramática)

La primera ocurrencia es que voy a hablar de los Oscar, de la ceremonia de entrega de los Oscar, que tanto juego están dando en la prensa, en los corrillos de toda la vida, y en los actuales, que ahora se llaman redes sociales, pero que solo se diferencian con los de la vieja del visillo en la capacidad de difusión de los chismes.

No, no tengo ninguna intención de hablar de Will Smith, ni como persona, ni como personaje, ni como actor, ni como sujeto patológicamente agresivo (característica que además desconozco personalmente), ni siquiera del patoso cómico que dio pié al episodio, ni de la liberal esposa, según los que todo lo saben sobre los demás, que sufrió la patosidad del “cómico”, y ex amante, según las mismas fuentes.  Lo primero porque no los conozco personalmente, no tengo el placer, ni la desgracia, y por tanto todo lo que puedo decir lo he oído, y ni me fío de mi sentido del oído, ni me fio de lo que dicen esos demás que hablan de estas cosas. Y lo segundo, y principal, porque me importa un ardite la bofetada, el sujeto que la dio, el que la recibió, la pasiva causante del acto, la indignación social de los indignados profesionales, y la madre que los parió a todos. Sea quien sea el “winner “ del episodio, mi vida va seguir siendo la misma.

Que no, que tampoco, que no tengo ningún interés en hablar del congreso del PP. Al fin y al cabo ya sabemos quién es el ganador evidente, que bonito es el guiñol, el perdedor incuestionable, la triunfadora del momento, momentos habrá para pasarle cuentas, y los palmeros de la aclamación de turno. No hay posibilidad de pausa dramática, no en este momento.

A pesar de lo que algunos puedan pensar, no, tampoco voy a hablar del gobierno, tampoco esta vez me voy a parar en incongruencias, inutilidades, pasividades , mentiras, populismos y errores, supuestos errores, con las que convivimos día a día, en principio porque no toca, pero, en esencia, porque en este caso el “winner” es tan claro que no quiero ofender a nadie nombrándolo directamente. Solo la gran empresa y sus acólitos locales saldrán de esta crisis, y de las medidas de un “gobierno de izquierdas”, favorecidos por la situación que eloos mismos está creando.

En el hipotético caso de que quisiera hablar directamente de este tema, cambiaría la frase, y el sentido y entonación de lo escrito. La frase en este caso sería “AND THE LOSER IS”, y sin pararme en pausa dramática alguna, porque ya bastante dramático es el resultado, nombraría a la clase media, a la clase baja, a los profesionales no especializados, a los grupos económicos sin capacidad coercitiva, sin organización que los represente.

Tampoco, que también podría ser, voy a hablar de la marchita huelga del transporte, del abandono que, por veinte virtuales y cochinos céntimos, virtuales porque primero los subieron para luego descontarlos a costa de nuestro propio dinero, de ese que no es de nadie, y cochinos por poco significativos, han hecho la mayor parte de los huelguistas sin reparar que a la vuelta de seis meses, dada la tendencia del mercado y la absoluta ineficacia de la medida en las circunstancias actuales, estarán peor que ahora, y ya nadie creerá en ellos.

También en este caso tiene poca emoción señalar al vencedor, y sería más correcto hablar de los perdedores, los huelguistas, los consumidores más frágiles, los contribuyentes.

Y, finalmente, para que la pausa dramática acabe siendo dramática, y no inadecuadamente larga, tampoco voy a nombrar al vencedor del conflicto ruso-ucraniano (ucranio, que dicen los modernos), porque no creo que, en la situación actual, visto lo visto, que haya ningún vencedor, ni vencido. ¿Apostamos a que, como si de unas elecciones se tratara, al final todos se considerarán vencedores? Porque, cuando empezó la invasión rusa, esa que algunos intentan justificar tirando de épica comparativa, todos suponíamos una victoria por aplastamiento. Por aplastamiento militar, por aplastamiento tecnológico, por aplastamiento numérico, por aplastamiento de inteligencia. Y si no ha sido al revés, aunque ya veremos, sí que la evolución marca escenarios insospechados por los que no estamos en los entresijos íntimos del poder mundial.

(Fin de la pausa dramática), “… ¡¡¡¡¡¡¡CHINAAAAAAA!!!!!!!. (léase como el famoso ¡¡¡¡¡ Pedroooo!!!!!)

¿China?, me preguntan todos al leer. Sí, china. No ha entrado en la guerra, todos miran hacia ella esperando una influencia que ni ejerce, ni deja de ejercer, sobre Rusia. Y sus actos, a nada que se examinen, marcan claramente una estrategia de recogida de frutos.

(Discurso de agradecimiento, en este caso reflexivo)

El mundo es bipolar (tres son multitud), siempre lo ha sido, y se divide entre dos potencias, entre dos formas de ver la vida, y de ver la bolsa, que se enfrentan por una preponderancia. Todas las potencias de la historia han tenido su contraria, y todas han resuelto su choque mediante la guerra, pero la barbarie de las dos guerras mundiales abrió unas expectativas diferentes. Ya la guerra, la guerra total, de enfrentamiento directo, no parece el instrumento deseable porque puede derivar en la destrucción de todos, y ese nunca ha sido el objetivo. A cambio salpicamos el planeta de guerras locales, de guerras civiles, de guerras de desgaste, con diferentes motivaciones, en las que cada potencia, con más o menos claridad, apoya a uno de los bandos. Y así se va solucionando el tema.

Y de repente, una potencia, en declive por lo que la misma guerra está  mostrando, entra en una guerra de influencia para la que lo evidente demuestra que no estaba preparada, y se deja en ella el prestigio, la economía y, casi con toda seguridad, potencial nuclear aparte, el reconocimiento internacional de superpotencia. Mientras, China, trabaja con primor la manzana envenenada de dar todo su apoyo moral, a Rusia, pero solo moral. Ni económico, ni armamentístico, ni militar, mientras contempla como su “amigo” se estrella, se derrumba, se empobrece, y le deja el camino expedito para ocupar el trono de segunda superpotencia mundial y contrapeso ideológico, económico, social, a la superpotencia que representa la OTAN, como concepto político, no militar, sin tener que mancharse las manos más allá de las palabras que encelan a su “amigo” y le enseñan a los contrarios quién es ahora el oponente a tener en cuenta.

Pase lo que pase en el campo de batalla, Rusia ha perdido su estatus, lo está perdiendo a cada día que pasa, y, sin dudarlo, en todos los ámbitos, “the winner is China”, y, por ausencia directa, al igual que China, los Estados Unidos de América, que junto a los Estados Unidos de Europa, conforman la alternativa. Queda por dilucidar como ambos bloques van a ir posicionando a los que quedan fuera.

Fin de la ceremonia.