domingo, 24 de noviembre de 2019

Un paseo por el Paseo, de Orense


Hay momentos en que los dioses permiten, momentos en los que el clima acompaña, momentos en los que las circunstancias invitan, y se puede asistir a sucesos cotidianos extraordinarios. Siempre que paseo por Orense los ojos de los soportales parecen túneles que el tiempo dispone, e invita a traspasar para trastocarse, para enredarse en su transcurso y poderse asomar a otros momentos que las piedras guardan celosamente grabados en sus entrañas, personas y personajes que dejaron su impronta tallada en ellas a su paso. En Orense la lluvia es paisaje, y memoria, cuando el paseante mira con los ojos más allá de las caras que se cruza y del tiempo en el que parece vivir.
Todas las calles son caminos temporales que discurren en un plano habitualmente rígido, lineal,  inaccesible en su transcurso. El tiempo que todo lo ve pero nada concede se vuelve dadivoso, maleable, generoso con el paseante.
Es así como un paseo por el Paseo, de Orense, en un día lluvioso, aparentemente desapacible, puede convertirse en una experiencia de reconfortante intimidad. Es así que mis 65 años, con los que empecé el recorrido, se habían convertido en veinticinco al llegar al Parque de San Lázaro y en diez, en apenas diez, cuando de nuevo empecé a oler las garrapiñadas que marcan a los sentidos el final del paseo, el extremo del Paseo.
En ese tiempo pude ir viendo a las señoras sentadas en el Miño, escrutando a los paseantes, escrutando, en realidad sus vidas, y rellenando los huecos que por ignorados, por supuestos, resultaban más interesantes y jugosos de comentar. Esas señoras que a mi madre tanto le preocupaban desde la distancia de Madrid y que provocaban la recomendación que siempre me hacía, y que podía volver a escuchar, cuando en plena época hippie y rebelde me recordaba siempre en la estación, justo antes de partir para Orense: “si vas a pasar por el Miño, vete bien vestido”, magnífica invitación para ir vestido como me diera la gana. “Aunque tú no las conozcas, ellas sí te conocen a ti”, como si con la edad que yo me gastaba el reconocimiento fuera diferente a lo que sucede con un cristal polarizado, que si tú no ves a los que están al otro lado tienes la sensación de que tampoco ellos te ven a ti.
Me encontré en mi paseo por el Paseo de Orense con tantas personas queridas, recordadas, en muchos casos añoradas, que, como siempre sucede en los momentos en los que la magia toma el control, el alma se va invadiendo de una felicidad calma, lluviosa, de pompa sin ruido, de charco que no moja, de sonrisa sin rictus. Saludé a personas y a lugares que hace tiempo que solo residen en las esquinas de la lluvia y la memoria, de la piedra y el recuerdo. A Marujita Manzano, la gran amiga de mamá, a Marite y Gloria Vilanova, al chalet de los Losada, a las sesiones vermut en el Auria, a la Tía Natalia y al tío Juan con su sombrero y su chaleco irrenunciables, con esa piel de color blanco casi transparente, al  tío José Luís, el filósofo,  siempre del brazo de la tía María Joaquina, a los helados de La Ibense, y a la pastelería “Ramos” que conformaba el otro extremo goloso del paseo. Goloso y aromático. Me encontré conmigo mismo saliendo del Losada con mi padre de ver mi primera película: “Globo Rojo”. Tantas personas a las que saludar, recordar, recuperar en ese paseo mixto de tiempo y espacio, de clima y recuerdo. Paso a paso iba devanando mi memoria y paso a paso los recuerdos, y los recordados, se unían a mi paseo. Unos se quedaban conmigo, mi primo Santiago, siempre presente, otros saludaban al pasar, algunos se paraban a compartir y representar charlas que no había olvidado.
Tanto en la ida como en la vuelta los pasos eran  pausados, de los que se recrean en el espacio para no perderse el tiempo, para no perderse, por apresurados, un recuerdo más perezoso que pugnando por salir pudiera sobrepasar antes de que se manifestara. Tanto a la ida como a la vuelta me visitaron personas, lugares, recuerdos, palabras, que sin pertenecer al entorno del Paseo si eran invocados por las personas y los momentos que iban apareciendo. Cincuenta años largos en dos largos del Paseo, en ese deambular de ida y vuelta, pausado, expectante, un poco exhibicionista, que era su forma natural de ser recorrido. Es un recorrido corto en el tiempo que transcurre, pero extenso en el tiempo recorrido. Un tiempo extendido en los recuerdos de Papá, del tío Julio, de personas y sucesos que nunca viví porque no había nacido, memoria heredada que siempre me vinculó a una ciudad que siendo la mía, apenas fue mi residencia permanente.
Y de nuevo el olor de las garrapiñadas que me despidió al iniciar mis pasos, la luz del escaparate de La Viuda que me reclama para una última representación del pasado, comprar un libro tal como hacía el Tío Toñito cada vez que llegaba a pasar parte de mis veranos a su casa.  Y en ese acto se incardinan dos situaciones: empezar a evocar la Plaza Mayor, allí donde me esperaban mi pandilla, mis primeros amores, mis últimos juegos, y el despertar a la realidad del momento presente, aunque la ensoñación pareciera tener todo preparado para evocar más y más recuerdos.
Pero seguramente ese será otro viaje, otra lluvia, otras piedras, otro tiempo y otro momento, que ya me producen un cierto anhelo, una melancolía húmeda y dulce que me predisponen a recórrelo, cuando los dioses lo permitan, cuando el clima lo acompañe, cuando las circunstancias me  inviten.

