miércoles, 23 de mayo de 2012

Lecturas Juveniles (08-02-11)


Hoy, al abrir el Google me he encontrado con una preciosa ilusión submarina en conmemoración del nacimiento de Julio Verne. No he podido evitar retrotraerme a mi adolescencia y las aventuras compartidas con él, con sus personajes, que me llevaban a meterme con el flexo de mi habitación debajo de la cama para seguir leyendo sin que mis padres vieran la luz y me obligaran a apagarla. Noches enteras viajando a la luna, a lejanos confines o por el fondo del mar.

Julio Verne, Emilio Salgari, Karl May, Zane Grey, H.G. Wells, Edgard Rice Burroughs, Rudyard Kipling… que día tras día me arrancaban de mi vida urbanita y me arrastraban al lejano oeste, entre los indios, o a una aventura con los piratas, o, tras recibir un mensaje en una botella, a recorrer los parajes más recónditos del planeta en busca de los náufragos perdidos, pasando mil peligros y aprendiendo sobre flora, fauna, personas y costumbres, todo lo que me era imposible en la vida real.

He pasado dos años de vacaciones en una isla, he dado la vuelta al mundo en ochenta días, he cabalgado con Miguel Strogof, he sido criado por los gorilas, he viajado al futuro y a Marte donde fui un gran guerrero.

Pero lo que tengo que agradecerle a todos ellos, a todos ellos y a más, al Capitán Trueno, a Flash Gordon, a toda la saga de los Aznar, al Jabato, a Hazañas Bélicas…
No es tanto las aventuras compartidas, el fiel compañerismo de tantas horas. Lo que tengo que agradecerles realmente es que mientras me entretenían, mientras pasaba con ellos esa fase de la vida en la que el carácter se forma, aprendía dos lecciones fundamentales, a disfrutar de los libros y que en todas las partes, no importa donde o con quien, hay personas rectas y otras que no lo son, y que las personas rectas no son siempre aquellas que coinciden conmigo.

Algunas personas le llamarán tolerancia, a mi el término se me queda corto, y aún hoy disfruto de esa enseñanza, de esa confianza en que siempre debo de esperar lo mejor del prójimo y si no lo recibo, bueno, a lo mejor no me lo he merecido, o simplemente somos diferentes y no todos podemos ser amigos.

Descreimiento


Parafraseando a la canción, si tu me dices ven no se donde meterme.  Me siento sodomizado, engañado, pervertido, ninguneado, prostituido. No, no soy víctima de ninguna mafia de proxenetas, no me he tirado a la calle y me han cogido por banda, no.
Me niego a vivir en un mundo de buenos y malos, de justos y pecadores, de izquierdas y derechas, de listos y de imbéciles. Me niego a ser socialmente bipolar y en la duda de a quien tengo que creer no creo a nadie. No me vale el quítate tú para ponerme yo. No me vale el ahora que no estoy defiendo lo justo ni el ahora que estoy yo tengo razón,  porque lo justo hay que defenderlo cuando se está y cuando no se está, y no es justo porque yo lo creo si no porque beneficia a la mayoría, pero de verdad, no a los míos, no a los que a mi me conviene, a la mayoría sin color y sin acera.
¿Quién entre todos tiene categoría moral,  crédito moral para denunciar al de enfrente?.  ¿Quien puede movilizarse con la conciencia tranquila de no estarle haciendo el juego a los del collar diferente? ¿Hay otros? ¿Se les permitirá emerger si los hubiera?
Cuando la justicia, la legalidad, la información, la contrainformación, la educación, la ineducación, la inadecuación, la economía… están en manos de los mismos la situación exige algo más que unos cuantos gritos aislados, algo más que un enfrentamiento. Tal vez la única solución sea dejarlos sin juguete, darles la espalda masivamente y obligarlos a que pregunten que es lo que necesitamos.
Eso si, corremos el riesgo de que se les haya olvidado como y que preguntar, o incluso puede que ni reparen en el gesto dado el grado de interés que demuestran.
Y ahora agentes político-sociales de signo definido o velado, mantenidos de las subvenciones y las prebendas, intoxicadores del propio interés, volvéis a convocarme a votar, a manifestarme o  a que me crea cualquier cosa que digáis, directa o arteramente, a voces o por escrito.

martes, 15 de mayo de 2012

Chipirón que se calienta... (31-01-11)


Me ha contado el Capitán una historia sobre un chipirón que explota al calentarlo en el microondas. No cabe duda de que la vida es una concatenación secuencial de hechos imprevisibles, casi siempre justificables y previsibles, pero claramente imprevistos desde la óptica del momento en presente del individuo que las vive. Y lo he dicho al tirón, que conste.

Me he quedado patidifuso, patitieso, y uso estos adjetivos y no el más docto de perplejo en honor a las diez extremidades, entre tentáculos y brazos, que tiene el sujeto de la misma, con la historia del chipirón, presuntamente, integrista. ¿Quién le podría decir al pobre chipirón cuando aún era parte de la calamara – en riguroso idioma político actual- lo que le deparaba el destino?

