¿Y ahora qué?, aquellos que
tienen la paciencia de leerme habitualmente saben de mi propensión al uso del
refranero y no es cosa de traicionarme a
mí mismo: “A lo hecho pecho”. Que viene
a querer decir algo así como habértelo pensado antes.
Lo de Trump ya no tiene solución,
ni sus valedores, que son muchos, poderosos y ocultos, van a permitir que la
tenga hasta que haya cumplido su misión.
En este mundo que nos ocupa, y
que parece ser que ocupamos, y concretamente en esta llamada civilización
nuestra de cada día, alguien nos convirtió en piezas de un ajedrez cuyas
dimensiones ignoro, aunque intuyo. La necesidad de esas piezas obligó a
hacernos una serie de concesiones que por motivos de estrategia o de captación
fueron seguramente más allá del límite previsto y ahora toca retocarlas,
recortarlas o, si no nos ponemos un poco tensos, eliminarlas.
Alguien nos contó, y nos lo hemos
creído, que somos seres libres, que vivimos en una democracia, que tenemos
derechos intocables y diseñados ex profeso para nosotros… bueno, yo también
estoy de acuerdo en que la muerte de la madre de Bambi fue una putada, aunque
me consta que la madre de Bambi nunca murió.
Lo de que somos libres no pasa de
ser una apreciación con cierto de nivel de auto complacencia que clama al cielo.
Recuerdo cierta viñeta de Quino sobre la situación física y anímica del padre
de Mafalda antes y después de una jornada laboral y la reflexión final del
personaje: “mandamos al trabajo un padre y nos devuelven esto” decía Mafalda
contemplando la entrada de su padre, encorvado, física y anímicamente, con la
ropa arrugada, la corbata floja y torcida y una cierta expresión de alelado
cansancio en el rostro.
Somos libres de elegir donde
conseguir una choza para vivir y por la que vamos a hipotecar nuestro presente
y, en muchos casos, nuestro futuro. Somos libres de elegir quién nos va a
proporcionar los cromos necesarios para poder pagar la choza, para poder tener
que comer, con que calentarnos, poder beber e incluso, si no hacemos tonterías,
donde van a reposar nuestros restos, porque ni siquiera somos dueños de nuestro
cadáver hasta que no hemos pagado por él.
Desde Santa María de Iquique
hasta nuestros días lo del dinero corporativo ha mejorado mucho, tanto que
antes se consideraba un símbolo de opresión y ahora se considera una garantía
de libertad. El que una estadística reciente diga que el 1% de la población
mundial tiene tantos cromos como el 99% restante da una idea de que unos los
tienen y otros los quieren, de que unos detentan el poder y los otros buscan
desesperadamente las vías para acceder a una parte, eso si virtual, de ese
poder.
Respecto a la democracia, que quieren que les diga,
debo de tener un ataque de cinismo, pero a mí me parece que lo que tenemos hoy
en día es una especie de despotismo ilustrado con derecho a voto, una suerte de
muleta electoral donde nunca se decide nada de lo que realmente sería
importante. Una engañifa para acallar inquietudes y aspiraciones sin
concesiones.
Solo hay dos maneras de ser
libres, solo dos con un poco de suerte, pertenecer al 1% que es propietario de
facto de este mundo en el que vivimos o lograr un billete, y no hay taquillas
que los expendan, a un lugar en el que el 1% no esté interesado, acurrucarse en
él y pasar sigilosamente por este mundo. Esto es, lograr estar fuera del
sistema y, por supuesto, saber que existe la libertad, como reconocerla y desearla. No, por diós, ser un anti sistema no, si usted piensa eso es que no ha
entendido nada, un anti sistema no es más que alguien que fortalece al sistema
diciendo que se opone a él, alguien que permite que el sistema recrudezca sus
represiones para preservar el bien común, el bien común del 1% por supuesto.
Claro que solucionar esto
requeriría que el 99%, bueno el 95%, actuara de común acuerdo saboteando las
trampas puestas a nuestro alcance para evitar que cuestionemos el sistema. El
confort, la aparente libertad, la riqueza, la democracia hueca, el terrorismo,
las fronteras que preservan las diferencias y nos aíslan de las desgracias
ajenas, los populismos facilones, las izquierdas, las derechas, la
desinformación plural, la educación que alfabetiza adoctrinando, los sistemas
financieros diseñados para hacernos creer que existe “La Isla”.
¿Qué sucedería con el sistema si
todos a una dejáramos de votar? ¿Dejáramos de abrir cuentas en los bancos? ¿Dejáramos
de alimentar las maquinarias recaudatorias montadas para controlar nuestro
pobre enriquecimiento? ¿Dejáramos, en definitiva, de cambiar nuestra libertad
individual por unos pretendidos beneficios de civilización?
Hemos sido divididos en naciones, en regiones, en ideologías, en
religiones, en calidades de vida, en accesos a posibilidades, y el sistema se
encarga de que los que están en mejores condiciones se preocupen de que los que
están peor no puedan acceder a lo que ellos tienen y de que, por supuesto, en
esta lucha ni se preocupen de los que lo tienen todo.
Pues eso, ahora viene Trump y nos
da una vuelta de tuerca. Y después vendrá Marie Le Pen o Pablo Iglesias o
cualquier otro que sirva para atemorizarnos o para provocar una reacción que
siempre será favorable a los que manejan los tiempos, los recursos y los
engaños.
Pero nosotros a lo nuestro.
¿Trump o Clinton? ¿Susana Díaz o Pedro Sánchez? ¿Ingleses o europeos?
¿Españoles o catalanes? ¿Indíbil o Mandonio? Vamos a continuar en la inopia, vamos
a seguir comprando la felicidad de que al menos podemos elegir la cara y el
sistema por el que vamos a seguir siendo disciplinados, engañados, toreados, y
le llamaremos libertad, y le llamaremos democracia, y nos abrazaremos a las
migajas que tenemos para evitar que otros nos las quiten y en ese abrazo
olvidaremos que hay otros que tienen el pan del que se han desprendido las
migajas.
¡Qué digo!, olvidaremos hasta que
existe el pan.