domingo, 25 de octubre de 2020

Las secuelas

 Toda crisis, toda enfermedad, deja secuelas, terribles algunas, apenas molestas otras, pero pocas crisis como esta, pocas enfermedades como esta, van a dejar en nuestra memoria, en la memoria de nuestro cuerpo, de nuestra sociedad, de nuestro futuro, llagas tan profundas, tan dolorosas, tan difíciles de superar como las que ya empezamos a atisbar.

Secuelas políticas, secuelas económicas, secuelas sociales, secuelas educativas y secuelas médicas. Puede que muchos sean medicamente asintomáticos, pero en el resto de los aspectos no existen los asintomáticos, no existen los inmunes, ni pueden crearse anticuerpos, ni esperar vacunas.

Vamos aprendiendo algunas cosas sobre el virus, entre mentiras, falsedades y medias verdades. Va desvelándose un enemigo que parece más feroz que contundente, más veloz que determinante, más instrumento que fin. Pero entre las cosas más preocupantes que conocemos la que más inmediata preocupación debe de producirnos es la infinita y cruel variedad de secuelas que tras superarlo deja el virus en nuestro devenir médico y convivencial,  y todas ellas graves, todas ellas suponen una posibilidad mortal y una certeza de pérdida de calidad de vida, y de cercanía del entorno.

Desde luego lo que no contribuye a la concienciación madura de los ciudadanos son la mentira permanente y el terrorismo informativo que chocan con la realidad percibida en la vida cotidiana. Cifras, montañas de cifras catastróficas que no se corresponden con la percepción de la realidad cotidiana que nos encontramos en nuestro entorno, en la calle. Cifras apocalípticas vertidas con una falta de rigor, de veracidad, tal que acaban creando la sensación contraria a lo que pretenden.

¿Qué significado tenían los muertos sin dar una escala referencial? ¿Qué significado tienen los contagiados con una escala referencial inadecuada? ¿Por qué en la primera oleada se hablaba de muertos y ahora de contagiados? ¿No hay muertos suficientes para asustar? ¿O es solo incapacidad comunicativa? Si hablamos de muertos tendremos que hacer referencia a una escala poblacional (cada cien mil habitantes), si hablamos de contagios, la escala referencial adecuada es el porcentaje sobre pruebas realizadas, no la población total. Por muchos, o muy pocos habitantes, que tenga una población si hago 10 pruebas y hay diez positivos mi tasa de contagios es del cien por cien, si hago diez pruebas y tengo dos positivos mi tasa de contagio será del 20%. No importa cuantos individuos haya, solo importan los que se someten a prueba y los resultados de esa prueba.

Y esta permanente mala información puede ser inocente, por incapacidad, por ignorancia, pero, ya pasado el tiempo, la permanente elección del dato epatante acaba percibiéndose intencionada y provocando la cauterización de la concienciación en vez de su sensibilización, que debería de ser el objetivo buscado.

Y si las secuelas médicas son terribles, tanto las directas como las indirectas (el deterioro por encierro de los mayores, las enfermedades cutáneas por el uso de mascarilla, la falta de atención a otros enfermos por saturación, entre otras) no van a ser menos terribles las no médicas.

En el plano económico pasarán años, si es que vuelve, antes de que podamos recuperar la tasa de empleo. La crisis, mal gestionada, mal dirigida, mal comunicada por interés político, se produce en un momento en el que el empleo está en plana transformación por la incorporación de las nuevas, ya no tanto, tecnologías, que parecen apuntar, incluso, a un cambio de paradigma. Pero si el dato preocupante es la pérdida de empleo, una mirada un poco más avisada nos pondrá sobre la pista de que el verdadero drama económico es la destrucción de la clase media comerciante, que sustenta, en España sobre todo, la mayor cantidad de riqueza circulante y la mayor tasa de creación de empleo. ¿Quién va a crear el empleo en nuestro país? ¿El gobierno (todos funcionarios)? ¿Las multinacionales (cuatro españolas y cinco extranjeras que coticen aquí)? ¿Cuántos sectores alrededor de la hostelería se van a ver arrasados por los cierres primero y la subida de impuestos después (automoción, seguros, producción agropecuaria, servicios, mobiliario, …)?

