martes, 30 de abril de 2019

Vencedores, vencidos y olvidados


Cumplida la fase de recuento de unas elecciones llega el momento de analizar los resultados. Esos datos que convenientemente manejados demuestraN que nadie ha perdido y que incluso los que han obtenido menor respaldo han ganado porque las circunstancias los abocaban a una situación peor. Solo varían las palabras, los que las dicen y el argumento, que no siempre resulta coherente.
Las elecciones de ayer no son en esto diferentes a todas las demás. Fuera de los autoanálisis, que nunca contemplan una autocrítica, todo ha sucedido según lo previsto y la larga lista de vencedores, casi todos, ha desfilado por las pantallas de televisión compartiendo y repartiendo entusiasmo y motivos.
Dentro de lo entrañable y habitual de los comportamientos no todos los vencedores salen a proclamar su victoria ni todos los perdedores figuran en las listas. Primero porque las listas hablan de siglas impersonales y segundo porque hay muchos que juegan en la retaguardia de los partidos.
Aún con todas estas consideraciones vamos a intentar una lista desapasionada de vencedores y vencidos.
Vencedores:
1.       Indudablemente el mayor vencedor de la noche ha sido el PSOE. Por votos, por escaños y por estrategia ha sido sin duda el que mayor rédito ha sacado, aunque lo de la estrategia haya sido tan simple como agitar un fantasma y hacerlo crecer para movilizar los miedos que nunca existieron. La cercanía de los resultados de las elecciones andaluzas jugaron a su favor. Los resultado de las andaluzas, los fantasmas y el partir desde la posición de gobierno eran demasiada ventaja incluso para Pedro Sánchez
2.       Pedro Sánchez como líder que ha conseguido pasar de ser defenestrado por su partido a ganador de las elecciones sin más mérito conocido que haber “escrito” un libro de auto alabanza y promover unas medidas sociales que por más deseables que sean ahora hay que dotar económicamente. Su deriva hacia una izquierda más dura ha conseguido captar a muchos de sus votantes que habían emigrado hacia Podemos.
3.       Ciudadanos y su líder, Albert Rivera, que ha conseguido incrementar considerablemente su representación y obtener un resultado que lo equipara con el PP, con la diferencia de que Ciudadanos va hacia arriba y el PP se despeña a los peores datos de su historia
4.       Núñez Feijoo que refugiado en su Galicia ha dejado pasar un turno a la vista de los previsibles resultados, demostrando ser un buen estratega que puede presentarse ahora ante las bases de su partido y los electores como el hombre que consiguió que en su territorio Vox no consiguiera ni un solo escaño.
5.       Soraya Saenz de Santamaría, simplemente porque ha perdido quién la apartó de su camino hacia la presidencia del partido.
6.       E.R.C. que aumenta mucho su representación y se presenta como interlocutor principal para buscar una solución al problema territorial catalán. Tal vez el tono desafiante e independentista de su intervención haya sido un poco excesivo, pero en todo caso eso son declaraciones en caliente que el tiempo y las necesidades matizan.
7.       Bildu, nos pese a quién nos pese, que duplica su representación en el parlamento y que demuestra hasta qué punto las políticas territoriales españolas se mueven en una tibieza que hace crecer los problemas.
8.       Vox, que consigue irrumpir con un número considerable de diputados en el Parlamento.
Muchos más, algunos pequeños partidos, algunos líderes refrendados, pueden considerarse victoriosos ante sus partidarios a la vista de los resultado obtenidos.
Peros si la lista de vencedores es siempre interesante no hay duda que la de vencidos tiene un morbo peculiar:
  1. El PP, que ha perdido votos a diestra y siniestra sin que las buenas palabras, la nueva imagen o su deriva hacia la derecha para tapar la herida que le ha provocado la aparición de VOX le hayan servido para paliar una derrota histórica y un desplome hasta cotas olvidadas desde tiempo de AP y Don Manuel.
  2. Pablo Casado que apostó por volver a los tiempos duros y desembarazarse de personas que parecían valiosa e incluso, electoralmente, mucho más fuertes que él.
  3. Mariano Rajoy Brey, que con su negativa a dimitir y convocar elecciones en su momento es corresponsable de la situación creada, de la cesión del gobierno al PSOE y del cataclismo sufrido por su partido.
  4. José María Aznar, como principal valedor de Pablo Casado y casi único apoyo. El fracaso de su pupilo es su propio fracaso. En su caso es hasta cruel lo de que “nuca segundas partes fueron buenas”
  5. Podemos, que poco a poco, o no tan poco a poco, va perdiendo aquel impulso inicial en el que se veían gobernando, primero, cogobernando después y echando una manita, la misma que le servirá para pedir unas migajas, para que gobierne el PSOE después de estas elecciones. Su posición real será, antes o después, la que en su momento ocupaba IU cuyo espacio ha heredado y cuyo techo compartirá.
  6. Pablo Iglesias, porque ni siquiera la llegada de él a la arena electoral consiguió romper la tendencia a la baja. Su cesarismo y su costumbre de rodearse de personas más interesadas en la boutade y el autobombo que en la razón o el estado, es una factura que paga “su” partido, cada vez menos poblado por las mejores mentes de sus principios.
  7. Puigdemont y sus marionetas que han visto como los sobrepasaba ERC y se quedaban como una fuerza marginal del independentismo catalán. A nada que se descuide tendrá que renunciar a su palacio y trasladarse a Casa Flora o a la cárcel que ha intentado evitar.
  8. Vox, que a pesar de su irrupción ha quedado por debajo de la mitad de sus expectativas seguramente más fundadas en el ruido que la izquierda ha hecho para asustar con su presencia que en datos reales. Confundir la necesidad ajena con la virtud propia suele tener malas consecuencias y en el caso de Vox, como antes en el de de Podemos, su representación irá disminuyendo porque su forma antipática, casi chulesca y matonista, de presentar sus propuestas no sirve para mantener el nivel de indignación necesario para que los voten, antes al contrario acaba produciendo hastío por la virulencia del mensaje.

