jueves, 29 de diciembre de 2016

El STW, un invento revolucionario

Esta es una historia que no por repetida deja de tener vigencia. Los grandes inventos se experimentan entre nosotros sin informarnos ni prepararnos para su evolución. Esta estrategia permite experimentar las virtudes y defectos del ingenio en cuestión al tiempo que se ahorra las críticas por su mal funcionamiento.
No dudo que habrá seguramente varios inventos que ahora mismo estén siguiendo esta planificada evolución antes de su definitiva implantación reconocida en el mundo comercial, pero yo me estoy refiriendo concretamente al STW.
Este revolucionario elemento ha sido desarrollado en busca de una mayor seguridad en la conducción de vehículos a motor y para solucionar la cada vez más compleja toma de decisiones. Al parecer, y según me informan mis fuentes, que por supuesto son absolutamente secretas, empezó a desarrollarse ya hace muchos años, más de treinta, a principios de los ochenta del siglo pasado. El incremento exponencial de unidades en circulación, la evolución de las carreteras y el previsible aumento tecnológico que influía en su conducción hicieron que los expertos buscaran ayudas de todo tipo para el conductor medio cada vez más superado por las potencialidades del vehículo que conducía.
Las primeras unidades del STW se instalaron al azar en vehículos de diferentes marcas, modelos y categorías. Se trataba de poder hacer un análisis de su funcionamiento independientemente de condicionantes de edad, nivel de conducción o adquisitivo. Por supuesto los adquirientes fueron informados puntualmente de las características especiales de su vehículo y de cuál era su funcionamiento
Concretamente esa primera versión del aparato emisor de la señal de activación iba asociada al funcionamiento del intermitente, de tal forma que al señalizar la maniobra el STW emitía la señal de alerta de funcionamiento que debería de captar el receptor de los vehículos afectados por ella.
A diferencia del emisor el receptor de la maniobra fue instalado en todos los vehículos de un país elegido al azar. Ese país fue España, y los usuarios del receptor nunca fueron informados de su inclusión en el equipamiento de los vehículos para evitar que su conocimiento quitara espontaneidad a su reacción.
Desde entonces el STW ha demostrado sus posibilidades pero los distintos fallos y errores, alguno de los cuales produjo víctimas, ha impedido que se ponga en conocimiento del público en general.
Sospecho, los últimos acontecimientos me hacen sospechar, que existe una nueva versión del STW, una versión en la que el emisor funciona conectado directamente a la voluntad de hacer la maniobra por parte del usuario del emisor.
Perdón, con el entusiasmo de ser el primero en dar la noticia se me han olvidado algunos detalles fundamentales
STW son las siglas, como no en inglés, de parar el mundo (stop the world).
El receptor debería de tener la función de, captada la señal del emisor de inicio de maniobra, evitar la interferencia de cualquier otro vehículo cercano en la misma. Cambios de carril, salidas en stop o ceda el paso, incorporaciones a vías de diferente velocidad, giros en las ciudades eran fundamentalmente las maniobras seleccionadas y de ahí su instalación conjunta con el activador del intermitente.
Y decimos que debería de tener la función porque el primer gran fracaso fue que el receptor nunca consiguió funcionar de forma correcta. ¿Entiende usted ahora por que ciertos conductores inician sus maniobras en el mismo momento de poner el intermitente sin pararse a mirar si pueden o no? Efectivamente, ellos sí tienen el emisor del STW, y además lo saben.
El otro día en la gasolinera de Carrefour en Alcobendas, al llegar y ponerme en una fila recibí una sonora pitada de una chica que, al parecer, estaba dos filas más allá y había decidido cambiarse a la fila en la que yo me puse cuando llegué. La verdad es que no conseguí entender su cabreo por no haber respetado su voluntad de la que ni siquiera me percaté. Ahora, pasadas una horas me he dado cuente de que el problema es el STW, la nueva versión.

Desgraciadamente, je, mi receptor sigue sin funcionar. Pero, he de confesarlo, si en algún momento a mi coche se le ocurre tomar por su cuenta una decisión diferente a la mía le desconecto hasta las bujías. El que avisa no es traidor, y el que no recibe… no es receptor.

miércoles, 28 de diciembre de 2016

Bisabuelo

Mira papá, parece a veces que todo está dicho, que ya no queda nada en el futuro que pueda conmover los oscuros anclajes que te tienen secuestrado en un mundo solitario, inaccesible, pero siempre acaba por demostrarse que es una idea equivocada.
Es verdad que tú vives en un pasado remoto e inaccesible, pero el mundo que sigue empeñándose en inventar un futuro acaba provocando instantes en los que tu presencia física hace que seas partícipe, aunque sea por ausencia, de ese futuro.
Recordaba hace no mucho, con motivo de la muerte de Fidel Castro, una historia familiar en la que tú fuiste uno de los protagonistas. Me hubiera gustado que fueras tú quién me contara, de forma larga, parsimoniosa –en otras circunstancias habría dicho que pesada-, las circunstancias de aquellos felices momentos. No pudo ser, evidentemente. Tú estás mucho más atrás en el tiempo, más allá de mis posibles recuerdos y a veces incluso de los tuyos.
Apenas han pasado un par de semanas y el futuro vuelve a provocarnos la añoranza de poder comunicarnos contigo, de que nos entiendas.
Vas a ser bisabuelo papá. Y no podrás disfrutar de esa criatura que, estoy seguro, te haría una inmensa ilusión si pudieras entenderlo.
Siempre fuiste muy de jugar con los niños. No había niño a tu lado al que no le hicieras un chascarrillo, al que no le prestaras una atención especial. Si, aún hoy, no pasa un niño a tu lado sin que intentes decirle algo. Se te ilumina la cara, te asoma la sonrisa, mueves las manos e intentas decir algo que al final no son más que sonidos, pero son los únicos momentos en los que tu mundo interior, ese mundo semi claustral, ese mundo con vocación placentaria, se comunica con este otro en los que nos movemos a tú alrededor.
Si papá, vas a ser bisabuelo. No llegarás a conocer a tu bisnieto, aunque sí llegues a verlo. No llegarás a asociar su cara, su nombre, a esa galería de personas que jalonan tu vida. No podrás jugar con él, con ella, no podrás, no sabrás, intentar gastarle una broma de las tuyas. No podrás llevarte su imagen a tu presente pasado, a tu lejanía cotidiana, pero, papá, seguirá siendo para nosotros, un futuro que no existiría si no existiera tu pasado.

Un beso papá, bisabuelo.

miércoles, 21 de diciembre de 2016

Internet y la Santa Inquisición

Cada vez sucede más, cada vez con más frecuencia los represores, los partidarios de prohibir, imponer y coartar la libertad de los demás en nombre de la libertad tal como ellos la entienden, se hacen más dueños, se hacen más presentes y visibles y al tiempo más osados, más coercitivos, más dictatoriales, en el entorno de las redes sociales.
Alguien comparte en su muro, sin otra intención que la estética o el chascarrillo, una imagen o un comentario que le ha parecido interesante, gracioso, o porque le da la gana y es su muro. Hasta aquí todo normal, pero hay cosas que los inquisidores de redes, los defensores de la libertad única e impuesta no van a tolerar sin intervenir de una manera rápida y feroz. Da igual cual sea tu intención, o la falta de ella.
El inquisidor armado de su justa furia, de su ultrajada conciencia universal, de su razón última y absoluta, se lanzará hacia el osado y descargará contra él toda su manida, relamida, ciega y vacía, batería de descalificaciones y pseudo argumentos que suenan igual que los eslóganes de las manifestaciones, altisonantes, con sonsonete y carentes de cualquier posibilidad de debate real.
Y no entres en debate, como decía el otro, si entras en debate es peor. Si intentas argumentar, debatir, defenderte no recibirás más que más eslóganes, más argumentario de activismo militante, más vacío intelectual y posición inamovible. Los nuevos inquisidores, los inquisidores de la libertad tal como ellos la entienden, los inquisidores de la culpa ajena y la intachabilidad propia no pueden, no saben, no tienen capacidad para entender la libertad ajena, la intrascendencia de lo intrascendente, la banalidad de ciertos momentos o actitudes. Ellos solo entienden de la vigilancia permanente, la soflama a flor de piel, la persecución implacable de los que simplemente pretender vivir al margen  de militancias, de inquisiciones, de libertades impuestas.
Y, claro, yo, ser humano hasta donde se me alcanza, varón, de sesenta y tres años y diez días de edad según me han contado, que he tenido que vencer a lo largo de mi vida la imposición de una enseñanza sesgada, que he tenido que liberarme del yugo de una forma de entender la religión que no compartía, que he tenido que sobrevivir a una dictadura y varias legislaciones democráticas que me hacían cada vez menos libre individualmente, que he tenido que asistir a la entronización y santificación de los mediocres y los “justos” como referente moral de esta sociedad, que he tenido que contemplar como las sucesivas políticas de formación destrozaban sistemáticamente la posibilidad de educar, dar valores y crear ciudadanos libres, que he asistido dolido a la radicalización absurda e interesada de ciertas partes de la sociedad, me niego, me rebelo, estoy hasta los mismísimos, de aquellos que pretenden decirme en qué consiste la libertad, que pretenden decirme en qué tengo que creer, que tengo que pensar, que es correcto decir o cuanto tengo que reprimirme para acceder a su placet.
Guardense, por no decir métanse, su placet donde les quepa. Soy ya lo suficientemente mayorcito para saber lo que debo, lo que puedo y lo que me da la gana de hacer o de pensar. Lo que me peta callar o decir. Lo que me hace libre o me convierte en esclavo de fundamentalismos de salón o de algarada callejera.
No pienso pedir perdón a esos fanáticos de la persecución ajena, de la paja en el ojo de los otros, de la verdad propia y única. Me ha pillado mayor y vivido. Me han pillado de través y con la suficiente experiencia como para poder decir todo esto y quedarme tan ancho. Me han pillado lo suficientemente perito y reflexionado como para poder, callándome los exabruptos que debo de callarme por propia convicción, ciscarme en todos los inquisidores de nuevo cuño que se dedican a difundir la mala conciencia ajena en loor de una libertad de Gran Hermano, personaje de la novela 1984 de Orwell que no tiene nada que ver con Tele5 para los muchos que lo ignoren, que se creen en el derecho y la necesidad de imponer a los demás.
Faltaría ahora identificar a aquellos a los que me refiero, pero eso sería hacer esta reflexión tendenciosa e interminable, y eso sería darles, además, un gusto, más que nada por sentirse injustamente señalados, que me niego  a darles.
Sí, es verdad, me refiero a esos que usted, paciente lector, piensa, pero también a todos los demás, a los de signo contrario que exactamente hacen lo mismo en función de sus ideales contrarios. Me refiero en realidad a todos los que se sienten capacitados para decirles a los demás lo que pueden y no pueden decir, pensar, hacer. Me refiero a todos esos radicales, fanáticos integristas, militantes de cualquier signo, ideología o verdad, que se permiten la desfachatez, o la fachatez, de dar carnés de idoneidad o salubridad política, religiosa, social o moral.

