jueves, 29 de diciembre de 2016

El STW, un invento revolucionario

Esta es una historia que no por repetida deja de tener vigencia. Los grandes inventos se experimentan entre nosotros sin informarnos ni prepararnos para su evolución. Esta estrategia permite experimentar las virtudes y defectos del ingenio en cuestión al tiempo que se ahorra las críticas por su mal funcionamiento.
No dudo que habrá seguramente varios inventos que ahora mismo estén siguiendo esta planificada evolución antes de su definitiva implantación reconocida en el mundo comercial, pero yo me estoy refiriendo concretamente al STW.
Este revolucionario elemento ha sido desarrollado en busca de una mayor seguridad en la conducción de vehículos a motor y para solucionar la cada vez más compleja toma de decisiones. Al parecer, y según me informan mis fuentes, que por supuesto son absolutamente secretas, empezó a desarrollarse ya hace muchos años, más de treinta, a principios de los ochenta del siglo pasado. El incremento exponencial de unidades en circulación, la evolución de las carreteras y el previsible aumento tecnológico que influía en su conducción hicieron que los expertos buscaran ayudas de todo tipo para el conductor medio cada vez más superado por las potencialidades del vehículo que conducía.
Las primeras unidades del STW se instalaron al azar en vehículos de diferentes marcas, modelos y categorías. Se trataba de poder hacer un análisis de su funcionamiento independientemente de condicionantes de edad, nivel de conducción o adquisitivo. Por supuesto los adquirientes fueron informados puntualmente de las características especiales de su vehículo y de cuál era su funcionamiento
Concretamente esa primera versión del aparato emisor de la señal de activación iba asociada al funcionamiento del intermitente, de tal forma que al señalizar la maniobra el STW emitía la señal de alerta de funcionamiento que debería de captar el receptor de los vehículos afectados por ella.
A diferencia del emisor el receptor de la maniobra fue instalado en todos los vehículos de un país elegido al azar. Ese país fue España, y los usuarios del receptor nunca fueron informados de su inclusión en el equipamiento de los vehículos para evitar que su conocimiento quitara espontaneidad a su reacción.
Desde entonces el STW ha demostrado sus posibilidades pero los distintos fallos y errores, alguno de los cuales produjo víctimas, ha impedido que se ponga en conocimiento del público en general.
Sospecho, los últimos acontecimientos me hacen sospechar, que existe una nueva versión del STW, una versión en la que el emisor funciona conectado directamente a la voluntad de hacer la maniobra por parte del usuario del emisor.
Perdón, con el entusiasmo de ser el primero en dar la noticia se me han olvidado algunos detalles fundamentales
STW son las siglas, como no en inglés, de parar el mundo (stop the world).
El receptor debería de tener la función de, captada la señal del emisor de inicio de maniobra, evitar la interferencia de cualquier otro vehículo cercano en la misma. Cambios de carril, salidas en stop o ceda el paso, incorporaciones a vías de diferente velocidad, giros en las ciudades eran fundamentalmente las maniobras seleccionadas y de ahí su instalación conjunta con el activador del intermitente.
Y decimos que debería de tener la función porque el primer gran fracaso fue que el receptor nunca consiguió funcionar de forma correcta. ¿Entiende usted ahora por que ciertos conductores inician sus maniobras en el mismo momento de poner el intermitente sin pararse a mirar si pueden o no? Efectivamente, ellos sí tienen el emisor del STW, y además lo saben.
El otro día en la gasolinera de Carrefour en Alcobendas, al llegar y ponerme en una fila recibí una sonora pitada de una chica que, al parecer, estaba dos filas más allá y había decidido cambiarse a la fila en la que yo me puse cuando llegué. La verdad es que no conseguí entender su cabreo por no haber respetado su voluntad de la que ni siquiera me percaté. Ahora, pasadas una horas me he dado cuente de que el problema es el STW, la nueva versión.