Tras una pesada digestión intelectual del hecho he encontrado no menos de tres vías de preocupación genuina por la implicaciones del sucedido, lo cual demuestra hasta que punto un suceso aparentemente trivial puede ser el síntoma de alguno de los graves peligros a los que está sometida la sociedad actual. Y ella sin saberlo.

La primera consideración es del tipo fanático-integrista. ¿Cómo podemos saber que el chipirón en cuestión no pertenecía a una célula de chipirones integristas adoctrinados y equipados con poderosos explosivos y dispuestos a inmolarse en cualquier cocina, preferiblemente de hotel de lujo o restaurante de barrio, y así cortar de raíz el consumo de cefalópodos en general y calamares en particular? No, no podemos de momento saberlo pero sería conveniente estar atentos a posibles incidentes del mismo cariz.

La segunda es de tipo conjura de chinos de la que ya hablamos cuando a Nimodo se le revelaron los electrodomésticos – o sea los domésticos electrónicos, o chinos- y explicamos las posibles consecuencias de una revuelta de este tipo. Podría paralizar la sociedad. ¿Os imagináis lo que sería del mundo, del civilizado por supuesto, si empezaran a explotar los cafés de por la mañana?¿ Que sería de una civilización que se lanzara a la calle entre el shock del incidente y el hambre de no haber podido desayunar?¿Que tuviera que empezar la jornada laboral si ese aporte de aceptación de la realidad que supone el desayuno? Catastrófico.

Pero la tercera vía, la científico-irresponsable, es la que más me preocupa. El aparato en cuestión, el microondas, funciona mediante la excitación del enlace O-H ( o sea de tocarle las narices al enlace entre el oxígeno y el hidrógeno ) y como sucede en todos los ordenes naturales cuanto más se excita, más se calienta y por supuesto como todo hijo de vecino cuando uno se calienta en demasía acaba explotando. Hasta aquí natural como la vida misma. Pero la cuestión que a mi me preocupa es ¿en que momento de excitación irrefrenable el enlace O-H se cabrea y lo que era un chipirón, sin dejar de serlo aparentemente, se convierte en otra cosa? ¿Qué cosa?, eh ahí la cuestión, ¿Y yo que se?, ¿Lo sabe alguien? Desde luego en mi casa el elemento en cuestión está rigurosamente prohibido. A mi me gusta comer una buena empanada, o chipirón, con sus enlaces O-H íntegros y de confianza.

Así que Capitán, la próxima vez que compres un chipirón que sea con Currículum Vitae. Busca una preparación que no emplee el horno microondas –ese chisme- y sobre todo, sobre todo, si al final decides no hacerme caso, si decides utilizar el aparato u otro con gas, por favor estate en lo que estás,  no vayas a emborronarnos el cuaderno.

Rafa

Nombres Politicamente Correctos (20-01-11)


Y tomando al vuelo, sin palo ni escoba, lo de las meigas y su diversidad se me ocurre que hay algo en esta sociedad que compartimos que me enerva especialmente, la utilización inadecuada y maniquea del idioma.

¿Por qué le llamamos mayores a los ancianos?¿ Personas de color a los negros?¿Justicia a la legalidad?¿Amor al sexo? El empeño de inventar nuevas, y a veces complicadas, expresiones para denominar cosas que tienen ya su propio nombre como si con la nueva denominación consiguiéramos suavizar la carga que presuponemos a la antigua, es una demostración palmaria de que esta sociedad está enferma, tiene el mal de la falsedad y el disimulo. Ya que no somos capaces de ser mejores cambiemos el nombre de nuestros demonios.

La carga negativa de las palabras reside en el tono del que la utiliza. Por no llamarle enano a un enano no va a crecer, ni a cambiar aquellas características físicas que lo diferencian y si lo utilizo con el tono correcto no estaré haciendo otra cosa que nombrar a una persona perfectamente identificable físicamente. ¿Y si le llamo bajito?, pués tampoco pasa nada, pero también puedo estar refiriéndome a un liliputiense, o a un pigmeo, o a mi mismo descrito por un jugador de baloncesto, o a un señor normal de 1,50 referenciado según la talla media del país.

Se me ocurre, si queremos denominar de forma políticamente correcta a un pigmeo, no le podremos llamar tal porque le puede resultar ofensivo, debemos de llamarle señor de talla baja de color –aquí deberíamos de hacer como Les Luthiers y dejar unos puntos suspensivos y añadir “negro”, entrecomillado incluso oralmente para tranquilidad de los buenistas- habitante de ciertas zonas de África.

Si, en el mundo hay enanos, negros, feos, ancianos, subnormales, inválidos y hasta osos polares, y no pasa nada. Lo malo es que alguien los desprecie por lo que aparentan y se olvide de lo que son, personas dignas de respeto y amor, excepto los osos polares. Pero entones lo que hay que hacer es despreciar, ya que no hemos sido capaces de educarlo, al ofensor, no cambiarle el nombre al ofendido.

