domingo, 26 de marzo de 2017

A beneficio de los huérfanos y los pobres de la sociedad

Hay días, desgraciadamente muchos, en que viendo lo que me rodea me pregunto hasta donde va a llegar  la miseria moral de la sociedad en la que convivo. Hasta donde podremos alargar esta decadencia muelle e insana, este retorcimiento culpable de los valores que nos traemos de un tiempo a esta parte y que me lleva, a pesar de mis esfuerzos, a aborrecer por igual a personas e instituciones, obras y dejaciones.
No puedo concebir con qué criterio esta sociedad, sus miembros, creen haber descubierto una suerte de fuente de la eterna juventud, pero solo para ellos, solo para aquellos que creen, posiblemente yo también tuve mis momentos, que los viejos ya nacen así y con la única misión de entorpecer, de fastidiar, de impedir la natural evolución de la juventud.
No he empezado estas palabras con el propósito de hacer una análisis de edades, ni siquiera con el de reivindicar papeles, pero permítaseme, aunque sea de forma ocasional, apuntar que todas las sociedades pujantes, fuertes y con futuro contrastado, han partido de equilibrar la fuerza de la juventud y la prudencia de la experiencia, renuncio aposta al término equívoco de sabiduría.
Pero hablemos, que es lo que realmente pretendía, de Justicia, no de justicia reglada y formal, no de justicia penal, civil o laboral, hablemos de justicia social, hablemos del delito de lesa humanidad que esta sociedad comete segundo a segundo de su existencia. Hablemos de acaparación, de avaricia desmedida y de abandono, de abandono cruel y culpable.
Porque abandono cruel y culpable, abandono miserable moral y éticamente es el que esta sociedad perpetra contra sus mayores a cada instante de cada día. Porque abandono lamentable por sus términos y su profundidad es el que sufren los mayores de esta sociedad, los discapacitados de este país, y me consta que de otros, cuando llegando a la edad en la que esperan que se les devuelva en forma de atención y cuidados que les son, no necesarios, imprescindibles se sienten abandonados, ninguneados, estafados, maltratados.
¿Cómo puede una sociedad permitirse, amparada en sus estructuras y criterios burocráticos, mirar para otro lado mientras algunos de sus miembros más débiles y necesitados malviven, malmueren, en condiciones infrahumanas? ¿Cómo puede permitir la soledad, la incapacidad, la discapacidad, la necesidad que personas sin recursos por edad, por formación, por vivencias sufren cada día y ampararse en un trámite burocrático, en un impreso, en una miserable y cochina mirada social para desentenderse del problema?
Pero si esta mirada sucia, inhumana, indecente, de la sociedad provoca en mí el desprecio más absoluto ese sentimiento se convierte en rabia y frustración cuando además me fijo en el agravio comparativo que ciertas informaciones, ciertas exhibiciones diría yo, ponen habitualmente ante mis ojos.
Es triste que la sociedad no sea capaz de demandar, de proveerse, de unos mecanismos que impidan el enriquecimiento abusivo de unos pocos frente a la necesidad de unos muchos. Es triste pensar, y más vivir, el abandono de nuestros mayores, de nuestros discapacitados de cualquier edad, de nuestros enfermos, de nuestros abandonados a su suerte. Y digo nuestros, en general, porque si nuestros fueron los beneficios de su trabajo, de su discurrir vital, de su inteligencia o torpeza, nuestras son ahora sus cuitas. De todos, de la sociedad.