Desgraciadamente, je, mi receptor sigue sin funcionar. Pero, he de confesarlo, si en algún momento a mi coche se le ocurre tomar por su cuenta una decisión diferente a la mía le desconecto hasta las bujías. El que avisa no es traidor, y el que no recibe… no es receptor.

miércoles, 28 de diciembre de 2016

Bisabuelo

Mira papá, parece a veces que todo está dicho, que ya no queda nada en el futuro que pueda conmover los oscuros anclajes que te tienen secuestrado en un mundo solitario, inaccesible, pero siempre acaba por demostrarse que es una idea equivocada.
Es verdad que tú vives en un pasado remoto e inaccesible, pero el mundo que sigue empeñándose en inventar un futuro acaba provocando instantes en los que tu presencia física hace que seas partícipe, aunque sea por ausencia, de ese futuro.
Recordaba hace no mucho, con motivo de la muerte de Fidel Castro, una historia familiar en la que tú fuiste uno de los protagonistas. Me hubiera gustado que fueras tú quién me contara, de forma larga, parsimoniosa –en otras circunstancias habría dicho que pesada-, las circunstancias de aquellos felices momentos. No pudo ser, evidentemente. Tú estás mucho más atrás en el tiempo, más allá de mis posibles recuerdos y a veces incluso de los tuyos.
Apenas han pasado un par de semanas y el futuro vuelve a provocarnos la añoranza de poder comunicarnos contigo, de que nos entiendas.
Vas a ser bisabuelo papá. Y no podrás disfrutar de esa criatura que, estoy seguro, te haría una inmensa ilusión si pudieras entenderlo.
Siempre fuiste muy de jugar con los niños. No había niño a tu lado al que no le hicieras un chascarrillo, al que no le prestaras una atención especial. Si, aún hoy, no pasa un niño a tu lado sin que intentes decirle algo. Se te ilumina la cara, te asoma la sonrisa, mueves las manos e intentas decir algo que al final no son más que sonidos, pero son los únicos momentos en los que tu mundo interior, ese mundo semi claustral, ese mundo con vocación placentaria, se comunica con este otro en los que nos movemos a tú alrededor.
Si papá, vas a ser bisabuelo. No llegarás a conocer a tu bisnieto, aunque sí llegues a verlo. No llegarás a asociar su cara, su nombre, a esa galería de personas que jalonan tu vida. No podrás jugar con él, con ella, no podrás, no sabrás, intentar gastarle una broma de las tuyas. No podrás llevarte su imagen a tu presente pasado, a tu lejanía cotidiana, pero, papá, seguirá siendo para nosotros, un futuro que no existiría si no existiera tu pasado.

Un beso papá, bisabuelo.

