martes, 24 de enero de 2017

El pan nuestro de cada día

¿Y ahora qué?, aquellos que tienen la paciencia de leerme habitualmente saben de mi propensión al uso del refranero y no es cosa de traicionarme  a mí mismo: “A lo hecho pecho”.  Que viene a querer decir algo así como habértelo pensado antes.
Lo de Trump ya no tiene solución, ni sus valedores, que son muchos, poderosos y ocultos, van a permitir que la tenga hasta que haya cumplido su misión.
En este mundo que nos ocupa, y que parece ser que ocupamos, y concretamente en esta llamada civilización nuestra de cada día, alguien nos convirtió en piezas de un ajedrez cuyas dimensiones ignoro, aunque intuyo. La necesidad de esas piezas obligó a hacernos una serie de concesiones que por motivos de estrategia o de captación fueron seguramente más allá del límite previsto y ahora toca retocarlas, recortarlas o, si no nos ponemos un poco tensos, eliminarlas.
Alguien nos contó, y nos lo hemos creído, que somos seres libres, que vivimos en una democracia, que tenemos derechos intocables y diseñados ex profeso para nosotros… bueno, yo también estoy de acuerdo en que la muerte de la madre de Bambi fue una putada, aunque me consta que la madre de Bambi nunca murió.
Lo de que somos libres no pasa de ser una apreciación con cierto de nivel de auto complacencia que clama al cielo. Recuerdo cierta viñeta de Quino sobre la situación física y anímica del padre de Mafalda antes y después de una jornada laboral y la reflexión final del personaje: “mandamos al trabajo un padre y nos devuelven esto” decía Mafalda contemplando la entrada de su padre, encorvado, física y anímicamente, con la ropa arrugada, la corbata floja y torcida y una cierta expresión de alelado cansancio en el rostro.
Somos libres de elegir donde conseguir una choza para vivir y por la que vamos a hipotecar nuestro presente y, en muchos casos, nuestro futuro. Somos libres de elegir quién nos va a proporcionar los cromos necesarios para poder pagar la choza, para poder tener que comer, con que calentarnos, poder beber e incluso, si no hacemos tonterías, donde van a reposar nuestros restos, porque ni siquiera somos dueños de nuestro cadáver hasta que no hemos pagado por él.
Desde Santa María de Iquique hasta nuestros días lo del dinero corporativo ha mejorado mucho, tanto que antes se consideraba un símbolo de opresión y ahora se considera una garantía de libertad. El que una estadística reciente diga que el 1% de la población mundial tiene tantos cromos como el 99% restante da una idea de que unos los tienen y otros los quieren, de que unos detentan el poder y los otros buscan desesperadamente las vías para acceder a una parte, eso si virtual, de ese poder.
Respecto  a la democracia, que quieren que les diga, debo de tener un ataque de cinismo, pero a mí me parece que lo que tenemos hoy en día es una especie de despotismo ilustrado con derecho a voto, una suerte de muleta electoral donde nunca se decide nada de lo que realmente sería importante. Una engañifa para acallar inquietudes y aspiraciones sin concesiones.
Solo hay dos maneras de ser libres, solo dos con un poco de suerte, pertenecer al 1% que es propietario de facto de este mundo en el que vivimos o lograr un billete, y no hay taquillas que los expendan, a un lugar en el que el 1% no esté interesado, acurrucarse en él y pasar sigilosamente por este mundo. Esto es, lograr estar fuera del sistema y, por supuesto, saber que existe la libertad, como reconocerla y desearla. No, por diós, ser un anti sistema no, si usted piensa eso es que no ha entendido nada, un anti sistema no es más que alguien que fortalece al sistema diciendo que se opone a él, alguien que permite que el sistema recrudezca sus represiones para preservar el bien común, el bien común del 1% por supuesto.
Claro que solucionar esto requeriría que el 99%, bueno el 95%, actuara de común acuerdo saboteando las trampas puestas a nuestro alcance para evitar que cuestionemos el sistema. El confort, la aparente libertad, la riqueza, la democracia hueca, el terrorismo, las fronteras que preservan las diferencias y nos aíslan de las desgracias ajenas, los populismos facilones, las izquierdas, las derechas, la desinformación plural, la educación que alfabetiza adoctrinando, los sistemas financieros diseñados para hacernos creer que existe “La Isla”.
¿Qué sucedería con el sistema si todos a una dejáramos de votar? ¿Dejáramos de abrir cuentas en los bancos? ¿Dejáramos de alimentar las maquinarias recaudatorias montadas para controlar nuestro pobre enriquecimiento? ¿Dejáramos, en definitiva, de cambiar nuestra libertad individual por unos pretendidos beneficios de civilización?
Hemos sido divididos en  naciones, en regiones, en ideologías, en religiones, en calidades de vida, en accesos a posibilidades, y el sistema se encarga de que los que están en mejores condiciones se preocupen de que los que están peor no puedan acceder a lo que ellos tienen y de que, por supuesto, en esta lucha ni se preocupen de los que lo tienen todo.
Pues eso, ahora viene Trump y nos da una vuelta de tuerca. Y después vendrá Marie Le Pen o Pablo Iglesias o cualquier otro que sirva para atemorizarnos o para provocar una reacción que siempre será favorable a los que manejan los tiempos, los recursos y los engaños.
Pero nosotros a lo nuestro. ¿Trump o Clinton? ¿Susana Díaz o Pedro Sánchez? ¿Ingleses o europeos? ¿Españoles o catalanes? ¿Indíbil o Mandonio? Vamos a continuar en la inopia, vamos a seguir comprando la felicidad de que al menos podemos elegir la cara y el sistema por el que vamos a seguir siendo disciplinados, engañados, toreados, y le llamaremos libertad, y le llamaremos democracia, y nos abrazaremos a las migajas que tenemos para evitar que otros nos las quiten y en ese abrazo olvidaremos que hay otros que tienen el pan del que se han desprendido las migajas.

