lunes, 30 de octubre de 2017

Política climática

“Después de la tempestad llega la calma”. Ttodo el mundo que me lee, y que tiene la paciencia de escucharme, conoce de mí agradecimiento a dichos y refranes que de forma tan acertada expresan las situaciones. El problema de aplicar estas frases es que a pesar de su implícita sabiduría, de su contrastada lección de cordura, mal aplicadas nos pueden llevar al despiste.
La calma, como casi todo es mundo sabe, es esa situación en la que aparentemente no sucede nada, y solo se puede apreciar por el contraste inmediatamente anterior o posterior con su ausencia. Pero a veces, tal vez demasiadas, se cometen dos errores fundamentales a la hora de aplicar la fase inicial. El primer error es confundir la calma con algún sinónimo de aparente identidad. La calma no es la parsimonia, ni es la tranquilidad, ni es la ausencia de acción. La segunda es no evaluar correctamente la ausencia de calma, o sea confundir una tempestad con un huracán. La tempestad es un frente que pasa y deja una calma sin fecha límite. Pero existe también calma en el ojo del huracán, una calma expectante que tiene como límite el paso del resto del huracán. Es verdad que a veces los huracanes se deshacen espontáneamente, o pierden fuerza en su camino, pero no debemos de recrearnos en tal expectativa.
Y a mí me parece que en esas estamos, que a pesar de que la sensación general es balsámica, de tranquilidad aparente, de una cierta felicidad por lo que pudo ser y parece que no va a ser, hablo de Cataluña, estamos aún en el ojo del huracán. Estamos viendo el sol y disfrutándolo como compensación de todo un largo periodo tormentoso. Un periodo de tiempo donde se perdieron las formas, las institucionales y las personales, donde se perdieron las perspectivas, las temporales y las éticas, donde se perdió el tiempo, el económico y el vital, sin otro fin lógico que satisfacer ciertas soberbias, personales, políticas e, incluso, xenófobas.
Es posible, parece probable, que esas aspiraciones que el tiempo calificará más adecuadamente que la inmediatez que ahora vivimos, que esa perversión y retorcimiento del lenguaje del que se han valido para reclamar como propias aspiraciones que nunca dejaron de ser generales, hayan dejado paso a unos momentos más relajados. Pero en el relax está el peligro, en la falta de perspectiva de que el huracán solo ha puesto sobre nosotros su ojo, pero su parte activa ha dejado un frente, tal vez varios, que empezaremos a sufrir en cuanto esta calma aparente toque a su fin, tal vez mañana sin esperar más.
Me preocupa que el sentimiento de reivindicación de lo español que ha surgido como contestación al desafío planteado desde Cataluña, lleve a algunos a justificar los comportamientos extremistas que tanto daño han hecho históricamente a nuestro país. España tiene que empezar a ser de todos y esa actitudes solo intentan reivindicar una propiedad del sentimiento y los emblemas que excluiría a la mayoría de los ciudadanos españoles. No, los extremos siempre se tocan y yo no veo diferencias entre la extrema derecha y la extrema izquierda. Ambas persiguen decirnos como tiene que ser el mundo en el que queremos convivir, sin matices, sin libertades, sin capacidad para disentir o para aportar opiniones. Los extremismos son el pensamiento único y la persecución de los que no  se acomoden a su totalidad.
Pero tal vez, con ser el peligro más evidente, no es el único ni el mayor. Lo sucedido y los compromisos adquiridos nos abocan a una revisión de la constitución, y ese sí que es un peligro grave, porque hay tantas reivindicaciones, tantos anhelos, tantos funcionamientos mejorables vistos durante estos años, tantas sensibilidades que no se sienten representadas por la actual redacción, que miedo me da pensar en cómo cerrarla una vez que se haya abierto.
La ley electoral, el encaje territorial, el reparto de las competencias, monarquía o república, el respeto a los fueros particulares que suponen un beneficio sobre los demás territorios, y tantos otros grandes y pequeños melones que estamos deseando abrir y que puede ser complicado acordar para su aprobación.
Se avecinan tiempos difíciles y eso me hace buscar entre los que hay a los timoneles adecuados para capear el temporal, y a los que veo, los que actualmente están a los mandos, no me inspiran ninguna confianza. Más preocupados de la ideología que del bien común, más preocupados por el poder que por el servir, más apegados al triunfo personal que al triunfo de la razón y del Estado.

