domingo, 29 de julio de 2018

La justicia a gritos


¿Justicia o ruido mediático? Esa es la cuestión. ¿Hasta qué punto es admisible la presión radical en aras de una justicia popular? ¿Es ese, realmente, el modelo de justicia que demanda nuestra sociedad? ¿Cuánta presión pueden soportar los jueces en los casos mediáticos? ¿Hay motivos para que la soporten?
Son todas preguntas que emanan de una actualidad excesivamente radicalizada, de una actualidad excesivamente gritona y coercitiva en la que determinados grupos quieren, mediante el ruido y la presión, hacerse pasar por representantes de una mayoría de opinión que no existe en la realidad, de una actualidad en la que el activismo quiere quebrar el brazo de una justicia a veces excesivamente tímida, desprotegida y señalada por su ineficacia, por su tardanza, por su rigidez y por su alineamiento ideológico.
No puedo evitar dejar de sorprenderme porque existan jueces señalados como conservadores y otros como progresistas, por lo que ello implica, desde el minuto cero de un proceso salpicado por la ideología, para la neutralidad de alguien que tiene que analizar con el mayor rigor e independencia unos hechos y actitudes para emitir un veredicto que se supone imparcial.
¿Puede un juez conservador juzgar con equidad un proceso sobre actitudes e implicaciones presuntamente progresistas? ¿Puede juzgar un juez progresista sin sospecha a un grupo de conservadores y sus actitudes e implicaciones? La respuesta debería de ser que ante unos hechos y unas actuaciones ningún juez es progresista o conservador, es simplemente juez. Debería de ser, pero no lo es. Ni lo es ni lo puede ser cuando desde la prensa, desde las organizaciones políticas, sean partidos, asociaciones o grupos de presión de cualquier índole, o desde cualquier  ámbito pre posicionado se señala desde antes, durante y después, si la sentencia no es la deseada por ellos, la sospecha de que la posición ideológica, o simplemente ética, del juez de turno va a anteponerse a la justicia, a la aplicación rigurosa de la legalidad vigente, que le ha sido encomendada por su cargo.
Basta así cualquier motivo, incluso ninguno, en cualquier momento para ir socavando la credibilidad del juez, y de las instituciones a las que representa, para crear un clima propicio a la imposición por algarada, por acoso mediático o por linchamiento del funcionario, y considerar su actuación impropia por diferencia ideológica, o ética, de base.  Y está pasando, y está pasando a diario y las voces radicales e interesadas se unen en un ejercicio de buenismo de muchos que se cuestionan todo desde posiciones ideológicas más templadas que moderadas.
Y una vez desacreditada la justicia, valor básico de la democracia, y que el sistema se tambalee, ciertos objetivos estarán más cercanos. Si los gritos tienen mayor peso que los valores, a gritos gobernaremos, a gritos nos moveremos, a gritos se determinará quién puede hablar y quién tiene que callarse, qué se puede hacer, qué es lícito y qué es ilícito, y nadie conocerá cuales son sus derechos y cuales sus obligaciones hasta que los gritos los refrenden o los sancionen. No habrá legalidad, se gritará, no habrá libertad, se gritará, no habrá igualdad porque dependerá del volumen de los gritos que despierte su ejercicio.
A mí un sistema en el que mi vida dependa de los gritos a favor o en contra, sobre todo en contra, que mis actos puedan ocasionar, no me interesa. Entre otras cosas porque soy de poco gritar y enseguida me quedo afónico. Y porque a mí me importan más los valores, más que las ideologías, más que la necesidad de tener razón, más que los gritos desaforados, convencidos o pagados, de los que van o de los que pasan por allí, más que la necesidad de que mi entorno me diga lo mucho que le gusta lo que digo. Eso sin contar que, habitualmente, los gritos son inversamente proporcionales a la profundidad del argumento gritado, y por este motivo prefiero una sociedad susurrante y dialogante, que practica el respeto y valora los derechos ajenos en el mismo nivel que los propios, a otra que perdido el respeto hacia los demás grita e insulta como único medio para imponer los derechos y convicciones propios sobre los ajenos.
A veces hay que elegir. A veces hay que decantarse por lo que no funciona bien porque la alternativa funciona aún peor y porque parte de nuestra vida consiste en enmendar nuestros errores e intentar hacer perfecto lo imperfecto.
Yo elijo democracia, elijo libertad, igualdad y justicia imperfecta antes que gritos, imposiciones y justicia arbitraria. A lo mejor es cosa de la edad, o a lo peor de la experiencia.