Pero con ser triste, lamentable, indigno, me gustaría reflexionar sobre ciertas preguntas que acuden a mí cabeza cuando me cruzo, prácticamente a diario, con hechos que mi conciencia no consigue asimilar. Y para plantearlas y que sean comprensibles establezcamos una medida base, la pensión mínima de jubilación: 637,70 euros al mes. Si, insuficiente para vivir dignamente, miserable, pero es lo que hay y nos va a permitir poner en cifras nuestra reflexión moral.
¿Puede una sociedad sana, medianamente equilibrada y con valores, permitir que exista una lista, hablo de la lista Forbes, en la que el señor más rico de este país acumula un capital equivalente a 111.337.619,60 pensiones mínimas mensuales? ¿O sea la pensión anual de 7.952.687 personas viviendo en necesidad? ¿Posiblemente algunos de ellos con discapacidades que no pueden solventar por carencias económicas?
Claro que si en vez de coger solo a uno, tomamos los datos de los 50 más ricos del país podremos comprobar que acumulan 278.751.764,15 pensiones mínimas mensuales, o podrían pagar  una anualidad entera de miseria a 19.910.840 necesitados.
Aunque ¿qué podemos esperar de una sociedad que permanentemente saca en los papeles, y hace sus ídolos, a unos niños mimados que, por poner un ejemplo, exhiben periódicamente sus coches nuevos, uno más además de los que les regalan, con cuyo precio se pagarían 3.753 mensualidades de necesidad? O por ponerlo en otros parámetros, y hablando de uno concreto, ¿que por dar patadas, eso sí, muy eficazmente, a una pelotita gana cada minuto lo mismo que 146,5 personas necesitadas en un mes?
Posiblemente tampoco eso sea para escandalizarse si hay corporaciones, empresas, administradoras de, en realidad que comercian con, bienes de primera necesidad como la energía que mientras cortan el suministro, gas y electricidad necesarias para preparar los alimentos, para la higiene y  combatir el frío, a personas en estado de necesidad se permiten declarar, solo una de ellas, beneficios en 2013 por un importe de 8.395,41 pensiones mínimas mensuales con las que esas personas podrían alimentarse y, es posible que, hasta pagar los servicios que les hubieran prestado con unas tarifas más justas.
Y es que una sociedad que hace de la necesidad de los pobres el beneficio de los ricos es una sociedad, no injusta, no desequilibrada, miserable e indigna.
Por cierto, y que no se nos olvide, qué  podemos esperar de un Estado que emplea en su órgano recaudatorio principal, en su burocracia y su faceta coercitiva, 228,600 pensiones mínimas mensuales, insuficientes, patéticas. Es verdad, si además hablamos de las remuneraciones y prebendas de toooodos los cargos públicos, semipúblicos, de favor y beneficiados la cara se nos puede caer de vergüenza. Se nos debería de caer de vergüenza o podrida por el llanto de la impotencia y la pena por los miles y miles de conciudadanos que conviven su miseria, su necesidad, a nuestro alrededor. 
Recuerdo, como no, aquella canción del grupo “Desde Santurce a Bilbao Blues Band” que hablaba de la fiesta que daba la marquesa en la que los invitados bebían, comían, vomitaban y flirteaban a beneficio de los huérfanos. Al día siguiente:

