domingo, 30 de octubre de 2022

CARTAS SIN FRANQUEO (LXXXIII)- LO MALO POR CONOCER

Querido amigo:

Hoy me he levantado con el ánimo del que contempla como se le viene un huracán encima, sin tener donde cobijarse. Asustado por el futuro, inquieto por el presente, pesimista, agorero, furioso. Y no es que me importe que me parta un rayo, o que, como los galos de Asterix, tema que el cielo caiga sobre mi cabeza, no. Lo que me importa es que viendo la evolución de la sociedad no consigo entrever un futuro amable para la humanidad, un futuro equitativo, justo y libre, un futuro en el que los hombres, individualmente cada uno de ellos, constituyan una sociedad capaz de potenciar a los hombres, a cada uno de ellos. Una sociedad comprometida con sus integrantes, y no, como la actual, como las pasadas, como las que se adivinan en el futuro, sociedades comprometidas con los intereses de algunos de sus integrantes, en detrimento de la mayoría.

Estamos viviendo tiempos complicados, difíciles, tiempos que, ilusos de nosotros, creíamos superados, y que están empezando a poner a prueba la madurez de nuestras convicciones, el compromiso real con ellas, más allá de modas y manifestaciones. La civilización se tambalea y el vértigo nos visita día a día en noticias y comentarios.

Sería el momento de los grandes líderes, de aquellos que teniendo capacidad y oportunidad de ponerse al frente de las sociedades, impulsaran nuevas formas de hacer las cosas, valores que sean algo más que nombres en un papel, o palabras en un mitin, compromisos con los ciudadanos en vez de cortinas de humo para esconder la permanente traición a cambio de seguir en el machito, pero la mediocridad de todos ellos solo logra aumentar la incertidumbre de un futuro próximo poco halagüeño.

Estamos, en España, y el resto del mundo no está mejor,  en pleno debate de la ley trans, en plena aplicación de un sistema fiscal que condena a empresas y trabajadores a la incertidumbre, en plena exhibición de una autoestima desbordada de las personas que detentan el poder para su propia satisfacción sin pensar en las consecuencias, en un mañana que les es ajeno. Estamos en manos de personajes sin calado, y, aparentemente, sin conciencia.

¿Dónde están las leyes que hacen falta? ¿Donde está la democracia que reivindicamos durante años de dictadura? ¿Dónde está la transformación social que el abismo social necesita? ¿Dónde están el respeto a las mayorías, el compromiso ético, la solidaridad real, la búsqueda de una sociedad mejor? Escondidos tras el “relato” inventado por los políticos para ocultar la verdad que pretenden ignorar, ocultos tras populismos que venden soluciones a precio de futuro, parapetados en cuotas de poder que les permitan construir su presente y su futuro a costa lo que sea.

¿Y donde están los ciudadanos que deberían de reclamar, reivindicar, exigir, todo los que se les escamotea? Enredados las verdades alternativas que desdibujan una realidad inaceptable, enfrentados en disputas partidistas que dicen defender lo que en realidad ignoran, atrapados en una sociedad adocenada, decadente, crispada e incapaz de enfrentarse a aquellos que la dominan, entregada a los acólitos de los grandes sistemas, económicos, políticos y religiosos.

Pinta mal esto. Pinta muy mal. Seguimos validando con nuestro voto a los mediocres que encabezan las listas de los partidos, y que no representan otra cosa que los valores de un sistema que se basa en ignorar al individuo, que pretende anularlo y convertirlo en un productor, en un contribuyente, en un elemento solo necesario para mantener su maquinaria en marcha, a cambio de crearle un falso sentimiento de libertad, a cambio de venderle una sociedad de “salvese quién pueda”, a cambio de condenar el futuro de sus hijos, de sus nietos, si es que ese futuro no se trunca antes.

Es inútil alargar más esta reflexión, como inútil es seguir adelante en un camino que no conduce a ninguna parte. Todos los días son una pesadilla futura construida con falsedades presentes, con logros sin calado, con dejaciones para evitar compromisos.

