viernes, 30 de agosto de 2019

Preparando el futuro


Solemos ser bastante superficiales. Tan superficiales que no hace falta engañarnos, basta con marcarnos el camino. Como las ovejas rebeldes, algunos, balaremos insatisfechos, intentaremos ir por un camino diferente al del resto del rebaño, pero al primer ladrido volveremos al redil sin preguntarnos qué mundo había al final del camino alternativo, por qué el perro obedece al pastor, cual es el objetivo del pastor y si existía alguna alternativa a nuestro comportamiento.
Así que como ovejas caminamos en una sociedad donde el perro son las medidas represivas y el pastor es el gobierno de turno. Pero, como en el caso de las ovejas, tampoco el pastor es nuestro dueño, en muchas ocasiones hay un dueño del rebaño que le marca al pastor los tiempos, los lugares y el destino final del ganado.
Pero dejemos los simbolismos de lado y vayamos a la cruda realidad, somos tan superficiales que, sabiendo lo que está mal, nos limitamos a hablar sobre ello sin poner soluciones y, sobre todo, sin analizar las causas últimas de esta insana y decadente sociedad que padecemos.
Nos quejamos de la ineficacia de los políticos, pero rara vez se nos ocurre pensar que esa ineficacia puede estar perfectamente estudiada para unos objetivos determinados.
Nos quejamos de la economía sin pararnos a pensar que esa economía puede servir a unos fines concretos y perfectamente planificados.
Nos quejamos de la educación sin siquiera darnos cuenta de que la educación puede crear una sociedad conveniente a una visión determinada del futuro.
Nos quejamos del empleo y aceptamos, incluso exigimos, el lastre de las mendicidades sociales compensatorias, porque es más cómodo poner la mano que esforzarse por defender unos derechos, unas necesidades, la reivindicación del trabajo.
Y así, paso a paso, tacita a tacita, el dueño del ganado puede que nos esté llevando a que la sociedad sea ese rebaño dócil y ciego que entrará en el futuro perfectamente acomodado para los fines perseguidos, un mayor beneficio y control del dueño del ganado.
Es conveniente, para lograr una visión correcta, empezar por el principio, y en este caso el principio es el futuro intuible, y la tecnología es el hecho diferencial que marca esa posible intuición, esas visiones, hasta el punto de que con tales perspectivas ha nacido un género literario, la ciencia ficción. Un género capaz de presentarnos posibles futuros imaginados por el autor en base a una evolución social y en los que la tecnología tiene un papel fundamental. Curiosamente no son los logros de las nuevas tecnologías los que suelen marcar la diferencia entre unas sociedades posibles y otras, si no el acceso a esas tecnologías y a su uso.
 Si reflexionamos mínimamente, nos daremos cuenta de que la tecnología es ese esclavo ideal que la humanidad lleva buscando desde el principio de los tiempos para saltarse la maldición bíblica que condena a la humanidad a ganarse el pan con el sudor de su frente. Y una vez que tenemos los esclavos idóneos ¿Quién necesita trabajar?
Esa es la pregunta clave, o al menos una de ellas. ¿Quién necesita trabajar? ¿Quién conviene que trabaje, y para quién? O, para ser más exactos, ¿A quién le conviene que el trabajo no desaparezca como medio de acceso a los bienes?
Nos quejamos con amargura de la inaceptable desigualdad económica, paro seguimos votando y dándole nuestro respaldo a las organizaciones responsables de mantener, de agrandar, esa ya casi insalvable brecha entre unos seres humanos y otros. Seguimos comprando ideología como si con las ideologías y sus falsos postulados pudiéramos lograr otra cosa que engañarnos a nosotros mimos y permitir que nos sigan engañando.
Las alternativas posibles son: una sociedad utópica, del ocio y la libertad, en la que el trabajo sea una contribución a la comunidad y el hombre disponga libremente de su tiempo y  de su espacio, o una sociedad distópica, de fractura y esclavitud, en la que tecnología esté en manos del poder económico que racione su acceso y la use para un mayor sometimiento del resto de la sociedad. Evidentemente, hablo de los modelos absolutos.
¿A cuál de las dos visiones apunta la situación actual y las leyes e iniciativas que se van produciendo? Me temo que a la segunda. En realidad no me lo temo, lo veo con una claridad meridiana. Llevamos tres décadas de absoluta involución en el camino de una sociedad mejor, más justa, más libre. Llevamos tres décadas de labor incansable preparando la distopía.