Váyanse ustedes, vosotros, a freír gárgaras y a tocarle las libertades a quienes necesiten del placet ajeno para sentirse mejor. Y agradecedme que no tire de Cela, a ser posible con voz de Fernando Fernán Gómez,  para expresarme con mayor desahogo.

sábado, 3 de diciembre de 2016

Una historia familiar

Ha muerto Fidel castro. Ha muerto una parte importante de la historia política de este planeta durante el siglo XX. Es difícil hurgar en la memoria de los españoles que hemos vivido la segunda mitad del siglo pasado sin toparse con tan insigne personaje. Es difícil entender Sudamérica, América, el mundo sin que salga su nombre.
Tal vez hoy sea el día para desempolvar, aquellos que hayan permitido que cojan polvo, los discos de Quilapayún o Carlos Puebla y poner a todo volumen, como cuando nuestros oídos eran  una forma de desafío, canciones como “Y en eso llegó Fidel”  y su famoso “llegó el comandante y madó a parar” o “La Segunda Declaración de la Habana” (“Ha llegado la hora en que el pueblo reivindique el derecho de ser dueño al fin de su tierra robada, tierra inmensa que ha de germinar con la paz del empeño ganado con sus manos de fuerza tranquila; ahora sí que la historia tendrá que contar con los pobres de América.)
Pero al empezar a escribir estas palabras no me he planteado en ningún momento hacer un panegírico del personaje, ni en demonizarlo, ni en ningún tipo de análisis político de su paso por el mundo. Como todo dictador que muere en su cama tras varios decenios de gobierno, tiene sus claros, sus oscuros y sus claroscuros. Que la historia y sus víctimas los juzguen.
No, la noticia de su muerte me ha producido una suerte de añoranza. Una reminiscencia tiempos en los que su vida, por interpuesto, y la mía se cruzaron y dieron lugar a una historia familiar entrañable.
Corría el año 1964 y “Jango”, Joao Goulart, era el presidente de Brasil. Fidel Castro mandó una  delegación en tiempos difíciles a su homólogo brasileño. En tiempos tan difíciles que cuando el avión de la delegación cubana aterrizó en territorio brasileño el golpe de estado dado por los militares contra “Jango” se había consumado.
La delegación cubana contaba entre sus miembros con Guillermo Cid. Personaje importante en la revolución cubana. Este Orensano, emigrante a Cuba, era poseedor de tierras en el momento de la revolución, y, lejos de abandonar la isla, decidió quedarse en ella y participar en los nuevos tiempos. Hasta el punto en que fue nombrado por el propio Che Guevara asesor técnico de la Unidad Experimental Industrial y Agropecuaria Ciro Redondo, de Jovellanos, Matanzas.
Ante la situación inesperada y por esos giros que el destino guarda en sus insondables entrañas la delegación retomó viaje. Su destino, España. Una delegación diplomática cubana, una embajada de un gobierno de izquierdas enviada a otro gobernante de izquierdas acababa visitando un país con una dictadura de derechas.
Y es que una cosa es la política  y otra distinta la sangre. Eran tiempos en que la guerra civil, la pobreza de la posguerra y muchos otros problemas endémicos de aquella España habían provocado una diáspora de sus hijos por todos los rincones del mundo. Que en el caso de los gallegos más que diáspora fue una transfusión casi total de sus hombres en edad de trabajar y de muchas de sus mujeres.
Y es que en el caso de Cuba y España una cosa era la ideología y otra el sentimiento, la familia, la añoranza de la tierra, los lazos que más allá de las circunstancias unían a las familias, como años más tarde perpetuaría durante toda su vida Fraga Iribarne.
El caso es que aquella, afortunada o desafortunada según quién y cómo la mirara, coincidencia dio lugar a otras de tipo familiar que pertenecen al ámbito más íntimo y privado, pero  esa inopinada circunstancia hizo que tres hermanos que llevaban más de veinte años sin verse coincidieran en Madrid sin que mediara concierto previo ninguno y que ese encuentro se produjera en casa de un primo, alto cargo de los sindicatos franquistas por aquellos años.
Yo era entonces niño, pero recuerdo con alborozo un encuentro familiar que dejó memoria y en el que nadie habló de política, nadie confrontó ideas ni agravios. Simplemente y alrededor de una mesa, una mesa grande, se reunieron hermanos, primos de tres ramas familiares que nunca más tendrían oportunidad de reunirse. Los Cid Rodríguez, los Cid Tesouro y los López Cid.
El destino no permitió que la circunstancia se repitiera. Fue un momento único, irrepetible, una historia al amparo de la Historia que hizo más humanos, más cercanos a los personajes que no participaron en ella salvo porque sus nombres la propiciaron.
Como memoria de esa historia al borde de la Historia queda en casa de mis padres un presente que Fidel mandaba a “Jango” y que acabó en manos de mi familia. Una preciosa caja de puros realizada en maderas tropicales que aún hoy causa admiración por su manufactura y por la calidad de su materia prima.

Pero por encima de presentes y de memorias, hoy la noticia es que ha muerto Fidel. Así, solo con nombre. Hoy el día es más claro para unos y más oscuro para otros. Para algunos, para mi familia, para mí, solo es un nombre que evoca viejas y queridas historias, que reabre en el recuerdo nombres y ubicaciones de familiares de los que hace tiempo que no sabemos. Hay que ver cómo somos los gallegos.

En algunos sitios ya es Navidad

En algunos sitios ya es Navidad, pero solo en algunos sitios. Desde luego hay que salir de ciertas ciudades para comprender que esa predisposición a la alegría, a la buena voluntad y a la fiesta que conllevan estas fechas en el calendario sigue vigente sin complejos en muchas partes del mundo.
Yo, ayer en Almería, asistí a un sencillo pero agradable evento con el que se inauguraba la iluminación navideña en las calles principales de la ciudad. Cientos, más de mil seguro, de personas se concentraron en la Puerta de Purchena para asistir a un espectáculo de luz, color y alegría que los espectadores principales, los niños con sus padres y todos aquellos de edad algo más avanzada que nos negamos a dejarnos arrebatar la ilusión, disfrutamos.
Hubo luz proyectada sobre la Casa de las Mariposa y sobre los demás edificios de la plaza. Hubo, música, villancicos, fuegos artificiales, llamaradas, coro de niños y hasta nieve. ¿Nieve en Almería? Si, nieve en Almería, artificial claro, pero que provocaba en los presentes esa cálida sensación que solo produce la nieve en navidades. Esa nieve que trasciende su temperatura natural para crear una calidez benefactora en los corazones menos comprometidos o alienados por las ideologías y los odios.
Estoy seguro de que hay gente que aprovecha estas fiestas para emborracharse. Otros les darán un contenido religioso. Muchos disfrutarán de sus posibilidades vacacionales, de su deriva comercial, o simplemente a otros muchos las tendrán en cuenta para invocar los recuerdos de los seres queridos que ya no los acompañan. Muchas son las facetas que estas fiestas provocan. En la mayoría una especie de reconcome de predisposición a la alegría y ala buena voluntad hacia el resto de la humanidad. También están los indiferentes, que los hay, los que pasan junto a los escaparates, las luces y el ambiente general con un mohín de indiferencia, de incomprensión. ¿Y por qué no todo el año? Suelen preguntarse. Pues seguramente porque el hombre, en general, no está visceralmente preparado para la bonhomía o la felicidad permanentes. No sé si es genético, psicológico o educativo, pero sé que es.
Y no nos olvidemos de los que sienten un odio visceral hacia estas fiestas simplemente porque su origen es religioso, o porque tienen la necesidad patológica de oponerse a todo lo que existe con un posicionamiento ideológico compulsivo de derribar todo lo anterior a ellos, a ver, todo lo anterior que les atañe directamente, ignorando que no hay piqueta de pocos años que pueda derribar de un golpe un muro construido con muchos siglos. Y hablo de lo que les atañe directamente porque esos odiadores de todo lo suyo suelen ser entusiastas de lo ajeno. Seguramente a muchos de esos que denostan las luces, los villancicos, los belenes… te los encuentras en Lavapiés celebrando con jolgorio y regocijo el Año Nuevo Chino. Esquizofrenias de la inmadurez, inestabilidades de las personalidades en formación.
La Navidad en Madrid, y hablo de Madrid porque es lo que conozco, es una fiesta triste, sacada de contexto, sacada de sus lugares tradicionales, abandonada de su sentido más humano, más cercano, más de barrio o de pueblo que siempre son entornos que imbuyen de proximidad y calidez humana. La Navidad en Madrid fue acomplejada y maltratada el día en que los motivos navideños de luces y adornos fueron reemplazados por clases de sofrosis o por motivos geométricos que en nada invocaban las fiestas a disfrutar, las bombillas por leds y la cabalgata por un carnaval. La Navidad en Madrid fue vaciada de ilusión el día en que un nefasto alcalde, el señor Gallardón de triste recuerdo, decidió que Madrid iba a disfrutar de la Navidad del Señor Gallardón, una navidad triste, de medio pelo, vaciada de contenido y de apariencia.
Es cierto que la señora Carmena, que no ha mejorado nada de lo importante y ha logrado empeorar muchas cosas de las accesorias, también ha puesto su granito de arena. La patochada de la innoble, miserable, lamentable, cabalgata de Reyes del año pasado es solo propiedad intelectual de ella y de su equipo de gobierno. Ah¡, y de los que los apoyan.
Si a esto le unimos el último episodio de cochofóbia, me sigue encantando el término, a mí me da la sensación de que lo que pretende el ayuntamiento de la capital es crear una sensación de incomodidad tal en ciudadanos y comerciantes que acaben odiando, renegando de, estas fiestas como paso necesario para que pierdan la poca esencia y significación que aún les queda. Que nadie se asuste. Las vacaciones seguirían existiendo. Les llamaríamos algo así como: “Fiestas del Año Nuevo Occidental, para disfrute de hombras y mujeros”, el lenguaje también es importante y también hay que retorcerlo para que no acabe significando algo.
Como decía el poeta: “nos queda la palabra”. Pues ni eso, ya se encargan los políticos de medio pelo y miras de ombligo, de desautorizar todo lo que haga falta para que al pueblo no le quede ni la palabra, o al menos para que no pueda estar seguro de que significa o como usarla. Pero esa es otra batalla.

