domingo, 27 de septiembre de 2020

El juego de la democracia

 Desde distintos ámbitos de mi vida han intentado convencerme de que el mundo es un tablero de ajedrez compuesto de decisiones buenas, cuadros blancos, y decisiones malas, cuadros negros, o viceversa, que tanto monta. Algunos, en el paroxismo de la intelectualidad, hablan, con un cierto aire de sabio estreñido, de los infinitos matices del gris, que viene a ser algo así como una digestión incompleta de la usencia del color, del compromiso, de la capacidad de pronunciarse.

Yo, sinceramente, en esta simbólica batalla del posicionamiento que algunos quieren trasladar a la realidad cotidiana, siempre me he declarado más de las juntas que separan las casillas, curiosa contradicción, que de las casillas en sí, no porque haya descubierto en ellas esos fastuosos e infinitos matices del gris, sino porque en ellas se juega al parchís, que es mucho más colorido, diverso, y permite unas opciones fuera de las rígidas normas de la oficial oficialidad, de la dualidad castrante que intentan imponernos en todos los ámbitos de nuestra vida para un más fácil etiquetado y una mayor maleabilidad. Buenos y malos, ricos y pobres, listos y tontos, parias y poderosos, de izquierdas y de derechas, de aquí y de allá. Políticos y apolíticos.

Como ya he dicho, yo soy más del parchís, de la oca, de la alegría natural de los colores y sus matices, y no juego al pantone porque nadie ha inventado el juego todavía. Soy de descubrir ese “verde pino y astuto” que una niña de seis años me definió en cierta ocasión entre los distintos lápices de una caja de Alpino. Una identificación de color que viene a demostrar la frescura y capacidad intelectual superior de una niña de seis años sobre ciertos “intelectuales” oficiales nombrados por sí mismos. ¿Se imaginan a esa niña poniendo cara de hallazgo transcendente y comentando los infinitos matices del verde? ¡Un monstruo!

Bueno, pues por muy cansado que esté de esta dualidad castrante, y hay, y habrá, muchos que me espeten la dualidad del ser humano olvidando que, desde la perspectiva del ser humano, lo superior siempre ha sido trinitario, están intentando presentarme un nuevo diseño del tablero de ajedrez a ver si al cambiar las figuras me descuido y lo compro.

Ha salido el ajedrez del Covid-19. El ajedrez que divide entre médicos y pacientes, entre sanos y enfermos, entre confinados y libres, entre miedosos e inconscientes, entre contagiadores y contagiados, entre concienciados y conspiranoicos, entre enmascarillados e insolidarios. Al final, que curioso, que triste, que frustrante e ilustrativo, entre buenos y malos, entre listos y tontos, entre de izquierdas y de derechas.

Me he frotado los ojos varias veces e intentado, repetida, deseperadamente, despertarme de un sueño que tiene tintes de pesadilla, pero parece que la realidad se impone y debo de asumirla. Al final lo han conseguido, al final han puesto sobre el tablero el juego político que pretendieron hacer pasar por médico, demostrando, a quienes no queríamos creerlo, que nunca han tenido otro interés en la salud pública que aquella que les podía reportar votos y cuota de poder.

Hace ya muchos años que la democracia en España no es otra cosa que una palabra que se invoca para justificar los abusos propios, justificados por los votos recibidos, para denunciar los abusos ajenos, sustentados por los engañados que los votaron, y para convocar cuando conviene unas votaciones en las que nadie puede votar libremente, ni en igualdad, ni ninguna opción que tenga visos de realizarse tras las votaciones. Hace ya muchos años que la democracia en España es una falacia, un concepto secuestrado y maltratado por unas estructuras de poder sin ningún respeto por los ciudadanos que se llaman partidos.

Solemos culpar de esta situación a los políticos, es lo fácil, pero no por fácil es más cierto; los únicos culpables de la situación somos los ciudadanos que seguimos jugando a su juego, a su amañado ajedrez, convocatoria tras convocatoria, engaño tras engaño, mentira tras mentira, aún a sabiendas de cuál es el resultado del juego antes de empezar la partida.

Pero si los ciudadanos en general somos los culpables de la ausencia de democracia real, existen unos culpables con mayúscula, unos cómplices de la situación, unos ciudadanos capaces de vender sus valores al amparo de una consigna, de trastocar la verdad a la sombra de la invocación de una cruzada, de vender su alma por lo que el líder solicite: los militantes, los forofos. Los que convierten a los discrepantes en apestados, a sus hermanos en enemigos, a sus adversarios en parias sin derechos. Personas incapaces de hacer su función elemental: controlar a los dirigentes, exigir la verdad y honradez de quienes los dirigen, pasar factura a las mentiras, a las falacias, a las corrupciones y corruptelas. En resumen ser inflexibles con quienes medran y engañan en su nombre, porque los demás podemos acabar pensando, en realidad pensamos, que no hacen otra cosa que defender sus propias mentiras, sus propias corrupciones, sus propias incoherencias,  su propia intolerancia y afán de sojuzgar a los demás, de someter por cualquier medio a los demás a su superior criterio. 

