domingo, 28 de mayo de 2017

Una vez al año

Sí, es verdad, hay un dicho que afirma que una vez al año no hace daño, pero también hay otro que dice que del dicho al hecho hay mucho trecho. Así que sentadas las bases incuestionables de esta reflexión vamos a meternos en harina.
Ayer, como todos los años, como cada año, se celebró la final de la Copa del Rey de fútbol y casi como cada año había representación de equipos vascos o  catalanes en ella, y como cada año, cuando estos equipos de estas localizaciones geográficas participan en la final, se produjo la ya tradicional pitada al himno español.
A mí, personalmente, me importa un ardite el himno en cuanto símbolo que sirve para marcar separaciones entre los hombres.  Es más, me importa básicamente lo mismo que los pitadores y sus pretendidas pretensiones territoriales. Un ardite. Pero hay ciertas consideraciones en el tema que, sin embargo, sí me importan. Es más, para mayor jolgorio de bobos, me indigna. Porque si hay algo que me indigna, que me hace posicionarme, es la falta de respeto. La falta de respeto y de educación, suponiendo que pudieran separarse. Y ya llegados a este punto y puesto a posicionarme yo lo haré a favor del pitado por dos motivos fundamentales, porque los pitadores son menos y buscan ser distintos y porque nunca puedo estar a favor de los que están en contra.
No sé si solo sucede en este país, me temo que sí. No consigo entender que extraño mecanismo, es evidente que en mal funcionamiento, nos hace pensar que el primer paso para reivindicar algo es denigrar lo del contrario. Que el primer argumento para estar a favor de algo es estar contra lo contrario.  Que la primera razón para posicionarse es situarse en la sinrazón. Me temo que puede ser un problema de la falta de inteligencia, o de criterio, en la que nos educan.
Claro que también puede que consideren que es una broma, una broma de mal gusto que solo comparten unos pocos. Y que lo hacen solo por molestar, solo porque hacerlo molesta a algunos que ellos consideran los malos. ¿Qué menos pueden hacer los buenos que molestar a los otros?
Sea cual sea finalmente la motivación el único problema, el único resultado, de toda esta historia que se repite año tras año, una vez al año para mayor rechifla de unos y mayor cabreo de otros, sean quienes sean los malos, sean quienes sean los buenos, si es que alguien puede considerarse bueno en estas circunstancias, es que tenemos un país de maleducados, es que tenemos un país en el que las instituciones no se preocupan más que de los suyo. Los ciudadanos, la defensa de los espacios comunes y los símbolos que los identifican, les importan lo que a mí, un ardite. Con una diferencia, yo no me represento ni a mí mismo y ellos han sido elegidos para representar a todos los ciudadanos de este país y defender y preservar lo que los identifica. Aunque posiblemente no tengan tiempo, ni ideas.
Si no recuerdo mal existe una película que se llama “La Mala Educación”, no recuerdo cual es la historia, pero para mí, sin duda, la exhibición anual de mala educación es la que hacen ciertos energúmenos con la excusa de un posicionamiento político y la certeza de una absoluta falta de criterio moral, político e incluso  racional.

Espero que si alguno lee esto se ría mucho, se ría con ganas, porque eso es lo que hace un mediocre cuando se le enfrenta a sus carencias, reírse con la suficiencia que la ignorancia provee.

Vivir sin vivir en ti

Hola papá. Hace tiempo que no te escribo, hace tiempo que el tiempo, para ti y para mí, transcurre pero no pasa. Hace ya meses que vivimos una permanente espera, una espera que se debate entre la rutina de que no pasa nada y el permanente sobresalto de que pueda pasar algo, porque, desgraciadamente, cualquier evolución que pueda acontecer será para peor.

Le preguntaba el otro día al neurólogo si esos chispazos de lucidez que aparentas suponen que eres consciente de tu situación. La respuesta supuso un doble sentimiento, el de resignación y el de alivio.

No, papá, ya nuca podrás saber por los mecanismos comunes de leer lo que escribo que es lo que te cuento. Ya no queda en ti ni siquiera un breve atisbo que te permita asomarte a este mundo tal vez paralelo, tal vez tangencial, pero sin espacio común con el que tú habitas.

