sábado, 17 de diciembre de 2022

HISTORIAS REALES (I)- CIEGA, SORDA, DAÑINA

Comía el otro día con mi amigo, Antonio Zarazaga, que siempre me aporta material importante para pensar, para escribir y para pasar un rato ameno y enriquecedor, y me recordaba una frase de Voltaire, que, aunque fue mencionada en el contexto de la medicina actual, la huelga en Madrid y las mentiras que no se cuentan, tema del que trataré en breve, y bajo la misma filosofía, es perfectamente aplicable a cualquier tema de actualidad.

“Ni supongo, ni propongo, solamente expongo” dijo Voltaire, y es exactamente lo contrario de lo que hacen hoy en día los medios de comunicación, en realidad de opinión y desinformación. Basta leer un par de cabeceras de los diarios de mayor tirada, para observar que apenas hay noticias en las que el desarrollo no opte por estar a favor de las posiciones de unos y en contra de las posiciones de otros; y eso cuando lo que para uno es relevante, pera otros ni existe. Todos proponen, todos suponen, nadie expone, nadie informa.

Hablábamos el otro día, a propósito de la intoxicación y desinformación en la que vivimos los ciudadanos, y de lo terrible que es el llegar a pensar que ciertas posturas aberrantes de los políticos, que parecen obedecer a intereses que ellos niegan, pero parecen evidentes, están basadas en mentiras que ya asumimos como naturales en el desempeño de sus funciones, sobre la ferocidad fiscal que está destruyendo pequeñas empresas que de otra forma serían perfectamente viables.

Sí, lo dije y lo mantengo, mi duda es si eso es una acción política del gobierno central con el objetivo de desacreditar a ciertos gobiernos autonómicos de signo contrario, concretamente el de Madrid, o si sucede también en las autonomías afines al gobierno central. Lo que no es una duda es que, a las pequeñas empresas de Madrid, la tormenta perfecta se les ha venido encima, y la hacienda pública se ha convertido en el mayor enemigo de su futuro con una actuación ciega, sorda y dañina.

Pero, y siguiendo la frase que mi amigo Antonio me recordaba, voy a contar una historia real, una historia empresarial de la que obran en mi poder todos los documentos, y, por tanto, puedo exponer sin suponer, ni proponer.

A finales del 2019 un conocido firmó la compra de una empresa de carpintería que tenía contrato estable con una conocida firma de seguros para el hogar, contrato que aseguraba una estabilidad en la facturación y un futuro interesante en cuanto a desarrollo y crecimiento. El contrato, aparte de las estipulaciones habituales y de los datos económicos de la transacción, recogía específicamente la responsabilidad fiscal del vendedor en cualquier reclamación que fuera de periodos anteriores al 2020 en los que la nueva propiedad se hacía cargo de la gestión.

Los comienzos fueron complicados. En marzo del 2020 se les vino la pandemia encima y la aseguradora suspendió las actividades. La empresa solicitó un “ERTE” para dos de sus tres empleados, y les garantizó la recepción puntual de sus sueldos, incluso la integridad de los mismos, si el ERTE no lo hacía, como así sucedió en uno de los casos.

En mayo del 2020 se retoman las actividades, y en junio del mismo año, los trabajos están de nuevo a pleno rendimiento. Y es entonces cuando empieza el disparate.

Hacienda comunica una inspección sobre el ejercicio fiscal 2016, de la que resulta una diferencia en la declaración del IVA, diferencia que supone la reclamación de esa diferencia, más una multa, más los intereses, y que lleva inherente otra declaración por el impuesto de sociedades, por supuesto con su correspondiente multa, e intereses.

Ante esta situación, y en base al contrato de compra firmado, elevado a público ante notario, y registrado en el registro correspondiente, se requiere al propietario anterior el pago de los importes, recibiendo la respuesta  de que no va a pagar nada hasta que se lo diga un juez. Ante esta situación se informa a hacienda de que la responsabilidad fiscal de esos importes, según contrato que se aporta, corresponde al propietario anterior, al que se identifica como el firmante del contrato aportado. Al cabo de unas semanas hacienda contesta desentendiéndose del contrato, legal y legalizado, y comunicando su intención de considerar como única responsable de los pagos a la empresa, y, por ende, al administrador actual.

No voy a entrar en pormenores de dimes y diretes, ni en detalles de desarrollo que harían de este escrito, no una carta, si no un expediente de varios tomos. Baste con decir que tras la inspección del 2016, llegaron la del 2017, la del 2018 y la del 2019, con resultados semejantes, cuando no peores, y que los importes ingresados por esas inspecciones en las arcas públicas superan los cien mil euros, contra una facturación media anual, de la empresa  que ronda los doscientos cuarenta mil euros.

La brutal descapitalización que esos pagos supusieron para la empresa, han devenido en una falta de liquidez que impide las compras por la imposibilidad de compromisos estables con los proveedores y el cumplimiento de las obligaciones fiscales de los propios ejercicios, con las multas e intereses correspondientes. Los retrasos y dificultades en los pagos a los empleados suponen la desmoralización, cuando no el abandono de la empresa, y la imposibilidad de la dirección para reconducir una evolución en la que se ve abocada, periódicamente, a situaciones límite de falta de liquidez, a pesar de la facturación regular y brillante para las circunstancias que concurren de compra de materiales y finalización de trabajos.

Para mayor disparate, cada vez que hacienda comunica un embargo, se lo comunica a todos los clientes a la vez, por la totalidad de la cantidad reclamada, y, sin más trámite o dilación, bloquea los saldos de todas las cuentas, hasta que transcurran treinta días en que se resuelva el expediente, lo que ha llevado, en más de una ocasión, a embargar la totalidad del importe reclamado hasta tres veces, desde tres clientes distintos, y a tener ese mismo importe, o importes parciales, en ese mismo periodo, dándose un montante de embargo de algo más de cuatro veces  el importe reclamado, lo que ha supuesto, además de impagos a proveedores, de impagos de nóminas a empleados, la imposibilidad de hacer frente a las obligaciones fiscales, y de la seguridad social, que puedan acontecer en ese periodo, lo que, indiferentes a la perversidad del sistema, y a su propia responsabilidad en la situación provocada, supone, sin posibilidad de recurso o de defensa de ningún tipo, una imposición de multa y el recargo de intereses en las obligaciones incumplidas.

El negocio es redondo. Sobre un embargo de 4.000,00€, es un ejemplo, ha habido importes mayores, se embargan 18.000,00 €, y se devuelve el exceso recaudado con el interés legal, que rondará los seis, o siete euros. Pero, mientras tanto, se ha producido, debido al exceso de recaudación, una nueva devolución de 4.000,00€, para la que habría habido dinero de sobra, que supone, automáticamente, una multa de más de 1.000,00€, y la aplicación de los intereses legales correspondientes, que sobrepasará, casi seguro, los cien euros. Sumas y restas. No hace falta más, solo expongo ¿Quién gana? ¿Quién pierde?

Ante el desarrollo de los acontecimientos, y en un claro compromiso por lograr la continuidad de la empresa, cuya viabilidad solo pone en cuestión la actuación fiscal, solicitan una entrevista, ya saben, después de la pandemia todo es con cita previa, con la unidad de recaudación de la delegación de hacienda correspondiente. Otra sorpresa. Desde la pandemia, todos los trámites de recaudación han sido trasladados a una oficina centralizada, sin acceso público, con la que la única comunicación posible es mediante escritos, lo que, seguramente bordea lo legal, pero sin duda, sin ninguna duda, impide que nadie tome una decisión constructiva fuera de un reglamento que ya no solo es sordo, es ciego, y se convierte en dañino. Se presenta un escrito exponiendo todas las circunstancias, alegando la indefensión, aportando los documentos que justifican la petición, facturación, contrato, incumplimientos a partir de los pagos de cantidades ajenas a la explotación. La respuesta es casi inmediata, para la administración es meteórica, tanto que supone que el receptor, sea hombre, máquina o híbrido carente de alma, no ha podido ni siquiera hojear los documentos adjuntos, llega en menos de una semana, con un párrafo que, dada su literalidad en distintas respuestas, y a distintas circunstancias, da para pensar que es una respuesta estandarizada al margen de lo alegado.

“MOTIVOS DE DENEGACIÓN DE APLAZAMIENTOS/FRACCIONAMIENTOS

Por apreciarse, en base a la documentación aportada y a los datos y antecedentes que obran en el expediente, la existencia de dificultades económico-financieras de carácter estructural que impedirían hacer  frente a los pagos derivados de la concesión de un aplazamiento, como así lo pone de manifiesto el incumplimiento de otros aplazamientos concedidos con anterioridad, sin que, por otro lado, se hayan ofrecido garantías que permitan asegurar el crédito tributario.” (Éste párrafo, entre comillas, se ha rellenado con corta y pega. Anexo II de la respuesta a una solicitud de aplazamiento/fraccionamiento)

Nadie ha pedido el aporte de garantías, que, por otra parte, la misma facturación supone. Y si se pide esta actuación es porque hay dificultades, en este caso creadas por la misma actuación de hacienda y por su postura. Pero, válgame el cielo ¿se deniega la ayuda a una empresa en base a su necesidad de recibir esa ayuda? ¿Hay alguien al otro lado de esa oficina siniestra?

He oído, en los medios de opinión, que el cierre de empresas “zombi”, está siendo inusitado, lo que supone despidos, gente al paro, falta de personal en determinados sectores básicos, aumento de las subvenciones y disminución de los contribuyentes ¿Y Hacienda no escucha? ¿Solo está para recaudar?

En las películas de zombis, habitualmente, la transformación viene dada por un virus que afecta al cerebro. En esta historia, tan real que pongo a disposición de quién lo quiera la documentación que obra en mi poder, el virus se llama Agencia Estatal de Administración Tributaria (AEAT), y parece que no hay ningún interés en lograr una vacuna.

sábado, 3 de diciembre de 2022

SI NON E VERO

Siempre hemos sabido que tras una huelga hay, en un gran porcentaje, una intencionalidad política que nada tiene   que ver con los fines declarados, y esa misma sospecha existe respecto a algunas cosas que están sucediendo en la comunidad de Madrid, utilizando como reos, y víctimas, a los ciudadanos de la comunidad.