En algunos sitios, para muchas personas, ya es Navidad. Y como para mí lo es y mi pobre y poco formado espíritu se regocija con los signos que aún quedan y se comparten, voy a aprovechar para desear a todos, a todos, unas felices fiestas y mis mejores deseos para el resto de sus vidas, ( sí, el treinta de marzo también les deseo lo mismo, pero hoy me apetece decirlo). Eso sí, si alguien me lo acepta me sentiré reconfortado y si otros me lo rechazan que me perdonen por esa maliciosa sonrisilla condescendiente, o directamente malvada, que me puede asomar en la comisura de los labios. Ninguno somos perfectos.

domingo, 27 de noviembre de 2016

Susto o muerte

Pues sí. Como si de un jalogüin cualquiera se tratase parece que las futuras primarias del PSOE, que ya han empezado a disputarse, van a decidirse a susto o muerte.
Opinar sobre la casa ajena nunca ha sido fácil, ni conveniente, pero el PSOE, queramos o no, es una parte fundamental de la estabilidad institucional de este país, y ya en cuestión de país si me siento menos violento por opinar.
Visto desde fuera, en perspectiva que se llama, la confrontación parece una lucha entre Pedro Sánchez y Susana Díaz. Si un corral no tiene al menos dos gallos ni es corral ni es ná. Y en este corral parece haber dos gallos, y más. Pero la verdad es que si vas afinando la perspectiva, si vas enfocando la imagen, esta primera apreciación sin ser falsa no es totalmente cierta. Puede, no lo dudo, que esta apariencia tenga un algo de realidad, pero lo que parece que vaya a dirimirse en el PSOE es algo bastante más profundo que el simple enfrentamiento entre dos posturas, o entre dos personajes, lo que realmente va a dirimirse en unas primarias es el modelo de representación que el PSOE va a tener. Su peso en la política nacional.
La verdadera disyuntiva está entre un modelo de partido representativo de la sociedad, que adquiere compromisos y está obligado a ejercer políticas fuera de ideologías puras para captar los votos de los no militantes, o acercarse a un partido más comprometido con posiciones inamovibles y militantes y que por tanto dependerá única y exclusivamente de sus afiliados.
Tal vez esta reflexión suene un poco radical pero está claro, y más tras su discurso de espantada, que la política que pretende Pedro Sánchez está más cerca de Podemos que del PSOE de estos últimos cuarenta años y que nació del proceso de modernización y unión que realizó Felipe González tras la constitución para crear a nivel nacional un partido fuerte y preparado para gobernar.
Desde entonces una parte de la militancia ha ido reclamando lo que entonces se dejó para lograr su preponderancia, el marxismo, la posición de izquierda pura, y abominando de las posturas social-demócratas sin las cuales la historia del periodo constitucional del PSOE no podría entenderse.
Tal vez lo que unos y otros tendrían que reflexionar, aunque las esquizofrenias son inevitables, es si se quiere un partido de izquierdas puras, radicalizado, de confrontación y, posiblemente, sin opciones de gobernar salvo en coaliciones con posturas aún más radicales, o quieren retomar el espacio que dejaron en el centro desde el advenimiento del señor Zapatero y que ha marcado un declive imparable hasta este momento.
Lo dicho, un partido que solo representa a sus militantes, o un partido que representa a una sociedad que tiene múltiples gradaciones de color, múltiples matices.
No tengo claro, salvo por las formas, que diferencia habría entre un PSOE como el que pretende Pedro Sánchez y Podemos. No tengo claro siquiera que haya un espacio político electoral para que ambos pervivan más allá de tres o cuatro elecciones. No tengo claro, tampoco aunque si tengo mis sospechas, de cual perviviría en ese caso. Habría que sopesar qué peso tiene la historia o la falta de ella. Habría que sopesar qué empuje tiene el populismo o cuanto lastra el apuntase a él.
Claro que tampoco tengo claro cuánto tiempo tardaría una posición más estatalista, de corte social demócrata, en recuperar la confianza de unos simpatizantes, de unos votantes, más pragmáticos y que han pasado un calvario de incertidumbres, de derivas, de palabras que luego no se correspondían con los hechos.
Lo dicho, susto o muerte. El PSOE no puede seguir jugando a dos barajas, a la indefinición, al juego del digo y del Diego, a la gallinita ciega o a mirar por el retrovisor como el que viene por detrás lo adelanta.
A lo mejor, y no quieren verlo ni militantes ni dirigentes, hay dos partidos en unas solas siglas, y mientras la cuota de poder lo enmascaró todo fue bién. A lo mejor, o a lo peor, hay un PSOE ideológico y un PSOE político, un PSOE de base y otro de dirigentes, cuyos proyectos, cuyos caminos son irreconciliables.
En todo caso pronto lo sabremos, pronto sabremos si los militantes, que son los dueños de las primarias, eligen ideología o poder, susto o muerte.

Eso sí, estoy esperando a ver a quién jalea el señor Iceta, (sotto vocce: se rumorea que la señora Díaz, como buena andaluza, ha ido a verlo para evitar que grite eso de: “Por diós Susana, libranos de…”), para tener claro quién va a perder.

viernes, 25 de noviembre de 2016

Reflexiones de un habitante de la aldea global

Visitaba el otro día con unos amigos el Museo Arqueológico y contemplábamos con admiración creciente los trabajos que allí se exponen realizados por el hombre a lo largo de su historia. La creciente pericia en las labores, el salto cualitativo en los materiales, la belleza cada vez más compleja en los resultados. Todo parece marcar un avance evidente en las cualidades artesanales y artísticas del hombre, todo parece indicar una evolución en su afán de dominar el entorno y convivir con sus semejantes.
Llegamos en un momento determinado a una sala en la que se reproducían antiguos poblados de los distintos pueblos que habitaron esta península. Su distribución, su forma de defenderse de los peligros que acechaban desde el exterior.
Comparaba aquellas primeras fortificaciones, apenas empalizadas en unos casos y murallas ya seriamente defensivas en otros, con las primeras fronteras que el hombre establecía para su mejor capacidad de supervivencia. Esas fronteras que pretendían, inicialmente, marcar el límite de la protección, de la seguridad, frente a bestias y enemigos.
Y como siempre mi cabeza empezaba a saltar de una idea a otra y pensaba como de esa empalizada se había pasado a la tribu con varios poblados, a la nación, al estado, a la utilización perversa y excluyente de los límites. Al concepto interesado de dentro bueno, fuera malo, que tan bien han ido sabiendo utilizar los que se hacían más fuertes, los elegidos por dios, aunque dios nunca haya dicho nada, o por los hombres para acotar, dominar y agrandar sus dominios.
Y saltando de concepto en concepto, de siglo en siglo, de civilización en civilización, mi mente me trajo hasta estos nuestros días y encontré divertido pensar que el hombre parecía evolucionar pero solo había pasado de la aldea rupestre a la aldea rural, de la aldea rural a la aldea castrense, de esta a la aldea ciudadana y llegábamos a día de hoy a la aldea global.
Pero, no podía ser de otra forma, mi mente no se conformó con viaje tan agitado. No, me puse a comparar cuales eran las diferencias y similitudes. Cuál era el avance efectivo de esta soberbia civilización que pretende conocer todos los secretos del universo, que pretende saber quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos.
Hemos logrado crear un lenguaje que permite describir lo indescriptible, abarcar lo inabarcable, concebir lo inconcebible. Hemos logrado guardar memoria de quienes fuimos, entender lo que sucedió cuando no estábamos e incluso atisbar lo que será cuando nos hayamos ido. Podemos hablar de lo infinito como si fuera cotidiano, modificarnos por dentro y por fuera para extender nuestra vida, recorrer el planeta entero en pocas horas y comunicarnos con casi cualquier lugar del mundo al instante.
Podemos lanzar imágenes al aire y recogerlas allí donde nos convenga. Podemos difundir nuestra voz sin un soporte físico que la transmita. Podemos volar sin alas, sobrevivir en el vacío o sumergirnos en las profundidades hostiles protegidos por nuestros inventos.
Hemos alargado nuestra vida y aún no hemos alcanzado los límites de lo posible.
Y ya estaba prácticamente henchido del orgullo de pertenecer a esta civilización cuando mi mente, mi inquieta mente, ha llegado a lo que no me gusta.
Y lo que no me gusta es tan miserable, tan injusto, tan increíble, que es capaz de borrar todos esos logros de los que podríamos sentirnos orgullosos.
Porque en esta pretendida aldea global hemos permitido que el fuego tenga dueño y haya gente que se muere de frío por no poder usarlo. Hemos permitido que los hogares tengan dueño y haya gente sufriendo a la intemperie habiendo chozas vacías. Hemos permitido que el agua sea propiedad de algunos y nos obliguen a pagar por ella y por los caminos que recorre. Hemos tolerado que el alimento esté en manos de los que no lo producen y tiren lo que muchos necesitan para vivir. Hemos consentido la implantación de un sistema tan injusto que permite que haya unos pocos que acaparan en un día los que millones necesitan durante un año para vivir. Nos hemos plegado a comerciar con el conocimiento, con la salud, con el bienestar, con la seguridad, con la hospitalidad e incluso con la felicidad.
Tal vez esta moderna aldea que abarca a tantos, que no a todos, sea una buena idea de base, pero el ansia, la avaricia, el afán de dominio, de poder, de algunos ha convertido esta aldea global en una aldea injusta, inhumana, insolidaria. Un mundo de esclavos pagados, de siervos en libertad, de lacayos con pretensiones de señores. Una farsa donde las migajas de unos pocos, las que tienen  que ceder para aumentar su poder, sean el pan de algunos y la miseria de la mayoría.
No concibo una aldea primitiva en la que alguien muriera de hambre en medio de la abundancia, en que alguien muriera de frío por no permitírsele acercarse a la hoguera, en que alguien durmiera a la intemperie habiendo chozas vacías.

