sábado, 21 de noviembre de 2020

A la octava tampoco va la vencida

Hay pocas materias en las que, a poco que alguien se interese y lo intente, la patita insidiosa del enfrentamiento ideológico no aparezca por debajo de la puerta de las leyes aprobadas, y cuando hablo de la patita insidiosa no hablo de su idoneidad o su falta de idoneidad, si no de que muchas de ellas son simplemente una apuesta por una propuesta que no va a durar más allá de la legislatura del ministro promotor.

Parece ser que a nadie le importan especialmente los perjuicios que tal proceder le ocasiona a los ciudadanos en general y ciertos cuerpos profesionales de la ley en particular. Y, legislatura tras legislatura, asistimos al empobrecimiento del país por la incapacidad de los partidos que se alternan en el poder de llegar a acuerdos de estado en los temas principales.

Ni en educación, ni en sanidad, ni en justicia, ni en  política impositiva, ni en empleo, son estos políticos de baratillo capaces de llegar a unas reglas de juego que permitan afrontar de una forma decidida y consistente los grandes problemas que realmente preocupan al ciudadano, y tener la posibilidad de profundizar en las soluciones.

Hoy se ha perpetrado el octavo fracaso con nombre, para mayor gloria actual y escarnio histórico, del ministro de turno. Hoy se ha quemado, desde la llegada de la democracia, la octava posibilidad de presentar una ley de educación consensuada y que otorgue al cuerpo docente, y los alumnos futuros, en mayor medida, y actuales, en menor medida, una posibilidad de afrontar un futuro educativo dotado de una cierta estabilidad.

No se trata, eh ahí el quiz de la cuestión, de criticar ningún aspecto concreto de la ley aprobada hoy, ni siquiera de las siete leyes anteriores, no se trata de hacer un análisis político, ideológico o de idoneidad de esta ley ni de las otras. Y no se trata de eso porque eso es lo único que escucho, lo único de lo que se habla, los únicos pros y contras que parecen tenerse en cuenta.

El país, los ciudadanos, los docentes, los educandos, los padres y madres que son tan protagonistas como los anteriores, se merecen una ley de educación que, como el anillo de Frodo Bolsón, los englobe a todos. Una ley que garantice por un periodo mayor que una legislatura, que el discurrir de un ministro, o el efímero periodo de mandato de un partido, una política educativa coherente y previsible.

Que permita a los padres planificar la educación de sus hijos sin los sobresaltos de que un cambio de ley pueda perjudicar sus decisiones. Que puedan descansar del gasto de libros y material didáctico aprovechándolos de unos hijos a otros, y no se encuentren que cada año algún político ha tenido la feliz idea, y posiblemente rentable, de hacer que los libros anteriores sean inaprovechables, e incluso de poder crear unas bolsas de libro usado que favorezcan a los que más lo necesitan.

Que permita a los educadores prepararse para enseñar lo que saben y aprender lo que aún no saben, en vez de tenerse que preocupar de aprender cómo enseñar lo que ya saben y ya habían enseñado.

Hay un cierto tufillo de soberbia en toda esta historia, un cierto afán de posteridad, un “lo importante es que hablen de mí, aunque sea mal”, que denota la mediocridad personal en un firmamento, o bancada, de absolutas mediocridades. Votadas, pero mediocridades.

Y este mismo fracaso, esta misma celebrada, por una parte, denostada, por otra igual de numerosa, aunque la castrante ley electoral española conceda una superioridad ficticia a unos sobre otros, ley la que pone de relieve una incapacidad patológica, un enfrentamiento tan buscado como ficticio a nivel de calle, una mediocridad invalidante, de los políticos que todos, T O D O S, hemos votado.

Dice la teoría que los políticos son los representantes de los votantes. Dice la parte exquisita de esa teoría que una vez elegidos deben de representar a todos, los que los han votado y los que no. No sé lo que sucederá en los mundos paralelos que no están a mi alcance. No sé lo que sucederá, o como se ve esta realidad, en la mente monocromática de los forofos. Pero lo que sí tengo claro es que los incompetentes que tenemos gobernando nuestro país no tienen otro interés que mantenerse en el poder e intentar que su nombre pase a la posteridad. ¿Y a los demás? Ah¡, ¿pero hay otros? 

domingo, 15 de noviembre de 2020

Las visiones (I) - El planteamiento

 Una característica común de todo lo humano es la tendencia a adaptar el entorno a sí mismo, en vez de, lo más razonable, adaptarse él al entorno. Y esta característica no es solo física, es también, o es sobre todo, intelectual. Busquemos en la rama del conocimiento que busquemos esa impronta pequeña, efímera, inmediata, se hace fácilmente visible.

