Sea lo que sea en lo único en lo
que seguro que hay acuerdo es en que es el más antiguo del mundo. No cabe duda
de que es un oficio y como tal lo desempeñan miles de mujeres y hombres, que
sí, que de verdad, que hombres también, en todo el mundo. Sobre que sea un
delito o un pecado solo corresponde a posiciones éticas y morales que pretendo
que no me incumban, sobre todo porque tengo las mías y me siento impelido a
evitar que me colonicen con otras, pacatas, mojigatas, victorianas sean bajo la
excusa de una moral dictada por unas alturas tan altas que no alcanzo, o por
unas posiciones ideológicas que solo conciben un mundo con pensamiento y
comportamiento uniformes.
Si tuviera alguna duda al respecto de mi posición sobre el tema me
bastaría con ver como es atacado, con argumentos diferentes, con motivaciones
diferentes, desde la izquierda y desde la derecha con igual saña y, hasta el
momento, con igual falta de éxito.
La prostitución existe, perdón
Teruel, y existe desde que existe la memoria del hombre. La prostitución existe
y en ciertos momentos históricos ha alcanzado tal prestigio social que las
concubinas tenían un mayor peso en el devenir de los estados que las reinas o
los ministros.
Solemos pensar en la prostitución
como en un antro de explotación, de miseria, de corrupción puramente masculina.
Es una visión un tanto certera en lo que respecta a una mayoría de situaciones,
pero si la analizamos globalmente, con una cierta frialdad y con perspectiva, comprobaremos
sin demasiado trabajo que es una visión interesada, una visión que sirve a los
fines de ciertas personas, instituciones, ideologías, poderes, preocupados en
la estigmatización de la prostitución para su mayor manejo y lucro, o
simplemente porque no conciben que exista un mundo diferente al que ellos consideran
idóneo.
No voy a defender la explotación
de ciertos seres humanos por parte de las mafias, pero no la voy a defender ni
en la prostitución, ni en la emigración, ni en la donación de órganos, ni en
tantas otras cuestiones y recovecos como las mafias aprovechan, valiéndose de
la miseria ajena, para sacar partido de las necesidades ajenas. Pero por lo
mismo que no voy a pedir la ilegalización de las donaciones porque las mafias
se lucran de ellas, sí voy a pedir la legalización y la normalización, de norma,
no de uso, de la prostitución, y voy a saludar con alborozo e interés la
creación de ese sindicato que tanto parece horrorizar a la izquierda mojigata
como escandalizar a una derecha pacata y victoriana
Algo tendrá el agua cuando la
bendicen, algo tenga la prostitución cuando tantos tienen tanto interés en
perseguirla.
Yo, afortunado de mí, nunca he
requerido de sus servicios, pero no por ello puedo considerarme mejor ni peor,
tal vez, incluso, el considerarme afortunado no sea más que un prejuicio que
aún no he conseguido superar. Tal vez, pudiera ser, porque aún no haya superado
el recuerdo de cierto amigo de mi adolescencia que debido a sus malformaciones
no consiguió que ninguna mujer atendiera a sus requerimientos amorosos salvo
que fueran acompañados de una contraprestación económica. A veces el amor, a
pesar de ser ciego, encuentra algún resquicio por el que mirar y solo considera
la normalidad física para lanzar sus flechas.
Prohibir la prostitución,
ocultarla, estigmatizarla, no va a hacerla desaparecer, pero lo que si lograría
una regulación moderna, acorde con la sociedad en libertad que pretendemos, es
evitar la proliferación de las mafias, que viven cómodas en la ilegalidad, es
el halo de delincuencia que genera todo lo proscrito, son las inevitables
secuelas sanitarias que la falta de rigor normativo puede llevar aparejadas.
Una sociedad antigua menos libre
que la nuestra, tenía unos usos, en cuestiones sexuales, que si no eran justos,
ni deseables, si eran mucho más diáfanos y consecuentes con sus normas. Desde la
injusticia, desde la desigualdad, desde la gazmoñería, desde la hipocresía. Sí,
pero integrando en un papel, aunque fuera marginal y social y pretendidamente
ignorado, esta práctica como algo inherente a la sociedad y a la convivencia.
Podríamos tirar de historia, y sería
larguísima. Podríamos tirar de argumentos, y serían muchísimos. Tiremos
simplemente de sentido práctico. Mientras el amor no sea totalmente ciego,
mientras haya hombres y mujeres que tengan necesidades sexuales no cubiertas en
relaciones estables, o sin relaciones estables, la prostitución, sin género,
sin explotaciones inadmisibles, sin cargas éticas o morales ajenas al
practicante y al demandante, será una necesidad social que cuanto más
normalizada, de norma no de uso, esté menos cobijo dará a indeseables de todo
pelo que la usen para lucrase a costa de la explotación ajena. Estoy convencido.
Recordemos, como guión
orientativo, cuando cierta eminencia del furor ideológico pretendió prohibir
que los enanos -ya me jode aclararlo pero lo aclaro-, dicho sea lo de enano sin
ningún otro afán que el de la simplicidad descriptiva, participaran en espectáculos
en su calidad de tales, y estuvo a punto de mandar a la miseria a tantos que
viven de actividades que los requieren por su aspecto físico.
En resumen, y por mi parte, bienvenidas
señoras putas sindicadas, mi solidaridad, mi apoyo y mi absoluto respeto a su
iniciativa. Solo espero que no lleguen en el fututo a estar tan integradas que
algún ideólogo de excesivo tiempo libre me intente obligar a llamarles
señoritas de compañía retribuida. Yo, con su permiso, les seguiré llamando
putas, sin cargas y en la seguridad de que ustedes y yo nos entendemos,
léxicamente hablando.