Me parece que como el protagonista de “Un Mundo Feliz”, yo acabaría eligiendo la utopía del salvaje, pero hoy por hoy aquí sigo, viviendo en la aldea global, viviendo la distopía sin saber qué futuro nos puede esperar, paladeando la fatalidad.

viernes, 11 de noviembre de 2016

Cochófobos, cochófilos y cochocantes

Hay palabras que surgen para quedarse más allá de que sean inventos de un momento particular, y cochófobos, gracias corrector por recordarme que no existe, es seguramente una de ellas.
Efectivamente no existe en el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua esta palabra, como no existen tampoco cochófilo, o cochocante, pero son términos que una vez pronunciados todo el mundo entiende.
Solo un pero, solo una aclaración, al hablar de cochófilos y de cochófobos nos estamos refiriendo a coches y no a cochos, cerdos, puercos, marranos. Tal vez los términos cochéfilos y cochéfobos serían menos equívocos, pero son también menos rotundos y, en todo caso, no son los elegidos por la señora Aguirre para su discurso.
No cabe duda que allí donde surge un fobos se insinúa un filos, y que ambos términos se definen por antagonismo respecto al otro. Cochófilo es aquel que usa el coche para la realización de cualquier actividad a realizar, incluso no siendo necesario. Es una actitud bastante extendida y particularmente llamativa en poblaciones pequeñas donde hay gente que usa el coche para desplazarse menos de un kilómetro. “Es que está en el otro extremo del pueblo”, suelen oírse decir a los que gastan más gasolina en el acto de arrancar el coche que en el desplazamiento mismo.
Cochófobos, sin embargo, acoge en su sonido a aquellos que no utilizan el coche salvo para ocasiones en las que no encuentran otra posibilidad de desplazamiento o a aquellos que se sienten molestos, indignados o agredidos por la utilización del vehículo a motor por parte de los demás.
Y he aquí que apreciamos la primera característica peculiar de las fobias respecto a las filias, al menos de esta. Mientras la filia es una actitud particular, personal, la fobia se proyecta con mayor intensidad sobre los ajenos que sobre el individuo que la ejerce, o padece.
Son cochófobos todos aquellos que buscan, de pensamiento, palabra u obra, - je, me suena-, toda acción posible para la erradicación del automóvil como medio de transporte personal bajo una excusa o argumentario cuyo fin último no se explicita, la cochofobia, enumerando a cambio toda una serie de ventajas o beneficios irrenunciables. ¿Se puede considerar que los argumentos aportados son falsos? No, con seguridad no, pero a poco que escarbemos podremos percibir que no son el objetivo último de las medidas.
Desde hace años el conductor, y por ende su vehículo, es el objeto inmisericorde de una recaudación encubierta y que, en muchos casos, traspasa, con la impunidad que da el tener la sartén por el mango, la legalidad e incluso la razón.
La guardia civil de tráfico, los agentes de movilidad, la policía municipal, se dedican a perseguir y multar al conductor antes que a educarlo. Radares, zonas de estacionamiento regulado, límites de velocidad inexplicables, cámaras para semáforos en rojo… todos elementos recaudatorios justificados bajo la falsedad argumental de la protección del conductor, el medio ambiente o la fluidez del tráfico.
No, la administración, perdón, las administraciones, sean del color que sean, sean del nivel que sean –estatales, regionales, provinciales o locales- sufren de una cochofilia perversa. Ansían desmesuradamente, con ilegalidad manifiesta a veces, el dinero que la multitud de coches depara. Porque, desengañémonos, la seguridad les importa un ardite. Si les importara la educación vial sería una asignatura obligatoria y prioritaria en los colegios y no lo es. Si les importara la seguridad de las personas habría controles preventivos en las zonas de mayor riesgo de consumo, no en medio de una carretera y con el objeto de sancionar. Si les importara lo más mínimo la integridad de las personas el carnet de conducir se daría mediante un auténtico examen de pericia y habría que renovarlo demostrando algo más que la simple capacidad de mover el volante correctamente, a veces ni eso. La inmensa mayoría de las leyes y normas que atañen a la circulación son, sin duda por mi parte, puramente recaudatorias, circunstancia que además es del dominio público por lo que simplemente sufren el descrédito más absoluto.
Entonces, ¿lo que decía la señora Aguirre de la cochofobia?
Efectivamente. Es casi inevitable comprobar que el ayuntamiento de Madrid en particular, aunque no es el único, apunta maneras de cochófobo impenitente. Las medidas contra la circulación de vehículos sin ningún tipo de garantía, planificación o mínima información, nos hacen pensar que, más allá de las razones, seguramente reales, esgrimidas se esconde una clara fobia a los vehículos no públicos.
Las medidas se antojan, en primer lugar, injustas. Veamos:
1.       Perjudica a los que menos tienen. El que tiene más de un vehículo puede permitirse tener uno par y otro impar. Solucionado
2.       Perjudica a la pequeña empresa. Si se dedican al reparto, a la reparación, a la distribución o a la representación, tendrán que dejar de trabajar los días que su matrícula no coincida con las autorizadas, o hacer un desembolso extraordinario los días en que esté prohibido aparcar.
3.       Perjudica a los comerciantes. Menor movimiento de gente, menor movimiento de comercio.
4.       Perjudica a los trabajadores, muchos de los cuales trabajan a bastante distancia de su lugar de residencia y el vehículo particular es el único medio que tiene para evitar desplazamientos de horas que impedirían su conciliación familiar.

En segundo lugar perjudiciales: la falta de planificación, la decisión se toma cuando algunos de los perjudicados ya están durmiendo y se encuentran con la medida en vigor a la hora de salir hacia su trabajo y sin posibilidad de paliar el perjuicio que le ocasionen.

En tercer lugar son casi absolutamente ineficaces en una situación real de riesgo: da lo mismo el número de vehículos que se restrinjan si parte de esos vehículos contaminan indiscriminadamente por no tener un mínimo de mantenimiento, incluso algunos públicos. Da lo mismo que se prohíba la circulación si no se prohíben determinados tipos de calefacción que contaminan mucho más que los vehículos.

Podríamos sacar incluso a relucir la exagerada contaminación  que producen las ventosidades animales, pero a lo mejor me acusaban de mascotófobo, y, sin descartar que lo sea, me abren otro frente que no toca.

En fin, que el tufillo cochófobo es inevitable. Y si algo me duele es que algunos de estos cochófobos son además cochocantes(*). Ahí es ná.


(*)Cochocante: Es aquel que es cochófobo respecto a los vehículos ajenos y cochófilo respecto al propio. 

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Vamos a contar mentiras

Es inevitable intentar comprender lo sucedido en USA esta noche, y necesario. Es inevitable y al mismo tiempo complicado porque seguramente intentaremos entender lo sucedido desde nuestro propio ombligo, sin reparar en que los ombligos, sean de quién sean, estén donde estén, no sirven, habitualmente, ni para explicarse a sí mismos.
Tal vez la única forma válida de acercarse a lo sucedido es desde el punto de vista ideológico. Desde la ideología que preconiza el señor Trump, o de su ausencia, porque, desde mi punto de vista, el populismo no es una ideología si no, como máximo, una contra ideología, una forma de captar el interés de los descontentos sin intención alguna de satisfacer sus verdaderas necesidades.
Prometer es gratis y en eso está basado el populismo. Populismo que en cada lugar se manifiesta con una ideología diferente, con una cara diferente, pero que tiene hundidas las raíces en lo más profundo de una situación común: el descrédito del sistema, el profundo hartazgo de los votantes con la mediocridad, la desfachatez y el desprecio de los políticos que lo sostienen.
Si los políticos que están instalados en el machito se pueden permitir gobernar de espaldas a aquellos que los votaron,  si se permiten, al calor de los afines y en los mítines, mentir, prometer hasta meter y exaltar y enfrentar a los ciudadanos, ¿por qué no podrían hacerlo lo mismo cualquiera con aspiraciones de poder?
¿Cuál es la diferencia entre prometer lo imposible y prometer lo que no se piensa cumplir? Para mí, y sospecho que ya para la mayoría, no hay diferencia alguna y lo único que me hace elegir a unos frente a otros es la desconfianza de lo que me espera tras las palabras, eso que, pomposamente, podríamos llamar las formas.
No me importa, no debería de importarnos, si el populismo se presenta con una apariencia de izquierdas o de derechas. No deberíamos caer en la trampa de ver como el argumentario exhibido por unos y otros es radicalmente, ya salió la palabreja, distinto, frontalmente diferente. El populista solo dice lo que la gente quiere oír y eso depende de la situación y la historia de cada lugar.
El populista busca la carencia, palpa el descontento, elabora el mensaje que le van a comprar y se lanza a la conquista de los que necesitan algo diferente dada sus situación anímica, económica y social. Lo que necesita oír como bálsamo a su desmoralización y desmotivación como ciudadano incapaz de contribuir a llevar a la sociedad por un camino en el que se sienta representado. No importa lo que se le ofrezca porque ya se da por sentado que nadie le va a preguntar cómo piensa lograrlo, y si, por casualidad, lo preguntase siempre se puede tirar de soflama y retórica hueca para evitar la respuesta.
Decía Kafka que él prefería la aristocracia a la democracia porque al menos los aristócratas ya eran ricos. Yo no voy a caer en ese grado de cinismo, pero tampoco voy a descartar esa parte de razón que esas palabras, correctamente interpretadas, contienen. Reinterpretándolas a lo que nos ocupa: yo prefiero los partidos del sistema a los populistas porque estos ya sé hasta donde se atreven a llegar y me queda alguna esperanza de poder conseguir un sistema de verdadera representación.
No puedo evitar, queda casi implícito en sus formas y en sus hechos, adivinar tras el populismo una querencia inquietante hacia el totalitarismo, y eso me asusta más, mucho más, que cualquier otra posibilidad.