No olvidemos tampoco la crisis educativa. No vamos a ver las consecuencias de una formación no presencial improvisada, sin los recursos mínimos imprescindibles, sin los docentes preparados para hacerle frente, sin una guía política interesada en otra cosa que los números,  por supuesto sus números, y en que los estudiantes sigan adelante sin importar su nivel de conocimientos, hasta que pasen los años, hasta que tengamos ingenieros sin base matemática, médicos sin base moral, anatómica o científica, hasta que no tengamos gestores que solo conozcan el corta y pega, aunque puede que eso ya lo tengamos. O dicho de otro modo, hasta que la mediocridad de las clases instruidas haga más pobre, más entregada, más incapaz, la sociedad general.

La secuelas políticas, la incapacidad, la mediocridad, el sectarismo, el desprestigio, la falta de rigor público, la corrupción generalizada, pueden considerarse más precuelas que secuelas en ese ya desprestigiado ámbito, pero su profundización agravada por las crisis social, económica y educativa, puede sumir a este país, y no solo, en unos tiempos aún más oscuros que los actuales para los conceptos de democracia, de libertad, de igualdad, de solidaridad.

Y si además, como todo apunta, alguien pretende corregir la deriva económica con los impuestos, ese instrumento del poder tradicional, del poder absoluto, que la izquierda dice manejar y maneja con impericia económica e ideológica, acrecentando la pobreza  y la deuda, y que la derecha maneja con soltura, al fin y al cabo les es propia, acrecentando el abismo económico entre pudientes y necesitados, estaremos cayendo en una abismo insondable. La política impositiva nunca podrá ser la solución a una brecha económica que cada facción ideológica, cada una a su manera, tiene interés en resaltar.

La crisis social pude ser, seguramente sea, será, la gran secuela de una crisis que no por largamente anunciada logró que la sociedad y sus teóricos representantes se prepararan para afrontarla. Un feroz, inclemente e interesado confinamiento ha alejado a las familias, a los amigos. La gente, por la calle, ya no sabe saludarse. Han desaparecido el confort del abrazo, la cercanía del beso, la calidez del contacto y han sido sustituidos por el recelo hacia el otro, por el nerviosismo de unos gestos en los que no creemos, por el autoconfinamiento pánico, histérico, castrante, que el terrorismo informativo induce en las mentes más impresionables. Pero, con todo, posiblemente la más desgarradora e irreparable secuela de esta pandemia sea la brecha económica, ya antes casi insalvable, y que tal como apunta se puede convertir en endémica.

Al final, suponiendo que exista, suponiendo que entre las vacunas anunciadas haya alguna real, suponiendo que entre las vacunas prometidas haya alguna que sea algo más que un placebo, suponiendo, y conste que yo no lo supongo, que el virus pueda ser erradicado o controlado, los ricos se habrán hecho mucho más ricos y los pobres se habrán acercado mucho más a ser una clase subvencionada, improductiva y cautiva de una clase política que promete lo que no está a su alcance, o que ni siquiera tiene interés en cumplir.

Yo espero no vivir para contemplar una secuela social, económica, médica, educativa, que permita crear espacios libres de enfermedad y convertirlos en mercancía. Al tiempo.

sábado, 24 de octubre de 2020

El verbo preveer 2020

 

Estamos "podidos"(*) , sin duda, y nos quejamos. Si, en plural, en este país todos nos quejamos de algo y, en un alarde sin precedentes de unanimidad de opinión, todos nos quejamos de los políticos que tenemos. Un poco como, adaptando el dicho, cada uno con sus quejas y los políticos en las de todos.