Cuando estudiamos la historia observamos que existe una división en edades que tienen dos características muy humanas, la aceleración y la ausencia de futuro. Las edades son cada vez más cortas según se acercan al momento presente. Si la prehistoria dura cientos de miles de años, la edad antigua apenas dura unos miles, la media unos cientos, la moderna trescientos y la contemporánea que está por ver.

La contemporánea, o sea la de nuestros tiempos. ¿Y la futura? ¿No será contemporánea de los que la viven? ¿Y cómo tendrán que llamarle? Este disparate denominativo, este tapón histórico, ya debería haberse resuelto. De hecho estudiosos como el catedrático Francesc Hernández Maciá ya proponían en el 2011 una solución a esta indefinición.

Yo propondría, desde la más absoluta humildad, que esta época del antropoceno se denominara edad  de las naciones, como hecho más destacable en el devenir de la humanidad desde la Revolución Francesa, hasta estos momentos en los que apunta un cambio de paradigma que supondría incluso un cambio de era. El antropoceno debería de dar paso al tecnoceno, la era de la tecnología, y deberíamos marcar su inicio a mediados del siglo XX, momento en el que el la creación de un cuerpo tecnológico, el avance del conocimiento y la evolución de las técnicas establecen las bases para el tirón vivencial de las siguientes décadas.

Pero reconociendo que, desde mi condición humana, mi pensamiento solo puede referirse a mi escala, lo que sí me parece evidente es que este cambio de era, de paradigma, de posición del hombre respecto a su entorno y a su posibilidad de evolución, me preocupa en tanto en cuanto esos cambios afectan a la forma en la que afectará al hombre, a mí en mis descendientes. Me preocupa el devenir político de un hecho científico, el aprovechamiento social de unas tecnologías que, según quién las use, resultarán balsámicas o definitivamente letales para el género humano.

Desde el momento actual, desde ese murete temporal al que nos asomamos para entrever un futuro que no parece pertenecernos, solo podemos tener atisbos de lo que podrá ser, de lo que puede llegar a ser, y deseos de lo que nos gustaría que fuera. Solo  podemos imaginarnos utopías y distopías que parecen estar al alcance de lo que el presente apunta.

Pero tanto las utopías como las distopías tiene un lugar común, el sesgo ideológico de quién las concibe. Y en ese sesgo ideológico muchas veces, en el afán de lograr el mundo perfecto, se olvidan de que los medios, la puesta en práctica de esas utopías, las convierten de facto en distopías difíciles de asumir.

Yo no sabría cómo poner en marcha una utopía intelectual, y no sería capaz de asumir éticamente la distopía funcional que pudiera producir, pero eso no me incapacita para compartir mi visión, mis visiones, de las utopías y distopías que en estos tiempos parecen luchar por hacerse un hueco en el futuro, para erigirse en el proyecto de futuro con más posibilidades, en muchos casos a costa del dolor y la injusticia en el presente.

En un presente que se debate, entre dos grandes bloque de visiones: la visión centralista y la visión libertaria, la visión corporativa y la visión ruralista, que en su intento de apoderarse del futuro se desgarran y desangran a la raza humana.

Y mi única visión de presente, la que me ha tocado vivir, es la decadencia de los valores, la descomposición sangrante de las fronteras, la apropiación de lo común por lo privado, el genocidio de los no alineados, la degradación avara del entorno, el empobrecimiento de las clases medias y profesionales que podrían volcar el sentido del futuro,  la globalización únicamente económica, y el uso feroz del secreto y del miedo, de la ignorancia y la amenaza.