Así que mientras pueda, mientras tenga fuerzas y palabras, mi lucha será por conseguir un sistema que me represente, por las listas abiertas, por la circunscripción única, por los políticos comprometidos y por la libertad y la verdad por encima de cualquier otro valor. Si conseguimos eso, si conseguimos sentirnos representados, valorados, cómplices de nuestras decisiones, el populismo pasará a ser un pasado mal sueño. Por pedir que no quede.

sábado, 5 de noviembre de 2016

El imperio contraataca

Después de tan agitada época nos hemos sumido, algunos al menos, en una calma incierta y expectante. Como escéptico nada de lo que parece no suceder, ni nada de lo que parece suceder, para nada calma este clima de expectante tranquilidad.
En una nueva pingareta léxica el señor Sánchez ha sido dimitido, forma absolutamente irregular del verbo dimitir, por una ejecutiva bronca pero consciente de que la herida que el secretario general estaba produciendo en las bases y en la opinión pública, y publicada, es de las que llevan a una septicemia irreversible.
Yo no sé si a estas alturas la división que ha creado antes, y después, sobre todo después, de su lamentable paso por la vida pública, puede tener solución sin dejarse el sentido de partido gubernamental que el PSOE tenía antes de que los últimos secretarios generales hicieran de él una piltrafa electoral. Las declaraciones posteriores a su dimisión, la de Pedro Sánchez, han dejado al descubierto unas intenciones que no por negadas eran menos evidentes: pactar con quién fuera, lo que fuera, y a donde nos llevara para conseguir el prurito de ser presidente de gobierno.
Era claro que en ese camino el PSOE y Podemos acabarían siendo una única opción política, pero Podemos estuvo poco ágil, poco inspirado, excesivamente cegado por la ambición, y por la soberbia,  de ganar en las urnas la posición al PSOE. Si en ese momento Podemos se hubiera abstenido hubiera conseguido hacerse con la parte de la militancia más a la izquierda del PSOE y controlar un gobierno entregado a su estrategia.
Después de tantas declaraciones de unos, otros y los de más allá, algunas cosas han quedado claras. Y no por ello, como bien decía al principio, han quedado en calma.
Don Pedro Sánchez aspira a pasarse con armas y bagajes, esto es con secretaría general y bases, a la ideología de Podemos. Supongo que dadas las declaraciones de Pablo Iglesias, el actual, el PSOE pasaría a ser el ala vieja de Podemos. Todos los votantes de izquierdas de cuarenta y cinco años o menos votarían Podemos, en tanto que los de 45 años y un día en adelante lo harían al PSOE.
¿Y los que no quisieran esa opción? Ya se sabe viejos, con esclerosis cerebral, de derechas y por culpa de los cuales este país no puede avanzar.
Yo creo que el último episodio protagonizado por el joven senador Espinar es una palmaria demostración de la incapacidad de aceptar las reglas del juego que pretenden imponer a los demás y la incapacidad de autocrítica de esta formación y de todo un movimiento que es capaz de ver la paja en el ojo ajeno y encontrar siempre culpables externos de todos sus fracasos.
Se ponga como se ponga el señor Espinar, hijo, y lo explique cómo lo explique, lo suyo es trinque puro y duro. Acceder a una vivienda protegida por enchufe, acceder a un crédito inalcanzable para los que no tengan “contactos” y venderla al poco tiempo por más dinero es ni más ni menos que trincar o, en lenguaje más técnico, especular. El hecho de que yo y el noventa y nueve por ciento de los españolitos hiciéramos lo mismo que él ha hecho si se nos presentara la oportunidad no quita que eso se llame como se llama. Claro que a lo que ni yo ni el noventa y nueve por ciento de los españolitos nos dedicamos es a decirles a los demás lo feo que está que hagan lo que yo he hecho. O sea que, tirando de refranero, “una cosa es predicar y otra cosa es dar trigo”.
Aunque que al fin y al cabo esa es la esencia del populismo. Predicar es gratis. Predicar es tan fácil como reunirse con los amigos y solucionar el mundo con cuatro pinceladas sin pintura ni lienzo. Pero cuando llega el momento de dar trigo, cuando llega el momento de pagar el lienzo y la pintura de nuestro plan maestro hay que contar con los dineros para poder poner algo sobre el caballete, eso si no es que hay que empezar por comprar el caballete.
Pero en fin, podremos considerar que todo lo anteriormente dicho y lo callado, que es mucho más, es importante. Pues no. No lo es.

A mí, a día de hoy lo que realmente me preocupa es que el imperio contraataca. Lo que realmente me preocupa es imaginarme a un personaje como mister Trump dirigiendo el imperio que las fuerzas más retrogradas y coercitivas de este triste planeta están dispuestas a poner en sus manos. Algo así como si volviera Nerón pero en demasiado rubio, demasisado hortera y desaforado. Un dolor.

sábado, 22 de octubre de 2016

Más de lo mismo

Cualquiera de los que contamos más de cincuenta años hemos vivido bajo una dictadura. Sabemos de primera mano, no porque nos lo cuenten, no porque nos lo digan los libros, como era la vida y cuáles eran las consecuencias, cuál el día a día, cuáles las carencias, de vivir bajo el criterio de una élite que determinaba todos los aspectos de la vida, desde los económicos a los morales.
Cualquiera de los que contamos cincuenta, sesenta o más años  hemos tenido la oportunidad de tener que correr delante de los “grises” en las revueltas estudiantiles o sindicales. Hemos tenido la oportunidad de leer entrelineas las noticias en Triunfo, en La Codorniz, o publicaciones que secuestro tras secuestro intentaban hacer llegar hasta nosotros lo que sucedía en el mundo, más allá de la conspiración judeo-masónica y el oro de Moscú. Todos hemos tenido la oportunidad de aprender a tratar a las mujeres como iguales en un ambiente que se empeñaba denodadamente en hacerlas distintas, hemos aprendido a anhelar y pelear por la justicia social en un ambiente en que la justicia social era un delito, hemos aprendido a separar la ética y la moral de la legalidad en un entorno en el que los conceptos ley, religión y moral pretendían estar indisolublemente unidos.
Todos tuvimos la oportunidad de emocionarnos con los aires de libertad que de más allá de las fronteras, entonces si impermeables y disuasorias, de nuestro país nos llegaban en forma de noticias, canciones, películas o libros, siempre censurados o de forma clandestina, o, de forma más cotidiana, de imágenes que los aún escasos turistas nos hacían atisbar viendo sus usos y costumbres.
Todos tuvimos la oportunidad de remover nuestra formación y nuestra educación para, a pesar de todas las trabas familiares, políticas y sociales, hacer una crisálida ética y salir e incorporarnos a una sociedad global que demandaba que recorriéramos en pocos años un camino que otros habían recorrido en un par de centenas. Algunos usaron la política para reclamar el cambio, o su ausencia, otros, los más, usamos la convivencia para conseguirlo, o intentar evitarlo.
Todos tuvimos esa oportunidad. Todos lo intentamos. Unos tirando, otros frenando, muchos dejándose llevar. Unos con más fortuna, otros con más esfuerzo y menos logros. Pero todos hemos sido partícipes del inmenso esfuerzo que ha supuesto la consecución de unos derechos y libertades que otros ya tenían y a nosotros se nos negaban. De unos derechos y libertades que a los que tienen menos de cuarenta años les parecen incuestionables.
Si a cualquier europeo le costaría encontrar puntos de referencia hoy en día para explicarle a cualquiera que tenga cuarenta años o menos como era el mundo cuando él tenía su edad, a los españoles nacidos en una posguerra tardía, o antes, nos sería imposible porque no hay referencias en la vida cotidiana, ni en el ámbito público ni en el privado, que nos permitan hacer comparaciones.
Como le explico yo a mis jóvenes que, solo por poner ejemplos rápidos y llamativos, en semana santa los bares estaban cerrados, no se podía poner más música, que se oyera, que clásica o alusiva a la celebración. Ni cine. Como les explico que reunirnos cuatro cinco personas en pandilla podía llevar acarreada una detención. De botellón ya ni  hablamos. Como explicar, con toda la crudeza y frustración de lo cotidiano, esa moral implacable llena de culpas y sobresaltos que nos llevaba a condenarnos eternamente en los infiernos por besar, tocarse o explorar las delicias del sexo ajeno. Como les explico que si además esa atracción era por una persona del mismo género el infierno no esperaba a la posible eternidad, se desencadenaba ya en este mundo.
Pues no.  No tengo posibilidad ninguna, salvo la corta, la concisa, la poco reveladora palabra, para provocar en ellos un viaje por el tiempo en el que puedan siquiera atisbar como nos sentíamos entonces. Nuestra fe, nuestro compromiso, nuestra permanente provocación hacia nosotros mismos y hacia lo que nos rodeaba. Nuestra determinación a lograr un mundo mejor, más abierto, más libre, igual y fraternal.
Por eso, precisamente por eso y no por otras cosas, que también, me revelo ante este nuevo fascismo que parece venírsenos encima.
Porque fascismo es, al menos para mí, ejercer la violencia para coartar la libertad ajena. Porque fascismo es señalar a los que creemos que nos estorban. Porque fascismo es, y de la peor calaña, suponer que tengo derecho a imponer mis ideas por el simple hecho de que estoy convencido de que son las buenas, para todos, y cualquier otra, por tanto, está equivocada. Porque fascismo es, negro aunque sea rojo, sucio aunque provenga de ideas limpias, el uso de la fuerza. Porque fascista es, no importa de qué lado provenga, el insulto, el menosprecio, el linchamiento de los que piensan diferente. Porque fascista es pensar que todo está permitido si es por un bien universal, que casualmente coincide con lo que yo pienso que es el bien.
El fascismo no es, hoy en día, para mí, una ideología, craso error, el verdadero fascismo es la forma de llevarla a cabo. Los criterios morales que permiten a un individuo someter a otro para imponerle unas ideas diferentes sin reparar en medios ni consecuencias.
Claro que no es el fascismo de Mussolini, de Hitler o de Franco, ni siquiera, si me apuran, el de Lenin, de Castro o de Mao. Claro que no es fascismo como lo entiende la RAE, pero usar este término, este palabro, es, tal vez, la única forma de enfrentar a ciertas personas con sus actos. De enfrentarlos si no han pasado ya la inhumana frontera  de los iluminados.
Los que tenemos más de cincuenta años hemos tenido la oportunidad de vivir en un mundo dividido en bloques ideológicos y físicos y sabemos, hemos vivido, del dolor que conlleva. También, y como consecuencia, hemos aprendido que las actitudes coercitivas, violentas, totalitarias, no están sujetas a ser separadas por bloques. Que el daño, la sangre, la frustración de la libertad, provengan de donde provengan, se llamen como se llamen, no son de izquierdas ni de derechas, son, simplemente, totalitarias.