Y ante esta tesitura, la de la unanimidad, solo existen dos opciones:  o tenemos unos políticos ineptos, corruptos, insensibles y sordos, o aquí hay algo que falla y ellos son tan víctimas como nosotros.

Así que como la opinión generalizada ya hace años que se ha decidido por la primera opción yo, en mi incansable búsqueda de la otra verdad, he decidido investigar con el rigor que me caracteriza las posibles pruebas de que la segunda opción sea la verdadera.

Y ya puesto a la faena me he encontrado con la prueba definitiva de que los políticos no son los culpables de su propia ineptitud, no, la culpa es de la Real Academia de la Lengua, y en último caso del idioma, posiblemente, y ya remontando de verdad, incluso del latín que siendo como es la fuente principal del nuestro nos incapacitó para resolver algunos temas.

Por partes. Todos sabíamos lo que podía pasar si se aprobaba el estado de alarma, todos sabíamos lo que podía pasar con el COVID, todos sabíamos lo que iba a pasar con la crisis, todos podíamos prever las consecuencias de determinados sucesos, ¿Y los políticos?, los políticos también, preveían, pero ahí se quedaron, en preverlo y sin proveer las medidas necesarias, las acciones fundamentales para evitar las consecuencias, todos hicieron el Don Tancredo de los videntes.

¿Es que nuestros políticos, esos esforzados y sacrificados seres humanos, son unos incapaces? Si, definitivamente sí, pero lo son porque el lenguaje no los provee de una herramienta que les impida, que los aboque, a la resolución de los problemas y no solo a su deseperada previsión y enumeración.

Así que fruto de este sesudo y clarividente estudio propongo la creación del verbo “preveer”. Un híbrido de los verbos prever y proveer que asegurará que todo aquel que prevea un problema pueda en la misma acción verbal proveer los medios necesarios para su evolución indeseada.

Mediante este verbo todo el que prevea proveerá. Es decir, y utilizando el nuevo verbo, “preveerá”. Y yo ya he previsto que nadie me va a hacer ni caso y he decidido proveerme de unas vacaciones que me permitan recuperarme de mi agotamiento intelectual. Esta todo “preveisto”.

Nota del autor: “Actualidad escrita hace 5 años, me ha bastado cambiar el estatuto catalán por estado de alarma y el ébola por el coronavirus”

(*)podidos, del verbo arregular podar. Estamos podidos es equivalente a estar j**idos y recortados (podados), en este caso en nuestros derechos.

domingo, 18 de octubre de 2020

Puntos de vista

 Oigo hablar de percepciones, de puntos de vista, de interpretaciones, de maneras de enfocar un problema. Y aunque últimamente solo oigo hablar de un problema y el surtido de percepciones, casi todas contradictorias, se refieren a su solución, o, para ser más exactos, a su futura solución, las percepciones, o ámbitos de percepción, son casi invariablemente los equivalentes para cualquier otro problema.

En este problema que nos acucia, el coronavirus, desde el primer momento he tenido la percepción de que nadie nos cuenta la verdad, o de que todos nos mienten, que, al fin y al cabo acaba siendo la misma cosa. Pero esa percepción, sin variar en el fondo, sí ha variado en la motivación: empecé pensando que nos mentían por ignorancia, luego pensé que nos mentían por incapacidad, pero ahora mismo pienso que nos mienten por soberbia y por interés. Claro, es mi punto de vista, que no tiene por qué ser mejor que el suyo, el de usted estimado lector, o el suyo de ellos, de los que tendrían que estar llamados a informar y formar nuestros puntos de vista.

¿Y quiénes son ellos? –y parezco Perales-, pues los que están en boca de todos, los científicos y los economistas, los que todos invocan, los políticos, organizaciones mundiales y actores sociales, y a los que todos ignoran, los ciudadanos de a pie.

Así, a primera vista, la simplificación que lleva a la confusión, seguramente interesada, me parece evidente, y permite ser usada con absoluta inadecuación y descaro por los beneficiados de que la gente de a pie no tenga un punto de vista propio, independiente, inteligente. Nada nuevo.