viernes, 22 de noviembre de 2019

La bocamente


Supongo que fue un politólogo el inventor de una de las frases capitales que tiene el idioma español para explicar la verdad de la situación política en España, en la actualidad y en cualesquiera que sean  los tiempos en los que queramos mirar.
Me refiero a esa frase que dice que: “nada es verdad ni es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira”. Ya se sabe que el simbolismo es lo que tiene, que quieres decir ideología, pero solo para avisados, pues dices cristal; que quieres hablar de derechas y de izquierdas, pues hablas de colores;  que te quieres explayar sobre la post verdad y las infinitas verdades paralelas que pueden coexistir mediante técnicas ad hoc, para que todo acabe más retorcido que una sábana escurrida por una lavandera, pues “Nada es verdad ni es mentira”. O sea, lo que estamos viviendo en nuestro día a día.
Que te hablan de espionaje ruso en el conflicto catalán, pues es que quieren que nadie repare en la sentencia de los ERE. Que te cuentan que en Bolivia tienen que dejar los ataúdes abandonados en la calle por las cargas de la policía, pues será que los pactos con los independentistas están en marcha y mejor que nadie sepa en que consisten. Que te hablan de educación pública en un acto de educación concertada, es que necesitan gente cabreada que no repare en la necesidad de un plan nacional, consensuado  y de calidad para la enseñanza. Que te hacen mirar para arriba, pues es que no quieren que repares en toda la mierda que estás pisando. Vamos, en definitiva, la ancestral estrategia del mago, pero sin acordes gloriosos finales para remarcar lo asombroso del truco. En todo caso unos acordes de la patética o de alguna marcha fúnebre que constaten que una vez más, otra vez, te la han metido hasta la bola, que para los poco aficionados a la tauromaquia dícese de la estocada que se hunde en la carne del toro hasta la bola que remata la espada taurina. Hasta la empuñadura, vamos.
Así que, y aprovechando la figura geométrica recién mencionada, y resumiendo, que estoy hasta la bola, en realidad en plural, de que me tomen por el pito del sereno, instrumento este que como todo veterano recordará servía para intimidar… a casi nadie.
El caso, el problema, la realidad, es que con tanto profeta de lo suyo, sobre todo en los cibernéticos espacios invisibles, nos encontramos con un hartazgo, con rebordes de rechifla, de falsedades interesadas sobre cualquier manifestación que esos adalides de la desinformación tienen a bien introducir,  sin permiso ni rubor por no tenerlo, en un espacio en otros tiempos sagrado, la intimidad de nuestro salón, dormitorio o estancia en la que hayamos depositado nuestro aparato de recibir, a partes iguales, mentiras y sandeces, que con la beatitud de la superioridad moral que se suponen a sí mismos tienen a bien difundir, difundirte.
Con tanto divulgador de sus verdades del barquero, de las falsas, casi siempre, barbaridades del contrario, con los repetitivos intentos de pasar los bulos, tergiversaciones y mentiras palmarias resultantes de aplicar su cristal, de su color, a toda manifestación de cualquiera de color diferente, o que simplemente varíe de tonalidad, han logrado que podamos creernos nada, creer en nada.
Para cualquiera avisado en óptica, es evidente que la aplicación de una lente que no sea totalmente plana, para observar un objeto, deforma la visión de este, en el mejor de los casos solo en tamaño, y en el peor estaremos ante una galería de esperpentos creados por la concavidad, o convexidad de la lente, y que poco tienen que ver con el original. Si además la lente está coloreada ya no podremos ni siquiera saber cual era el valor cromático original del objeto observado.
En fin , que no por mucho explicar resulta más evidente lo explicado, que lo que en principio quería decir es que por más esfuerzos que pueda realizar, por mejor voluntad que quiera poner en el empeño, no me creo nada de lo que se dice en las redes, en los periódicos o en los mítines políticos, que estoy hasta las narices de sectarios de la ideología, becarios del poder y militantes de la verdad última, una especie de iglesia adventista del último día, pero sin dios ni criterio ético o moral, y de los piratas de mi intimidad que usan de mi amistad, real en unos casos y virtual en otros, que me obligan a hacer con mi mente lo que con mi boca, limpiar y enjuagar al menos tres veces al día.

domingo, 17 de noviembre de 2019

Frankenstein o Fronkonstin


La moda en este momento es analizar las catastróficas consecuencias económicas y laborales que puede producir el pacto de gobierno PSOE-PODEMOS en el futuro inmediato, y más allá, del país. Realmente el pacto es preocupante, no por  las siglas que lo firman, o por su ideología, sino por la incapacidad de gestión de los recursos y la incapacidad de asunción de la realidad inmediata que tiene ambas formaciones, o, por ser más exactos, sus líderes. Hablar de subida de impuestos con una recesión asomándose, o de una ampliación de los beneficios sociales sin antes desempantanar el problema, es la típica apuesta populista que solo cuenta para hacer sus apuestas con el dinero ajeno, ese que, según alguno de sus militantes, no es de nadie.
Una reforma fiscal como la que se pretende acometer solo empieza a dar sus frutos en dos o tres años, que a ver si los aguanta la legislatura, pero que además pueden ser francamente amargos si la recesión se lleva por delante toda la cacareada batería de medidas contra “los ricos”, que acaban siendo en realidad la clase media. Ya la han arruinado una vez, y sería complicado volver a levantar la cabeza con tan poco tiempo de recuperación.
Pero con ser la política económica tremendamente preocupante, por el momento y por los actores, tal vez no sea ese el caballo de batalla que sele puede encabritar a semejante gobierno. Un gobierno dicotómico, un gobierno esquizofrénico en los temas territoriales, un gobierno sin otra ligazón que la personal necesidad de sus líderes de tocar poder, un gobierno cuya parte populista está arrastrando a la que debería de poner el poso de fuerza de estado.
Cuantos más días pasan, cuantas más declaraciones se escuchan, cuantos más discursos se apoderan de las portadas de los diarios de opinión, más negro se vuelve el futuro, peores consecuencias se adivinan en el horizonte.
Pero aunque la moda sea opinar sobre esta cuestión, tal vez, es mi opinión, no sea la que mayor riesgo produce en un futuro inmediato. Pero vamos a intentar explicarlo con números electorales y vemos que dicen esos números.
Alianza ideológica para el gobierno (PSOE + Podemos)                                9.850.168 votos
Otros aliados ideológicos (Más país)                                                                 554.066
Oposición constitucionalista (PP, Ciudadnos y VOX)                                  10.297.472
Otros aliados ideológicos (Navarra suma)                                                           98.448
Ni fu/ni fa (otros partidos, en blanco y nulos)                                                1.403.852
Abstenciones                                                                                                 10.506.203
Independentistas de izquierdas              (BNG+Bildu+CUP+ERC)               1.510.804
Independentistas de derechas (PNV+JXCAT)                                                   904.798
Pasaban por ahí (resto de partidos con escaño)                                                 310.705

