sábado, 28 de noviembre de 2015

Y viceversa

Llevo una larga temporada dándole vueltas en mi cabeza con inquietud, con resignación, con envidia. Llevo, en realidad, toda la vida comprobando como los demás países de nuestro entorno, civilización, “mundo”, e incluso los de otros, se agrupan en torno a unos símbolos que parecen identificarlos incluso cuando se matan entre ellos. Y mientras en el nuestro la tendencia es la de que esos mismos símbolos nos separen y enfrenten.
Y no lo entendía. Y digo no lo entendía porque creo que atisbo una posible explicación. Ya la anticipaba don Machado, el señor Antonio, en su poema, pero creo que no se ha verbalizado, explicitado, expuesto, con el rigor y la claridad debidos. No sé, porque ni mi titulación, ni mi experiencia, ni mi humildad intelectual me lo permiten, aseverar que todo el problema tiene un origen histórico, que todo el problema es una consecuencia de eso que ahora llaman geopolítica, esto es, de la situación geográfica de nuestra península que ha hecho que a lo largo de la historia todo el que quisiera entrar o salir, subir o bajar, y de paso echar una siestecita de siglos, lo tuviera que hacer por este solar que es la península ibérica.
Que alguien quería salir del Mediterráneo para explorar nuevas costas, nuevos mares, nuevos horizontes, por la península Ibérica, y montamos unos puertos base para facilitar las idas y venidas, y viceversa. Que alguien en el norte de África quería expandirse hacia Europa, tres cuartas de lo mismo, y viceversa.
Y la consecuencia inmediata es que tenemos una historia en la que, por periodos, hemos sido conquistados, reconquistados y conquistadores. Es decir, que nos hemos pasado tooooda la historia con un enemigo enfrente, sin parar. Un sinvivir que, sospecho, ha sido el origen de que en España no seamos capaces de tener una visión conjunta, un objetivo compartible, la capacidad de emprender tareas comunes ni a corto, ni a medio, ni a largo plazo.
Que un gobierno promueve una ley, el primer objetivo del siguiente es derogarla o mejor hacer una contraria si es posible. Que alguien tiene una idea brillante, lo primero es ver si podemos descalificarlo personalmente, profesionalmente, humanamente. Porque, señoras y señores convenzámonos, España es un país de antis.
La gente en general no es de esto o de aquello, no, la gente es de esto o aquello porque esta contra lo otro. Voy a intentar poner algún ejemplo y seguro que lo entienden mejor.
Tomemos el reciente incidente de Rossi y Marquez, creo que hasta los que no siguen habitualmente el deporte han conocido el tema. Mientras Italia en bloque se ponía del lado del piloto de su país y negaban hasta lo evidente, el derribo intencionado de Marquez, en España había, casi, más voces a favor de Rossi que de los dos pilotos españoles implicados en el suceso, y además víctimas, uno por activa y otro por pasiva. Rossi había cometido una felonía, era italiano y recibía el apoyo de los españoles… insólito. Si, insólito si este fuera otro país.
“¿Por qué?” que preguntaría otro divisor de las afinidades patrias. Porque en España cualquiera que tenga éxito lo primero que debe de contar es cuantos detractores tiene. Si no tienes detractores es que eres un fracasado, un “mindundi”, un donnadie. Así que Márquez, el campeón del mundo más joven de la historia del motociclismo, y Lorenzo, el primer piloto español competitivo en la categoría grande de este mismo deporte, lo primero que generaron al tener éxito fue un abundante, y por supuesto feroz, club de antis, y estos antis se encontraron con un amigo común y se hicieron de Rossi, no por empatía, no por simpatía, por antipatía. ¿Y los que apoyaron a Márquez y a Lorenzo? Seguramente eran anti Rossi, bueno, y alguno habría, seguro, que fuera capaz de posicionarse sin ser anti, espero.
Es así que el primer paso para ser del Madrid es ser anti atlético y anti barcelonista, y viceversa. Que el primer paso para ser de izquierdas es ser anti derechas, y viceversa. Que el primer paso para ser catalán es ser antiespañol, y viceversa. Que el primer paso para ser progresista es ser anti taurino, anti católico y anti tradicional, y viceversa.
Por eso, desgraciadamente, para posicionar a alguien, en España, no debes de preguntarle a favor de que está, si no en contra de que, en contra de quien, en contra de cuando, solo así te podrás hacer una verdadera imagen del perfil de tú interlocutor, y, posiblemente, viceversa.
Pues eso, que mire a donde mire, use el ámbito que use, hable de lo que hable, siempre, inevitablemente, con furia vesánica, porque esta es una de sus principales características, encontraré en primera línea de trinchera, luchando con una ferocidad digna de mejores logros, toda una cohorte de antis dispuestos a oponer la sinrazón de sus descalificaciones a cualquier argumento que se intente aportar.