Si, tras la tempestad llega la calma, pero en el ojo del huracán la calma es una situación transitoria. Transitoria y engañosa. Pintan bastos.

jueves, 26 de octubre de 2017

Prevariciar, acercamiento al meollo de la cuestión

Sigo pensando que todo el problema está en el lenguaje. Todo el problema político, por supuesto. Y es que cuando los hechos no pueden ser explicados con las palabras no queda más remedio que intuir que existe un vacío lingüístico que impide la identificación diáfana de la situación a explicar.
Y yo creo, estoy convencido, de que eso es lo que sucede en Cataluña. Se habla por todos los canales, desde todas las posiciones, a la más mínima oportunidad, de lo que acaece, lo que debería suceder y lo acontecido en fechas pasadas a cuenta de un batiburrillo de derechos, deseos y aspiraciones que las buenas gentes del condado llevan en su imaginario sin saber ya muy bien en qué posición exacta se encuentra. La mayor parte son gentes de buena voluntad, ciudadanos amables y razonables que creen en algo que está por ahí, perdido entre los gritos, las consignas y las mentiras que las propagandas foráneas les han creado. El problema, el gran problema, es que también los hombres lobo son magníficas personas mientras no sale la luna llena.
Unos creen defender el derecho a decidir, así sin matices ni nada, otros creen en el derecho a votar, así sin reglas ni nada, algunos desean la independencia, así sin saber muy claramente a donde les lleva la realidad soñada ni nada, y otros aspiran a llevar a los más inocentes a la calle, al barullo, a la algarada, que es donde ellos se mueven a gusto. Curiosamente, casi con toda seguridad, ninguno cree en todas esas cosas, ninguno piensa, o si lo piensa lo piensa para adentro, que pasado el tema hay muchos de los que ahora gritan a su lado que gritarán contra ellos y ese anhelo por el que ahora creen estar en su onda.
Pero no todos son inocentes, no. Y claro, esos no inocentes, esos que si saben lo que están haciendo y tienen claro que los sueños, los ideales y los derechos invocados son agua de borrascas, si, como lo oyen, de las borrascas que ahora nos están lloviendo, es de los que hablamos. ¿Y como se llama lo que hacen estos indignos representantes de sí mismos? Pues yo lo he estado mirando con calma y resulta que hay que dar un montón de conceptos, determinar las prioridades y al final entramos en el argot político que, como todos sabemos, significa lo que significa, lo que ellos quieran que signifique o todo lo contrario.
Así que devanándome los sesos, mirando aquí y allá, intentando explicar lo básicamente inexplicable, he dado con un verbo inexistente que retrata no solo la situación catalana si no algo muy común en toda la especie humana: Prevariciar
Prevariciar: tomar una decisión o dictar una resolución injusta a sabiendas de que lo es con el fin de acaparar bienes, prebendas u honores.
Y si conjugamos el presente de indicativo, no nos metamos ya en pretéritos pluscuamperfectos ni en futuros perfectos, queda todo mucho más claro.
Veamos. Yo prevaricio, tú más que yo, lo de Puigdemont es un escándalo, los españoles prevariciamos bastante, los del Govern prevariciais una pasada, y los demás ya ni te cuento.

Pero mucho más claro. A pesar de que es, evidentemente, un verbo altamente irregular, delictivo diría yo.

martes, 17 de octubre de 2017

Estimados hijos de puta

Estimados hijos de puta:

Lo cual, así dicho, puede llamar a equivocarse, por lo que aclaro sin demora y en primer término. Estimado no en su acepción afectiva y amistosa, no, si no de convicción, es decir que estimo, que estoy convencido, que no son ustedes unos presuntos, si no unos hijos de puta de los pies a la cabeza, sin paliativos, componendas o beneficio de duda alguno.

Habrá quién les aplique el calificativo, benigno, equívoco, de pirómanos, pero yo ese prefiero reservarlo para aquellos que tienen una enfermedad que les lleva a la necesidad compulsiva de prender fuego, pero no es el caso. Yo no se que necesidad compulsiva les guía a ustedes en sus actos y por tanto, y a la espera de un término científico que disimule algo su miseria moral, permítanme que les llame simplemente hijos de puta, la gente me va a entender.

Aclaremos, también, que el usted que empleo en esta misiva sin franqueo no es de respeto, como algunos poco avisados podrían suponer, si no que es tal la aversión, el asco, que sus actos me producen, tal la necesidad de separarme de ustedes, incluso como especie, que el único término que me aleja para nombrarles es este que siempre marca distancias.

Pero a lo que íbamos, ustedes a destruir y yo a explicarles el por qué de mi carta.

Ayer, por motivos familiares, tuve que desplazarme a mi ciudad de origen, a Orense. Llegando a Puebla de Sanabria, ya se apreciaba en el ambiente una cierta bruma, inconsistente, leve, que le confería al paisaje un halo de irrealidad. Esa inconsistencia fue revirtiendo en consistencia según descontaba kilómetros hacia mi destino hasta que, pasado el túnel de La Canda,  esa bruma se convirtió en un denso y odorífero humo que traía a nuestra pituitaria el olor de la vileza y a nuestras gargantas el sabor acre y picante del fuego que quema indiscriminadamente.

