Cuando te escribí las cartas
anteriores, una sobre el falso racismo, y otro sobre un comportamiento
inadecuado, tildado de machista por sus aspavientos y por conveniencia
militante, que no por su fondo o intención, sabía que era inevitable que, las
mismas personas que esas cartas pretendían señalar, harían una exhibición de su
fundamentalismo. Y no me equivoqué.
He tardado menos de lo que tardé
en escribir las cartas, menos de lo que cualquiera tarda en leerlas, en
convertirme en machista y en racista.
Lo primero que te pide el cuerpo,
es devolver el golpe, devolver insulto por insulto, etiqueta por etiqueta,
estupidez por estupidez, pero a nada que reflexiones, y ahí se acaba la
equivalencia, te das cuenta de que caer en el comportamiento de aquellos a los
que pretendes denunciar, de aquellos que quieren convertir a esta sociedad en
un monobloque sin capacidad de pensamientos individuales, de matices
reflexivos, de ideas más allá de las consignas, es otorgarles un triunfo al que
no estás dispuesto.
La segunda opción que se te pasa
por la cabeza, es, de cara a los que te leen, defenderte alegando lo que has
hecho en tu vida, en tu entorno, en tu intimidad, para desmentir un ataque que
consideras injusto, infundado, malicioso; hasta que te das cuenta de la trampa
que supone tal actitud. Ponerte a la defensiva es justamente su mejor baza.
Para insultar, para atacar, para etiquetar, no necesitan otro argumento que hacerlo,
nada les importa la verdad o la razón, cuanto menos el razonamiento, y si tu
pretensión es desmentirlo, descubres una parte de tu intimidad, una debilidad,
que solo puede servir para ser usada en tu contra. No, no son tus amigos, no
son tus allegados, no son tu familia, no son tus colaboradores, no pertenecen a
ningún círculo que tú frecuentes, no te conocen de nada, y la falta de criterio
reflexivo de sus opiniones, su fundamentalismo, su puritanismo ideológico, que
en el fondo, y de cara a tu vida, te importan un ardite, no justifican, bajo
ningún criterio, que hagas un intento de comprensión, un ejercicio de comunicación,
para que tengan una idea individual, cuando lo único que demuestran es que piensan en rebaño, en
cabeza ajena.
Entiendo a todos aquellos que se
sienten señalados por las palabras de otros que, sin conocerlos, los tildan de
esto o de aquello, de fascistas, de comunistas, de machistas, de feminazis, de
racistas, o de cualquiera de esas dagas dialécticas con las que, los populistas
que pululan por las redes, etiquetan a cualquiera que no comparta la totalidad
de su ideario, al que no aportan otra cosa que una pertenencia ciega, sorda, plana.
Entiendo esa necesidad compulsiva que todos tenemos de ser aceptados,
entendidos, de gustar y que nos lo digan, pero, aunque lo entienda, asumí desde
mi primera letra escrita que ese era uno de mis objetivos inalcanzables, y ni
la gente que me halaga con sus reconocimientos hace que mi ego se conmueva, más
allá de la satisfacción del reconocimiento, ni aquellos que me tildan de esto o
aquello, sin conocerme, sin haber intercambiado conmigo ni una sola palabra,
afectan de ninguna manera a mis convicciones, siempre puestas en cuestión por mí
mismo, atendiendo a razones ajenas, jamás por consignas, insultos, ni soflamas,
que dejan a la vista un inmovilismo digno de Blas Piñar y su famosa frase(*).
Si, ya se, querido amigo, algunos
de los que leen esto no saben ni quién fue Blas Piñar, ni tendrían en cuenta
nada que rozara su nombre. Seguro que saben usar la “wikipedia”, y que si
pudieran borrarían su nombre de ella. Esa es la diferencia, ellos solo escuchan
a los que dicen lo mismo que quieren oír, yo aprendo más de los que dicen cosas
que no comparto.
Estos personajes, faltones,
incluso aquellos que escriben sus insultos con formas suaves y educadas, los
menos, de pensamiento único, se reclaman además, ya tiene pelendengues la cosa,
como defensores de la libertad, de la democracia, de la ética social, pero, a nada
que escarbas, queda claro que no defienden otra cosa que la libertad de pensar
como ellos, la democracia de los que siguen sus reglas, y que hay que imponer a
los que tengan otras, sean los que sean, y la ética social vista a través de un
prisma de una sola cara. En realidad solo resultan ser censores, absolutistas, puritanos,
inmovilistas, incapaces de imaginar una sociedad plural. Incapaces de captar un
matiz, de llegar a una idea propia, de tener un atisbo de tolerancia.