Nadie con dos dedos de frente debería de permitir lo que estamos viviendo en este momento, este ajedrez infernal en el que tanto las fichas negras como las blancas juegan una partida en la que los ciudadanos, su muerte, y la verdad propia son los trofeos que buscan vencedor. Y los forofos aplaudiendo. Los forofos justificando y asumiendo las barbaridades que se hacen en nombre de una ideología, cualquiera, que debería de llamarse patología.

Tengo la sensación de que el COVID-19 ha servido, sirve, para que el gobierno ataque a ciertas autonomías que no le son afectas y maniobre contra ellas. Tengo la sensación de que esas autonomías se defienden, la defensa es la excusa perfecta, ignorando las necesidades médicas de aquellos a los que administran. Tengo la triste sensación que tanto a unos como a otros les importan muy poco los muertos, armas con que atacarse, ni la salud, ni los ciudadanos, ni otra cosa que jugar su macabra partida en busca del poder, del aplastamiento del contrario.

Volverán, como las oscuras golondrinas, las elecciones a ser convocadas, pero a nada que nos descuidemos, a nada que sigamos por el camino marcado, la democracia real, esa, no volverá. Las libertades que nos fueron arrebatadas en nombre de nuestro propio bien, esas, no volverán. La oportunidad de construir un futuro más justo, más equitativo, más libre y solidario, esa, no volverá.

Volverán los pasados más oscuros, los muertos que nunca combatieron, el hambre de la guerra de unos pocos, el odio de aquellos que perdieron, la soberbia de los falsos ganadores, la mentira mendaz que suplanta a las razones. Volverán los jinetes varias veces, arrasando a su paso el pensamiento. Volverá la muerte triunfadora, señora de una vida despreciada, asombrada de que la busquen con premura. Y el futuro no será, triste amargura, otra cosa que el terrible pasado que se augura.

lunes, 21 de septiembre de 2020

Hablando de estadística

 Hablemos de estadística. Hablemos del contenido principal, desde hace ya meses, de los informativos, sean escritos, hablados o televistos. Hablemos de una técnica derivada de una ciencia, que en el momento que se usa, y según como se haga, deja de ser exacta.

En estos casos es pertinente, en primer lugar, consultar el diccionario para asegurarnos que todos hablamos del mismo concepto, de la misma acepción:

“1. f. Estudio de los datos cuantitativos de la población, de los recursos naturales e industriales, del tráfico o de cualquier otra manifestación de las sociedades humanas.

2. f. Conjunto de estos datos.

3. f. Rama de la matemática que utiliza grandes conjuntos de datos numéricos para obtener inferencias basadas en el cálculo de probabilidades.”

Si analizamos con cuidado las tres acepciones que reconoce la RAE, ya empezamos a asomarnos al abismo del que pretendía hablar en esta ocasión, a ese abismo que abre el uso inadecuado de la estadística, a ese abismo que sugiere el famoso chiste estadístico, ese que plantea que si entre dos personas se comen dos pollos, estadísticamente se han comido un pollo cada una, aunque en la realidad uno se haya comido los dos pollos y otro ninguno.

Acepción 1: Estudio de los datos cuantitativos de la población. Eso significa, en román paladino, que si la población no está bien elegida, no es suficientemente numerosa y significativa, el resultado será tan poco significativo como la población elegida. Cuanto mayor sea el número de sujetos incorporados al estudio, más posibilidades hay de acercarse a los datos correctos, cuanto más diversas sean sus tendencias, más representativa de una población más amplia será la población de muestra. También, y es muy importante tenerlo en cuenta, influye en los datos finales la cuestión planteada para requerirlos, y la forma de plantearla, ya que cuanto más se induzca una respuesta menos válida será la misma. Elemental, querido Watson.

Acepción 2: Los datos se suman y son ciegos, aún no tiene interpretación, ni significado. Son solamente unos datos que obedecen a unos requisitos de planteamiento y sus reacciones posibles ante ellos.

Acepción 3: fíjense con qué cuidado exquisito el diccionario evita hablar de resultados, de conclusiones, de certezas. Habla de inferencias, habla de cálculo de probabilidades, habla, sin mencionarlo, de interpretaciones, porque ya depende de cómo y quién presente los datos para que estos digan una cosa u otra, incluso la contraria. Aquí, en esta acepción es donde realmente la estadística puede separarse de las matemáticas y hacerse puramente especulativa, incluso manipuladora.

Así que  podemos deducir con facilidad, cuando en estadística queremos hacer comparativas, que son la base de la información evolutiva, que necesitamos poblaciones homogéneas, planteamientos equivalentes e interpretaciones idénticas. Cualquier desviación de estas consideraciones solo lleva a la desinformación, claro que esta puede ser ignorante o culpable, y eso ya queda a consideración del consumidor. Yo, cuando se habla de política suelo tender a la desinformación culpable, o sea, para los que le cueste entender, I N T E R E S A D A.