El sol, ese fuego que preside nuestros días, era una bola perfectamente perfilada de color rojo vergüenza por lo que estaba viendo desde sus alturas. Rojo vergüenza, rojo rubor, que a menudo se ocultaba para no seguir viendo tras la capa espesa de humo que enmascaraba el paisaje. El monte, el campo, componían un damero infernal de casillas verde vida, cada vez mas escasas según avanzábamos en nuestro camino, y negro hollín, negro miseria, negro muerte, jalonadas por esqueletos de lo que hasta hacía no mucho, tal como atestiguaban sus restos aún humeantes, habían sido árboles. No llegamos a ver ningún fuego, la densidad del humo en algunos momentos apenas dejaba ver lo necesario para poder continuar el camino. Bueno, por eso o por la poética sensación de que incluso el fuego se avergonzaba de lo que le estaban obligando a hacer y se escondía tras su propia humareda.

La sensación opresiva, la inevitable idea de que las puertas del averno estaban apenas unos metros más adelante en todas las direcciones, solo contribuía a lacerar el alma, de la que los ojos son a veces espejo pero en este caso ventana, aún más. Un alma que se condolía viendo en negro esa laderas que en breve deberían de reventar en los amarillos de la mimosa, del toxo, de la xesta. En esas laderas frondosas de pino, de castaño, de salgueiro, y de eucalipto, maldita sea, también de eucalipto. De ese eucalipto invasor e invasivo que tanta responsabilidad tiene en favorecer sus planes y hacer de los fuegos esa orgía de devastación que tan adecuada parece ser para sus planes.

Claro, que esa es otra. ¿Cuales son los planes de unos hijos de puta? ¿que fines persiguen? No lo se. Bueno, seamos sinceros, depende del nivel del hijo de puta del que hablemos, porque hay niveles. El de los que las autoridades acabarán cogiendo, porque los acabarán cogiendo, el fín de los hijos de puta pringados que plantan los fuegos es el de cobrar los aproximadamente cincuenta euros por foco que les paguen. Ya el fin de los hijos de puta de siguiente nivel, el de los expertos que planifican y coordinan para hacer el mayor daño posible, y que supongo que también será económico, me resulta más difícil de imaginar. Pero el que me resulta absolutamente inimaginable, por procaz, por inhumano, por miserable, es el de los hijos de puta mayores, esos que nunca cogerán y que son los que parten el bacalao, los capos del fuego.

Hay quienes ya les llaman terroristas, pero al menos el terrorista tiene la excusa de pensar que tiene una motivación moral. religiosa o política para cometer sus aberraciones, y esa excusa los hace humanos, lamentablemente humanos, pero humanos. No es su caso. Seguramente serán ustedes morfologicamente, biologicamente, constitucionalmente humanos, pero moralmente ustedes perteneces a otra especie, a la de los hijos de puta.

En fín, no me voy a alargar más, entre otras cosas porque esta carta solo está escrita para poder vaciar el dolor que siento por mi tierra, por sus gentes, por sus seres hasta hace una horas vivos y hoy abrasados por su miseria. Pero en ningún caso porque piense que los hijos de puta tengan oídos o entendimiento suficiente para entender de lo que hablo, ni mucho menos tenga la esperanza de que puedan sentirse aludidos.

Deseándoles, en la convicción de que nunca será suficiente, el mayor de los sufrimientos, se despide sin el más mínimo atisbo de sentimiento de empatía.