Es posible, no puedo afirmar lo contrario ya que no me muevo en los terrenos fanáticos de ninguna de las facciones en conflicto, que haya personas en ese movimiento que actúan con la buena fe de reivindicar carencias evidentes en la sanidad de la comunidad; deficiencias que, por otra parte, no son muy diferentes de las de otras muchas comunidades, regidas, estas, por afines y no afines ideológicamente, a la comunidad madrileña, y que no son reos del ataque sindicalista de Madrid.

Ya lo digo, es posible, casi seguro, pero lo que no sé es si esos médicos son tan reos de los manejos políticos que se adivinan en el fondo del movimiento, como los ciudadanos mismos, y si, éticamente, esta actitud es tolerable. Parece ser que la consecución del poder todo lo tolera.

Pues eso, que ahora llegan los famosos audios y revelan una intencionalidad puramente saboteadora de la convivencia que, no sé si estaba en la mente de los convocantes, o en la de los que siguen las consignas, o en la de los que se han unido convencidos de las reivindicaciones formuladas, pero que, a los que llevamos observando el desigual tratamiento de la sanidad en las distintas comunidades, sin importar la situación existente, desde una postura neutral, a los que asistimos a una confrontación ideológica entre la presidenta de la Comunidad de Madrid y el Presidente del Gobierno, en términos difícilmente defendibles desde un punto de vista ético, y no perdemos de vista que las elecciones están a la vuelta de la esquina, la motivación puramente ideológica de ciertos convocantes de esta huelga, nos parece, como mínimo, veraz, o como dice el dicho: “si non e vero, e ben trovato”.

Y es que en este mundo político, de enconos ideológicos, en los que el ciudadano no es más que el argumento, pero nunca el sujeto real de las preocupaciones, en el que los sindicatos políticos actúan como la famosa marquesa de la canción, que organizaba una fiesta en la que se cometían toda clase de desmanes, eso sí, a beneficio de los huérfanos y los pobres de la capital, realizando movilizaciones, planteando reivindicaciones, a beneficio de las gentes no afiliadas, pero en las que subyace una lucha por el poder a la que están supeditados todos sus planteamientos, y, por supuesto, cuidando muy bien de decirles a sus patrocinados, los que ellos declaran sus patrocinados, lo que deben de querer, sin molestarse en preguntarles lo que realmente necesitan, nada es verdad, ni es mentira, todo depende del color de la ética con la que se mira.

Sí, me parece perfectamente plausible que los que manejan el cotarro de las movilizaciones médicas, curiosamente afines a movimientos de izquierda, más proclives a los objetivos políticos que a los profesionales, estén moviendo el avispero de cara a las próximas elecciones.

¿Quiere esto decir que las reivindicaciones no son justas? No ¿Qué no son necesarias? No ¿Qué no son convenientes? No. Seguramente las reivindicaciones argumentadas son justas, convenientes y necesarias, pero la mentira subyacente con la que se plantean, la falta de verdad y rigor del planteamiento, la negativa a lograr soluciones en aras de un desgaste político que favorezca sus pretensiones de poder, las mancha, las degrada, las hace sospechosas, y puede provocar en los votantes el efecto contrario.

Si todo poder es sospechoso, que lo es, y la posición lógicamente democrática de cualquier ciudadano es ejercer la oposición a quién detenta el poder, por pura salubridad ciudadana, ser reo de una lucha entre dos poderes invalida siempre al agresor, invalida siempre al que, en función de una ética parcial, considera que se puede mentir, ocultar, desvirtuar y utilizar los hechos y a las gentes, con el objetivo de conseguir una posición preponderante, en la que, vistos los resultados, se considerará respaldado para seguir utilizando esos mismos métodos, eso sí, a beneficio del pueblo y sin que el pueblo lo sepa.

“Si non e vero, e ben trovato”, es una de las frases más demoledoras para la ética y la democracia, porque lo que nos viene a decir es que no hay nada en lo que pueda creerse con firmeza; no hay nada solido y veraz a lo que agarrarse para sostener los principios, nada en lo que se pueda confiar tal como nos lo cuentan. Y la mentira, la falta de credibilidad, la desconfianza, son arietes imparables para demoler la convivencia.

Puede que estemos en una campaña electoral soterrada y ventajista, populista, para apropiarse de las necesidades reales como instrumentos de ataque a una opción política concreta, y si esto es así, si se consideran por encima del bien y del mal, y con derecho a manchar todo lo que les rodea, va siendo hora de decir basta, va siendo hora de, como decía la canción de Quilapayún: “llegó el comandante y mandó a parar”.

Y llegados a este punto, punto de falsedad y desconfianza, me pregunto, desde la más pura desconfianza,  si la indefensión fiscal que están sufriendo las pequeñas empresas en Madrid, no sé si en otros lugares, que las sume en la impotencia y la ruina, víctimas de una ferocidad fiscal sin interlocución, sin defensa, sin esperanza, no pertenecerá también a una campaña de acoso político, para lograr unos números de fracaso empresarial que invaliden los logros de la facción en el poder autonómico. Desgraciadamente, y mirando el entorno, también en este caso, “si non e vero, e ben trovato”.

sábado, 26 de noviembre de 2022

CARTAS SIN FRANQUEO (LXXXVII)- LA POLÍTICA CUÁNTICA

No estoy muy seguro de si se puede hablar de política cuántica, una política en la que la realidad depende de que exista un observador empeñado en su formación, es más, que varíe según el observador al que se somete, pero esta sería la única explicación para poder darle algún sentido a lo que estamos viviendo. La realidad que percibo a mi alrededor, una realidad desmotivada, desmoralizada, resignada y resabiada, que cada día está más lejos de esa otra realidad, que se vive en un parlamento ensimismado,  y que se demuestra insensible al clamor mayoritario, y a su obligación de darle voz y representarlo.

Un gobierno que vive en el disparate diario, en una huida hacia ningún sitio concreto que no sea su propia supervivencia, sostenido, en sus peores momentos, por una oposición empeñada en un disparate que hace desconfiar de su utilidad como alternativa, y por unas minorías que van, clara y declaradamente, en contra del sentir mayoritario de la sociedad.

Un disparatado dictadorzuelo decimonónico empeñado en el genocidio de todo un país, que ambiciona, por no plegarse  a sus deseos de expansión y gloria, ante la mirada, cómplice como solo pueden ser las miradas, de la escena internacional, más preocupada de su estrategia geopolítica, de  disponer de un campo práctico de pruebas para su industria armamentística y de amagar pero no dar, que de evitar una inaceptable avalancha de muertes y sufrimiento de personas que han tenido la desgracia de vivir en un campo de prácticas y ambiciones.

Una situación económica agravada por políticas fiscales populistas a las que nada les importa el daño que causan, o la indefensión que provocan.

Una sociedad desquiciada por leyes que transgreden y erizan la convivencia.

Una deriva social que avoca a un futuro tenebroso, a una distopía de tal calibre que se agradece la propia caducidad por no llegar a conocerlo.

Yo entiendo, ética aparte, conciencia a un lado, que todos vivimos en entornos que tienen una carga emocional determinada, y que la visión que de esa realidad cuántica, esa que antes dependía del color del cristal, y ahora se conforma según el observador, en la que vivimos obedece en parte a nuestras propias convicciones, pero ni entendiendo esto me parece tolerable que la política y la calle vivan en realidades diferentes.

Cuando a un problema social se le da una carga ideológica, no se soluciona el problema, se agrava, tal como demuestra el repunte machista que ponen de manifiesto las encuestas y que se da principalmente entre los jóvenes, porque pasa de ser un problema de conciencia a ser un motivo de enfrentamiento, porque el problema queda soslayado por el posicionamiento político contrario, porque el argumento pasa de ser racional a ser emocional. Si además se intentan poner en marcha iniciativas populistas, encima mal desarrolladas, las consecuencias son intolerables: retroceso de lo conseguido hasta el momento, delincuentes en la calle, y mentiras. Siempre mentiras, siempre la exhibición del chivo expiatorio como una explicación de un fracaso.

La ley del “si es si” es el mayor escándalo legislativo de este país desde la ley de vagos y maleantes del franquismo, y su única consecuencia percibible, de momento, es la rebaja de penas, cuando no la excarcelación irreversible, para delincuentes  socialmente intolerables, peligrosos, alarmantes. Ni siquiera el disparate argumentativo de cierta oposición puede enmascarar que la única salida de los responsables, si tuvieran un mínimo de ética, un mínimo de decencia democrática, sería la dimisión, pero en la realidad cuántica de los políticos, la responsabilidad es de otros, y lo importante es lo que se proclama, y no las consecuencias evidentes de su aplicación. El clamor popular está equivocado, es fascista, y solo la pureza argumentativa de una minoría iluminada puede salvar el futuro de las mujeres, de las mujeres que sobrevivan a los violadores en la calle, que sobrevivan a una violencia de género alimentada por el populismo de quienes dicen combatirla.

No voy a entrar en la rabia que percibo a mi alrededor cuando se habla del delito de sedición, no por la reforma, si no por la forma, por los impulsores, por el entreguismo que supone, agravada, la rabia, la desmoralización, por ver a Bildu imponer condiciones a un gobierno que debería representar a ciudadanos cuya realidad cuántica en nada se parece a la que se va formando medida tras medida, ley tras ley, agravio tras agravio.

Tampoco voy a entrar en la desidia popular que produce la verdad alternativa permanente, la incapacidad de dar veracidad a nada de lo que se oye, el hastío por un “relato” permanente de una visión cuántica divergente de la percibida en la calle, en el hartazgo desmoralizado de quienes se sienten impotentes ante una deriva que se escapa a su entendimiento, a sus esperanzas, a su ansia de convivencia y progreso.

Ni siquiera, hoy, voy a tocar los estragos que entre la pequeña y muy pequeña empresa está produciendo una política fiscal feroz, inmisericorde, cuyo afán recaudatorio es más propio de una bolera, que de un estado pretendidamente democrático, y a la que la sonrisa del presidente del gobierno, y sus ministros, en sus comparecencias públicas, no le parece muy diferente a la del “Joker”.

Ni mucho menos, ¿para qué?, voy a intentar entender la realidad cuántica de una oposición que oscila entre el “dontancredismo” de una parte y los exabruptos de otra.