El debate está planteado entre los puntos de vista de los científicos y de los economistas. Así, a lo bruto, sin matices, como si fuera el día después del sorteo de navidad y nosotros fuéramos de los no agraciados: “lo importante es la salud”, suele decirse con un toque de falsa resignación. Está claro, los muertos no necesitan economía. Pero los vivos sí, sobre todo los más desfavorecidos, que al final de una crisis suelen ser más, en número, y menos, en capacidad económica y social. El caso es que, según la conveniencia e interés, el título de científico es otorgado o retirado por las facciones opinantes sin ningún rigor, ni conocimiento

Para empezar suele meterse en un mismo lote, o grupo, para evitar ofensas, a los médicos, a los científicos y a los “expertos”. Todos son científicos si dicen lo que de antemano queremos oír, y todos son unos indocumentados, o unos visionarios, o unos vendidos, o unos charlatanes,  si opinan lo contrario. ¡Que bobada!

El bloque de los llamados científicos, nos pongamos como nos pongamos, es un pandemónium sin posible uniformidad de criterio, ni de formación. Ni todos los médicos son científicos, ni todos los científicos son médicos, ni todos los que se desenvuelven en el mundo de la medicina son ni una cosa ni la otra, pero parece que son los únicos a tener en cuenta en cuanto a su punto de vista, según la mayoría de los opinadores oficiales y oficiosos.

Claro que parece ser, y esto es pura observación personal en el tráfico de las redes sociales, que solo son serios y fiables los que opinan a favor del gobierno, mientras que los que opinan de otra forma, son profundamente sospechosos de motivos políticos al pronunciarse. Más simples que el mecanismo de un chupete.

El caso es que, nos pongamos como nos pongamos, si solo tenemos en cuenta el punto de vista médico, la solución al problema será puramente médica, sin tener en cuenta ningún otro factor, sin tener en cuenta que los vivos tienen necesidades  que no se contemplan en una pura solución cuya principal motivación puede ser  preventivista, cuando no anticipatoria, con lo que eso supone de cuestionable incluso dentro de la misma profesión médica.

Nadie quiere muertos, nadie puede contemplar impávido la muerte a su alrededor, su propio riesgo de morir, sin sentir un pellizco en el alma, pero eso no significa que entreguemos nuestro futuro, nuestro bienestar y nuestras libertades en manos de un punto de vista previsible y sin equilibrio. Y en ello estamos

Tampoco el punto de vista que aportan los economistas difiere mucho, en su parcialidad y falta de análisis suficiente de las consecuencias, del científico, pero en este caso solo se analiza la parte económica, y las medidas médicas oscilarán entre la carencia y la insuficiencia. Su principal preocupación, característica de los mal llamados actores sociales, será el estado de beneficios de la gran empresa y la consolidación de unos presupuestos de aliño que permita la permanencia del consumo y la mínima inversión en infraestructuras que palíen de forma real las necesidades de ellas que la crisis ha dejado al descubierto. Ni las organizaciones empresariales, ni los sindicatos, ni los teóricos económicos de la macroeconomía, tienen demasiado que decir en cuestiones médicas, ni representan a una sociedad basada en una economía de autónomos y pequeños empresarios a los que nadie tiene en cuenta.

¿Y entonces? Entonces hace falta una clase política con un punto de vista capaz y comprometido con el bienestar de los ciudadanos que sea capaz de poner en marcha las medidas necesarias para paliar la crisis médica sin crear una incapacitante crisis económica que arrastre a una sociedad a un calvario del que difícilmente se podrá salir en  años y que, permítaseme la maldad, tiene el diseño perfecto de fosa común para la clase media.

Pero en esta país la clase política no tiene otro proyecto conocido que mantenerse en el poder, que atacar con ferocidad y sin reparar en daños al contrario con todos los medios a su alcance, crisis incluida,  y no tiene otra capacidad conocida que una mediocridad política e intelectual incapacitante, ni tiene otro argumento que la maldad de la alternativa, ni sus líderes otro proyecto que ser el más listo de los tontos.

