martes, 31 de diciembre de 2019

La sutileza del verbo


La riqueza del castellano es tal que, pese a quien pese, y a los políticos les pesa mucho, permite la explicación de una situación con la simple adicción de un prefijo a un verbo.  Tal vez por eso existe ese acoso feroz a nuestro idioma, ese manejo que lo destripa y priva de cualquier valor, llenándolo de frases huecas, de giros sin sentido, de construcciones que ni significan ni clarifican.
Pero es tal la sutileza del lenguaje, tal su precisión cuando se maneja correctamente que cualquier escritor avisado puede describir una situación de actualidad sin tener que aportar ni una sola palabra de su cosecha, sin tener que emitir una sola opinión. Cualquier lector medianamente avisado la podrá recibir con total claridad.
Una suerte de deshidratación de la noticia. La mente del informador aporta escuetamente las  palabras clave que el lector rehidrata con su propia inteligencia y sus propias vivencias.
Me van a permitir que yo haga ahora un ejercicio práctico de la sutileza del verbo aportando solo una frase que suena similar y la definición que la RAE hace de las palabras clave.

CEDER
verbo transitivo
1.
Dejar o dar voluntariamente a otro el disfrute de una cosa, acción o derecho.
"cedió el castillo a una institución benéfica; cedió su turno a una anciana que iba detrás de él"
2.
Perder posiciones ventajosas.
"estas empresas en crisis ceden su liderazgo en el mercado; Indurain cedió tiempo ante Lemond y Chiappucci en una etapa muy dura"
Sinónimos y antónimos:
abandonar - abandonarse - abnegarse - acceder - adjudicar - adjudicarse - adquirir - adueñarse - aflojar - aflojarse - alienar - alienarse - alquilar - amainar - amollar - apoderar - apoderarse - apropiar - apropiarse - arreciar - arrostrar - avenirse - capitular - cejar - cesar - ciar - claudicar - conferir - recibir - dar - darse - dejar - dejarse - desistir - desmayar - desmayarse - dispensar - doblegar - doblegarse - donar - dotar - dulcificar - empeñar - empeñarse - emperrarse - enajenar - enajenarse - encarnizarse - endosar – enseñorearse”

CONCEDER”
verbo transitivo
1.
Dar [una autoridad o una persona con capacidad para hacerlo] una cosa a alguien que la pide o desea.
"algunas organizaciones privadas conceden becas de estudios; la coordinadora exige que el gobierno conceda al dictador la extradición; los municipios conceden el derecho de explotación de un terreno por un máximo de 45 o 50 años"
2.
Atribuir una cualidad o una condición a una persona o una cosa.
Sinónimos y antónimos:
acceder - adjudicar - adjudicarse - administrar - admitir - agraciar - asignar - atribuir - atribuirse - autorizar - beneficiar - beneficiarse - capacitar - ceder - conferir - consentir - dar - darse - demandar - deparar - dispensar - donar - dotar - entregar - entregarse - exigir - habilitar - investir - otorgar - patentar - permitir - prestar - prestarse - prodigar - prodigarse - proporcionar - proporcionarse - prorrogar - regalar - regalarse - rogar – transigir”


Noticia 1.
Pedro Sánchez accede a la presidencia del gobierno tras conceder reivindicaciones a los partidos separatistas

Noticia 2.
Pedro Sánchez accede a la presidencia del gobierno tras ceder a las reivindicaciones de los partidos separatistas.

Que parecen lo mismo, pero no lo son. Si alguien tiene dudas de cuál, o cuala, es la noticia que considera más acorde con la realidad, basta con sustituir el verbo por alguno de sus sinónimos. Puede ser aún más esclarecedor. Yo ahí lo dejo.

¡Hala¡ Feliz entrada y salida de año, que nos va a hacer falta llevar algo de disfrute en el cuerpo.