La brillante, y exacta, frase definitoria de lo que es democracia, pronunciada por Felipe González recientemente -"En democracia, la verdad es lo que los ciudadanos creen que es verdad"- contrasta frontalmente con la práctica cotidiana de un parlamento, nada representativo, que considera que la verdad es lo que ellos consigan hacer creer, aún en contra de lo que creen los ciudadanos, es decir, la verdad que la política cuántica les presente, a los representados, como hechos consumados.

Empezando porque la mayoría real, matemáticamente constatable, no es la representada en el parlamento, mayoría que las leyes sabotean en beneficio de las ideologías y los territorios, y siguiendo porque una mayoría, minoritaria a efectos de cuentas contantes y sonantes, conformada por la suma de las pretensiones de minorías contrarias al sentir mayoritario, nunca pueden producir una política asumible por esa mayoría, que no se siente representada, escuchada, a veces, ni siquiera, concernida por una realidad cuántica que emana de un discurso mentiroso, la democracia cuántica en la que vivimos, se parece poco a una democracia real, ni formal.

En este diálogo entre dos personajes de la obra “Palabras Radiantes” de Brandon Sanderson, se aprecia algo de lo expuesto:

-          “¿Qué es una pata? Depende de tu definición. Sin un punto de vista, no existe una pata, ni una mesa. Solo es madera”

-          “Me dijiste que la mesa se percibe a sí misma”

-          “Porque la gente la ha considerado, durante mucho  tiempo, como una mesa. Para la mesa se vuelve la verdad, porque es la verdad que la gente creó para ella”.

Necesitamos, y con urgencia, una regeneración democrática, con políticos que estén más preocupados por la percepción popular que por su cuota de poder, con un parlamento que sea representativo de los ciudadanos, y no de ideologías que la mayor parte de ellos no profesa, ni comparte. Con unas leyes que permitan las mayorías reales, y no que nos condenen a minorías y populismos que favorecen los sentimientos antidemocráticos más profundos. Con una convivencia que favorezca el progreso, la libertad y la igualdad imprescindible, no el medraje de unos cuantos, la libertad que algunos consideren conceder, ni la desigual igualdad de enfervorizados activismos.

Sin duda, la teoría cuántica en la física es un hito del conocimiento, que ha revolucionado nuestra percepción de lo que nos rodea. Pero aplicada a la política es un fracaso de tal calibre, que puede emponzoñar irremediablemente nuestro futuro más inmediato, el de los nuestros.

sábado, 19 de noviembre de 2022

CARTAS SIN FRANQUEO (LXXXVI)- DE LA GESTION Y LA INDIGESTION

He de reconocerte, y no me duelen prendas, que el primer obstáculo que tenemos para poder resolver ciertos problemas es crear un marco dialéctico que no encorsete y restrinja el mansaje que se pretende. El debate ficticio, superado, castrante, que pretende dividir el mundo en dos percepciones sociales diferentes, adscribiéndoles unas siglas, y unas ideas ya preconcebidas, no contribuye a otra cosa que a privar a la sociedad de un debate real.

Claro que, en puridad, el primer debate real sería determinar cuál es el debate político real ¿Conseguir una sociedad en la que el ciudadano sea el sujeto objetivo? ¿Una sociedad en la que primen las estructuras territoriales? , o ¿Una sociedad tutelada por intereses ideológicos, económicos o religiosos?, lo que equivale a establecer unos objetivos hacia los que debe de encaminarse la gestión de los representantes, que, según la elección tomada, pueden ser ciudadanos de a pie elegidos por sus iguales, o líderes, caudillos, o entes difusos de poder.

Está claro que los sistemas actuales están pensados para ignorar al ciudadano, y para consagrar una tendencia ideológica sin vuelta a tras, pero, incluso en esto, hablar de izquierdas y derechas, invocando ideas que en su día tuvieron sentido y contenido, intentando homologar las ideologías actuales, en realidad las interpretaciones actuales, con los líderes y convicciones de entonces, difícilmente tiene sentido.

¿El socialismo es socialista? No, como tampoco el comunismo es comunista, ni el capitalismo es, exactamente, capitalista. Las ideologías tal como fueron concebidas en el XIX, en un mundo con unos valores y unas expectativas diferentes, no tienen cabida en el mundo actual, salvo para añorantes y retardados. No hablemos ya de esa dicotomía de la ilustración que no obedecía más que aun posicionamiento físico de los diputados en la cámara, y que ha trascendido su significado para formar pretendidos bandos irreconciliables: la izquierda y la derecha.

Tal vez podríamos hablar de un social-populismo, de un liberal-populismo, de un nacional-populismo, o de cualquier otra ideología, infiltradas todas ellas por un populismo que las invalida como opción constructiva y que llevan a una gestión nociva en aras de la consecución de objetivos inmediatos, que no siempre están correctamente enfocados, cuando no están directamente en contra de la sensibilidad mayoritaria de la sociedad.

Cada vez es más clara la falta de rigor, de gestión, en aras de una indigestión ideológica más interesada en la autocontemplación, en la supervivencia,  que una resolución eficaz de los problemas comunitarios. Eficaz, esa es la palabra en cuestión. La eficacia de la gestión es el mínimo exigible a quién se ha postulado para gestionar las mejoras de una sociedad. No de una parte, no de un colectivo, no de unos afines, no en contra del resto, sino de toda la sociedad.

Tal como veo la situación, siendo levemente cínico, o no tan levemente, nos enfrentamos a una sociedad desquiciada por la misma inutilidad de sus gestores, en unos casos por incapacidad, y en otros por interés, aunque ese interés no sea propio.

En una sociedad en la que una parte parece conocer las cuestiones importantes, pero adolece de una incapacidad manifiesta para aportar soluciones y herramientas que las respondan, y la otra parte tiene las herramientas y las soluciones, pero le importa un ardite solventar las cuestiones fundamentales, no se puede decir que tenga un futuro halagüeño.

La justicia social nunca pasará por bajar, ni por subir, los impuestos, porque nada tiene que ver el objetivo con el mecanismo, ni por las subvenciones, ni por tolerancia con la corrupción o el fomento de la picaresca. La formación ética de la sociedad nunca pasará por adoctrinamientos de parte, ni por la ausencia de referentes morales con los que construirse. La sociedad justa nunca se conseguirá a base de leyes ideológicas, de leyes recaudatorias, de leyes populistas o de leyes que favorezcan intereses no declarados, pero esas son las únicas que prosperan, que se contemplan, desde hace unas décadas. La calidad de vida de una sociedad no se construye con la destrucción de alguna de sus clases, ni con una política económica que provoque una insondable brecha entre clases, ni con una gestión perversa provocada por gestores incapaces, si no con una justa homogeneización de las mismas, que no contempla ninguna de las ideologías que hoy quieren construir un mundo a su medida, en el que solo tengan cabida los afines, y los reprimidos. Porque, seamos sinceros ¿si no hay reprimidos, si no hay malditos, como podemos atemorizar a los propios con los infiernos de cualquier tipo?

Una sociedad moderna, una sociedad de ciudadanos, no puede sobrevivir a una política de subvenciones sin contraprestación, no puede sobrevivir a una legislación de intereses particulares, no puede sobrevivir a una corrupción institucionalizada, no puede sobrevivir sometida a intereses económicos en la sombra, no puede sobrevivir a la imposición de intereses ideológicos, religiosos o de cualquier tipo, que pretendan instaurarse en contra de su percepción, no puede sobrevivir a una carencia formativa continuada, no puede sobrevivir al enfrentamiento permanente entre sus miembros, no puede sobrevivir a la sistemática ignorancia de la soluciones reales que necesita para sobrevivir.

En definitiva, y por ir acabando, una sociedad que pretenda un futuro viable, no puede sobrevivir a la mentira mendaz, impertinente, desahogada y pertinaz entre la que nos movemos a diario. Ni a eso, ni a la indigestión permanente de la gestión de unos incapaces infundidos de un populismo fundamentalista, más interesados en el mensaje, que en el contenido, o en las consecuencias.

sábado, 12 de noviembre de 2022

CARTAS SIN FRANQUEO (LXXXV)- PEROGRULLO Y EL BARQUERO

Qué gran mentira es la verdad, querido amigo, que gran verdad es la mentira, en esta sociedad en la que ni siquiera se respeta el color del cristal con que se mira.

Una duda pertinaz se me plantea cada vez que, cada vez menos, me asomo al mundo de las verdades a medias, de las verdades relatadas desde el papel o la pantalla, y que parecen no tener otro objetivo que instaurarse como verdades verdaderas, en detrimento de verdades constatables solo sostenidas desde la realidad, o la experiencia.

El tan cacareado “metarverso” todo lo soporta, y el empeño, que ya no supone esfuerzo, si no oportunidad, de crear una realidad que se acomode a los deseos particulares, sin tener en cuenta la realidad real, si es que eso existe, va triunfando. Para que algo sea verdad, en los tiempos actuales, basta con que acomode a un personaje público, o que sea recogida en alguno de los soportes tecnológicos de las verdades sin sustancia.

La mentira ya no existe, existen verdades acomodadas como “el relato”, la “postverdad”,  o la verdad alternativa justificable, todas ellas construidas desde una mentira común, la voladura sistemática del lenguaje, el significado irreconocible de la comunicación verbal.

La nueva torre de babel, esta vez no al servicio de dios, si no al de los hombres endiosados, que se creen con derecho y capacidad para destruir lo que les rodea para construir a su medida, por muy escasa y discutible que esta sea, está en marcha, hasta tal punto que la desfachatez, una lacra abominable digna de personajes sin ética, y sin vergüenza, se ha convertido en una suerte de virtud imprescindible para cualquiera que se considere refrendado, y con atribuciones, para subvertir la verdad constatable.

Ya nadie tiene que mentir, ya nadie miente, simplemente, con absoluta desfachatez, cuando a alguien le ponen un micrófono delante, se limita a construir un “relato”, a defender una “postverdad”, o a marear el lenguaje, con aire de suficiencia y paciencia infinita, hasta emitir un mensaje en el que todas las palabras son individualmente reconocible, pero que, unidas, no llegan a significar absolutamente nada.

