sábado, 24 de julio de 2021

Cartas sin franqueo (XL)- Los infiernos

El infierno sólo existirá en tanto en cuanto haya gente que desee su existencia, y gente que viva para provocar el infierno ajeno. Solo la tolerancia tiene la capacidad de sofocar las llamas de cualquier infierno.

En nuestro error, en nuestra obsesión por juzgar, en nuestra intolerancia, llenamos el infierno de personas que han cometido nuestros pecados, no los suyos, porque los juzgamos desde nuestros valores, no desde los suyos, y esto sucede porque tendemos a considerarnos mejores, depositarios de virtudes y valores imponibles a los demás, y porque juzgar y condenar es más fácil e inmediato que tolerar y educar. Si estamos tan convencidos de nuestros valores, como para juzgar a los demás por nuestro rasero, lo lógico sería que nos esforzáramos en transmitirlos y convencer a los demás de su bonanza, pero nos pueden la prisa, la intolerancia, la soberbia, e intentamos imponernos, imponerlos, mediante la obligación y la represión, y en ese mismo acto los condenamos, y nos condenamos, porque el infierno siempre será de ida y vuelta, de rencor por rencor, de condena por condena.

El afán de revancha, la intransigencia con lo ajeno, son las razones que siguen alimentando las llamas de todos los infiernos del mundo, de los religiosos, de los económicos, de los éticos, de los políticos, sobre todo, en la actualidad, de los políticos. Aquí por la dictadura franquista, en Cuba por la dictadura castrista, en Rusia por las barbaridades soviéticas, en Alemania por las barbaridades nazis... y vuelta a empezar, y vuelta a mantener el infierno vivo para que ardan otros, que antes o después lo mantendrán vivo para que ardan de nuevo los primeros, y el infierno seguirá ardiendo y garantizándose su futuro porque siempre habrá alguien que considere justo y necesario que siga existiendo. Pero del infierno podremos decir cualquier cosa, menos que sea justo.

Ningún sistema represivo, a lo largo de la historia, ha logrado imponer sus criterios más allá de su tiempo de preponderancia, al final del cual pasa de represivo a reprimido y completa un recorrido de péndulo que volverá a repetirse.

 Lo curioso de este sistema viciado, vicioso, victimante, es que las víctimas pretenden pasar a ser verdugos antes de ofrecer el cese del movimiento pendular, sin darse cuenta de que ese es un funcionamiento perverso e imposible. El vencedor siempre puede mostrarse generoso, inútilmente generoso, porque solo las víctimas tienen una generosidad creíble y la capacidad de frenar el movimiento oscilante.

Recuerdo aquel conocido chiste que empezaba preguntándose ¿por qué los políticos invierten más en cáceles que en escuelas? Porque las cárceles acabarán visitándolas y las escuelas nunca más. Es sangrantemente revelador. Es toda una declaración humorística de una verdad universal. La represión siempre es más productiva a corto plazo, y más previsible, que la educación.

Me pregunto, cuando leo que hay que ser intolerante con los intolerantes, frase muy mona, muy redonda, y muy aplaudida en redes y ciertos foros, ¿Se dan cuenta los que la pronuncian que se declaran derrotados? ¿Se dan cuenta de que están comprando el mensaje de los que dicen combatir? Con los intolerantes hay que ser intransigentes, implacables, impermeables, inagotables, inasequibles, pero jamás intolerantes. La tolerancia es una virtud, una actitud, que pertenece al pensamiento y el pensamiento es libre, incluso el mal pensamiento, principalmente el mal pensamiento, que nos permite tomar conciencia de nuestra imperfección y sobreponernos a ella. Otra cosa es que pasemos a los hechos, que intentemos hacer realidad los pensamientos, los malos pensamientos, porque ahí sí que hay que ser todas las cosas que he dicho, e incluso alguna más.