¡Qué digo!, olvidaremos hasta que existe el pan. 

sábado, 14 de enero de 2017

La libertad y los chivos expiatorios

Comenta cierto tertuliano de la radio, y con mucha razón, que aunque el perro está considerado como el mejor amigo del hombre está apreciación es incorrecta porque el que en verdad es el mejor amigo del hombre es el chivo expiatorio.
Pero realmente mi intención cuando me he puesto a escribir es simplemente compartir una reflexión, en realidad una elucubración que hasta podría calificarse de política ficción, diciendo aquello que encabeza tantas películas: “Todos los personajes y hechos contenidos en esta narración pertenecen a la imaginación y cualquier parecido con la realidad es pura casualidad”
Veamos, si yo fuera alguien cuyas opiniones y acciones tuvieran un cierto peso en el discurrir de la civilización, y esto ya descarta directamente a los políticos, o en sus derivas, y considerara que el nivel de libertades y derechos alcanzados por los habitantes “normales”, tal vez pensara en el término súbditos, son excesivos y tuviera la tentación de rebajarlos me plantearía una estrategia que me permitiera conseguir mis objetivos sin que por ello pudiera sentirme comprometido o señalado.
Sin duda cada generación que nace con unos derechos adquiridos por las generaciones anteriores considera esos derechos como irrenunciables, en realidad como intrínsecos a la misma civilización, lo que los hace débiles y descuidados en su custodia. Y una de las causas más evidentes de la caída de las civilizaciones es esa progresiva debilidad de sus miembros, y la facilidad con la que esa debilidad los hace víctimas de un deterioro de los valores y objetivos que los han hecho llegar hasta ese nivel. Lo que se llama decadencia.
Cuando la sociedad se vuelve más estética que ética, más reivindicativa que esforzada, más actual que arraigada, más entusiasta que comprometida, la deriva, sea natural o inducida, hacia su desaparición es imparable.
¿Y cuál es el derecho sin el que los demás derechos son inalcanzables? La libertad.
Luego la libertad es el primer objetivo a desmantelar. ¿Método? Aquí hay que ser especialmente cuidadoso. La libertad hay que irla vaciando progresivamente sin que aparentemente se debilite. Hay que irla desvirtuando hasta conseguir que se convierta en algo prescindible, incómodo, peligroso.
Para que la libertad resulte peligrosa hay que crear un enemigo poderoso pero difuso. Implacable pero débil. Omnipresente pero ilocalizable. Un enemigo capaz de hacerse presente en cualquier lugar inopinadamente y que ataque de forma contundente, contumaz, atroz. Un enemigo que nos aterrorice a los individuos y haga que los miembros de la sociedad intercambien su libertad individual por una seguridad colectiva, estatal, supraestatal, que nos salvaguarde del terror a ser víctimas.
Para que sea incómoda solo hay que dibujarle el escenario adecuado. La libertad exige de un alto grado de sentido de la convivencia, pero si logramos inducir un sentido de la libertad que lleve a su ejercicio más vil, a extender la idea de que la libertad es el ejercicio individual de todos los derechos sin comprometerse con ninguna obligación, a la preponderancia de la fuerza sobre la razón, de la arbitrariedad sobre la convivencia, del abuso sobre la tolerancia, de la minoría sobre la mayoría, del sustantivo sobre la sustancia, habremos conseguido en un cierto tiempo, y el tiempo no importa, que la libertad sea un concepto que un determinado grupo de individuos utiliza para agredir a los demás, y por tanto será incomoda y una parte significativa de la sociedad acabará pidiendo una mayor intervención represiva que equilibre los “derechos”
Y si la libertad es incómoda y es peligrosa, es renunciable. Temporalmente, claro, nadie quiere perder su libertad. Solo hasta que el enemigo haya sido controlado, solo hasta que las personas recuperen la cordura. Después la libertad volverá, como derecho irrenunciable y ya obtenido, de forma natural y espontánea.
Bueno. Ya solo me queda poner la maquinaria en marcha.
Y para ponerlo en marcha hay dos vías que han de ser complementarias. La primera es una herramienta fundamental: pervertir el lenguaje hasta el punto de que nada signifique algo concreto, que nada nombre o defina algo que no pueda ser interpretado de otra forma, que nada se llame como se llamaba, que cualquier palabra signifique cualquier cosa. O sea, un babel en el que cada uno sepa lo que le dicen pero no lo que le quieren decir.
La segunda es sacar a la palestra unos líderes capaces de hacer brotar de nosotros lo peor que tenemos dentro, de hacernos evidente la inconveniencia de los demás, el perjuicio de la deriva social, de hacernos sentir a la vez importantes y estafados. Capaces de retorcer el mensaje hasta que compremos lo que denostamos, que aclamemos en colectivo lo que sería impensable que aceptáramos individualmente.
Con esos elementos me basta mover los peones, hacer que esos líderes se pongan a la cabeza de la sociedad y habremos conseguido tirar por tierra una gran cantidad de los logros obtenidos con esfuerzo, con sangre, incluso con heroicidades, y cuando llegue el momento de pasar cuentas, que llegará, habrá unos culpables evidentes a los que mirar, unos chivos expiatorios que habrán asumido con total entusiasmo y convicción los planes ajenos.

Y a todo esto, habrá quién ahora, a estas alturas de la película, recuerde aquello de: “basado en hechos reales”. Que no, que es pura casualidad, una calentura de calefacción puesta demasiado fuerte. ¿Y lo del chivo expiatorio? Pues ni idea. Que mal día.

