Toda crisis, toda enfermedad, deja secuelas, terribles algunas, apenas molestas otras, pero pocas crisis como esta, pocas enfermedades como esta, van a dejar en nuestra memoria, en la memoria de nuestro cuerpo, de nuestra sociedad, de nuestro futuro, llagas tan profundas, tan dolorosas, tan difíciles de superar como las que ya empezamos a atisbar.
Secuelas políticas, secuelas
económicas, secuelas sociales, secuelas educativas y secuelas médicas. Puede
que muchos sean medicamente asintomáticos, pero en el resto de los aspectos no
existen los asintomáticos, no existen los inmunes, ni pueden crearse
anticuerpos, ni esperar vacunas.
Vamos aprendiendo algunas cosas
sobre el virus, entre mentiras, falsedades y medias verdades. Va desvelándose
un enemigo que parece más feroz que contundente, más veloz que determinante,
más instrumento que fin. Pero entre las cosas más preocupantes que conocemos la
que más inmediata preocupación debe de producirnos es la infinita y cruel
variedad de secuelas que tras superarlo deja el virus en nuestro devenir médico
y convivencial, y todas ellas graves,
todas ellas suponen una posibilidad mortal y una certeza de pérdida de calidad
de vida, y de cercanía del entorno.
Desde luego lo que no contribuye
a la concienciación madura de los ciudadanos son la mentira permanente y el
terrorismo informativo que chocan con la realidad percibida en la vida
cotidiana. Cifras, montañas de cifras catastróficas que no se corresponden con
la percepción de la realidad cotidiana que nos encontramos en nuestro entorno,
en la calle. Cifras apocalípticas vertidas con una falta de rigor, de
veracidad, tal que acaban creando la sensación contraria a lo que pretenden.
¿Qué significado tenían los
muertos sin dar una escala referencial? ¿Qué significado tienen los contagiados
con una escala referencial inadecuada? ¿Por qué en la primera oleada se hablaba
de muertos y ahora de contagiados? ¿No hay muertos suficientes para asustar? ¿O
es solo incapacidad comunicativa? Si hablamos de muertos tendremos que hacer
referencia a una escala poblacional (cada cien mil habitantes), si hablamos de
contagios, la escala referencial adecuada es el porcentaje sobre pruebas
realizadas, no la población total. Por muchos, o muy pocos habitantes, que
tenga una población si hago 10 pruebas y hay diez positivos mi tasa de contagios
es del cien por cien, si hago diez pruebas y tengo dos positivos mi tasa de
contagio será del 20%. No importa cuantos individuos haya, solo importan los
que se someten a prueba y los resultados de esa prueba.
Y esta permanente mala
información puede ser inocente, por incapacidad, por ignorancia, pero, ya
pasado el tiempo, la permanente elección del dato epatante acaba percibiéndose intencionada
y provocando la cauterización de la concienciación en vez de su
sensibilización, que debería de ser el objetivo buscado.
Y si las secuelas médicas son
terribles, tanto las directas como las indirectas (el deterioro por encierro de
los mayores, las enfermedades cutáneas por el uso de mascarilla, la falta de
atención a otros enfermos por saturación, entre otras) no van a ser menos
terribles las no médicas.
En el plano económico pasarán
años, si es que vuelve, antes de que podamos recuperar la tasa de empleo. La
crisis, mal gestionada, mal dirigida, mal comunicada por interés político, se
produce en un momento en el que el empleo está en plana transformación por la
incorporación de las nuevas, ya no tanto, tecnologías, que parecen apuntar,
incluso, a un cambio de paradigma. Pero si el dato preocupante es la pérdida de
empleo, una mirada un poco más avisada nos pondrá sobre la pista de que el
verdadero drama económico es la destrucción de la clase media comerciante, que
sustenta, en España sobre todo, la mayor cantidad de riqueza circulante y la
mayor tasa de creación de empleo. ¿Quién va a crear el empleo en nuestro país?
¿El gobierno (todos funcionarios)? ¿Las multinacionales (cuatro españolas y
cinco extranjeras que coticen aquí)? ¿Cuántos sectores alrededor de la
hostelería se van a ver arrasados por los cierres primero y la subida de
impuestos después (automoción, seguros, producción agropecuaria, servicios, mobiliario,
…)?
No olvidemos tampoco la crisis
educativa. No vamos a ver las consecuencias de una formación no presencial
improvisada, sin los recursos mínimos imprescindibles, sin los docentes
preparados para hacerle frente, sin una guía política interesada en otra cosa
que los números, por supuesto sus
números, y en que los estudiantes sigan adelante sin importar su nivel de
conocimientos, hasta que pasen los años, hasta que tengamos ingenieros sin base
matemática, médicos sin base moral, anatómica o científica, hasta que no
tengamos gestores que solo conozcan el corta y pega, aunque puede que eso ya lo
tengamos. O dicho de otro modo, hasta que la mediocridad de las clases instruidas
haga más pobre, más entregada, más incapaz, la sociedad general.
La secuelas políticas, la
incapacidad, la mediocridad, el sectarismo, el desprestigio, la falta de rigor
público, la corrupción generalizada, pueden considerarse más precuelas que
secuelas en ese ya desprestigiado ámbito, pero su profundización agravada por
las crisis social, económica y educativa, puede sumir a este país, y no solo,
en unos tiempos aún más oscuros que los actuales para los conceptos de
democracia, de libertad, de igualdad, de solidaridad.
Y si además, como todo apunta,
alguien pretende corregir la deriva económica con los impuestos, ese
instrumento del poder tradicional, del poder absoluto, que la izquierda dice
manejar y maneja con impericia económica e ideológica, acrecentando la
pobreza y la deuda, y que la derecha
maneja con soltura, al fin y al cabo les es propia, acrecentando el abismo
económico entre pudientes y necesitados, estaremos cayendo en una abismo
insondable. La política impositiva nunca podrá ser la solución a una brecha
económica que cada facción ideológica, cada una a su manera, tiene interés en
resaltar.
La crisis social pude ser, seguramente sea, será, la gran
secuela de una crisis que no por largamente anunciada logró que la sociedad y
sus teóricos representantes se prepararan para afrontarla. Un feroz, inclemente
e interesado confinamiento ha alejado a las familias, a los amigos. La gente,
por la calle, ya no sabe saludarse. Han desaparecido el confort del abrazo, la
cercanía del beso, la calidez del contacto y han sido sustituidos por el recelo
hacia el otro, por el nerviosismo de unos gestos en los que no creemos, por el
autoconfinamiento pánico, histérico, castrante, que el terrorismo informativo
induce en las mentes más impresionables. Pero, con todo, posiblemente la más
desgarradora e irreparable secuela de esta pandemia sea la brecha económica, ya
antes casi insalvable, y que tal como apunta se puede convertir en endémica.
Al final, suponiendo que exista, suponiendo que entre las
vacunas anunciadas haya alguna real, suponiendo que entre las vacunas
prometidas haya alguna que sea algo más que un placebo, suponiendo, y conste
que yo no lo supongo, que el virus pueda ser erradicado o controlado, los ricos
se habrán hecho mucho más ricos y los pobres se habrán acercado mucho más a ser
una clase subvencionada, improductiva y cautiva de una clase política que
promete lo que no está a su alcance, o que ni siquiera tiene interés en cumplir.
Yo espero no vivir para contemplar una secuela social,
económica, médica, educativa, que permita crear espacios libres de enfermedad y
convertirlos en mercancía. Al tiempo.