Hasta el rabo todo es toro. Frase
que cualquier españolito, incluidos los anti taurinos, conoce por haberla oído
e interpreta correctamente, porque cuando hablamos de la tauromaquia hablamos
de algo absolutamente imbricado en la cultura y las tradiciones de este país
pero no olvidemos, para aquellos que lo han aprendido, para los otros un poco
de saber general, que la cultura del toro, su simbolismo, ya viene de nuestros
más ancestrales ancestros, de los griegos, de los babilonios, de los cretenses,
o, si nos vamos por el otro lado, de los celtas. Conviene recordar que el toro
raptó a Europa y desde entonces Europa busca resarcirse y burlar al toro. La
inteligencia, la habilidad contra la fuerza bruta. Un encuentro lleno de
simbolismo y estética al que en los tiempos actuales solo habría que ponerle el
pero de la sangre, del sufrimiento, para mí, siempre innecesario.
Tendría yo seis o siete años
cuando en unas vacaciones me llevaron a ver un espectáculo del torero bombero.
Año arriba, año abajo, fui, acompañando a mi familia como extra, al rodaje de
una película sobre el mundo del toro en la plaza de San Sebastián de los Reyes.
No me gustó. No he vuelto a asistir a una corrida. Tengo que reconocer que a mí
los espectáculos de riesgo no me gustan. Las corridas, el circo, me hacen pasar
un mal rato.
Es verdad que la suerte del
capote y la de banderillas me parecen, estética y simbólicamente, interesantes
y en alguna retransmisión he apreciado la belleza de algún capotazo, la sublime
habilidad de algún maestro del quiebro para banderillear, pero la sangre y la
sensación de peligro no me permiten disfrutar de la lidia al completo.
Pero una vez posicionado respecto
al espectáculo en sí creo que un cambio en el reglamento que evite la muerte
pública de la res y la suerte de varas, para mí la más cruel, podría preservar
una práctica que está profundamente arraigada en nuestro día a día. Claro que
siempre puede venir algún entendido, algún purista, y objetar que lo que yo
propongo es una aberración. Puede ser, pero el espectáculo público del
sufrimiento, de la muerte, a día de hoy también puede considerarse como
aberrante.
Porque, al fin y al cabo, a mí lo
único que me molesta de la tauromaquia son ciertas suertes de la lidia, las que
lastiman, las que matan, pero no entiendo parte de la cultura española sin el
mundo de los toros y creo que sería importante poner en valor la riqueza
aportada y poner en valores actuales su desarrollo para evitar su paulatina e
inevitable desaparición.
"Dar una larga
cambiada". "Poner en suerte". “Cambiar de tercio”. "Dar un
capotazo". "Hasta el rabo todo es toro". "Lidiar con un
problema, o con la más fea". "Meter hasta la bola".
"Ponerlo en todo lo alto". “Hacer una faena”. “A golpe de clarín”.
“No dar tres pases”. Son frases de uso cotidiano y origen taurino, como de
origen taurino son los pasodobles, y series como Juncal, y platos como el rabo
de toro. Y al imaginario popular, de origen taurino, pertenecen, Cúchares,
Manolete, Marcial, Lagartijo, y un largo
etcétera que no viene al caso enumerar. Y los grabados de Goya sobre la
tauromaquia, las preciosas plazas que se erigen por doquier en la geografía
española, y americana, y francesa, y portuguesa, porque a estas alturas ese
acervo cultural, esas terminología, música, arquitectura, gastronomía y
pintura, esos poemas de toros de tantos poetas, no pertenecen ya únicamente a
los españoles.
Resumiendo. Renunciar a las
tradiciones es una forma contundente de convertirse en un paria, en una persona
sin raíces ni poso. Reivindicar, reivindicar que no imponer, una nueva
sensibilidad para aquello que nos perturba, siempre y cuando la perturbación no
sea minoritaria, es una práctica loable. Pero en todo este ruido, el anti
taurino, veo más un problema de intransigentes, los de un lado y los del otro,
que un problema popular y real. Los unos porque apuntan a puritanismo militante
con ciertos visos anti españolistas y los otros porque desde su purismo e
intransigencia pueden estar alimentando las filas de los que desde distintas
sensibilidades se suman a los anti, y haciéndoles el juego intentando
identificar taurino y español. No, algunos españoles somos muy poco, nada,
taurinos. Si, algunos anti taurinos son, básicamente, contarios a todo aquello
que se pueda etiquetar como español. Si todos ellos son bastante cabestros
(otra¡).
Y al final, como al principio,
como un Ouróboros étnico y cultural, me reafirmo en lo dicho al principio:
“hasta el rabo todo es toro” y hasta que no estemos más preocupados de
convencer que de imponer, de educar que de multar, de formar que de legislar,
los problemas serán toros difíciles de lidiar y las pretendidas soluciones,
largas cambiadas.