Perogrullo y el barquero, son los auténticos héroes de nuestro tiempo, los adalides de los servidores públicos convertidos en salvadores de lo políticamente correcto, de la mentira incuestionable, de la verdad alternativa, aplaudida, celebrada, defendida, inmediatamente, sin fisuras ni cuestionamientos, por quienes está más preocupados por las “verdades ajenas” que por las mentiras propias.

Estos, más seguidores del barquero que de Perogrullo, están perfectamente conformes con las tres verdades del barquero, que acaban siendo cuatro, o cinco, o las que sean necesarias para defender las anteriores, porque, primera y curiosa característica de esas verdades, tienen que ser defendidas, porque son cuestionables. Y ahí entra Perogrullo y dice, con la suficiencia que le caracteriza que la verdad nunca puede ser cuestionable, pero nadie le escucha.

Se supone que, para evitar todo esto, debe de existir un código ético que permita enfocar en su justa medida los comportamientos, y que esa ética, variable para cada uno, pero no variable en cada uno, es un conjunto de valores que invitan a las virtudes, hasta que Marx, no Carlos, el otro, el del cine, definió en una frase genial la ética variable, la del oportunista, la del sinvergüenza, la del desahogado, la que cada día nos encontramos ante micrófonos, en parlamentos, despachos y redacciones.

La verdad como virtud generadora de confianza, de integridad, de respeto, ya no existe, está obsoleta. Ahora, en estos tiempo de verdades convenientes, de mentiras sin piedad, de discursos sin fuste, ni contenido, de lenguajes que permiten construcciones destructivas, y realidades alternativas, necesarias para construir sociedades indefensas, de ideologías alienantes y que se pretenden justificar a sí mismas en base a éticas no compartidas, impuestas, totalitarias, uniformizantes,  el barquero va y viene por el río escuchando verdades que no comparte, y sin cobrar ni un céntimo por sus viajes; hasta que la barca se hunda, o el río se seque, o no queden pasajeros que quieran cruzar en barca.

¿Y Perogrullo? Perogrullo sumido en el silencio, en el asombro, en la incapacidad de encontrar ni una sola obviedad que llevarse al caletre, viendo el vaivén frenético del barquero  y la ruina de su familia. De la de barquero, por supuesto.

 

(*) Las tres verdades del barquero:

-          “Pan duro, mejor duro que ninguno”

-         “Zapato malo, más vale en el pie que no en la mano”

-         “Si a todos pasas de balde como a mí, dime, barquero, ¿qué haces aquí?”

Que pueden ser cinco si, según ciertos autores, le añadimos estas dos:

-          “Quien da pan a perro ajeno, pierde pan y pierde perro”.

-          “Al que no está hecho a bragas, las costuras le hacen llagas”.

Que pueden ser seis si le añadimos una verdad como un templo, una verdad verdadera, una verdad como un puño, una verdad de Perogrullo, sustanciado en el que suscribe: el que no dice nada coherente, ni dice verdad, ni miente.

sábado, 5 de noviembre de 2022

CARTAS SIN FRANQUEO (LXXXIV)- LA RAZÓN SIEMPRE VIAJA EN METRO

Me recordabas el otro día esos versos  de Celaya, a los que tengo tanto apego desde que los descubrí, allá por mis dieciséis años, que nos llaman al compromiso, mezclando ese compromiso, según tú, con el agradecimiento, con la lealtad, con la fidelidad, y otros sentimientos de reciprocidad.

“Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales”,  “maldigo la poesía de quién no toma partido hasta mancharse”, y me lo decías con ese sentimiento tan gregario que tiende a olvidar que solo se puede ser leal con los demás cuando no se abandona la lealtad con uno mismo, que solo se puede ser leal desde la libertad de no modificar la propias posiciones, o valores, para acomodarse al concepto de lealtad ajeno, y que modificar el criterio propio, para agradecer el favor ajeno, no es agradecimiento, es servilismo.

No sé por qué extraño motivo se invoca la lealtad como una exigencia de renuncia de aquel al que se le solicita, a todo criterio que discrepe del solicitante. Triste virtud aquella que empieza por buscar la destrucción de la libertad ajena, en vez de buscar el compromiso y la verdad, aunque sea otra verdad diferente a aquella en la que creemos.

He vivido, a lo largo de mi vida muchas veces, episodios en los que se ha invocado mi lealtad en cuestiones familiares, en disputas entre amigos, en debates políticos y éticos, sin primero preguntarme cual era mi opinión en la cuestión en concreto, o si la tenía, o si la quería tener, o si la quería manifestar, ni el por qué de mi posición, lo cual, ya de partida, es una falta de consideración, casi de respeto, hacia mis posiciones éticas.

La lealtad nunca puede ser la adscripción a un bando a costa de la renuncia a lo propio, la lealtad nunca puede ser un conmigo o contra mí, porque eso, en términos distendidos, puede ser una leva, o un chantaje. La lealtad, tal como yo la entiendo, es la capacidad de un ser humano de estar junto a otro en una circunstancia que lo requiera, sin juzgarlo, sin abandonarlo, sin identificarse con sus criterios o decisiones, en cualquier ocasión que lo requiera. Lealtad es decir no cuando el no sea la respuesta, sin que ese no signifique una renuncia. Lealtad es decir, o a mi me lo parece, aquí estoy siempre que lo necesites, pero siempre que necesites un yo, y no otro tú.

“No sé porque me odias tanto si nunca te he hecho ningún favor”, es otra fase que he oído con cierta frecuencia y que tiene un reverso con un grado de perversidad que habla más del que invoca el agradecimiento, que del invocado ¿Puede el agradecimiento esperar la renuncia del agradecido a lo suyo? El agradecimiento es un llamamiento a la generosidad mutua, y no veo ninguna generosidad en esperar la renuncia ajena, pero sin embargo casi siempre se invoca en ese sentido, en un sentido de renuncia y destrucción, en un sentido de sometimiento, de servilismo del segundo donante hacia el primero. No, eso, para mí, no es agradecimiento, porque no es libre, ni, habitualmente justo. El agradecimiento sería una predisposición voluntaria, generosa, libre, del favorecido hacia su favorecedor sin que ello suponga un perjuicio superior al asumible, o, idealmente, ningún perjuicio.

La lealtad, el agradecimiento, y la justicia, que está en el origen de ambos conceptos, son virtudes con balanza, pero, esa balanza jamás puede pretender equilibrarse a costa del perjuicio del otro platillo. En una balanza justa, todo debe de pesar en positivo, porque el equilibrio viene dado por el peso de lo depositado en ellos, no por la ingravidez, o peso negativo de lo que se deposita en el contrapeso.

La vida, por muy simbólica que queramos planteárnosla, no es el transcurso por un tablero de ajedrez, lleno de casillas blancas y negras;  en la vida real las juntas entre casillas son mucho más extensas y profundas que las casillas mismas, y nuestra endeblez, nuestra infinita pequeñez, nos hace discurrir por estos caminos de color indefinido que transcurren entre las casillas blancas, las virtudes, y las casillas negras, las virtudes opuestas, sin que podamos hacer otra cosa que atisbar su existencia, y aspirar a vivir lo más cerca posible de algunas de ellas.

Empecé esta carta con la estrofa de Celaya que ambos conocemos, pero ese poema de Celaya no es solo esa estrofa, aunque sea la más citada por aquellos que pretenden hacer de la lealtad ajena una bandera propia, a mí hay otra que me conmueve tanto como esa, en ese mismo poema: “porque apenas si nos dejan decir que somos quién somos, nuestros cantares no pueden ser, sin pecado, un adorno, estamos tocando el fondo”

Nadie parece estar interesado en el criterio ajeno, salvo que esté alineado, o sometido, al propio. A nadie parece interesarle otra verdad, u otra visión, que no sea coincidente, o convergente, con la propia. A nadie le preocupa lo que piensan los otros, salvo que sea para mostrar aquiescencia, o pleitesía. A nadie le interesa si fuerza, o violenta, el criterio ajeno cuando llama a una movilización en favor propio.

Suele, en todos estos casos, invocarse la razón, que no es otra cosa que una verdad construida por uno mismo sobre valores propios, pero que no es la verdad, o no tiene por qué ser más verdad que la razón construida desde otro criterio. La razón, querido amigo, es la renuncia perversa a la verdad, es la imposición del criterio propio sobre el ajeno. Hay tantas razones como individuos, tantas verdades como situaciones; lo aprendí en el metro, en mi nacimiento a la adolescencia, oyendo conversaciones de otros pasajeros que siempre tenían razón, hasta llegar a la conclusión de que, o todos los que tenían razón viajaban en el metro, conmigo, o todo el mundo actuaba cargado de una razón propia que invalidaba todas a las ajenas. Al final me decanté por esta última. Todos los viajeros de metro que contaban sus cuitas, sus traiciones, sus fracasos, lo hacían desde una posición de superioridad ética, de razón incuestionable, de apabullamiento moral del ausente, que, seguramente, a su vez, contaría la historia con los valores, las razones, los cuestionamientos contrarios a los que yo escuchaba, y seguramente con el mismo convencimiento por parte de ambos. Así que me acostumbré a escuchar sin juzgar, a entender sin compartir, a solidarizarme sin implicarme, a amar intentando no juzgar. Es a todo lo que me atrevo.

La lealtad, el agradecimiento, la fidelidad, la amistad, son virtudes libres y recíprocas, y, por ello, nunca deben de ser solicitadas, o pretendidas, o analizadas, o invocadas. Su único campo de existencia es el sentimiento mutuo. ¿Qué clase de amistad es aquella que tiene que ser inquirida? ¿Qué clase de lealtad es aquella que se añora? ¿Qué tipo de agradecimiento es aquel al que se le imponen condiciones? ¿Qué tipo de reciprocidad es aquella en la que una de las partes pauta la de la otra? ¿Qué tipo de fidelidad es la que nace de una falta de libertad?