Bandera Blanca


Hablando con mi amigo Antonio Zarazaga me comentaba que quería perpetrar en su casa comidas familiares con “bandera blanca”, sin televisión que aporte sangre, vísceras y miserias y controlando los temas coloquiales para evitar conflictos y enfrentamientos.
Recordé y le comenté que los ágapes de los masones imponían la prohibición de tratar temas políticos o religiosos –incluso fútbol- y en el turno riguroso que controlaba el presidente de la mesa estaba el impedir que existieran réplicas y contra réplicas. Cada uno expone lo que desee sin hacer referencia expresa negativa a nada de lo dicho por los anteriores.
Armado de tan buenas intenciones decidí saltarme el copyright de la idea y aplicarla en mi propia familia aprovechando una celebración.
La novedad de la idea produjo un efecto curioso, nos pasamos más tiempo invocando la idea que practicándola. Solicitamos bandera blanca cuando alguien criticó la mahonesa, también cuando otro se quejó de que no había recibido unas fotos, y por una referencia a dejar de fumar  y porque yo lo hago de otra forma, y porque yo y porque tú y que decir de él o de vosotros…
Al final yo saqué la conclusión de que en mi familia, y sospecho que en la mayoría de las familias, lo conflictivo no son los temas si no la misma trama familiar y que al fin y al cabo esa trama , esa conflictividad, marca su peculiaridad y aporta su encanto, al menos mientras no llegue la sangre al río.
Pero por si alguien que lea estas líneas quiere intentarlo un consejo: Si va utilizar la bandera blanca procure que no tenga asta, vulgo palo, no vaya a ser que alguien decida usarla para acabar con el experimento.

Una Nueva Forma de Hacer las Cosas


Si nos paramos a escuchar y reflexionamos sobre lo escuchado podremos darnos cuenta de que en el mundo llamémosle “libre”, es decir aquel que ha conseguido un cierto nivel de reivindicaciones y libertades, se demanda una nueva forma de hacer las cosas. Existe un cansancio hacia las posiciones intransigentes y “mentirosas” de los políticos, más preocupados en marcar territorio que en los logros ciudadanos. Esa falta de credibilidad, esa cada vez más acentuada falta de representatividad de la calle real y de sus verdaderas necesidades e inquietudes está demandando nuevas figuras que consigan armonizar, que consigan hacerse oír y transmitir lo que la gente de a pie necesita día a día, de lo que piensa el hombre de la calle.
Es verdad que se vota cada cuatro años y se eligen nuevos representantes según la mayoría de los votos emitidos, pero una reflexión sincera nos permite comprobar cómo crecen el voto en blanco y la abstención en un intento de hacer oír el descontento con el sistema electoral y su imposibilidad de reflejar, según está ahora legislado, el verdadero pensamiento de la calle. Las listas cerradas, las parcelas electorales que garanticen rentabilidad, económica y electoral que van parejas, a las grandes estructuras montadas ad hoc, el secuestro de la representatividad que conlleva la disciplina de voto ejercida por los partidos en el parlamento, bordean, creo que por la parte fuera, la esencia de una democracia. 
Pero para poder cambiar la situación hay que hacerse oír. Para cambiar la  situación es imprescindible y ya urgente que la ciudadanía retome el control de su representatividad, el volumen de su garganta y plantee la batalla a la mala praxis de los partidos. No se trata de sustituirlos, no se trata de abolirlos o cambiarlos por otros partidos. La situación parece indicar que falta una figura intermedia, una correa de transmisión que mediante la presión popular obligue a los representantes políticos a ejercer la voluntad de la calle, a percibir y solventar las necesidades cotidianas, si las cotidianas , las del día a día, no solo las macroeconómicas o globales que parecen ser las únicas motivantes para ellos.
Y ese debe de ser el papel de los movimientos, de las asociaciones ciudadanas. Estas figuras hasta ahora mal utilizadas por minoritarias, por ser o parecer correas de transmisión de pensamientos políticos cuando no detentan la representatividad, deben de dar un paso al frente y movilizar a los ciudadanos para la consecución de las mejoras necesarias para su devenir cotidiano. Pero es fundamental que sean independientes, que más allá del pensamiento político de sus miembros individuales mantengan una postura reivindicativa independiente y directamente conectada con el ciudadano de a pie, y que consigan motivarlo, porque sin el respaldo amplio de sus reivindicaciones no pasarán de un grupito de señores que se reúnen y charlan, y para eso ya están las tertulias de café.
Sustituyamos la confrontación por la reivindicación, sustituyamos la denuncia por la solicitud y tal vez consigamos hacernos escuchar o hacer que nuestro esfuerzo sea compartido por aquellos que lo demandan y lo necesitan.