martes, 25 de julio de 2017

Noventa y un años

Cumple hoy tu cuerpo noventa y un años, papá, noventa y un años que se fueron haciendo hielo hasta congelar tú mente, hasta congelar tu tiempo. Ese tiempo que transcurre sin que pase el tiempo, ese tiempo que corre solo para los que no estamos dentro de tu mente quieta, parada en no sabemos bien que recuerdo.
El alguno de esos recuerdos que en los que te fuiste sumiendo como la arena que cae en un profundo hueco, como la arena que se traslada llevada por el viento, como la arena que se mueve sin reparar en el movimiento.
Noventa y un años, papá, aunque cuatro de ellos, los últimos, los más cernos, no tienen para almacenar su memoria ningún posible hueco. Años de tristeza, papá, de desesperanza. Años de aprender, de luchar, de intentar contener un deterioro sin conocimientos. Porque nadie sabe, aunque todos hablemos, porque nadie conoce y tú el que menos, porque nadie ve la luz ni siquiera lejos.
Cumple hoy tu cuerpo noventa y un años, papá, noventa y un años sin futuro, noventa y un años en los que lo único que sabemos cierto es que no estás aunque si te vemos, noventa y un años en los que cuantos años más cumplirá es lo único incierto.
La vida no es justa, papá, y en algunos casos, en tú caso, en el de todos los que existen sin ser, viven sin saber, perduran sin conocer, lo es aún menos.
No puedo evitar, cada vez que te miro, sentir esa piedad transida y lacerante que tu cuerpo quebrantado, ese cuerpo inerme y dependiente, me transmite. No puedo contemplar la triste existencia de un cuerpo quejumbroso, miedoso, reasumido, sin que se me rompa algo dentro. Porque siempre queda algo que romper por mucho que pase el tiempo.
Noventa y un años, papá, y debería, según las normas, felicitarte, pero no puedo. Primero porque no me escuchas, segundo porque no me entiendes, tercero porque no quiero.
No, papá, no quiero felicitarte porque la maquinaria que un día portaba a mi padre hoy sigue en funcionamiento. ¿Felicitarte? ¿Por qué? ¿Porque tu corazón late? ¿Porque tu estómago digiere? ¿Porque tus pulmones cogen aire? ¿Por qué, papa? ¿Por qué tengo que felicitarte?
Tal vez mi reflexión parezca cruel, tal vez lo sea, pero solo me queda una felicitación que poder desearte, que puedas descansar, que puedas llevar tu cuerpo a donde ya descanse tu mente. Sea el todo o la nada, seas tú, seas nadie o seas parte de algo que nos trasciende.

Bueno papá, el tiempo empieza a contar, en este triste universo, reducido, enfermo, inclemente, para que sean noventa y dos los años que llegue a cumplir tu cuerpo.

