Solemos ser bastante
superficiales. Tan superficiales que no hace falta engañarnos, basta con
marcarnos el camino. Como las ovejas rebeldes, algunos, balaremos insatisfechos,
intentaremos ir por un camino diferente al del resto del rebaño, pero al primer
ladrido volveremos al redil sin preguntarnos qué mundo había al final del
camino alternativo, por qué el perro obedece al pastor, cual es el objetivo del
pastor y si existía alguna alternativa a nuestro comportamiento.
Así que como ovejas caminamos en
una sociedad donde el perro son las medidas represivas y el pastor es el
gobierno de turno. Pero, como en el caso de las ovejas, tampoco el pastor es
nuestro dueño, en muchas ocasiones hay un dueño del rebaño que le marca al
pastor los tiempos, los lugares y el destino final del ganado.
Pero dejemos los simbolismos de
lado y vayamos a la cruda realidad, somos tan superficiales que, sabiendo lo
que está mal, nos limitamos a hablar sobre ello sin poner soluciones y, sobre
todo, sin analizar las causas últimas de esta insana y decadente sociedad que
padecemos.
Nos quejamos de la ineficacia de
los políticos, pero rara vez se nos ocurre pensar que esa ineficacia puede
estar perfectamente estudiada para unos objetivos determinados.
Nos quejamos de la economía sin pararnos
a pensar que esa economía puede servir a unos fines concretos y perfectamente
planificados.
Nos quejamos de la educación sin
siquiera darnos cuenta de que la educación puede crear una sociedad conveniente
a una visión determinada del futuro.
Nos quejamos del empleo y
aceptamos, incluso exigimos, el lastre de las mendicidades sociales compensatorias,
porque es más cómodo poner la mano que esforzarse por defender unos derechos,
unas necesidades, la reivindicación del trabajo.
Y así, paso a paso, tacita a
tacita, el dueño del ganado puede que nos esté llevando a que la sociedad sea
ese rebaño dócil y ciego que entrará en el futuro perfectamente acomodado para los
fines perseguidos, un mayor beneficio y control del dueño del ganado.
Es conveniente, para lograr una
visión correcta, empezar por el principio, y en este caso el principio es el
futuro intuible, y la tecnología es el hecho diferencial que marca esa posible
intuición, esas visiones, hasta el punto de que con tales perspectivas ha
nacido un género literario, la ciencia ficción. Un género capaz de presentarnos
posibles futuros imaginados por el autor en base a una evolución social y en los
que la tecnología tiene un papel fundamental. Curiosamente no son los logros de
las nuevas tecnologías los que suelen marcar la diferencia entre unas
sociedades posibles y otras, si no el acceso a esas tecnologías y a su uso.
Si reflexionamos mínimamente, nos daremos
cuenta de que la tecnología es ese esclavo ideal que la humanidad lleva
buscando desde el principio de los tiempos para saltarse la maldición bíblica
que condena a la humanidad a ganarse el pan con el sudor de su frente. Y una
vez que tenemos los esclavos idóneos ¿Quién necesita trabajar?
Esa es la pregunta clave, o al
menos una de ellas. ¿Quién necesita trabajar? ¿Quién conviene que trabaje, y
para quién? O, para ser más exactos, ¿A quién le conviene que el trabajo no
desaparezca como medio de acceso a los bienes?
Nos quejamos con amargura de la
inaceptable desigualdad económica, paro seguimos votando y dándole nuestro
respaldo a las organizaciones responsables de mantener, de agrandar, esa ya
casi insalvable brecha entre unos seres humanos y otros. Seguimos comprando
ideología como si con las ideologías y sus falsos postulados pudiéramos lograr
otra cosa que engañarnos a nosotros mimos y permitir que nos sigan engañando.
Las alternativas posibles son: una
sociedad utópica, del ocio y la libertad, en la que el trabajo sea una
contribución a la comunidad y el hombre disponga libremente de su tiempo y de su espacio, o una sociedad distópica, de
fractura y esclavitud, en la que tecnología esté en manos del poder económico
que racione su acceso y la use para un mayor sometimiento del resto de la
sociedad. Evidentemente, hablo de los modelos absolutos.
¿A cuál de las dos visiones
apunta la situación actual y las leyes e iniciativas que se van produciendo? Me
temo que a la segunda. En realidad no me lo temo, lo veo con una claridad
meridiana. Llevamos tres décadas de absoluta involución en el camino de una
sociedad mejor, más justa, más libre. Llevamos tres décadas de labor incansable
preparando la distopía.
He apuntado al principio de esta
reflexión de ciertas carencias en distintos ámbitos, pero también he apuntado,
y me reafirmo, en que esas carencias pueden ser intencionadas. ¿Qué pasaría si
transformo esas carencias en logros? aunque estos logros no coincidan con los
que inicialmente se supondría que serían los deseables. Veamos.
Nos quejamos de la ineficacia de los políticos,
pero si lo que intento es una sociedad enfrentada y sin capacidad de lucha, una
sociedad sin nadie que represente sus reivindicaciones y sin caminos para
expresarse, una sociedad sometida al miedo de la represión, del terrorismo, de
su propia libertad, resulta que los políticos están siendo altamente eficaces.