A las 10 de la mañana
los huérfanos trabajaban.
Y los pobres mendigaban.
Los invitados... RONCABAN
Pero todo ello era…


A beneficio de los huérfanos,
los huérfanos, los huérfanos
y de los pobres de la capital



Es posible que alguien confunda esto con un manifiesto comunista, revolucionario. No, no lo es. Y no lo es porque no creo que exista la igualdad absoluta ni creo en el absolutismo necesario para intentarla. Pero si creo que mientras se codeen la necesidad y el lujo, mientras convivan miseria y riqueza habría que intentar, habría que lograr un sistema que además de marcar la miseria mínima con la que puede castigarse a los ciudadanos también legislara la opulencia máxima con la que puede ofenderse a los necesitados. Salario mínimo frente a beneficio máximo. Eso sí sería Justicia Social, convivencia ciudadana, Ética humanitaria. A beneficio de los huérfanos y de los pobres de la sociedad.

martes, 21 de marzo de 2017

En el cielo están preocupados

En el cielo están preocupados. No sabemos, porque el tiempo del cielo, como es del dominio público, es diferente al tiempo en los lugares mortales, desde cuando, pero la preocupación es evidente. Movimientos inusuales e inusualmente acelerados en los despachos cercanos a la cúpula, corrillos que se hacen y se deshacen con los ceños fruncidos, gestos de perplejidad, que si en la tierra siempre resultan preocupantes en un entorno donde todo se sabe no son preocupantes, son apocalípticos.
Como empezaba diciendo, en el cielo están preocupados. Nadie entiende que pasa con San Jorge. Hay quién dice que el dragón, con su última llamarada, ha conseguido penetrar en su espíritu, hay quién habla de salidas a escondidas del cielo para reunirse con sabe dios, que debería de saberlo, quién, a sabe dios, que seguro que lo sabe, donde. Se murmura que algunas veces ha dejado rastro de elementos propios del Planeta Tierra a su vuelta.
En el cielo hay dimes y diretes, hay idas y venidas, hay preocupación por los trajines de San Jorge. Pero, y se me perdonará la irrespetuosidad, el problema es que en el cielo se lee poco, o, para ser más exactos, nada.
Porque si en el cielo se preocuparan de leer algo, o siquiera de sintonizar, que para ellos es gratis, cualquier canal de radio o televisión y oyeran las noticias, estarían, entonces sí, preocupados y con motivo.
Porque no puede ser casualidad. Seguro. No puede ser más que un plan astuta y arteramente concebido. Un plan arriesgado sin duda ya que la última vez que alguien en el cielo hizo un movimiento de este tipo acabó compartiendo espacio con el mismísimo Satanás.
San Jorge está preparando todo para pedir un cielo independiente. Estoy convencido. No puede ser casualidad que aquellas tierras en las que él es el patrón, protector y garante de sus destinos, estén enzarzados en proyectos de cariz rupturista.
Sí, es verdad que tanto Cataluña como el Reino Unido llevan siglos de historia dando la matraca con sus hechos diferenciales, y su pretensión de estar unidos a proyectos mayores aunque solo para lo que a ellos les parezca bien, pero, y como decía al principio de esta reflexión, el tiempo en el cielo discurre de otra manera, y lo que a nosotros pueden parecernos siglos a ellos no tengo ni idea de cuánto puede parecerles. Poco, seguro.
Y en la Tierra, también estamos preocupados. No hay más que observar, escuchar, alrededor y el tema es omnipresente. ¿Veis? Como en el cielo, omnipresente.
Cuanto más lo pienso más convencido estoy. Toda la culpa es de San Jorge, o del dragón si hacemos caso a las teorías conspiratorias. No en vano el dragón, hasta estos tiempos en que los animales son los buenos en todo, siempre ha sido una representación del mal, de la destrucción, del fuego que todo lo arrasa.
Pobre San Jorge, tal vez algún santo amigo debería de hablar con él y explicarle lo que es evidente para cualquier estudioso de los asuntos humanos. Esa manía de no leer que tienen en el cielo, de saberlo todo al mismo tiempo, tal vez los hace perder la perspectiva temporal. Alguien debería explicarle que desde que dios hizo ¡bum! y el universo, o los universos, empezaron a expandirse, la tendencia general es que todo vuelva al origen, a la unidad. Aquello del alfa y el omega.
Y sería conveniente, incluso necesario, que quién se decidiera a hablar con el bueno de San Jorge lo hiciera antes de que dios decida salir de su habitual ensimismamiento, porque entonces, posiblemente, ya no tenga solución.