El infierno, en definitiva, y así lo reflejo en algunos poemas de juventud, es la tierra, es la vida que vivimos, y lo es por elección nuestra. Y cuando el combustible tradicional de ese infierno empieza a fallar, porque hasta las ideas más perversas acaban fallando y agotándose, se inventa una nueva, en nuestros tiempos el combustible son las ideologías, y con ellas se alimenta el fuego de los infiernos, de los del odio, del frentismo, de la sinrazón. La ideologías, como antes las religiones, como antes el estatus, como antes las fronteras, son los señuelos que ponen a nuestra disposición el rigor descalificatorio, discriminatorio, deshumanizante, para crear los infiernos, casi siempre en plural, casi siempre en binario, Ya el problema es elegir cuál de los dos infiernos, de los muchos infiernos, estás dispuesto a homologar. Yo ninguno. Tal vez por eso prefiero las realidades, aunque sean en forma de cuento, a los cuentos, aunque sean en forma de realidad. Yo no creo, en general en la inocencia, y si hay ideologías de por medio no es que no crea en ella, es que la descarto.

Estas redes de nuestras miserias están plagadas de aprendices de Torquemada -en realidad de aprendices de George Jeffreys, Lord de Justicia de la corona Británica, que provocó más muertos durante el limitado ejercicio de sus funciones que la Inquisición española en toda su historia, aunque la propaganda diga otras cosas- individuos que se dedican a predicar, desde su justa ira, justa solo para ellos, esa sinrazón propia de los fanáticos, los infiernos para todos aquellos ajenos a su verdad. Y al tiempo que abren las puertas de esos infiernos, van entornando las de los propios que, antes o después, su intolerancia abrirá de par en par, para que otros los arrojen a ellos. Porque, al final, la intolerancia es el acceso seguro al infierno ajeno,  un infierno que, más tarde o más pronto, acabará siendo nuestro propio infierno.

Existe el infierno, y como existe, nosotros nos encargamos de ello, existen los demonios, el demonio de la intolerancia, el demonio del odio, el demonio de la soberbia, todos los demonios de nuestros propios fracasos, el demonio de nuestra propia incapacidad para apagar todos los infiernos que tanto provecho provocan a los que se lucran de alimentarlos.

sábado, 17 de julio de 2021

Cartas sin franqueo (XXXIX)- El sesgo

“Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales, que lavándose las  manos se desentienden y evaden, maldigo la poesía de quién no toma partido hasta mancharse”  Celaya dixit.

La pertenencia, en realidad el sesgo, es lo que hace que haya una parte dogmática de la sociedad que opina que los neutrales son todos aquellos que no se colocan en su posición intolerante, narcisista ideológicamente hablando, autocomplaciente, porque desde su atril dogmático-docente son absolutamente incapaces de asumir que haya mundo, ni razón, fuera de su mundo y de su razón, porque son absolutamente refractarios a la libertad de pensar fuera de las estructuras predeterminadas del pensamiento afín.

Y confunden la no alineación con la neutralidad. Y confunden la razón con su razón. Y confunden, porque no son capaces de cuestionar sus propias convicciones, paso inicial del librepensamiento, el dogma con la verdad, lo que los incapacita para intentar encontrar el resquicio de la razón ajena. Y confunden la neutralidad, o la equidistancia, culpable con la náusea que produce el dogmatismo. Y confunden la neutralidad  con el absoluto rechazo a las mentiras inamovibles que sustentan las ideologías.

“El centro, es aquel punto desde el que ningún experto puede equivocarse”. No lo digo yo, es una de las máximas del simbolismo y del libre pensamiento, y, desde luego, las ideologías no están en el centro, están sesgadas, tan sesgadas como las miradas de los que viven bajo las convicciones de sus razones.

Predican los sesgados, que el odio es patrimonio de los del sesgo contrario, y argumentan que los únicos odios reconocibles son los que se han producido sobre los regímenes de ideología contraria, y en esa ideología, como si todos fuéramos tontos, meten sin mesura ni empacho a todos aquellos que no pertenecen su forma sesgada de ver el mundo.

Así, unos consideran que todo lo que esté a la izquierda de la social democracia, en los casos más radicales incluyen a la social democracia misma, es extrema izquierda, los “social-comunistas”, mientras que los otros consideran que todos los que están a la derecha son “fascistas”. Tampoco es que argumenten mucho para demostrarlo. Tampoco es que les preocupe mucho argumentarlo, ni siquiera se plantean si hay argumentos. Tampoco es que cuando lo intentan pasen mucho más allá del panfleto o el eslogan proporcionado por los grandes pensadores de su sesgo. Y esa es una forma de detectarlos. Si en vez de proponer disponen, si en vez de exponer predican, si solo ven virtudes en lo propio y maldades en lo ajeno, no cabe duda, estamos ante los dogmáticos.