sábado, 7 de enero de 2017

Sobre la cabalgata y otros asuntillos

Tenía ganas de ver la cabalgata de los Reyes Magos en Madrid, después de la desastrosa y polémica, me salía podèmica pero no existe, del año pasado que logró superar en esperpento y decepción a las que desde tiempos del ínclito Gallardón nos habían perpetrado a los que intentamos conservar, aunque solo sea un par de días al año, el espíritu mágico de nuestra infancia.
Y me gustó. Los Reyes parecían reyes, los acompañantes tenían más aspecto festivo y menos aspecto alternativo y solo faltaba que el recorrido hubiera sido el tradicional entre el Paseo de Coches del Retiro y la Plaza Mayor, pero eso ya sería pedirle peras al olmo, aunque permítaseme: “!Olmo, una de peras¡”
Pasé un rato agradable viéndola discurrir y viendo esos gritos de nerviosismo incontenible de los niños, y de algunos mayores, la suficiencia complaciente de otros mayores y las ganas generales de disfrutar, de ilusionarse.
Los fuegos finales brillantes, dignos de la ocasión y de la magnificencia de los protagonistas, pero, sucedió algo que me cambió el humor, la cruda realidad se entremetió en la magia y la alegría del momento. El lado cutre marginal de ciertos ocupantes de la institución municipal madrileña afeó toda la brillantez de la ocasión.
Al menos, por esta vez, los pequeños no debieron de reparar en el mal gusto, intelectual, social y estético que afea de forma permanente un edificio emblemático de Madrid. Emblemático y representativo desde que el faraónico gusto de cierto alcalde que no quiero renombrar lo convirtió en su pirámide particular. Faraónica al menos la obra lo fue en cuanto al coste.
Un sabanón de dimensiones considerables cuelga de la fachada del ahora ayuntamiento, un sabanón originalmente blanco y al cabo de los meses testigo de la contaminación ambiental de la capital ilustra de forma deleznable el frente de la joya arquitectónica y su mal gusto solo rivaliza con el mal gusto del mensaje pintado a brochazos en su superficie: “REFUGEES WELCOME”.
Digo yo, y  no creo estar especialmente desacertado en lo que digo, que el ayuntamiento de Madrid tiene medios para hacer llegar su mensaje, que representa a todos los madrileños de la capital, de una forma menos cutre y marginal. Que la solidaridad no tiene por qué ser expresada como una reivindicación, que la solidaridad cuando se expresa en ciertos niveles es una línea a seguir con hechos, con propuestas, con trabajo y no con sábanas que ensucian, afean y quitan esplendor, o al menos belleza.
Y como cuando me indigno, cuando me cabreo, la cabeza se pone a dar vueltas, empiezo a rizar el rizo, o a hilar más fino, y me planteo que a lo mejor el mensaje que se quiere transmitir es precisamente el que transmite el sabanón, es un distanciamiento de la representatividad que ostentan, un rechazo a las instituciones que ocupan, una marginalidad respecto al pueblo al que representan.