He apuntado al principio de esta reflexión de ciertas carencias en distintos ámbitos, pero también he apuntado, y me reafirmo, en que esas carencias pueden ser intencionadas. ¿Qué pasaría si transformo esas carencias en logros? aunque estos logros no coincidan con los que inicialmente se supondría que serían los deseables. Veamos.
 Nos quejamos de la ineficacia de los políticos, pero si lo que intento es una sociedad enfrentada y sin capacidad de lucha, una sociedad sin nadie que represente sus reivindicaciones y sin caminos para expresarse, una sociedad sometida al miedo de la represión, del terrorismo, de su propia libertad, resulta que los políticos están siendo altamente eficaces. Impecables, diría yo. Estamos dispuestos a renunciar a lo que sea para salvarnos de una inseguridad que en muchos casos es más ficticia que real. Estamos dispuestos a renunciar a la libertad, a la justicia… a lo que nos pidan a cambio de estar confortablemente seguros, inmersos en debates ficticios o ajenos s nuestras carencias. Y los políticos, y sus jefes, lo saben y lo manejan con absoluta eficacia.
Nos quejamos de la economía, pero esa brecha social, esa cada vez más abismal diferencia entre ricos y pobres es fundamental para establecer los niveles de acceso a la tecnología liberadora, es fundamental para dejar una clase intermedia que sirva de acicate a los de una clase más baja, con anhelos y sin accesos, para crear unas expectativas sobre prebendas y derechos que nunca se cumplirán. Y esa clase intermedia será al mismo tiempo el más feroz guardián de los “merecidos” privilegios de la clase alta, con la esperanza de que tal vez los lleguen a compartir, evitando que la clase baja pueda medrar y poner en peligro la inaccesibilidad de la clase dominante. Esa clase media que aspirará a ser clase alta mediante un golpe de suerte: juego, trabajo, negocios o delincuencia, sin apenas ninguna posibilidad real, pero que en su lucha por lograrlo será la primera fuerza de choque, la gran fuerza de choque que usará la élite contra la clase baja, ofreciendo consolidación de privilegios a cambio de injusticia ajena.
Nos quejamos de la educación, y no reparamos en que las políticas educativas están encaminadas a fomentar la mediocridad y la desigualdad intelectual, y por tanto social. Solo las mentes más brillantes, en muchos casos necesarias para el progreso de la clase dominante, tienen opción de salir de ese marasmo de incapacidad educativa que suponen los consecutivos, y demenciales, planes de estudios que se suceden sin orden ni concierto. Hay que premiar la mediocridad, hay que desanimar cualquier intento de excelencia que no sea capaz de salir a flote por sí mismo. Lograremos con ello una sociedad de analfabetos funcionales, de ciudadanos con una preparación aparente, pero irreal, que nunca aspirará a otra cosa que al funcionariado, al sueldo seguro, al sometimiento ideológico y a señalar con frustración cualquier intento que consideren que pone en peligro su plato de sopa. Una sociedad incapaz de pensar por sí misma, incapaz de identificar sus problemas reales y, cuanto menos, de luchar por solucionarlos, incapaz de reclamar el derecho a su participación en su destino, incapaz, llegado el momento, a reclamar el ocio o el trabajo que la tecnología le permita y dispuesta a luchar, educada en la competitividad y no en valores, con ferocidad entre sus miembros por la migajas presentadas como beneficios. Y a día de hoy el planteamiento educativo es altamente eficaz para estos fines.
Nos quejamos de la precariedad laboral, de la carencia de trabajo, del difícil acceso a la estabilidad, pero en realidad no parece que esto sea más que un paso intermedio hasta alcanzar la situación en la que el trabajo sea un privilegio otorgado por las clases dominantes como única vía de acceso a las tecnologías liberadoras. Una sociedad dividida entre los que dan trabajo, los que trabajan y los que viven de la mendicidad social. Cuando las nuevas tecnologías sean capaces de realizar todas las labores no cualificadas, incluso muchas si cualificadas, ¿quién obtendrá el privilegio de trabajar? ¿El privilegio de tener acceso a una medicina, una vivienda, una educación, reservadas solo para los que puedan pagarlas? La clase media productora y de servicios que necesite la clase privilegiada y que ella misma elija, y, por supuesto, la clase dirigente. Proliferarán las mafias que hagan creer a las clases bajas que hay oportunidades de acceder a esos mimos privilegios mediante condiciones de esclavitud personal de cualquier tipo, y los mercados negros de bienestar y de salud en los que los más necesitados e incautos enterrarán sus últimas posibilidades. Nada nuevo, por otro lado.