Lo habitual es argumentar sobre la perversidad ajena, usando como argumento irrebatible de su maldad intrínseca los muertos históricos, olvidándose de los propios, justificando los propios como si fueran muertos necesarios, muertos por su propia elección, por su culpa. Nadie muere por su culpa, ni siquiera los suicidas, en la mayor parte de las ocasiones. Y yo en temas de muerte soy muy simple. Si alguien mata a otro es un asesino, para empezar. Y a la hora de contar muertos trabajo en base 1, es decir, o hay cero muertos o hay muchos más muertos de los que yo soy capaz de tolerar.

Oí en una entrevista a un encumbrado “intelectual de izquierdas” como justificaba la superioridad moral de la izquierda, su progresía, con argumentos muy parecidos a los que en su momento oí usar a Blas Piñar para reclamar el inmovilismo de la extrema derecha, la convicción absoluta de la verdad propia. Porque la ceguera dogmática, la venda ideológica, el sesgo del pensamiento aupado en una columna de sabiduría y razón autoconcedidas, no permite más visión que la que el ideario marca como límite de lo permitido.

Yo no me desentiendo, ni evado, combato la mentira dogmática de las ideologías con todos los medios a mi alcance, y mi rechazo no es cultural, ni neutral, ni equidistante, ni tibio, es rabioso, es beligerante, y es extremadamente crítico con aquellos que se acunan en la autocomplacencia, mientras odian y siembran el odio, practican la intransigencia y miran hacia otro lado cuando las consecuencias de su sesgo se traducen en muertes, en muertos, de los que yo los considero corresponsables.

Las ideologías son un planteamiento plano del pensamiento, un planteamiento en un eje x-y, izquierda-derecha, que incapacita para transitar por el eje z del pensamiento libre, que incapacita para salirse de las dos dimensiones que niegan la tercera, porque no está descrita, ni siquiera prevista, por los que piensan por ellos.

Parafraseando a Celaya, desde la distancia técnica que nos separa: maldigo las ideologías concebidas como un arma de opresión contra los pueblos, maldigo a los que las defienden sin reparar en sus daños, ni reparar en sus duelos.

Lo triste, lo patético, lo irreparable, es comprobar como el mundo se mueve hacia un feudalismo tecnológico, hacia una opresión feroz en un ambiente falsamente libre, en el que las únicas preocupaciones de las ideologías son: su supervivencia por encima de valores y justicias, y el debate que determinará si la nueva aristocracia será económica o ideológica. Es triste ver día a día como las ideologías, y sus militantes, nos llevan de enfrentamiento en enfrentamiento, de mentira en mentira, de utopía en utopía, hacia un mundo distópico del que tardaremos mucho en poder salir, si es que llegamos a hacerlo. No sé si esa distopía se parecerá al 1984 de Orwell, o al Cuento de la Criada, pero ninguna de ellas me resulta admisible. Yo preferiría vivir en uno de los mundos ácratas, suavemente rurales, utópicos, que describe Ursula K. Leguin en sus novelas.

No quiero un mundo dominado por un estado administrado por un partido, no quiero vivir en un estado dominado por las grandes corporaciones, no quiero un mundo en el que unos cuantos determinan el grado de libertad, el grado de equidad, el grado de justicia que pueden tolerarse según las circunstancias y conveniencias de la élite gobernante. Quiero un mundo de ciudadanos, un mundo de libertad no administrada, de equidad homologable, de justicia asumida. Y eso no me lo permite, no me lo consiente, no me lo tolera ninguna ideología, cuerpos de moral impuesta y ajena a la libertad, a la igualdad y a la fraternidad, aunque las invoquen para vaciarlas de contenido.

Al final, amigo mío, el sesgo no es otra cosa que la incapacidad de ver los errores propios y las virtudes ajenas. O sea, la consecuencia inevitable de los dogmas. Y los dogmáticos son sus profetas.

lunes, 12 de julio de 2021

Un paso atrás

Hay momentos en los que es importante pararse y reflexionar, incluso, pararse, reflexionar y dar un paso atrás para tomar perspectiva, sin olvidar que en muchas ocasiones ese no es el orden correcto ya que para poder reflexionar, en el sentido real del término, es importante antes dar el paso atrás.