Si, papá, es sin duda triste saber que lo único que podemos aportarte es el cariño, el cuidado, la atención que podemos prestarte sin esperar otro agradecimiento, que tampoco necesitamos, sin conseguir otro logro que hacer que te sientas un poco mejor día a día en tu solitaria excursión de lo que te sentirías si no los tuvieras. Pero en compensación tenemos el alivio de saber que no hay ninguna posibilidad de que seas consciente ni por un segundo del estado en que tu enfermedad te está sumiendo. De saber que esas chispas de consciencia, de aparente consciencia, que nosotros detectamos no son más que conexiones neuronales casuales sin ningún trasfondo de verdadera lucidez.

Hace poco hablaba en la radio de tu problema, porque si yo sé algo de tu enfermedad, papá, no es más que lo que aprendo al estar contigo, al luchar con tu situación y las circunstancias que la rodean, las personas, las instituciones. Sobre todo las instituciones papá, enredadas en una burocracia que lastra cualquier posibilidad de funcionamiento. Confinadas en una burocracia que las hace llegar siempre tarde, casi siempre mal y  a veces nunca. Como esas ayudas que llegan cuando el solicitante ya ha muerto, cosa que sucede más de lo que sería conveniente. Iba a poner deseable, papá, pero lo deseable es una administración con la determinación de ir por delante de las necesidades de sus administrados y no siempre por detrás.


Y en esas estamos, papá, entre la desidia de lo inalterable y el temor a la novedad. Un sin vivir, papá, o, en tu caso, un vivir sin saber que vives. Un vivir sin vivir en ti.

jueves, 25 de mayo de 2017

Una historia, un suceso

Es difícil enfocar historias como esta, y le llamo historia y no suceso porque aunque la acción no tiene recorrido es consecuencia de un despropósito social continuado. Y lo lamentable es que pinta un futuro inclemente, incómodo, inhumano.
En un lugar cualquiera un anciano va a la farmacia a por sus medicamentos y los de su esposa, enferma de alzheimer. Camina con cierta dificultad, con ayuda de algún artilugio, y hace el mismo recorrido por el barrio que tantas otras veces. Llega a un paso de cebra, de esos en los que la ley obliga a los conductores a parar para que los peatones crucen con tranquilidad, que no con parsimonia desafiante que hacen algunos débiles mentales, ni con abstracción en el móvil desquiciante que hacen otros, con tranquilidad. De esos en los que la educación y el respeto obligan a los conductores a ceder el paso con comodidad a los que quieren cruzar y que exige a ambas partes demostrar sus valores cívicos. El caso es que el anciano llega y ejerce su derecho a utilizar con preferencia el paso. Hasta ahí la certeza.
Un coche se acerca y, seguramente a juicio del anciano, no respeta las distancias o velocidades que le permitan cruzar con tranquilidad. Seguramente el anciano se siente agredido y el joven, no sé si acompañante o conductor, ni importa, considera que había espacio de sobra para pasar y que la velocidad tampoco es cosa del viandante. El anciano tiene, su percepción de la realidad le hace tener, un cuidado acorde con sus mermadas facultades físicas. El joven tiene la soberbia, la suficiencia, la estupidez propia de su edad, edad que todos hemos tenido, todos ¿verdad?, y además va acompañado de una chica que es un factor que incrementa los inconvenientes de la edad apuntados exponencialmente. El anciano se siente agredido y recrimina. El joven siente que se le ha insultado a él o a su acompañante, se mira y se ve recubierto de una armadura sin reparar en que es de color negro. El joven y estúpido caballero, el niñato, se baja y agrede al anciano sin mediar palabra, dicen los testigos. Y se produce el drama, y se produce la fuga que agrava el drama. Algún cineasta haría una obra maestra con mucho menos.
Las consecuencias son apabullantes. Un anciano muerto. Un niñato que entrará en la cárcel siendo un imbécil y saldrá con un doctorado en delincuencia. Una ley que intentará desvirtuar los hechos hasta que consiga la menor pena posible sin importarle la verdad ni la justicia. Unos padres enfrentados, si es que su capacidad de auto análisis se lo permite, a la culpa de no haber educado a su hijo correctamente, que si tiramos de media de asumir culpas no se lo va a permitir. Una enferma de alzheimer privada de su sostén principal y cuya situación futura y presente los servicios sociales correspondientes parchearán de forma burocrática, desapegada y absolutamente insuficiente.  Un drama social. Un drama humano, o varios. Una consecuencia de la deriva en la que esta sociedad, esta llamada civilización, está metida.
¿Alguien le enseñó al joven, alguien les enseña a los jóvenes, que los ancianos tienen una precepción limitada de la realidad y que por ello se sienten inseguros? ¿Alguien les ha enseñado lo que es el respeto y la consideración? ¿Alguien les ha explicado que la juventud es una situación transitoria, y breve, muy breve, que sirve para aprender a ser mayor, y que las facultades que la adornan son transitorias, perecederas, efímeras?  ¿O pertenece a ese grupo de descerebrados, de fascistas en potencia, o en ponencia, que hablan de los putos viejos como un estorbo para un mundo esplendoroso y joven al estilo de la Fuga de Logan?
En realidad la pregunta final es ¿Alguien está educando a las nuevas generaciones en valores? ¿Alguien está interesado en los valores? No, gracias por su apunte, en ideologías no, en valores. No, gracias por su apunte, adoctrinándolos no, educándolos. No, en sistemas de intolerancia y autoritarismo no, gracias por su apunte, en librepensamiento, en respeto, en tolerancia, en caridad, en justicia, en búsqueda de la verdad interior y exterior.