Y hasta aquí podemos hablar de vencedores y vencidos, pero hay también, al menos, un olvidado, alguien que no parece que vaya a encontrar consuelo en los vencedores ni ayuda en los vencidos, el estado español.
Los tiempos por venir, a nivel mundial, pintan bastos y es hora de ahorrar y guarecerse, de afianzar y gestionar, y el problema de las posibles alianzas que apuntan para gobernar apuntan a subidas de impuestos y falta de gestión de los recursos para llevar adelante políticas sociales que no por necesarias, por justas, pueden ser acometidas en circunstancias desfavorables.
Los fantasmas de una nueva crisis son menos etéreos que los de una extrema derecha que nunca fue otra cosa que una derecha radical inflada convenientemente por aquellos que la necesitaban. Las urnas acaban contando la realidad de un pequeño fantasma que nunca llegó a materializarse del todo. La economía ni avisa ni se vota, azota y se lleva el bienestar presente, e incluso futro, en cuanto quién tiene que hacer gestión solo entiende de recaudación.

viernes, 26 de abril de 2019

Maldita reflexión


Lo bueno de la jornada de reflexión es que invita a reflexionar, lo peor es que posiblemente algunos lo hagamos. Desde luego si yo fuera político la prohibiría en defensa propia.
Entre los gritos desaforados de los mítines, los insultos sin recato en los debates y el afán, siempre generoso, en explicar lo que hacen mal los otros, lo que les impide tener tiempo para explicar en profundidad lo que ellos pretenden hacer bien, los ciudadanos llegan a la ínclita jornada más bien aturdidos y en un estado de choque que los puede llevar a votar sin tener muy claro a quién y mucho menos por qué.
Y entonces nos hacen reflexionar, cosa a la que nos deberían de invitar desde el principio o no invitarnos nunca, y toda esa cabeza gorda que nos han puesto a lo largo de varios meses, corre el riesgo de recuperar parte del riego sanguíneo y del rigor del razonamiento. A mí, en concreto, es lo que me pasa y me lleva en ese momento culmen del día de la votación a no conseguir encajar ninguna papeleta en el sobre dispuesto ad hoc.
Ya, ya sé que el tamaño es uniforme y adecuado, perfectamente estudiado para que las papeletas encajen con facilidad en el sobre, pero nadie parece haber contado con el temblor nervioso que puede acometer al votante tras una jornada de reflexión pensando en lo que puede hacer una lista de personas, la mayor parte desconocidas absolutamente, en contra de lo que el votante piensa, o en cuantas han dicho que harán algo para luego hacer lo contrario, o en lo que no han dicho que harán y que es justo lo que si harán, o… y ya entre temblores incontrolables acabas teniendo un último momento de lucidez y descartas introducir ninguna papeleta y cierras el sobre vacío y vas hasta la urna porque ya que estás allí algo hay que votar, aunque sea votar nada.
¿Y yo que votaría? Pues seguramente votaría por las políticas sociales de Podemos desarrolladas con el rigor económico del Partido Popular. Votaría la política territorial de Ciudadanos y no votaría la política fiscal de ninguno. Votaría una política educativa que dejase de lado los complejos estúpidos de nuestra historia, que fomentase los méritos y que fuera de igual calidad para todos los estudiantes. Votaría una estructura de estado en el que se garantizara la igualdad absoluta entre todos los ciudadanos, sin privilegios de renta, de inversión o fiscales de ningún tipo según el lugar de residencia.
Votaría por quién me propusiera una solución a la diferencia entre ricos y pobres, que permitiera la riqueza, la general no la mía mal pensados, incentivando la iniciativa privada y encontrara una solución razonable a las empresas que gestionan los servicios de primera necesidad, para que garantizaran un funcionamiento social adecuado, evitando el enriquecimiento a costa de la necesidad.
Votaría a aquellos que pudieran fomentar el beneficio en función de los logros sin permitir el acaparamiento, a los que supieran permitir la abundancia sin permitir el lujo, a los que fueran capaces de enfrentarse y desenmascarar a los que viven de la ilusión de poseer lo ajeno sin haber hecho más mérito para alcanzarlo que criticar y vivir del esfuerzo ajeno, a los que promovieran la equidad con afán de acercarse a la igualdad, a los que defendieran los derechos individuales y el respeto a los demás como normas fundamentales de vida y de convivencia, a los que me ofrecieran erradicar los miedos colectivos como medio de asustar a la sociedad para que haga dejación cobarde de sus logros. En fin, votaría a aquellos que fueran, veraces, transparentes, servidores de la sociedad e imperfectos, aunque solo fuera por saber que son personas como yo.
Ya, ya lo sé, esto que yo votaría no lo contempla ninguna ideología, ningún sistema global y rígido de interpretación de la sociedad, pero es que yo no quiero una sociedad rígida, cobarde, cortada a machetazos ideológicos para promover el enfrentamiento que impida la obtención, ni siquiera le identificación, de objetivos. Yo no quiero una sociedad que persigue al individuo capaz de establecer un sistema personal de valores en aras a una uniformidad de pensamiento. Yo no quiero una sociedad adocenada, caduca, decadente, llena de individuos políticamente correctos, ideológicamente impecables.
Por eso mi sobre entrará en la urna vacío, por eso y porque ninguno de los llamados candidatos, ninguno de los partidos, en realidad organizaciones de poder, a los que representan, me merece la más mínima confianza. Por eso y porque yo quiero vivir en una democracia donde pueda elegir libremente a mis representantes, donde me garanticen que mi voto vale lo mismo que el de cualquier otro ciudadano de este país, y sin embargo vico en una suerte de aristocracia de las ideologías que funciona como una partidocracia, como una mendaz democracia.
Porque yo quiero una democracia, también imperfecta, en la que las listas sean abiertas y la circunscripción única. Imperfecta, seguramente, pero democracia.
Bueno, pues nada, que me den otra jornada de estas por si consideran que no he reflexionado suficiente, seguro que se me ocurren aún más cosas que aportar al ideario democrático de este país.
Maldita reflexión.