domingo, 22 de diciembre de 2019

El rompehielos


Yo no sé si tendré razón o no, ni siquiera sé si mis razones son razonables o no, pero ya estoy preparando la muda para ir a votar en el mes de marzo. Porque sobre a quién votar o no votar no albergo duda alguna. No voy a votar a nadie que haya faltado a la verdad, ni tan siquiera una vez, a nadie que haya cambiado de criterio en cuestiones fundamentales, a nadie cuyo programa me resulte extremista o populista. Si, exactamente, lo ha adivinado usted, voy a votar al rosario de la aurora.
El escenario actual mueve a elecciones, a nada que la cordura impere, a nada que la lógica se aplique mínimamente, a nada que los intereses de la nación se pongan por encima de los ideológicos o personales, a nada que se pretenda hacer política de estado.
Los actores del sainete no tienen otra credibilidad, a nivel de la calle, que la de los forofos militantes de sus partidos; no tienen más argumentos que sus palabras sin trasfondo ni sustancia; no tienen otro escenario posible que una huida hacia delante de consecuencias impredecibles en la cuantía, pero evidentes en la sustancia catastrófica.
Como los magos malos, a los que el atrezo les queda a la vista y tiene que evitar que el público repare en ello, los partidos protagonistas de la bufonada hablan y no paran de un pacto de investidura. ¿Y después qué? Porque se supone que la necesidad del país es un gobierno estable durante cuatro años. ¿Más concesiones cada vez que haya que sacar unos presupuestos? ¿Más negociaciones a la baja cada vez que haya que aprobar una ley? ¿Hasta dónde? ¿Hasta cuándo?
Decía Mújica, el ex presidente uruguayo, recientemente, que a él no le apetecía hablar en las agrupaciones locales de su partido porque ahí estaban los que le iban a aplaudir dijera lo que dijera, y a él lo que le interesaba era convencer a los que pensaban diferente. Tal vez esto marca la diferencia entre un político de altura y un proyecto de líder que necesita de los baños de masas para creer en sí mismo.
Tal vez lo más preocupante, dentro de lo muy preocupante de la situación, sea la última imagen que ha dejado ERC ofreciéndose como rompehielos del bloqueo institucional que el mismo PSOE ha propiciado. Lo sugerente de la imagen de un rompehielos destrozando todo lo que encuentra por delante con el único objetivo de seguir su camino y sin reparar, o sin querer reparar, en el caos que deja detrás puede ser reveladora. Podría ser una buena imagen de lo que nos espera si finalmente se llega a un acuerdo con una fuerza política cuyo principal objetivo, declarado y confirmado, es romper el país para el que dice prestarse a  desbloquear una situación que le favorece.
Pero analicemos uno a uno a los actores de la bufonada, porque cada uno tiene su interés y sus ansias, que nada tienen que ver con las necesidades de los habitantes de este país, ni con las ideologías que se invocan, cual muleta o engaño, para justificar lo injustificable.
Viene el PSOE de unas elecciones en las que ha perdido apoyo y ha medido mal los tiempos y las consecuencias. Se vio heredero del desastre de Ciudadanos y se ha encontrado con que casi todos los votantes de centro se le han ido al PP e incluso más a la derecha como rechazo a su falta de credibilidad, a su ausencia de compromiso con unas ideas concretas, a su petulancia, la de su líder y fans adyacentes, y su permanente invocación de las culpas ajenas ante las consecuencias de sus propias decisiones y actos. Y en esta situación no hay nada mejor que compartir la isla con otro náufrago y buscar cobijo mutuo. Pedro Sánchez necesita, personalmente, egoístamente, históricamente, llegar a ser presidente electo, presidente por mor de unas elecciones. Considera que se lo deben el país y la historia y que tiene derecho a hacer cualquier cosa que esté en su mano para reivindicar ese derecho, por las buenas o por las malas, por lo civil o por lo criminal. El problema son las consecuencias que su soberbia y su irresponsabilidad pueden suponer para el futuro del país y sus habitantes en los capítulos económico, fiscal, territorial y laboral. Una tremenda hipoteca que tal vez ya no estemos en situación de poder pagar. Pero no le quedaba otra, no tenía más vía que pactar con PODEMOS y echarse en manos de los independentistas para poder sacarlo adelante. Ni se ha planteado otro escenario. No le valdría otro escenario si quiere ser el protagonista de la historia, por eso ni llamó, ni escuchó, ni tuvo en ningún momento en cuenta a otras fuerzas constitucionalistas.  Solo falta ver cual de los dos escenarios posibles van a ver nuestros ojos: ceder y forzar la ley, o irnos a marzo.
PODEMOS, en plena decadencia, bajando sus resultados, sus apoyos, elecciones tras elecciones, y con una crisis interna solo encubierta por un líder que ralla lo mesiánico, ha jugado a la lotería y le ha tocado. Su perfil decididamente populista no repara en leyes, ni en cuál es su fuerza real en la sociedad, ni reconoce ninguna traba de tipo constitucional que no esté dispuesto a retorcer, o incluso a incumplir, a cambio de esta visita inesperada de la fortuna que le supone tocar poder antes de caer definitivamente en el abismo de la irrelevancia, que le espera antes o después a todas las formaciones radicales y/o populistas. Por su parte barra libre de concesiones a los independentistas porque paga la mayoría del pueblo español que, como bien saben casi todos sus militantes, es facha, o lo parece.
ERC es el gran triunfador de la feria. Pase lo que pase gana. Gana si hay acuerdo, gana si no hay acuerdo y gana mientras se decide si lo hay o no lo hay. Mientras se negocia gana porque cualquier concesión que haga el PSOE, se vista como se vista, incluso de no concesión,  es una victoria suya. Por eso y porque no está dispuesta a ofrecer otra cosa que su abstención y por tanto su diálogo no tiene otra contraprestación que la abstención misma, sin moverse ni un ápice de sus planteamientos independentistas y rupturistas. Y este escenario supone de facto la humillación consiguiente de las instituciones a las que se supone que no se opone. No a las que presta su apoyo, no a las que acata, no a las que reconoce, simplemente  a las que consiente en tolerar circunstancialmente mirando para otro lado. Si al final se abstiene habrá ganado, no sé si llegaremos a saber qué y cuanto, pero es evidente que la abstención no nos habrá salido gratis y el gobierno de Pedro Sánchez podrá pasar a la historia como pasaron otros del siglo XIX que vendieron en aras de su ambición al país mismo. Y si no hay acuerdo, pues también gana. No habrá obtenido las concesiones que pretende, pero habrá tenido en jaque al país y podrá vender en el entorno que le es afecto su compromiso ante los opresores. Y eso entre el independentismo cotiza.
ERC, del que hemos oído decir que es un partido progresista, es en realidad el partido de la contradicción. Basta con analizar su nombre o su trayectoria. Si analizamos su trayectoria veremos que durante la mayor parte del tiempo ha sido un partido más volcado en lo territorial que en lo social, más implicado en posiciones de derechas nacionalistas, que en una izquierda internacionalista y reivindicadora. Y si hablamos de su nombre la contradicción es palmaria. Izquierda Republicana. Términos en principio, y hasta mediados del siglo XX, bastante entitéticos. La república, la res pública, es una concepción de estado liberal rescatada del mundo antiguo, el moderno sueño enciclopedista, una visión alternativa a la lucha de clases en la que la izquierda sueña su mundo deseable. Eso sin pararnos a pensar que el socio habitual de ERC es el partido más de extrema derecha que hay actualmente en España, y con el que no parece incomodarle coincidir, pactar e ir de la mano.
Al final, desgraciadamente, El PSOE de Pedro Sánchez, porque parece ser que hay otro acallado, o acomplejado, o inoperante, se ha acostumbrado a aplicar la doctrina marxista, de Groucho, de cambiar los principios a conveniencia de la situación, de intentar retorcer las palabras hasta que da lo mismo lo que diga porque nunca tiene nada que ver con lo que hará, y a que sus forofos, sus palmeros, sus militantes entregados, esos que a Mújica no le interesarían, los “de toda la vida”, lo aclamen en cualquier circunstancia, sin el espíritu crítico que se supone que preside una izquierda real.
Aunque, tal vez, por ponerme a pensar, el origen de toda esta historia es la desideologización de la política actual en la que la invocación de una posición determinada en el espectro es más una declaración de oposición a la posición contraria que un conocimiento político de lo que significa ser de la posición que se invoca.
El momento político es lamentable, y la calidad humana y política  los personajes que pueblan los partidos, las listas electorales y las cámaras de representación, no augura buenos tiempos, ni para la lírica, ni para la ética.
Espero que la imagen del rompehielos solo sea una pesadilla, una ocurrencia onírico estética y no una realidad aberrante como son los CDR o el Tsunami Democrático. Nos va el país, y el futuro, en ello.