Si, se lo juro, están palabras están en el DRAE y siguen en vigor, aunque ni sus padres, ni su colegio, ni su universidad se lo hayan hecho saber. Es posible, probable, válgame el cielo, que incluso ellos las ignoren.

lunes, 15 de mayo de 2017

La Ley de Monipodio

Vivimos en un país invadido por la corrupción, sumergido en la corrupción, atónito ante el nivel de corrupción que día a día, partido a partido, organismo a organismo, salta a las páginas, sean escritas o habladas, de los medios de comunicación. Es tal el grado de corrupción al que asistimos que cabe preguntarse ¿Es una táctica?  ¿Están usando la corrupción para distraernos de otras cosas?
Es verdad que en este país la corrupción, el trinque, la picaresca, es algo tan extendido, tan implícito en nuestro carácter, nuestra formación y nuestras leyes que si de repente nos viéramos libres de ella,  si mirando a nuestro alrededor no percibiésemos su tufillo repugnante, nos preguntaríamos en que extraño país extranjero nos encontramos.
Nunca he tenido claro si todos esos pícaros extranjeros que pueblan nuestros semáforos, nuestras esquinas, nuestras calles y transportes han venido a España a buscar su supervivencia o a hacer un master que los gradúe definitivamente en engaños y corruptelas. No hay facultad en todo el mundo que pueda compararse a le del Dr. Monipodio, ni campus como el de su patio extendido a todo un país.
En España todos somos corruptos, y perdónenme los medio españoles que no lo sean.  Yo no, pensarán muchos, yo nunca he robado, pensarán convencidos, olvidándose de esos folios de la oficina que se llevaron a casa, de ese gasto particular disimulado entre las dietas, de esas vendas o analgésicos  tomados en compensación de la explotación laboral sufrida, de esas deducciones presentadas en la declaración de la renta a ver si cuelan porque ya me las están cobrando por otro lado, que además es cierto. Y todo eso es corrupción, la corrupción de los pobres, la corrupción del que no tiene acceso a la corrupción de los millones y los negocios, pero corrupción.
A lo mejor soy un cínico, no lo dudo, pero me temo que tengo razón. Y me temo que tengo razón porque en este país se legisla presuponiendo que el ciudadano es corrupto y va a intentar engañar a la administración, a la empresa, al recaudador, y por tanto, y en defensa propia, el recaudado, el paganini, se siente justificado en su latrocinio y, así como de paso, justifica al injustificable corrupto que además es, en realidad, el corruptor. Porque en este país se educa en la auto justificación, en aquello de que lo que no me lleve yo se lo lleva otro, en lo de “marica el último”, con perdón de la LGTB que seguro que se ofende aunque a estas alturas el dicho nada tiene que ver con las tendencias sexuales de nadie, en que “el que no corre vuela”.
Claro que el corrupto institucional es doblemente repugnante, moralmente hablando, porque se aprovecha de una posición no alcanzada por méritos propios si no por elección o  designación de electo para alcanzar un nivel de trinque al que no tendría acceso de otra forma.
Podríamos, en un alarde de ingenio, hacer una especie de principio de Peter de la picaresca que podríamos denominar la Ley de Monipodio, y que diría algo así como: “De trinque en trinque va el ciudadano subiendo y subiendo hasta que se le va la mano”. Perdoneseme el ripio en honor a nuestros literatos del siglo de oro que tanto y tan acertadamente escribieron sobre el tema.

Decía Samaniego en su “La Alforja”:
                              
       En una alforja al hombro,
                               Llevo los vicios;
                               Los ajenos delante,
                               Detrás los míos.
                               Esto hacen todos:
       Así ven los ajenos,
       Más no los propios.