Así que en una interpretación simplista de lo que vemos que está sucediendo, que a lo mejor no tiene nada que ver con lo que realmente está sucediendo, pero no nos cuentan, vamos a limitarnos a leer los números, sin ninguna interpretación, y a eso le podremos aplicar todos los barnices éticos que nos convengan, barnices que en muchos casos, en la mayoría, no serán otra cosa que tintes ideológicos.
Según los números, en realidad los que dicen representar a esos números después de filtrados, deformados y distribuidos según criterios muy dudosos, 9.850.168 españoles se consideran con derecho, apoyados por otros 554.066, que suman 10.404.234, a gobernar a todos los demás, aproximadamente el doble que ellos, y no solo a gobernarlos, si no a imponerles unos criterios contrarios a su parecer, es decir, a gobernar contra ellos.
Bien, como esos números son insuficientes, incluso una vez retorcidos por la distribución territorial y la ley esa famosa, deciden que hay que sumar más apoyos, para que el disparate pueda consumarse en ¿representantes?, por lo cual suman a otros grupos cuyo interés es justo el contrario al invocado.
Veamos el disparate. Para poder salir triunfantes llaman a unirse a un gobierno de progreso, o sea de izquierdas, a 1.510.804 independentistas del mismo signo, o sea de izquierdas, incluso a 244.754 anti sistemas confesos como son los de la CUP, es decir a personas cuyo objetivo declarado es subvertir el sistema legal del estado para el que están apoyando un gobierno. Me cuesta no incluir ninguna valoración, pero aún queda mucho disparate.
Como siguen sin ser suficientes incorporan también a unos cuantos de los que pasaban por ahí y no tienen otro interés, ni finalidad, que preguntar que qué hay de lo suyo, en un auténtico alarde de sentido de estado, de unos y de otros.
Pero aún no es suficiente, aún no hay suficiente metralla, así que de repente, en una insospechada y circense pingareta, se invita a un gobierno de izquierdas a 904.498 votantes independentistas de derechas, para ser aún más exhaustivos, a 377.423 independentistas de derechas (PNV) y a 527.375 independentistas de extrema derecha (JXCAT), que por mor de la necesidad de llegar al poder se trocan en progresistas de toda la vida. O que por suerte para el pretendido gobierno su mayor interés de sacar tajada independentista les hace alinearse con quién parezca dispuesto a ceder más, sin importar otra ideología que la de debilitar al estado.
10.506.203 personas no se molestaron en acudir a un lugar donde no pueden hacer oír su voz, y lo que es peor, donde su voz es irreconocible. 249.499 votaron con cabreo de tal forma que su voz no sea aprovechable. 216.515 explicaron de la única forma posible que una vez personados no hay nadie capaz de representarlos, ni un sistema que los acoja. Un verdadero disparate.
Pero lo peor, lo más preocupante, es que 3.640.063 españoles votaron con las tripas, con la indignación, con el cabreo absoluto y creciente que ese Fronkonstin electoral y sus consecuencias a medio y largo plazo pueden tener para un país en el que se sienten a gusto, y en el que si no fuera por componendas, leyes electorales y mentiras contrastables, podrían seguir estando a gusto. Y no hablamos de lo económico, no solo, sino de lo que la calle ya aborrece, lo territorial, las moralinas ideológicas de todo tipo, el garantismo llevado al esperpento, el trato discriminatorio en ciertas materias, el trato vejatorio del que pretende denunciar la situación, y un largo etcétera que es caldo de cultivo para populistas y extremistas de todo signo.
El mayor problema para todos es que el supuesto gobierno con sus actitudes elitistas y prepotentes, puede acabar logrando que el cabreo de tantos como ellos se eche a la calle por su incapacidad para controlar un país enardecido con sus tejemanejes. Y el peligro, el gran peligro, es que ahora ese cabreo tiene a quién es capaz de llevar sus reivindicaciones a ese terreno. La calle ya no es patrimonio de la izquierda, y VOX puede moverse en ese entorno con la misma comodidad que la izquierda de su misma tesitura. Y luego estamos los que no le importamos a ninguno, ni a unos ni a otros, la mayoría de los españoles que una vez más sufriremos las consecuencias de unos ambiciosos inoperantes y sin criterio ni moral para ejercer las funciones a las que aspiran.
Urge una nueva ley electoral que permita a los votantes elegir a las personas que desean que los representen más allá de sus ideologías o pertenencias. Listas abiertas que obliguen a quien es votado y hagan responsable al votante. Una ley que tenga una circunscripción única que descargue de veleidades territoriales la elecciones para el estado, contando los votos totales, se produzcan donde se produzcan, y que todos tengan el mismo valor. No puede ser que 1.637.540 ciudadanos tengan menos representantes que 869.934 porque están en distinta circunscripción. En un estado todos los votantes deben de tener el mismo valor, y todos los ciudadanos que ejercen el voto están en la misma circunscripción. Pero ya, no próximamente, no en un futuro cercano, no dejarlo correr a ver si nos olvidamos.
Solo aclarar un último concepto. He utilizado el nombre de Fronkonstin, en vez del de Frankenstein, para referirme a esa suerte de retales que pretenden avalar un gobierno con absoluta intención. Frankenstein, incluso en la ficción, era un creador de vida, Fronkonstin, protagonista del Jovencito Frankenstein, no era más que una parodia del original y un engaño burlesco que pretendía ocultar sus famas.