miércoles, 25 de julio de 2018

Fin de ciclo


Parece ser que el fin de ciclo ha acabado de consumarse. La renovación, y rejuvenecimiento, de la cúpula del Partido Popular remata una tendencia que ya se había abierto con los líderes de los demás partidos. Pablo Casado accede a la máxima responsabilidad de su partido con menos de cuarenta años y deja a Pedro Sánchez con el dudoso honor de ser el mayor, en edad, de los líderes de los principales partidos que ocupan el arco parlamentario.
Solo Pedro Sánchez nació en los postreros años de la enfermedad de Franco, aunque no creo que su memoria vital recoja recuerdos de la dictadura. Los otros nacieron con Franco ya muerto. Y esto, que debería de ser una suerte de bálsamo conciliador es, a la vista de las posiciones ideológicas que parecen defender, todo lo contrario. Hasta el punto de que tengo la sensación, la convicción, de que si en el momento de la transición los líderes políticos hubieran sido los actuales no habríamos tenido transición alguna.
Si Pedro Sánchez representa el ala más izquierda del PSOE, el ala más intransigente, la posición en la que la ideología está por encima de la percepción ciudadana, en la que el partido es más importante que el estado, en la que el socialismo prevalece sobre la conveniencia, Pablo Casado representa lo mismo en el Partido Popular, pero hacia la derecha.
La mitificación de las elecciones primarias internas para elegir al máximo responsable de los partidos políticos puede tener algo que ver, en realidad tiene todo que ver. Este sistema, tan del agrado de los partidos actualmente, marca la radicalización de los líderes electos y, por tanto, de sus partidos. Radicalización que inevitablemente se traslada posteriormente a la vida política y a la calle.
A veces es difícil expresar con palabras lo que en ideas es evidente. Expresar en el momento actual el problema que supone la “democrática” moda de las elecciones primarias internas en los partidos para la democracia global, no solo es complicado, es problemático.
Inicialmente cuanto más democráticos sean los partidos mayor será su capacidad de trasladar ese valor a la sociedad a la que aspiran a dirigir. Inicialmente. Pero si ese acto de apertura a la sociedad solo se lleva internamente y en un momento social en el que el enconamiento político lleva al forofismo de las bases, el resultado son líderes proclives al forofismo y a la radicalización.
El giro a la derecha más derecha del Partido Popular que supone la elección de Pablo Casado no es diferente de la misma tendencia que en Europa estamos observando, ni distinto al giro a la izquierda más izquierda que el PSOE realizó con la elección de Pedro Sánchez. El único consuelo que puede cabernos, al menos de momento, es que nuestra derecha más rancia, la rancia de verdad, la de los nostálgicos y los radicales, está de alguna forma integrada en un partido con ideales democráticos y europeistas. De momento.
Tal vez mi mayor preocupación ahora mismo no sea quién manda en los hasta ahora partidos mayoritarios de nuestro país, si no en el alejamiento que sus posiciones suponen de los electores y la radicalización que se observa en las bases militantes. El distanciamiento cada vez mayor de lo que los partidos proponen respecto a lo que los electores independientes quieren pinta un panorama de abstención y fragmentación que conlleva una dificultad para crear gobiernos estables y con capacidad para liderar a una sociedad que cada vez en mayor medida les da la espalda por no sentirse representada por ellos.
Habrá quien hable de regresión, de involución, en realidad no es más que el movimiento pendular que oscila de un lado al otro periódicamente. Y periódicamente hay quienes empujan cuando el péndulo oscila a su favor, aumentando su fuerza al volver, y quienes intentan refrenarlo cuando va a favor del signo contrario. Pero nadie, nadie, parece interesado en buscar el equilibrio que evite un movimiento pendular que a veces se hace violento.
Parece fin de ciclo, esos tiempos en los que es peligroso acercarse a los mesías, es peligroso abrazar ciegamente las ideologías y acaba resultando peligroso incluso vivir. Solo la lealtad al juego democrático y la cordura de los votantes no ideologizados puede ahorrarnos repetir experiencias del pasado que aún se agitan actualmente.
Parece fin de ciclo. Cuando se fuerza la libertad, cuando se usa sectariamente, cuando se intenta imponer un concepto de libertad a los que tienen otro concepto sin reparar en que convivir significa acordar, la reacción es pedir autoridad. Cuando la autoridad se excede, cuando la libertad se trunca, cuando se intenta imponer un criterio sobre los demás, cuando se impone la fuerza, se añora la libertad. En ambos extremos la dictadura, el pensamiento único, la represión. En el centro del movimiento, la libertad, la tolerancia, la convivencia para todos.

lunes, 16 de julio de 2018

Sin duelo


Hola papá. Hace ya tanto tiempo. Hay tantas cosas que decir y tan pocas que contar. Tantos sentimientos sin resolver desde la muerte de mamá.