Rafael López Villar

En Orense a 17 de noviembre del 2017

martes, 10 de octubre de 2017

Éramos pocos y parió la abuela, cuando los extremos se tocan

Éramos pocos y parió la abuela, dice el dicho. ¿A quién alimenta la extrema izquierda? A la extrema derecha. ¿A quién alimenta la extrema derecha? A la extrema izquierda. Dios los cría y ellos se juntan, sigue diciendo el saber popular, que sabe mucho, aunque sea de forma parda. También se dice que los extremos se tocan haciendo referencia a que llegados al extremo es difícil separar los métodos y los fines, aunque para lo que nos ocupa  habría que decir que los totalitarismos se tocan.
Era inevitable, yo creo que en realidad estaba perfectamente previsto por los estrategas al uso, que la presión sobre España, antes o después, haría salir el sentimiento español que el pueblo guarda para los deportes y algunas, pocas, ocasiones más. Y cuando aflorara ese sentimiento de reivindicación patriótica, habitual en todos los pueblos del mundo, sucedería algo que solo sucede en España, usar la resaca postfranquista para identificar español y fascista, para identificar los símbolos y reivindicaciones del estado con un movimiento heredero del Movimiento que en su día Franco utilizó para apoderarse de los símbolos de todos.
Y ya puestos en esta tesitura era fácil suponer, y ha sucedido, que la dormida extrema derecha nacional sacara la cabeza para reivindicar un protagonismo que nadie le ha conferido y que nadie le debería de reconocer. Pero, al igual que la CUP en la parte catalana, los fascistas de signo contrario en la parte española se retroalimentan y justifican mutuamente.
Hablan los unos de trabajadores, de cooperativismo, de desobediencia, de anticapitalismo, de libertad, de romper el sistema para erigirse ellos en sistema y laminar cualquier atisbo de libertad o democracia. Hablan los otros de unidad, de grandeza, de raza y de libertad, de romper el sistema para erigirse ellos en salvadores de la patria, patria única sin atisbo de libertad o democracia. Hablan ambos, como si fueran diferentes siendo los mismos, de cómo el mundo sería mejor como ellos lo conciben, eso sí sin consensuar ese mundo con nadie más que con ellos mismos e imponiéndolo por los métodos que consideren necesarios, purgas, asesinatos, pensamiento único, represión a todos los niveles.
Hablan de distintos valores, tienen distintas banderas, cantan diferentes canciones y reclaman al pueblo como propio sin otro fin, común, que imponerle su moral, su sentido político y su élite, para sojuzgarlo.  No nos engañemos, recurramos al refranero para saber que son los mismos perros con distintos collares. Tanto unos como otros no buscan otra cosa que imponernos su Verdad, la que les confiere el grado de elegidos y las prebendas de los salvadores indiscutibles.
Es fácil, en medio de la algarada, en medio de las reivindicaciones, identificarnos con esos tipos simpáticos, descarados, osados,  que llevan lo que estamos pidiendo hasta un poco más allá de lo que nosotros nos atrevemos y nos hacen cómplices de su actitud desafiante y sin resquicios. Sí, es fácil que nos caigan simpáticos y que los jaleemos y nos hagamos unas emociones compartidas. Es tan fácil como difícil es darse cuenta de que cuando nosotros queramos parar ellos seguirán adelante y acabarán convirtiéndonos en sus enemigos y, llegado el momento, en sus víctimas.
Yo no puedo pedirle a los catalanes independentistas que se separen de la CUP, no se lo puedo pedir porque hace ya tiempo que se pusieron en sus manos, que les permitieron elaborar y dirigir sus estrategias y no les van a permitir que le pongan límites a su guerra en la que han logrado implicar a los dirigentes que deberían de haberles puesto coto. Por interés, puede, al principio, ahora porque no tienen más remedio.
Pero si puedo pedirle a todos los ciudadanos que de buena fe salen a la calle dispuestos a demostrar su sentido de españolidad sin anclajes políticos, sin afanes rememorantes, sin nostalgias de pasados difícilmente deseables, que no compartan, que no jaleen, que no toleren a los que aprovechan el río revuelto para mejorar como pescadores. Todo en la vida tiene un límite, y el de los ciudadanos debe de estar donde empiezan los extremos. Además hay que tener en cuenta eso mismo que el pueblo ha acuñado como frase referente: “dime con quién andas y te diré quién eres”, o quién acabarás siendo. Negaros siempre a ser cómplices, simpatizantes, colegas de calle, de aquellos que no tienen otro fin que el suyo y se aprovechan de vuestro ruido, de vuestro sentimiento y de vuestra presencia, para hacerlos de su propiedad. Para justificarse.
Frente al totalitarismo, democracia. Frente a libertad condicional, libertad real. Frente a pueblo, ciudadanos. Frente a intolerancia, fraternidad. Frente a ellos, nosotros, que somos más y mejores.

Y, puestos a no poner de mi parte ni una sola idea original, quisiera rematar esta reflexión con aquella frase que solía decir el Hermano Lobo: “El que avisa no es traidor, es avisador”. Pues eso, que en todas partes cuecen habas.