Eso sí, y viceversa.

sábado, 21 de noviembre de 2015

Todos contra Todos

La integración en las sociedades que tienen un componente multicultural no se consigue a golpe de ley, ni a golpe de censura, ni a golpe de discriminación positiva. Solo una labor pedagógica de años, la convivencia diaria y el conocimiento del otro pueden llevar a que esa tolerancia necesaria pueda darse y no imponerse.
Somos muy dados en esta sociedad marchita, adocenada, decadente, a que aquellos que tienen voz, aquellos a los que se les ha otorgado la voz para que hablen por nosotros, en una clara dejación de sus funciones, confundan su voz con la voz de aquellos a los que representan y, lo que es peor, secuestren la voz de sus representados en una labor de sórdida censura cuando estos dicen, o lo intentan, aquello que a los excelsos representantes de sí mismos les parece inconveniente.
Posiblemente una de las abominaciones más flagrantes de un tiempo a esta parte es todo aquello que engloba, que supone, que se guarece bajo la mediocridad de la expresión “políticamente correcto”, porque cuando algo es políticamente correcto es que es solo parcialmente cierto, tendiendo el porcentaje de certeza de la expresión a cero.
No se le puede pedir a una sociedad que viva en un retroceso permanente de sus usos y costumbre solo para que aquellos que llegan se sientan más cómodos y además que calle y otorgue. No se puede acusar permanentemente a un colectivo mayoritario de intolerante o fascista porque no permita de buen grado la imposición de hábitos que chocan y agreden a los suyos propios, consecuencia de siglos de evolución y cultura. No se puede acallar a la gente que en la calle percibe una realidad, indeseada por políticos y comunicadores, llamándoles racistas, xenófobos o fachas, aunque en determinados casos lo sean, porque aquellos que son insultados por su percepción de lo que les rodea no van a cambiar esa percepción siendo vilipendiados, etiquetados, despreciados, antes bien se convertirán en unos irreductibles propagadores de su idea, en unos enemigos acérrimos y beligerantes de lo que rechazan.
Porque una cosa es lo hablado y otra cosa es lo vivido. Porque una cosa es hablar desde un barrio acomodado sin problemas de convivencia y otra es ver como tu barrio de toda la vida, tu barrio modesto y tradicional, se va convirtiendo en un gueto en el que tú eres el extraño, en el que puedes llegar a ser mal mirado por hacer tu vida de siempre. Porque una cosa es tener un empleo bien remunerado y solvente y otra cosa es ver que los nichos de trabajo no especializado te son inaccesibles por ser nativo. Y además no puedes decirlo, es políticamente incorrecto. Los que tenemos un buen trabajo, los que vivimos fuera de las zonas marginales, te vamos a llamar racista, facha, xenófobo y vamos a usar todos los medios a nuestro alcance, políticos, de difusión, legales, para hacerte comprender a ti y a los a los demás equivocados lo impropio de su conducta.
 Solo habremos conseguido fomentar el odio de los estigmatizados y, eso sí, vernos con un halo de santo apostolado, civil, laico, progresista, políticamente correcto.
Pues nada, nada, santos varones del mundo cultural, del mundo político, del mundo social, de las élites, a seguir así, a seguir vaciando nuestra equívoca conciencia sobre las espaldas de los que no tienen derecho ni siquiera a su propia conciencia. A seguir pontificando desde nuestra atalaya diciendo que no hay barro al pie de nuestra casa mientras la gente se va hundiendo en él. Mantengamos nuestros privilegios y fustiguemos, hostiguemos, insultemos y despreciemos a todo aquel que remueva la placidez de nuestra buena conciencia.
Sigamos permitiendo los guetos, los vivenciales, los educativos, los laborales, incluso los de protección social, y seguiremos teniendo marginalidad, violencia, terrorismo y, sobre todo, sobre todo, una sociedad intolerante de todos contra todos. Sigamos negando la realidad por políticamente incorrecta y seguiremos teniendo una  suerte de capas sociales, étnicas y culturales absolutamente impermeables unas con otras.

