miércoles, 25 de diciembre de 2013

Cumpliendo Años

Hace pocos días se cumplió una vez más el aniversario de mi nacimiento y una pregunta banal, casi oída a diario utilizó como detonante la cifra acumulada para replantearme toda una filosofía de vida. Es curiosa la predilección que tenemos por la cifras redondas, por los cambios de década para hacer una suerte de balance, no vital, si no de expectativas vitales. 
¿Cuántos años tienes?, siempre he dicho que las cifras no me impactan, siempre he sostenido que las cifras no son más que una forma de contar el tiempo, pero he de reconocer que todo lo acontecido en mi entorno y mi persona durante este año me ha puesto delante, por primera vez, inconscientemente, una especie de calendario inverso de la vida que me puede quedar según las estadísticas. Aún no he llegado a leer los obituarios de los diarios para analizar las edades reflejadas y compararlas con la mía. Aún no he perdido esa batalla. Pero porque aún no la he perdido y no quiero llegar a perderla es por lo que he decidido cambiar mi discurso. Por eso y como homenaje sentido, interior, dolido, a aquellos que no han llegado, que no llegarán a esta cifra. A aquellos que ni siquiera han llegado a empezar a contarla.
Yo ya no tengo años. En realidad nunca los he tenido. No he hecho una acaparación avara y vacía de mis años. He vivido intensamente cada momento. He dilapidado, dejado tras de mi, apurado hasta donde las posibilidades me lo permitían, casi cada momento de mi vida y tengo la firme intención de seguir hacia adelante con la misma o mayor intensidad si cabe de vitalidad y proyectos.
Yo ya no tengo años, los quemo, los duro, los vivo y dejo atrás su recuerdo lleno de momentos para rememorar en los escasos descansos, para recuperar en la memoria los pasos del camino recorrido. No sé cuantos años me quedan por delante pero si sé que los proyectos que tengo me ocuparán varias veces los años durados hasta este momento.
No sé que dirán las estadísticas, no sé de qué le valieron a aquellos que no llegaron a esta cifra o que llegaron a cualquier otra, no lo sé, pero sí sé que la determinación de vivir cada día, de descubrir cada día la vida propia y la que te rodea y paladear con delectación, con golosonería, con avidez cada instante de consciencia es el único objetivo que he decidido marcarme. Ser feliz, procurar, hasta donde mis fuerzas me lo permitan, la felicidad de los que me rodean y sentir como propias las legítimas necesidades ajenas.

La vida no es un saco de años vividos, la vida es una memoria de personas, lugares y sentimientos. La vida, en resumen, son vivencias.