Esta visión, que algunos optimistas podrán considerar pesimista, que algunos alineados considerarán alienante, que algunos comprometidos considerarán peligrosa, es solo un planteamiento de futuro. La edad contemporánea ha de dar paso a una edad aún más contemporánea, y eso, como será, como no será, es la lucha que los que creemos en que el futuro también es nuestro, aunque sea por interpuestos, debemos plantear desde el puesto de combate que la vida nos haya facilitado.

Por eso, por convicción y compromiso, fuera de todo círculo de poder o decisión, escribo estas letras, este planteamiento que pretendo continuar con una breve exposición de las dos posibilidades del futuro: el de todos y el de unos pocos para todos. El de la democracia y el de otras “cracias” votables de nula representatividad.

sábado, 14 de noviembre de 2020

Yo quise ser Susan Calvin

 Normalmente cuando se escribe algo sobre un escritor ya fallecido es porque celebramos alguna efeméride relacionada con él, pocas veces porque creemos que merece más de lo que la sociedad le ha otorgado, o por la influencia que haya podido tener en nuestra vida, como es en este caso, en mi caso.

Habrá quién presuma, yo dudo que pueda demostrarlo, en realidad dudo que pueda ser cierto, de haber leído todo lo que escribió Isaac Asimov, y mi duda parte de la certeza de que Isaac Asimov usó más años de los que vivió para poder escribir la ingente cantidad de obras que llevan su firma. Divulgación científica, ciencia ficción y misterios son las tres patas de su vasta obra, y, aunque aparentemente parezcan dispares, nos ponen sobre la pista de la profunda devoción de Asimov  por la lógica.

Casi con toda seguridad, si hacemos una encuesta popular, la percepción de Asimov para el gran público, que desafortunada expresión, lo ligaría con los robots, con la ciencia ficción y, sin ninguna duda, con las tres leyes fundamentales de la robótica. Con las tres leyes que parecían fundamentales en un mundo de miedos y valores, y que en el mundo actual, en nuestra cotidiana convivencia con la inteligencia artificial y los algoritmos de dudosa finalidad, parecen una vía apartada antes que superada.

Asimov no es un escritor de valores en cuanto que intente describirlos, denunciarlos o inculcarlos, es un escritor científico, un observador de los futuros presentes. Su obra no está interesada en los buenos y en los malos, sino en entender por qué lo son, en analizar cómo influirá su forma de ser en el futuro de la humanidad,  en anticipar las consecuencias de un conflicto entre tendencias dominantes.

Su obra de ciencia ficción, que es hoy mi objeto de reflexión, es puramente descriptiva; muestra, analiza, insinúa y rara vez se decanta por una postura salvo por las necesidades comerciales del final feliz que exigía su época. Su literatura elude sistemáticamente los temas clásicos de la opera espacial tan en boga entonces, extraterrestres, viajes en el tiempo, inventos insospechados, para adentrarse en un rigurosismo científico desconocido en la edad de oro de la ciencia ficción, de la que él fue un pilar fundamental. Y a pesar de ser uno de los maestros de la edad de oro es, para mí, el primer autor que entreabre la puerta a los autores de la “New Thing” que renuevan el género en los setenta. Autores de galaxias interiores, de interiorización científica, con una nueva visión del compromiso humano y no necesariamente del desarrollo científico.

Seguramente sus convicciones científicas y ateas se marcan de una forma indeleble en su forma de afrontar los problemas. Los objetivos de sus personajes no son trascendentes y para lograr esa trascendencia crea ciencias que permitan anticipar desde el presente, desde un presenta imaginario y, casi siempre, futuro, un futuro consecuente. Así  nacen la robopsicología y la psicohistoria, dos ciencias que, desde distintos ángulos, pretenden alcanzar la aplicación lógica al comportamiento humano, y ambas desde el estudio de los comportamientos anómalos de esa aplicación.

Tanto el Mulo como los robots de yo robot, son anomalías que ponen a prueba las ciencias por él imaginadas. En el caso de las fundaciones solo el paso del tiempo, y una mente analítica privilegiada, la de Hari Seldon, permiten que la anomalía sea corregida sin casi necesidad de intervención humana. En el caso de Yo Robot, de los robots “enfermos” de la obra, es, una vez más, la genialidad de Susan Calvin la que se pone en juego para lograr desentrañar un comportamiento no previsto, no acorde con lo programado, del robot y que pone en cuestión, por conflicto, la aplicación de las tres leyes de la robótica. En ambos casos hay una mente que es capaz de desmenuzar lógicamente los hechos hasta lograr presentarlos como un análisis riguroso de realidades que no contemplan ningún tipo de intervención sobrenatural, ni están sujetas a sistemas de valores.