domingo, 10 de noviembre de 2019

Análisis electoral, o no


Y se celebraron, o se disputaron, o se llevaron a cabo, las elecciones, porque celebrar, celebrar, creo que solo los de VOX.
Los electores juegan su papel, incluso cuando se equivocan. Desde tiempos  inmemoriales los héroes arrastran su propia maldición. Eneas, Ulises, no son héroes por su comportamiento ejemplar, si no por su capacidad de sobreponerse a sí mismos y a los designios de los dioses que ponen todos los obstáculos posibles a su paso.
En esta historia, en este devenir actual de la sociedad, los héroes son los ciudadanos que se acercan a las urnas a pesar de los dioses que no les son propicios. A pesar de los dioses económicos que sumen a su pueblo en desigualdades intolerables. A pesar de los dioses ideológicos que reclaman de ellos un vasallaje sin condiciones, sin discusiones, sin matices. A pesar de los dioses electorales, que también existen en esta historia, que les dan unas reglas tramposas y les impiden que se reconozcan en los resultados que los dioses de los números interpretados convierten en desconocidos que no representan más que a su partido.
Y a pesar de todos esos dioses, furibundos unos, burlones otros, casi todos tramposos, los ciudadanos de este país acuden a las urnas y votan. Votan casi todos con las tripas, algunos con el corazón, la mayoría con los pies y otros con el aparato reproductor. Casi ninguno con la cabeza, porque los héroes lo son por luchar, no por pensar, y porque se levantan de sus errores una y otra vez, cada cuatro años en condiciones normales, o cada pocos meses como pasa actualmente.
El caso es que ha habido, otra vez, una vez más, y posiblemente no la última, unas elecciones y el pueblo ha hablado. El pueblo ha hablado y la ley D’hont, y un sistema electoral absolutamente desquiciado, le ha cambiado la voz según sus propios intereses. Claro que por mucho que la voz, convertida en número de diputados que no se corresponden con el número de votos, les sea cambiada, un grito es un grito y una bofetada es una bofetada. Sin paliativos, sin paños calientes.
Hay regañinas, al PSOE por su soberbia e incapacidad de hacer nada constructivo con la confianza recibida. Hay palmaditas, al PP por haberse portado bien durante estos meses sin meterse en follones ni peleas. Hay desilusiones, la de Podemos que va perdiendo el aire como un globo mal anudado. Hay indiferencias, como la de Más País incapaz de tener un resultado significativo. Pero hay dos reacciones viscerales, dos reacciones que demuestran el hartazgo total y absoluto de los votantes con la tomadura de pelo que elecciones tras elecciones los partidos políticos perpetran contra los héroes de esta maldita historia.
Hay un grito popular desgarrado, potente, visceral, ululante, retumbante y algo desesperado, contra todo lo que los políticos están representando en su nombre y contra su criterio. Un grito que mañana muchos intentaran amplificar para invocar fantasmas en su beneficio, justo los mismos que están provocando ese grito con sus acciones y sus opiniones, que ignoran a aquellos a los que dicen representar. Un grito de hartazgo y desesperación porque, aunque sea desvirtuada, aunque sea retorcida, aunque sea vituperada, los votantes quieren que su voz sea oída. Un grito de descontento y desmoralización por no sentirse más que un voto usado para fines indeseados cada vez que son llamados a las urnas. Mañana, en realidad ya ahora, habrá personas que creen representar a la democracia, siempre que la democracia diga lo que ellos consideran que debe de decir, y que no se representan más que a sí mismas, que clamaran contra el resultado de VOX. Personas que reclaman la democracia pero se consideran con derecho a decir quién puede tener voz y quién tiene que callarse, que se rasgarán las vestiduras por lo que ellos pretenden decir que VOX representa. Personas que insultan, menosprecian, descalifican, a otras que se permiten discrepar de sus opiniones, de sus cuestionables verdades, de su soberbia intolerante. Y ese grito es VOX.
No, nadie que tenga dos dedos de frente puede considerar que VOX tenga una base electoral ideológicamente afín que se corresponda con el número de votos recibidos. VOX es solo el beneficiario, en estas elecciones, en otras fue Ciudadanos, y en otras Podemos, de la frustración de votantes que jamás compartirán con VOX muchas de sus opiniones y ninguno de sus planteamientos para llevarlas a cabo. Vox es solo el receptor del descontento de votantes de todo pelo, y algunos calvos, que se niegan a seguir siendo usados por los partidos mayoritarios para sus teje manejes ajenos a aquellos que los votaron.
Y también hay una bofetada, sonora, de película, un “zas en toda la boca”, que señala la absurda estrategia, aunque tal vez la torpeza es tal que estrategia es un término absolutamente inadecuado, con la que Ciudadanos ha logrado que la mayoría de sus votantes le dieran la espalda. El héroe de esta historia se equivoca al propinarla, porque Ciudadanos debería ser una pieza fundamental en su reclamación de unas reglas limpias para una democracia algo más real, pero su estulticia, la de sus líderes, ha sido tal que no ha habido otra opción que hincharle la mejilla con un bofetón en toda regla. La continuación de la historia nos dirá si el héroe, sobrepasada esta estancia de su viaje, le perdona la idiotez y vuelve a confiar en un proyecto necesario. Pero para eso falta un tiempo, y posiblemente algo más que otras elecciones.
En fin, entre todas estas cosas, y algunas más que no voy a comentar, hay una noticia que no por sabida es menos importante: ¡Teruel existe¡ Ya solo falta que exista la vergüenza mínima por parte de los políticos para promover unas modificaciones a la ley electoral que nos devuelva a los electores la capacidad de sentirnos dueños de nuestro destino y al país una democracia real. ¡La inocencia existe¡, dios proteja la inocencia.