sábado, 21 de diciembre de 2019

Ya, ni meigas


Los dos enemigos principales de la información pertenecen a su mismo ámbito, su exceso y su carencia.
Si bien es cierto que la falta de información produce un estado de indefensión en las personas, que en su carencia pueden tomar decisiones desafortunadas o caer en peligros ignorados, no es menos cierto que en la situación actual, en la que es tal la cantidad de información disponible que lo difícil es filtrar la cierta, la incierta y la falsa con un cierto criterio, los riesgos son al final los mismos, multiplicados por los diletantes que imbuidos de un sentido mesiánico de su capacidad para encontrar verdades alternativas difunden como palabra divina conclusiones absolutamente dañinas para aquellos que les prestan oídos. Y alguno, desgraciadamente, conozco de cerca.
Ahora resulta que la salud nos va a todos de un pelo, que tenemos un problema de bigotes, pelo y bigotes que forman parte de las cabezas de los crustáceos que por estas fechas, principalmente por estas fechas aunque en este país afortunado los comamos todo el año, adornan las mesas familiares. Todos los mariscos de caparazón contienen cadmio.
Ya nos jo… robaron las queimadas con el plomo de los barnices en los cacharros ad hoc. Ya nos amargaron el pulpo prohibiendo cocinar en las potas de cobre. Ya nos convirtieron en termómetros ambulantes por culpa del mercurio en el atún y otros congeneres. Y yo me pregunto ¿Cómo no nos hemos extinguido antes?
Y me lo pregunto con paciencia, con resignación, con una cierta mala baba y con el convencimiento de que alguien me está informando mal, o a destiempo, o sin darme toda la información que debería de darme. Tal parece que haya más interés en asustar que en informar.
¿Cuántos kilos de marisco tengo que comerme en cuanto tiempo para que la dosis sea apreciable por mi salud? ¿Qué vida tiene el cadmio en el organismo para saber cada cuanto tiempo puedo renovar la dosis? ¿Me dan permiso para vivir?
Porque a estas alturas, y dados todos los metales y no metales que acumulo en mi cuerpo, entre alimentos contaminados, medicamentos innecesarios para prevenir lo que no tengo, y contaminación ambiental, cualquier día, al pasar un control en un aeropuerto, me van a detener por traficante o me van a obligar a quitarme los huesos para poder pasar el arco de seguridad sin que pite.
Vivir es un riego. En realidad vivir es un suicidio en el que no eliges el momento final, pero vivir tiene la magia de que cualquier cosa que hagas, o dejes de hacer, implica un riesgo vital; es lo que hay. Esta fiebre, a mi parecer estúpida, en la que no hay día en el que no se prohíba algo, en lo que no se descubra algo peligroso, malicioso o agresivo, que curiosamente suele favorecer a algún tipo de industria, y que “obliga” a unas medidas restrictivas en aras de una seguridad, incierta, de que ya solo puedes morirte de otra cosa, es una de las más patéticas demostraciones de aborregamiento social que hayan conocido los tiempos.
A mí, como gallego, además, me afecta doblemente. Se está acabando con el sentido mágico de la existencia en aras de un pragmatismo científico nocivo. El cambio climático nos está privando de las meigas névoas (brujas nebulosas), esas que son séquito de la Santa Compaña y que utilizan las ancestrales y espesas nieblas del noroeste para poder tomar cuerpo. Ya no hay nieblas, ya no hay meigas, ni Santa Compaña.
Pero esta última historia de las gambas, y adláteres, le afecta directamente a la estirpe más desalmada, más infecta, más dañina, más entrañable, de las meigas gallegas, a las meigas chuchonas (brujas chupadoras) que se alimentan de chuparle la sangre a los seres humanos y que a partir de este momento morirán contaminadas entre horrible sufrimientos, víctimas de sus víctimas.
En un arranque de nacionalismo añorante y constructivo (entiendo la contradicción) voy a solicitar a todos los lectores que porten un certificado expedido por el bar o restaurante correspondiente en el que se especifique la fecha, el producto y cantidad ingerido, y la dosis envenenadora estimada, con el fin de que la chuchona de turno pueda tomar medidas preventivas, o, en un caso ciertamente límite, desistir de la ingesta. Y ya puestos, y esto seguro que prospera, pedirle al gobierno un impuesto especial a los mariscos para hacer frente a los tratamientos por envenenamiento de nuestras mágicas enemigas.
Señor, ¡qué cruz¡