Adentrarse en la lógica de la mano de Susan Calvin, y las singularidades de los cerebros positrónicos, es una las experiencias vitales más apasionantes que yo haya disfrutado. Hasta el punto de que, corriendo el año 71, mirando hacia mi futuro universitario y profesional, yo quise ser Susan Calvin, yo quise ser, ante el desconcierto general y las sonrisas condescendientes de quienes no sabían de que hablaba, estudiante de robótica.

En un país en el que no había aún, casi, ordenadores, en el que estudiar programación era una imposibilidad reservada a empleados de banca o de multinacionales mediante cursos privados, en el que hablar de robots, de ciencia ficción, de ordenadores, era ser señalado como un “chalao”, yo quería ser Susan Calvin, yo quería, como Asimov, asomarme al mundo de la lógica.

No de la lógica filosófica, de la lógica ética o de la lógica científica, no, al apasionante mundo de la lógica binaria, a ese apasionante mundo, no sé si se aprecia que la pasión persiste, en el que toda razón puede ser descompuesta hasta una cuestión original que no permite más repuesta que un sí, o un no. A un mundo en el que los matices no son otra cosa que racimos de decisiones binarias no resueltas.

Nunca pude ser, profesionalmente, Susan Calvin, pero a día de hoy, cada vez que me pongo ante un teclado con la intención de desarrollar un programa que ayude a solventar un problema, una rutina, una gestión, siento la pasión de estar educando un cerebro al que le digo qué, cómo y cuándo. La pasión del creador, del educador, enfrentado al logro de su obra. La pasión de desentrañar paso a paso, con lógica, cada uno de los pasos que me llevarán al objetivo final.

Y sí, sin ninguna duda, sin matices, aún me gustaría ser Susan Calvin.

martes, 10 de noviembre de 2020

La vida en besos

 ¿Qué besos son los más importantes? ¿Los dados? ¿Los recibidos? ¿Los que nunca salieron de nuestros labios? ¿De otros labios?

Posiblemente podamos analizar nuestra vida, nuestra personalidad, nuestra felicidad, recordando todos aquellos besos que guarda nuestra memoria y que están ligados a momentos y personas que fueron, o son, importantes en nuestro recorrido vital,  importantes para saber quiénes somos.

En un ejercicio literario, en una vuelta de tuerca a nuestro sentido lírico, podríamos definir los besos como los hitos que marcan los momentos importantes en el camino de nuestra vida, los señalizadores de aquellas huellas que otros han dejado en nosotros y que nosotros hemos podido dejar en vidas ajenas.

Hay besos de cariño, familiares. Hay besos de amistad, besos fraternos. Hay besos de amor, de deseo, de pasión, que no son los mismos aunque a veces tiendan a confundirse. Como hay besos intrascendentes y besos de traición. Y hay besos robados, besos de miel que fueron sin ser, volátiles, apuntados, besos en la frontera de lo real imaginado. Todos tienen rostro, sabor, memoria. Todos vienen rodeados de vivencias, casi todos siguen removiendo algo en nuestro interior cuando acuden, a veces inopinadamente, y se hacen presentes en nuestra imaginación. Incluso los ajenos, aquellos que fueron dados y recibidos sin que fuéramos sujeto.

Pero no todos los besos llegaron a ser reales, no todos encontraron la persona depositaria, o el momento adecuado, o la posibilidad de reciprocidad que hace que un beso sea algo más que un gesto. Y todos esos besos no dados también tienen su historia. Una historia, en muchos casos truncada, que en el recuerdo se recrea como hubiéramos querido que sucediera, una historia variable que visita los distintos universos que la imaginación nos permite visitar sin otro esfuerzo, sin otro requisito, que nuestra propia ensoñación.