sábado, 9 de noviembre de 2019

El viaje indefinible


Mi adicción literaria es tan diversa, tan heterogénea, tan ecléctica, que es difícil decir un estilo, una escuela, una tendencia determinadas.
Legué a la literatura de la mano de Ibañez y El Capitán Trueno, seguí con Rudyard Kipling y Marcial Lafuente Estefanía. Cualquier cosa con letras que cayera en mis manos pasaba automáticamente a mis ojos. Es cierto que mi padre intentaba poner un cierto orden en mis lecturas, pero aunque puedo decir que mis libros de cabecera fueron “StalKy & Co” y “Cuentos de la Alta India” y que una versión de “IF” presidía mi mesa de estudios desde que yo puedo recordar, no estaba cerrado a ningún otro género literario, y así entraron en mi vida Julio Verne, Emilio Salgari, Karl May, H.G. Wells, Edgar Rice Borroughs  o Zane Grey. Así que pronto comprendí, 12 o 13 años, que me apasionaba la ficción y que había libros que enseñaban más, o mejor, que los de texto. Aún hoy oigo hablar de parajes  que conozco sin haber estado nunca en ellos.
Por Borroughs llegué a la ciencia ficción, por él y por las novelitas de Bruguera que publicaba en el mismo formato que las de vaqueros.
Aún recuerdo con añoranza aquellas caminatas con mi compañero Javier Salas hasta la calle de Benito Gutierrez  esquina a Juan Álvarez de Medizabal donde una señora ponía un tenderete lleno de libros de segunda mano. Allí compre la Saga de Carter en Marte, y la de Carson en Venus, y los libros de las primeras colecciones de Ciencia Ficción publicadas en España por la Editorial Géminis y Nueva Dimensión o Ferma, precursoras de Bruguera y su colección de traducciones de “Fantasy & Sciencie Fictión”, primera colección que llegaba con regularidad a los kioscos.
Ahí me hice amigo de Ray Bradbury, de Philip K. Dick, de Poul Anderson, de Fritz Leiber, de Isaac Asimov, de Clarke o de Zenna Henderson, entre otros muchos autores que te contaban como era el universo más allá de la fronteras del día a día o más adentro de las fronteras de la piel y del tamaño.
Quise, desesperadamente, desesperanzadamente porque en nuestro país no había ninguna posibilidad, ser Susan Calvin, la protagonista de Yo Robot. Quise conocer los mundos exteriores con la misma pasión que los mundos interiores. Comprendí que todo era posible, incluso lo imposible, y la famosa frase de Dick: “He visto cosas que vosotros jamás creeríais”, se hizo una frontera franqueable para mi mente.
La ciencia ficción ha sido, a lo largo de mi vida, la más eficaz herramienta para que mi mente no admitiera más limites que lo que no era capaz de imaginar, e, incluso, esa frontera se intentaba traspasar con imaginación o con consciencia de la existencia, o inexistencia, de lo inalcanzable, de lo inconcebible, de lo inabarcable.
He pasado gran parte de mi vida convencido de que me había asomado a todos los rincones que mi mente era capaz, o incapaz de procesar, y han bastado un par de libros recientes para darme cuenta de que una vez más, otra vez, había mundos que ni siquiera había sospechado y que estaban a mi lado. Perspectivas para mirar lo que nos rodea, o a lo que rodeamos, que ni siquiera había imaginado.
Es increíble la perspectiva que una tradición cultural ajena a la nuestra es capaz de aportarnos, la riqueza de matices existenciales, o inexistentes, que esa otra forma de mirar encuentra y que nuestra mente nunca había explorado, o con cuya frontera se había topado sin siquiera ser consciente de que la tal frontera existiese.
Fue espectacular encontrarse  con la tradición oriental y enfrentarse al universo desde una perspectiva cultural totalmente ajena. Fue desconcertante, pero maravilloso, esclarecedor, refrescante, innovador, enfrentarse al universo de la mano de Cixin Liu y su “Problema de los Tres Cuerpos”, una novela complicada de leer por su profundidad, por la mirada cultural con que está escrita, y porque los nombres nos son tan ajenos que es difícil recordar un capítulo más adelante quién era quién o siquiera si era mujer u hombre. Pero la pena tiene la recompensa de percibir, cuando el problema se ilumina, como tu cerebro ha activado algunas zonas hasta ese momento ignoradas.
Y me ha vuelto a pasar. Me ha vuelto a pasar con “Quién teme a la Muerte” de Nnedi Okorafor, una novela con una carga étnica tan espectacular que la magia no es más que un instrumento sin el que el mundo no podría sobrevivir. No una magia blanca y occidental, si no esa magia misteriosa, profunda, enraizada con la naturaleza que los africanos asimilan como un componente más de su realidad cotidiana.
Descubrir en tu interior la riqueza que el exterior no te permite alcanzar, bucear hacia adentro lo que no puedes navegar hacia afuera, traspasar reduciendo lo que no está al alcance de tu expansión, es solo uno de los crecimientos lineales que la búsqueda, así planteada, sin definir el objetivo de esa búsqueda, te permite, pero no el único. También el conocimiento se encuentra a tu lado, siempre que seas capaz de ver en los demás aquello de lo que tú mismo careces. Siempre que seas permeable a lo que los demás te puedan aportar sin la desconfianza absurda que te lleva a recelar de todo lo ajeno.
La riqueza del universo no sabe de etnias, ni las células de nuestro cuerpo saben de colores más allá de los que les aconseje el clima. La única riqueza satisfactoria es la de poder acercarse a los misterios inalcanzables y notar el cosquilleo de su aceptación consciente incluso en la ignorancia.
Leer es disponerse a ver el mundo con unos ojos diferentes a los nuestros, es aceptar que lo que nos dan es más rico que lo que damos, es ser, sin cortapisas ni soberbias, un poco mejor, estar un poco más completo.