Los que tenemos más de cincuenta años en este país, en otros países menos, y en algunos incluso los que están naciendo, sabemos que el totalitarismo, el integrismo, la intolerancia, no tienen signo, no tienen cabida, no tienen ni siquiera sentido. Solo son, se llamen como se llamen, vengan de donde vengan, los traiga quién los traiga, más de lo mismo.

miércoles, 12 de octubre de 2016

Reflexiones de un "puto viejo"

Que esta sociedad está inmersa en una crisis de valores parece algo incuestionable, pero limitarse a esta obviedad enmascara el verdadero problema que, aun aquejando al mundo en general, parece hacerse más violento en España. Tal vez se deba a nuestro carácter, o a nuestra casi inexistente formación, a nuestra nula educación o a la utilización reiterada e interesada de nuestra historia reciente por parte de los políticos.
La radicalización de las posturas, la violencia extrema de ciertas actitudes y la búsqueda desesperada de una razón incuestionable está llevando al sobresalto permanente, a la sinrazón flagrante, al escándalo provocado como exhibición.
No basta, en ciertos círculos, con considerar que se tiene razón, es necesario imponerla y aplastar a los demás con ella.
Las polémicas de ciertas posturas de confrontación llevadas al radicalismo extremo no hacen sino crear un clima de antipatía y una espiral que intenta combatir esa antipatía con mayor radicalización. Y este juego no lleva a ninguna parte. Al menos no lleva a ninguna parte positiva.
Y si no había suficientes frentes de confrontación, si la sociedad no estaba suficientemente crispada, radicalizada y enfrentada, ciertos círculos han decidido explicar su explicable fracaso creando un nuevo corte en la sociedad, un nuevo y peligroso corte que los exima de sus errores y provoque un mayor daño.
Parece ser que para ciertos círculos, radicales en sus planteamientos, la detentación de la razón última los habilita para que esta sea impuesta a cualquier precio. Y están tan convencidos de su indiscutible razón que no les importa desear la muerte de un niño enfermo o el exterminio de aquellos que suponen un obstáculo para su sociedad ideal de pensamiento único.
No hay necesidad de convencer cuando se puede imponer y si es necesario exterminar. Y los últimos a exterminar, los últimos ciudadanos que suponen una barrera hacia Un Mundo Feliz somos los “putos viejos”.
En un video absolutamente vergonzoso, vergonzoso de caérsele la careta de vergüenza, vergonzoso por su contenido, vergonzoso por su falta de calidad léxica, vergonzoso por su falta de rigor y su populismo, Anonymous, si es que realmente es de Anonymous, cosa que prefiero dudar, culpa del resultado de las elecciones al envejecimiento de la población, abundando en los mensajes de corte fascistoide que ya se habían producido en las redes sociales tras el fracaso de objetivos obtenido por ciertos posicionamientos radicales. Parece ser que tener más de ciertos años, que varían según la conveniencia y edad del que lo expone, produce una especie de esclerosis social, una necrotización ideológica y una muerte súbita de la inteligencia y el raciocinio. Es decir, que al ser “puto viejo” se es además conservador, insolidario y estúpido.
Piensa el ladrón que todos son de su condición.
Si la cosa es ya de por sí indignante, que lo es además de preocupante y con una deriva peligrosa, estos presurosos deseadores de mundos al estilo de la Fuga de Logan promueven nuevas ideas que fracturen la sociedad por mor de la edad. Ideas como la de la retirada obligatoria del carnet de conducir a los sesenta y cinco años, por decreto, sin ninguna base jurídica, moral o científica o la expresada por cierta política comunitaria responsabilizando al envejecimiento de la población del fracaso económico de cierto modelo, se abren paso en la creación de una sociedad aún más fracturada.
Yo me temo que en el fondo de esta cuestión hay un axacerbado culto a la juventud que lleva a que sea considerada como una virtud y no como una situación temporal. Que hay un ensimismamiento moral que olvida que no existe la razón si no las razones, que no existe la verdad si no los puntos de vista, que no existe el momento si no el movimiento, y que el movimiento se demuestra andando y el andar consume tiempo y el tiempo es edad y es vida y es experiencia. Que hay una terrible, una terrorífica, una patética falta de educación en valores y en respeto que permite que ciertos individuos, ciertos colectivos, se radicalicen hasta la violencia, que aunque sea verbal, de momento, sigue siendo violencia.
Lo que no saben los jóvenes, y que si sabemos ya los “putos viejos”, es que la edad no cambia a las personas necesariamente. Es que la edad es una circunstancia temporal que, salvo demencias y deformaciones educativas irresolubles, se va adquiriendo con la vida y proporciona experiencia y conocimiento, o sea, que equipa con matices, con claroscuros que impiden tener prisa, tener razón absoluta y hacen desenvolverse con mucho tiento a la hora de creer en algo como definitivo.
Yo, un “puto viejo”, un ácrata convencido, un librepensador irredento, me niego a ser etiquetado por el guarismo de mi año de nacimiento, me niego a ser inutilizado intelectualmete por un pensamiento fascista, me niego a ser irresponsable porque otros lo digan, me niego a ser inútil porque algunos inútiles necesitan justificarse. 

A otro perro con ese hueso.

jueves, 6 de octubre de 2016

Jugar con fuego

Jugar con fuego es una expresión que, en nuestro idioma, describe una situación de riesgo asumida sin valorarla correctamente o sin tomar las precauciones mínimas necesarias. Vamos, por decirlo claramente, lo que están haciendo los políticos desde hace ya casi un año.
Hay quien ha pensado que el cese, la dimisión, de Pedro Sánchez al frente del PSOE dejaba franco el paso a la formación de un gobierno. Triste ilusión. Quién pensara tal cosa no ha tenido en cuenta que el interés máximo de los políticos es el personal poniendo como excusa la ideología de su partido y usando como rehén al pueblo al que deberían de servir.
Y esta combinación es un peligro.
Jugar con fuego es lo que hace el PSOE alargando de forma innecesaria su decisión sobre la postura a tomar ante otra posible sesión de investidura. Todo lo escrito en el pasado artículo “si yo fuera Sánchez” vale igual para Fernández o cualquier otro apellido que esté al frente del PSOE
Jugar con fuego es lo que parece hacer el PP cada vez que aparenta abrirse una puerta que permita evitar unas terceras, en principio solo terceras, elecciones. Jugó con fuego con lo del ex ministro Soria y juega con fuego ahora cuando ciertas personas de su entorno empiezan a pedir una abstención útil, como si no fuera poco útil que en este momento, ya por fin, este país pueda tener un gobierno.
Jugar con fuego es lo que parecen hacer todos los partidos, unos más que otros, es verdad, intentando imaginar que votarían los ciudadanos en unas terceras elecciones e intentando maniobrar para que se produzcan si consideran que les pueden beneficiar.
Jugar con fuego es abusar de la paciencia, yo diría mansedumbre, de un pueblo harto, mangoneado, silenciado y recortado en sus derechos. No existe nada más imprevisible que el estallido de la mansedumbre.
Jugar con fuego es, ahora mismo, cualquier actitud, decisión o declaración que alargue, coarte o ponga en riesgo la aparente posibilidad de normalizar una situación que ya se alarga más allá de lo consentible.
Jugar con fuego será, a posteriori, seguramente, el mantener posturas revanchistas, obstruccionistas, frentistas, una vez que la legislatura se haya puesto en marcha. Pero ahora, en este escrito, ese fuego, ese juego, no son más que augurios de un futuro tan lejano como incierto.

Yo ahora mismo prescribiría unos juegos de bomberos reunidos Geyper o de políticos responsables de la Señorita Pepis. Porque al final entre pillos, permítanme suponer que saben a quienes me refiero, anda el juego, y cuanto menos sea con fuego menos quemados estaremos todos.

domingo, 2 de octubre de 2016

¿Y ahora que?