Y si todos los besos tienen sabor, aroma, intensidad y sentimiento, los besos incompletos son capaces de tener varios sabores, varios aromas, varios sentimientos, y ahí radica su importancia, en la posibilidad de recrear nuestra vida desde un punto que nos marcan hasta un instante paralelo a nuestro huidizo presente, e imaginarnos como no hemos sido, como no hemos querido ser, como no hemos sido capaces de ser, en nuestro propio universo.

En su sentido primario, original, en su paladeo retrospectivo, simplificando, podríamos dividirlos en dos sentimientos de base: la frustración y la añoranza. Aunque también podríamos convenir en que la frustración puede producir añoranza y la añoranza tiene ribetes de frustración.

Yo diría que son de añoranza aquellos besos soñados en momentos juveniles, en enamoramientos tiernos, blancos,  que se evocan con una sonrisa suspirada, con un suspiro de lejanía inmediata. De añoranza son los que no se pueden  dar a personas queridas por su lejanía o su ausencia. De añoranza son los que no hemos dado, no hemos recibido, por cuitas y enfados a los que es difícil dar importancia. De añoranza son los que se sueñan y no se plasman.

¿Y de frustración? Seguramente los rechazados, los que quisieron ser y no tuvieron respuesta, los que se quedaron en gesto, en mueca, en deseo. También los dolorosos, los que quisiéramos que fueran nuestros pero nunca nos dieron, los que sin pertenecernos nos marcan y se cuelan en nuestros recuerdos.

Pero si algo nos da un poso de tristeza, si algo nos deja un resabor de dolor que no se alivia, de desazón intemporal y recurrente, son aquellos que no llegaron ni a gesto, que ni siquiera fueron insinuados, por cobardía, por timidez, por no hacer daño, por tantas razones que los humanos invocamos para cubrir nuestra propia incapacidad de mostrarnos como somos, de afrontar lo que deseamos con la libertad que, sin embrago, invocamos como si los demás fueran nuestros dueños y nosotros los esclavos.

No voy a hablar de los de traición, los que vienen con monedas y prendimientos, porque me niego a que sean  memoria, aunque su enseñanza perdure y forme parte de cómo somos, de cómo besamos, de cómo aceptamos otros besos.

¿Y de los intrascendentes? De esos no tengo recuerdos, apenas tengo recuerdos. Mi vida sería igual sin ellos.

sábado, 7 de noviembre de 2020

Deterioro Constitucional

 


Es fácil ignorar aquello que no se ha vivido. Es fácil quitarle importancia a aquellas cuestiones en las que uno no ha participado. Es fácil, demasiado fácil, repetir los errores que otros cometieron argumentando que las razones que nos mueven son diferentes, que nuestra base ética es suficiente para garantizar actuaciones de ética dudosa, pero lo único que garantiza la pureza ética de una medida es que no pueda ser usada en detrimento de los derechos fundamentales y, sobre todo, que esa utilización no de opción a que sea lesiva para los ciudadanos según los tiempos y las personas.

Cinco iniciativas sospechosas de ser anticonstitucionales, tres de ellas sospechosas de ir en contra de los derechos fundamentales, son demasiadas para asistir impertérrito a las maniobras de un gobierno que parece decidido, desde su debilidad manifiesta, y desde la capacidad camaleónico-discursiva de su líder, a tomar cualquier iniciativa que asegure su permanencia en el gobierno cueste lo que cueste y le cueste a quien le cueste.

Este discurso, éste ya decididamente frentista, contra una forma de gobernar en contra de las convicciones de la mayoría de los gobernados, sería menos virulento, menos rabioso, si todo ello se produjera en un entorno normal, si no se produjera desde una situación de indefensión de la ciudadanía provocada por una enfermedad y las medidas excepcionales, en mi opinión abusivas, que desarman cualquier posibilidad de respuesta por parte del tejido ciudadano.

En cualquier otro ámbito de la vida llamaríamos a ese tipo de actuación abusiva, cobarde, intolerable. Creo que ha llegado también el momento de llamárselo en el ámbito político. Habrá quién leyendo estas palabras considere que obedecen a un posicionamiento ideológico, pero seguramente a quién considere eso habrá que considerarlo, a su vez, como cómplice necesario de un proyecto, aún proyecto, de despropósito. Como un forofo de la política incapaz de un análisis riguroso de la realidad más allá de las consignas de su manada. Sí, me posiciono definitiva y radicalmente en contra de este gobierno, como me posicionaría con la misma indignación en contra de cualquier gobierno, de cualquier color, cuyas medidas pusieran en cuestión mis derechos y libertades y dejara asomar una deriva totalitaria.