sábado, 22 de julio de 2017

El santo al cielo

Aunque parezca mentira, mentir tiene reglas y pericias. Mentir, decir mentiras, es un arte complicado de dominar y que exige una técnica personal contrastada por la experiencia. Porque, como bien dice el refrán, se coge antes a un mentiroso que a un cojo y es que las mentiras tienen las patas muy cortas.
Al igual que en las matemáticas hay diferentes caminos, en un caso para llegar a la verdad, en el otro para llegar a la falsedad, y se debe elegir con mimo, sagacidad y profundo conocimiento personal el camino que cada uno elige. Porque lo primero que hay que tener en cuenta es que mentir es una actividad de mucho desgaste, por lo que vagos e inconstantes deben de abstenerse.
Si, ya sé, estarán pensando que el que esto escribe es un consumado mentiroso y que escribe por su propia experiencia.  Pues no, no va por ahí el tema. Todo lo que sé sobre la mentira lo he aprendido leyendo y escuchando a nuestros próceres.
Y he aprendido que hay dos formas fundamentales de mentir, de mentir reclamando la veracidad, claro está. La primera, la más habitual, la que se emplea en el cara a cara, cotidianamente, en mítines, comparecencias rutinarias, entrevistas en medios de comunicación… la de faena de aliño, que le podíamos llamar, es una mentira sin mentir. Es una verdad interpretable. Es un digo diego, o digo dogo, o diego dogo. Consiste en retorcer las palabras hasta que no significan lo que inicialmente significaban, ni lo que aparentemente significan, ni, en realidad, acaban significando absolutamente nada. Esta técnica se aplica sobre todo a temas en los que la indefinición es el efecto a conseguir: economía, justicia, territorialidad…
Ya lo decía la canción que cantaba mi abuela: “¿De lo dicho qué?, de lo dicho ná, ¿No decían qué?, decían pero ná”. Algún ejemplo al uso: llamarle desaceleración económica a la crisis, llamarle ajuste temporal a un recorte, llamarle subida a un 0,25% de las pensiones, llamarle nación de naciones a un concepto que debe de ser una federación, o no, o vaya usted a saber, porque de eso se trata, de vaya usted a saber, llamarle bajada de impuestos a una subida de impuestos indirectos, llamarle churras a las merinas y “meninas” a las churras. Al fin y al cabo de eso trata de no decir nada concreto, ni inconcreto, ni circunstancial, sin callarse.
La otra, que se suele aplicar a asuntos más complejos, o de mayor recorrido, es aún más imaginativa. Consiste en elaborar una mentira evidente que tape las especulaciones inevitables de los que la escuchan y que permita invocarla como reducción al absurdo de cualquier intento de enunciar la verdad. Algo parecido a lo de la canción aquella: “Por el mar corren las liebres, por el monte las sardinas, tralará, vamos a contar mentiras, tralará””
Si yo tengo que dar una noticia que va da lugar a elucubraciones sobre su veracidad, a disquisiciones sobre la forma en que realmente se produjo, a posibles verdades alternativas, lo mejor es que simultáneamente ponga en marcha todo un juego de disparates que permitan ridiculizar cualquier intento de acercamiento a una alternativa plausible. Es la famosa teoría de la conspiración.
Pongamos algún ejemplo:
·    La llegada del hombre a la Luna. Teorías conspiranoides: Nunca llegamos a la Luna. Llegamos pero hubo que cortar la emisión porque unos extraterrestres se metieron en foco. Llegaron mucho antes y cuando lo televisaron ya había bases en la cara oculta  y desde ellas se hizo el paripé. Al parecer hasta había un bar que regentaba un gallego…
·  El atentado de las torres gemelas. Teoría conspiranoide: Las torres las volaron desde dentro para que se colapsaran, los aviones solo fueron los fuegos de artificio.
·  Los atentados de los trenes de Madrid. Teoría conspiranoide: El atentado lo hicieron unos musulmanes contratados, o dirigidos, o ambas cosas, por ETA.
·     Y así sucesivamente…

Es cierto que los ejemplos más habituales, como las películas sobre el tema,  son con origen en los Estados Unidos de Norteamérica. Al fin y al cabo son el país de Maxwell Smart, el Superagente 86, figura inigualable del “recontraespionaje”. El país de los servicios secretos, más secretos, incluso más secretos, y secretos entre los secretos. Ellos se lo han buscado. El caso es que si yo intento dar una explicación, seguramente la verdad, sobre la retransmisión de la llegada, que no sobre la llegada en sí misma, del hombre a la luna alguien asumirá inmediatamente que yo hablo sobre alguna de las teorías cosnpiranoides ampliamente difundidas y será imposible, por ridículo, perseverar en el planteamiento.

El gran problema de todo esto es que ya no nos creemos nada, nada de nada, nada de nada de nada. Da lo mismo lo que nos digan, que nos lo juren por la constitución o por las bragas de Mafalda. Nos han acostumbrado a dudar de todo y de todos, de lo divino, de lo humano y del más allá. Dudamos por convicción y por sistema y entre nosotros las presunciones más extendidas son la de falsedad y la de culpabilidad. A tal punto hemos llegado.