sábado, 21 de diciembre de 2013

Sobre el cerebro

Comentó en mi entorno alguien en estos días que el hombre no acabaría su evolución hasta que consiguiera que sus dos hemisferios cerebrales fueran un único cerebro. Esta división y su bajísimo aprovechamiento eran los desafíos pendientes para un hombre, para un ser humano, realmente evolucionado.
En estas andaba yo pensando que con la actual formación, que con la actual voluntad política de malformación, difícilmente llegaríamos al cerebro único, antes bien llegaríamos a la atomización neuronal que garantizara a cada partido una zona de nuestro dividido cerebro, cuando mi amigo Antonio, Antonio Zarazaga al que ya he mencionado en otras ocasiones, me explicó con esa facilidad suya para hacer comprensible lo inexplicable, que en realidad tenemos tres cerebros, hijos de la evolución –aún discutida por los creacionistas “literales”- que el ser humano ha ido sufriendo.
Resulta que tenemos un cerebro que pertenece a nuestra época de reptiles, de ahí que se le conozca como reptiliano, que es el más básico y que atiende y entiende de los instintos, de la supervivencia, de la acción-reacción, sin pararse en emociones ni conocimientos. El ataque, la huida. En este cerebro se procesan los estímulos de masas, los temores, los condicionamientos, las reacciones viscerales. El entrenamiento militar, el adoctrinamiento ciego, las conductas inducidas tienen cabida en este cerebro. Tirando un poco de maldad, poco, ya se me ocurre un alto porcentaje de personas que no han desarrollado ninguno de los otros dos.
Los otros dos cerebros, el límbico o inconsciente emocional y el neo cortex o racional consciente son, por este orden, consecuencia de la evolución del hombre hacia la supuesta inteligencia. Aquí se justifica claramente mi pequeña maldad. Y si no piense en su última junta de vecinos, pleno municipal o sesión parlamentaria. Pues eso, reptilianos puros hay a manta.
Y como soy tan dado a utilizar mi cerebro, la suma de los tres, en modo digestión de herbívoro no he podido evitar pensar que alguien nos está tocando los reptiles. Que desde hace unos años, muchos, para acá los acontecimientos, esos llamados grandes o mundiales, no son otra cosa que catástrofes para cuya solución o prevención hace falta una sistemática renuncia a los derechos individuales o a los beneficios sociales ya conseguidos. Inexplicablemente cada paso adelante conlleva dos pasos atrás. Sufrimos un ataque terrorista y toooodos entendemos que en aras de la seguridad debemos de ser más sospechosos y que se nos registre y se nos espíe para evitar que nos maten. Hay una crisis financiera, yo hablaría de un latrocinio descarado, y tooodos permitimos que nos recorten los beneficios sociales, protestando, pero lo permitimos, para poder salir mucho más pobres e indefensos ante unos estados cada día más poderosos, ladrones y prepotentes. Se me viene a la memoria el dicho: “Dame pan y llámame tonto”
¿Y como lo consiguen?, pues eso, tocándonos los reptiles. Te provoco un miedo, un problema, y a continuación te doy la solución que te tranquilice. De paso has perdido varias cosas en el camino, pero tu reptil, o más bien, tú, reptil, estás defendido y puedes dedicarte a seguir mis intereses con menos derechos.
Que conste, yo estoy ya hasta los mismísimos, reptiles, de que me toquen los ídem y hasta donde den mis fuerzas he decidido tener mi reptil desconectado.
Me niego absolutamente a creerme nada de lo que me cuentan ni a creer en la buena voluntad de mis pretendidos salvadores. Me niego con rabia, con vehemencia, desde mi neo cortex ansioso, a seguir siendo manipulado y títere de intereses que ni siquiera me interesan. A seguir siendo esclavo remunerado, peón prescindible, de una partida a cuyos jugadores sin rostro, sin rastro, sin emoción, pretenden que sirva ciegamente. Desconecto.


sábado, 14 de diciembre de 2013

Evaluación Continua

Hace años viví un intento de robo en medio de la calle, a plena luz del día, por parte de un grupo de gitanas que me rodeó y exploró mis recónditos recovecos textiles y no textiles con unas manos ávidas y peritas. Lo peor de aquel episodio no fue que me robaran, que no lo lograron, si no la sensación de impunidad por su parte y de violación de mi intimidad y mis derechos por parte de la mía.
Hoy me pasa lo mismo con las noticias que leo en los periódicos y escucho en tertulias y noticiarios, todas tienen un tufillo recaudatorio común, todas me parecen dictadas desde una impunidad absoluta y todas atentan contra mis derechos fundamentales a tener una vida digna y contra mi intimidad de preservar solo para mí lo que tengo en mis bolsillos. Y no me vale el manido argumento de que lo hacen para preservar el bien común cuando hacen gala diaria y continua de confundir tal concepto con el de bien ajeno de uso propio.
Pero si es verdad que todas me preocupan hay un tipo de noticias que me ponen los pelos de punta por lo que de innovadoras tienen. Noticias que suponen la confesión de un nuevo camino para que sus manos ávidas y peritas se introduzcan unas cuantas veces más en nuestros bolsillos, ya muy mermados, para ver que sacan. Y estos sí que siempre sacan algo, por lo civil o por lo criminal, por la ley o por el error imposible de revertir por falta de medios. Por el uso o por el abuso.
Y en este sentido me preocupa especialmente la noticia de que se va a implantar un reexamen periódico del carnet de conducir, por supuesto pagando las tasas y derechos de examen correspondientes y unos cursillos especialmente montados a tal fin que se concederán a determinadas entidades privadas reconocidas por el gobierno de turno y que se darán por criterios única, y amigablemente, de idoneidad.
Al principio uno lee con cierta esperanza el contenido de la noticia pensando en si ese instrumento servirá para retirar el 70% de carnets concedidos a inútiles físicos o psíquicos que circulan con una bomba en sus manos. Tras una lectura cuidadosa el fin resplandece. Las tasas, los derechos de examen y los beneficios amigables son el único fin de tan innovadora iniciativa.