Tomemos como base de análisis estadístico la información sobre el COVID-19. No voy a hacer ninguna aseveración, solo quiero compartir preguntas, ya que el interés de este escrito es inquirirme y compartir mis dudas, no analizar ni concluir sobre las posibles respuestas.

Distingamos dos fases en la información, como dos fases parece haber habido en la información de la enfermedad. Analicemos la integridad de los datos en cada una de ellas y, ya que se comparan, en esta comparativa.

¿Por qué en la primera fase solo se hablaba del número de muertos y de la comparativa con otros países?

¿Por qué en la segunda fase  solo se habla de contagios y de la comparativa entre comunidades autónomas?

¿Por qué en la primera fase nunca se utilizó una población homogénea con los países que se comparaba, ni se usaba un ratio que fuera comparable? Lo lógico hubiera sido una forma de contar las muertes igual en todos los territorios comparados, pero cada país utilizó su propio sistema. Lo validable hubiera sido usar el ratio de muertos por cada x habitantes, pero solo se usaba el número de muertos que al ser poblaciones diferentes no es un ratio comparable. Que Rusia debería de tener más muertos que Andorra no necesita de estadísiticas.

La agresividad del virus en la primera fase es incuestionable, pero, pasada esa primera fase, ¿cuántos muertos por encima de lo normal, que incremento de mortandad real, ha habido? Porque si la media de muertos en los nueve primeros meses del año, en los últimos años (dato del INE), por afecciones respiratorias es de cuarenta y cinco mil personas y este año ha habido cincuenta mil, por poner una cifra, significaría que el incremento de mortalidad es de cinco mil personas, es decir, que el virus mata antes, pero apenas más, pero si la cifra de este año sobrepasa los ochenta mil significa que el virus mata mucho y con rapidez.  Pero estas cifras no aparecen en ningún sitio.

Tampoco es posible comparar los ratios de contagio entre la primera y la segunda fase, ya que, y esto no tiene ya remedio, en la primera fase solo se hacían pruebas de confirmación a los ingresados y a los muertos en hospitales, mientras que las pruebas en esta segunda fase se hacen a la población en general, incluso a aquella que no presenta síntomas. Ante poblaciones estadísticas diferentes y metodologías distintas no cabe comparación posible.

Hay muchas más preguntas, muchísimas más, sobre este tema, pero no hay respuestas, y las respuestas que hay parecen más destinadas a crear confusión y miedo que a aportar luz entre una ciudadanía cada vez más incrédula que atribulada.

¿Cuántos muertos por enfermedades víricas ha habido este año?  ¿Cuántos por la misma causa en años anteriores? ¿Cuántos en otras pandemias víricas anteriores? Porque a lo mejor nos encontramos con que lo verdaderamente significativo del COVID 19 es su virulencia inmediata en condiciones favorables, para él, claro está, no su mortalidad en sí misma. Con que lo terrible del COVID 19 fue la inhumanidad, la tragedia humana y familiar que se creó alrededor de su ataque, más por razones de incapacidad, incompetencia y desconocimiento, que por razones médicas.

Lo de las mascarillas en lugares públicos, en condiciones normales, ya no es estadística, es tomadura de pelo, es conveniencia política (¿nadie ha observado que las medidas restricitivas, salvo que sean en una comunidad gobernada por la derecha, son de izquierdas y el cuestionamiento de las medidas, salvo en el mismo caso, son de izquierdas?, ¿es esto serio?) Sigo sin ver ninguna explicación real al hecho de que en espacios abiertos la mascarilla tenga otra utilidad que la de aparentar, y más cuando los que realmente tienen riesgo de difundir el virus por vía aérea son los que están exentos de su uso: deportistas, fumadores y personas con afecciones respiratorias. No es que sean más contagiosas, no es que sean ninguna suerte de apestados, simplemente su forma de exhalar el aire de sus pulmones permite una mayor capacidad del virus para mantenerse en el aire.¿ Hay, en estos casos, una carga vírica suficiente para que el contagio sea efectivo? No lo sé, y si alguien lo sabe, se lo calla, o no le permiten decirlo, que todo puede ser.  Lo que sí sé, porque me lo han dicho, es que donde realmente hay riego de contagio es en los interiores, pero ahí nadie usa la infausta prenda.

Lo que cada vez tengo más claro es que esto no parece ser una guerra entre la economía y la salud, guerra que parecen haber perdido ambos contendientes, sino una guerra entre la política y la información, y esta también tiene perdedor conocido, todos nosotros.

A mí, personalmente, me atemorizan todas las enfermedades, todos lo virus, bacterias y degeneraciones celulares que nuestro cuerpo acoge, reproduce y nos devuelve en forma de enfermedades de diferente gravedad, sobre todo los que aún no han llegado pero están en camino, pero no hay miedo más profundo que el temor a cuales son los objetivos de los que no me cuentan la verdad. Y para saber si me la cuenta, en muchas ocasiones,  me basta con mirar las estadísticas, y no permitir que me las interpreten.