Curiosamente, o no tan curiosamente, casi todas las iniciativas de las que hablo tiene un cierto tufillo franquista, en realidad absolutista, para aquellos que hemos vivido bajo una dictadura. Todas ellas evocan tiempos y vivencias pasados. Con otras palabras, con otros argumentos, pero con las mismas consecuencias. Y, repito, los fines declarados, su diferencia con aquellos, no son sí no palabras, los medios, la realidad, son sospechosamente semejantes, preocupantemente semejantes.

-Modificación de la norma para el nombramiento del Consejo General del Poder Judicial. Modificación para facilitar el nombramiento de esos jueces mediante mayoría simple en el parlamento, lo que equivale a que el gobierno se haga un traje a medida, una injerencia aún mayor, y ya lo era intolerablemente grave desde la última modificación del PP, del poder ejecutivo en el poder judicial. Una degradación grave de la calidad democrática de un país que ha supuesto, incluso, la intervención de la Comunidad Europea.

- Solicitud de hacienda para entrar libre y sorpresivamente en domicilios y empresas aún sin ninguna sospecha o evidencia. Esta medida es de una degradación democrática tal que solo sería concebible en un universo orwelliano, en un 2020 transportado a 1984. Afrenta la presunción de inocencia, destruye la inviolabilidad del domicilio y degrada al ciudadano, cada vez menos ciudadano y más contribuyente, a su condición medieval de siervo de la gleba. Nos retrotrae a aquellos tiempos en los que el recaudador, acompañado de soldados irrumpía en los poblados, en las casas y disponía sin control, ni reconocimiento de derechos, de aquello que le conviniera.

- Reinstauración de la censura, ahora llamada, porque lo importante es el nombre y no las funciones, “Comité de la Verdad”. Ya el nombre asusta porque presupone que hay un grupo de personas que es capaz de sentenciar la Verdad e imponérsela a todos los ciudadanos que, por consiguiente, vivirían en la mentira, o fuera de la verdad oficial. Y de la mentira al delito, y sus consecuencias penales, no hay un paso, no, hay apenas un suspiro. Y ya estamos en el ámbito del delito ideológico, de la instauración del delito de opinión, del pensamiento único, en el cercenamiento de la libertad de expresión. Y ya, también, se ha puesto sobre aviso a la Comisión Europea, tal vez, en los tiempos que corren, nuestra única garante contra derivas de vocación absolutista.

-La decisión de eliminar el castellano, o español, como lengua vehicular, o sea, en palabras llanas, cooficial y predominante en cuestiones comunes, lo que supone, de facto, cesar en la obligación de conocerla por parte de todos los ciudadanos, no se puede considerar una medida de corte absolutista, sí, seguramente, anticonstitucional, aunque por tales  podrían tenerse los  métodos y sus consecuencias. Las implicaciones políticas, económicas, educativas y sociales que comportan la medida serán difíciles de percibir hasta que empiecen a pasar algunos años, pero son de tal calado, suponen un tal empobrecimiento del entramado y la solidez del estado, que seguramente merecen comentarios más extensos y más expertos que este.

Y todo esto se produce en un anormalmente largo, infructuosamente preventivo, percibiblemente deseado, estado de alarma, que rebaja, de forma peligrosa, la capacidad de control al gobierno, y recorta sin paliativos los derechos individuales de los ciudadanos mientras los somete, por la propaganda a un estado de miedo pánico que los incapacita para ningún tipo de reacción

Recuerdo aún con nitidez las mañanas de secuestro de la revista Posible, años 70, de la que mis padres eran accionistas, el por entonces mi cuñado, Manuel Saco, creo recordar que era redactor jefe, y que dirigían Heriberto Quesada y Alfonso Sobrado Palomares, ambos amigos de la familia. Recuerdo las idas y venidas, y una cierta fatalidad, por el tema económico, divertida, por el tema político, que presidía la familia en lo que se esperaba la llamada definitiva de la censura que, casi indefectiblemente, comunicaba el secuestro de la publicación por sus opiniones sobre el régimen. ¿Cómo ahora? Posiblemente como ahora, aunque no sea ahora mismo. La semilla queda plantada. Y a nada que nos descuidemos otros vivirán esas mañanas, y artículos no muy diferentes de este podrán provocar esas vivencias.