Y lo peor no es que lo hagan, que lo harán, lo peor es prever lo que vendrá a continuación. Yo por si acaso ya me estoy estudiando la reválida de sexto y buscando academia.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Un Cuento de Navidad

Érase una vez, que se era, una ciudad que como todas las ciudades importantes, y las no tanto, aprovechaba la llegada de la Navidad para engalanar sus calles con innumerables luces llenas de colorido y significado.  Las calles no solo se llenaban de luces, también se llenaban de mercadillos de objetos navideños, de música de villancicos y de viandantes que buscaban con el regocijo propio del tiempo los regalos solicitados en ilusionadas cartas o de viva voz. Y al aire de las calles los escaparates se llenaban de adornos y belenes compitiendo por atraer la atención de los que por allí pasaban. Y una vez al año, una única y mágica vez al año, los Reyes Magos concentraban a una cantidad imposible de personas de todas las edades que se hacinaban sin molestarse, con un inusual civismo, en un recorrido que parecía guardar parte de la magia de un año para otro. Los niños adelante, o subidos en las escaleras, o en cualquier sitio preferente que les permitiera ver el paso de la colorista caravana que se remataba con el paso de la carroza del Rey Baltasar que recogía los últimos y ya casi afónicos gritos de la multitud que se sentía obligada a recordar sus peticiones. Como si sus Majestades no las supieran ya sobradamente. Y así acontecía año tras año, y año tras año los habitantes de la ciudad esperaban con ilusión la llegada de esas fechas para sacar toda su alegría y sentido mágico.
Pero un día llegó a la alcaldía el más moderno, el más sabio, el más triste de los alcaldes de esa ciudad. Un señor lleno de soberbia y distancia y la dejó sin la ilusión, sin la alegría, sin la magia que la habían caracterizado. Como había que ahorrar, entre otras cosas para pagar su despacho palacio, eliminó la mayor parte de las luces. Las que no eliminó las sustituyó por otras frías y carentes de significado festivo, porque consumían menos y no ofendían a los que se ofendían. Los motivos navideños fueron sustituidos por adornos conceptuales o por guías de sofronización a base de palabras que nada tenían que ver con lo que se celebraba. Los colores chillones por paneles uniformes o, en el mejor de los casos, bicolores. Elegantísimos y sofisticados según algunos, tristes y fríos según los más. No contento con todo esto desplazó el recorrido de la cabalgata a un sitio también frío y en el que no se sabía si aquello que pasaba era el desfile de carnaval, el día del orgullo gay o la cabalgata de los Reyes Magos. Bueno ya tampoco importaba, porque muchos de los ciudadanos, de los mayores al menos, dejaron de asistir.
Finalmente el más moderno, el más sabio, el más triste de los alcaldes de la ciudad dejó el cargo para pasar sus irrenunciables atributos al ministerio de justicia del que, como primera medida, desalojó a la justicia por falta de liquidez. Pero el daño ya estaba hecho. Los ciudadanos cuando querían disfrutar de la Navidad como ellos la habían conocido se iban a París, o a Londres o a Nueva York, que no habían tenido la suerte de disfrutar del moderno y elegante alcalde al que los ciudadanos le importaban un pito. Así les iba, despilfarrando y ofendiendo a los que se ofendían.

Ah¡, que no he dicho la ciudad, pongamos que hablo de Madrid.