¿Y ahora qué? Porque esta es la pregunta a responder después de cualquier gran conflicto. Como enderezar lo que se ha torcido. Como reconducir un trazo fuera de lugar sin que dañe la obra general.
Profetas habrá, y que no falten. Los habrá de la estética, de la ética y de la pragmática, que nadie lo dude. Pero lo que necesita ahora el PSOE es un baño de realidad, una inmersión en el  día a día de una sociedad dañada, desencantada y con una carga de escepticismo que la coloca en una postura de sospecha permanente.
Aunque lo que digo lo digo pensando en el PSOE, no solamente los socialistas salen tocados de este episodio. Bien haría, antes de que so la hagan en unas próximas elecciones, sean cuando sean, los populares en revisar el liderazgo de un señor cuyo máximo valedor, con su postura y sus palabras, era el defenestrado Pedro Sánchez. De un señor, méritos aparte, que también los tiene, que es la cabeza visible de un partido que necesita una limpieza a fondo y una puesta a punto para poder ser votado por sí mismo y no por los deméritos ajenos.
Porque no nos olvidemos que muchos, una gran cantidad de votantes, dieron su voto al PP no por su sintonía con sus postulados, no por su admiración hacia el señor Rajoy, si no por su desconfianza hacia los planteamientos y hacia las intenciones finales del líder del PSOE.
Pero ahora toca PSOE y ahora tocan soluciones a la debacle. Volveremos a oír hablar de gestora, de primarias, de candidatos, de programas, de tantos y tantos temas que ya tenemos tan relamidos. Al final todo se reducirá a saber quién dirigirá a este partido y, sobre todo porque es el meollo de la cuestión, mediante qué sistema llegará a ser elegido.
Solo se me ocurren tres posibilidades de llevar a cabo la elección y solo se me ocurre una que pueda garantizar una pronta recuperación de los votantes por parte del PSOE.
La primera opción es que el líder lo elija la misma comisión gestora que ahora entrará en funciones de entre sus miembros y buscando una figura que resulte conocida y que no tenga el rechazo de los votantes. Los hay, y no pocos.
La segunda, y que yo creo que ha demostrado su ineficacia pero seguramente es la favorita de las bases militantes, es convocar unas primarias restringidas en las que puedan votar solamente los que tengan carnet, los integrantes del partido. El problema es que posiblemente el candidato elegido sea un hombre de partido, pero no de estado, ya hemos visto varios casos, y volverá a enfrentarse a la desconfianza de la calle.
La tercera, la que sería más ética y estéticamente aceptable, sería la convocatoria de unas primarias libres, de unas primarias abiertas a militantes y simpatizantes, que abriera el voto a la calle, porque entonces, y solo entonces el líder elegido contaría con el beneplácito de sus votantes.

Claro que este sistema tiene el problema de hacer complicado el montarse en el machito, y montarse en el machito, el que sea, es la atracción favorita en el parque temático de los políticos. Montarse en el machito y pasar por caja para ser exactos. 

miércoles, 28 de septiembre de 2016

Que venga el motorista

Lo he añorado muchas veces y en este momento lo añoro una vez más. Aquel motorista franquista dibujado por Forges que, armado del sobre de ceses, se personaba en los grandes sillones de los grandes cargos para comunicar el fin del machito.
Yo creo que a estas alturas el Sr. Sánchez ya se ha ganado un lugar en la historia. Tal vez como uno de los personajes más dañinos y soberbios del panorama político de estos tiempos. Tal vez como uno de los personajes que más daño han hecho a este maltratado país, a este silenciado y perplejo pueblo.
Hoy por hoy, ayer también pero menos, el Sr. Sánchez se ha convertido en el enemigo público número uno de los votantes españoles. Su falta de sintonía con la calle, su desesperado, e interesado, entreguismo a las bases militantes de su partido, su absoluto desprecio por la realidad y el país, pueden conducir a una debacle socialista que no por ya anunciada va a ser menor y que arrastrará en su caída al partido entero. Y eso, señores, es lo peor que nos puede pasar a todos. Tener que presentarnos en un colegio electoral y no tener otra alternativa que el partido de derechas, un partido radical, un partido que solo tiene sentido como bisagra, y por tanto sin sentido, o la abstención.
Yo estoy convencido de que a día de hoy, si las listas abiertas existieran, el Sr. Sánchez no sacaría más votos que los de sus incondicionales. Recuerdo que en cierto pueblo español cierto candidato no sacó más que un voto, y los amigos, al menos por ello se tenían, lo esperaron con unos vinos y unos grandes carteles que ponían: “Pepe, no te ha votado ni tu mujer”. A Pedro Sánchez tal vez habría que prepararle unos carteles parecidos.
Es verdad, sí, posiblemente ninguno de los líderes actuales de ninguno de los partidos saldría muy bien parado de la prueba, pero ninguno tiene ahora mismo tan de espaldas al electorado como el Sr. Sánchez. Habrá quien piense, sobre todo esos que jalean sin rubor al personaje, que son apreciaciones mías. Es posible, pero lo que dicen las urnas elección tras elección se parece mucho a lo que yo apunto.
A España le hace falta un PSOE fuerte y capaz de plantear una alternativa o de asumir el gobierno. A España la hace falta un PP capaz de gobernar o liderar una oposición. A España le hace falta un partido capaz de complementar una minoría mayoritaria de cualquier signo para evitar derivas militantes como la que ahora sufre el PSOE. A España tal vez no le haga falta, pero yo creo que le viene bien, que pueda haber más partidos y más opciones, pero ahí están y tienen sus votantes.
Pero lo que no le viene bien a España es ser rehén de dos partidos y los personajes que los militantes coloquen al frente de ellos, porque suelen elegirse no por su sentido de estado si no por su capacidad de decir lo que sus bases quieren oír. No importa la coherencia, la oportunidad, la conveniencia o el sinsentido de sus planteamientos. Líderes de discurso fácil y corto recorrido político, de Gran Política al menos.

Queridos Reyes Magos: Este país, que no se ha portado tan mal como para merecerse lo que le está pasando, te pide un motorista con un zurrón lleno de ceses y dimisiones. Para empezar la del Señor Sánchez, al que ya no le votaría ni su mujer.

martes, 27 de septiembre de 2016

El día del Alzheimer

Hola papá:
Hace unas fechas fue el día mundial del Alzheimer y todos los actos y zarabandas se centraron en esa terrible enfermedad. En esa enfermedad que yo llamaría colectiva porque aunque el que sufre la enfermedad, el enfermo, es uno, los que la padecen, los pacientes, son tantos como personas allegadas lo atienden. Claro, que qué te voy a contar que no estemos viviendo.
Tal vez esta carta debería, podría, haber sido escrita en fecha tan significativa en vez de esperar este tiempo, pero no ha sido así. Y no ha sido así a propósito, con toda la intención del mundo, como protesta consciente y sentida.
Parece ser, así se desprende de ciertas convocatorias y actitudes, que el Alzheimer es una enfermedad de grado superior, una especie de élite de las enfermedades neurológicas, y que el resto de demencias, las que no tienen nombre específico porque no las ha estudiado un doctor con nombre y renombre, son de rango inferior, o, simplemente, no se las nombra.
Así que, papá, te has extraviado por el camino equivocado. Algo así como si te hubieras extraviado dos veces. Si no fuera tan patético, tan lastimoso, tan cruel, te pediría que volvieras para extraviarte por el camino correcto.
Aunque a estas alturas que te vengan a ti con esas historias. A ti, que llevas ya un tiempo más allá de pompas y nombres, más allá de cuitas y pesares que no sean los inherentes y diarios de no permitirte languidecer en paz, sin el sufrimiento pertinaz que los episodios de limpieza y alimentación te producen y que son los únicos nexos que te obligan a conectarte con un mundo, con unas costumbres, que hace tiempo ya que abandonaste.
En fin, papá, que no te preocupes. Que nosotros, tus pacientes asociados, te vamos a cuidar, vamos a velar por tu limitada vida hasta donde las fuerzas nos acompañen y la voluntad nos guíe, o incluso más allá. Sin importarnos el nombre o la importancia social que este pueda deparar. Sin importarnos un ardite que tu enfermedad sea de primera o segunda categoría, porque tú eres, para nosotros, EL ENFERMO. Si, así, en mayúsculas.

Un beso, papá, volátil, efímero, cariñoso, con la esperanza de que consiga abrirse camino hasta donde tú puedas percibirlo.

lunes, 26 de septiembre de 2016

Perdiendo a diestro y siniestro

España tiene un problema. Esto se llama ser preclaro. Como decía el chiste: “me joden los profetas”.
Efectivamente para saber que España tiene un problema, y decirlo, no hay que ser profeta, clarividente o, ni siquiera, hace falta ser español. Con darse una vuelta por la prensa, o por la calle, la inmensa mayoría de los comentarios giran en torno al tema.
Pero lo que a mí me preocupa es que el problema que yo veo no coincide con la visión general que percibo en los comentarios. Es posible que sea yo el equivocado, pero si no lo soy el problema de España es en realidad un problemón.
Se percibe con curiosidad, con ilusión en algunos círculos, la ascensión de Podemos como la consolidación de una nueva mayoría de izquierdas, algo así como la irrupción de la izquierda del futuro. Yo no lo veo así. Yo no percibo que Podemos adelante al PSOE, lo que percibo es que el PSOE se retrasa respecto a Podemos. Y no es lo mismo.
Parto, y sigo sopesando la posibilidad de estar equivocado, de que Podemos es un partido cuyo techo está cerca, si no ha sido alcanzado ya, de sus resultados actuales, y hablo a nivel estatal.
Podemos es un partido radical y disperso, tal vez no en su programa o planteamientos, que también, si no en las iniciativas personales que sus cuadros imponen cuando alcanzan puestos de responsabilidad y que no son compartidas por la mayoría de los votantes. Esto hace que Podemos solo pueda  captar votos a la izquierda del PSOE pero no del caladero neutral, algunos le llaman de centro pero no lo es, del caladero de no alineados que permite ganar las generales.
Si esto es verdad, y creo que lo es, el problema es que el PSOE en su nerviosismo por cubrir su izquierda ha olvidado a sus votantes habituales y los ha entregado con armas y bagajes al centro derecha. Y ni consigue parar su sangría con Podemos porque, salvo una determinada cantidad, el votante del PSOE y el de Podemos no son intercambiables, ni consigue hacer llegar a sus votantes del espectro más moderado un mensaje que estos puedan tener en cuenta a la hora de emitir su voto.
Por tanto el PSOE pierde por ambos lados y se hunde sin remedio porque no tiene los líderes que lo eviten ni es capaz de emitir mensajes más que para sus militantes, olvidando a sus votantes que les devuelven el olvido. No sube Podemos, baja el PSOE. No crece Podemos, se hunde el PSOE y entrega sus votos a diestro y siniestro.

