martes, 26 de noviembre de 2013

Santa María de Iquique

Repasaba como tantas veces en mi memoria el disco dedicado a la matanza de Santa María de Iquique por Quilapayún que tanto escuché e influyó en mi adolescencia tardía o primera juventud.  Y lo repasaba no sólo estéticamente si no históricamente. Han pasado 106 años, se cumplen ahora, el veintitantos de diciembre, desde que los trabajadores chilenos de las salitreras fueron asesinados impunemente por intentar salir de una situación de esclavitud encubierta a la que estaban sometidos en su propio país, por empresarios anglosajones protegidos por sus propios políticos. Y además los trabajadores, los muertos, fueron considerados los responsables de su propia muerte.
Y como siempre en este repaso hago una especie de cuadro evolutivo social de la situación de los trabajadores, como si se pudiera comparar la libertad actual con la esclavitud de aquellos hombres que no eran esclavos porque cobraban.
Es verdad que cobraban en dinero no convertible emitido por la empresa y que solo podía gastarse en los establecimientos de las propias empresas donde no había ninguna garantía sobre precios, pesos o medidas. Es verdad que los pobres ilusos vivían en casas que eran propiedad de sus patronos, comían lo que ellos les suministraban y al precio que ellos marcaban, pero sobre todo, astuto matiz, se les pagaba por su trabajo.
Nada que ver con hoy en día. Vivimos en casas que pertenecen a los bancos, nos pagan con el dinero que manejan los bancos que invertimos en pagarles la vida entera que les debemos. Compramos en establecimientos que son propiedad directa o indirecta de los bancos y si tenemos algún problema recurrimos a una legalidad impuesta por la jerarquía económico-política. Pero hay tres grandes diferencias, tres evoluciones claras y definitivas:
1.       Antes los patrones eran personas, interpuestas o reales pero personas, ahora los patrones se esconden tras siglas de fondos de inversión, paraísos fiscales y anonimato recalcitrante y manejan el cotarro a través de sus capataces bancarios: Tal vez no sea una mejora pero es una evolución
2.       Antes los políticos se imponían y superponían a través de elecciones amañadas o directamente por golpes de estado, ahora los elegimos, eso es libertad. Es verdad que solo podemos elegir a aquellos que los bancos les prestan el dinero y luego se lo perdonan y se lo vuelven a dejar… y que nunca, nunca representan lo que quisiéramos que representaran. Pero podemos votar. No vale para nada, los resultados no son representativos, ofrecen unas cosas y hacen otras. Pero podemos votar. Somos libres de equivocarnos inevitablemente.
3.       Yo creo que esta es la más clara de todas las evoluciones. En Santa María de Iquique los representantes de los trabajadores no corrieron y fueron los primeros en caer ante las balas. Hoy en día los sindicalistas corren, corren que se las pelan para alcanzar prebendas, puestos liberados que pagan sus compañeros a los que llevan a huelgas inútiles que a ellos les sufragan y viven integrados en el sistema, y piden el dinero a los bancos que se lo prestan y luego se lo perdonan y se lo vuelven a dejar… Anda! Como a los políticos.
Es de agradecer mucho, mucho, la preocupación de las grandes instituciones internacionales, nacionales, autonómicas y locales por garantizar nuestra libertad y nuestros derechos. Tanto sin vivir merece una recompensa que el populacho desagradecido no es capaz de reconorcerles. Aunque tampoco importa porque están más preocupados en elegir capataces de izquierdas o capataces de derechas, representantes de izquierdas o… bueno o de izquierdas, políticos de derechas o… bueno de centro izquierda. Eso sí mientras tanto los patrones, los de verdad, los que no tienen nombre, ni cara, ni salen en los papeles… un reír y no parar, de verdad, un reír y no parar.

Ah¡, se me olvidaba, esto no es un llamamiento a que nadie sea responsable de su propia desgracia, incluida la muerte, es solo la solitaria reflexión de un estúpido idealista.