jueves, 7 de noviembre de 2019

De debates y maitines


Llevo unos cuantos días oyendo hablar de un debate que al parecer se ha celebrado en televisión y cuyos debatientes eran cinco de los candidatos en las próximas elecciones. Me parece que me lo he perdido.
En realidad no es que me lo haya perdido, es que me han engañado. El pasado día tres, perfectamente pertrechado para evitar el sueño que habitualmente me producen los debatientes y su, exhibido repetidamente, encefalograma plano, tomé posesión del sillón a la hora anunciada, conecté el canal acordado y asistí a un espectáculo televisivo.
Está claro que equivoqué la cadena, Antena 3, o la hora, las 22:00, o ambas cosas, y en vez de un debate me tragué un mitin a cinco absolutamente infumable. Ni un contraste de ideas, ni una discrepancia razonada, ni el más mínimo respeto hacia los votantes, como no fueran los de su partido.
Un horror. Un disparate. Una tomadura de pelo solo admisible desde la soberbia de saber que pase lo que pase alguno de ellos será el futuro presidente de un país castigado por una clase política que solo consigue el aprobado en la soberbia actitud de ignorar a los votantes. Un esperpento.
¿Y el debate? Pues eso me pregunto yo, eso llevo buscando desde hace unos días en internet, en los periódicos. Sí, hay noticias que hablan de un ganador, y todo. Así que debió de haber debate, pero yo solo encuentro referencias al infumable espacio de propaganda ideológica que yo presencié. Del debate ni rastro.
Lo más divertido del tema fue cunado en el espacio posterior al mitin, un supuesto analista deba como vencedor rotundo al Sr. Sánchez, que había estado muy en jefe del gobierno. ¡Tamaña desfachatez!
Para mí los mítines más interesantes, más a los suyo, menos embarrados y embarrantes, fueron los de Podemos y VOX, seguidos, ya a distancia, por el representante del PP y absolutamente lamentables, desubicados, inoportunos, incapaces, los del PSOE y Ciudadanos.
La inteligencia y el dominio del medio de Pablo Iglesias, no los vamos a descubrir ahora. Como buen boxeador siempre encuentra la guardia baja del contrario, siempre saca los temas que los demás han ignorado y que son de preocupación popular, siempre sorprende saliéndose de las trilladas vías que recorren los demás. Y lo hace con el énfasis y la convicción que todo populista sabe usar cuando tiene público. Para mí un 8 sobre diez, que promediando con el 0 de fiabilidad ideológica de las soluciones pretendidas no da para aprobar.
Abascal, serio, circunspecto, sin entrar en provocaciones, fue colocando sus mensajes, tan populistas como los de PODEMOS, sin inmutarse y sabiendo perfectamente donde le duele a la gente de a pie, donde están sus verdaderas preocupaciones, sus miedos y carencias cotidianas. Un poco excedido en los mensajes negativos que permiten ver por la costura el esqueleto radical y absolutista, involucionista, que lo sustenta, pero podríamos repetir la operación matemática y evaluativa hecha con Pablo Iglesias.
Casado. Distendido, seguro de sí mismo, sin errores propios ni salidas de pata de banco tan practicadas en las elecciones anteriores. No estuvo brillante, lo de la naturaleza y Salamanca, pero sí positivo, didáctico, y muy pescador en caladero ajeno. Le faltan tablas, le falta un poco de carisma, y tiene imagen y ganas de agradar de sobra, el puesto le va en ello. No le daría más de un siete y en este caso la ideología no se exhibió con lo que no hay nada que promediar. Como los saltadores que van al límite derribó el listón con el talón del último pié.
Sánchez estuvo en Sánchez. Soberbio, displicente, sobrado, ausente, lleno de gestos de conmiseración hacia los demás, ensimismado en sus papeles, ignorando las intervenciones ajenas, torpe de palabra, espeso de conceptos, confundiendo permanentemente su figura como candidato y como presidente de gobierno en funciones, repitió en varias ocasiones lo que iba a hacer después de las elecciones en vez de hablar de lo que haría si era elegido. A Pedro Sánchez, y así lo hizo ver durante todo el infumable programa, le sobran las elecciones, él va a ser el próximo presidente del gobierno por mandato divino, y por belleza personal, y lo sabe, y si se avino a prestar su presencia fue solo para que nosotros supiéramos que lo sabe. Un 1 porque un menos 1 al cuadrado es lo que resulta.
Y finalmente Rivera. Previsible, exaltado, incómodo, incomodando, lleno de tics y sin sitio. Alguien en su equipo ha pillado la linde de los objetos e informes a enseñar y ya se sabe que cuando la linde acaba, alguno que otro sigue. Seguramente sus mensajes eran comprables, o lo serían si hubieran sido inteligibles, limpios, expresados en intención positiva y no en pasado ajeno negativo. Quiso pegarse con todos y de todos recibió sin llegar a conectar ni un solo golpe claro que le diera puntos. Un horror. Y encima, ¡por dios que alguien se lo diga de una vez! ese histérico y enervante latiguillo de “No se ponga usted nervioso” que lo único que logra es granjearle las antipatías de los que escuchamos. El señor Rivera es como los malos actores, que una vez les sale un papel apañadito y ya lo repiten toda su vida, aunque el personaje no lo soporte.
En fin que yo debate no vi ninguno, y si se me permite el chiste fácil, ya que el horario coincide, si antes se oraban maitines ahora se soportan “mitines”, sí con acento en la segunda i para que rime. Si ellos son tan malos yo no tengo por qué ser mejor. Lo de los laudes, si eso,  ya lo dejo para otra ocasión.