Si yo tengo razón, y eso me temo, esta catarsis pendiente del PSOE llegará tarde, tan tarde que España se puede encontrar con la insana situación de que no exista una oposición real al gobierno, no solo en el parlamento, en las urnas. Y si ya tenemos una partidocracia sin visos de mejorar si llegamos al partido único de facto España va a tener, efectivamente, un problemón, por no hablar de los españoles.

domingo, 25 de septiembre de 2016

Si yo fuera Sanchez

Si yo fuera Sánchez, dubidubidubidubidubidubidu (se recomienda leer con el sonsonete del violinista en el tejado). Y que conste que no lo soy, ni Sánchez, Don pedro, ni el violinista en el tejado.
Pero, a lo que íbamos, si yo fuera Sánchez, y ya sin musiquilla, empezaría a pensar más en los españoles y menos en los socialistas. O dicho de otra forma, empezaría a pensar más en el estado y algo menos en el partido.
Oigo a los pretendidos defensores del  actual líder del partido socialista y me pregunto si teniendo esos partidarios don Pedro necesita para algo enemigos. Leo, oigo, insisto, con asombro, como todos aquellos que dicen apoyarlo hacen todo lo posible, socialistamente hablando, para que estando al borde del abismo de un paso al frente, como en el chiste pero sin risas.
Si yo fuera Sánchez, retomando el  argumento y metiéndome en harina, maniobraría, tirando de inteligencia y de sentido de estado, para disponerme a gobernar desde la oposición. Claro que a lo mejor, para eso, estoy invocando unas cualidades de las que carece.  Al menos hasta el momento no las ha demostrado.
¿Y cómo se puede hacer lo que propongo? Con inteligencia, con osadía y con astucia. Veamos.
Las tres hacen falta para, apartándose de los  caminos seguidos hasta el momento y que solo son apreciados por una parte de la militancia socialista que lo está llevando a posiciones socialmente residuales, utilizar la misma fuerza que le permite bloquear la situación para desbloquearla y ejercer el gobierno sin detentarlo. Actualmente, aunque sea en la sombra, una gran parte de su partido no lo apoya y cada vez menos gente fuera de él cree en sus mensajes. Yo, incluso, a veces me pregunto si él mismo cree en lo que dice. Actualmente, sin importar lo que él o su entorno crean, es, a nivel popular, el único culpable la sinrazón política que padecemos.
Si yo fuera Sánchez, mañana mismo, comunicaría a la prensa un listado de medidas de tipo, social, educativo, autonómico, electoral y constitucional que conecten con el  sentimiento real de la calle y al día siguiente se las plantearía al PP como base de negociación para una posible abstención. Y lo dejaría gobernar, una legislatura corta, un par de años, en el que poder demostrar mi buen hacer y mi compromiso con los verdaderos mandatos de los votantes. No diciéndoles lo que deber de pensar, sino pensando en lo que realmente quieren decir. Y al acabar esa breve legislatura recogería en las urnas los frutos de un trabajo hecho con inteligencia y sin urgencias personales.
Si yo fuera Sánchez, en definitiva, le daría una oportunidad al país y me daría una oportunidad a mí mismo. Ahora, por mucho que no lo vea él y no lo vean los que le rodean, solo hay oportunidades para que el PP siga creciendo y Sánchez lleve a su partido hasta el límite de su descenso, porque aún puede descender más, y si no al tiempo, al tiempo de las terceras y de las posibles cuartas.

Si yo fuera Sánchez, y no lo soy ni falta que me hace, haría un curso acelerado de Gran Política, renovaría a los palmeros que me rodean y me lanzaría a consumar un plan de gobierno en dos años. Y todos saldríamos ganado, sobre todo España.

martes, 20 de septiembre de 2016

Otra comedia nacional, la gastronomia

La dilapidación  del patrimonio cultural de nuestro país, en ciertas áreas, está rozando el límite de lo irrecuperable y, en breves años, será patéticamente irreversible.
La absoluta dejación de los poderes públicos, el desinterés general de lo popular y los intereses espúreos de empresas del sector está abocando a la gastronomía popular española, posiblemente la más rica, variada e imaginativa del mundo, a su desmantelamiento por olvido, por dejación, por imposición del interés de otros países menos afortunados que nos llevan a su ignorancia y, posiblemente, su posterior apropiación.
Hemos entregado los canales de distribución, lo que se llama la comercialización, a empresas de países fronterizos empeñadas en imponer sus productos, muchas veces de menor calidad, en nuestros canales de comercialización y llevarse los nuestros a otros lugares donde son más apreciados y sin duda más valorados.
Por eso, y no por otro motivo,  comemos tomates de madera, naranjas insulsas, quesos de masilla, ¿miel? China y pescado africano. Por eso, y por algún otro motivo, nuestras angulas, nuestro atún y nuestras mejores frutas y hortalizas debemos de ir a buscarlas, a comerlas,  a Japón, a Francia o a la Conchinchina.
Y ¿la gente que  hace? Pues comer lo malo y quejarse, resignadamente, de lo malo y lo caro que está todo. Y ¿Lo público que hace? Favorecer a los amigos mediante normas y leyes que penalizan al pequeño productor, al artesano, que intenta salir de la mediocridad general y buscar canales alternativos, imaginativos, directos al consumidor. Y, supongo, llegado el momento compartir los beneficios de las medidas tomadas por “el bien y la salud” de aquellos en cuyo nombre gobiernan y por cuyo interés  deberían de velar.
Como resultas de todo ello España se está convirtiendo en el paraíso de la comida basura industrial, sintética, insana.
La miel española se almacena sin comercialización posible mientras  se importan barcos y barcos de un producto meloso procedente del país  asiático que se etiqueta como miel pero que dudo que pasase los controles mínimos de identidad. Los quesos asturianos, cántabros gallegos, manchegos, andaluces, castellanos, son suplantados en las tiendas por masillas industriales de sabor indefinido mientras se promocionan, también debido a la estupidez nacional, quesos franceses, holandeses, suizos  o italianos que tienen mucho que envidiar a los nuestros. Eso sí, si uno quiere tener un cierto prestigio “gastronomil” tiene que saber muchos nombres en francés y manejar una billetera de un cierto calibre para asegurar su presencia en los locales que los pagados críticos gastronómicos de prestigio recomiendan.
Por eso nuestros jóvenes llenan sus noches de licores de hierbas alemanes, industriales, llenos de química, mientras a los pequeños artesanos gallegos productores de aguardientes de calidad, de tradición, absolutamente naturales, el estado los destroza con multas impagables y que deberían considerarse vergonzosas, injustas, abusivas, malintencionadas.
Por eso, seguramente, y por muchas  cosas más de carácter innombrable, ya no nos acordamos de cuál era el sabor de la España de nuestros abuelos, a que sabe un queso auténtico, que aspecto tiene un  pescado fresco, o cual es la época de consumo de ningún producto, porque, oh maravilla¡, los productos del campo, del mar, los frescos, los de  verdad, tienen una época óptima de consumo, unos tiempos óptimos de maduración o engorde, una ventana concreta para alcanzar su momento idóneo para el consumo.  
Y si todo lo anterior es ya, de por sí, desmoralizante, la degradación, el olvido, la dejación oficial sobre la protección del patrimonio gastronómico-cultural que nuestra historia nos ha legado, raya en lo delictivo.
¿Cómo es posible asistir a la ignominia de ver como cualquier local para guiris se apropia, pervierte y degrada los platos más emblemáticos de nuestra tradición? ¿Cómo podemos asistir impasibles al engaño sistemático y sistematizado que las cartas de la mayoría de locales de nuestra geografía sobre el origen, el nombre o la edad de lo que nos ofrecen? ¿De dónde salen todos los  corderos lechales que a diario se asan en nuestra geografía? ¿De qué extraña raza son  con casi un metro de alzada en algunos casos y fuera de época de parición? ¿Cuántos españoles, incluidos los valencianos, han logrado comer una paella valenciana? No, no arroz al horno, no arroz en paella, no esos pastiches precocinados con marca que ofrecen  en locales para turistas. No, auténtica paella valenciana. Pocos, muy pocos.
¿Qué extraño proceso psicológico han sufrido esos pescados expuestos en los establecimientos comercializadores con la etiqueta de frescos del día de la lonja de da igual donde, de ojos hundidos, agallas descoloridas y piel mortecina, cuando no sin cabeza  ni piel, que parecen deprimidos y me deprimen a mí  al contemplarlos?
¿Cuántos de los que están leyendo esto han comido chanquetes? No, eso que le han dicho que son chanquetes, no, los  de verdad, los que se compran a escondidas y hay que pagar con cheque porque no hay suelto suficiente. Eso que usted ha comido son unos insípidos peces asiáticos para incautos. El chanquete, el auténtico, está prohibido, y es prácticamente imposible de conseguir salvo que tengas algún amigo pescador o con un amigo pescador. Eso que le han ofrecido con maneras de mafioso de telefilm no es chanquete, es un bodrio engañabobos en este mercado en el que todo vale.
¿Hasta cuándo vamos a asistir impertérritos al cierre de tabernas, casas de comidas, pequeños negocios familiares de restauración, sustituidos, suplantados, ahogados, por franquicias de dudosa calidad, de dudosa  intención, de perversión sistemática del producto y de su elaboración?
¿Cuántos de los que esto leen saben, incluidos los gallegos, cual es la  diferencia entre el pulpo a’feira, que nos sirven, y el pulpo a la gallega que  nos ofrecen? Sí, hombre, si, son  distintos,  y no, hombre, no, la diferencia no son los cachelos, ni siquiera las patatas cocidas a las que los “listos” de rigor llaman cachelos sin saber de qué están hablando. La diferencia es que se preparan de diferente manera, con distinta técnica.
¿Para cuándo, estúpida pregunta, el mínimo interés necesario para promulgar una ley de etiquetado clara, convincente, que facilite una ley de protección de las gastronomía tradicional española y de sus consumidores? Y si fuera necesario, que no lo dudo, una suerte de cuerpo de inspección de su cumplimiento.
Sí, claro, yo también lo veo. Yo también estoy viendo los ojillos brillantes del técnico fiscal de turno. Pero yo no hablo de eso,  no estoy hablando de una ley recaudatoria y de una licencia más para el amiguismo y el mangoneo. Yo intentaba proponer una ley de preservación y pureza. Ahí es ná. Aunque sea imitando iniciativas parecidas que ya funcionan en Francia. Porque la imitación de los que quieren y  no tienen se nos da mejor que salvar lo  que tenemos y ellos quieren.

Acordémonos de  que llamamos consomés a los consumados, patés los ajos, los cocinados no los cultivados, y mayonesa a la  mahonesa, por poner solo algunos ejemplos. Bendito país. País S.A. Celtiberia Show en su máxima expresión.