¿Y por qué en España, que tiene uno de los idiomas con más parlantes del mundo, se cuelga un cartel en otro idioma diferente y que tampoco es el de los posibles refugiados? ¿Es que solo son bienvenidos los que sepan hablar inglés? ¿Es que el cartel solo es para que lo lean los turistas que pasan por la zona? ¿Por si quieren pedir refugio? ¿Es que se quiere afrentar a todos los refugiados que ya hay y que no hablan, ni tiene por qué, ese idioma foráneo? ¿O es que los que lo han hecho consideran menor su propio idioma?
Y ahí, tras esta última reflexión, ya se me viene toda la bilis a la boca. Porque dado que los autores de la soflama textil son personas que muestran su permanente disgusto hacia todo lo que nos rodea: tradiciones, fiestas, historia, personajes, personas y convivencia en general. Dado que consideran que para que este sea un país pasable hay que tirar todo abajo y hacerlo de nuevo, eso sí, como ellos dicen. Dado que si por ellos fuera más de la mitad de los habitantes de este país, los que tenemos más de cuarenta y cinco años y otros más que tengan menos pero no piensen como ellos, tendríamos que estar muertos o inhabilitados socialmente,  ¿Cómo pueden ser tan crueles de desearles a personas sufrientes y necesitadas que vengan a semejante lugar? Si yo fuera solidario, como ellos pretenden ser, montaría un servicio de disuasión al pretendido refugiado: “Váyase usted a cualquier otro sitio. Aquí no hay quién viva. Al menos hasta que nosotros gobernemos”. Claro, en inglés, por supuesto, lo que pasa es que como yo no sé, no puedo escribirlo.
Bueno, y esa es otra, ¿Por qué en inglés? Sería más lógico, en árabe, en algunos idiomas africanos o en el idioma original en el que hablen los refugiados, que seguro, seguro, que no son anglosajones. Incluso, si la vista y el oído no me engañan, muchos de los que aquí ya están hablan en un español nativo que no necesita traducciones.
Y también, si no me engaño, que no me engaño, son estos mismos los que, en este caso con toda razón, denuncian las carencias de los discapacitados, dependientes, marginados y desfavorecidos en general. Y ahí tienen razón, toda la razón, las ayudas a los necesitados son absolutamente, vergonzosamente, ofensivamente, insuficientes. Pero estando de acuerdo yo no invitaría a otros a compartir la insuficiencia que compartida sería aún más insuficiente. Yo no invitaría a otros a participar de la miseria y la marginalidad antes de solucionar la que afecta a los que ya están.
Porque las posturas pretendidamente solidarias están muy bien, son estéticamente impecables, pero revisadas éticamente son una mierda, son tan insolidarias o más que las que pretenden levantar fronteras a los que necesitan traspasarlas. Son tan autocomplacientes, banales e insostenibles que dan asco.
Yo cuando invito a alguien a mi casa, lo invito para homenajearlo, para intentar compartir momentos y situaciones placenteras para ambos. Si lo que hago es necesitarlo para un trabajo, entonces lo contrato, no lo invito, y me aseguro antes de tener los elementos y labores suficientes para que su trabajo sea eficaz. Y sobre todo, sobre todo, me aseguro de tener el dinero suficiente para poder pagarlo. Lo contrario, es una baladronada o, si me apuran, un  engaño.