No, querido amigo, puedes tener siempre la seguridad de tener un amigo, de tener su cariño y su respeto, en la misma medida que seas capaz de aceptar su discrepancia, entenderla y amarla en el mismo grado que su aquiescencia. De que tendrás su atención y su apoyo siempre que no pretendas que ello vaya en detrimento de él mismo. Esa es la lealtad, mutua, esa es la amistad, sin intereses, esa es la fidelidad, libre, ese el sentimiento mutuo, compartido del que se puede estar siempre seguro, lo otro, lo otro es un intento poco generoso de buscar súbditos en un territorio de libertad. O de creer que la razón siempre viaja en metro.

domingo, 30 de octubre de 2022

CARTAS SIN FRANQUEO (LXXXIII)- LO MALO POR CONOCER

Querido amigo:

Hoy me he levantado con el ánimo del que contempla como se le viene un huracán encima, sin tener donde cobijarse. Asustado por el futuro, inquieto por el presente, pesimista, agorero, furioso. Y no es que me importe que me parta un rayo, o que, como los galos de Asterix, tema que el cielo caiga sobre mi cabeza, no. Lo que me importa es que viendo la evolución de la sociedad no consigo entrever un futuro amable para la humanidad, un futuro equitativo, justo y libre, un futuro en el que los hombres, individualmente cada uno de ellos, constituyan una sociedad capaz de potenciar a los hombres, a cada uno de ellos. Una sociedad comprometida con sus integrantes, y no, como la actual, como las pasadas, como las que se adivinan en el futuro, sociedades comprometidas con los intereses de algunos de sus integrantes, en detrimento de la mayoría.

Estamos viviendo tiempos complicados, difíciles, tiempos que, ilusos de nosotros, creíamos superados, y que están empezando a poner a prueba la madurez de nuestras convicciones, el compromiso real con ellas, más allá de modas y manifestaciones. La civilización se tambalea y el vértigo nos visita día a día en noticias y comentarios.

Sería el momento de los grandes líderes, de aquellos que teniendo capacidad y oportunidad de ponerse al frente de las sociedades, impulsaran nuevas formas de hacer las cosas, valores que sean algo más que nombres en un papel, o palabras en un mitin, compromisos con los ciudadanos en vez de cortinas de humo para esconder la permanente traición a cambio de seguir en el machito, pero la mediocridad de todos ellos solo logra aumentar la incertidumbre de un futuro próximo poco halagüeño.

Estamos, en España, y el resto del mundo no está mejor,  en pleno debate de la ley trans, en plena aplicación de un sistema fiscal que condena a empresas y trabajadores a la incertidumbre, en plena exhibición de una autoestima desbordada de las personas que detentan el poder para su propia satisfacción sin pensar en las consecuencias, en un mañana que les es ajeno. Estamos en manos de personajes sin calado, y, aparentemente, sin conciencia.

¿Dónde están las leyes que hacen falta? ¿Donde está la democracia que reivindicamos durante años de dictadura? ¿Dónde está la transformación social que el abismo social necesita? ¿Dónde están el respeto a las mayorías, el compromiso ético, la solidaridad real, la búsqueda de una sociedad mejor? Escondidos tras el “relato” inventado por los políticos para ocultar la verdad que pretenden ignorar, ocultos tras populismos que venden soluciones a precio de futuro, parapetados en cuotas de poder que les permitan construir su presente y su futuro a costa lo que sea.

¿Y donde están los ciudadanos que deberían de reclamar, reivindicar, exigir, todo los que se les escamotea? Enredados las verdades alternativas que desdibujan una realidad inaceptable, enfrentados en disputas partidistas que dicen defender lo que en realidad ignoran, atrapados en una sociedad adocenada, decadente, crispada e incapaz de enfrentarse a aquellos que la dominan, entregada a los acólitos de los grandes sistemas, económicos, políticos y religiosos.

Pinta mal esto. Pinta muy mal. Seguimos validando con nuestro voto a los mediocres que encabezan las listas de los partidos, y que no representan otra cosa que los valores de un sistema que se basa en ignorar al individuo, que pretende anularlo y convertirlo en un productor, en un contribuyente, en un elemento solo necesario para mantener su maquinaria en marcha, a cambio de crearle un falso sentimiento de libertad, a cambio de venderle una sociedad de “salvese quién pueda”, a cambio de condenar el futuro de sus hijos, de sus nietos, si es que ese futuro no se trunca antes.

Es inútil alargar más esta reflexión, como inútil es seguir adelante en un camino que no conduce a ninguna parte. Todos los días son una pesadilla futura construida con falsedades presentes, con logros sin calado, con dejaciones para evitar compromisos.

Siempre queda la esperanza de que algo interrumpa esta distopía y nos ponga en un camino menos árido, menos insalubre, menos ciego. No importa cuál sea; en este caso: “más vale lo malo por conocer, que lo intolerable conocido”.

domingo, 23 de octubre de 2022

CARTAS SIN FRANQUEO (LXXXII)- ELEGIR

Tal como comentábamos el otro día, hay frases, algunas, que parecen intrascendentes, ocurrentes, y que reflexionadas, acaban dando la clave de pensamientos más trabajados. Lo comentábamos a propósito de la frase que citaba de Blas Piñar en mi último artículo, y en algún otro, y de frase en frase, y tiro porque me toca, llegué a otra que contiene toda la enjundia de una cuestión que llevamos discutiendo hace años: los falsos debates.

Esos debates que nos plantean el tener que elegir entre dos opciones, teóricamente irreconciliables, excluyentes, planteadas de una forma quimérica, de un lado todos los defectos, del otro todas las virtudes, y que no consiguen otra cuestión que el enfrentamiento entre los defensores de una y otra opción, que al final es la excusa y refugio de los mediocres incapaces de una reflexión serena.

Me dijo alguien, que no recuerdo, hace ya años, que elegir es morir un poco. La frase me pareció idónea para charlas intrascendentes, homologable por mi espíritu, franquicia, gallego, pero a lo largo de los años ha ido adquiriendo en mi ideario una importancia capital. Elegir, efectivamente, es morir un poco. Elegir, descartando absolutamente alguna de las opciones, quemando los posibles caminos intelectuales de retorno a la opción descartada, es renunciar a la posibilidad de equivocarse, a la posibilidad de los caminos intermedios, a una vida que queda cercenada desde ese momento en el que se la encamina a una vía única. Elegir con sentimientos negativos, odio, intransigencia, rencor, incomprensión, rabia, frentismo, fundamentalismo, es morir mucho, es cercenar una parte positiva de nuestro pensamiento, y, lo que es peor, es matar, intelectual o físicamente, dependerá de las oportunidades, al prójimo que no está alineado con nuestra elección.

Estos falsos debates, debates que nos hacen elegir entre dos opciones del mismo sistema, planteadas para aparentar una falsa libertad, para evitar que nos planteemos sistemas alternativos al actual, para que vivamos en una falsa percepción de las posibilidades, se nos plantean a diario, en todos los ámbitos, y no tienen otra finalidad que evitar que se llegue a imaginar un debate en profundidad que ponga en peligro la consolidada jerarquía mundial, que pretende seguir guiando nuestros destinos.

No, amigo mío, podemos pasarnos, de hecho nos pasamos, la vida eligiendo, muriendo de poco en poco, y con cada elección lo único que conseguiremos es estar cada vez más lejos de una solución real, de un mundo en el que poder vivir en paz, y con el que poder convivir en armonía.

Nacimos a la consciencia como individuos sociales, evolucionamos hacia sociedades de individuos, y nos hemos plantado en supracolectividades que ignoran al individuo, con conciencia propia, colectiva, libertad propia, colectiva, ética propia, colectiva, y objetivos propios, colectivos; y, a nada que el individuo sobreviva en medio de la vorágine exterminadora de lo individual que nos rodea, nos daremos cuenta de que ningún individuo libre puede abrazar la integridad de los planteamientos colectivos, por lo que acabará siendo señalado, perseguido, y, si su importancia lo requiere, purgado.

No hay día que no me den a elegir entre izquierda, que mande una élite ideológica, o derecha, que mande una élite económica. Entre lo público, dominio de un estado omnipotente sobre los recursos, o lo privado, dominio de las grandes corporaciones sobre los recursos. Entre una uniformidad que cercena la libertad, y una falsa libertad que nos condena a una desigualdad éticamente intolerable. Entre un absolutismo intervencionista, y una plutocracia que ignora a los más desfavorecidos. Entre un comunismo castrante, y un liberalismo criminal. Con todos los matices intermedios que la historia va aconsejando crear para mantener un debate que parece prometer lo que no está dispuesto a dar, y que preserve el sistema.

Y no son dos opciones, solo son dos caras de un mismo sistema, un sistema cuya única finalidad es elegir quién maneja los recursos en su propio beneficio, ignorando las necesidades reales de la masa comprendida en su círculo de poder, masa que debe de renunciar, en bien de la élite, a la justicia, a la libertad, y, en definitiva, a la individualidad.

Curiosamente, en esos debates, en esos falso debates, nadie se plantea la eficacia, la oportunidad, la idoneidad, la función por encima de la denominación. ¿Público o privado? En qué circunstancias, con qué regulaciones, con qué costo. Creo que es imprescindible la iniciativa privada para dar un salto de calidad. Creo que es imprescindible lo público para preservar la igualdad de oportunidades. Creo que en sectores estratégicos son imprescindibles las iniciativas mixtas.

Si, definitivamente, elegir, tal como está planteado en la actualidad, es morir parcialmente; elegir es, siempre, equivocarse; elegir, en un falso debate, es otorgar un poder que siempre es usado en contra de alguien; elegir, en estas circunstancias, es renunciar a aprender, a entender, a buscar una verdadera salida. Elegir, en definitiva, con estas opciones, es constituirse como cómplice de la muerte de un futuro aceptable.

Seguramente estos debates serían válidos en una colmena, en un rebaño, en una jauría, en una colonia, o en una manada, pero no en una sociedad que nunca debe de olvidar que está constituida por individuos que deben de ser libres, libres individualmente, tener los mismos derechos, que garanticen la justicia, y estén unidos por su propia decisión, y no por fronteras, banderas o pertenencias impuestas en aras del beneficio de élites difusas.

El verdadero debate, en el que equivocarse no importa, porque sirve para aprender, en el que elegir no es morir, si no abrir nuevos caminos a la vida, en el que tomar partido es apostar por la esperanza, es el que intente recuperar la preponderancia del individuo sobre su organización social, de la eficacia sobre la función, de la libertad sobre la regla, de la ética sobre la norma, de la justicia sobre la ley.