miércoles, 21 de diciembre de 2016

Internet y la Santa Inquisición

Cada vez sucede más, cada vez con más frecuencia los represores, los partidarios de prohibir, imponer y coartar la libertad de los demás en nombre de la libertad tal como ellos la entienden, se hacen más dueños, se hacen más presentes y visibles y al tiempo más osados, más coercitivos, más dictatoriales, en el entorno de las redes sociales.
Alguien comparte en su muro, sin otra intención que la estética o el chascarrillo, una imagen o un comentario que le ha parecido interesante, gracioso, o porque le da la gana y es su muro. Hasta aquí todo normal, pero hay cosas que los inquisidores de redes, los defensores de la libertad única e impuesta no van a tolerar sin intervenir de una manera rápida y feroz. Da igual cual sea tu intención, o la falta de ella.
El inquisidor armado de su justa furia, de su ultrajada conciencia universal, de su razón última y absoluta, se lanzará hacia el osado y descargará contra él toda su manida, relamida, ciega y vacía, batería de descalificaciones y pseudo argumentos que suenan igual que los eslóganes de las manifestaciones, altisonantes, con sonsonete y carentes de cualquier posibilidad de debate real.
Y no entres en debate, como decía el otro, si entras en debate es peor. Si intentas argumentar, debatir, defenderte no recibirás más que más eslóganes, más argumentario de activismo militante, más vacío intelectual y posición inamovible. Los nuevos inquisidores, los inquisidores de la libertad tal como ellos la entienden, los inquisidores de la culpa ajena y la intachabilidad propia no pueden, no saben, no tienen capacidad para entender la libertad ajena, la intrascendencia de lo intrascendente, la banalidad de ciertos momentos o actitudes. Ellos solo entienden de la vigilancia permanente, la soflama a flor de piel, la persecución implacable de los que simplemente pretender vivir al margen  de militancias, de inquisiciones, de libertades impuestas.
Y, claro, yo, ser humano hasta donde se me alcanza, varón, de sesenta y tres años y diez días de edad según me han contado, que he tenido que vencer a lo largo de mi vida la imposición de una enseñanza sesgada, que he tenido que liberarme del yugo de una forma de entender la religión que no compartía, que he tenido que sobrevivir a una dictadura y varias legislaciones democráticas que me hacían cada vez menos libre individualmente, que he tenido que asistir a la entronización y santificación de los mediocres y los “justos” como referente moral de esta sociedad, que he tenido que contemplar como las sucesivas políticas de formación destrozaban sistemáticamente la posibilidad de educar, dar valores y crear ciudadanos libres, que he asistido dolido a la radicalización absurda e interesada de ciertas partes de la sociedad, me niego, me rebelo, estoy hasta los mismísimos, de aquellos que pretenden decirme en qué consiste la libertad, que pretenden decirme en qué tengo que creer, que tengo que pensar, que es correcto decir o cuanto tengo que reprimirme para acceder a su placet.
Guardense, por no decir métanse, su placet donde les quepa. Soy ya lo suficientemente mayorcito para saber lo que debo, lo que puedo y lo que me da la gana de hacer o de pensar. Lo que me peta callar o decir. Lo que me hace libre o me convierte en esclavo de fundamentalismos de salón o de algarada callejera.
No pienso pedir perdón a esos fanáticos de la persecución ajena, de la paja en el ojo de los otros, de la verdad propia y única. Me ha pillado mayor y vivido. Me han pillado de través y con la suficiente experiencia como para poder decir todo esto y quedarme tan ancho. Me han pillado lo suficientemente perito y reflexionado como para poder, callándome los exabruptos que debo de callarme por propia convicción, ciscarme en todos los inquisidores de nuevo cuño que se dedican a difundir la mala conciencia ajena en loor de una libertad de Gran Hermano, personaje de la novela 1984 de Orwell que no tiene nada que ver con Tele5 para los muchos que lo ignoren, que se creen en el derecho y la necesidad de imponer a los demás.
Faltaría ahora identificar a aquellos a los que me refiero, pero eso sería hacer esta reflexión tendenciosa e interminable, y eso sería darles, además, un gusto, más que nada por sentirse injustamente señalados, que me niego  a darles.
Sí, es verdad, me refiero a esos que usted, paciente lector, piensa, pero también a todos los demás, a los de signo contrario que exactamente hacen lo mismo en función de sus ideales contrarios. Me refiero en realidad a todos los que se sienten capacitados para decirles a los demás lo que pueden y no pueden decir, pensar, hacer. Me refiero a todos esos radicales, fanáticos integristas, militantes de cualquier signo, ideología o verdad, que se permiten la desfachatez, o la fachatez, de dar carnés de idoneidad o salubridad política, religiosa, social o moral.

Váyanse ustedes, vosotros, a freír gárgaras y a tocarle las libertades a quienes necesiten del placet ajeno para sentirse mejor. Y agradecedme que no tire de Cela, a ser posible con voz de Fernando Fernán Gómez,  para expresarme con mayor desahogo.