viernes, 8 de noviembre de 2013

De la razón y la Sinrazón

Reflexionando  sobre acontecimientos acaecidos en los últimos tiempos me planteaba la posible relación entre la razón y la sinrazón que parece traspasar el mero enunciado antónimo  que inicialmente parece evidente.
Por ser más claro, la falta de razón no es necesariamente una sinrazón y tener razón no evita necesariamente caer en la sinrazón. Parece un lío pero no lo es. La razón se puede obtener por un criterio moral o por un criterio técnico-legal, o por ambos combinados. La sinrazón, que no la falta de razón, se obtiene por una falta de criterio moral o por un ejercicio desmedido de la pretendida razón.
Tal vez parezca un hecho nimio pero no lo es para aquellos que nos interesa la razón más allá de criterios de alineamiento. Cuando alguien evita o bordea, incluso por dentro, los criterios morales para defender la pretendida razón –esa que todos consideramos razonablemente que tenemos-, porque contra el otro que no la tiene todo vale, evita que aunque finalmente la razón sea suya yo pueda solidarizarme con él ya que convierte su acto de reivindicación justa en un acto de reivindicación alineada a la que yo me niego a unirme porque significa que tengo que solidarizarme con él en todos sus planteamientos reivindicativos dada su superioridad, superación, moral.
Voy a intentar poner algunos ejemplos con los que me he encontrado últimamente:
1.       Pretender que ya que yo soy el bueno todo lo que haga es bueno es una sinrazón
2.       Que agite mi trapito de colores menospreciando, incluso llegando a la descalificación o el insulto, a los que agitan otros con colores o dibujos diferentes por el simple hecho de ser diferentes y por tanto errados es una sinrazón
3.       Que asumamos que los políticos mienten pero que los de nuestro signo lo hacen justificablemente es una sinrazón.
4.       Que un colectivo reivindique sus derechos tomando como rehenes a los ciudadanos que no tienen por qué estar de acuerdo con ellos es una sinrazón.
5.       Que unos empleados de limpieza esparzan la basura como acto reivindicativo para demostrar que sus derechos están por encima de los de los demás es una sinrazón
6.       Que la legalidad impida que se haga justicia es una sinrazón.
7.       Que un delincuente no redimido, no arrepentido, no válido para la convivencia se pasee libre es una sinrazón.
8.       Que se llame informativo a un grupo de personas que insultan, intimidan e incluso agreden es una sinrazón.
9.       Que de la formación –esa que rimbombantemente llamamos educación- se haga una cuestión política en detrimento de aquellos que tienen derecho a recibirla es una sinrazón
10.   Que se legisle sobre criterios morales pretendiendo la superioridad moral propia por la detentación de la potestad de hacerlo es una sinrazón
11.   Que convirtamos unas reglas morales en una religión, o anti-religión, y a esta en una forma de coacción/poder es una sinrazón
12.   Que aguantemos estoicamente, y por tanto con complicidad, la actual casta política que ni hace lo que dice ni dice lo que hace es una sinrazón.
13.    Que desde cualquier tribuna se intente justificar la mentira porque los otros también han mentido es una sinrazón. Si esa tribuna se detenta por representación más que una sinrazón es un delito.
14.   Esperar que los que han estropeado algo por su propio interés lleguen a arreglarlo no solo es una sinrazón, es una estupidez.


Pero bueno, tal vez no tenga razón. Eso sí espero no estar cayendo en ninguna sinrazón. 

sábado, 2 de noviembre de 2013

A mi padre

Fijaba sus ojos ansiosos en el paisaje que se desarrollaba a mi espalda, ávidos de sentir como sentidos los superlativos  con los que intentaba compartir conmigo el cielo que veía
. “¡Magnífico¡”, decía describiéndome unas nubes altas y oscuras que asomaban sobre los árboles. “¡Maravilloso!¡”, exclamaba cuando el sol iluminaba los bordes más endebles de la oscuridad y los bruñía. “¡Precioso¡” parecía extasiarse mirando al azul que se resistía a abandonarnos ribeteando el perfil áureo de lo magnífico. Y yo lo miraba y asentía sabiendo que cualquier otro día, cualquier otro pretérito día, no habríamos casi hablado, no hubiera apenas reparado en el cotidiano combate entre la luz y la oscuridad. Tal vez un “muy bonito” convencional que permitiera resonar el silencio que habitualmente, parcos en palabras y vivencias comunes, compartíamos.
Es cierto que los superlativos no eran en principio declarativos de sus sentimientos, no expresaban un impacto emocional ni eran reveladores de una sensibilidad excepcional. Es cierto que sus superlativos son las muletas recurrentes de un lenguaje que se le escapa, de un lenguaje que le hace burla desde, a la, memoria. “Es que ya no se hablar español” nos dice cuando trabucado la idea se le encastra en el órgano intermedio que construye las palabras.
Pero no es menos cierto que más allá de palabras, de sentimientos, de carencias y olvidos sus ojos se fijan con intensidad, ansiosos, golosos, ávidos de imágenes en el paisaje que intenta compartir conmigo y que evoluciona a mis espaldas. Una sonrisa en su cara parca en sonrisas denota la fruición con la que intenta aferrarse  a una realidad que sabe que se le escapa, que sabe que ahora es, que hace tiempo fue y que mañana dios dirá, pero que si existe habrá borrado este hoy que me cuenta con ese entusiasmo entre forzado y sentido para que yo lo guarde en nuestras memorias. Para que la mía que guarda con celo cada uno de los instantes compartidos de un tiempo a esta parte se las rememore a su vacío.
Tal vez mi magnifico, precioso, maravilloso no resuenen con el énfasis necesario. Tal vez mi falta de ausencia de memoria no consiga transmitir la grandiosidad del paisaje cotidiano ni despierte aún en los que me escuchan el eco que la falta de esperanza pone cuando él lo hace. Tal vez he de esperar algún tiempo, otros años, para que otros entiendan lo que ahora digo. Pero hay una cosa que quiero transmitir en superlativo, en superlativo bajito y quedo, sentido y vergonzoso, susurrante, que diga sin que se oiga, que exprese sin que se explaye, que sea íntimo y vigoroso, y es el sentimiento profundo, tierno, ¡magnífico¡, ¡maravilloso¡, ¡precioso¡, que me inunda cuando estoy contigo.


A mi padre. en una terraza junto a Espartero. Madrid, 2-11-2013