lunes, 9 de octubre de 2017

Ahogándose en la orilla

No sé, porque mis conocimientos sobre la mente y sus trastornos no me lo permiten, si el trastorno que sufre el PSOE es una paranoia, una esquizofrenia, o un trastorno bipolar, pero lo que si tengo claro es que sea lo que sea lo hace débil, quebradizo y poco fiable. Eso y que todos esos males los traslada a la sociedad a la que debería representar como partido más votado de la oposición en unos momentos más que delicados para el país.
Hace poco que comentaba que el proceso catalán, su planteamiento, su evolución, eran un salvavidas al que podría agarrarse la izquierda para reconectarse con esa población mayoritaria y sin ideología predeterminada que es con la que se ganan las elecciones. Esa mayoría, en general silenciosa pero determinante, que se siente cómoda con la monarquía, insatisfecha con la corrupción pero sin que la obsesione, identificada con los signos del estado y feliz con la forma de vivir en España. No son nacionalistas, no son, ni muchos menos, fachas, pero les molestan las posiciones equivocas, las pitadas al signo, el continuo cuestionamiento de la historia de la que se sienten moderadamente orgullosos, o los planteamientos equívocos respecto a los valores que respetan y con los que se sienten identificados.
El problema, el maldito problema, es que la simplicidad del mecanismo del salvavidas hace que no venga acompañado de un manual de instrucciones. Cualquiera con dos dedos de frente sabe que el salvavidas, el clásico flotador de toda la vida, se pone en la cintura y se usa en el agua con la cabeza hacia arriba. Alguien en la izquierda española no tiene dos dedos de frente y ha decidido usarlo invertido, con la cabeza dentro del agua y los pies en alto, y se están ahogando sin alejarse de la orilla.
Ante la crisis catalana el PSOE ha demostrado, una vez más, que engloba a dos partidos cuya coexistencia no tiene otro fin que el sumar votos y, o, considerarse herederos de unas siglas a las que están desprestigiando. Basta con oír las declaraciones, con darse una vuelta por las redes sociales, para observar dos posturas absolutamente dispares, irreconciliables, respecto a cualquier cuestión que se plantee. Hay un PSOE institucional, con sentido de Estado y compromiso con la sociedad que conecta con esa mayoría de la que hemos hablado pero que carece del apoyo de la mayoría de los militantes, un partido que ha perdido la confianza de sus bases y al que muchos de ellos, los más radicales, y con esa facilidad instalada entre nosotros para insultar a cualquiera que disienta aún a costa de vaciar de contenido el insulto, tildan de facha, y hay otro PSOE más marginal, levemente radical, con regusto postfranquista que se siente incómodo con cualquier identificación nacional y que se siente más cerca de PODEMOS que de sus propios, teóricos, correligionarios. Este último es el que controla ahora el aparato del partido y el que se aleja cada vez más de los votantes neutrales y le lleva a cometer errores tan tremendos como la moción de reprobación precipitada, innecesaria y absolutamente inoportuna, a la vicepresidenta del gobierno en un momento en que mantener el bloque es prioritario sobre las ideologías. Y eso se paga. Se paga con el desprestigio del  líder y el de las siglas a las que representan.
Siguen hablando de diálogo como única estrategia para reconducir la situación pero, planteado en tales equívocos términos, que es difícil saber si están contra el gobierno, contra la legalidad, contra las dos cosas, contra el presidente del gobierno, contra sí mismos, o simplemente tan necesitados de significarse que quieren ser la referencia moral de una situación imposible.
También sé que la manifestación de ayer es un toque de atención. Un toque de atención en el que el PSOE volvió a ponerse de perfil, recomendando la presencia de las personas pero remarcando la usencia del partido. ¿Por qué el partido no va? ¿Porque es más importante marcar los contras, que los pros? ¿Porque manifestarse bajo la bandera española es sospechoso de franquismo? ¿Porque tenemos que marcar las diferencias a costa de lo que sea?

No lo sé, pero sí sé algo con bastante convicción, mientras la izquierda siga anclada en su postfranquismo inútil, mientras no reivindique su sitio bajo los símbolos del estado que representan a la mayoría de la población, mientras jueguen a la élite moral que no escucha al pueblo al que dice representar, mientras no sea clara, madura y ejerza sobre la sociedad la docencia del progresismo y no la superioridad despectiva que le lleva a justificar sus fracasos como equivocaciones de los que tienen que votar, esta será una izquierda inútil para la sociedad, inútil para el país e inútil para el Estado. Esta izquierda será parte del problema, y parte importante. Bueno, para ser coherente, estas izquierdas.