lunes, 4 de noviembre de 2019

Que llueva


Dicen que las armas las carga el diablo, puede que los votos también. Hace ya algún tiempo escribí una reflexión en la que expliqué por qué nunca podría votar a PODEMOS a pesar de compartir muchas de sus ideas. Ahora podría reescribir el mismo artículo sustituyendo PODEMOS por VOX.
Y es que la postura radical es muy cómoda, porque consiste en decir lo que muchos quieren oír o piensan, sin adquirir un compromiso real de llevarlo a cabo. Es más, ¡dios nos libre de que alguna vez pudieran llevarlo a cabo!, porque si algunas de sus ideas pueden ser comunes a las mías, lo que no es común, en absoluto, entre ellos y yo es el método para poder llevarlas a la práctica.
Oigo bramar contra VOX con voces histéricas que claman anatema. Es una buena campaña para ellos cuando además los que con voces fariseas desbarran contra VOX han sembrado el descontento y la desconfianza entre los votantes. Y ahora se permiten, sin aportar ni una solución, ni una actitud arrepentida, ni un solo síntoma de escuchar a los de a pie, reclamar la complicidad de los que han ignorado, me atrevería a decir ninguneado y humillado, para erradicar a otro partido, que se toma la licencia de decir lo que los votantes reclaman, con la única razón de que deben de ser considerados unos apestados, ideológicamente hablando.
Me temo que es un intento inútil, o, para ser más exactos, un intento que se vuelve permanentemente contra ellos. El viejo truco que usa el lobo para desviar la atención del pastor gritando que viene el lobo, al cabo de unas cuantas veces no funciona.
Y el identificar a los votantes de VOX como integrantes de la España más rancia, aparte de una afrenta, es una falacia. Los votantes de VOX, en su mayor parte, son personas con deseos de propinarle una patada en los mismísimos a un sistema que los ignora y los descalifica según sus propios intereses. Un sistema que utiliza los grandes problemas para enardecer a sus votantes, los de toda la vida, y luego, confortablemente en sus despachos oficiales,  se desentienden de ellos y se ponen de perfil cuando esos problemas afectan a la convivencia diaria de los ciudadanos, de los vecinos que los sufren.
Hablo del garantismo que permite que los delincuentes pongan en la calle a personas que se ven despojadas de sus bienes, de su vivienda, por mafias perfectamente orquestadas y asesoradas para saltarse la ley, y sus consecuencias. Y cuando al fin logran recuperarla, aveces pagando una extorsión que el sistema no persigue, es devastada y saqueada sin que esto suponga ningún tipo de pena para el delincuente, ni genere ningún tipo de satisfacción para la víctima.
Hablo de esos delincuentes que se amparan en el estatuto de los menores no acompañados para sembrar el terror en los vecinos de los barrios, habitualmente personas humildes y mayores, y cuando se levantan, abandonados, ignorados, reclamando su tranquilidad y su convivencia, con llamarles fachas e insolidarios está todo arreglado. Eso sí, desde la distancia, no vayan a darles un susto.
Hablo de esos niños bien que orquestados por movimientos internacionales siembran el terror y la violencia amparados en consignas políticas en las que no creen y promovidas por políticos sin moral que no creen en ellos, ni en sus propias consignas.
Hablo de esos comerciantes que agobiados a impuestos, vigilados por sospechosos de enriquecerse, es fundamental desacreditar al que se queja, hasta límites de estado recaudo-policial, ven como en cualquier lugar, incluso a la puerta de sus negocios, se instala una competencia que no tiene obligaciones fiscales, laborales o comerciales, y cuenta con el beneplácito de los que no aportan otra cosa que buenismo y demagogia. Eso sí, esos mismos son los que luego, instalados en poltronas, suben los impuestos a los que ya los pagaban, e insultan a los que se quejan del trato discriminatorio, intentando hacerlos sentirse culpables.
Hablo de los que sufren persecución en razón de su propio ideario, o a los que no se les permite expresar su discrepancia con algún tema sin ser, de inmediato, socialmente linchados, vilipendiados, y si puede ser, desposeídos de cualquier mérito o fama.
Hablo de los que son prejuzgados sin causa, condenados sin ser acusados, linchados por el único delito de discrepar en contra de colectivos que imponen su ley sobre la ley.
Hablo de una sociedad que no ve salidas a sus demandas, que están hartos de escuchar, el día después de las elecciones solamente, que los votados han entendido su mensaje para, a continuación, hacer lo que les da la gana. Hartos de que se les quiera educar con una falta de educación evidente, que se les quiera imponer un pensamiento único en aras de una libertad solo reconocida para sí mismos y para los que ellos consideren oportuno
Hablo de un colectivo exento de ideología harto de ser insultado y ninguneado por el simple hecho de discrepar de los idearios ajenos, más bien de su desfachatez, por la falta de soluciones a sus problemas cotidianos, por la ignorancia de las situaciones que les toca vivir, por la dificultad de las convivencias y el día a día que los políticos crean por su interés y luego se desentienden sin preocuparse de las consecuencias de sus actos, ni de los que las tienen que soportar.
Habrá quién inmediatamente, la inmediatez y el insulto son lo suyo, considere que estoy en contra de la inmigración. Soy gallego, inmigrante a los cuatro años, hijo de inmigrantes, nieto de inmigrantes, biznieto de inmigrantes, miembro de un colectivo que viene siendo inmigrado desde hace cientos de años, y nadie, y menos un tonto con dos o tres banderas, me puede hablar de inmigración, pero lo intentará y además será aplaudido. Es la sociedad que estamos creando.
Habrá quien inmediatamente, la intolerancia contra la intolerancia y la ignorancia son sus armas favoritas, me califique y me etiquete en base a sus propias carencias de ideas propias y de interés por sus semejantes, o lo intentará, y será aplaudido. Es la sociedad que estamos alimentando.
Habrá quién se sienta justificado en su odio contra los sembradores de odio, los límites de su permisividad hacia sí mismo y los que le aplaudan son infinitos, y justificará la violencia contra los que él considere violentos, y actuará de una forma fascista con los que él califique de fascistas, y se sentirá héroe de redes sociales, adalid del insulto y abanderado de todo lo que dice combatir, pero en realidad practica y fomenta. Y sus víctimas acabarán siendo votantes de VOX, aunque no sea porque los confundan con semejantes piltrafas morales.
El problema, esperemos que no la desgracia, es que los votos los carga el diablo, y como algún día gobiernen los radicales, sean de un signo o de otro, sean los de VOX o los de PODEMOS, la única culpa será de los partidos incapaces de una actitud democrática, pero las primeras víctimas serán sus propios votantes, esos que hartos de estar hartos se liaron la manta a la cabeza y votaron con las tripas, con las entrañas, con la desesperación y el desaliento de buscar una democracia y encontrar solo lo que tenemos.
¡Ea!, ya está dicho. Que llueva, y me da lo mismo que sea café en el campo o basura en las redes sociales.