Y creo que este es uno de esos momentos. Por supuesto, los que viven en el fanatismo, en el inmovilismo de la convicción absoluta de sus ideas, en el dogmatismo más profundo e inaccesible, no tienen a su alcance la posibilidad de la reflexión, y ellos no lo saben, porque, desde cualquiera que sea su posición en el mentiroso eje de las ideologías, están perfectamente alineados con la demoledora frase de Blas Piñar, que por supuesto negarán con la absoluta convicción de que su  clarividencia es fruto de su superioridad, y no de su cerrilismo, “¿Cómo no vamos a ser inmovilistas, si ya hemos llegado?”

Unos, en un lado del eje, defenderán las fobias desde argumentos descalificantes, frentistas, socialmente inaceptables. Otros, desde el otro lado del eje, alimentaran esas fobias con sus discursos intolerantes, frentistas, ideologizantes. Unos y otros obviaran los problemas reales, renunciarán a posibles soluciones, siempre que la utilización del problema favorezca sus intereses. Porque ni para unos, ni para otros, la resolución del problema es lo importante, el que el problema exista, su denuncia, a favor o en contra, da lo mismo, es lo que alimenta su existencia.

Por eso, tal vez por alguna cosa más, los delitos de odio proliferan, crecen, se hacen más violentos y odiosos, mientras una sociedad perpleja asiste, tras cada uno de ellos, a los disparates que intentan ocultarlos y justificarlos y a la inútil, en realidad inútil para las víctimas y sus familias, inútil para lograr medidas prácticas que pongan fin al disparate, apropiación y etiqueta política del dolor ajeno. Las víctimas solo pertenecen a la muerte, y su memoria a aquellos cuya ausencia diaria les duele de forma cotidiana.

 Desgraciadamente, los delitos que se cargan políticamente tendrán difícil resolución mientras se usen para señalar, manipular y deslegitimar a otros. Siempre habrá algún descerebrado, muchos, algún tarado, que encontrará en esa carga política una excusa más, puede que la excusa final perfecta, para cargarse de razones y acometer un acto aborrecible. Los delitos siempre son delitos, los delitos sobre minorías, además de delitos son cobardes, y quienes los usan para su provecho o para justificar ciertas intolerancias son tan culpables como los delincuentes mismos, porque con su actitud alimentan el odio.

Para cualquier mermado social, psíquico, encontrar combustible para el odio en la ideología rival, es una fácil tentación, una irresistible llamada. Tengo la amarga sensación, y puedo estar equivocado, de que la politización de ciertos delitos dificulta las soluciones. Incluso, ya poniéndome largo, puedo llegar a pensar que ciertos espectros, hablo tanto de ubicaciones ideológicas como de presencias, están más interesados en el problema que en la solución.

Tengo claro que al fanático, “persona que defiende una creencia o una opinión con pasión exagerada y sin respetar las creencias y opiniones de los demás”, esto es, a la inmensa mayoría de militantes y seguidores ideológicos, pedirles razonamiento y mesura en sus manifestaciones, en sus actitudes, pedirles un paso atrás y reflexión en los delitos de odio que ellos mismos alimentan, es solo un recurso literario. Simplemente su mismo fanatismo los imposibilita para poder acometer tal tarea.

Pero, y esto si es responsabilidad de toda la sociedad, tal vez vaya llegando el momento de que la sociedad civil retome sus derechos, delegados en partidos e ideologías, y mal administrados, y reclame una verdadera democracia, una representación leal del pueblo que garantice que se acometan las acciones necesarias para acabar con tanto odio, con tanto frentismo, con tanta muerte inútil, con tanto futuro comprometido por intereses que nada tienen que ver con los intereses reales de los ciudadanos. Y me temo que no queda mucho tiempo.

Una reflexión, un paso atrás, que necesitan de representatividad real, de listas abiertas, de circunscripción única, de soluciones que cautericen las heridas sociales que los líderes ideológicos abren más cada día con sus discursos aberrantes, descalificantes, llenos de odio al contrario, o de populismo buenista y sin consistencia.