En fin, que en el cielo están preocupados, de una forma, y en la tierra también, aunque sea de forma diferente. ¿Y yo? Pues también estoy preocupado, por ellos, fundamentalmente, por San Jorge, por Cataluña y por el Reino Unido,  claro que siempre puedo gritar eso de ¡Santiago y cierra España! Y es que al fin y al cabo siempre es un consuelo tener como patrono a un santo más preocupado de unir que de otras veleidades.

lunes, 13 de marzo de 2017

Nos engañan como a chinos

Parece ser que también la realidad nos la tienen que contar desde fuera, la alimentaria al menos. Tal vez haya que empezar a pensar que en España, al menos en lo que a alimentación se refiere, ni compramos, ni valoramos, ni legislamos, ni nos queremos enterar de nada salvo que nos lo etiqueten, valoren, legislen o expliquen desde fuera del país.
Hace ya mucho tiempo, y ya sé que parece un cuento pero no lo es,  que muchos de los que nos preocupamos por el mundo de la alimentación en cualquiera de sus variantes venimos denunciando que no sabemos qué es lo que comemos, que la legislación sobre la forma de etiquetar los alimentos es tan permisiva, en realidad tan sesgada y favorecedora de las grandes industrias, que las de lo que compramos están llenas de cifras y números que no significan nada para el usuario que se siente indefenso y se resigna a comer lo que le venden porque, salvo que tengas parientes en el pueblo, una cierta formación en el arte de comprar y/o la posibilidad de desplazarte para comprar los alimentos en origen, comemos lo que nos dan, ponga lo que ponga la etiqueta de marras que entre fórmulas y traducciones aviesas de la etiqueta de origen acaban por no tener otro sentido para la mayoría de consumidores que el que pueda tener un capítulo de química aplicada.
Si somos lo que comemos, e indudablemente lo somos, está perfectamente claro por qué la situación de la salud general de los españoles se ha deteriorado, y sigue deteriorándose, de una forma tan evidente en los últimos años.
Habrá quién considere que basta con entrar en internet y “enterarse” de a qué sustancias corresponden las siglas y números de conservantes, colorantes, excipientes, potenciadores y demás elementos extraños que a día de hoy pueblan una etiqueta de cualquier alimento básico, y eso, si al final hay algo del alimento que inicialmente queríamos comprar, pero tal vez para esos “enterados” haya que reflexionar dos verdades no siempre contempladas respecto a ese acceso a la información: El primero que no todo el mundo sabe acceder a la información, algunos ni siquiera a la herramienta. Segundo que la información que existe en internet es tan basta e incontrolada que sobre cualquier tema o producto puedes encontrar miles de páginas que digan una cosa y otras tantas que digan la contraria. Distinguía el Doctor Zarazaga en una conferencia entre aprendices, diletantes, expertos y frikis en cuanto a la capacidad de entender, de desentrañar y asimilar la información que proporciona internet. Y desgraciadamente la experiencia nos dice que ganan de largo los diletantes y los frikis. Personas que acceden a la información y no son capaces de filtrarla por falta de preparación o que simplemente se preocupan de acumularla sin llegar a extraer conclusiones.
Todos conocemos a alguno de esos iluminados que defiende a ultranza la ingesta masiva de agua, de vegetales, de ciertos tipos de dietas y contra dietas que hacen de su vida un infierno obsesivo. Un infierno obsesivo y lesivo porque el daño no está en la forma de alimentarse, si no en los alimentos mismos. En los productos con los que se tratan las frutas, las verduras, las hortalizas maduradas artificialmente para darles un aspecto más iluminado y que no siempre son tolerables por el metabolismo. De las hormonas y engordantes que contienen las carnes y los pescados. Y también el agua contiene sales, sustancias, para hacerla más potable y resistente a la contaminación exterior.
Me contaba mi mujer que había dejado de comprar carne picada en determinados establecimientos cuando comprobó que la etiqueta de contenido de esa carne tenía una lista de ingredientes tal que no entendía si al final aquello llevaba carne o no. Claro, la carne picada debería de contener carne, y tocino opcionalmente, nada más. Tal vez carne mezclada que es una opción para abaratar el producto, pero carne. La etiqueta debería ser clara e inmediata para cualquiera que supiera leer. Pero no lo es.
De todas formas, si alguien quiere hacer un acercamiento a la  ciencia críptica del etiquetado, el mejor ejemplo es hacerse con un producto lácteo. Entre lo que pone la etiqueta, lo que dice la descripción que le han puesto y que le han quitado, solo queda preguntarse: ¿Y qué coño es esto? Y perdón por el exabrupto.
¿Leche sin lactosa? Y eso, ¿Qué es lo que es? ¿Algo sin lactosa sigue siendo leche? Pero si además pasamos a la verificación matemática aún es peor.