Y eso que Samaniego no conocía el trajín de los partidos actuales, esa especie de paladines de la magia que meten una mano en todo lo que pueden mientras                tiene la otra ocupada señalando la mano trincona de los otros partidos. Así el ciudadano harto de no saber hacia dónde mirar acaba no mirando hacia parte alguna.

Y en eso estamos, en eso nos tienen entretenidos, en denostar, perseguir, indignarnos con la corrupción ajena. Mientras tanto nos quitan la libertad, la democracia y la moral. Porque al fin y al cabo entre iguales anda el juego y no tenemos donde elegir, y ya ni ganas de hacerlo.

martes, 9 de mayo de 2017

Una historia en tópicos

Cuando las barbas de tu vecino veas cortar pon las tuyas a remojar, dice el refrán tradicional. Esta es una historia, una reflexión, que se puede escribir acumulando tópico tras tópico.
El anuncio de Hollande sobre su presentación por el partido de Macrón y su anuncio de que da por muerto al partido socialista francés no hace más que derivar, una vez más, las miradas de los españoles hacia el duelo fratricida de los socialistas.
Porque, y siguiendo los tópicos, no hay más que ver las redes sociales para comprender que la escisión del PSOE y su más que posible refundación no es más que la crónica de una muerte anunciada. Anunciada  y parece que buscada con ahínco. El grado de frentismo, de intransigencia, de odio fraternal que destilan muchos de los mensajes utilizados en esta campaña no desmerecen de los dedicados al PP o a cualquier otro rival, tratado como enemigo irreconciliable, en campañas no internas.
Así que inevitablemente, y una vez finalizadas la primarias, más bien primitivas, una parte del socialismo español será un personaje en busca de autor, o, más bien, una ideología en busca de siglas, y de partido.
No sé si eso sucederá inmediatamente o asistiremos a un periodo de cierre de agravios en falso, pero se haga cuando se haga lo que sí está claro es que los avales presentados representan una escisión clara entre dos grupos que siempre han convivido con dificultad bajo una mismas siglas: el socialismo puro, más del gusto de los militantes, y la social democracia que anhelan los votantes como alternativa a una derecha que se mantiene por la desconfianza que Pedro Sánchez generó en su momento y seguirá generando en el futuro.
No sé si como el socialismo francés el socialismo español está muerto. Desde luego desprende un tufillo sospechoso y sus lecturas vitales son bastante inconstantes.
No sé si la sociedad española podría resistir la oposición de unas siglas vacías que perpetúen en el gobierno una opción que hace tiempo que solo vive por la muerte ajena, que se hace día a día en su propia inmundicia y cuya única acreditación es haber hecho una gestión positiva, aunque no idónea, en tiempos de crisis. El país necesita otra cosa. El país necesita ilusión, necesita soluciones a su desigualdad económica y social. Necesita con urgencia reformas que vuelvan a acercar a los ciudadanos, si es que siguen existiendo,  el control sobre la gestión que los políticos hacen con sus votos y a sus espaldas.
No sé, y dudo que nadie lo sepa, si España puede soportar la travesía del desierto que puede suponer una oposición realizada por un partido sin votantes, si gana el señor Pedro Sánchez, o la realizada por un partido sin militantes, si gana la señora Díaz. Si, ya sé, parece una falta de respeto que no hable de la opción de Patxi López, la opción de los moderados, la opción más serena y técnica de las tres, pero yo solo soy alguien que analiza lo que ve, y lo que veo es que el señor López no solo tiene pocas posibilidades de ganar, no tiene ninguna de reconciliar las dos posturas que se han jurado odio eterno, y que incluso lo consideran un traidor.

No hay mucho que rascar. La suerte está echada. A buen entendedor pocas palabras bastan. O, lo que es peor, a perro flaco todo son pulgas, y el PSOE, hoy, y peor mañana, está más flaco que el galgo corredor de nuestro Ingenioso Hidalgo. Que dios reparta suerte.