Yo, ahí, querido amigo, si que elijo; y sin dudarlo.

sábado, 15 de octubre de 2022

CARTAS SIN FRANQUEO (LXXXI)- LA LAICA INQUISICIÓN

Cuando te escribí las cartas anteriores, una sobre el falso racismo, y otro sobre un comportamiento inadecuado, tildado de machista por sus aspavientos y por conveniencia militante, que no por su fondo o intención, sabía que era inevitable que, las mismas personas que esas cartas pretendían señalar, harían una exhibición de su fundamentalismo. Y no me equivoqué.

He tardado menos de lo que tardé en escribir las cartas, menos de lo que cualquiera tarda en leerlas, en convertirme en machista y en racista.

Lo primero que te pide el cuerpo, es devolver el golpe, devolver insulto por insulto, etiqueta por etiqueta, estupidez por estupidez, pero a nada que reflexiones, y ahí se acaba la equivalencia, te das cuenta de que caer en el comportamiento de aquellos a los que pretendes denunciar, de aquellos que quieren convertir a esta sociedad en un monobloque sin capacidad de pensamientos individuales, de matices reflexivos, de ideas más allá de las consignas, es otorgarles un triunfo al que no estás dispuesto.

La segunda opción que se te pasa por la cabeza, es, de cara a los que te leen, defenderte alegando lo que has hecho en tu vida, en tu entorno, en tu intimidad, para desmentir un ataque que consideras injusto, infundado, malicioso; hasta que te das cuenta de la trampa que supone tal actitud. Ponerte a la defensiva es justamente su mejor baza. Para insultar, para atacar, para etiquetar, no necesitan otro argumento que hacerlo, nada les importa la verdad o la razón, cuanto menos el razonamiento, y si tu pretensión es desmentirlo, descubres una parte de tu intimidad, una debilidad, que solo puede servir para ser usada en tu contra. No, no son tus amigos, no son tus allegados, no son tu familia, no son tus colaboradores, no pertenecen a ningún círculo que tú frecuentes, no te conocen de nada, y la falta de criterio reflexivo de sus opiniones, su fundamentalismo, su puritanismo ideológico, que en el fondo, y de cara a tu vida, te importan un ardite, no justifican, bajo ningún criterio, que hagas un intento de comprensión, un ejercicio de comunicación, para que tengan una idea individual, cuando lo único  que demuestran es que piensan en rebaño, en cabeza ajena.

Entiendo a todos aquellos que se sienten señalados por las palabras de otros que, sin conocerlos, los tildan de esto o de aquello, de fascistas, de comunistas, de machistas, de feminazis, de racistas, o de cualquiera de esas dagas dialécticas con las que, los populistas que pululan por las redes, etiquetan a cualquiera que no comparta la totalidad de su ideario, al que no aportan otra cosa que una pertenencia ciega, sorda, plana. Entiendo esa necesidad compulsiva que todos tenemos de ser aceptados, entendidos, de gustar y que nos lo digan, pero, aunque lo entienda, asumí desde mi primera letra escrita que ese era uno de mis objetivos inalcanzables, y ni la gente que me halaga con sus reconocimientos hace que mi ego se conmueva, más allá de la satisfacción del reconocimiento, ni aquellos que me tildan de esto o aquello, sin conocerme, sin haber intercambiado conmigo ni una sola palabra, afectan de ninguna manera a mis convicciones, siempre puestas en cuestión por mí mismo, atendiendo a razones ajenas, jamás por consignas, insultos, ni soflamas, que dejan a la vista un inmovilismo digno de Blas Piñar y su famosa frase(*).

Si, ya se, querido amigo, algunos de los que leen esto no saben ni quién fue Blas Piñar, ni tendrían en cuenta nada que rozara su nombre. Seguro que saben usar la “wikipedia”, y que si pudieran borrarían su nombre de ella. Esa es la diferencia, ellos solo escuchan a los que dicen lo mismo que quieren oír, yo aprendo más de los que dicen cosas que no comparto.

Estos personajes, faltones, incluso aquellos que escriben sus insultos con formas suaves y educadas, los menos, de pensamiento único, se reclaman además, ya tiene pelendengues la cosa, como defensores de la libertad, de la democracia, de la ética social, pero, a nada que escarbas, queda claro que no defienden otra cosa que la libertad de pensar como ellos, la democracia de los que siguen sus reglas, y que hay que imponer a los que tengan otras, sean los que sean, y la ética social vista a través de un prisma de una sola cara. En realidad solo resultan ser censores, absolutistas, puritanos, inmovilistas, incapaces de imaginar una sociedad plural. Incapaces de captar un matiz, de llegar a una idea propia, de tener un atisbo de tolerancia.

Habrá quien piense que intentan defender una causa noble, porque la causa lo es, pero cuando el grado de integrismo llega a los niveles que exhiben, cuando la intolerancia y el cerrilismo son las únicas herramientas aplicadas, cuando su uso de los problemas es tan estúpidamente fundamentalista que provoca en una parte considerable de la sociedad rechazo, en otra no menos importante hartazgo, y dañan a toda en general con la falta de libertad inherente al miedo a ser señalado, considero que su uso de las lacras sociales no solo es inadecuado, es dañino para aquello que dicen defender. Es más, no descarto que su “justa ira”, esa que exhiben de cara a los demás, no esconda otra cosa que su falta de compromiso interior con esas causas.

Son la Laica Inquisición, “torquemadas” del teclado y el linchamiento en masa, inquisidores generales de cualquiera que pase por su lado y se permita un pensamiento libre, sea incorrecto, o no, portadores de un odio irracional y dañino en nombre de un dios no divino, casi siempre mal interpretado, oscurantistas, totalitarios, gregarios, populistas, violentos hasta la afrenta, y más allá, hasta el linchamiento sin redención, censores y puritanos.

Si Torquemada levantara la cabeza, los contrataba a todos. Si ellos hubieran estado en Salem, no se habrían librado de la hoguera, ni siquiera, el reverendo Parris, ni su hija. En su ideario solo cabe la condena, porque una vez efectuada la acusación, si está dentro de su ideario, la culpabilidad está probada, y un juicio solo puede servir para que el acusado difunda su error, para que cree dudas, o alegue razones, entre los que están fuera de su círculo, pero jamás en ellos, que tienen ya predeterminada la culpabilidad del reo.

Mientras las lacras sociales se combatan con leyes, y el fundamentalismo, el puritanismo, el populismo, las use como argumento, esas lacras seguirán existiendo, y estarán más hondamente ocultas en las almas de las personas que se sientan reprimidas. Mientras el machismo, el racismo, la xenofobia, la homofobia, la intolerancia, sean objeto de leyes, y no se subsanen con educación y una conciencia social de su insania, una conciencia social libre, asumida, convencida, esas lacras nos lacerarán a todos sistemáticamente. Mientras la represión, la persecución, la victimización y el silencio impuesto y castrante, sean las armas para erradicar a nuestros demonios colectivos, estos camparán, a lo peor de forma oculta y ladina, por sus respetos entre los miembros de una sociedad mal formada.

Reprimir no es convencer. Acallar no es silenciar. Victimizar no es construir. Legislar no es educar. Condenar no es redimir. Censurar no es erradicar. Y, sobre todo, no busquemos tres pies al gato, según sostenía Cervantes, ni cinco, tal como ponderaba Covarrubias, solo tiene cuatro, por más que quieras incluir el rabo. Y, si lo mareas mucho, al final araña.

Hay que erradicar el racismo, hay que erradicar el machismo, hay que erradicar el populismo, y la intolerancia, y el insulto, y el frentismo, y el totalitarismo, y el pensamiento único, y la mala educación, y el forofismo y todas esas lacras que hacen de nuestra sociedad una sociedad incómoda, injusta, dividida, inclemente, inhabitable, infeliz.

La laica Inquisición nunca logrará estos objetivos, tampoco, en el fondo, los busca o le importan más allá de usarlos para encender su “justa ira”, la de los suyos. Su único objetivo es lograr una sociedad uniforme, sometida, en la que ejercer su dominio. Pero lo más preocupante es que el uso trivial de esas lacras para señalar cualquier conducta aprovechable para sus fines, aunque en esa conducta no existan la intención, ni la persistencia, imprescindibles para considerarlas parte de esas lacras, no solo no nos llevan a solucionarlas, seguramente su único logro constatable es agravarlas. Agravarlas y generar una sociedad permanentemente cabreada, dividida, al acecho. La que les conviene.

 

(*) Blas Piñar, notario y político. Una frase suya presidía la biblioteca del campamento militar radicado en el Ferral del Bernesga, León, en el año 1976: “Como no vamos a ser inmovilistas, si ya hemos llegado”.

viernes, 7 de octubre de 2022

CARTAS SIN FRANQUEO (LXXX)- LA BERREA

Me vas a permitir que empiece esta carta con un doble sentido de asco, de asco profundo y reposado. Uno de esos ascos, es un asco con ciertos matices de autocrítica, el asco por la berrea del Colegio Mayor Ahuja; el otro es un asco sin paliativos, sin perdón, sin matices ni recovecos, el asco por los que intentan sacar partido de lo sucedido.

Las novatadas son una de las más perversas manifestaciones de cómo el ser humano busca permanentemente, con un sentido de la diversión desviado, humillar al prójimo para sentirse por encima de él. Nunca he participado en las novatadas, ni activa, ni pasivamente, ni como promotor, ni como objeto, aunque seguramente no todo el mérito de mi postura es mío.

En el único ámbito en el que me vi amenazado por esta deleznable costumbre, que sirve más para la exhibición perversa de ciertas personalidades, pocas y sobresalientes, que para el fin jocoso que como excusa se les supone, fue en el ámbito militar.

Recién llegado del campamento a la Capitanía Militar de Valladolid, los veteranos, y menos veteranos, que allí estaban, decidieron darnos, a los “chivos” que pasábamos la primera noche en la compañía, una calurosa, sonora y movidita noche de estreno. Supongo que con la aquiescencia de mandos y servicios, porque lo sonoro del acto no conmovió ni a la guardia, ni a los mandos que la dirigieran. El caso es que los ánimos de los novatos no estaban para tonterías, y así parecieron percibirlo los promotores casi de inmediato, porque, salvo casos aislados, la cosa se acabó rápidamente y sin demasiados damnificados. En el año en el que yo estuve allí, no hubo más novatadas, y a ello contribuyeron diversos factores que sería tedioso, e innecesario, ponerme a explicar aquí, y ahora.