Pero bueno, a estas alturas lo que no tengo claro es a que viene toda esta historia. Me puse a escribir después de leer algo sobre Blesa y se me ha ido el santo al cielo, sin ánimo de señalar. A veces no me entiendo ni yo mismo.

domingo, 16 de julio de 2017

Ya no estoy dispuesto

Muchas veces las visiones parciales, o las excesivamente globales, impiden ver ciertos detalles que a toro pasado son los realmente dramáticos, y acaban siendo el embrión de episodios lamentables que se revivirán en el futuro a conveniencia de cualquier desaprensivo que necesite utilizarlos en su beneficio.
Esto no es nuevo, viene pasando a lo largo de la historia y parece, es casi seguro, que seguirá sucediendo en tanto en cuanto los seres humanos sigamos tan imbuidos de lo propio que lo ajeno no es exactamente eso, ajeno.
Entre el jolgorio, el chascarrillo y la bufonada, síntomas evidentes de que existe preocupación, vamos desgranando los días  que nos acercan a la consumación del desafío que ciertos políticos catalanes, ávidos de mayor poder y de pasar a la historia, han planteado al estado español. Y según pasan los días, uno tras otro inexorablemente aunque a veces parezca que no van a llegar a pasar del todo, el gobierno responde con frases hechas ocultando de forma irresponsable cuales serán, si es que existen, las medidas a tomar, cuales los límites que tolerar, cuales los puntos de no retorno que se hayan marcado.
Aún a día de hoy los supuestos ciudadanos, una vez más tratados como contribuyentes y despojados de su calidad de ciudadanos, estamos en la más absoluta ignorancia de que medidas tiene previsto adoptar el gobierno, cuando, donde, de qué manera, en nuestro nombre, en el que se supone que gobiernan.
Una vez más los individuos de este país son ninguneados por las instituciones que se dicen representativas y que actúan con secretismo a nuestras espaldas.
Es difícil ya saber, o tal vez no, si es que somos considerados una especia de tutelados incapaces, gobernados ignorantes, o simplemente estúpidos votantes. Una vez más, y otra, y otra.
Como ciudadano que me creo, que quiero ser, que reclamo ser reconocido, quiero saber, exijo saber, cuales son los pasos que el gobierno pretende dar, cuando piensa darlos y como respuesta a que actitudes o declaraciones. Como ciudadano que se siente responsable del gobierno de su país, aunque no lo haya votado, quiero saber por qué no se ha cercenado ya semejante patochada, a que oscuros intereses y componendas obedece esta actitud pasiva y prepotente que se traslada a la opinión pública.
No me interesa en lo más mínimo la cuestión política de fondo, ni la legal, ni las formas a día de hoy, porque a día de hoy, y un poco más cada día que pasa, lo que me va preocupando son las consecuencias humanas que se pueden derivar, que se infieren, de lo que va a suceder.
Insisto, yo no sé hasta dónde pretenden llegar unos y otros porque ya se preocupan de ocultárnoslo, pero estoy convencido, la experiencia así nos lo demuestra, que llegado el momento algún descerebrado tendrá el subidón patriótico necesario para ponerse en trance, y, voluntariamente, convertirse en un mártir por la causa, por la estúpida causa que le han dicho que existe, por la estúpida causa de que algunos sean más, de que algunos se lleven más, de que algunos se sientan más, de que algunos , en definitiva, sean aún, si cabe, y cabe, más despreciables, indignos e inmorales de lo que ya son ahora.
Y si eso llega a suceder, si algún imbécil se hace sangre, aunque sea con el asta de la bandera que porta sea con los colores que sea. Si algún descerebrado se produce una gota de sangre porque alguien lo pisa en una manifestación o algarada. Si algún estúpido patriota de mente obtusa, se hace un corte con una octavilla al repartirla, yo me voy a acordar de los miembros de nuestro gobierno y de los desalmados que han provocado esta situación. Y me voy a acordar para mal, para reclamar que paguen el mal permitido.
Aunque sea una sola gota, porque si algo no soporto, si algo me produce un rechazo con nausea y asco son los mártires ajenos, son los gilipollas útiles con vocación de sangre irredenta, son los bobos de capirote que se sienten alguien enfervorecidos por la masa que les rodea y de la que se sienten líderes y portavoces a los que nadie escucha y todos jalean.
Y por supuesto, si algunos me dan aún más asco, son aquellos que teniendo la obligación, la responsabilidad, el mandato de evitar que eso pase, han usado el tiempo de evitarlo para bonitos juegos florales que no llevan a otra parte que a un escenario de riesgo.