jueves, 4 de mayo de 2017

Por un plato de lentejas

Estamos tan inmersos en nuestras miserias, tan preocupados de solucionar lo que no se puede solucionar sin establecer previamente unas bases sólidas, son tantas las zanahorias que día a día nos hacen perseguir, que prácticamente nos olvidamos de que hay una cantidad ingente de problemas que nos están colando sin que nos percatemos y que cuando vengamos a darnos cuenta no habrá vuelta atrás porque ya no existirán ni las personas ni las condiciones mínimas para recuperarlos.
Alguien, un cerebro importante, sin duda, nos ha condenado al fracaso permanente de las ideologías. En algún momento de la historia los hombres han dejado de perseguir los ideales que ponían en común las aspiraciones humanas de progreso y perfección y nos los sustituyó por ideologías que promueven el permanente enfrentamiento, que buscan la insalvable diferencia y el sometimiento inevitablemente rebelado por el sometido y que impiden hacer un frente común en búsqueda de la auténtica libertad.
Nos han dividido en cojos de izquierdas y cojos de derechas, en tuertos capitalistas y tuertos socialistas, en lisiados mentales incapaces de encontrar un equilibrio que nos permita avanzar en los objetivos que realmente nos son propios: un mundo libre, igualitario y fraternal. Un mundo en el que el individuo sea el valor referencial, cosa que nunca será para una izquierda  que habla de pueblo privándolo de identidad individual , ni para una derecha que habla de globalización y liberalismo feroz en el que el individuo es aplastado por las máquinas de acaparar riqueza y poder.
Yo anhelo un mundo sencillo. Un mundo de artesanos, de profesionales, de pequeñas y cercanas industrias que permitan una mayor calidad de vida. Anhelo un mundo en el que los ciudadanos tengan nombre y se reconozcan su capacidad y la posibilidad de transmitir sus conocimientos a las siguientes generaciones sin que los costes de tal trasmisión se hagan imposibles.
Anhelo un mundo en el que los gremios puedan convivir con otro tipo de organizaciones laborales. Un mundo en el que ser maestro o patrón no signifique ser sospechoso. Un mundo en el que coordinar, dirigir, no sea una prebenda si no una responsabilidad. Un mundo en el que el mérito suponga un reconocimiento y no la envidia de los mediocres. Un mundo en el que el talento no sea objeto de comercio, sí no un recurso de todos.
Pero ese mundo no es alcanzable mediante las ideologías. Esa Acracia triunfante que yo sueño solo puede partir de la formación, de la educación y de la generosidad. Y ninguna de estas tres características son objeto, en su valor real y total, de las ideologías, que lo que buscan es la preponderancia, el enfrentamiento que una vez resuelto dará lugar a un nuevo enfrentamiento para que el vencido reivindique su derecho a la victoria. Y así hasta el final.
Miremos a la sociedad. Una sociedad triste, egoísta, dominada por las minorías capaces de imponer sus criterios morales a las mayorías y sojuzgarlas bajo el pretexto de su debilidad. Una sociedad pacata, mísera y sometida moralmente por leyes que le impiden desarrollarse individualmente, incapaz de pensar o de rebelarse, mediocre por formación y vocación. Una sociedad que bajo banderas equívocas y equivocadoras impiden al individuo expresarse libremente. Una sociedad abocada al pensamiento único. Una sociedad reprimida hasta en el pensamiento por grupos que detentan su verdad única y aceptable. Una sociedad cobarde hasta la ignorancia. Una sociedad que desde su soberbia elitista y cutre impone sus vara de medir a la historia y al pensamiento. Una sociedad cuya única capacidad reconocible es el linchamiento del que se sale de su norma, el uso de los avances tecnológicos para la imposición por descalificación, el aplastamiento sin juicio previo ni reflexión sobre su comportamiento.
Pero aquí seguimos, distinguiéndonos entre rojos de mierda y fachas irrecuperables. Riéndole las gracias a los matones de nuestro lado. Mirando al infinito cuando los que destrozan, matan o roban son de los “nuestros”. Inmersos es una esquizofrenia que no nos deja ni ser.
En fin. ¿Y todo esto a que mierda viene? Algo me habrá sentado mal, seguro. Tal vez un plato de lentejas. De esas lentejas humildes y sabrosas que un tal Jordi Cruz, chef, se permitió nombrar con gesto de desprecio en un programa de TVE. Si ese mismo Jordi Cruz que hace poco se ha comprado un palacete e invoca el derecho de formación, gratuita, denigrando el sistema gremial que tanta falta nos hace.