Siempre queda la esperanza de que algo interrumpa esta distopía y nos ponga en un camino menos árido, menos insalubre, menos ciego. No importa cuál sea; en este caso: “más vale lo malo por conocer, que lo intolerable conocido”.

domingo, 23 de octubre de 2022

CARTAS SIN FRANQUEO (LXXXII)- ELEGIR

Tal como comentábamos el otro día, hay frases, algunas, que parecen intrascendentes, ocurrentes, y que reflexionadas, acaban dando la clave de pensamientos más trabajados. Lo comentábamos a propósito de la frase que citaba de Blas Piñar en mi último artículo, y en algún otro, y de frase en frase, y tiro porque me toca, llegué a otra que contiene toda la enjundia de una cuestión que llevamos discutiendo hace años: los falsos debates.

Esos debates que nos plantean el tener que elegir entre dos opciones, teóricamente irreconciliables, excluyentes, planteadas de una forma quimérica, de un lado todos los defectos, del otro todas las virtudes, y que no consiguen otra cuestión que el enfrentamiento entre los defensores de una y otra opción, que al final es la excusa y refugio de los mediocres incapaces de una reflexión serena.

Me dijo alguien, que no recuerdo, hace ya años, que elegir es morir un poco. La frase me pareció idónea para charlas intrascendentes, homologable por mi espíritu, franquicia, gallego, pero a lo largo de los años ha ido adquiriendo en mi ideario una importancia capital. Elegir, efectivamente, es morir un poco. Elegir, descartando absolutamente alguna de las opciones, quemando los posibles caminos intelectuales de retorno a la opción descartada, es renunciar a la posibilidad de equivocarse, a la posibilidad de los caminos intermedios, a una vida que queda cercenada desde ese momento en el que se la encamina a una vía única. Elegir con sentimientos negativos, odio, intransigencia, rencor, incomprensión, rabia, frentismo, fundamentalismo, es morir mucho, es cercenar una parte positiva de nuestro pensamiento, y, lo que es peor, es matar, intelectual o físicamente, dependerá de las oportunidades, al prójimo que no está alineado con nuestra elección.

Estos falsos debates, debates que nos hacen elegir entre dos opciones del mismo sistema, planteadas para aparentar una falsa libertad, para evitar que nos planteemos sistemas alternativos al actual, para que vivamos en una falsa percepción de las posibilidades, se nos plantean a diario, en todos los ámbitos, y no tienen otra finalidad que evitar que se llegue a imaginar un debate en profundidad que ponga en peligro la consolidada jerarquía mundial, que pretende seguir guiando nuestros destinos.

No, amigo mío, podemos pasarnos, de hecho nos pasamos, la vida eligiendo, muriendo de poco en poco, y con cada elección lo único que conseguiremos es estar cada vez más lejos de una solución real, de un mundo en el que poder vivir en paz, y con el que poder convivir en armonía.

Nacimos a la consciencia como individuos sociales, evolucionamos hacia sociedades de individuos, y nos hemos plantado en supracolectividades que ignoran al individuo, con conciencia propia, colectiva, libertad propia, colectiva, ética propia, colectiva, y objetivos propios, colectivos; y, a nada que el individuo sobreviva en medio de la vorágine exterminadora de lo individual que nos rodea, nos daremos cuenta de que ningún individuo libre puede abrazar la integridad de los planteamientos colectivos, por lo que acabará siendo señalado, perseguido, y, si su importancia lo requiere, purgado.

No hay día que no me den a elegir entre izquierda, que mande una élite ideológica, o derecha, que mande una élite económica. Entre lo público, dominio de un estado omnipotente sobre los recursos, o lo privado, dominio de las grandes corporaciones sobre los recursos. Entre una uniformidad que cercena la libertad, y una falsa libertad que nos condena a una desigualdad éticamente intolerable. Entre un absolutismo intervencionista, y una plutocracia que ignora a los más desfavorecidos. Entre un comunismo castrante, y un liberalismo criminal. Con todos los matices intermedios que la historia va aconsejando crear para mantener un debate que parece prometer lo que no está dispuesto a dar, y que preserve el sistema.

Y no son dos opciones, solo son dos caras de un mismo sistema, un sistema cuya única finalidad es elegir quién maneja los recursos en su propio beneficio, ignorando las necesidades reales de la masa comprendida en su círculo de poder, masa que debe de renunciar, en bien de la élite, a la justicia, a la libertad, y, en definitiva, a la individualidad.