Y luego me venderán su éxito. Y luego se harán la foto. Y luego me pedirán mi voto. Y yo, ya, no estoy dispuesto.

Buenas tardes, papá, hasta mañana

Hola papá, cuanto tiempo. No te escribo más porque el tiempo es para mí escaso y para ti, en tu percepción, no pasa. Así que me relajo y le doy vueltas a lo que quiero decirte al tiempo que me pongo a resguardo de los que critican que te escribo demasiado, que te utilizo para sentirme mejor,  lo cual es en el fondo cierto aunque no como ellos pretenden decirlo.
Efectivamente papá, cuando te escribo me siento mejor, pero no más bueno, si no más limpio, más tranquilo, más dispuesto a seguir en las batallas cotidianas que no pertenecen a ninguna guerra. Cada vez que acabo de escribirte me siento liberado, aunque sea parcialmente, o subjetivamente, o anímicamente, de todo lo que ha quedado atrás y eso me da fuerzas para pensar en acometer ese futuro incierto, imprevisible en contenido, que nos aguarda.
Claro que para escribirte tengo que aislarme de todo lo que en el mundo general acontece y que a ti te importa un ardite. ¿Qué voy a contarte del gobierno? ¿Y de la oposición? ¿Qué te importa a ti si los recortes en políticas sociales hacen cada día más complicado atender de una forma digna a los que, como tú, vivís en otro mundo ajeno a estas preocupaciones?
¿Y qué te importa a ti el mundo irreal que se desarrolla más allá de los límites de tu sillón, de tu silla de ruedas? ¿Qué te importa a ti del mundo que para los demás es real más allá de esa paloma que se cruza en tu camino y a la que le gritas para que se aparte? Nada, no te importa nada. Te importa que te importunen para lavarte. A veces te importa que te obliguen a comer cuando no quieres. Te importa que te muevan sin reparar en que es lo que tú quieres, aunque en realidad es posible que ya no quieras nada. Que tu voluntad no vaya más allá de resistirte cuando intentan moverte o abrir la boca y tragar cuando te dan la comida.
Vivimos en mundos tan separados que yo no te puedo explicar por qué hacemos las cosas y a ti no te interesa lo más mínimo, ni puedes, entender lo que te explicamos.
Lo peor es que ahora, ya demasiado tarde, echamos  de menos aquellas historias, que nos parecían soporíferas, de tu pasado. Ahora nos damos cuenta, demasiado tarde, de aquellos momentos de repaso compulsivo a tus recuerdos que tenían que habernos puesto en alerta sobre lo que en tu interior se estaba desencadenando. De aquella necesidad vehemente de contarlo todo, continuamente, sin respiro y sin reparo.
Demasiado tarde. Ya no acuden a ti ni siquiera los recuerdos lejanos. Y si acudieran daría lo mismo porque tampoco acude a ti el lenguaje.
En fin, papá, otra carta. Otra serie de palabras, de reflexiones, que en realidad me hago a mí mismo y para sentirme mejor, más relajado.
En realidad esta carta la empecé pensando en comunicarte que ya eres bisabuelo, desde hace más de veinte días. Nora ha llegado a nuestras vidas y empieza a distinguir las formas y a mostrar su carácter. Pero, desgraciadamente, nunca llegarás a reconocerla. Nunca  sabrás que tienes una biznieta, y ella no recordará que conoció a su bisabuelo. Los extremos que en esta ocasión, y en contra del dicho, ni se tocan ni se encuentran.
¿Qué a quién se parece? Ya sabes, hay opiniones, aunque yo no puedo evitar cuando la veo en su cochecito con su muñeco de trapo el recordarte a ti con tu mono de juguete. La verdad es que a veces nuestra mente tiene un poso de crueldad  que aunque sea involuntaria se siente como culpable. Pero no puedo evitarlo, me recuerda.
En fin, papá, como bien decía antes, otra carta. Otro monologo cuyo principal destinatario no llegará jamás a leerlo.