Pues eso, que muy bonita la cabalgata de Madrid este año.

miércoles, 4 de enero de 2017

De la represión nuestra de cada día, líbranos señor

Las noticias se acumulan y parecen diferentes, pero tras ese aspecto diverso solo hay una noticia, solo hay una tendencia, solo hay una intención sorda y soterrada tras su aparente inocuidad, acabar con la libertad individual, hacer un mundo sórdido, capado, mediocre, temeroso de sí mismo y de lo que le rodea, un mundo en el que todo tiene que estar reglado, medido, rebajado a  lo imprescindible para que el individuo quede perdido en medio de esa mediocridad, de la cicatería de la libertad, enredado en un concepto moral represivo y puritano.
Al leer el primer párrafo alguien habrá pensado en los atentados que casi a diario asolan el mundo, no, pero también. Otros habrán pensado en lo recortes de los derechos a los que en aras de una falsa seguridad basada en la represión hemos permitido, aceptado y, en algunos casos, incluso aplaudido. Pues no, aunque también.
Esta sociedad lleva ya unos años, bastantes más que las últimas legislaturas de derechas, en realidad desde el atentado de Nueva York, en una deriva entreguista absoluta. El miedo a perder esa vida falsa y acomodaticia a la que nos hemos acostumbrado nos va empujando a ceder cada vez más cuotas de libertad a un estado que lo único que hace es montar un sistema represivo y punitivo que cada vez cerca más al individuo, si es que queda algún individuo con conciencia de serlo que pueda ser cercado.
Y, vuelvo a repetir, no estoy hablando de terrorismo, ni de recortes, ni de ningún tipo de leyes de alto rango o de macro políticas. No, estoy hablando del día a día, estoy hablando de esas noticias que casi a diario salen en la prensa sobre temas cotidianos en los que se puede detectar esa vergonzante persecución del individuo y su capacidad de opinar, de vivir, de ser libre y responsable de sus actos, porque todos sus actos, incluso esos que antes solo eran pecado, ahora son faltas o delitos.
Veo con tristeza, y a propósito de una luctuosa noticia sobre una menor muerta en un botellón, cómo reacciona la sociedad, cómo reaccionan los medios de opinión, cómo una vez más todo se conduce hacia la represión, hacia la restricción de la libertad de los padres, de los hijos, hacia convertir un acto social en una lacra.
Bueno, hace ya algunos años se promovió una ley en la que el estado quitaba la tutela a los padres sobre este tipo de cuestión. Y esa ley, como no, era restrictiva y punitiva, económicamente claro. No vi que en ningún momento se hiciera un desarrollo educativo para menores sobre el tema, los eslóganes no son educativos, las prohibiciones no son educativas, las imposiciones y persecuciones no son educativas. Tal vez la historia de la ley seca americana debería de haber servido de ejemplo ilustrativo. No vi que en ningún momento distinguiera entre el alcohol fermentado y el alcohol destilado. No vi que en ningún momento la ley fomentara el conocimiento de las consecuencias del mal uso, o del abuso. No vi que recomendara a los padres educar con experiencia y mesura a sus hijos en el tema.