viernes, 1 de noviembre de 2019

El punto 38


Trabajó conmigo hace tiempo una persona que cuando comentábamos las películas vistas durante el fin de semana, tenía su propio criterio para evaluarlas. Si empezabas a valorar la fotografía, las técnicas… zanjaba rápidamente la crítica/comentario con un rotundo: “Una mierda de película, vamos”, porque para él solo existía una forma de ver el cine.
Con el paso del tiempo parte de mi familia se ha dedicado, se dedica, a la producción audiovisual, y esa circunstancia me ha llevado a tener una idea más clara de que hay muchas formas de ver una película, como las hay de leer, de observar una pintura o de enfrentarse a cualquier tipo de creación ajena.
Ante el cine, en concreto, hay gente que da mayor importancia a como se hace, otros a qué se hace y otros a qué se cuenta. Yo soy de estos últimos, a mí me interesa lo que me cuentan por encima de cómo lo cuentan, y por eso pongo especial atención a la historia, al desarrollo de los personajes o las circunstancias ambientales que los rodean y los pueden determinar.
Y a todo esto, que me enrollo, he visto “Mientras dure la guerra”, de Amenabar. Ya había escrito sobre Amenabar y sus innecesarias declaraciones sobre la España actual y la herencia de Franco, antes de haberla visto, pero no esperaba que la necesidad de que la historia diera un resultado ideológico determinado llevara a retorcer unos sucesos y a unos personajes, hasta volverlos irreconocibles.
Puedo pasar por un Franco que quiere ser hierático y resulta casi tonto, pero tonto de babarse, por falta de expresividad. Puedo pasar por un Unamuno incapaz de enfrentarse a la situación y que, a ratos, es un pelele en manos del halago fascista. Pero no puedo pasar, porque es falso, por un Millán Astray de guiñol.
El Millán Astray que nos presentan es un tipo plano, un fanático sin más calado intelectual que gritar “Viva la muerte”, grito que al parecer provino de alguno de los espectadores y no del mismo general. A veces la necesidad dramática aconseja tomarse ciertas libertades. A veces la necesidad ideológica invita a fabular de forma paralela a la realidad. A veces las exigencias de éxito son permisivas con miradas a universos paralelos a la realidad que se dice contar, eso que se llama dramatización. Millán Astray era un personaje con una larga trayectoria militar e intelectual, porque, pese a quién pese, ser fascista, como ser comunista, socialista o liberal, no presupone una capacidad intelectual, o una falta de capacidad intelectual, inherente a la ideología practicada. Un hombre instruido, viajado, miembro de una familia en la que convivían personas de diferentes ideologías, y que eligió una forma de ver la vida.
Tampoco Unamuno es ese personaje atormentado por una permanente contradicción ideológica. Unamuno es un librepensador que denuncia sistemáticamente los abusos del poder, lo detente quién lo detente, y se enfrenta a ello desde una tribuna pública. No es un héroe, ni un cobarde físico como sutilmente desliza la película en la escena de la policía fascista, es un hombre público que intenta usar su prestigio para poner coto a los desmanes que se cometen a su alrededor sin que le importe quién los comete, ni en nombre de que pretendido ideal los comete. Un hombre para el que un abuso es un abuso sin posibilidad de apellidos. Un intelectual que usa su única arma, sus palabras, para denunciar las tropelías que llegan a su conocimiento. Tampoco dijo lo de vencer es convencer con el enfoque que lo presenta la película, pero es una frase tan rotunda, tan real, que no importa en qué contexto se utilice
Tampoco es cierto que Unamuno fuera sacado a duras penas del acto, de hecho, según cuentan los que de esto saben, desde allí se fue a su café tranquilamente y luego a su casa. Sin escolta, sin que su integridad física estuviera en peligro.
Es muy habitual, es cotidiano, que aquellos que profesan una ideología, y uso el verbo profesar con toda su carga, presupongan que todo el que no comparte la totalidad de sus actos y pensamientos sea, automáticamente, de la ideología contraria, y Unamuno padeció eso, y su culpa última fue intentar valerse de esos vaivenes para hacer oír con mayor rotundidad su voz, tal vez pensando, craso error, que si la crítica provenía de alguien cercano podría ser escuchada: Ni los socialistas lo escucharon, ni los fascistas tampoco, simplemente lo convirtieron en su enemigo. Enemigo de todos, amigo de la Verdad, que casi siempre es intolerable para los buscadores de la razón como propiedad incuestionable.
Oigo a mi alrededor, si Unamuno levantara la cabeza, denigrar el régimen franquista como autor de barbaridades contra los españoles, reo de sangre y sufrimiento, pero los mismos que denuncian esto callan y otorgan ante las barbaridades cometidas en tiempos de la república, sangre y sufrimiento de españoles que no siempre eran contrarios a ese régimen. Parece ser que unos lo hacían desde la legalidad de unas elecciones que muchos denuncian como fraudulentas y los otros desde la ilegalidad de un golpe de estado. A mí, como a Unamuno, y perdón por la pedantería de la equiparación,  y como a muchos otros españoles, las barbaridades me parecen barbaridades, los muertos muertos, y la sangre, la de todos, roja e innecesariamente derramada. No se dice, y si se dice es que eres un facha, que la deriva de la República tampoco era especialmente positiva, que muchos datos apuntaban hacia una dictadura socialista de consecuencias fácilmente previsibles. No lo sé, yo no vivía entonces, pero si el pasado franquista me parece deleznable, que me parece, tampoco ese que apuntaba la república me parece un pasado deseable, ni habría sido un pasado inocente.
Ni mis palabras pretenden justificar nada, ni se adhieren a ningún discurso histórico, ni pertenecen a ningún sesgo ideológico. Mis palabras solo reflejan el hartazgo de no poder creer a nadie, de la verdad a medias, de la postverdad y de la manipulación interesada de nuestra historia, que es, íntegramente, nuestra, de todos, y que sucedió como sucedió, no como pueda interesar a unos y otros que sucediera.
Hemos suplantado la verdad por “tener razón”. Lo importante es tener razón y que mucha gente en la redes sociales nos dé un “me gusta”, cuantos más mejor, a nuestros comentarios. Cuanto más epatantes más populares, cuanto más dañinos más apreciados. Siento no estar a la moda
Daba Schopenhauer un tratado sobre cómo lograr tener razón sin que importara la razón última, sin que importara la verdad. Schopenhauer no conoció la redes sociales, pero sí que en su tratado hizo una perfecta disección de cómo se manejan en ellas ciertos personajes, y digo personajes porque suelen ocultar su identidad tras perfiles ficticios o corporativos. Un tratado, en 38 puntos, de cómo pasar por encima de la verdad y del adversario, ya, en algún momento, enemigo.
En el tratado dice el punto 38: “Cuando se advierte que el adversario es superior y se tienen las de perder, se procede ofensiva, grosera y ultrajantemente". Como serán intelectualmente algunos de los que escriben en esos ámbitos, que usan directamente el punto 38. Si no dices lo que quieren oír te llaman “facha”, o “rojo de mierda”, en una actitud, la de ellos sí, la de ambos, inequívocamente fascista. Viva el punto 38.