Curiosamente, en esos debates, en esos falso debates, nadie se plantea la eficacia, la oportunidad, la idoneidad, la función por encima de la denominación. ¿Público o privado? En qué circunstancias, con qué regulaciones, con qué costo. Creo que es imprescindible la iniciativa privada para dar un salto de calidad. Creo que es imprescindible lo público para preservar la igualdad de oportunidades. Creo que en sectores estratégicos son imprescindibles las iniciativas mixtas.

Si, definitivamente, elegir, tal como está planteado en la actualidad, es morir parcialmente; elegir es, siempre, equivocarse; elegir, en un falso debate, es otorgar un poder que siempre es usado en contra de alguien; elegir, en estas circunstancias, es renunciar a aprender, a entender, a buscar una verdadera salida. Elegir, en definitiva, con estas opciones, es constituirse como cómplice de la muerte de un futuro aceptable.

Seguramente estos debates serían válidos en una colmena, en un rebaño, en una jauría, en una colonia, o en una manada, pero no en una sociedad que nunca debe de olvidar que está constituida por individuos que deben de ser libres, libres individualmente, tener los mismos derechos, que garanticen la justicia, y estén unidos por su propia decisión, y no por fronteras, banderas o pertenencias impuestas en aras del beneficio de élites difusas.

El verdadero debate, en el que equivocarse no importa, porque sirve para aprender, en el que elegir no es morir, si no abrir nuevos caminos a la vida, en el que tomar partido es apostar por la esperanza, es el que intente recuperar la preponderancia del individuo sobre su organización social, de la eficacia sobre la función, de la libertad sobre la regla, de la ética sobre la norma, de la justicia sobre la ley.

Yo, ahí, querido amigo, si que elijo; y sin dudarlo.

sábado, 15 de octubre de 2022

CARTAS SIN FRANQUEO (LXXXI)- LA LAICA INQUISICIÓN

Cuando te escribí las cartas anteriores, una sobre el falso racismo, y otro sobre un comportamiento inadecuado, tildado de machista por sus aspavientos y por conveniencia militante, que no por su fondo o intención, sabía que era inevitable que, las mismas personas que esas cartas pretendían señalar, harían una exhibición de su fundamentalismo. Y no me equivoqué.

He tardado menos de lo que tardé en escribir las cartas, menos de lo que cualquiera tarda en leerlas, en convertirme en machista y en racista.

Lo primero que te pide el cuerpo, es devolver el golpe, devolver insulto por insulto, etiqueta por etiqueta, estupidez por estupidez, pero a nada que reflexiones, y ahí se acaba la equivalencia, te das cuenta de que caer en el comportamiento de aquellos a los que pretendes denunciar, de aquellos que quieren convertir a esta sociedad en un monobloque sin capacidad de pensamientos individuales, de matices reflexivos, de ideas más allá de las consignas, es otorgarles un triunfo al que no estás dispuesto.

La segunda opción que se te pasa por la cabeza, es, de cara a los que te leen, defenderte alegando lo que has hecho en tu vida, en tu entorno, en tu intimidad, para desmentir un ataque que consideras injusto, infundado, malicioso; hasta que te das cuenta de la trampa que supone tal actitud. Ponerte a la defensiva es justamente su mejor baza. Para insultar, para atacar, para etiquetar, no necesitan otro argumento que hacerlo, nada les importa la verdad o la razón, cuanto menos el razonamiento, y si tu pretensión es desmentirlo, descubres una parte de tu intimidad, una debilidad, que solo puede servir para ser usada en tu contra. No, no son tus amigos, no son tus allegados, no son tu familia, no son tus colaboradores, no pertenecen a ningún círculo que tú frecuentes, no te conocen de nada, y la falta de criterio reflexivo de sus opiniones, su fundamentalismo, su puritanismo ideológico, que en el fondo, y de cara a tu vida, te importan un ardite, no justifican, bajo ningún criterio, que hagas un intento de comprensión, un ejercicio de comunicación, para que tengan una idea individual, cuando lo único  que demuestran es que piensan en rebaño, en cabeza ajena.