miércoles, 18 de diciembre de 2019

IA e IH


Hablando de tecnología, hablando de inteligencia artificial como punta de lanza de esa tecnología, es raro encontrar a alguien que se haya parado a pensar que uno de los grandes problemas de esta cuestión es que la mayoría de las preguntas que nos planteamos aún no las hemos resuelto a nivel humano, y sin embargo ya pretendemos resolverlas a nivel máquina.
He oído hablar, este fin de semana en una conferencia sobre IA, de la roboética y de sus limitaciones e implicaciones, de sus miedos, de sus contradicciones y de sus atisbos hacia un futuro aún revisable, aunque creo que ya por poco tiempo, y me preguntaba cómo se podrían resolver muchas de las cuestiones que se planteaban respecto a la tecnología si aún no las habíamos resuelto para nosotros mismos.
Efectivamente, como brillantemente exponía la conferenciante, María Jesús González Espejo, la aplicación y desarrollo de la tecnología, y más concretamente su rama IA, es un tema en el que de momento solo hay preguntas, preguntas tecnológicas, en muchos casos, pero sobre todo preguntas éticas y morales, preguntas que tienen que determinar no solo el hasta dónde puede llegar el desarrollo, si no para quién, para qué, de qué forma y administrado por quién.
Perturbadoras cuestiones si tenemos en cuenta que esa preguntas, determinantes a la hora de enfocar un futuro en el que pretendemos seguir teniendo un papel importante, que tenemos miedo a perder a manos de unas criaturas creadas por nosotros y que parecen tener la capacidad de superarnos, ya marcan una de las cuestiones fundamentales a plantearnos, ¿competitividad o colaboración? ¿sometimiento o complementariedad?
Pero esta pregunta es la consecuencia de que el pensamiento, en esto como en todo, suele ir más rápido que las resoluciones y que las acciones. El problema de base sigue sin resolverse, porque aún no hemos sido capaces de planteárnoslo con la solvencia necesaria. ¿Cuál es el sistema idóneo de convivencia del hombre? ¿Cómo podemos plantearnos como convivir con unas máquinas creadas por nosotros y con unas potencialidades enormes, si aún no hemos sido capaces de plantearnos con rigor, con sinceridad, con limpieza, como debería de ser nuestro sistema más beneficioso para convivir entre nosotros mismos?
Podemos observar que existen tres grandes caminos, aunque solo dos de ellos parecen ser contemplados en la realidad política y social en la que nos movemos. Para ello debemos de plantearnos una pregunta más, tal vez la primera de todas: el ser humano ¿es una especie de individuos sociales? Parece evidente, nuestra historia así lo avala, que la respuesta es sí, pero también parece evidente que ese sentido social, gremial, colaborativo, que es característica del hombre, ha servido para crear intereses piramidales de poder que anteponen el colectivo a la individualidad. Según todos los síntomas, según todos los desarrollos y tendencias actuales, el hombre debe de sucumbir en aras de la humanidad, aunque esa humanidad siempre esté representada por hombres en situación de privilegio, que crean una especie de casta superior. ¿Es ese el mundo ético, político en el que deseamos movernos? ¿Van por tanto las máquinas a convivir con un hombre sometido a otros hombres y a su vez han de buscar su sitio en esa estructura social? ¿Estarán, por tanto, las máquinas, al servicio de las clases dirigentes que determinarán a que parte de la tecnología y bajo qué condiciones tienen acceso el resto de los hombres a sus beneficios? ¿Habrá, por tanto, dueños de la tecnología y arrendatarios de sus beneficios? ¿Es ese el sistema que nos estamos planteando, que estamos consintiendo? ¿Somos siquiera conscientes de ello?
Este planteamiento, y no parece que de momento se contemple ningún otro, que busca como trasladar las estructuras actuales, con la menor variación posible en cuanto al poder y el privilegio, a un futuro con mayores posibilidades, nos enfoca hacia dos distopías posibles, hacia dos futuros en los que la brecha social, económica, de oportunidad, será cada día más amplia, más insalvable.
Una es la distopía estatalista, una distopía del formato “Gran Hermano”, en la que un poder omnímodo, representado por una estructura de poder político, es dueño y señor de los designios de todos los individuos no pertenecientes a la élite dirigente, e incluso dueños de la tecnología y sus servicios. La anulación total y absoluta del individuo como concepto que se pueda poner en valor y un sistema rígido de moral y un pensamiento uniforme que permitan su control parecen ser sus características fundamentales.
La otra distopía es la corporativa, de formato “Blade Runner”, en la que las grandes corporaciones, sus clases directivas, obsérvese la diferenciación entre clase directiva y clase dirigente, como representantes de la iniciativa privada llevada a su máxima expresión, sobrepasan la labor de los estados y se hacen con el mismo control omnímodo, pero ejercido con diferentes objetivos y estrategias, que le aplicábamos a la distopía estatalista. En este caso, tal vez, no se anule tan absolutamente al individuo porque es necesario como contribuyente o consumidor, y una moral estricta y un pensamiento único no sean tan evidentes, pero si quedan mermadas claramente la igualdad y el acceso a  las oportunidades en función de la utilidad del individuo para el sistema.