Nadie nos lo cuenta, y solo los crédulos lo ignoran, todos acabaremos, antes o después, infectados por este virus y por otros. La infección la contraeremos en el interior de algún lugar donde nos habremos reunido con algún fin con alguno, o algunos, que ya lo tenían. Alguno lo desarrollará de forma grave, y la mayoría no. Pase el tiempo que pase las infraestructuras no habrán mejorado porque los presupuestos centrales y autonómicos no contemplan tal posibilidad. La clase media saldrá doblemente empobrecida, o no saldrá, en muchos casos, de la doble trampa económica que la mediocridad y afán de protagonismo habrá provocado en la sociedad: trampa de consumo provocada por un confinamiento errático, inútil y puramente estético, y trampa impositiva usando los recursos fiscales para rematar el empobrecimiento de aquellos ya perjudicados por la crisis principal.

Claro que este es solo mi punto de vista, porque lo tengo, porque me permito tenerlo , sea certero o no, al margen de los puntos de vista oficiales, aplaudidos, consentidos y castrantes. Y, por no callarme nada, en este país no habrá soluciones mientras no haya DEMOCRACIA: LISTAS ABIERTAS, CIRCUNSCRIPCIÓN ÚNICA. Un hombre un voto, en la calle y en el congreso. En este país no habrá soluciones mientras no podamos lograr el gobierno de los mejores y no, como tenemos en la actualidad, el de los más avispados entre los más mediocres, el de los tuertos.

domingo, 11 de octubre de 2020

Las matemáticas y dios

 Cuando hablamos de dios es complicado elegir en los términos en los que podemos sostener un discurso, puesto que hablamos de ideas, de supuestos, de entelequias, incluso de inexistencias.

Suele suceder esto porque intentamos reducir el concepto de dios a las dimensiones humanas, intentamos explicar a dios desde una concepción antropomorfa en vez de considerar a dios como un concepto global que no interacciona, que no necesita demostración y que no resiste el fraccionamiento. O, para dejarlo más fácil, identificar a dios con lo inexplicado y lo inexplicable.

La ciencia, esa divinidad humana que se considera capaz de explicarlo todo, también suele caer en esa tentación y parte de la consideración de que no puede existir nada más allá de lo que son capaces de ver o de imaginar, a pesar de que cada descubrimiento que realiza suele llevar aparejadas nuevas percepciones, nuevas posibilidades, a pesar de que sus mismas herramientas reconocen su imposibilidad de acercarse a una verdad universal.

Si yo tuviera que intentar explicar mi concepto de dios, un dios no revelado, un dios no consciente, un dios no intervencionista, elegiría las matemáticas como posible medio de alcanzar lo que inicialmente me parece inalcanzable. Esa es una de las virtudes de la matemática, de la matemática como herramienta filosófica, que permite proyectar hasta casi alcanzar lo inconcebible.

¿Qué es dios? Dios es el conjunto, o entorno, compuesto solamente por  todos  los números naturales, un entorno en el que no existen los fraccionarios, ni los irracionales. ¿Qué es dios? Dios es la escala única. ¿Qué es dios? Dios es la base1.

Cualquiera de estas proposiciones puede acercarnos, aunque sea especulativamente, al concepto de dios, e intentaré explicarlo con la torpeza que la dimensión y mi escasez de conocimientos me permitan.

El primer problema de la ciencia es su fundamento,  su necesidad de comprenderlo todo, su necesidad de establecer unas unidades referenciales, que son consecuencia de su percepción limitada del entorno, para explicarlo todo. Y no ha sido poco problema, ya que nuestras medidas, nuestro sistema de organización numérica, nuestra reglamentación comprensible y compartible del entorno, no ha sido homogénea hasta hace apenas trescientos años.  En realidad sigue sin serlo totalmente.