Entiendo a todos aquellos que se sienten señalados por las palabras de otros que, sin conocerlos, los tildan de esto o de aquello, de fascistas, de comunistas, de machistas, de feminazis, de racistas, o de cualquiera de esas dagas dialécticas con las que, los populistas que pululan por las redes, etiquetan a cualquiera que no comparta la totalidad de su ideario, al que no aportan otra cosa que una pertenencia ciega, sorda, plana. Entiendo esa necesidad compulsiva que todos tenemos de ser aceptados, entendidos, de gustar y que nos lo digan, pero, aunque lo entienda, asumí desde mi primera letra escrita que ese era uno de mis objetivos inalcanzables, y ni la gente que me halaga con sus reconocimientos hace que mi ego se conmueva, más allá de la satisfacción del reconocimiento, ni aquellos que me tildan de esto o aquello, sin conocerme, sin haber intercambiado conmigo ni una sola palabra, afectan de ninguna manera a mis convicciones, siempre puestas en cuestión por mí mismo, atendiendo a razones ajenas, jamás por consignas, insultos, ni soflamas, que dejan a la vista un inmovilismo digno de Blas Piñar y su famosa frase(*).

Si, ya se, querido amigo, algunos de los que leen esto no saben ni quién fue Blas Piñar, ni tendrían en cuenta nada que rozara su nombre. Seguro que saben usar la “wikipedia”, y que si pudieran borrarían su nombre de ella. Esa es la diferencia, ellos solo escuchan a los que dicen lo mismo que quieren oír, yo aprendo más de los que dicen cosas que no comparto.

Estos personajes, faltones, incluso aquellos que escriben sus insultos con formas suaves y educadas, los menos, de pensamiento único, se reclaman además, ya tiene pelendengues la cosa, como defensores de la libertad, de la democracia, de la ética social, pero, a nada que escarbas, queda claro que no defienden otra cosa que la libertad de pensar como ellos, la democracia de los que siguen sus reglas, y que hay que imponer a los que tengan otras, sean los que sean, y la ética social vista a través de un prisma de una sola cara. En realidad solo resultan ser censores, absolutistas, puritanos, inmovilistas, incapaces de imaginar una sociedad plural. Incapaces de captar un matiz, de llegar a una idea propia, de tener un atisbo de tolerancia.

Habrá quien piense que intentan defender una causa noble, porque la causa lo es, pero cuando el grado de integrismo llega a los niveles que exhiben, cuando la intolerancia y el cerrilismo son las únicas herramientas aplicadas, cuando su uso de los problemas es tan estúpidamente fundamentalista que provoca en una parte considerable de la sociedad rechazo, en otra no menos importante hartazgo, y dañan a toda en general con la falta de libertad inherente al miedo a ser señalado, considero que su uso de las lacras sociales no solo es inadecuado, es dañino para aquello que dicen defender. Es más, no descarto que su “justa ira”, esa que exhiben de cara a los demás, no esconda otra cosa que su falta de compromiso interior con esas causas.

Son la Laica Inquisición, “torquemadas” del teclado y el linchamiento en masa, inquisidores generales de cualquiera que pase por su lado y se permita un pensamiento libre, sea incorrecto, o no, portadores de un odio irracional y dañino en nombre de un dios no divino, casi siempre mal interpretado, oscurantistas, totalitarios, gregarios, populistas, violentos hasta la afrenta, y más allá, hasta el linchamiento sin redención, censores y puritanos.

Si Torquemada levantara la cabeza, los contrataba a todos. Si ellos hubieran estado en Salem, no se habrían librado de la hoguera, ni siquiera, el reverendo Parris, ni su hija. En su ideario solo cabe la condena, porque una vez efectuada la acusación, si está dentro de su ideario, la culpabilidad está probada, y un juicio solo puede servir para que el acusado difunda su error, para que cree dudas, o alegue razones, entre los que están fuera de su círculo, pero jamás en ellos, que tienen ya predeterminada la culpabilidad del reo.