Sí, es verdad, a nada que nos fijemos, estas distopías se corresponden con las ideologías imperantes en la actualidad que se enmarcan en un dialéctico eje izquierda-derecha, e incluso podríamos señalar a sus grandes representantes en nuestro cotidiano devenir. China, tal vez Rusia de otra forma,  pertenecen a la tendencia estatalista y EEUU, Japón  y Europa están más cerca de ese mundo corporativo ya apuntado. Y a nada que reflexionemos veremos que el triunfo de cualquiera de ellas, su aplicación en el extremo, supondrán una perspectiva nada halagüeña para el futuro de la raza humana, en realidad para el futuro ético del ser humano y para el futuro moral de la especie.
Pero apuntábamos tres posibilidades a la hora de plantearnos la pregunta. Y nos falta la posibilidad no jerárquica, la posibilidad colaborativa, que prime al individuo por encima de la colectividad. Curiosamente a este sistema pertenecería uno de los mayores logros de la humanidad en todo su transcurso: la Declaración de los Derechos Humanos. Los derechos que cada ser humano, como individuo, debe de tener y que sistemáticamente son coartados, matizados, cercenados por las leyes y privilegios, hasta convertirlos muchas veces en simple letra invocada, que los sistemas jerárquicos necesitan imponer para perpetuarse. Su denominación ya nos pone en la pista de su uso, “declaración”.
La tecnología, la IA, pone al alcance del hombre unas criaturas creadas por él y que utilizadas de forma correcta podrían liberarlo de la mayor de sus maldiciones bíblicas: ganar el pan con el sudor de su frente. El trabajo, ese concepto de actividad imprescindible para poder sobrevivir en la que interesadamente han convertido el trabajo, al menos sus aplicaciones más duras, podrían ser realizadas sin problemas por máquinas, en la acepción de seres construidos, más cualificadas para esas tareas que el mismo hombre. Eso nos llevaría a una sociedad en la que cada hombre se preocuparía de desarrollar aquella labor para la que se sintiera preparado, aquella labor por la que se sintiera gratificado, sin tener que preocuparse del sustento, ni de ninguna otra necesidad básica. Una sociedad en la que el trabajo individual se considerara una aportación comunal y no una obligación vital. Una sociedad colaborativa inmersa en una civilización del ocio.
Pero esta sociedad tendría un inconveniente que la invalida en los planteamientos actuales: estaríamos hablando de una sociedad libre, de una sociedad que no podría ser chantajeada con ningún valor de compensación, una sociedad madura, formada y avisada contra estructuras jerárquicas de poder.
En ese tipo de sociedad la mayoría de los dilemas éticos o morales que se plantea la IA quedan automáticamente resueltos porque resueltos estarían los dilemas éticos de la IH, inteligencia humana, al menos los más inmediatos y acuciantes que somos capaces de identificar en la actualidad, aunque no podamos descartar la generación de otros propios de una realidad diferente.
Esta simple conclusión, este simple planteamiento, simple en su concepción y simple, por poco frecuente en la historia, desarrollo, nos lleva a plantearnos dos preguntas que tal vez deberían de haber sido las primeras.  ¿Es la IH una IA que escapó al control de sus creadores hasta alcanzar la consciencia? ¿Deberá existir una ética diferente entre la IA y la IH? Porque si la respuesta a esta última pregunta es sí, preparémonos a un conflicto permanente entre la moral humana y la moral robótica. Preparemos nuestro mundo para contemplar cómo se pueden hacer convivir dos sistemas morales, con sus derivaciones jurídicas, penales y sociales,  diferenciados y si estamos preparados para ello. Y si la respuesta es no, el conflicto vendrá marcado por la permanente reivindicación de la diferenciación entre desarrollos y posibilidades.
El tema es muy complejo y un artículo como este apenas puede asomarse a lo más elemental. Apenas nos permite hablar de cuestiones más específicas como las inteligencias mixtas, derivadas de los desarrollos biónicos (hombres con implantaciones mecánicas que sustituyan a sus partes originales), de las nanotecnologías médicas (elementos inteligentes implantados en el interior del hombre con autonomía de actuación), de los ciborg (seres mixtos hombre-máquina), o de las posibilidades de inteligencias globales producidas por la capacidad de interconexión de las individualidades de la IA, e, incluso, la ni siquiera prevista inteligencia emocional producida por causas que aún no hemos ni contemplado. Pero vamos a dejar algunas preguntas para que cada cual se vaya componiendo su propio futuro:
¿Puede la IH permitir que la IA desarrolle una inteligencia emocional?
¿Tiene, éticamente, la IH el derecho a reservarse la posibilidad de “apagar” la IA si se siente amenazada?
¿Debe prepararse, legal, ética, moralmente, la IH para enfrentarse a una reivindicación de equiparación de la IA?
Recuerdo que cuando leí Yo Robot a principios de los años 60 mi sueño fue poder ser Susan Calvin. Ni los tiempos, ni las circunstancias, me han permitido cumplir laboralmente mi sueño y, aunque la programación me permitió convertirme en maestro de máquinas, en el elemento que le explicaba a la máquina que es lo que tenía que hacer y cómo, la frustración de aquella vocación me ha llevado a reflexionar, a leer y escuchar todo aquello que cayera en mis manos y que tuviera que ver con la IA, con la robótica y con las similitudes de estructura y funcionamiento, cada vez mayores, entre la IA y la IH.
Concluyendo: avanzamos a pasos agigantados en la evolución de la IA. No sé si es una amenaza, una frustración o una soberbia seguir adelante sin antes haber resuelto todos los conflictos que la IH aún no ha sido capaz de resolver para ella misma.