sábado, 3 de diciembre de 2016

Una historia familiar

Ha muerto Fidel castro. Ha muerto una parte importante de la historia política de este planeta durante el siglo XX. Es difícil hurgar en la memoria de los españoles que hemos vivido la segunda mitad del siglo pasado sin toparse con tan insigne personaje. Es difícil entender Sudamérica, América, el mundo sin que salga su nombre.
Tal vez hoy sea el día para desempolvar, aquellos que hayan permitido que cojan polvo, los discos de Quilapayún o Carlos Puebla y poner a todo volumen, como cuando nuestros oídos eran  una forma de desafío, canciones como “Y en eso llegó Fidel”  y su famoso “llegó el comandante y madó a parar” o “La Segunda Declaración de la Habana” (“Ha llegado la hora en que el pueblo reivindique el derecho de ser dueño al fin de su tierra robada, tierra inmensa que ha de germinar con la paz del empeño ganado con sus manos de fuerza tranquila; ahora sí que la historia tendrá que contar con los pobres de América.)
Pero al empezar a escribir estas palabras no me he planteado en ningún momento hacer un panegírico del personaje, ni en demonizarlo, ni en ningún tipo de análisis político de su paso por el mundo. Como todo dictador que muere en su cama tras varios decenios de gobierno, tiene sus claros, sus oscuros y sus claroscuros. Que la historia y sus víctimas los juzguen.
No, la noticia de su muerte me ha producido una suerte de añoranza. Una reminiscencia tiempos en los que su vida, por interpuesto, y la mía se cruzaron y dieron lugar a una historia familiar entrañable.
Corría el año 1964 y “Jango”, Joao Goulart, era el presidente de Brasil. Fidel Castro mandó una  delegación en tiempos difíciles a su homólogo brasileño. En tiempos tan difíciles que cuando el avión de la delegación cubana aterrizó en territorio brasileño el golpe de estado dado por los militares contra “Jango” se había consumado.
La delegación cubana contaba entre sus miembros con Guillermo Cid. Personaje importante en la revolución cubana. Este Orensano, emigrante a Cuba, era poseedor de tierras en el momento de la revolución, y, lejos de abandonar la isla, decidió quedarse en ella y participar en los nuevos tiempos. Hasta el punto en que fue nombrado por el propio Che Guevara asesor técnico de la Unidad Experimental Industrial y Agropecuaria Ciro Redondo, de Jovellanos, Matanzas.
Ante la situación inesperada y por esos giros que el destino guarda en sus insondables entrañas la delegación retomó viaje. Su destino, España. Una delegación diplomática cubana, una embajada de un gobierno de izquierdas enviada a otro gobernante de izquierdas acababa visitando un país con una dictadura de derechas.
Y es que una cosa es la política  y otra distinta la sangre. Eran tiempos en que la guerra civil, la pobreza de la posguerra y muchos otros problemas endémicos de aquella España habían provocado una diáspora de sus hijos por todos los rincones del mundo. Que en el caso de los gallegos más que diáspora fue una transfusión casi total de sus hombres en edad de trabajar y de muchas de sus mujeres.
Y es que en el caso de Cuba y España una cosa era la ideología y otra el sentimiento, la familia, la añoranza de la tierra, los lazos que más allá de las circunstancias unían a las familias, como años más tarde perpetuaría durante toda su vida Fraga Iribarne.
El caso es que aquella, afortunada o desafortunada según quién y cómo la mirara, coincidencia dio lugar a otras de tipo familiar que pertenecen al ámbito más íntimo y privado, pero  esa inopinada circunstancia hizo que tres hermanos que llevaban más de veinte años sin verse coincidieran en Madrid sin que mediara concierto previo ninguno y que ese encuentro se produjera en casa de un primo, alto cargo de los sindicatos franquistas por aquellos años.
Yo era entonces niño, pero recuerdo con alborozo un encuentro familiar que dejó memoria y en el que nadie habló de política, nadie confrontó ideas ni agravios. Simplemente y alrededor de una mesa, una mesa grande, se reunieron hermanos, primos de tres ramas familiares que nunca más tendrían oportunidad de reunirse. Los Cid Rodríguez, los Cid Tesouro y los López Cid.
El destino no permitió que la circunstancia se repitiera. Fue un momento único, irrepetible, una historia al amparo de la Historia que hizo más humanos, más cercanos a los personajes que no participaron en ella salvo porque sus nombres la propiciaron.
Como memoria de esa historia al borde de la Historia queda en casa de mis padres un presente que Fidel mandaba a “Jango” y que acabó en manos de mi familia. Una preciosa caja de puros realizada en maderas tropicales que aún hoy causa admiración por su manufactura y por la calidad de su materia prima.

Pero por encima de presentes y de memorias, hoy la noticia es que ha muerto Fidel. Así, solo con nombre. Hoy el día es más claro para unos y más oscuro para otros. Para algunos, para mi familia, para mí, solo es un nombre que evoca viejas y queridas historias, que reabre en el recuerdo nombres y ubicaciones de familiares de los que hace tiempo que no sabemos. Hay que ver cómo somos los gallegos.