Y después nos sorprendemos de París, de Londres, de Madrid… 

jueves, 19 de noviembre de 2015

Tiempos de Silencio

Hay tiempos de silencio, papá. Hay tiempos en los que las palabras no dicen nada de lo que nos pasa por dentro. Tus palabras, papá, mis palabras. Las tuyas escasas, extrañas, imposibles ya de entresacar significados salvo por el contexto y los gestos, cuando los haces, cuando te apetece, cuando una cierta luz consciente te acompaña. Las mías escasas, lejanas, siempre pendientes de tantas cosas que a veces las importantes se quedan aparentemente enmascaradas, en realidad clavadas en lo profundo sin capacidad de brotar a la luz de las letras.

Pero el silencio no significa ausencia, física, emocional, porque esa ausencia es imposible que se produzca ni por un solo instante. Todos a tú alrededor, todos, tú el primero, somos reos de la situación y de esa evolución que nos tiene en vilo, en una situación permanente de observación y alerta. Todos siempre pendientes de tu humor, del más leve de tus gestos, de cualquier palabra, movimiento, actitud que veamos en ti. 

Pero independientemente de los silencios, de los tiempos, de los humores captas en el entorno actitudes, gestos, palabras que hasta tu enfermedad nos eran ajenos. Aún recuerdo cuando nos comentaron del padre de unos amigos que había caído enfermo y que tenía a veces comportamientos agresivos. Con cuanta distancia, con cuanta prevención lo mirábamos entonces. Con cuanta ignorancia, papá.

Ahora, cada vez más, recibes la ayuda cómplice, inesperada, reconfortante, de algún desconocido, muchos jóvenes, y cuando vas a darle las gracias escuchas sus palabras: “Si, también mi abuelo… “ , “Mi madre también… “, y se establece una suerte de solidaridad, de fraternidad en la que insospechada, sorprendentemente te ves involucrado y participando.

Maldita enfermedad, papá, maldita y extendida enfermedad que hace que te vea en tantos rostros, que me vea en tantos acompañantes, que me refleje en tantos dolientes entornos enfermos como el nuestro.

lunes, 16 de noviembre de 2015

Carta abierta

Estimados Señores Bienpensantes:
Es ciertamente curioso que tenga que empezar esta carta por estar total y absolutamente de acuerdo con el planteamiento que ustedes hacen respecto al terrorismo que hoy en día asola nuestro mundo. Tienen ustedes toda la razón, esto no se soluciona definitivamente con más muertes, con venganzas, con una radicalización de la postura represiva de los países de la llamada civilización occidental contra los llamados países radicales islamistas. Es verdad, este tipo de problemas solo podrán solucionarse definitivamente con educación, con justicia, con información, con transparencia y sobre todo, con libertad, con igualdad y con fraternidad (o en francés, me da lo mismo).
El problema, muy señores míos, es que no conozco a ningún país occidental, ni oriental, ni cristiano, ni islámico, ni aconfesional, que esté dispuesto a poner en liza estos valores, porque entre otras cosas son contrarios a sus intereses últimos. Pero claro, lo primero que tenemos que tener en cuenta es que la razón, ahora mismo, en este problema que nos acucia, se paga con una moneda que tiene un valor incalculable. Este problema ahora mismo se paga con vidas de inocentes.
Porque estoy dispuesto a comprarles, en realidad hace tiempo que la adquirí, la idea de que los malos en realidad son buenos engañados por los verdaderos malos. Que son víctimas de un reparto lesivo y cruel de la calidad de vida que proporciona la riqueza a lo largo y ancho del planeta, que son víctimas de la falta de armonía que producen el sectarismo, el fanatismo, la estulticia de la desigualdad más severa, en todos los órdenes vitales. ¡Comprada!
Pero el problema ahora mismo no es hacer un balance de culpabilidades, que es a lo que ustedes se meten, el problema de ahora es el pago diario, en la moneda antes mencionada, que la inacción nos reclama. Así que necesitamos una solución urgente, aunque no sea definitiva. Una solución económica en vidas y en libertad.
Podemos, claro que podemos, lo estamos haciendo, seguir pagando en sangre de inocentes, inocentes víctimas, las faltas cometidas en el pasado y en el presente y seguir pagando hasta que el futuro, o la aniquilación, nos alcancen. O pagar en sangre de inocentes, verdugos inocentes, la incapacidad pretérita de un mundo justo  y cabal y erradicar ciertas actitudes intolerantes impermeables al dialogo, a la razón, a la tolerancia y no digamos ya a la libertad, a la igualdad y a la fraternidad (o en francés, me da lo mismo).
Parece ser que ustedes por el momento están por la labor de pagar en sangre de víctimas inocentes, la mía si se da la casualidad de que una víctima verdugo se cruza en mi camino, pero yo no estoy por la labor. En la ley de matar o morir, sin alternativas, como parece que es este momento, yo siempre estoy a favor de los vivos, por propio y egoísta interés, es cierto, pero lo asumo.
Permítanme por tanto que aporte una receta que va en contra de mis principios pacifistas. Primero parar la sangría en la que estamos inmersos y después hacer un mundo justo, sin vencedores ni vencidos, ese en el que desde el principio estamos de acuerdo usted y yo, pero ellos no. Un mundo pleno de liberté, egalité et fraternité (o en español, me da lo mismo)