Póngase el usuario en un lugar de una gran superficie en la que domine todo el catálogo de productos lácteos: leches, quesos, batidos, postres, mantequillas, yogures, natas, zumos mezclados… y calcule, a groso modo,  la cantidad de litros de leche necesarios para obtener las existencias. Sume los que habrá en el almacén, multiplique por el número de establecimientos de la cadena en su lugar de residencia, por el número de establecimientos menores y de otras cadenas, por los que hay en su provincia, en su comunidad autónoma, en su país, y en todos los países del mundo. Divida, que no todo va a ser multiplicar, por el número de días medios de caducidad de los productos. ¿Cuántos millones dice?, pues ese sería el número de litros diarios necesarios para abastecer los productos que usted está viendo. Aplique todos los coeficientes reductores que estime oportunos, a mí se me ocurren varios. Sume el número de litros necesarios para alimentar a las nuevas generaciones mamonas de las especies correspondientes y hágase una pregunta. ¿Dónde están las vacas? ¿En qué remoto lugar del planeta, o del espacio exterior, están los animales necesarios para producir esa animalada de litros diarios? Si sumamos las producciones declaradas de todos los países del mundo mundial, ¿salen las cuentas? No, no salen. Las conclusiones se las dejo a Usted.
¿Que los quesos saben todos igual? ¿Que la mantequilla sabe casi igual que la margarina? ¿Que los yogures salvo por que son ácidos, no saben a yogur? Ya, pero los seguimos comprando, o, si usted quiere quedar más resignado e inocente, nos los siguen vendiendo.
Claro que también podemos hablar de la miel. También podemos contar cómo los productores españoles llevan ya un tiempo quejándose de que tienen sus almacenes repletos de miel de altísima calidad en tanto se importa de china de forma masiva un producto melifluo que no respeta el análisis más básico para ser llamado miel pero que es el que se comercializa con ese nombre en los establecimientos correspondientes. Eso sí, es mucho más barato. ¿No es miel?, no, claro, no es miel pero se etiqueta como tal, se oferta como tal y se cobra como si hubieras comprado tal. ¿Qué es?, yo no lo sé, no soy ni químico, ni técnico alimentario para poderle dar una descripción real, pero sí sé lo que no es. No es miel.
Pero todo esto ya lo sabíamos. Lo sabíamos hace años, lo sabíamos y lo hemos consentido con nuestro silencio, con nuestro consumo, con nuestra vida y con nuestra salud. Tal vez ahora que Cristophe Brusset, un francés, un ingeniero agroalimentario que ha trabajado desde su licenciatura en la industria alimentaria, publica un libro titulado “¡Cómo puedes comer eso!” sobre los fraudes alimentarios, y sus consecuencias, que ha conocido a lo largo de su carrera y que persisten en la actualidad, alguien piense que es el momento de hacer algo que beneficie al consumidor. O tal vez sea hora de que el consumidor se dé por enterado de lo que sucede y empiece a tomar determinaciones que lo lleven a una mejora de su calidad de vida, de su calidad alimentaria y de su salud.
En la situación actual, y si realmente somos lo que comemos, no es raro que no sepamos ni lo que somos.
Pero, ¿Habría alguna solución inmediata? La hay, pero supone un cambio total y absoluto en el planteamiento actual del consumidor, en su forma de llenar la cesta de la compra.
Primero, formación. Aprender qué productos son de temporada, de cercanía, cuales son frescos y cuales congelados. Cómo distinguir un pescado fresco de uno pasado, una carne engordada artificialmente de una engordada naturalmente. Distinguir productos naturales de productos elaborados. Aprender y aplicar a la compra. No solo es saludable, puede ser interesante y divertido.
Segundo, reeducación. Aprender que respetar los ciclos de producción a la hora de consumir permite productos con mayor sabor y más saludables. Aprender que los productos brillantes o sin mácula no son necesariamente los más frescos o más saludables. Acomodar nuestra alimentación a los productos disponibles en cada época y cada lugar y acceder a productos lejanos o intemporales solo de forma menos ordinaria.
Tercero, presión. No consumir nunca aquello que no entendamos claramente qué es, de donde procede, cuándo se ha cosechado, matado, pescado o producido. En qué condiciones de engorde o maduración se ha puesto en consumo. No consumir jamás y divulgar cualquier fraude de etiquetado o identificación que detectemos, sea de productor o de comercializador. Boicotear sin piedad a los que juegan con nuestra salud para su mayor beneficio.
Sí, es verdad, es más cómodo bajar al hiper, llenar la cesta sin pensar y quejarnos luego de como sabían las cosas cuando éramos más jóvenes, no hace tanto. Cuando comprábamos en la tienda de ultramarinos del barrio regentada por un vecino del mismo. Cuando el pan venía aún caliente de la tahona en cestas que esparcían el aroma de pan recién horneado por los alrededores, no congelado como ahora. Cuando ciertas partes de la calle olían a vaca, porque había una vaquería. Cuando las frutas sabían, los tomates sabían, se sabía que había melocotones en la frutería porque olían. Cuando los sentidos del paseante participaban de los aromas alimentarios del barrio. Cuando la mantequilla flotaba en los boles con agua y rodaja de limón de las mantequerías. Cuando el tendero, sin etiquetas, te decía qué variedad era, de dónde venía, cuando se había cogido y, casi, casi, el nombre del agricultor, del ganadero, del pescador.