Son muchas las veces que he empezado a escribir estas palabras con las que siempre siento la esperanza de que de alguna manera lleguen hasta ese yo profundo que tu día a día, que tu enfermedad, nos escamotea. Son muchas las veces, tantas como las que las he borrado perdido a veces en la pena, otras en la frustración y algunas incluso en la rabia.

Es el problema, papá, de los lutos no resueltos, de las cuitas que muchas veces la muerte deja a los vivos para que sepan que lo están, pero esas cuitas, esos devaneos diarios con la realidad más lamentable del mundo que vivimos, nos distraen de nuestro duelo y nos llevan a caminos de dolor difíciles de transitar. Si al menos tuviéramos el consuelo de poder pararnos y asumir, o tiempo para prepararnos…

Pero te estoy hablando papá sin que tú entiendas de qué te hablo. Te estoy hablando y asumiendo el duelo por ti, aún futuro, sin poder haber asumido el de mamá que ya es pasado. Que complicado es esto de los sentimientos, que duro pensar, como pienso, que estoy asistiendo a una suerte de velatorio diferido en el tiempo por un alma que ya no acompaña al cuerpo.

Al final tengo la sensación que me estoy imponiendo la ternura que me despiertan tus balbuceos inconexos, que me estoy imponiendo el sentimiento que se despierta cuando veo tu cara que es la de aquel que estuvo a mi lado tantas veces, que me estoy imponiendo una necesidad social de sentir y que acaba convirtiendo el sentimiento en una sospecha. Una sospecha que lacera, que seca, que me obliga a mirar dentro de mí sin llegar realmente a verme, o a saber qué es lo que veo.

Y el duelo sigue pendiente. Mamá tendrá que esperar a que yo pueda volver a sentir sin sospecha, sin miedo, sin necesidad, solamente porque me brote de dentro y pueda deshacerme de esta extraña sensación de negarme el sentimiento que necesito por si no es auténtico. Esta flagelación interior que no me deja lamentar, que no me deja extrañar, que no me deja poder recrearme en mi propio dolor sin sospechar que esté creado por mí mismo.

Al menos me queda el consuelo de que no sufres, de que hace ya tiempo en que tú eres el enfermo pero los pacientes somos los que te rodeamos. Al menos me queda el consuelo de que en tu mundo de murmullos y ensoñaciones, el dolor, el sufrimiento, la pena, no tienen un lugar para desarrollarse. Si, el miedo, si, y ya es bastante triste, pero al menos estás al margen de este mundo y sus miserias, al menos de las morales y de las intelectuales.

No sé, no puedo saber ahora, si estas palabras seguirán el mismo camino que tantas anteriores. Ni siquiera importa. Te he escrito tantas veces porque necesitaba pensar que me escuchabas y ahora, al escribir, tengo la sensación de que solo pretendía escucharme. Es más de lo mismo que ya te había comentado. Ni siquiera fuera de mí consigo dejar de estar dentro.

En fin papá, no sé si me habrás escuchado, no tengo claro a pesar de todo si lo quiero. En todo caso, por si acaso, te quiero papá, o te he querido y me esfuerzo en seguirlo haciendo. Un beso.

