"En esos momento con un toque indolente, en que no se sabe si la mente vaga, o vaguea, me encontré pensando en los libros y las libras, y acabé pensando que lo único importante es que sean, que seamos, libres. Os lo pondría en inclusivo, pero no me sale.” Yo mismo.
Me decías el otro día que por qué
motivo me oponía con tanta vehemencia al lenguaje inclusivo, y te puse el
ejemplo que abre esta carta. No me opongo al lenguaje inclusivo como concepto
general, me opongo a todo lo que lo que comporta, a todo lo que oculta, a toda manipulación
que supone, desvirtuar hechos y realidades, que pretende confundir, vaciar, erradicar
con la excusa de innovar.
Mi primera prevención a su uso,
las más grosera, la que sirve de excusa y ni siquiera resuelve con acierto, es
la de confundir género y sexo. Es un error de primero de primaria, lo que viene
a demostrar la falta de formación de quienes pretenden imponer esta nueva
forma, para mi ridícula, de hablar, o lo que es lo mismo, de describir una
pretendida, y personal, realidad. Hagamos un par de reflexiones sobre esa nueva
realidad que se dibuja con esta nueva forma de describir el entorno.
Si persistimos en confundir sexo
con género, nos encontraremos con algunas dificultades, que, inevitablemente,
esta nueva normalidad, nos irá exigiendo. Necesitaremos un nuevo plural para
nombrar a dos personas del mismo género pero de distinta tendencia sexual, ya
que no hacerlo, sería un ataque a su minoría. ¿Puede ser el mismo plural el de
dos mujeres heterosexuales, que el de dos mujeres homosexuales? Según la teoría
inclusiva, no, tendríamos que aplicarle un nuevo plural ¿Y si una de ellas es
homosexual y la otra heterosexual? Pues necesitarían un plural distinto, o una
de ellas podría sentirse discriminada, ninguneada ¿Y si una de ellas fuera
transgénero con tendencia homosexual? Necesitaríamos un plural diferente para
nombrar a esas personas, que a su vez sería distinto si las dos son transgénero
de tendencia heterosexual, y distinto si una es heterosexual y la otra
transgénero heterosexual, personos, personis, persones, personus o person@s
(esto último no sé cómo se pronunciaría), lo que me lleva a considerar que no
hay vocales suficientes en el idioma para abastecer tanta ignorancia, o
ignorancio. Y si en vez de juntar a las personas de dos en dos, las juntamos de
cinco en cinco, o de diez en diez, no habrá tiempo suficiente para recitar
todos los plurales posibles, singulares inclusivos incluidos, que a cada
palabra, palabro, palabre, palabri, palabru… habría que recitar.
Y nos olvidamos de los neutros.
¡Ay dios! Nos olvidamos de los neutros.
Solo de pensarlo, la pereza que
tal forma de expresarse puede producirme, me lleva a verme abocado a revelarme,
convertirme, en un escritor maldito que ignora sistemáticamente una cantidad
considerable de realidades sociales en sus escritos, o, más drástico, dejar la
literatura para aquellos capaces de escribir una obra de quinientas páginas en
la que se cuenta una historia, o desarrolla una idea, de diez páginas.
Porque esa es otra de las
cuestiones que los promotores de esta ocurrencia, o ignoran, o pretenden
ignorar, la economía del lenguaje. La tendencia y objetivo del lenguaje es economizar
palabras para expresar nuestro mundo circundante. Para eso existen los
adjetivos, los verbos, los sustantivos, para describir el mundo que nos rodea
con la máxima precisión y la menor cantidad de palabras posible. Sé que algunos
pondrán en duda lo que acabo de expresar, y que aprendí de pequeñito, que el
idioma es como es, no para ofender, no para ningunear, no para ignorar, si no
para describir el entorno con la máxima economía de palabras. Por eso no
tenemos que decir animal grande que vive en África y tiene dos cuernos en el
centro de su careta, decimos rinoceronte. Por eso no decimos persona de
apariencia normal con ideas peregrinas, decimos tonto. Economía del lenguaje.
Economía que todo este tinglado cree poder atacar impunemente.
Y a todo esto, no hemos hablado,
hablada, hablade, habladi o habladu, de aquellas palabras que, siendo
absolutamente distintas, sus inclusividades pasarían a confundirse. Si menciono
libros me estoy refiriendo a ¿objetos de papel escritos y encuadernados? a ¿Moneda
o sistema de peso en algunos países extranjeros? o a ¿Individuos, individuas,
individues, individuis, individuus, que ejercen la, lo, li, le, lu, libertad?
Yo, visto lo visto, viendo los callejones sin salida coherente que produce su
uso, le llamaría lenguaje oclusivo.
Claro que, a lo mejor, a lo peor,
basta con recurrir a un pasaje de “Alicia a través del espejo” que me mandó
hace unos días mi amigo Antonio Zarazaga (hay amigos tan imprescindibles que,
si uno no los tiene, tendría que inventárselos), para llegar a una explicación
plausible de este guirigay.
“―Cuando yo empleo una palabra
―insistió Humpty Dumpty en tono desdeñoso― significa lo que yo quiero que
signifique… ¡ni más ni menos!
―La cuestión está en saber
―objetó Alicia― si usted puede conseguir que las palabras signifiquen tantas
cosas diferentes.
―La cuestión está en saber ―declaró Humpty Dumpty― quién manda aquí.”
Alicia a través del Espejo, Lewis Carroll
Lo dice Humpty Dumpty, lo escribe
Lewis Carroll, me lo manda Antonio Zarazaga y yo me limito a transcribirlo. A
lo peor es que hay mucho Humpty Dumpty disfrazado de político, de intelectual,
por esos mundos de dios. Aunque con un par de Humpty Dunty dicen las malas
lenguas que basta para cualquier cosa. Y a lo peor bastaba con haber puesto
esta frase al principio de la carta y ahorrarme todo lo demás. Ya sabes,
economía del lenguaje.