Hasta la revolución francesa cada lugar tenía sus propias medidas, medidas que tenía que convertir a otras si el investigador, el comerciante, o el usuario tenían que adaptar algún cálculo a las suyas con la consiguiente pérdida de precisión que tal operación suponía. Incluso cada actividad tenía sus propias unidades: los marinos, los terratenientes, los agricultores, los prestamistas, los constructores. Una infinidad de interpretaciones dispares del entorno que el hombre iba creando según su necesidad de medir, de contar, de pesar el mundo que contemplaba, que manejaba, para hacerlo perceptible en sus propias dimensiones.

Había sistemas numéricos en infinidad de bases, según la cultura local. Base veinte, base diez, base doce, base seis, base quince, todas ellas bastante antropométricas. Había unidades de peso según el peso de una semilla, de un recipiente, de un mineral. Había medidas de longitud que se referían al pie, al codo, al pulgar, a la extensión de los brazos, a la longitud de una zancada.

Me pregunto por primera vez, ¿es posible medir la existencia en codos? ¿Pesar el universo en arrobas? ¿Concebir un concepto de dios en base doce? ¿Limitar el universo en metros? ¿Comprender la infinitud de las capas de lo surgido observando desde la escala humana?

Me temo que no. Me temo que la dimensión humana de la ciencia salpica incluso a su capacidad de especulación. El ser humano es capaz de imaginar solo aquello que puede acabar llevando a cabo.

Los números fraccionarios, los números irreales, son un reconocimiento de la incapacidad del hombre para comprender el universo. Los números periódicos dan una devastadora idea de su incapacidad de ser exacto, que es el único camino para llegar al conocimiento real. ¿Cómo puede ser los números que sustentan el universo, el pi y el phi, sean periódicos indeterminados, inexactos, imposibles?

El concepto de dios como principio integrador de todo lo que existe, lo que no existe, lo que nunca existirá, ha existido o es inconcebible, no puede tener decimales, no puede expresarse en negativo, no puede aceptar un periódico puro, porque va en contra de su misma esencia, de su misma infinitud. El universo mide siete coma cuarenta y cinco, cuarenta y cinco, cuarenta y cinco, periódico puro, pulgadas divinas. ¿En serio? ¿A la unidad se le escapado un decimal y ha comprometido su propia esencia de exactitud, de totalidad? La unidad, la totalidad, no admite representaciones fraccionarias, ni imágenes negativas, ni redundancias.

Por eso precisamente tengo la convicción de que la mejor expresión de este dios conceptual al que intento acercarme solo puede ser la base 1, esa base en la que solo existen el cero y el infinito, o el cero y el cero, si nos ponemos trascendentes. Creo que el génesis lo explica magníficamente, en principio no había nada hasta que dios decidió crearlo todo a partir de nada. El que nosotros estemos en un punto imposible de la eternidad que transcurre entre el cero y el cero, y que hayamos creado una entelequia llamada tiempo para poder ser conscientes de nosotros mismos, el que los tiempos percibidos entre el comienzo y el comienzo sean, a escala humana, apabullantes, no hace más plausible que exista ese tiempo, ni que transcurra un solo e imposible instante entre nada y nada. Dios es base uno, es nada y todo en el mismo e inexistente, imposible, inimaginable punto que es la eternidad. Principio y fin, ¿Nos suena?

¿Podemos entonces pensar, lo que supone existencia y consciencia, que no hay una diferencia real entre existir y no existir? ¿Qué esa falta de diferencia es, precisamente, la esencia de dios?

Juguemos por último al juego de las escalas. “Todo lo que es arriba, es abajo. Todo lo que es dentro es fuera”. Este principio del Kybalión, atribuido a Hermes Trimegisto, puede resumir la esencia del concepto de totalidad infinita, de eternidad, que podemos nombrar como dios. Todo lo que existe en una escala existe en todas las escalas, en las infinitamente grandes, exteriores, y en las infinitamente pequeñas, interiores, hasta que ambas tendencias se encuentran, cosa que sucede en todas ellas, porque todas las escalas, en su plena aceptación, solo son una. Cuando el interior se hace exterior, y el exterior interior, deja de existir tal dualidad y existe la unidad. Ouroboros.