Habrá quien piense que intentan
defender una causa noble, porque la causa lo es, pero cuando el grado de
integrismo llega a los niveles que exhiben, cuando la intolerancia y el
cerrilismo son las únicas herramientas aplicadas, cuando su uso de los
problemas es tan estúpidamente fundamentalista que provoca en una parte
considerable de la sociedad rechazo, en otra no menos importante hartazgo, y
dañan a toda en general con la falta de libertad inherente al miedo a ser
señalado, considero que su uso de las lacras sociales no solo es inadecuado, es
dañino para aquello que dicen defender. Es más, no descarto que su “justa ira”,
esa que exhiben de cara a los demás, no esconda otra cosa que su falta de
compromiso interior con esas causas.
Son la Laica Inquisición, “torquemadas”
del teclado y el linchamiento en masa, inquisidores generales de cualquiera que
pase por su lado y se permita un pensamiento libre, sea incorrecto, o
no, portadores de un odio irracional y dañino en nombre de un dios no divino, casi
siempre mal interpretado, oscurantistas, totalitarios, gregarios, populistas,
violentos hasta la afrenta, y más allá, hasta el linchamiento sin redención,
censores y puritanos.
Si Torquemada levantara la
cabeza, los contrataba a todos. Si ellos hubieran estado en Salem, no se habrían librado de la hoguera, ni siquiera, el reverendo Parris, ni su hija. En su
ideario solo cabe la condena, porque una vez efectuada la acusación, si está
dentro de su ideario, la culpabilidad está probada, y un juicio solo puede
servir para que el acusado difunda su error, para que cree dudas, o alegue
razones, entre los que están fuera de su círculo, pero jamás en ellos, que
tienen ya predeterminada la culpabilidad del reo.
Mientras las lacras sociales se
combatan con leyes, y el fundamentalismo, el puritanismo, el populismo, las use
como argumento, esas lacras seguirán existiendo, y estarán más hondamente
ocultas en las almas de las personas que se sientan reprimidas. Mientras el
machismo, el racismo, la xenofobia, la homofobia, la intolerancia, sean objeto
de leyes, y no se subsanen con educación y una conciencia social de su insania,
una conciencia social libre, asumida, convencida, esas lacras nos lacerarán a
todos sistemáticamente. Mientras la represión, la persecución, la victimización
y el silencio impuesto y castrante, sean las armas para erradicar a nuestros
demonios colectivos, estos camparán, a lo peor de forma oculta y ladina, por
sus respetos entre los miembros de una sociedad mal formada.
Reprimir no es convencer. Acallar
no es silenciar. Victimizar no es construir. Legislar no es educar. Condenar no
es redimir. Censurar no es erradicar. Y, sobre todo, no busquemos tres pies al
gato, según sostenía Cervantes, ni cinco, tal como ponderaba Covarrubias, solo
tiene cuatro, por más que quieras incluir el rabo. Y, si lo mareas mucho, al
final araña.
Hay que erradicar el racismo, hay
que erradicar el machismo, hay que erradicar el populismo, y la intolerancia, y
el insulto, y el frentismo, y el totalitarismo, y el pensamiento único, y la
mala educación, y el forofismo y todas esas lacras que hacen de nuestra
sociedad una sociedad incómoda, injusta, dividida, inclemente, inhabitable,
infeliz.
La laica Inquisición nunca
logrará estos objetivos, tampoco, en el fondo, los busca o le importan más allá
de usarlos para encender su “justa ira”, la de los suyos. Su único objetivo es
lograr una sociedad uniforme, sometida, en la que ejercer su dominio. Pero lo
más preocupante es que el uso trivial de esas lacras para señalar cualquier
conducta aprovechable para sus fines, aunque en esa conducta no existan la
intención, ni la persistencia, imprescindibles para considerarlas parte de esas
lacras, no solo no nos llevan a solucionarlas, seguramente su único logro constatable
es agravarlas. Agravarlas y generar una sociedad permanentemente cabreada, dividida,
al acecho. La que les conviene.
(*) Blas Piñar, notario y
político. Una frase suya presidía la biblioteca del campamento militar radicado
en el Ferral del Bernesga, León, en el año 1976: “Como no vamos a ser
inmovilistas, si ya hemos llegado”.