“Nos engañan como a chinos”, dice la expresión popular y yo miro alrededor y veo a todos con los ojos rasgados.

martes, 7 de marzo de 2017

En defensa de los valores

“Todos, todos me miran al pasar, menos lo  ciegos, es natural” y mi sensación actual es que estoy rodeado de ciegos, de los peores ciegos que  existen, los que no quieren ver.
Al parecer esta ceguera que se ha apoderado de la sociedad de unos años a esta parte, pero que aún debería de ser reversible, se desarrolla de una forma insidiosa, paulatina, casi voluntaria, de tal forma que el ciego lo acaba siendo por su propia determinación.
Empieza viendo solo la realidad que le rodea con un solo ojo, el que le marca su ideología, mientras cierra el otro cada vez con más fuerza hasta que, víctima de la misma inoperancia, del sistemático olvido de la función se desconecta definitivamente y  produce una ceguera parcial en el individuo que a partir de ese momento no tendrá más opción que seguir mirando sesgado.
Aunque esta pérdida pueda parecerle a algunos irrelevante e incluso conveniente a otros, la verdad es que realmente es irreparable porque ciertos valores solo son apreciables, solo son aceptables desde una perspectiva de visión dual. Esos valores dañados, olvidados, perdida la perspectiva son además los valores fundamentales que todo hombre de bien debería de defender por encima de sus propias y parciales convicciones: La Justicia, la Verdad, la Solidaridad, la Libertad y el Respeto.
Ninguno de estos valores es defendible si el individuo se empeña en mirar con un solo ojo y olvida que hay siempre, siempre, otra perspectiva de cualquier suceso o problema que es, como mínimo, tan válida como la suya.
La Libertad que hay que defender no es la propia, es la ajena. La solidaridad que hay que practicar no es con los que nos son afines, si no con los que nos son ajenos. La Justicia que hay que lograr no es la que dicta lo que yo creo si no la que preserva la inocencia en su máxima posibilidad. La Verdad que tenemos que buscar no es la que hace a unos mejores que a otros si no la que nos permita ser  a todos iguales. El respeto que tenemos que sentir, no el que practicamos, si no el que nos tiene que salir de dentro, el que nos permite escuchar las ideas de los demás, aunque sean contrarias a las nuestras, con la misma ecuanimidad y atención, o mayor según el grado de perfeccionamiento, con la que ellos deberán de escuchar las nuestras.
El problema es que si nos fallan estos valores lo único que lograremos será un mundo uniforme, gris, sin alegría y sin las características mínimas necesarias, sin el entorno imprescindible para que un individuo pueda considerarse diferente de otro. Claro que esto tiene un nombre, totalitarismo.
No puedo evitar cada vez que me asomo a las redes sociales sorprenderme de la bajeza que practican sectariamente personas que en la vida real, en el encuentro físico me parecen personas inteligentes y razonables.
Supongo que el anonimato, aunque sea nominal, del ordenador, el no estar físicamente sosteniendo lo dicho hace que muchas personas, insisto inteligentes, aparentemente ecuánimes, comprometidas con los valores, entren en una atroz carrera por decir la burrada más ocurrente, la patochada más soez e innecesaria, la barbaridad más insostenible, la irrespetuosidad más miope sobre los más diversos temas y personas, sin darse cuenta que lo mayores reos de sus disparates son ellos mismos y su credibilidad.
No dudo, en realidad estoy convencido, de que como los avaros de los cuentos su única satisfacción será frotarse las manos mientras recuentan los me gusta y los comentarios huecos y lisonjeros que responden a sus palabras.
Yo, que pretendo seguir siendo yo y para eso necesito que los demás sigan siendo los demás, todos, sin excepción, me declaro reo de mis palabras, sean escritas orales, firmadas o sin firma, porque mi único interés es la preservación y perfeccionamiento de los valores individuales fundamentales. Verdad, Justicia, Solidridad, Respeto  y como consecuencia Libertad.