Mientras las lacras sociales se combatan con leyes, y el fundamentalismo, el puritanismo, el populismo, las use como argumento, esas lacras seguirán existiendo, y estarán más hondamente ocultas en las almas de las personas que se sientan reprimidas. Mientras el machismo, el racismo, la xenofobia, la homofobia, la intolerancia, sean objeto de leyes, y no se subsanen con educación y una conciencia social de su insania, una conciencia social libre, asumida, convencida, esas lacras nos lacerarán a todos sistemáticamente. Mientras la represión, la persecución, la victimización y el silencio impuesto y castrante, sean las armas para erradicar a nuestros demonios colectivos, estos camparán, a lo peor de forma oculta y ladina, por sus respetos entre los miembros de una sociedad mal formada.

Reprimir no es convencer. Acallar no es silenciar. Victimizar no es construir. Legislar no es educar. Condenar no es redimir. Censurar no es erradicar. Y, sobre todo, no busquemos tres pies al gato, según sostenía Cervantes, ni cinco, tal como ponderaba Covarrubias, solo tiene cuatro, por más que quieras incluir el rabo. Y, si lo mareas mucho, al final araña.

Hay que erradicar el racismo, hay que erradicar el machismo, hay que erradicar el populismo, y la intolerancia, y el insulto, y el frentismo, y el totalitarismo, y el pensamiento único, y la mala educación, y el forofismo y todas esas lacras que hacen de nuestra sociedad una sociedad incómoda, injusta, dividida, inclemente, inhabitable, infeliz.

La laica Inquisición nunca logrará estos objetivos, tampoco, en el fondo, los busca o le importan más allá de usarlos para encender su “justa ira”, la de los suyos. Su único objetivo es lograr una sociedad uniforme, sometida, en la que ejercer su dominio. Pero lo más preocupante es que el uso trivial de esas lacras para señalar cualquier conducta aprovechable para sus fines, aunque en esa conducta no existan la intención, ni la persistencia, imprescindibles para considerarlas parte de esas lacras, no solo no nos llevan a solucionarlas, seguramente su único logro constatable es agravarlas. Agravarlas y generar una sociedad permanentemente cabreada, dividida, al acecho. La que les conviene.

 

(*) Blas Piñar, notario y político. Una frase suya presidía la biblioteca del campamento militar radicado en el Ferral del Bernesga, León, en el año 1976: “Como no vamos a ser inmovilistas, si ya hemos llegado”.

viernes, 7 de octubre de 2022

CARTAS SIN FRANQUEO (LXXX)- LA BERREA

Me vas a permitir que empiece esta carta con un doble sentido de asco, de asco profundo y reposado. Uno de esos ascos, es un asco con ciertos matices de autocrítica, el asco por la berrea del Colegio Mayor Ahuja; el otro es un asco sin paliativos, sin perdón, sin matices ni recovecos, el asco por los que intentan sacar partido de lo sucedido.

Las novatadas son una de las más perversas manifestaciones de cómo el ser humano busca permanentemente, con un sentido de la diversión desviado, humillar al prójimo para sentirse por encima de él. Nunca he participado en las novatadas, ni activa, ni pasivamente, ni como promotor, ni como objeto, aunque seguramente no todo el mérito de mi postura es mío.

En el único ámbito en el que me vi amenazado por esta deleznable costumbre, que sirve más para la exhibición perversa de ciertas personalidades, pocas y sobresalientes, que para el fin jocoso que como excusa se les supone, fue en el ámbito militar.

Recién llegado del campamento a la Capitanía Militar de Valladolid, los veteranos, y menos veteranos, que allí estaban, decidieron darnos, a los “chivos” que pasábamos la primera noche en la compañía, una calurosa, sonora y movidita noche de estreno. Supongo que con la aquiescencia de mandos y servicios, porque lo sonoro del acto no conmovió ni a la guardia, ni a los mandos que la dirigieran. El caso es que los ánimos de los novatos no estaban para tonterías, y así parecieron percibirlo los promotores casi de inmediato, porque, salvo casos aislados, la cosa se acabó rápidamente y sin demasiados damnificados. En el año en el que yo estuve allí, no hubo más novatadas, y a ello contribuyeron diversos factores que sería tedioso, e innecesario, ponerme a explicar aquí, y ahora.

