Habíamos hablado hace tiempo de
los “de toda la vida”, esas personas que en aras de un posicionamiento
político, religioso, futbolístico o de cualquier otro tipo son absolutos e
inamovibles en sus posiciones suponiendo que son las únicas válidas, verdaderas
porque son las suyas y por tanto las otras, las que no son las suyas, son
falsas. Pero no solo son absolutos en sus posiciones, también lo son en la
integridad del mensaje. Nadie puede compartir solo parcialmente el ideario, el
ideario es íntegro y en caso contrario el que se permita dudar, intentar
razonar, o no compartir una sola coma de su posiciones pasa de forma inmediata
y lamentable, porque además creen lamentarlo, a las filas del enemigo
ancestral. Ese pobre, lastimoso ser incoherente pasa indefectiblemente a formar
parte de un bando u otro –siempre del contrario, claro- en función del
interlocutor que se conduele de su
ceguera, de su desviación de la verdad que todo ser inteligente, íntegro y
bienintencionado tiene que compartir.
Hay alguna característica que tal
vez no apunté en su momento:
1-
Todas sus acciones son válidas porque se
realizan en aras de la justicia, la verdad y el bien común. Las mismas acciones
realizadas por los contrarios tienen el significado y la carga contrarias
2-
La memoria respecto a los actos de las personas
pertenecientes a su círculo es portentosa, sus recuerdos caducan justo un
instante antes de que sea necesario olvidarlas y retornan en el instante en que recordarlas es útil o
necesario, siempre en aras de lo que el momento demande para dañar al
contrario, al enemigo.
3-
Son incapaces de reconocer ningún defecto en si
mismos –salvo dialécticamente por supuesto- y por tanto cualquier insinuación
de duda supone un ataque frontal y culpable hacia ellos y las inamovibles ideas
que creen –o eligen por beneficio- defender.
Este pobre ser que pergeña estas
palabras, y que al único color que le gustaría pertenecer es al transparente en
una sociedad arco iris, en su inmenso error de intentar pensar cada vez que
alguien le dice algo, pensar de verdad, analizar los pros, los contras, las
implicaciones, las incoherencias, está en este momento espantado.
Internet es una herramienta y
como tal es neutra, dependerá de la pericia e intenciones del operario para que
su utilización sea educativa o nociva. La utilización de una herramienta con la
capacidad de comunicación y la falta de censura que conlleva supone que
aquellos que no utilizan una mínima autocensura en sus comunicaciones invadan
nuestra intimidad con odio, con invitaciones al linchamiento, con sexo no
pedido… Siempre con las mejores intenciones y la mayor ceguera –que para ellos
será la mía, claro-
He recibido por varios caminos, y
por tanto está circulando, una invitación a participar en un golpe de estado en
el próximo mes de septiembre. Estoy convencido de que quienes lo promueven y
apoyan tienen un suficiente arsenal de auto justificaciones para pensar que el
suyo, su golpe de estado, tiene razón de
ser -los que dieron otros no, claro-, porque ellos son los buenos -los otros no
eran los buenos, claro- y hay motivos de sobra -los otros se los inventaron,
claro-. Pero si repaso la historia de la humanidad y este tipo de iniciativas
no me gustan nada los resultados que veo, ni sus métodos, ni sus
justificaciones, ni sus consecuencias.
Pero lo que más me preocupa es
que al parecer es una convocatoria ciudadana y abierta, en contra de la clase
política en general, llena de odio y de populismo. No tiene firma pero a nada
que se lea con cuidado tiene rastro y si se pone un poco más de intención en la
lectura tiene hasta rostros. Y los rastros y los rostros apuntan a motivos
sectarios ni siquiera hábilmente enmascarados, pero está calando. Y esto sí que
me acongoja, en los dos sentidos.
En este país parece ser que las
palabras solo valen si sirven para atacar, dañar, insultar, desprestigiar,
vilipendiar, matar, difamar, linchar, ofender o machacar. Y el contario, el
enemigo, que se joda, que hubiera pensado como nosotros.