sábado, 4 de marzo de 2017

Reflexión sobre la libertad de expresión

Empiezo a pensar, y después de leer a Fernando Savater parece que no soy el único, que además de ocultarnos sistemáticamente la verdad nos toman por tontos. Yo, por lo de pronto, me niego a ser adoctrinado ni por lo público ni por lo privado.
Sostener que un mensaje que es de primero de primaria, que un mensaje que se limita a hacer una descripción biológica de la diferenciación natural de los sexos, se puede considerar ofensivo, o que puede incitar a la violencia, es cuando menos preocupante.
No dudo, no tengo por qué, que el fondo de la campaña, o la intención, del ya famoso autobús, permítaseme felicitar a quién lo ideó porque nunca pudo sospechar que su mensaje, y el medio de difundirlo, iban a alcanzar la repercusión mediática que han conseguido, sea contrario a las tesis de ciertos colectivos, pero de ahí a hablar de incitación al odio media un abismo.
Parece ser que la moda y tendencia es cogérsela con papel de fumar cuando se analizan los mensajes de un lado del espectro político y considerar como ofensa y afrenta cualquier idea que tengan a bien propalar, mientras existe barra libre del otro lado. De tal forma que parece ser que la libertad de expresión solo es válida cuando se ejerce desde ciertas posiciones ideológicas y, al menos a mí, eso me parece absolutamente rechazable, y muy, muy, pero que muy preocupante.
Casi nadie, yo al menos apenas lo he oído, ha explicado que esta campaña del ya famoso autobús es una respuesta a otra campaña de signo contrario promovida en Vitoria, con los mismos colores, con grafía semejante, y con difusión en las paradas de autobús de esa ciudad, y de Gasteiz.
No es lo mismo a la hora de valorar lo sucedido el hecho de que el autobús sea una iniciativa única y gratuita a que sea una respuesta a otra iniciativa sobre el mismo tema que nadie ha contestado ni puesto en cuestión. O sea que sobre el mismo tema dos organizaciones se posicionan con el mismo tipo de mensaje pero contrapuestos y ¿uno incita a la violencia y otro es libertad de expresión? No suena bien, no me parece convincente.
Entre el mensaje de una  -“Hay niñas con pene y niños con vulva, así de sencillo”, de Vitoria Gasteiz- y el mensaje de la otra –“Los niños tienen pene. Las niñas tienen vulva. Que no te engañen”, de Madrid- yo no veo más diferencia que la evidente de que el segundo mensaje es de primero de primaria y el primero tal vez sea de secundaria.  Porque si yo fuera un niño, cosa ya imposible, y leyera los mensajes, el del autobús lo entendería a la primera y sin dudas ni desconcierto, pero el de las vallas publicitarias de Vitoria-Gasteiz requeriría de las explicaciones de un adulto para las que a lo mejor no estaría preparado. Bueno, por ser más exactos, puede que el niño no esté preparado, o incluso que el que no esté preparado sea el adulto para darlas, y entonces vendrán el fomento del odio y la intolerancia. Claro que lo mismo me entraba el furor científico y me ponía a hacer una masiva prueba de campo bajando pantalones y ropas interiores a diestro y siniestro. El resultado de tal prueba de campo me llevaría a dos conclusiones, la primera empírica que no entiendo a qué se refiere el cartel porque lo comprobado visualmente no cuadra con el mensaje, efectivamente, así de sencillo. La segunda, ¡ay pobre de mí! que una parte de la sociedad no comparta, ni comprenda, ni apruebe, mi entrega a la ciencia y pueda acabar metido en problemas y con alguna parte de mi cuerpo contusionada. La gente en ciertas cuestiones es muy suya.
Convencer debe de ser el objetivo y no vencer porque este no es un tema, por más que ciertas posiciones ideológicas lo pretendan, que se deba de confiar al adoctrinamiento, a la imposición, antes bien debe de ser objeto de formación para que permita un desarrollo natural y no conflictivo en la sociedad. Si es que lo que se pretende es integrar y no enfrentar que es lo que al final se está consiguiendo.