Pero también he de reconocer que nunca más me he visto en la tesitura de tener que participar, o no, en alguna de estas algaradas, y mi prudencia, y mi desconfianza de mí mismo, esa que todos nos deberíamos de tener antes de increpar al prójimo, salvo que tengamos la convicción de nuestra culpabilidad, y la necesidad de enmascararla en un ataque a los demás, hacen que no esté seguro de si, puesto en el lugar, llegado el momento, yo habría participado en la berrea del Colegio Mayor Ahuja, o de cualquier otro que promueva un acto semejante, pero menos difundido, menos utilizado.

Debo de confesarte, y estoy seguro de que le pasó a mucha gente, que la primera vez que vi el video, presentado como algo aislado, sacado de contexto, precriminalizado por los comentarios previos a su exhibición, la sensación de estupor, asco y rechazo, fue absoluta. Me pareció intolerable, vergonzoso, punible. Y ahora, recuperado el contexto, oídas las circunstancias reales, me parece intolerable, y vergonzoso. Solo, sin más. Me parece que es algo a erradicar, no por contextos políticos, no por convicciones militantes, no por parafernalias mediáticas, simplemente porque es de mal gusto y demuestra una preocupante falta de conexión de los participantes, como colectivo, con la educación y con la realidad.

Pero si algo en esta historia me parece realmente vergonzoso, intolerable, aberrante, descalificante, es la utilización política, ideológica, militante, de unos hechos que nada tienen que ver con el odio, con el machismo o con la necesidad patética que tienen ciertos movimientos de evangelizar a la sociedad reduciendo cualquier tipo de libertad o de pensamiento discrepante en aras de su pacata, uniforme, inquisitorial visión de una sociedad a su medida, sin individualidades.

¿Realmente, unos señores que dedican casi todo su tiempo, y nuestro dinero, a insultarse, a faltarse al respeto, a dar espectáculos bochornosos, y estos sí sentidos, en un lugar al que deberían de acudir a resolver problemas, pueden escandalizarse por un acto puntual de mal gusto? Solo porque le es útil, solo por los réditos que pueden sacar de él.

A mí me parece mucho más escandaloso, mucho más generador de odio, y lesivo para la sociedad, su habitual espectáculo de peleas de gallos en el congreso, porque les pago, porque les nombro, porque me ofrecen otras prestaciones, que luego traicionan, que el espectáculo, de mal gusto, sin duda, de unos chavales haciendo exhibición de sus hormonas y de la potencia de su voz.

¿Odio? El que generan los partidos con su permanente invitación al frentismo, a la intolerancia, con su permanente manipulación de las instituciones: la fiscalía, la hacienda pública, el estamento judicial, el poder legislativo, la educación y la sanidad.

Decía Ferlosio :”Cuando canta el gallo negro, es que ya se acaba el día; si el gallo rojo cantara, otro gallo cantaría”. Sé a qué se refería cuando escribió esas estrofas, sé lo que sentía, pero también sé que la canción del gallo rojo, hoy en día, no sería mucho mejor que la del gallo negro. Intolerancia, frentismo, persecución de la libertad individual, pensamiento único, mediocridad, odio, rencor, manipulación, falta de compromiso ético, parecen ser los argumentos principales de un gallo rojo que más parece pintado, disfrazado de rojo, que de color natural.

No, definitivamente, y con los mismos argumentos y consideraciones, lo del Colegio Mayor Ahuja no me parece machismo, como lo de Vinicius, que comentábamos en mi anterior carta, no me parece racismo; y en ambos casos veo una utilización, interesada, y lesiva, de una lacra social que merecería un mayor respeto por parte de quienes dicen defenderla, y con su abuso la trivializan, cuando no convocan el efecto contrario. Salvo que, para sus fines, eso sea lo que pretendan.

Nunca, ni como cazador, que no fui, ni como persona, he sido del gusto de las berreas, pero si alguna vez cayera en la tentación de participar en alguna, superando el rechazo, y la vergüenza ajena, que me producen, búscame en un colegio mayor, y no en el congreso. Puesto a pervertirme, prefiero la posible inocencia de unos chavales, a la impostada y maliciosa actitud de unos tipos que cobran por enseñarnos a odiar al prójimo en su beneficio.