Suyo afectísimo un bienpensante vivo que quiere seguir estándolo.

sábado, 14 de noviembre de 2015

Nosotros y Los Otros

Hoy la sangre me corre por fuera. Hoy la sangre, mi sangre, tu sangre, nuestra sangre, no obedece a cauces y se derrama a nuestros pies como una demanda asombrada, sorprendida, casi diría que inocente, de explicación a su estancia en un lugar indebido. Hoy, conmocionado, fatalista, casi incrédulo, contemplo ese inmenso charco que la humanidad va haciendo con su sangre, con nuestra sangre, con mi sangre, a los pies de unos asesinos que nunca dan la cara. Porque los que dan la cara, aunque sea tapada, porque los que dan la cara, aunque sea con su muerte, no son los verdaderos asesinos. No, esos también son víctimas, del fanatismo, de la intolerancia, de los intereses espúreos y nunca declarados de aquellos que manejan los hilos de la humanidad con una inhumanidad que los retrata.
¿Por qué hoy? Me pregunto y la respuesta es obvia pero puramente emotiva. Hoy porque toca, hoy porque me toca, hoy porque las víctimas podrían ser yo, hoy porque, desgraciada, cínica, despiadadamente las víctimas pertenecen a mi mundo, a mi nivel de conciencia y convivencia.
Sí, es cierto, la sangre de la humanidad se derrama todos los días un poco. La sangre, la nuestra, la mía, se derrama con cada ejecución, con cada conflicto tribal, racial, territorial o religioso, se derrama con cada refugiado muerto en su lucha por huir, que hace que nos desangremos colectivamente en muertes tan inútiles como provechosas solo para intereses que ni llegamos a aprehender.
Hoy la sangre, mi sangre, nuestra sangre, brota un vez más,  y otra, y otra, y otra, intentando manchar unas manos que, protegidas con guantes de inmoralidad, con guantes económicos y prepotentes, incapaces de impregnarse de la humanidad imprescindible para percibir la mancha en sus propias carnes, sigue azuzando a los demás hacia la muerte. Porque ellos, los verdugos, los auténticos asesinos, son aquellos que proporcionan los medios, las armas, las cargas ideológicas y/o teológicas para que esas víctimas, que serán ahora llamadas verdugos, extiendan su incapacidad de comprender la vida, la suya y la de los demás, como el único bien que realmente posee el ser vivo, como el único bien al alcance de la vida.
Y mientras, mientras yo reflexiono, mientras tú te indignas, mientras él clama por la justicia, mientras nosotros nos condolemos, hoy más de lo habitual, ellos simplemente limpian el charco y ponen los medios para que la sangría no pare.

Mañana podremos ser nosotros. Mañana seremos nosotros, sin duda, los que volaremos por los aires, o zozobraremos en medio del mar y nos ahogaremos, o seremos tiroteados a la vuelta de la esquina, o mataremos, llenos de justa indignación, a otros. Mañana, insisto, podremos ser nosotros, pero el beneficio, la victoria, siempre será de los otros.