miércoles, 11 de julio de 2018

El Consentimiento Informado


De primeras me sentí preocupado, he de reconocerlo. Después ya no tanto. Finalmente reflexioné y he llegado a la conclusión de que alguien quiere encaminarnos a un mundo policial, a un mundo en lo que todo lo que se pueda decir o hacer puede estar bajo sospecha y debe de ser aplazado hasta que pase varios filtros que puedan verificar que lo que se pretende decir o hacer es políticamente correcto y no ofende a alguna minoría preponderante cuyas reivindicaciones estén por encima de la espontaneidad, de la idoneidad e incluso de la cotidianeidad.
A mí, a un mundo así, que no me apunten. Yo me bajo. Un mundo en el que todo esté medido, en el que no tengan cabida la pasión, la ironía, la espontaneidad… ¡que espanto!
Y no ha sido una sola persona, aunque he de reconocer que la vicepresidenta del gobierno ha llegado a la sublimación de las ínfulas represivas tan queridas por ciertos sectores políticos afectos a la imposición por la ley de aquello que no saben conseguir por el camino más largo e incómodo de la educación, no, han sido varias y en diferentes ocasiones. Es como si la llegada de Pedro Sánchez al gobierno hubiera desatado ciertas furibundas reivindicaciones a las que nadie tiene derecho a oponerse. Ni siquiera a matizar o contextualizar. También se lo podemos agradecer a los componentes de cierto grupo de imbéciles con nombre de grupito animal cuya actuación demuestra su falta de hombría y su bajo criterio moral.
Ayer mismo, y en un programa de radio, cierto activista político se negó a considerar una pregunta porque contenía la expresión “bajarse los pantalones” que él consideraba como ofensiva para el colectivo LGTBI. Antes topábamos con cierta frecuencia con la Iglesia, ahora topamos con más frecuencia de la deseable con ciertos colectivos radicales que intentan imponernos su moral y criterio con las mismas herramientas que la Iglesia en el pasado. Pero la expresión “bajarse los pantalones” no tiene una connotación sexual, si no que se refiere al valor, o, para ser más exactos, con la capacidad de sostener una convicción personal de quién lo hace. Cuando alguien se baja los pantalones lo que hace es someterse a otro, u otra, u otros, cediendo en lo manifestado anteriormente. Esta actitud de sometimiento viene heredada del mundo animal, donde sí puede tener ciertas connotaciones de tipo sexual, pero no veo yo, de momento, a estos activistas, montándole una bronca a un animal que ante una confrontación expresa su sometimiento. No creo que el animal en cuestión se sometiera a la arenga. Ni al activista que a lo mejor más que sometido acabaría dañado. Aunque, y dada la sublime altura moral de estos personajes iluminados, siempre queda la opción de prohibir la contemplación del reino animal en ninguna de sus variantes: reportajes, reservas o mundo libre.
Respecto al tema de las declaraciones de la vicepresidenta solo puedo decir que es difícil expresar peor algo en lo que todos estamos, debemos de estar, de acuerdo. La agresión sexual, en realidad cualquier violentamiento de la voluntad de una persona mediante la fuerza, debe de ser algo que todos rechacemos con absoluta vehemencia, pero desde la convicción, desde la absoluta asunción del criterio moral que lo impida. ¿Estoy diciendo que sobra la ley?, no. Jamás se me ocurriría en un mundo en el que existen individuos que se consideran más y mejores cuanto más puedan violentar a los demás, y no solo en el terreno sexual, y no solo a las mujeres, aunque esta parte del todo es la que ahora más se visibiliza, y sobre la que más se nos sensibiliza.
Estas declaraciones de la vicepresidenta, todo el trasfondo que no se expresa pero que queda expresado, nos llevan a suponer que la pasión de un encuentro fortuito, la entrega mutua y a veces semiconsciente de una relación sexual inopinada, el maravilloso juego de la seducción y el coqueteo, deben de quedar proscritos porque en muchos casos son mentirosos y en otros tan espontáneos que no dan opción a plantearse la conveniencia, la aquiescencia o su asunción a posteriori.
La verdad es que a mi toda esta historia ya me pilla con una cierta edad, con esa cierta edad en que la que las pasiones tienden a ser más contemplativas que operativas, pero eso no evita que, precisamente por esa cierta edad, toda esta historia me dé un tufillo, en realidad una peste, a chantaje moral, a pensamiento único y a pérdida de libertades individuales.
No puedo evitar imaginarme un escenario en el que un hombre y una mujer, o dos hombres, o dos mujeres, o varios en combinación cualesquiera, se sientan impelidos febrilmente a una relación sexual con carácter de urgencia. Llegado ese momento ambos, todos, o alguno tendrá que plantarse y revisar… medidas profilácticas, conforme, consentimiento informado de no menos de tres páginas que todo individuo debe de llevar consigo en previsión de la ocasión propicia donde se expliquen claramente: la filiación de los firmantes, prácticas sexuales que consienten y aquellas otras a las que se niegan fehacientemente, duración estimada, palabra clave pactada para interrumpir inopinadamente el consentimiento, firma de al menos un testigo no participante que garantice la voluntariedad real de los intervinientes, día, hora y lugar en la que tendrá lugar el acto. Faltaría la póliza, pero es que no se lleva, al menos de momento. Yo no sé a ustedes, pero a mí ya se me han quitado las ganas.