viernes, 6 de octubre de 2017

La murga del diálogo

Oigo por muchos sitios, desde muchas cabezas bienintencionadas, y otras no tanto, me refiero a bienintencionadas, bueno o a cabezas, la necesidad de un dialogo. Vale, pero ¿con quién? ¿En qué términos? ¿Con qué reglas? Claro que inmediatamente me surge otra pregunta, tal vez un poco brutal, ¿se puede negociar algo con quien ha pervertido todas las reglas, y las reglas de las reglas, con alguna garantía de que cumpla cualquier acuerdo al que se pueda llegar? Honradamente creo que no, es como contratar para levantar tu casa al mismo que por falta de pericia o interés hizo que se viniera abajo, un despropósito. Cualquier diálogo creíble pasa por la dimisión de todos los responsables de la Generalitat y su puesta a disposición judicial. A partir de ahí diálogo, a tumba abierta, sin restricciones, líneas rojas les llaman ahora, con la única excepción del causante último de toda esta historia, la CUP. Pero, !ay¡,  que dura es la realidad, los políticos catalanes son tan españoles que ignoran lo que significa dimitir. De hecho he oído rumores sobre la intención de la RAE de eliminarla del diccionario por extranjerizante.
El diálogo del diálogo ya se muerde la colita. Yo entiendo, puedo entender, la buena voluntad de muchas de las personas que lo plantean sin caer en la cuenta de que un diálogo como el que pretenden solo puede darse entre dos iguales, y el supuesto no se da porque serían concesiones a los delincuentes, y no hablo del pueblo catalán, que no es solo el que pide independencia, ese no es ni la mayoría, si no de quienes han decidido saltarse tres niveles de leyes: la Constitución, el ordenamiento jurídico nacional derivado de ella y el Estatuto Catalán. Seguro que no ha sido sin querer. Y ante eso no hay diálogo. El diálogo hay que establecerlo con todos los catalanes, no solo con los que más gritan, con los que más mienten y con los que más insultan en cuanto no estás de acuerdo con ellos. Va siendo hora de recuperar la esencia del problema y de dejar las posturas de buena voluntad para cuando sean necesarias y todos los catalanes puedan ser escuchados, sin imposiciones fascistas, sin algaradas callejeras en las que participa mucha gente que ni es catalana ni se la espera, sin conculcación de las normas de convivencia. No vaya a ser que queriendo ser tan buenos estemos machacando a la mayoría realmente oprimida en este momento. Oprimida, vilipendiada, acosada y, parece ser, que olvidada por muchos.
Porque cuando se pide el diálogo, ya de forma cansina, en muchos casos interesada, se está olvidando de forma palmaria a los que en estos días sí que han sufrido con la violencia de sus convecinos instigados al odio por personas, organismos y entidades perfectamente preparados para ejercer la brutal violencia del acoso diario. ¿En qué punto del pretendido diálogo se les va a escuchar a ellos? Y son mayoría, una mayoría que muchos pretenden que sea no ya silenciosa, no, si no silenciada.
Les llamaba hace poco miserables por no salir a la calle y demostrar que existen. Hoy ya han salido, ya han empezado a salir, con el patético resultado de ser insultados y recibir el desprecio patente de sus convecinos abducidos por el independentismo radical y mentiroso. Pero, lo que es aún más grave, sintiéndose tratados como sospechosos por una izquierda tan pendiente de los símbolos y de su exquisitez moral que es incapaz de identificar como suyo a cualquiera que porte una bandera nacional, o que grite un viva a España. Y esto sí que es lamentable, descorazonador.
Y esa misma izquierda incapaz de plantarse en un sentido de estado imprescindible en este momento, incapaz de asumir que el estado no es de izquierdas, ni de derechas, debilita a ese mismo estado con posiciones que no obedecen más que a su incapacidad de asumir que España también es de ellos, incluso de los que reniegan de ella. Incapaces de superar una resaca franquista que los atenaza e incapacita en los momentos en que más falta hacen. Incapaces de entender que los símbolos de España también son suyos, profundamente suyos, y que ahora mismo son los únicos válidos para marcar la diferencia con los que no han cumplido la ley.
Esta izquierda que dice representar al pueblo y lo olvida para representar solo a la parte del pueblo que pudiera votarla en una elecciones, no pasa de ser mezquina. Mezquina y dañina para un estado, para un país que necesita de una izquierda fuerte y comprometida para evitar una deriva de derechas de la que son los máximos responsables por su incapacidad de conectar con los pueblos, con las gentes. Esta misma izquierda que se lanzó a degüello contra unos servidores públicos que según van pasando las horas, los días, se demuestran menos sanguinarios, más víctimas de una manipulación feroz e interesada de los propagandistas del independestismo y de cierta prensa amarilla, nacional y extranjera, más interesada en la tirada que en la noticia, cuando no en crear de parte un relato que empieza a comprobarse inexistente.
Basta ya de hablar de diálogo y empecemos a hablar del diálogo que habrá que emprender cuando la normalidad esté restablecida, de las reformas que habrá que acometer, de la limpieza que habrá que hacer cuando los delincuentes estén donde les corresponde, en la cárcel. Basta ya de invocar un diálogo en el que se pretende hacer callar, o como mínimo se ignora, a la mayoría de un pueblo, el catalán, sometido por sus dirigentes al fascismo más repugnante mediante el adoctrinamiento en los colegios, mediante la mentira permanente en los medios de comunicación, mediante la incitación al odio a todo lo que suene a español.
Vivió, hace ya más de treinta años, en Vic por motivos de trabajo unos años la que hoy es mi esposa, y aún no hace mucho recordaba una vecina de su misma edad, por aquel entonces veintitantos, que no pensaba jamás pisar Madrid, porque en Madrid encarnaba todo lo que ella odiaba en el mundo. Y es que el problema catalán no proviene de un referendum fallido, ni de un estatuto impugnado, ni de una carga policial, en la sociedad catalana, sobre todo en ciertas zonas rurales, el odio a lo español es una seña de identidad que se transmite entre generaciones y que solo podrá erradicarse mediante, no, el diálogo, este diálogo que se reclama ahora, no, una convivencia limpia, una erradicación de los que aprovechan su posición en la sociedad civil para difundir el odio, una formación que haga ciudadanos del mundo y no abducidos de linde cercana. Ese debe de ser el principal reto del diálogo por venir, ese y no un diálogo fiscal, no un diálogo territorial, que también, si se demuestra necesario. Mientras la sociedad catalana siga siendo traidora al resto del país como lo ha sido los últimos cuatrocientos años, ¿de qué vamos a hablar? ¿de la fecha de la próxima revuelta? ¿de la excusa con la que se va a abordar? Despierta Cataluña, este mundo ya no es medieval, ni siquiera romántico. Aprende a sumar y no dejes que te dividan.