No, la ley simplemente prohíbe, sanciona, persigue y margina algo que no puede, ni en realidad quiere, controlar. Se trata de recortar la libertad. Se trata de amedrentar y poder multar, pero de seguir haciendo negocio sobre el negocio del consumo vía impuestos y no poner ni los mínimos medios necesarios para garantizar un cumplimiento razonable de la misma ley.
Por eso, años más tarde, nuestros jóvenes beben como anglosajones, en vez de como latinos, se esconden para hacerlo, y mueren por desconocimiento de lo que hacen y con el desconocimiento de lo que está sucediendo por parte de sus padres.
Y ahora va el nuevo director de la Dirección General de Tráfico, y nos da otro repaso de lo mismo pero con el tema de fondo cambiado. Se me ocurre pensar que la recaudación ha sido insuficiente este año pasado. Eso y que toca dar otra vuelta de tuerca al dominio del estado sobre el individuo.
Las estadísticas dicen que ha habido más muertos en carretera. ¿En qué carretera? ¿Por qué causas? ¿Con qué tipo de vehículos? ¿En qué circunstancias? ¿Con qué tipo de conductores implicados?
Todas estas preguntas tendrían sentido si la intención fuera poner solución a un problema, pero no existe tal voluntad. La única voluntad es endurecer las medidas punitivas y restrictivas y, de paso, aumentar la recaudación que, por nuestro propio bien, el estado obtiene gracias a nuestro absoluto entreguismo.
No he visto en ningún sitio que este señor hiciera referencia al deterioro, en algunos casos criminal, de las carreteras que hacen de ciertos tramos trampas que solo conductores expertos logran salvar con una cierta solvencia. No he visto por ninguna parte que se plantee el endurecimiento de los conocimientos mínimos necesarios para obtener el carnet de conducir, ni unas pruebas físicas reales que eviten que personas sin reflejos, sin coordinación, sin la capacidad mínima para desenvolverse y tomar decisiones a la velocidad de un vehículo, accedan a conducir legalmente. No he visto por ninguna parte que este señor pidiera una comparecencia para presentar un plan de educación vial y concienciación implantada desde la más tierna infancia. No he visto que se hiciera un análisis de la incidencia de elementos externos al conductor en la siniestralidad y sus posibles soluciones.
Nada de eso. A nadie le interesa para nada solucionar el problema de la siniestralidad, a nadie le interesa lo más mínimo formar, educar, convencer. Lo único que importa es prohibir, recortar, recaudar e intimidar.
Entiendo, claro que lo entiendo, que para todo estado un individuo en libertad es un peligro intolerable. Entiendo que formar, educar, solucionar, son verbos que se conjugan con gasto y escaso beneficio político. Entiendo, vaya si lo entendemos, que prohibir y montar la maquinaria represivo recaudatoria que tales medidas precisan proporciona dinero y evita que el individuo se preocupe de otros asuntos. Y, por si fuera poco, si lo hacemos por su bien lo vamos entrenando a que su libertad es un peligro inasumible para él mismo.