viernes, 13 de diciembre de 2019

Gobernar de espaldas


¿Si bailar pegados es bailar, podemos concluir que gobernar de espaldas es gobernar? La pregunta, de primeras, puede dejar perplejo a más de un lector. De primeras. ¿Qué tiene que ver una canción romántica con la acción política? ¿Qué tiene que ver bailar con gobernar? Nada, absolutamente nada, pero, convengamos, dada la absoluta falta de rigor consigo mismo que manifiesta sistemáticamente el, ya, ahora sí, candidato ¿No tenemos los demás al menos el mismo derecho a ser igual de dispersos, o inconsecuentes?
He hablado de gobernar de espaldas, lo cual, inicialmente, puede significar gobernar ignorando a los gobernados, y digo inicialmente porque, aunque este significado pueda ser válido, me temo que no refleja la verdadera situación. En la situación actual gobernar de espaldas es gobernar contra el criterio de la mayoría de los gobernados.
Gobernar de espaldas, llevado ya al último término, es gobernar contra todo lo ofrecido a los votantes cuando se les solicitaba el voto, y por tanto, y es lo más grave que se me ocurre, es gobernar habiendo engañado a la mayoría de los que lo votaron, es gobernar, incluso, contra parte de los suyos. ¿Y se puede gobernar así? Si la pregunta se refiere a una cuestión ética es evidente que no, si la pregunta es puramente técnica es evidente que sí.
Personalmente considero que todo lo que está sucediendo, la sistemática renuncia del pretendido presidente a los principios invocados en campaña, la sistemática necesidad personal que demuestra de llegar al poder, invalida de forma definitiva y total, y hablamos solo del plano ético, todo el espectáculo de engaño tolerante y tolerado, al que la opinión pública está siendo sometida.
El problema, el gravísimo problema, es que su falta de ética nos convierte a todos en rehenes por cuatro años de sus tejemanejes. Rehenes unos y cómplices los que, llevados por su posicionamiento político, están dispuestos a asumir todas las mentiras, e incluso a aplaudirlas, los más entusiastas y entregados, cuyo único fin es enmascarar dialécticamente lo que no tiene enmascaramiento posible con el objetivo final de alcanzar el poder
Cuatro años en los que todo lo que se haga va estar bajo sospecha, bajo la tristeza de poder contemplar daños irreparables, bajo la angustia de comprobar cómo se producen movimientos contrarios al criterio de la mayoría apoyados por una minoría de incondicionales y con el único fin, constatable, de servir al superior ego de un, lo ha demostrado en repetidas ocasiones, ególatra consumado.
Apenas habían pasado unas horas desde el recuento definitivo cuando los conmilitones, Pedro y Pablo, Pablo y Pedro, escenificaban mediante un abrazo lo que era el inicio de la puesta en escena de la frase aquella: “Donde dije digo, digo Diego”. O Pablo, o Quim, u Oriol. Donde dije lo que dije en realidad daba lo mismo decir otra cosa, pero lo que dije daba más votos.
Yéndonos al mundo de la copla: “¿de lo dicho qué?, de lo dicho ná, ¿Pero no decían qué?, decían pero ná”. Y es que no hay nada nuevo bajo el manto celestial. Ni el descaro, ni la mentira, ni la absoluta falta de ética, ni la adoración personal e intransferible de un narciso del poder.
Pedro Y pablo se abrazaron para escenificar una versión cutre de la esperanza, pero se dieron cuenta de que el abrazo no cerraba su deseo y decidieron  pagarse una ronda de barra libre para todo el que quisiera participar en el gesto, a cuenta de todos los votantes, la mayoría, que no estaban dispuestos a participar en el engañoso gesto.
Un gesto necesario para formar el gobierno que necesita la estabilidad del país. ¿En serio? ¿Nos dicen en serio que la estabilidad del país está garantizada por las fuerzas que expresan a diario, por activa y por pasiva, que sus principales objetivos son desmembrar el país y romper su sistema?
Por fin un gobierno de progreso. ¿En serio? ¿Con qué programa? Ah¡, es verdad que aún no nos lo han dicho. Que es posible que ni siquiera ellos lo sepan. De todas formas ¿un gobierno erigido sobre la mentira a los electores, un gobierno edificado sobre un fiasco ético, puede ser un gobierno de progreso? Y si es que sí ¿Qué tipo de progreso? ¿Progreso respecto a qué o a quienes? Desde luego, para mí, y hablo personalmente, el progreso exige una ética impecable, salvo que hablemos de esa suerte de progreso que se mide por los logros individuales de alguien que se considera referente.
El gran problema, el más terrible problema, es que ese gobierno de estabilidad solo va a generar un frentismo feroz, un frentismo reivindicativo, un frentismo rencoroso que alimentará, para mayor satisfacción de los que no ven más allá de la cuarta que su ideología les permite, los peores rincones de las ideologías contrarias, y que podemos acabar pagándolo todos, incluso ellos.
Pues sí, técnicamente, gobernar de espaldas es gobernar, aunque sea para inferir un daño irreparable a los gobernados, aunque sea con el aplauso ciego de los suyos, aunque sea con el rencor ciego de los contrarios, aunque sea con la frustración y horror de la mayoría.
Bailar pegados es bailar, sin duda. Bailad, bailad pues malditos, bien juntos, bien pegados, hasta confundiros, y confundirnos, y hasta que todos, confundidos o confusos, seamos de nuevo convocados al siguiente capítulo del engaño que no cesa.