En realidad, al final, solo hablamos de libertad. Porque al final, y por eso es tan importante, el acceso a la tecnología podría ser el detonante de una igualdad y una libertad reparadoras de tanta injusticia, pero si solo es controlada por ciertas manos, por las manos que actualmente la controlan, solo servirá para acrecentar brechas y marcar un camino a un Matrix de consecuencias indeseables para la mayoría de la humanidad.
La clase dominante es libre, la clase media cree ser libre y la clase baja cree aspirar a la libertad, y, según la ideología que elija, cree que puede lograrla arrebatándosela a los que ya la tienen, o que, simplemente, puede alcanzar la situación de clase dominante por algún medio reconocido por esa clase. Y ambos caminos son falsos. El problema, ese que no somos capaces de identificar, es que en este momento la libertad no es una aspiración, no es un derecho, es una moneda a la que cada vez es más difícil acceder, y la clase dominante está encareciendo la posibilidad de adquirirla a cada día que pasa. El que avisa no es traidor, y el que adopta una ideología ayuda a construir la distopía que nos tienen preparada, a dividir a la humanidad en facciones que se enfrentan porque se lo dicen sin reparar en que solo hay un vencedor, y que, gane quien gane, es siempre el mismo.
Están preparando el futuro, y no nos va a gustar, o, y para eso trabajan ahora, acabaran logrando que ignoremos lo que nos gusta.

jueves, 15 de agosto de 2019

La sociedad de los tres monos


Me preocupa esta sociedad. Me preocupa la incapacidad evidente de enfocar los problemas correctamente. Me preocupa, con preocupación presente y futura, el abismo intelectual, social y educativo con el que las ideologías de diferente índole y cariz la van castigando hasta sumirla en una dicotomía que lastra su solidaridad, envilece su pensamiento y destroza su capacidad de enfrentar correctamente aquellas cuestiones que le hurtan la esperanza de poder ser mejor.
No hace tanto que, con gran revuelo mediático, el gobierno propuso subir el salario mínimo interprofesional a mil euros al mes. No hace tanto que, con gran revuelo mediático, los poderes económicos se hacían cruces y anunciaban catástrofes inenarrables para la economía de este país. No hace tanto que oyendo a unos y a otros no sabía si se me caería la cara de vergüenza, ajena, o podría contener con algún éxito el descuelgue de mandíbula que el despliegue informativo, perdón, el despliegue opinativo, estaba llegando a producirme.
¿Era posible tal desfachatez por parte del gobierno? ¿Era posible tal falta de ética por parte de los poderes económicos? ¿Era posible tal falta de objetividad y visión de la realidad por parte de una sociedad dispuesta a alinearse ciegamente con quién su querencia ideológica lo demandara?
Sí, era posible. Era, es, y parece ser que será, lamentablemente posible.  Pero vayamos por partes, por protagonistas.
El nombre de salario mínimo interprofesional me parece una burla tal como está enfocado, tal vez salario de incapacidad supervivencial, o salario de incapacidad adquisitiva, o, directamente, tomadura de pelo, que al final es lo que es.
Se supone que el salario mínimo interprofesional, SMI para no tener que escribir tanto, y porque ya todo se nombra por siglas, debe de garantizar una retribución digna a cualquiera que desarrolle un trabajo. Se supone, digo bien, porque me gustaría saber con qué parámetros se calcula, por qué mil y no novecientos ochenta o mil cuatro con treinta y tres. ¿Qué se supone que garantiza ese montante? ¿Cuánto le cuesta al empresario? ¿Se garantiza también a los autónomos? A esto último, que es lo más evidente, la respuesta rotunda es no, ya se encargan el estado y su sistema retributivo de provocar, si la coyuntura lo requiere, que los ingresos de los autónomos puedan ser incluso negativos. Luego, primera tomadura de pelo, o los autónomos no desarrollan labor retribuible y solo se dan de alta por alegrar a la AT, o no son profesionales a pesar de sus profesiones, por lo cual no se pueden dar por aludidos. Es decir, que en el peor de los casos los autónomos tienen que pagar por trabajar, o por la expectativa de llegar a hacerlo.
A la primera pregunta la respuesta también es clara, suponerse se puede suponer lo que se quiera, pero la realidad es que garantizar, lo que se dice garantizar, tal como está la vida, no se garantiza con el SMI otra cosa que una imposibilidad de supervivencia individual. En la mayoría de las ciudades españolas no se puede acceder a una vivienda, pagar los costes de agua, energía y otros, preocuparse de una manutención razonable y hacer frente a otros gastos que la recaudación grava y el mercado alza, con los mil euros de los que hablamos, y si alguien tiene alguna duda, que lo pruebe, se le quitarán las dudas de golpe.