Y a la vuelta de unos años, pocos, tendremos una sociedad plana, mediocre, que por su propio bien, por su único interés, reprimirá a cualquiera que quiera pensar distinto. A la vuelta de unos años, pocos, todos contribuyentes, ni un solo ciudadano.

domingo, 1 de enero de 2017

Deseos y augurios

Con el albor del nuevo año es casi inevitable buscar augurios en cualquier hecho que percibimos.  Todo lo que acontece a nuestro alrededor, todo lo que pensamos, hasta el clima, se puede convertir en un indicio interpretable de lo que los siguientes trescientos sesenta y cinco días van a traer hasta nuestra vida y a las vidas de los que nos rodean.
Nuestra patética incapacidad para movernos en el tiempo, en los tiempos, por el que discurre nuestra efímera existencia, nos hace intentar asomarnos a ese futuro que parece ya escrito y que, en estricta reflexión, sabemos ya vivido. Pero queremos conocerlo antes de recorrerlo, queremos saber antes de vivir, queremos romper ese férreo velo que nuestro concepto del tiempo provee para ese inaccesible futuro.
Si el día es soleado y despejado será porque vamos a disfrutar de un año luminoso. Sin caer en la cuenta de que también hace sol para el que mañana abandonará la vida por una enfermedad, por un accidente inopinado o por cualquier otro avatar.
Si nieva, esa nieve que cae significa abundancia de satisfacciones, de sentimientos o de bienes materiales. Pero esa misma precipitación no hará círculos de exclusión en su caída para los que van a resultar abandonados, perseguidos, arruinados en el devenir de sus cincuenta y dos semanas.
Desde la más antigua antigüedad, desde tiempos tan remotos que ni la abuela tortuga ni el abuelo del pino longevo pueden recordar, el hombre se ha esforzado en asomarse al tiempo pendiente de vivir, al futuro. Oráculos, pitonisos, adivinos, profetas, magos, brujos y científicos han perseguido con desiguales medios, pero con los mismos desalentadores resultados, anticipar el conocimiento al suceso, desvelar lo que aún no ocurrido, anticiparse al tiempo en su concepto lineal e inaccesible.
Claro que cabría preguntarse si realmente conocer lo que nos queda por vivir, y por tanto cuanto, nos podría producir algún tipo de tranquilidad o bálsamo vital, alguna suerte de paz que nos permitiera vivir en armonía con nosotros mismos y con nuestros semejantes. Yo creo que no, que las angustias de saber cuánto tiempo de vida nos quedaría a nosotros mismos, o a alguien realmente cercano, nos condenaría a vivir en una ansiedad permanente que no nos permitiría disfrutar de los buenos momentos que hubiera en el camino.
Además si, como yo sospecho, todos los futuros posibles existen y todos han de ser vividos, ¿cuál es el futuro al que podría asomarme?
Si el futuro a pesar de existir, aún no ha sucedido y no sucederá hasta que una serie de decisiones de todos los que en él participen lo activen, ¿Cómo podría ayudarme conocerlo?
Si el futuro no es más que un fotograma en el momento de pasar por el foco para seguir su camino hacia la bobina de enrollado, ¿Qué fotograma podría conocer que me fuera útil?
Yo estoy convencido de que el tiempo es como esos fuegos artificiales que desde un cartucho primero van generando sucesivas y expansivas explosiones. Cada instante de nuestra vida encierra un único pasado pero abre infinitos futuros e intentar atisbar uno solo es como el pasajero de un tren que tapara su ventanilla con una diapositiva de un punto concreto del trayecto. Acabaría por no haber podido disfrutar del trayecto anterior a ese punto, el pasado, y por perder de vista donde se encuentra en cada momento e, incluso, saber si ya ha llegado. Ni siquiera podría saber cuándo el tren pasa por el punto seleccionado y no lograría disfrutar de su efímera y original belleza. Y no quiero imaginarme su terrible frustración si por cualquier circunstancia el tren cambiara su trayecto, como, por otra parte, sería muy probable.