Imaginemos un espejo enfrentado a un espejo. ¿Cuál de las imágenes reflejadas es la auténtica? ¿Hasta qué escala inferior y superior llega la capacidad de reflejarse? Cada vez más, con mayor frecuencia, las imágenes captadas por los microscopios y las de los telescopios se confunden y somos incapaces de distinguir unas de otras. Cada vez más, según avanzan las posibilidades, la percepción de lo grande y lo pequeño se identifican, se asemejan, se unifican.

La ciencia nunca alcanzará el concepto último de dios, simplemente porque es inalcanzable salvo desde la plena identidad. La partícula divina, la llamada partícula divina, por ejemplo, no es otra cosa que una forma de denominar un descubrimiento, como en tiempos de los griegos se denominó átomo, indivisible, a la partícula más pequeña que entonces fueron capaces de concebir. Después, transcurrido un tiempo, la misma ciencia se desdice para encontrar algo más grande, algo más pequeño, algo más elemental, algo más allá, que rebate esa soberbia con vocación mística de algunos científicos. El universo mismo, con su inmensidad, tal vez no sea más que una ínfima infinitud de la eternidad. La misma limitada vida, capacidad, tamaño, existencia del hombre, ya nos pone sobre la pista de que lo infinito nos es inalcanzable, y la eternidad simplemente nos resulta inconcebible, lo que no quiere decir que exista, o que no exista, o ambas cosas en plena identidad. Tal como empieza a apuntar la física cuántica las partículas no se definen hasta que son observadas. Tal vez la existencia no se sustancia hasta que se invoca. Tal vez. O tal vez no. O ambas cosas.

sábado, 3 de octubre de 2020

Llanto por la democracia

 Lo confieso, sin rubor, hoy sentarme al teclado es un castigo a mi ánimo sombrío, a mi desanimo avergonzado, a mi vergüenza ajena, al sentimiento de ajeno que todo lo que está sucediendo me produce.

Observo con estupor, con rabia, con una absoluta incredulidad la desastrosa deriva que las ideologías han introducido en los últimos años en nuestras vidas y tiemblo por el futuro, por cualquiera de los futuros, que se atisba tras el odio, el frentismo, el ambiente pre bélico en el que parecemos sumidos. Por ese futuro que parece que aguarda a mis hijos, a nuestros nietos.

Nunca me he llamado a engaño, nunca he sido especialmente optimista sobre la calidad democrática que nuestro país, sobre todo desde el último mandato de Aznar hasta hoy, estaba aplicando. La ley electoral que primaba la preponderancia de los partidos sobre la representatividad de los ciudadanos, no parecía exactamente una democracia. La intromisión consentida, regulada, progresiva, acaparadora y protagonista, del poder ejecutivo en los otros poderes, propiciando una ignorancia de la necesidad de su separación extrema, tampoco dejaba mucho lugar a la esperanza.

Pero nadie, en plena euforia del 78, podía adivinar que la mediocridad ascendente, castrante y acaparante, de los políticos y de sus militantes podría conducir al bochornoso espectáculo de la actualidad, al desesperanzado atisbo a los futuros previsibles.

¿Puede la democracia tener apellidos? Yo creo que no, que hay democracia o no la hay. Cuando alguien le pone apellidos a la democracia lo único que pretende es desvirtuarla en su propio beneficio. Estamos en una democracia forofista, frentista, cuyo único fin es intentar llevarnos a cualquier precio hacia una democracia popular o hacia una democracia orgánica. Nadie tiene interés en respetar otra libertad que aquella que cada uno concibe. Nadie pretende, o parece pretender, otra cosa que tener el poder suficiente para imponerle al resto su visión de la sociedad. Sin concesiones, sin otro pasado que el suyo, sin otro futuro que aquel en el que toda la sociedad es como él la sueña. Eso, sí, a cualquier precio.