A la segunda también vamos a buscarle las vueltas. Más, al empresario le cuesta un porcentaje más que sale de su beneficio, o sea, el trabajador gana más, el empresario paga más y gana menos y el estado recauda más a la vez que justifica más impuestos para hacer frente a un gasto que no solo no soporta, si no que le beneficia. Y, como es lógico, los empresarios protestan. Sobre todo los pequeños y medianos empresarios, esos que, siendo autónomos por obligación, tienen que buscar la forma de financiar algo que en muchos casos no tienen de donde detraer y que, además, no tienen  acceso a los beneficios fiscales de las grandes empresas. Pero eso no importa, porque al ser empresarios, para una gran parte de la población, son insolidarios, millonarios y explotadores. Así los presenta el imaginario que ciertas ideologías manejan y que difícilmente se corresponde con la realidad, a poco que se tire de libros y resultados.
Así que nos encontramos con una tesitura en la que nada es verdad, ni nada es mentira, ni nada es del color del cristal con que se mira, salvo para los que llevan una retina deformada por alguna ideología, una gran parte de la sociedad, desgraciadamente.
Podríamos entonces convenir en que todos los actores sociales intervinientes en la trifulca tienen razón, casi todos. Los trabajadores porque el SMI es insuficiente para vivir de una forma mínimamente digna. Los empresarios porque el estado se aprovecha de su posición para gravar sus beneficios a cambio de nada. Bueno, de nada no, de propaganda para la ideología del demagogo de turno. Los autónomos porque a ellos nadie les garantiza nada, y los jubilados porque su pensión es inferior a ese baremo de supervivencia que los gobernantes se sacan de una chistera sin fondo, sin forro y sin vergüenza.
Aumentar el SMI es imprescindible. No gravar a los pequeños y medianos empresarios para lucirse es de justicia. Igualar las pensiones mínimas al SMI es de sentido común. Extender el beneficio a los autónomos es, simplemente, aplicar una justicia igualitaria. Y lograrlo, lograrlo es el problema con un sistema poco interesado en las soluciones reales y muy pendiente de las alharacas ideológicas, que es para lo que está montado.
Ni la derecha, preocupada por favorecer a las grandes fortunas y a las grandes empresas, está interesada en que el SMI sea otra cosa que un parámetro vendible, ni la izquierda, preocupada en exprimir al mediano y pequeño contribuyente mientras dice que su objetivo es el grande, está interesada en que el SMI sea otra cosa que un parámetro vendible.
Para que el SMI fuera un parámetro coherente tendría que calcularse de forma que realmente supusiera una estimación fiable del costo real de la vida por individuo, en base a los verdaderos costos de las partidas fundamentales. En ese momento, además, serviría como base referencial de otros muchos indicativos económicos y permitiría la elaboración de una fiscalidad con vocación de justicia distributiva. Podría analizarse el enriquecimiento, definir la acaparación, analizar los beneficios empresariales y referenciar tantos otros parámetros fundamentales para una justicia distributiva en SMIs. O sea, nada que interese a nadie.
Y no interesa a la derecha porque tirará del famoso mito de que con un sistema realmente distributivo se alimenta a los vagos, y a los pícaros que buscaran la forma de cobrar sin trabajar, que haberlos haylos y suelen ser los que más protestan, falacia fácil de desmontar si el interlocutor tiene algún interés más en el tema que el de defender una posición ideológica o repetir imperturbable los mantras aprendidos sin necesidad de demostrarlos ni de demostraselos a sí mismo. Y no interesa a la izquierda, porque siendo una suerte de derecha camuflada, de contra derecha, no necesita pensar en nuevos sistemas, cuanto menos de ponerlos en marcha, o simplemente pensar, si para lo que realmente quiere, que nada tiene que ver con una justicia distributiva, no necesita devanarse los sesos y lo puede obtener empobreciendo a los demás subiendo los impuestos y aumentando el déficit, que ya vendrán otros que lo paguen con el dinero que no es de nadie.
Realmente, como bien decía al principio, me preocupa esta sociedad de monos que no ven, no escuchan, y son incapaces de hablar para pedir: libertad, igualdad y fraternidad reales. Una sociedad capaz de mirar con equidad a sus miembros y proyectarse hacia un futuro de esperanza. Una sociedad basada en valores diferentes al enriquecimiento, el poder, el acaparamiento y la competencia. Ya sabéis, hablando cómodamente, una utopía.