domingo, 1 de noviembre de 2015

La OMS, casi na

Dicen por ahí, prácticamente todo el mundo, que las siglas O.M.S. corresponden a la Organización Mundial de la Salud. Lo dicen tantos que tal vez sea cierto, o tal vez solo corresponden con el objetivo inicial de su fundación. A mí, que en realidad no soy nadie importante, y vista la trayectoria y hechos de tan campanuda institución, me parece que se corresponderían más con Organización de Mercadotecnia Sanitaria.
Este último y chusco episodio de las carnes rojas y las carnes tratadas parece una huida hacia adelante por la imposibilidad, incapacidad, contraindicación, de denunciar algo que muchos llevamos denunciando hace ya algún tiempo: la insana manipulación de todo tipo de alimentos que las grandes industrias de origen, tratamiento y comercialización hacen de los productos para un mayor beneficio económico.
Meter en el mismo saco una ganadería que alimenta miles de cabezas con piensos, que la pequeña explotación que alimenta a sus reses con forraje son ganas de lanzar un órdago sin sustancia. Meter en el mismo saco una salchicha envasada que una fresca, cuando ni saben igual, ni tienen el mismo aspecto, ni tienen los mismos efectos en el organismo es una forma de incapacidad de denunciar los extraños, extraños al producto natural, componentes químicos que la alimentación de las ganaderías industriales añade a la carne. Extrañeza cárnica que más tarde se ve incrementada con los conservantes, colorantes, aditivos y saborizantes utilizados sin mesura hasta convertirla, la carne que intentamos poner en nuestro plato, en esa extraña sustancia que al ponerla al fuego se ¿derrite?, ¿licúa?, ¿sublima? Y que al retirarla deja una desagradable ¿telilla?, ¿jugo?, ¿poso?.
Parece ser que esta extraña organización, extraña a los fines para los que fue ideada, no tiene más intereses que los de los laboratorios que la manejan, financian y nutren de miembros, y no tiene más sistemas de comunicación que el silencio culpable o la alarma social.
Silencio culpable cuando callan sistemáticamente ante el negocio del colesterol y las estatinas. Silencio culpable cuando revisan protocolos que indefectiblemente favorecen al nuevo fármaco patentado. Silencio culpable ante la carencia de medicamentos en los países pobres. Silencio culpable, cómplice, vergonzante y vergonzoso, ante los precios que hacen de la medicina, de los medicamentos, una trata, un comercio inhumano de la salud solo para ricos.
Alarma social que encubre las verdaderas razones, fines, causas, dimensiones de la denuncia hasta hacerla increíble, impracticable, ridícula. Y las carnes no son lo primero. Recordemos la gripe aviar, recordemos las vacas locas, recordemos… ¿Dónde están los miles de muertos?, ¿Dónde está la pandemia?
Es raro, o a mí me lo parece, que tan comprometida y preocupada institución, no haya denunciado aún el envenenamiento sistemático de las frutas con productos cuya única finalidad es darles brillo para su exhibición al consumidor, la inconveniencia de pescados, como el panga, criados y recolectados en caladeros altamente contaminados, la utilización de abonos, pesticidas, piensos y demás productos que hacen que incluso nuestro ADN pueda variar. Pero de esto nada se dice.
Pocos han oído hablar de la Epigenética y sus conclusiones. Tal vez por eso nadie, posiblemente la O.M.S. tampoco, ha oído comentar que el material con el que estaban fabricados ciertos envases alimenticios plásticos, los biberones entre otros, al calentarse, producen una sustancia, el bifenol A, que puede tener una considerable influencia en la obesidad posterior en el individuo. Tal vez por eso, porque no lo ha oído, aún no se ha pronunciado sobre la controversia de que haya estudios que lo denuncian, estudios que, como no podía ser de otra forma, los laboratorios e industrias que los fabrican desmienten categóricamente y siguen adelante con su uso.
En fin, que a mí, personalmente, lo que diga la O.M.S. me trae al pairo porque no me creo absolutamente nada de lo que dice. Lo más me sirve para preguntarme quién es el próximo que va a ver sus arcas generosamente incrementadas, o quien va a seguir haciendo caja a costa de mí salud.
Mientras tanto yo a lo mío. Seguiré comiendo la carne que considere conveniente, el pescado que me sea accesible con garantía, las frutas y hortalizas necesarias para mi dieta, y pasta, y dulces, y pan,  siempre procurando un equilibrio eficaz y siguiendo unas normas básicas, clásicas, tradicionales: procurar comer las cosas lo más cerca posible de su origen, en la temporada adecuada y recurrir lo mínimo posible a productos exóticos o tratados industrialmente.

Si, ya se, suena utópico, pero aunque no se lo crean, es posible y gratificante. Descubrir nuevamente el sabor de la fruta madurada en el campo y no en cámaras, descubrir de nuevo el sabor de la carne correctamente alimentada y engordada, descubrir de nuevo el sabor del pescado recién capturado o conservado con las técnicas ancestrales, descubrir el aroma, el sabor de los guisos tradicionales y de sus componentes, es un placer que está más al alcance de lo que creemos. Y además ganaremos en salud, casi ná.