jueves, 5 de julio de 2018

Los cien días que duraron treinta


Parece ser que la intensidad es la característica principal de Pedro Sánchez. Todo lo que hace es tan difícil, ¡qué digo¡ tan imposible, que ni los tiempos ni las acciones pueden medirse de forma habitual. Hace apenas treinta días que nombró a sus minisros y ya ha consumido los cien días de gracia que todo gobierno merece antes de ser juzgado. Esos cien días míticos que son usados para evaluar las acciones y que se caracterizan por la expectación, expectación ilusionada de los partidarios y fatalista de los que no lo son.
Y ¿Por qué sé que han pasado los cien días a pesar de que solo han transcurrido treinta de calendario? Fácil, porque hemos pasado de la ilusión a la sospecha, de la sorpresa a la certeza sin pruebas ciertas, pero presentidas.
Pedro Sánchez ha conseguido convertirse en un funámbulo de la política. En esa figura situada en lo alto de la carpa que se bambolea y que sabes que cualquier brisa, cualquier mal paso, lo va a hacer precipitarse el vacío. Como si fuera un miembro más de la familia Wallenda su arte en el alambre tendido para alcanzar la dirección de su partido, y que consiguió atravesar no sin algún traspié peligroso, lo convenció de que para él no hay desafío inalcanzable. Y con esa convicción, con esa osadía, decidió lanzarse a retos mayores y encaramarse al alambre tendido sobre el vacío de una moción de censura imposible por los vientos cruzados que la azotan.
Dice el dicho que bien está lo que bien acaba, y esto no ha hecho más que empezar. Treinta días que se han llevado por delante los cien de gracia. Treinta días en los que los guiños de los nombramientos de los componentes de su gobierno, las promesas que todo el mundo quiere oír, los gestos populares sin compromiso, han dado paso a los problemas reales, a la necesidad de bajar al fango para gobernar el día a día. Se acabó la fase de galanteo, pasó el mes de embeleso y la realidad de los problemas que no se solucionan con palabras se le han echado encima. El viento que supone la intemperie ha empezado a bambolear el alambre y los pasos se hacen más inseguros.
Hubo muchos guiños en el nombramiento de ministros. Guiños a todos los cansados que la fatiga del gobierno anterior había dejado. Guiños a las feministas, a los jóvenes, a los pensionistas, a los independentistas, a los no independentistas, a los unos y a los otros. El problema de los guiños es que si se perpetúan pasar de ser cómplices y agradables a convertirse en un tic, en un rictus que puede resultar preocupante porque sea síntoma de un mal oculto.
El episodio del “Aquarius” fue un bálsamo para las conciencias de todos los que abríamos  la ventana electrónica de nuestro salón y podíamos solicitar la compasión necesaria con unos semejantes dolientes que se asomaban a ella sin que nuestra turbación, y posterior alegría, supusieran nada en un problema que no solo tiene como protagonistas a los seiscientos viajeros del barco, si no a los miles y miles que día tras día arriesgan su vida  en una búsqueda en la mayoría de los casos desesperada. Hoy el problema sigue existiendo. Hemos salvado seiscientas vidas, que no es cosa menor, pero el gesto español no ha pasado de ser un brindis al sol respecto a la solución necesaria y que no depende de nuestro gobierno, ni siquiera de la Unión Europea.
Y promesas. Muchas promesas que a casi todos nos parecen bien. La sanidad universal, el fin del copago, la subida de las pensiones, la bajada del IVA cultural… El problema es que prometer es gratis, pero poner en marcha esas medidas no, y nadie ha explicado todavía de donde va a salir el dinero necesario para cumplirlas. El problema es que para aumentar el gasto solo hay dos vías, endeudar el país o subir la presión fiscal. Bueno, hay una tercera vía, hacer las dos cosas al mismo tiempo.
Y de repente ¡zas¡ la realidad. El gobierno anuncia una subida de casi diez céntimos sobre el diesel para aumentar la recaudación. Y no es sobre las grandes fortunas, y no es sobre las empresas que más ganan, no. Este aumento fiscal va directamente a las costillas de los autónomos, de los trasportistas, de los comerciales, de los pescadores. Se acabaron las promesas, las sonrisas, las buenas palabras. Al final, en realidad desde el principio, ni renovación ni redistribución de la riqueza. Al final, realmente desde el principio, lo de siempre y contra los de siempre.
Y por si lo de los impuestos no fuera suficiente llevamos unos días con la ópera bufa de la renovación de cargos en RTVE, que alguien ha querido vender como una regeneración. No, no es verdad. Tal como se ha hecho no es más que un quítate tú para ponerme yo, un “deja vue”, no por conocido menos indignante.
Y ahora nos preparamos para acometer el más grave de los problemas actuales, el independentismo. Y si de por sí el problema ya es grave el gobierno del señor Sánchez lo va a cometer con la suspicacia general de que hay favores pendientes. Con la sospecha de que el gobierno no tiene las manos libres, ni limpias.
Si, los cien días apenas han durado treinta. Pedro Sánchez se ha lanzado al alambre para cruzar las cataratas del Niágara sin querer mirar que tiempo se espera y el tiempo apunta malo. Lo peor de todo es que no va solo, el país entero es la troupe que lo acompaña, y como dé un traspié a ver quién es el guapo que se salva.