lunes, 2 de octubre de 2017

Miserables

Confieso que he dormido mal. Confieso que España me duele porque a pesar de mi falta de nacionalismo anti, soy un ferviente nacionalista de lo mío, que incluye desde mi lugar de nacimiento hasta este universo que nos engloba. No me gustan las banderas, ni los bandos, cuando sirven para enfrentar a las personas, porque siempre he intuido que bajo cualquiera de ellas, englobados en las filas de cada una, hay buenas personas, que son las únicas que a mí me importan. Y el uso sistemático de banderas, la creación de bandos o de bandas, para el predominio de razones inconfesables me parece miserable. Por eso hoy España, esta parte de la humanidad que ocupa este territorio geográfico, me duele.
Hoy España, todas y cada una de sus partes, es un erial, un terreno baldío y desangelado habitado por una gran cantidad de miserables de todo signo que se creen triunfadores, y a los que lo único que les importa es reclamar su cuota de triunfo, el sacar la mayor cuota de beneficio, de ciegos y miserables adictos, para sus posiciones. Para sus miserables posiciones.
Creo que a estas alturas, en esta historia, en este momento, ya no quedan inocentes a los que salvar, y si quedan son inocentes manchados por los miserables que los han usado, en claro abuso de las funciones que les han encomendado con otro fin.
He pensado, por un momento, en enumerar a los miserables por su grado de responsabilidad en la vergüenza vivida ayer, pero me he dado cuenta de que es imposible escribir varias párrafos en un solo lugar. He intentado apartar las vísceras de lo que estoy escribiendo, pero son tantos los humores dañinos que se me acumulan, tantas las sinrazones y patochadas oídas, leídas, vistas, que es muy complicado.
Miserable es el gobierno. Miserable por débil, miserable por mentiroso, miserable por incapaz. Miserable porque arrastra a la miseria a todos aquellos que hemos confiado en que la ley debe de ser la razón en tanto en cuanto para eso se ha promulgado. A todos los que seguimos en esa idea pero nos parece miserable su falta de rigor, su falta de eficacia, su falta de previsión para garantizar su aplicación. Miserable porque teniendo los instrumentos y las instituciones a su servicio ha sido incapaz de cercenar una sedición desde su mismo comienzo instalado en su debilidad y su falta de iniciativa. Miserable por permitir sin utilizar todos los medios a su alcance, el día de ayer. Habrá quien piense que hablo de las cargas policiales, de las algaradas, no. Eso es justo lo que el gobierno nunca debió de permitir que sucediera. Habrá quien piense que hablo de diálogo. No, no existe el diálogo cuando una parte se instala en la ilegalidad y en la sinrazón. Hablo, con amargura, con mala conciencia, porque en este tema no hay otra, de que no ha cumplido lo que ha asegurado, que ha permitido el peor de los escenarios para defender nuestra razón.
Miserable el gobierno catalán. Miserable por mentiroso, miserable por manipulador, miserable por la utilización de sus representados, miserable por empecinado, miserable por reo de traición. Ha pervertido las palabras, ha manipulado los conceptos, ha adoctrinado a sus administrados, ha usado los poderes, las instituciones, para pervertir el orden que les ha conferido esa misma legalidad que pervierten. Miserable porque ha vaciado de contenido conceptos fundamentales para la convivencia: democracia, fascismo, votación, diálogo. Miserable porque es el primer impulsor de este despropósito. Miserable por permitir que el pueblo al que dicen representar esté sufriendo lo que a ellos les correspondería mientras ellos lo ven por la tele. Miserables hasta la náusea.
Miserables los Mossos, que han demostrado no ser más que una policía de parte, de partidos, de partidarios, olvidando su deber de mantener el orden público, haciendo dejación de sus obligaciones, de sus juramentos al orden legal que los contrata para su defensa. Miserables y traidores hasta convertirse en una de las patas fundamentales de la jornada negra vivida ayer. Les queda el consuelo de haber sido vitoreados y ensalzados por “sus” miserables.
Miserable el discurso de ayer del líder de oposición, lleno de guiños al engaño, lleno de afirmaciones que se negaban en el párrafo siguiente, plagado de escapismo político y oportunismo. Miserable por su falta de compromiso con el estado. Miserable por su afán de lograr rédito de una situación de emergencia. Miserable de puntería amañada, apuntando en una dirección y disparando a otra diferente. Miserable de falta de compromiso y falto de verdad en unas palabras imprescindibles en el momento.
Miserable Podemos. Convirtiéndose en una parte fundamental del problema. Miserable, populista y radical. Nada nuevo. Pero es vergonzoso, miserable, que piense que va a lograr rédito de una actitud taimada y frentista. Miserables pretendiendo desviar el problema y replantearlo en un ámbito absolutamente falso.