Pero también he de reconocer que nunca más me he visto en la tesitura de tener que participar, o no, en alguna de estas algaradas, y mi prudencia, y mi desconfianza de mí mismo, esa que todos nos deberíamos de tener antes de increpar al prójimo, salvo que tengamos la convicción de nuestra culpabilidad, y la necesidad de enmascararla en un ataque a los demás, hacen que no esté seguro de si, puesto en el lugar, llegado el momento, yo habría participado en la berrea del Colegio Mayor Ahuja, o de cualquier otro que promueva un acto semejante, pero menos difundido, menos utilizado.

Debo de confesarte, y estoy seguro de que le pasó a mucha gente, que la primera vez que vi el video, presentado como algo aislado, sacado de contexto, precriminalizado por los comentarios previos a su exhibición, la sensación de estupor, asco y rechazo, fue absoluta. Me pareció intolerable, vergonzoso, punible. Y ahora, recuperado el contexto, oídas las circunstancias reales, me parece intolerable, y vergonzoso. Solo, sin más. Me parece que es algo a erradicar, no por contextos políticos, no por convicciones militantes, no por parafernalias mediáticas, simplemente porque es de mal gusto y demuestra una preocupante falta de conexión de los participantes, como colectivo, con la educación y con la realidad.

Pero si algo en esta historia me parece realmente vergonzoso, intolerable, aberrante, descalificante, es la utilización política, ideológica, militante, de unos hechos que nada tienen que ver con el odio, con el machismo o con la necesidad patética que tienen ciertos movimientos de evangelizar a la sociedad reduciendo cualquier tipo de libertad o de pensamiento discrepante en aras de su pacata, uniforme, inquisitorial visión de una sociedad a su medida, sin individualidades.

¿Realmente, unos señores que dedican casi todo su tiempo, y nuestro dinero, a insultarse, a faltarse al respeto, a dar espectáculos bochornosos, y estos sí sentidos, en un lugar al que deberían de acudir a resolver problemas, pueden escandalizarse por un acto puntual de mal gusto? Solo porque le es útil, solo por los réditos que pueden sacar de él.

A mí me parece mucho más escandaloso, mucho más generador de odio, y lesivo para la sociedad, su habitual espectáculo de peleas de gallos en el congreso, porque les pago, porque les nombro, porque me ofrecen otras prestaciones, que luego traicionan, que el espectáculo, de mal gusto, sin duda, de unos chavales haciendo exhibición de sus hormonas y de la potencia de su voz.

¿Odio? El que generan los partidos con su permanente invitación al frentismo, a la intolerancia, con su permanente manipulación de las instituciones: la fiscalía, la hacienda pública, el estamento judicial, el poder legislativo, la educación y la sanidad.

Decía Ferlosio :”Cuando canta el gallo negro, es que ya se acaba el día; si el gallo rojo cantara, otro gallo cantaría”. Sé a qué se refería cuando escribió esas estrofas, sé lo que sentía, pero también sé que la canción del gallo rojo, hoy en día, no sería mucho mejor que la del gallo negro. Intolerancia, frentismo, persecución de la libertad individual, pensamiento único, mediocridad, odio, rencor, manipulación, falta de compromiso ético, parecen ser los argumentos principales de un gallo rojo que más parece pintado, disfrazado de rojo, que de color natural.

No, definitivamente, y con los mismos argumentos y consideraciones, lo del Colegio Mayor Ahuja no me parece machismo, como lo de Vinicius, que comentábamos en mi anterior carta, no me parece racismo; y en ambos casos veo una utilización, interesada, y lesiva, de una lacra social que merecería un mayor respeto por parte de quienes dicen defenderla, y con su abuso la trivializan, cuando no convocan el efecto contrario. Salvo que, para sus fines, eso sea lo que pretendan.

Nunca, ni como cazador, que no fui, ni como persona, he sido del gusto de las berreas, pero si alguna vez cayera en la tentación de participar en alguna, superando el rechazo, y la vergüenza ajena, que me producen, búscame en un colegio mayor, y no en el congreso. Puesto a pervertirme, prefiero la posible inocencia de unos chavales, a la impostada y maliciosa actitud de unos tipos que cobran por enseñarnos a odiar al prójimo en su beneficio.

martes, 20 de septiembre de 2022

JUGUETES PARA ROMPER

Es complicado, por no decir imposible, hablar sobre el mundo del futbol, sin hablar de futbol, porque quién más, quién menos, lleva en el alma los colores de algún equipo, y, aunque seas capaz de sustraerte al fanatismo político, es casi imposible sustraerte al forofismo futbolístico, y esto incluye, aunque ellos lo nieguen, a los que hacen de su ignorancia y desdén hacia el futbol, otro equipo más, el equipo de un forofismo en negativo, en contraste, pero no con menor carga emocional. Es complicado, por no decir imposible, hablar sobre el mundo del futbol, sin hablar de futbol, después de un partido de los que se denominan de “máxima rivalidad”, pretendiendo mantener una neutralidad que tus propias entrañas desmienten

¿Cómo hablar del mundo del futbol, sin hablar de futbol, mientras mantienes en tu cabeza, prácticamente aún ante tus ojos, aquella jugada que si el árbitro, otra marioneta en el guión, hubiera pitado correctamente, según tu apreciación y tus colores, habría cambiado el resultado del partido? Pues, a fuer de ser sincero, no sé cómo, pero voy a intentar hablar sobre el mundo del futbol, y de otros mundos semejantes, sin hablar de futbol.

Recuerdo que, hace años, en una de aquellas recopilaciones de relatos de Fantasy & Science Fiction que Bruguera publicaba regularmente, para fortuna de adeptos, uno de los relatos publicados contaba como los jugadores de fútbol Americano, sobrepasados por la actitud del público, sus insultos, sus gritos, incluso los de apoyo, sus cánticos, sus exigencias y sus confianzas, se juramentaban para, aprovechando la convocatoria de un encuentro, masacrar indiscriminadamente a los asistentes. Hablamos de los años setenta, aún no existía internet y cuando se hablaba de los periódicos deportivos se les denominaba de información. ¿Qué pensarían ahora aquellos jugadores, insultados o glorificados en las redes, expuesta su vida privada por una prensa forofa, más pendiente de vender que de informar, incapaces de obtener un mínimo de intimidad, tratados como cromos sin posibilidad de manifestarse sin que alguien se apropie y utilice sus palabras para sus propios fines?

Es difícil de saber. Es difícil de saber incluso para los jugadores reales, más allá de aquellos ficticios que optaron por una vía extrema, improbable.

Lo terrible de todo esto, de este mundo que empieza cuando acaban los partidos, y acaba con su pitido inicial, es comprobar el daño inferido a aquellos que más han destacado. La destrucción personal y humana de aquellos a los que se entroniza en los altares, sean divinos o demoníacos. La utilización sin reglas ni límites de sus figuras, de sus vidas, de las de sus familias, de las de los múltiples aprovechados que se adhieren a ellos al calor de su fama, y de su dinero, sobre todo de su dinero.

La hemeroteca está llena de nombres de grandes jugadores, de figuras emblemáticas, que acabaron sus días en la miseria, en la económica, en la moral, o en ambas en muchos casos. La fama, mal gestionada, el dinero disparatado, éticamente injustificable, y una corte de personajes medrando en los alrededores de unos chicos, la mayor parte sin madurar, sin una educación que les permita discernir en cuestiones relevantes para su futuro, son el caldo de cultivo para convertirlos en víctimas cuando el estrellato empieza a declinar, si no en auténticos mamarrachos durante su época de esplendor. Futuros juguetes rotos que gran parte de su entorno contemplará, con conmiseración, en los mejores casos, con desprecio, la mayor parte de las veces, cuando no con odio si en su devenir han decidido cambiar los colores que los glorificaron. Pocos, de los más encumbrados, sobreviven a una vida sin referencias, a una vida que parece eterna hasta un segundo antes de que ya no exista. Y entonces, los mismos que los jalearon, los mismos que se los apropiaron y utilizaron, dirán aquello de que se creyó más grande que el club, y no es nadie. Y en esa parte tendrán razón, ya no son nadie para quienes antes les hicieron sentirse héroes. En ese momento solo será, algunos solo son, muñecos ávidos de lo que fue, con cierta tendencia a la autodestrucción, empeñados en seguir siendo para los demás lo que ya no son más que para los más benévolos de los que los recuerdan.

El otro día, viendo el partido que me hizo sentarme a escribir estas letras, y dejando el fútbol de lado (al menos tan de lado como el resultado dejaba a mi equipo, o precisamente por eso), me fijé en un nuevo, futuro, juguete roto. En un chico de 22 años, criado en un ambiente humilde, sin grandes conocimientos de la vida, pero con una habilidad singular, que se pasó el partido más pendiente de desquiciar a sus contrarios, de exasperar a los seguidores del equipo contrario, de reivindicar algo que nadie había puesto en cuestión, salvo los profesionales del jaleo, también llamado información, que de realizar ese juego portentoso que es capaz de llevar a cabo.

Alguien lo convenció de que tenía que sentirse personalmente insultado por todos los que vistieran en el campo de una forma diferente, por todos los que animaran a esos, por todos los que le habían llamado negro con desprecio, aunque no supiera quienes eran, ni los hubiera oído decírselo, bastaba con que aceptara la palabra ajena, por su bien, por el bien del glorioso equipo en el  que juega, por las ventas de los que lo cocinaron todo, por mayores ventas de los medios audiovisuales que cubrían el evento.

Curiosamente, en su equipo había varios, bastantes, jugadores más de su mismo color de piel, también en el equipo contrario, pero el racismo solo se ejercía, según los liantes de turno, los profesionales de la rabia y el jaleo, sobre ese jugador, sin que los demás negros sobre el campo sufrieran esa misma afrenta. El episodio, aparte de chusco, peligroso y vergonzoso, debería de ser investigado para esclarecer quienes utilizan una lacra terrible, como es el racismo, para jugar a su propio juego, y dar un escarmiento a la altura del mal causado. Y entre ellos al árbitro que ignoró sistemáticamente el juego descentrado de este chaval, sin ejercer sobre él una labor que, a la par de reglamentaria, podría haber resultado docente.