viernes, 9 de agosto de 2019

Los viejos selfies


Hola papá:
Hace ya meses que hablamos por última vez, hace ya meses que mi falta de tranquilidad, mi imposibilidad de sentir el duelo a la que estoy sometido por las cuestiones mundanas, tú ya sabes de qué te hablo, ha medio cegado esta vía de comunicación de la que nos hemos valido durante tu enfermedad. Esa enfermedad tantas veces negada y en la que tanto hemos sufrido durante tu última etapa.
Supongo que habrás visto al Tío Julio. Fíjate, la de cosas que superó durante su vida y ha sido incapaz de superar tu muerte. Me lo decía Alma, no levantó cabeza desde que se enteró de que habías muerto, pero ya estáis los tres ahí, los tres de mi infancia y casi adolescencia: Mamá, el tío y tú.
No te voy a contar muchas cosas de las que aquí han quedado, son excesivamente penosas y no nos aportan nada a ninguno de nosotros, solo, si te acuerdas, dile a mamá que cuanta razón tenía respecto a ciertas personas, cuanto odio, cuanta rabia, cuanto pensamiento negativo pueden albergar algunos seres humanos. Como ella bien decía es imposible ser feliz cuando solo se tienen pensamientos negativos hacia los demás.
Pero quiero centrarme en lo que quería contarte. A ella le escribiré cuando consigamos desentrañar toda la miseria que aquí nos ha quedado.
Llevaba tiempo intentando escribirte, pero siempre he roto todo lo que escribía. Eran palabras tristes y sin contenido, palabras que no tenían otro mensaje que la queja o el retrato de una situación sin pies ni cabeza, y para eso, ya me basto yo. Además supongo que donde estés habrá un filtro para evitar que las cuitas y miserias de este mundo lleguen a contaminar ese.
Nada, que me enrollo. El motivo principal de esta carta, en realidad la necesidad de poder hablar contigo es realmente el principal, es una foto. Una foto trucada e inesperada. Una foto que al recibirla me turbó de tal manera que tardé un tiempo en recuperarme, una foto tuya que nunca te hicieron a ti.
Ya sabes que en estos tiempos, aunque a ti ya prácticamente no te pillaron, todo el mundo usa los teléfonos móviles para sacar fotografías, incluso se ha puesto de moda hacerse fotos a uno mismo y se llaman “selfies”. Sí, claro que me acuerdo papá, como no, de cuando usabas los carretes de 36 fotos para todo un verano, o para un viaje, porque luego había que llevarlas a revelar y costaban una pasta, y además a veces pagabas por revelar fotos que ni se sabía que habían reflejado, o las veladas, que daban aún más rabia. En estos tiempos que corren la cosa es distinta, treinta y seis fotos se hacen en un pispás, se revisan en el momento y se borran las que no sirven. Y es que los tiempos adelantan “que es una barbaridad”.
Bueno, pues no queda ahí la cosa, ahora resulta que esas fotos se pueden manipular usando programas especiales. Que si las retocas, que si les pones un filtro de color, que si las conviertes en dibujos, que si… que sí, que se puede hacer todo eso y más. Tanto más se puede hacer que uno de esos retoques es la causa de estas letras.
Uno de esos programas que te comento envejece aparentemente a las personas. No te puedo explicar cómo, pero lo hace. En la mayor parte de las ocasiones se limita a añadir alguna ojera, algún descuelgue y alguna arruga para lograr el resultado de una vejez previsible. O eso es lo que yo creía y había visto, hasta que el otro día tu nieto me mandó una foto suya que había pasado por el dichoso programita. Tardé en entender la foto. Tardé en recuperarme de la impresión que me produjo. La foto de Yago envejecido era una foto tuya. Esta vez el programa había tirado de genes.
Siempre hemos sostenido que Yago se parecía más a la familia de Isabel que a nuestra rama. Es más, si lo miras ahora, sin el filtro, difícilmente aprecias en él ningún rasgo tuyo.  Pero parece ser que el programita en cuestión no se sintió aludido por nuestra perspectiva y envejeció a Yago hasta lograr un retrato de su abuelo, un retrato más tuyo que de él.
Te lo envío para que lo veas. Tal como ya he avisado a la gente, yo no pienso pasar ningún retrato mío por el tal filtro, primero porque cuando uno ya tiene arrugas propias a lo peor el programa se las borra, o sea que el envejecimiento de la vejez resulte un rejuvenecimiento, pero segundo, y aún más importante, porque después de la experiencia de Yago no quiero ver mi foto convertida en alguien a quien recuerde. Y es que, en contra de lo que piensan muchos, no siempre todo lo que se puede hacer, apetece.
Un beso papá. Hasta la próxima. Saluda a los que estén contigo.