Impecables, diría yo. Estamos dispuestos a renunciar a lo que sea para
salvarnos de una inseguridad que en muchos casos es más ficticia que real. Estamos
dispuestos a renunciar a la libertad, a la justicia… a lo que nos pidan a
cambio de estar confortablemente seguros, inmersos en debates ficticios o
ajenos s nuestras carencias. Y los políticos, y sus jefes, lo saben y lo
manejan con absoluta eficacia.
Nos quejamos de la economía, pero
esa brecha social, esa cada vez más abismal diferencia entre ricos y pobres es
fundamental para establecer los niveles de acceso a la tecnología liberadora,
es fundamental para dejar una clase intermedia que sirva de acicate a los de una
clase más baja, con anhelos y sin accesos, para crear unas expectativas sobre
prebendas y derechos que nunca se cumplirán. Y esa clase intermedia será al
mismo tiempo el más feroz guardián de los “merecidos” privilegios de la clase
alta, con la esperanza de que tal vez los lleguen a compartir, evitando que la
clase baja pueda medrar y poner en peligro la inaccesibilidad de la clase
dominante. Esa clase media que aspirará a ser clase alta mediante un golpe de suerte:
juego, trabajo, negocios o delincuencia, sin apenas ninguna posibilidad real,
pero que en su lucha por lograrlo será la primera fuerza de choque, la gran
fuerza de choque que usará la élite contra la clase baja, ofreciendo
consolidación de privilegios a cambio de injusticia ajena.
Nos quejamos de la educación, y
no reparamos en que las políticas educativas están encaminadas a fomentar la
mediocridad y la desigualdad intelectual, y por tanto social. Solo las mentes
más brillantes, en muchos casos necesarias para el progreso de la clase
dominante, tienen opción de salir de ese marasmo de incapacidad educativa que
suponen los consecutivos, y demenciales, planes de estudios que se suceden sin
orden ni concierto. Hay que premiar la mediocridad, hay que desanimar cualquier
intento de excelencia que no sea capaz de salir a flote por sí mismo.
Lograremos con ello una sociedad de analfabetos funcionales, de ciudadanos con
una preparación aparente, pero irreal, que nunca aspirará a otra cosa que al
funcionariado, al sueldo seguro, al sometimiento ideológico y a señalar con
frustración cualquier intento que consideren que pone en peligro su plato de
sopa. Una sociedad incapaz de pensar por sí misma, incapaz de identificar sus
problemas reales y, cuanto menos, de luchar por solucionarlos, incapaz de
reclamar el derecho a su participación en su destino, incapaz, llegado el
momento, a reclamar el ocio o el trabajo que la tecnología le permita y
dispuesta a luchar, educada en la competitividad y no en valores, con ferocidad
entre sus miembros por la migajas presentadas como beneficios. Y a día de hoy
el planteamiento educativo es altamente eficaz para estos fines.
Nos quejamos de la precariedad
laboral, de la carencia de trabajo, del difícil acceso a la estabilidad, pero
en realidad no parece que esto sea más que un paso intermedio hasta alcanzar la
situación en la que el trabajo sea un privilegio otorgado por las clases
dominantes como única vía de acceso a las tecnologías liberadoras. Una sociedad
dividida entre los que dan trabajo, los que trabajan y los que viven de la
mendicidad social. Cuando las nuevas tecnologías sean capaces de realizar todas
las labores no cualificadas, incluso muchas si cualificadas, ¿quién obtendrá el
privilegio de trabajar? ¿El privilegio de tener acceso a una medicina, una
vivienda, una educación, reservadas solo para los que puedan pagarlas? La clase
media productora y de servicios que necesite la clase privilegiada y que ella
misma elija, y, por supuesto, la clase dirigente. Proliferarán las mafias que
hagan creer a las clases bajas que hay oportunidades de acceder a esos mimos
privilegios mediante condiciones de esclavitud personal de cualquier tipo, y
los mercados negros de bienestar y de salud en los que los más necesitados e
incautos enterrarán sus últimas posibilidades. Nada nuevo, por otro lado.
En realidad, al final, solo
hablamos de libertad. Porque al final, y por eso es tan importante, el acceso a
la tecnología podría ser el detonante de una igualdad y una libertad
reparadoras de tanta injusticia, pero si solo es controlada por ciertas manos,
por las manos que actualmente la controlan, solo servirá para acrecentar
brechas y marcar un camino a un Matrix de consecuencias indeseables para la
mayoría de la humanidad.
La clase dominante es libre, la
clase media cree ser libre y la clase baja cree aspirar a la libertad, y, según
la ideología que elija, cree que puede lograrla arrebatándosela a los que ya la
tienen, o que, simplemente, puede alcanzar la situación de clase dominante por
algún medio reconocido por esa clase. Y ambos caminos son falsos. El problema,
ese que no somos capaces de identificar, es que en este momento la libertad no
es una aspiración, no es un derecho, es una moneda a la que cada vez es más
difícil acceder, y la clase dominante está encareciendo la posibilidad de
adquirirla a cada día que pasa. El que avisa no es traidor, y el que adopta una
ideología ayuda a construir la distopía que nos tienen preparada, a dividir a
la humanidad en facciones que se enfrentan porque se lo dicen sin reparar en
que solo hay un vencedor, y que, gane quien gane, es siempre el mismo.
Están preparando el futuro, y no
nos va a gustar, o, y para eso trabajan ahora, acabaran logrando que ignoremos
lo que nos gusta.