Claro, como era inevitable, a cuenta de las sucesivas provocaciones, en forma de información, al final salieron los descerebrados de turno a cantar sus estupideces, y a hacer que los que montaron el circo pudieran cobrar sus entradas, justificando como racismo lo que no ha sido más que un lamentable espectáculo orquestado por unos sinvergüenzas, representado por un chico desnortado, cuatro cómplices interesados y una caterva de impresentables que no se representan ni a sí mismos.

Alguien debería de explicarle, si es que aún tiene capacidad de escuchar algo más allá de las loas y halagos, que esos mismos que ahora le aplauden, que le ríen sus ocurrencias, mañana, si hace un par de partidos malos, o se le ocurre cambiar de equipo, o se retira en pleno declive, serán los primeros en insultarlo, en hacer cánticos contra él, en dejarlo tirado como un juguete roto, uno más de los que quemaron sus naves vitales por unos pocos días de sentirse los más importantes del mundo, solo por saber usar los pies, y no preocuparse de cómo, y cuando, usar la cabeza.

domingo, 18 de septiembre de 2022

Cartas sin franqueo (LXXVIII)- Los impuestos

La resolución de la Comunidad Europea, sobre los gravámenes a las energéticas, me ha parecido toda una declaración de coherencia. El gobierno español, que lleva demostrando a lo largo de esta ya prolongada y encadenada crisis, su incapacidad para hacer una gestión mínimamente acertada de la situación, incapaz de tomar medidas de calado, y tirando de parche populista, tras parche populista, ha quedado retratado por el acuerdo. Su propuesta de un impuesto especial que grave la facturación, no era más que pan para hoy y hambre para mañana, una demostración más de la incapacidad de la izquierda para manejar los impuestos, un resorte inventado por el absolutismo para controlar, cuando tocara, y destruir, sistemáticamente, el nacimiento de la burguesía comerciante, y de la clase media profesional y comerciante, mediante la confiscación de una parte variable del beneficio obtenido de su actividad.

 

Intentar convertir este mecanismo, ideológicamente perverso, en una forma de alcanzar un concepto, además sospechoso, de justicia social, es pedirle peras al olmo. Los impuestos, tal como están concebidos, gestionados, y ejecutados por los partidos de izquierda, nunca lograrán una sociedad equitativa; es más, lo único que lograrán es un abismo cada vez mayor entre los más ricos y los más pobres, abismo que se abre donde la clase media se va destruyendo, por la propia acción demoledora de los impuestos.

 

Recreemos, seguramente de forma no literal, una conversación histórica sobre los impuestos, mantenida entre dos ministros de Francia, de la Francia absolutista de Luís XIII y Luís XIV, allá por el siglo XVII:

 

 

-          Colbert: Las arcas del rey están vacías, y precisamos de dinero, ¿Pero cómo hemos de obtenerlo si ya creamos todos los impuestos imaginables, y el pueblo está empobrecido?

-          Mazarino: Creando otros nuevos.

-          Colbert: Pero es imposible lanzar más impuestos sobre los pobres, a los que no podrían hacer frente.

-          Mazarino: Es cierto, eso ya no es posible. No tendría sentido crear impuestos que no pueden ser recaudados y que crearían un malestar difícil de controlar.

-          Colbert: Entonces, ¿debemos de crearlos sobre los ricos?

-           Mazarino: Sobre los ricos tampoco. Ellos dejarían de gastar, como protesta, y un rico que no gasta, no deja vivir a centenares de pobres. Un rico que gasta, sí.

-          Colbert: Entonces, ¿qué podemos hacer?

-          Mazarino: Hay una cantidad enorme de gente entre los ricos y los pobres. Son todos aquellos que trabajan soñando en llegar algún día a enriquecerse y temiendo que su fracaso los haga pobres. Es a esos a los que debemos gravar con más impuestos. No importa cuántos,  porque cuanto más dinero les quitemos, más trabajarán para compensar lo que les hemos quitado.

 

Insisto, la conversación no es literal, pero es real, y retrata perfectamente el mecanismo de los impuestos ideado por las monarquías para financiar las consolidaciones absolutistas de sus reinos. Bueno, de las monarquías, de los nobles, y de la iglesia, que era el gran terrateniente.

 

Con el nacimiento de los estados, los impuestos pasaron a ser exclusiva potestad de los gobernantes, que los aplicaban según los criterios de necesidad y conveniencia de la política de cada momento y siempre con el objetivo de fortalecer al estado, nunca con un criterio de equidad social, que no estaba en su ideario, ni siquiera era un concepto que se manejara.

 

El mecanismo es perverso de por sí, incluso aunque se le intente revestir de un carácter social, que la experiencia, y un mínimo análisis económico, desmienten, ya que el único criterio válido para determinar los impuestos es el de una persona que nunca representa a la mayoría de los contribuyentes, ni toma sus decisiones en base a la convicción de los mismos, si no a sus propias ideas o ideología. Esto es, a contracorriente.

 

Hay dos elementos que demuestran claramente la falacia social de los impuestos, uno económico, y el otro matemático, y ambos explican con rigor por qué nunca se podrá alcanzar una sociedad equitativa aplicando esos criterios.

 

Partamos, para desecharlos, de la injusticia social de los impuestos indirectos, que gravan cualquier actividad económica sin que importe el nivel de riqueza del contribuyente, ni el impacto que su aplicación puede tener en la actividad social del que lo paga, acotándola o cercenándola, ni en cuanto influye su recaudación, y posterior liquidación, en los costes generados por un trabajo ajeno a la actividad económica del obligado recaudador. Esta repercusión en costes, que castiga la cuenta de resultados, será compensada con subidas estructurales  en el siguiente ejercicio, y con subidas improvisadas en el actual, lo que supondrá una carga añadida para el usuario, que al final es siempre el que los paga, no importa sobre quién se apliquen inicialmente. Y esto deriva de forma casi absoluta en el encarecimiento del coste de la vida, en la destrucción de empresas, y por tanto del mercado laboral, y en una inflación galopante. Resumen final, aumento de la pobreza, destrucción de la clase media empresarial y crecimiento de la brecha social.

 

Y si los indirectos nos marcan la falacia social de los impuestos, los directos no descubren la absurda e insostenible pretensión matemática de alcanzar la equidad mediante su manejo. Pongamos que, a un contribuyente que gane veinticuatro mil euros al año, el estado le impone (de impuesto) una carga fiscal del 30%, que le impone más. Eso supondría una cuota de siete mil doscientos euros, más de dos meses de ingresos, que lo dejaría en un rendimiento mensual real de mil cuatrocientos euros. De ahí tendríamos que restar lo pagado en indirectos, pero vamos a olvidarlos. Tomemos ahora a otro contribuyente, que ha ingresado doscientos cuarenta mil euros en el ejercicio, y al que se le impone un 60%, que se le impone menos. La cuota sería de ciento cuarenta y cuatro mil euros, algo más de siete meses de ingresos, lo que supondría un rendimiento mensual real de ocho mil euros.

 

No voy a entrar, no estamos hablando de ética, ni de moral, ni siquiera de justicia, estamos hablando de números de matemáticas, en el rigor del planteamiento, en cuanto a los números, ni voy a entrar en si tal planteamiento fiscal, tal vez exagerado por extremista, es ideológicamente viable, o no. No me importa. Lo que si me importa es que al cabo de cinco años el contribuyente que menos gana habrá ingresado menos que el otro en un solo año ¿Dónde está la sutura de la brecha social? ¿Dónde queda el horizonte de equidad? ¿Dónde está el factor corrector de los impuestos? ¿Cuánta clase media, castigada en su ambición de mejorar su nivel de vida, habrá desaparecido en esos cinco años?

 

NO, no sé si la izquierda, la supuesta izquierda, se engaña, o nos engaña, o se engaña y nos engaña, pero si tengo claro que los impuestos nunca serán el camino para alcanzar una equidad social, para cerrar una brecha con síntomas de abismo, para permitir una suave transición entre clases según los méritos y valía de los individuos, para garantizar una sociedad correctamente administrada, lealmente atendida.

 

Tal vez, solo tal vez, si los gobernantes nos procuraran una maquinaria ajustada a las necesidades, eficaz y correctamente dimensionada, sobraría dinero para las necesidades sociales y para procurar servicios públicos acorde con lo que se paga. Veamos un ejemplo significativo, datos del año 2020, que pone de manifiesto que la administración es un ente que devora nuestros recursos, en un esfuerzo más enfocado a la represión que a la asistencia o a la construcción.

 

Recaudación por IVA                                    60.095 millones

Recaudación por IRPF                                   82.358 millones

Recaudación por sociedades                     12.805 millones

Recaudación por especiales                       17.336 millones

Recaudación por otros indirectos              3.052 millones

Recaudación por otros directos                    880 millones

 

 Gastos autonomías                                      87.010 millones

Gastos ayuntamientos                                  25.056 millones

Gastos administración central                      25.765 millones

Gastos Seguridad Social                                 2.639 millones

Pensiones                                                      10.857 millones 

 

Les cedo la calculadora. Hagan números. Tal vez tendríamos que exigir de nuestros gobernantes, por compromiso electoral, por vergüenza torera, por preparación profesional, una mayor optimización en el uso de los recursos del estado, y un menor ruido ideológico, populista. Exigir, para otorgar nuestro voto, menos insultos al contrario y más ideas de cómo lograr resultados sin machacar a la sociedad.

 

Por cierto, hablaba de la Comunidad Europea, habitualmente sumergida en la misma vorágine de insensibilidad social, y no quiero acabar sin explicar la diferencia entre su resolución y la de nuestro mediocre gobierno. Nuestro gobierno proponía crear impuestos especiales, con no se qué, ellos tampoco, medidas especiales para evitar que repercutieran en las tarifas, para gravar a las energéticas, que acabaríamos pagando todos. La Comunidad Europea ha propuesto gravar el exceso de beneficios, lo que impide que se vuelvan a cargar, pero además repercutiendo ese gravamen en el recibo como devolución a los usuarios. Limpio, eficaz, con poca posibilidad de trampa. Algo pensado por un gestor sin necesidades populistas.

 

No, hacienda no somos todos, a hacienda la pagamos entre todos, que no es lo mismo, para que nos persiga, y en ciertos casos para que nos arruine. Sigamos jugando al juego del voto fanático, a ver hasta donde llegamos.