Acallar mediante la persecución, el insulto y el aplastamiento toda opinión contraria cualquier idea propia es una forma de adoctrinamiento que solo puede conducir al odio y al silencio conspiratorio de esas posiciones. Yo por lo de pronto alzo mi voz contra ese sistema de totalitarismo ideológico lesivo para la sociedad y para su formación, y olvido, a propósito, y con rabia, el posicionarme personalmente sobre el tema de fondo porque lo de lo que se trata es de las formas, que aunque parece que no son importantes lo son cuando hablamos de convivencia. Por eso y porque en el ambiente actual posicionarme sería una forma patética y poco convincente de intentar justificar lo que pienso y me niego. Yo tengo derecho a pensar por mí mismo e incluso, en ciertas ocasiones, a discrepar de los que piensen parecido.
Y ahora, para acabar de explicarnos a los ciudadanos que es lo correcto y que es lo incorrecto, leo con asombro que una empresa cervecera catalana y la ciudad de Valencia piensan sacar su propia campaña contra el autobús. Espero que sean prohibidas con el mismo rigor y la misma contundencia o simplemente los ciudadanos de a pié, los independientes, los librepensadores estaremos en el camino de perder de nuevo una batalla. Y no es una batalla menor la de defender la ecuanimidad y la auténtica libertad de expresión.

Y además, y por ende, empiezan a surgirme dudas. ¿Qué tiene que ver la cerveza con la transexualidad? ¿Mi posición en este artículo se debe a mi nula ingesta de la tan rubia y espumosa bebida? Un sin vivir, oiga, un auténtico sin vivir esto de no poder estar de acuerdo ni siquiera con las propias ideas. Ya lo decía Voltaire, que el ideal democrático es ser capaz de defender las ideas ajenas por encima de las propias convicciones. ¿Qué quien es Voltaire?, esa es otra.

"No sé por qué piensas Tú, soldado que te odio yo" escribía Nicolas Guillén, cantaba, si no recuerdo mal, Facundo Cabral, "Si yo soy tú y tú eres yo". Esto si sería democracia, utopía democrática. Demasiado para algunos.