domingo, 1 de julio de 2018

Una España previsible

Podría estar hablando de política, o de tendencias sociales, pero hoy toca hablar de fútbol, de ese equipo cuajado de jugadores brillantes que es incapaz de trasladar esa brillantez individual al ámbito de equipo. Seguramente en un país donde todos sabemos que es lo que pasa y como arreglaríamos cualquier problema, en un país con treinta millones de seleccionadores, o de presidentes de gobierno o de expertos en cualquier tema que salga, habrá treinta millones de razones para lo sucedido, pero a mí me corresponde defender la mía basada en la observación de lo sucedido a lo largo de la historia.

Primero el hecho final: nuestra selección se viene de vuelta habiendo jugado cuatro partidos y no habiendo perdido ninguno. Claro que solo ha sido capaz de ganar uno. Estos son hechos, números fríos que parecen indicar un problema de base que ya apuntábamos de inicio. Un equipo lleno de jugadores que triunfan en sus clubs y cuya característica común es el domino de la técnica no ha jugado absolutamente a nada durante esos cuatro partidos.

Yo creo que el mal es antiguo, yo diría que endémico, y por eso hablo de una España previsible, de una España encerrada en una mediocridad directiva emanada de un clan concreto y dominante y que entrega sus esperanzas a cualquier persona que pertenezca a ese entorno que domina los medios de opinión y, por supuesto, los despachos propios y ajenos, suponiendo que los de la federación española de fútbol, sea real o ficticia, en realidad no sean más que un anexo exterior a cierto club que parece manejarla y utilizarla a su antojo.

Curiosamente el único seleccionador que hizo una renovación total del equipo y puso a España en el camino de lograr varios títulos del máximo nivel, no pertenecía a esa facción. Es más, su osadía le costó una terrible y amarga campaña incluso a nivel personal, en la que fue, en el colmo de la vergüenza y la desfachatez, acusado de racista. Luís Aragonés configuró un equipo campeón y lo dotó con un estilo de juego idóneo para los jugadores elegidos. Ganó y se fue harto de la ingratitud la persecución y la inquina que su persona despertaba simplemente entre aquellos que no admiten más color que el que ellos veneran y al que él nunca fue afín. Ganó y se fue dejando un equipo y un sistema de juego del que su heredero se benefició hasta que empezó a cambiarlo y empezaron de nuevo los fracasos.

Hoy, viendo deambular al equipo español por el campo sin un esquema capaz de desmontar el contrario a pesar de tener en el banquillo jugadores de sobra para intentarlo, he vuelto a recordar al sublime Luís Aragonés, a Zapatones, entrenador con curriculum, con carácter y con más enemigos  que amigos por no haber sucumbido a la magia, a poco más escribo mafia, de los despachos de color único y potestad absoluta.

Casi todos los seleccionadores que recuerdo han sido hombres cuyo mayor mérito, de capacidad no hablamos dados sus logros, ha sido pertenecer a un club que controla con mano de hierro el fútbol nacional, sus periódicos deportivos y sus despachos anexos de la Real Federación Española de Fútbol. Y todos han fracasado, salvo el heredero, claro. Pero me apuesto a que el próximo tendrá un perfil, o sea curriculo, semejante.

¿Real Federación? ¿He dicho real? Será una casualidad. Seguro.