Miserable la CUP a la que no le importan las consecuencias de sus actos, miserables por sacar réditos del dolor ajeno, miserables como marionetas útiles de poderes internacionales contarios a las ideologías que ellos dicen defender. Miserables por no importarles el dolor de las personas a las que manipulan y ponen a los pies de los caballos. Miserables por organizar, dirigir y alegrarse de las algaradas callejeras en las que otros son los que ponen su integridad. Miserables todos los grupos anti globalización, anti sistemas, extremistas con los que comparten ideales.
Miserables los ciudadanos catalanes que permiten o fomentan la manipulación instalándose y difundiendo el odio hacia lo español en una clara demostración de profunda españolidad. Miserables los que les dan cobertura intelectual y los que manipulan la historia, las historias, las leyes y los fundamentos. Miserables y culpables de permisividad. Miserables por salir a la calle a defender una mentira, por salir a la calle a ser héroes de historieta romántica. Miserables por buscar la foto de su participación para poder contarlo. Miserables los que permiten poner en riesgo a sus hijos y  a sus mayores. Miserables y talibanes. Miserables y candidatos a que les sea retirada la patria potestad por energúmenos.
Miserables los ciudadanos catalanes que se quedan en su casa y callan y tragan esperando a que sean los demás los que les saquen las castañas del fuego. Miserables los ciudadanos catalanes que contribuyen con su silencio, con su miedo, con su falta de compromiso, al ruido de los que no piensan como ellos. Que permiten que su ausencia haga mayor la presencia de los otros.
Miserables los ciudadanos españoles, del resto de España, que han usado este conflicto para airear sus odios, sus rencores, sus más ancestrales apetitos de violencia y sus cuentas pendientes. Miserables, oportunistas y cobardes, jaleando y promoviendo rencor y violencia desde la seguridad de sus casas. Y traidores, traidores a España que es todo y no solo su parte.
Miserables los corresponsales extranjeros en busca de la carnaza que no sacan en su casa. Miserables que buscan la noticia sin importarles la información, la neutralidad o las razones. Miserables que se permiten opinar de un país que no es el suyo mientras en el suyo callan. Miserables y aprovechados que contribuyen al odio buscando solo aquello que les reporte tirada, beneficio, amarillismo. Miserables los que apoyan una ilegalidad que en su país jamás permitirían. Miserables y dañinos.
Miserables los tibios, los neutrales, los equidistante, “los que no toman partido hasta mancharse”. Miserables porque contribuyen a la confusión, porque buscan una superioridad moral que su misma posición desmiente, porque viven en la indeterminación de la que hacen su refugio del que solo salen para ser ganadores cuando alguien gana.
Miserables los que  viven en el odio y lo airean reclamando para sus razones lo que son otras sinrazones. Miserables por manchar, por engañar, por desvirtuar y contribuir con la confusión que esparcen a la multiplicación de los miserables.
Miserables los manipuladores de imágenes, de cifras, de noticias y de rumores, los que las esparcen sin verificar su verdad, los que las jalean y toman como propias sin importarles la verdad o el daño. Miserables, cobardes y delincuentes que alimentan con su miseria la miseria general.
Miserables los que han amanecido desde posiciones intolerantes, sectarias, impropias de la humanidad a la que dicen pertenecer reclamando para sí una verdad única que jamás ha existido ni nunca existirá porque la verdad no es algo que el hombre pueda alcanzar jamás. Manipuladores, intransigentes y esparcidores de rencores contrarios a los ideales más básicos de la humanidad.
Miserables todos aquellos que desde posiciones morales que debieran de contribuir al diálogo, a la tranquilidad, al acercamiento, contribuyen con sus posiciones a la difusión del odio tomando parte. Miserables los sacerdotes, los historiadores, los filósofos, los masones, los eruditos, los periodistas, los comunicadores que defienden por interés o por miseria moral, los despropósitos de cualquiera de las partes. Miserables indignos del lugar que ocupan o del prestigio que reclaman.
Miserables todos los que creen que puede haber sociedad fuera de la ey y los que creen que la ley tiene que someter a la sociedad. Los inmovilistas y los rupturistas, los unos y los otros.
Miserable yo, que lleno de dolor, lleno de razones me veo obligado a defender aquello en lo que no creo y situarme frente a los que el corazón me acerca. Miserable por no poder aportar más que palabras, más que reproches, más que lágrimas, de frustración, de incapacidad, de dolor por todos los miserables.
Hoy España, todas y cada una de sus partes, es un erial, un terreno baldío y desangelado habitado por una gran cantidad de miserables de todo signo que se creen triunfadores, y a los que lo único que les importa es reclamar su cuota de triunfo, el sacar la mayor cuota de beneficio, de ciegos y miserables adictos, para sus posiciones. Para sus miserables posiciones.

Lloremos como cobardes las miserias que hemos cometido como ciudadanos. De algún lugar nos llegarán las carcajadas.