Hace ya algunas décadas que los
atónitos españolitos de entonces asistían entre extasiados y obnubilados al
primer streeptease de la pacata, remisa y oficial televisión española. Si, es
verdad, todo lo que se quitaba la divina Iran Eory era una cota de maya y unos
guanteletes de armadura, pero la intención no era menor que la que ponía la increíble
Rita en su guante y ni una ni otra escena se han borrado de las pupilas y el
catecismo erótico de todos los españoles que entonces pudimos contemplarlas.
Se la habían metido doblada a la
censura, se comentaba en bares, oficinas, colas oficiales y cualquier otro
mentidero organizado o espontáneo que se preciara de serlo. El inexistente,
virtual se diría ahora, el insinuado, intuido, ansiado y prolongado en la
intimidad intelectual de los espectadores, desnudo de la actriz no podía
ofender, conmover, alarmar a unos señores que solo veían la carne o la
retorcida simbología de la literatura. El erotismo, esa extraña actitud
intelectual capaz de rellenar, de prolongar, de culminar, una insinuación, no
entraba en sus competencias, ni en sus desviadas mentes.
Pero no pretendía yo al sentarme
enfrente del teclado enzarzarme en un cántico al erotismo, que le canto todo lo
que haga falta, ni en un avieso estudio sobre la motivación, métodos y
capacidad, o incapacidad, intelectual de la censura. No. Yo quería hablar de
los puritanos, de los de entonces y de los actuales.
Porque puritano, para mí, es todo
aquel que intenta imponer su criterio moral a los demás sin contemplar, ni por
asomo, que pueden existir otras escalas de valores diferentes a las suyas. Porque
puritano, para mí, es todo aquel que se escandaliza del que piensa o actúa
diferente. Porque puritano, para mí, es el que legisla sobre cuestiones morales
con ánimo redentor y profético para evitar la degradación moral, condena
eterna, de esos desventurados seres que no comprenden, que no acatan, que no
aprenden, que no asumen ni se suman a su cruzada.
Y con ese fin, con esa altruista
voluntad de salvar a los que no quieren ser salvados, recurren incluso a la ley.
Porque donde existe la posibilidad de condenar a una cuantiosa multa, a una cárcel
redimente o a una pena de muerte aséptica quien necesita convencer, formar,
evolucionar.
Claro que no estoy hablando de
sexo, no solo, ni de la reaccionaria derecha, no solo, ni de la religión,
ninguna, no solo, estoy hablando de todos esos puritanos de cualquier signo,
condición o criterio que se dedican a linchar a los que no piensan como ellos
hasta que, o mientras no, puedan alcanzar las cuotas de poder que les permita
evangelizarnos. Estoy hablando de todos esos grupos, habitualmente radicales de
cualquier signo o pertenencia, que se consideran llamados, elegidos,
superiores, dententadores de la razón en base a lo cual cualquier acto,
tropelía, linchamiento o difamación que perpetren lo hacen por el bien común,
por la salvación de las almas, o del planeta, o de cualquier propio objetivo,
que los demás no somos capaces de captar.
Así que ahora podemos condenarnos,
celestial o humanamente, por toda la eternidad o durante una vida, si
fornicamos, si bebemos, si fumamos, si comemos, si pisamos una hormiga o
simplemente no pertenecemos a alguna minoría de superior criterio moral. Una asco
de vida, vamos.
Dios, o la razón, nos asista.