Parafraseando ese dicho popular, que reza: “cuando el dinero sale por la puerta, el amor huye por la ventana”, podríamos concluir, y ojalá no sea profeta, que cuando el absolutismo, el populismo, se asoman por la ventana, la democracia suele salir a empellones por la puerta. El tiempo, ese juez infinito, quitará y dará razones.


domingo, 1 de noviembre de 2020

Diseño penitenciario

Recuerdo cierto cuento leído en los años setenta en el que un humano era secuestrado por una raza alienígena que lo encerraba en una jaula entre miles de jaulas. Los tales extraterrestres eran recolectores de especies para un zoo en su planeta natal. Sin entrar en detalles, el individuo era liberado y devuelto a nuestro planeta de forma inopinada. Al despedirse el tripulante que lo libera le explica: “Comprendimos que eras inteligente cuando ideaste un medio para atrapar a otro ser vivo”, haciendo referencia a una trampa fabricada para atrapar a un pequeño y extraño ser que deambulaba por su espacio de reclusión.

Desde que se ideó la posibilidad de castigar a los delincuentes, a veces simplemente disidentes, a veces solo enemigos, mediante su aislamiento del resto de la sociedad, haciendo que el castigo sea la restricción de derechos, los teóricos de las instituciones penitenciarias han ido perfeccionando el sistema, las características, la morfología del lugar idóneo para mejor cumplir con su objetivo.

Ha habido, a lo largo de la historia, intentos de todas clases para lograr que una consecuencia secundaria, que se acaba convirtiendo en el objetivo principal de la custodia de los internados, o internos, evitar su fuga para sustraerse a la condena, sea imposible. Tal vez, tanto en la realidad como en la literatura, el intento más habitual ha sido el de situar los entornos carcelarios en lugares cuyas características físicas disuadieran a los reclusos del intento de fuga. Entre estos lugares los desiertos, menos, y las islas, sobre todo, se han llevado la palma, sin olvidar, echando la vista hacia el futuro, las cárceles fuera  del planeta, ya fuera en la luna, en una estación espacial, o en una nave prisión.

Napoleón, el Conde de Montecristo, los reclusos de Alcatraz, los protagonistas de series como I-Land  o de películas como El Pozo, más recientemente, han sido  exponentes de esta tentativa en lograr que el entorno fuera incluso más disuasorio que los barrotes y los muros. La realidad y la ficción se dan la mano creando propuestas imaginativas, imposibles o, simplemente, irrealizables en la vida real.

La prisión perfecta no existe. ¿O sí? Tanto la pregunta como la respuesta admiten matices interesantes, admiten cuestiones planteables, admiten reflexiones imprescindibles si estamos interesados en nuestra propia libertad.

Seguramente, si lo pensamos, podríamos hacer un planteamiento teórico de las características básicas de una prisión perfecta, de una prisión que se constituya en una regularidad paralela, en una realidad alternativa en la que la libertad sea un delito a perseguir en aras de la libertad.

1.        El primer requisito, el que puede habilitar o invalidar a todos los demás es que no lo parezca, que no establezca barreas físicas que inviten a ser traspasadas, que no cree barreras psicológicas cuya superación constituya un desafío, que no marque un territorio definible que establezca ningún tipo de frontera entre libertad y confinamiento.

2.       Que su concepción sea aparentemente temporal, con una temporalidad corta, asumible, que cree la esperanza, el convencimiento, de que la espera es una opción más cómoda que el intento de fuga. Que la esperanza de un final inminente, a corto plazo, evite la búsqueda de un final abrupto, anticipado, con consecuencias no deseadas.

3.       Que sea universal, o en todo caso que su ámbito sea lo más amplio y cotidiano posible, que lo excepcional se convierta en común, en cotidiano, en una regla de normalidad compartida donde lo excepcional sea lo de fuera. Los salvajes de Un Mundo Feliz, el mundo exterior radiactivo de la fuga de Logan, o tantas otras sociedades distópicas descritas por distintos relatos de ficción, y, en cierta forma, las sociedades profundamente nacionalistas en la realidad, son un claro ejemplo de cómo constituir un ámbito cerrado que acaba considerándose libre en su cautiverio.