¿Puede la democracia resistir el insulto? Yo creo que no, que no hay democracia sin respeto al que piensa diferente. Luego vienen los que argumentan que no se puede respetar al que no respeta, y de repente nos encontramos con que basta con incluir en la categoría de los que no respetan a cualquiera que piense diferente y ya tenemos una sociedad en la que lo importante no es la convivencia, esencia de la democracia, si no la preponderancia, base del totalitarismo.

¿Puede la democracia resistir la intolerancia? Yo creo que no, que no hay democracia sin la permisividad imprescindible para escuchar, debatir, rebatir y compartir. No hay democracia sin diálogo, sin sentir la necesidad de diseñar un espacio de convivencia en el que los ajenos se sientan casi tan cómodos como los afines, un espacio de convivencia sin agresiones ni frentismos, un espacio de convivencia justo y estable.

¿Puede la democracia resistir la mentira? Yo creo que no. Ninguna mentira, ni la verdad variable, ni siquiera la finta dialéctica, permiten la confianza en alguien que hace del lenguaje inconcreto, de las palabras huecas, de las tergiversaciones, del permanente cambio de discurso según lo que le convenga, de la negación del contario por el simple hecho de serlo, la esencia de su discurso. Claro que esta es la característica principal de la democracia forofista. El líder sabe, y lo usa con descaro, como desafío, sin recato, que si ayer su cla aplaudió su discurso, hoy sus forofos aplaudirán otro que diga lo contrario, y lo justificarán sin importar las contradicciones con lo dicho anteriormente. Lo ha dicho el líder, el aparato propangandista del partido, punto final.

No, la democracia no resiste ninguna de estas características, ni el frentismo, ni el sectarismo, ni el predominio de las minorías, ni el populismo, ni el fascismo, ni el mesianismo, ni el recorte de libertades, ni la desigualdad económica, ni la utilización partidista de los problemas, sean económicos, médicos, legales o sociales, ni la ambición desmedida de los líderes, ni la falta de una educación o de proyecto de educación, ni la mediocridad inducida de los mediocres, ni la falta de controversia, ni las uniformidades impuestas, ni tantas otras cosas que observo cuando me asomo a las ventanas de mi casa.

Cuando me asomo a las ventanas que dan a la calle. Cuando me asomo a las ventanas del cuarto poder, también intervenido, también silenciado, también integrado en el poder único que todo lo quiere controlar. Cuando me asomo a las ventanas mediáticas, empañadas de odio, de intolerancia, de frentismo, de forofismo. Todas la ventanas me asoman a un presente repugnante, a un futuro sin esperanza, sin democracia, sin equidad, sin libertad, sin fraternidad.

No forofos, no, vosotros, los mal llamados militantes, los aplaudidores de ignominias, mentiras y falacias, los tristes cabestros de un rebaño sin bravos, las huestes del hostigamiento popular, populista, populachero, las mediocres y entregadas tropas de mesías sin paraíso, sois el verdadero cáncer de la democracia. Representáis las amargas lágrimas de una esperanza que no pudo ser. Levantáis las barreras con palabras que nunca debieron de ser pronunciadas pero que hacéis vuestras. Palabras que defendéis no por lo que digan, sino por quién hayan sido pronunciadas. Palabras que entierran la razón, el futuro, la esperanza.

Yo lloro hoy por la democracia, por la que pudo ser y no la dejaron, por la que pudimos construir y destruimos día a día, por la que hubiéramos podido legar en vez del páramo que legamos. Y aún ahora habrá quien piense que hablo de los otros , o de ellos, y no que hablo, como hablo, de todos nosotros, de todos los que de una forma u otra, votando, justificando, insultando, denigrando, o mirando para otra parte, permitimos este estado de las cosas. Fomentamos el llanto, el pésame y el profundo llanto, por una democracia que no tenemos valor, independencia o criterio, para defender.