Sostenía un amigo mío con empeño
que habíamos progresado mucho desde los tiempos en que vivíamos en grutas y
chozas. Argumentaba de forma incontestable para refrendar su opinión la mejora
de la calidad de vida, los servicios que la sociedad nos deparaba, las
infraestructuras, los derechos humanos, el arte, la cultura, los transportes,
la capacidad de alcanzar cualquier punto del mundo en un tiempo razonable, la
facilidad de comunicación…
Es verdad, es increíble la
cantidad de logros colectivos que hemos conseguido, pero…
Mientras asistía a la innumerable
enunciación de maravillas no podía quitarme de la cabeza unas imágenes que me
hacían dudar de tanta grandiosidad: No podía imaginarme una tribu en la que los
cazadores dejaran morir de hambre a algunos componentes del poblado a pesar de
haber comida. No conseguía representarme a los vecinos de un poblado pasando al
lado de un vecino necesitado ignorando su nombre y mirando para otro lado. No conseguía
formar en mi cabeza la imagen de una familia integrante de la tribu siendo expulsada de su
choza por falta de pago para dejarla continuación vacía mientras sus miembros han
de buscarse la vida.
Y es que algunos no nos
conformamos con nada. Tenemos todo el progreso del mundo a nuestro alcance y nos
ponemos a pensar en desgracias.
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