Pues eso, por un plato de lentejas, por un atisbo de libertad esclavizada, la sociedad, esta sociedad, se entrega y se siente compensada. ¡Vágame el señor cuanta miseria!

martes, 2 de mayo de 2017

Podemos y la lidia

Independientemente de la consideración que los políticos merezcan por nuestra parte, hemos de convenir en que la inteligencia se les debe de suponer. Es difícil pensar que alguien pueda llegar a cierta preponderancia en la sociedad sin que lo adornen unas características de madurez e inteligencia mínimas. Sí, es verdad que esta premisa es cuestionable si uno se fija en personajes como Trump, Maduro o Kim Jong Un. Así que olvidémonos de lo que sucede más allá de nuestras fronteras y al margen de simpatías o antipatías personales vamos a convenir en que los cabezas de cartel de los diferentes partidos que existen en España son personas inteligentes.
Que sí¡, que ya lo sé. La inteligencia debería de acreditarse de otra forma, pero vamos a dejar sentada esta aseveración para poder continuar con lo que me ocupa.
Mucho se ha escrito, mucho se ha hablado, sobre el movimiento de Pablo Iglesias presentando una moción de censura en la que seguramente ni él mismo cree como tal moción de censura.
Porque para que la moción de censura fuera viable necesitaría, entre otros muchos, del apoyo del PSOE. De un PSOE gobernado ahora por una junta gestora e inmerso en una lucha fratricida a la que ni siquiera sus más fervorosos militantes le ven una salida limpia, unida, sin divisiones.
¿Realmente Pablo Iglesias esperaba ese apoyo? No, ni ese, ni realmente ningún otro. Primero porque Pablo Iglesias es, perdóneme que insista, una persona inteligente, premisa ya defendida al principio de mis palabras, y segundo porque el objetivo de la moción de censura era la de atraer la atención de sus votantes sobre la imparable ascensión de Podemos al poder. Perdón, que a alguien lo he podido despistar con mis palabras, con la venta a sus incondicionales de la imparable ascensión de Podemos al poder.
Pablo Iglesias, persona inteligente y de amplias capacidades, estoy convencido de ello, sabe perfectamente que en este momento ya juega a la contra. Que sus tiempo de esplendoroso crecimiento y éxtasis mediático, ya están tocando a su fin. Que el devenir de los acontecimientos lo va llevando inexorablemente, y en parte por sus propios errores, a ocupar el lugar que realmente le corresponde en el panorama electoral español, el que tenía hasta ahora IU.
La misma parafernalia, mística, teatralización de su presentación pública delata que su gesto no es más que una larga cambiada. La exhibición del engaño para que el lidiado entre al trapo, sabiendo que no hay más lidia, ni más espectadores que los que le son afines. Nadie más va a comprar el engaño. Se repite, pero con personajes diferentes, la puesta en escena de las ocasiones chungas. Mira lo que te digo que así no te fijas en lo que te hago. Te ofrezco un gobierno de coalición y en realidad te estoy clavando una daga envenenada. Malo si me dices que sí. Malo si me dices que no.
Bueno, nadie más no es cierto. El  segundo objetivo del teatrillo es lanzar sus redes hacia cierta parte del PSOE ahora empeñada en radicalizar la posición de su partido para convertirlo en izquierda izquierda y que entren al trapo y pasen a engrosar las filas de votantes que sustenten su posición para las próximas elecciones gracias a lo cual aún podría emprender un vuelo tipo ave fénix. De corta duración, pero menos da una piedra.
Pablo Iglesias sabe, porque no es tonto, que la consolidación de la opción de Los Comunes le corta todo acceso a los votantes menos radicales, la mayoría, e incluso la posibilidad, llegado el momento, de pactar con un PSOE en reconstrucción, que tendrá mayor afinidad con las posiciones más “legalistas” de la nueva formación que con la permanente salida de pata de banco que ha preconizado Pablo Iglesias en el último congreso.
Ante este panorama pronto se encontrará con que puede perder la  mayor parte de su representación parlamentaria y, poco a poco, o no tan poco a poco, las cuotas de poder autonómico y municipal conseguidas. Que su influencia y capacidad de maniobra de aquí a un par de convocatorias electorales no serán muy distintas de las que hoy por hoy lideraba uno de los acompañantes en la foto, Alberto Garzón, quién fracasada su operación de desembarco para pillar cacho, electoral por supuesto, a la larga, a la media o a la corta puede convertirse, incluso, en un rival más al que tener vigilado.

Yo espero que la general inquina que en Podemos se le tiene a la lidia no les haga olvidar la inmensa sabiduría popular legada en dichos taurinos. Sí, hasta el rabo todo es toro. Una larga cambiada sirve para poner al toro en suerte. Es importante estar siempre al quite. Pero haber tenido el poder tan cerca y ver como se te escapa es, sin duda, “una faena”.