viernes, 6 de diciembre de 2019

En el país de los tuertos


Si en el país de los ciegos el tuerto es el rey, ¿será que en el país de los tuertos el rey es el que ve con los dos ojos? Posiblemente, aunque alguien podrá argumentar que lo habitual en todos los países es que la mayoría de los ciudadanos vean con los dos ojos. Pero, como es obvio, hablamos de países imaginarios, simbólicos, oportunistas. O no tanto.
No tanto porque a mí se me ocurre, así, a bote pronto, un país definible en el que todos sus habitantes son tuertos. ¿Qué país? El país de los que practican alguna ideología de eje, o sea, izquierda-derecha.
Es verdad que no todos tienen absolutamente inútil el otro ojo, y que los más avisados con el ojo malo al menos ven sombras, pero no es menos cierto que llegados ciertos momentos lo aprietan con saña para evitar ver lo que los tuertos totales les dicen que no se puede ver.
Y ya se sabe que, sin abandonar el país de los refraneros impenitentes, no hay mayor ciego que el que no quiere ver,  y lograr que el otro ojo acabe siendo un vago impenitente tiene su recompensa en montones de amigos desconocidos y montones de “me gusta” sin sustancia ni compromiso.
¿Qué es mejor, ideológicamente hablando, un ciego o un tuerto? Yo prefiero al ciego, y me explico, el ciego tiene una no visión periférica, es decir, desarrolla sentidos alternativos para examinar todo su entorno y dominarlo, mientras que el tuerto, sobre todo si es vocacional y contumaz, niega que exista aquello que no entra en su limitada visión.
Una visita, sin necesidad de profundizar ni de pasar horas en ellas, a las redes sociales, nos revela que sin ninguna duda existe el país de los tuertos, de los tuertos ideológicos seguimos hablando. Las redes sociales son su paraíso, su jardín de las delicias, su ámbito ideal para dejar patente su incapacidad para mirar con los dos ojos.
Así que cuando me asomo a las redes últimamente, aparte de una pereza fatalista para intervenir en debates, siempre me viene a la memoria aquella habitual admonición de mi recordada madre: “Ándate con mucho ojo, a ver dónde te vas a meter”. Y yo, aplicado y obediente, me ando con tanto ojo que intento utilizar los dos, incluso muy abiertos, para intentar sortear los charcos y socavones de los debatidores tuertos profesionales. De los debatidores muro, esos que consideran que su mejor argumento, habitualmente único, es negar todos los argumentos contrarios. De los debatidores Schopenhauer, que van siguiendo los 38 puntos de la dialéctica erística, a su manera, saltandose puntos, pero acabando inevitablemente en el 38, el insulto y el menosprecio. De los debatidores pulso, que conciben el debate como una especie de torneo en el que el fin último es ganar. ¿Ganar qué? Me pregunto cuando a pesar de mi cuidado me empiezo a oler el enredo. De los debatidores eslogan, que no tienen otro argumento que el último titular del periódico afín o la última soflama del partido al que pertenece su ojo sano. De los debatidores velocistas, que, para no perder su tiempo, ya insultan antes de saber de qué se está hablando. De los debatidores entregados, que, sobrepasados todos los argumentos y contra argumentos, acaban renunciando a la razón para explicar que en ese tema concreto, o en ese posicionamiento concreto, no se puede ni siquiera invocar la razón, que ese tema ha de ser tabú.
Y este último tipo de debatidor ha crecido como las setas en días húmedos. La humedad se llama VOX y las setas se llaman intolerancia y frentismo contra la intolerancia de VOX.
Bueno, hay que estar muy tuerto para mantener esa posición. Hay que estar muy ciego para no ver que esa posición es la idónea para que VOX medre y se haga más fuerte.
Intentan, en ese afán por el debate que no están dispuestos a sostener, descalificar las posiciones de VOX con el único argumento de quienes son, de cuál es su posición ideológica, sin reparar en que todo lo que dice VOX lo ha escuchado en la calle y no pertenece necesariamente a su ideario. Lo peligroso de VOX, lo peligroso de cualquier partido radical y populista, y también en el parlamento los tenemos del signo contrario, no son las cosas que dice y que podemos compartir muchos ciudadanos no tuertos, lo peligroso de esos partidos son los medios de los que se valdrían, y los extremos a los que llegarían, si alguna vez tuvieran la oportunidad de poner en práctica sus ideas.
Reconocer que VOX, que PODEMOS o la CUP, apuntan problemas que preocupan a la sociedad, que se ve desamparada por los demás partidos, por los más moderados, que están en lo suyo, no significa que de inmediato te hayas convertido en un facha o un anti sistema, significa, solamente, que el problema existe, y la táctica de negar el problema, de descalificar a los que no lo niegan o sostienen que hay otro enfoque, seguimos con el refranero, es enterrar la cabeza como el avestruz. Para los más tuertos, o más contumaces, un ejemplo, que Franco hiciera pantanos no convierte a los pantanos en franquistas, por más que ciertos tuertos lo digan.
Los problemas de los ciudadanos no tienen color político, como no lo deberían de tener las soluciones. Contra los problemas que aportan los populistas solo cabe abordar las soluciones que puedan ponerle remedio y dejarlos sin argumentos, y negarlos no es una de ellas.
¿O es que vamos a negar que existe una inseguridad popular por el excesivo garantismo de algunas leyes?
¿O es que vamos a negar que existe una disconformidad con la ley electoral porque no permite una representación justa de los votantes?
¿O es que vamos a negar que la violencia de todo tipo prolifera en lo cotidiano sin que los responsables tomen medidas realmente eficaces?
¿O es que vamos a negar que, por falta de medios y de previsión,  la situación actual de los inmigrantes ilegales es lesiva para ellos y para los que conviven con ellos?
¿O es que vamos a negar que los temas territoriales nos preocupan a todos y tal vez la solución actual no es la idónea, o al menos, si sí lo es,  no está correctamente desarrollada?
¿O es que vamos a negar que nuestros mayores no viven en el mundo para el que han trabajado y se merecen, y se sienten abandonados y menospreciados?
¿O es que vamos a negar que la brecha social que abre la desigualdad económica es cada vez más profunda e infranqueable?
¿O es que vamos a negar…?
¿Pero en què país vivimos? ¿En qué mundo vivimos? Pues, si, efectivamente, en el de los tuertos con poca visión, o con nula voluntad de ver con el otro ojo.