Buenas tardes, papá, hasta mañana, esté ubicado donde esté en el tiempo ese mañana.

lunes, 3 de julio de 2017

El día del orgullo

Un año más estamos inmersos en la celebración del “Día del Orgullo Gay”, que a mí, personalmente, me epata. No, no empiecen ya a fusilarme, no me epata la fiesta, ni la celebración, lo que me epata como humilde artesano de la palabra es el nombre. ¿Puede llamarse algo de una forma más inadecuada?, no, es muy difícil.

Partamos de que a mí la sexualidad, en cualquiera de sus múltiples facetas, me parece un hecho natural, como me parece que la heterosexualidad es el hecho normal, de norma, dentro de la sexualidad reproductiva que  ha sido la dominante durante toda la historia de la humanidad. La necesidad imperiosa de reproducirse para perpetuarse era una fuerza que imponía unos criterios, unos roles, que pasados a la vida cotidiana marcaban unos papeles que naturalmente, de naturales, se acogían y aceptaban. Que esos roles se enquistaran en la sociedad y dieran lugar a conceptos morales que fueron transformándose en conductas sociales que etiquetaban como antisociales o condenables las tendencias que chocaban con ese fin reproductivo, ha sido una consecuencia indeseable de ciertas instituciones que se erigieron en garantes únicos de la verdad y la perpetuación de la raza, estableciendo unas normas rígidas e indeseables en este momento de la historia.

Pero a día de hoy la sexualidad, cada vez más y en consonancia con una sociedad decadente, ha tomado un sesgo en el que el fin fundamental ya no es la reproducción, si no el placer. Y en esa visión lúdica del sexo, en esa búsqueda del placer y la satisfacción, todos los caminos son transitables. Cada uno, cada individuo, debe de merecer el respeto absoluto de la sociedad con la que convive. Cada hombre o mujer, en su intimidad personal, tiene derecho a explorar su plenitud sexual sin sentirse amenazado o menoscabado en sus derechos.

Pero igual que se reclaman los derechos que todos, al menos todos los que queremos una sociedad libre, debemos de apoyar hay que comprometerse a ser consecuentes con las obligaciones que todo derecho acarrea. Una persona que se escandaliza viendo besarse a dos personas del mismo sexo no tiene por qué ser necesariamente homófoba o cualquier otra lindeza semejante. Puede ser, existen, que a esa persona le molesten, por su formación, por sus convicciones, las expresiones públicas de afecto. Puede sucederle, incluso, por educación, a alguien que sea homosexual. No olvidemos, que lo olvidamos, que no hace aún cincuenta años que por besarse en público se multaba a las parejas. Doy fe personal de ello.

Si en vez de insultar, calificar o descalificar, como se quiera, al incomodado, simplemente lo evitamos restringiendo nuestra efusividad pública, que no nuestra sexualidad, acomodando nuestra libertad a la ajena habremos conseguido dos objetivos en uno: dejar sin argumentos a alguien que ya no los tenía y evitar, en el mejor de los casos, la radicalización de una persona que se siente menoscabada en su libertad, sin meternos en si ese sentimiento es válido o no.