4.       Que lo solicite el propio interno por su bien. Que sea el mismo cautivo el que considere que su cautiverio es necesario, que es conveniente para él, por los motivos que sea. Por motivos éticos, por motivos egoístas, por motivos económicos, políticos o sociales, por motivos de agorafobia o de pandemia, que sea el mismo recluso el que exija su reclusión. Que esa reclusión pase de ser un castigo a ser un beneficio basado en un razonamiento personal, seguramente inducido.

5.       Que todos los internos sean al mismo tiempo reclusos y celadores. Que es casi una consecuencia inevitable del punto anterior. ¿Cómo permitir que el egoísmo ajeno, un equivocado, idealizado, para la mayoría, concepto de la libertad, ponga en peligro el confort de una reclusión casi placentaria? Todos los esfuerzos de los más débiles, críticamente hablando, irán encaminados a preservar contra los insolidarios libertarios el confort solicitado y conseguido. Y en esta situación todos los demás son sospechosos, enemigos potenciales, y todos y cada uno guardianes de una prisión cuyos barrotes acaban siendo la necesidad, seguramente inducida, de una falta de libertad confortable, rabiosamente asumida.

Al final, desgraciadamente, la prisión ideal es aquella, aquella sociedad, en la que se establece una realidad paralela, seguramente inducida, que considera norma y seguridad su propia renuncia a los derechos fundamentales, que entrega su libertad en aras de una seguridad que pudiera ser que nunca hubiera estado comprometida salvo por una inseguridad, seguramente inducida, que se puede llamar terrorismo, mercados o virus, y  que el instrumento máximo del poder, la propaganda, convierte en amenaza vital, y al mismo estado, en realidad el agresor, en garante de esa seguridad innecesaria, pero rabiosamente solicitada, desesperadamente anhelada.

Desde el final de la guerra fría que marcó la caída del muro de Berlín, como hecho emblemático, todos los grandes sucesos a nivel mundial apuntan a un recorte profundo en los derechos y libertades individuales. La irrupción del terrorismo islamista, las torres gemelas, su desarrollo por inmigrantes incontrolados en los países con mayor índice de libertad, y su aleatoriedad, en cualquier lugar, en cualquier momento, hacen que la población demande, para su mayor seguridad, un recorte en los derechos, una delegación atemorizada de la administración de esos derechos en el estado. Las sucesivas crisis financieras destrozan a la clase media, y por tanto, a las clases profesional e intelectual que son siempre el motor del progreso económico y social y marcan el puente de convergencia entre los poderosos y los menos favorecidos. Las crisis de salud: el SIDA, la gripe aviar, el ébola, las vacas locas y ahora el COVID-19, sumen a la población en un temor pánico que permite la puesta en marcha de medidas excepcionales cuya excepcionalidad, alargada en el tiempo y el espíritu de los ciudadanos, manejadas de forma conveniente desde la propaganda y la información interesada, pasan de excepcionales a cotidianas sin que la población sea consciente de ello hasta que es demasiado tarde.

Tengo la sensación, y no creo que sea el único, que estamos viviendo en nuestra carne un proceso inverso al descrito en “La Caverna” de Platón. Tengo la sensación, diría que la certeza, de que hemos vivido en el exterior y nuestros miedos nos han llevado a lo más profundo de la caverna, de la cárcel, a intentar ver el mundo exterior a través de las sombras que la realidad proyecta en ese fondo cavernario de nuestra celda colectiva, y que el miedo irracional, inducido y trabajado, está llevando a una gran cantidad de nosotros, de la sociedad, de la ciudadanía, del maltratado y manipulado “pueblo”, a cerrar nuestras propias argollas, a ceñir nuestras propias cadenas, en forma de miedos a la libertad. Miedo a ser dueños de nuestra propia vida, miedo a la libertad y a sus consecuencias y obligaciones, miedo a la necesidad de pensar por nosotros mismos. Miedo, en realidad, a la responsabilidad plena de nuestros actos y pensamientos.