En algunos sitios ya es Navidad

En algunos sitios ya es Navidad, pero solo en algunos sitios. Desde luego hay que salir de ciertas ciudades para comprender que esa predisposición a la alegría, a la buena voluntad y a la fiesta que conllevan estas fechas en el calendario sigue vigente sin complejos en muchas partes del mundo.
Yo, ayer en Almería, asistí a un sencillo pero agradable evento con el que se inauguraba la iluminación navideña en las calles principales de la ciudad. Cientos, más de mil seguro, de personas se concentraron en la Puerta de Purchena para asistir a un espectáculo de luz, color y alegría que los espectadores principales, los niños con sus padres y todos aquellos de edad algo más avanzada que nos negamos a dejarnos arrebatar la ilusión, disfrutamos.
Hubo luz proyectada sobre la Casa de las Mariposa y sobre los demás edificios de la plaza. Hubo, música, villancicos, fuegos artificiales, llamaradas, coro de niños y hasta nieve. ¿Nieve en Almería? Si, nieve en Almería, artificial claro, pero que provocaba en los presentes esa cálida sensación que solo produce la nieve en navidades. Esa nieve que trasciende su temperatura natural para crear una calidez benefactora en los corazones menos comprometidos o alienados por las ideologías y los odios.
Estoy seguro de que hay gente que aprovecha estas fiestas para emborracharse. Otros les darán un contenido religioso. Muchos disfrutarán de sus posibilidades vacacionales, de su deriva comercial, o simplemente a otros muchos las tendrán en cuenta para invocar los recuerdos de los seres queridos que ya no los acompañan. Muchas son las facetas que estas fiestas provocan. En la mayoría una especie de reconcome de predisposición a la alegría y ala buena voluntad hacia el resto de la humanidad. También están los indiferentes, que los hay, los que pasan junto a los escaparates, las luces y el ambiente general con un mohín de indiferencia, de incomprensión. ¿Y por qué no todo el año? Suelen preguntarse. Pues seguramente porque el hombre, en general, no está visceralmente preparado para la bonhomía o la felicidad permanentes. No sé si es genético, psicológico o educativo, pero sé que es.
Y no nos olvidemos de los que sienten un odio visceral hacia estas fiestas simplemente porque su origen es religioso, o porque tienen la necesidad patológica de oponerse a todo lo que existe con un posicionamiento ideológico compulsivo de derribar todo lo anterior a ellos, a ver, todo lo anterior que les atañe directamente, ignorando que no hay piqueta de pocos años que pueda derribar de un golpe un muro construido con muchos siglos. Y hablo de lo que les atañe directamente porque esos odiadores de todo lo suyo suelen ser entusiastas de lo ajeno. Seguramente a muchos de esos que denostan las luces, los villancicos, los belenes… te los encuentras en Lavapiés celebrando con jolgorio y regocijo el Año Nuevo Chino. Esquizofrenias de la inmadurez, inestabilidades de las personalidades en formación.
La Navidad en Madrid, y hablo de Madrid porque es lo que conozco, es una fiesta triste, sacada de contexto, sacada de sus lugares tradicionales, abandonada de su sentido más humano, más cercano, más de barrio o de pueblo que siempre son entornos que imbuyen de proximidad y calidez humana. La Navidad en Madrid fue acomplejada y maltratada el día en que los motivos navideños de luces y adornos fueron reemplazados por clases de sofrosis o por motivos geométricos que en nada invocaban las fiestas a disfrutar, las bombillas por leds y la cabalgata por un carnaval. La Navidad en Madrid fue vaciada de ilusión el día en que un nefasto alcalde, el señor Gallardón de triste recuerdo, decidió que Madrid iba a disfrutar de la Navidad del Señor Gallardón, una navidad triste, de medio pelo, vaciada de contenido y de apariencia.
Es cierto que la señora Carmena, que no ha mejorado nada de lo importante y ha logrado empeorar muchas cosas de las accesorias, también ha puesto su granito de arena. La patochada de la innoble, miserable, lamentable, cabalgata de Reyes del año pasado es solo propiedad intelectual de ella y de su equipo de gobierno. Ah¡, y de los que los apoyan.
Si a esto le unimos el último episodio de cochofóbia, me sigue encantando el término, a mí me da la sensación de que lo que pretende el ayuntamiento de la capital es crear una sensación de incomodidad tal en ciudadanos y comerciantes que acaben odiando, renegando de, estas fiestas como paso necesario para que pierdan la poca esencia y significación que aún les queda. Que nadie se asuste. Las vacaciones seguirían existiendo. Les llamaríamos algo así como: “Fiestas del Año Nuevo Occidental, para disfrute de hombras y mujeros”, el lenguaje también es importante y también hay que retorcerlo para que no acabe significando algo.
Como decía el poeta: “nos queda la palabra”. Pues ni eso, ya se encargan los políticos de medio pelo y miras de ombligo, de desautorizar todo lo que haga falta para que al pueblo no le quede ni la palabra, o al menos para que no pueda estar seguro de que significa o como usarla. Pero esa es otra batalla.

En algunos sitios, para muchas personas, ya es Navidad. Y como para mí lo es y mi pobre y poco formado espíritu se regocija con los signos que aún quedan y se comparten, voy a aprovechar para desear a todos, a todos, unas felices fiestas y mis mejores deseos para el resto de sus vidas, ( sí, el treinta de marzo también les deseo lo mismo, pero hoy me apetece decirlo). Eso sí, si alguien me lo acepta me sentiré reconfortado y si otros me lo rechazan que me perdonen por esa maliciosa sonrisilla condescendiente, o directamente malvada, que me puede asomar en la comisura de los labios. Ninguno somos perfectos.