Yo, como parte integrante de esos seres humanos que creemos que el futuro ha de ser lo que haya de ser aunque ya haya sido, no me voy a sustraer a desear a todos, todos y todos, un venturoso y feliz año nuevo. Desde la consciencia de que acertaré con algunos y fallaré estrepitosamente con otros, pero seguro de que ahora, cuando todo es aún posible, nadie rechazará mis deseos, ni mis augurios.

Ni p'a tí, ni p'a mí

Ser adivino en ciertas circunstancias no es más complicado que mirar al mar y concluir que es muy grande y tiene mucha agua. Ser adivino estando al margen de implicaciones emocionales o de filiaciones pasionales no tiene más mérito que el de reflejar lo evidente.
Dije ya hace tiempo, de ahí lo de adivino, que Podemos era un partido sin ideología unitaria, definida, y los recientes acontecimientos entre el ala errejonista y el ala pablista no son más que la punta del iceberg de una realidad que, antes o después, hará de Podemos la cuna de múltiples pequeños partidos marginales, o el seno de tal infinitud de corrientes que se los llevarán por delante las mareas, y la mención a las mareas no ha sido intencionada, ni inocente.
Podemos se ha construido sobre un descontento de base que agrupa a toda una suerte de activismos de fuerte militancia que inicialmente encuentran puntos en común, pero que inevitablemente acaban considerando sus posturas personales, sus convicciones militantes, por delante de la idea global que caracteriza el concepto tradicional de partido. Y eso acabará pasando factura.
El primer indicio que este observador detectó sobre este problema fueron las iniciativas de militancia personal que muchos cargos de ayuntamientos y comunidades adoptaron sin que fueran respaldados por un programa o por un debate global del partido al que, parcialmente, representaban. A través de sus cargos presentaron posturas de radicalismo extremo en cuestiones que no podían ser compartidas por la globalidad de sus votantes que tenían otras expectativas y otros temas que consideraban de más urgente necesidad. El anticlericalismo, en realidad el anti catolicismo, el feminismo, el animalismo, el anticapitalismo, en sus versiones más radicales, aparecieron entonces impulsados en iniciativas de tipo personal que no estaban contempladas en el global de las acciones del partido.
Viendo esto dije entonces, reitero ahora, que posiblemente Podemos alcanzó en las últimas elecciones su techo de votantes sin haber conseguido sobrepasar al PSOE, primer objetivo, ni convertirse en un partido decisorio, segundo objetivo.
Allí donde han alcanzado cotas de poder real, ayuntamientos y comunidades, su descomposición será más lenta, pero a nivel de partido nacional, o de enunciado como partido nacional, las primeras grietas anuncian una descomposición que yo creo que no será demasiado lenta.
Hay en esa formación demasiados egos, demasiadas expectativas, demasiadas militancias, demasiada prisa y se respeta poco, nada, se insulta y se desprecia, a aquellos que no opinan como ellos, llegando a insinuar con sus maneras un ideal absolutista para el que sobran todos aquellos que no compartan su idea. Difícilmente los insultados, los despreciados, podrán convertirse en votantes de quienes los han humillado, y dado que son todos los que no los votaron, no veo de donde sacar los votos que necesitan para crecer.
Tal vez este primer embate, esta primera discrepancia que lo parte por la mitad se pueda solucionar con buena voluntad personal. Tal vez alguien considere que tapar la grieta es solucionar el problema, pero la experiencia apunta a que todo lo que se tapa en falso acaba haciendo erupción con mayor fuerza destructiva.

Ya lo decía hace tiempo el Hermano Lobo: “El que avisa no es traidor, es avisador” o, traido a lo que nos ocupa, “el que observa no es adivino, es observador”