Pero, desgraciadamente, esa no es la tendencia. La cada vez mayor radicalización de las minorías de diferente tendencia, la falta absoluta de la educación en respeto, el sentimiento de frentismo aplastante que ciertos colectivos minoritarios desarrollan frente a la mayoría de la sociedad nos lleva por un camino en el que las barreras entre posiciones son cada vez más escarpadas, más impermeables, más odiosas e irreconciliables. Y eso no lleva a sitio alguno, al menos no a ningún sitio confortable y tolerante.

Decir amén a cualquier proposición o iniciativa que emane de algunos colectivos es la única posición aceptada en ciertos entornos sociales. Su dogmatismo y falta de rigor crítico llegan a hacer incómoda su defensa. Tanto que llegas a plantearte, cuando alguien coincide con ellos, si lo hace por convicción, por estética social o en defensa propia. Niegan a los demás la libertad que exigen para sí mismos, niegan a los demás el respeto que consideran merecer ellos, niegan a la sociedad la tolerancia de la que denuncian adolecer.  

Pero me he desviado. No es de sexualidad de lo que yo pretendía hablar, no. Yo pretendía hacer un análisis del nombre de una nueva fiesta. De la inadecuada denominación de unos actos lúdicos que la sociedad acoge y cuyo tema y fin es participar a la sociedad la necesidad de normalización de la homosexualidad. De hacer visible, tal vez de una forma excesiva, la reivindicación social de un colectivo natural. Yo pretendía hacer una crítica léxica partiendo de que nadie es perfecto, estamos de acuerdo, pero que de ahí a rayar la imperfección hay un trecho.

Pero vayamos por partes, como el destripador:

1.        Día. Empieza por llamarse día cuando dura una semana, y esta es, al fin y al cabo, la menor de las incongruencias que la incongruencia oficial, la mediocridad institucional o la grandilocuencia del grupo o ente nominante, ha podido cometer.
2.       Del. Nada que objetar al uso de esta apocope de la conjunción y el artículo. Perfectamente usado
3.       Orgullo. ¿Orgullo? Dice el DRAE: “Arrogancia, vanidad, exceso de estimación propia, que a veces es disimulable por nacer de causas nobles y virtuosas”. Hombre, yo puedo estar satisfecho, puedo estar encantado, de tener una cierta característica natural, que, si lo es, natural digo, viene implícita en mis genes, en mi equipación básica humana y no supone, por consiguiente, ningún logro personal del que enorgullecerme.  Sentirse orgulloso de lo que uno es, alto, bajo, gordo, listo, homosexual o rubio, y no de lo que uno logra es una falla moral de un calibre considerable. Quizás en vez de orgullo deberíamos llamarle exaltación, me parecería mucho más adecuado porque lo que pretendemos es poner en valor, hacer visible, reivindicar.
4.       Gay. Gay…, ¿gay? G, a, y, gay… (intercálese aquí un chasqueado de lengua, como si paladeáramos). Gay. Del inglés: “Dicho de una persona, especialmente de un hombre: homosexual”. No me llena, se me queda corto, restrictivo, marcando fronteras en vez de quitarlas, casi frentista si lo cogemos en el conjunto del nombre.

No, definitivamente no me gusta el nombre. Es más, me resulta inadecuado. Porque, vamos a ver, ¿se pretende reivindicar una libertad general o solo la de unos cuantos? ¿No hay más colectivos sexuales discriminados o, incluso ilegalizados? Si, los hay. No olvidemos a los que quieren practicar la poligamia, a las que quieren practicar la poliandria. ¿Por qué ellos no pueden? ¿Por qué nadie se preocupa de su libertad? No es diferente de la libertad para practicar otras opciones sexuales y sin embargo la ley los persigue.


Puestos a reivindicar, y es a lo que estamos puestos, yo establecería la “Fiesta de exaltación por la libertad sexual” y entonces estaríamos todos metidos, incluso los de las sexualidades inconfesables, los de las fantasías perversas, los Grey y compañía, que haberlos haylos.