lunes, 2 de diciembre de 2019

La repipi


Había una expresión que hace tiempo que no oigo, la de niño repipi. El niño repipi era un niño habitualmente repelente que tendía a expresarse de una forma impropia de su edad y comentar con sesuda seguridad sobre temas considerados “de mayores”.
Una de las características más habituales del niño repipi es que, aunque en un principio podía tener cierta gracia, al final todo el mundo le huía, porque resultaba cargante, repelente y petulante, y el fenómeno solo le hacía gracia a sus propios allegados más incondicionales.
Yo no sé si Greta  Thunberg, se dice así, ¿no?, es una niña repipi natural o repipi de bote, es decir, un montaje familiar o político, pero lo que si se es que a mí ya me resulta repelente, que, desde hace unas semanas, cada vez que el telediario  habla de ella o  de catamaranes, yo directamente cambio de cadena o me levanto y me voy.
Me enerva, me enfurece, me desespera. He dejado de ver, hace ya mucho, cualquier programa que convierte a los niños en los nuevos enanos de corte de los espectáculos. Niños , y niñas, que se visten de adultos, que se comportan como adultos, que se ofenden a sí mismos y a los que les ríen las supuestas gracias para que el espectáculo pueda continuar.
Como en el caso de los niños repipis, primero fue la curiosidad, una niña que se sentía con fuerzas para hacer oír su voz en un entorno que no le era propio induce inicialmente a la simpatía. Pero lo mucho cansa y lo poco agrada, y desde que los telediarios, las conferencias internacionales y hasta la ONU, se han convertido en una suerte de monotema sobre la niña en cuestión, la simpatía se transformó en incomodidad, primero, hartazgo, después, y rechazo frontal en este momento.
¿De verdad el clima, nuestro futuro, nuestro presente, puede quedar en manos de un personaje formado interesadamente? Creo que hay mucha gente mucho mejor preparada que esta artista del circo mediático para, con datos, con estudios serios, con argumentos más allá de la demagogia, liderar un movimiento que va siendo imprescindible.
Todos tenemos que concienciarnos porque la solución no es política, no es ideológica, no es asamblearia, la solución es individual y cotidiana. La solución es un consumo responsable, una utilización de materiales responsable, una conciencia hogareña del problema y de los usos y costumbres que pueden ayudar a que la suma de actitudes suponga un alivio.
No, ni esta niña repipi, ni su hermana, según he leído ayer entrenada por sus padres para convertirse en una activista feminista, ni sus padres, a los que habría que plantearse si retirarles la custodia y la patria potestad, son los adecuados para liderar un problema de este calibre.
No, el rechazo frontal a la repipi no hará que me alinee climáticamente con Trump, con Bolsonaro o con Vox, no al menos de momento, pero lo que no puedo garantizar es que llegada la fase de las arcadas, del asco insuperable, no coja un termómetro de los antiguos, de los de mercurio, y lo vacíe en la basura, a ver si se lo come un pez que lo pesquen en un catamarán en el que viaje alguien insoportable.
¡Mira que cosas me hace decir la repipi esta!