domingo, 14 de abril de 2019

Sobre la eutanasia


Supongo que legislar es complicado, incluso ingrato. Supongo, porque nunca me he visto en la tesitura de hacerlo, que buscar la justicia para los demás  es una tarea que debe de exigir una capacidad casi infinita de perspicacia, perspectiva y buena fe que parece inalcanzable. Tal vez por eso mismo intentar que la legalidad, el resultado del acto de legislar, se acerque a un concepto tan ideal como el de Justicia ya no es solo complicado, ingrato, es, finalmente, improbable.
Pero tal vez lo más preocupante, lo que hace que nuestro punto de partida apunte, desde antes de empezar, en una dirección equivocada, a un camino torcido, es comprobar en manos de quién dejamos la tarea.
Legislar debe exigir una tremenda pulcritud en la neutralidad, unas claras miras de lograr mejoras en la convivencia que sobrepasen la circunstancialidad del día de su promulgación y busquen un futuro lo más largo posible, una vocación indiscutible de facilitar la convivencia en armonía evitando las situaciones de preponderancia, de abuso y de perjuicio, administrando los derechos de cada uno sin permitir que nadie pueda olvidar las obligaciones para con los demás.
Esto lo entendieron muy bien los legisladores de la antigua Roma, tan bien, que a día de hoy el derecho romano sigue siendo la base fundamental de diferentes sistemas legislativos, incluido el español. Pero desde entonces, desde hace más de dos mil años, ese cuerpo legislativo se ha ido modificando para adaptarlo a nuevos tiempos, nuevos conceptos, nuevos derechos, nuevas obligaciones. Y el problema siempre ha estado en la mirada del legislador.
Porque los cuerpos legislativos no han sido neutrales nunca. Durante cientos de años se ha legislado sobre los interesas de los legisladores que estaban representados por la iglesia y la nobleza. Unos legislaban sobre la moral, confundiendo sus convicciones con normas de obligado cumplimiento, y los otros legislaban sobre el beneficio y la riqueza reservándose la parte del león y el control de acceso a esa riqueza, o simplemente al bienestar. Detentar el poder y el control eran los objetivos.
Esta situación pareció cambiar con la Ilustración, el nuevo concepto de ciudadano y la aceptación de los derechos individuales universales. El reconocimiento del individuo como referente de esos derechos y capaz de gestionar su propio entorno ético abre unas expectativas que desgraciadamente se frustran al poco tiempo, al poco tiempo histórico.
La irrupción de las ideologías como sistemas de convicciones que se alimentan de la preponderancia del colectivo sobre el individuo, del enfrentamiento sobre el acuerdo, de la imposición por ley sobre la formación evolutiva, hacen que la tarea de legislar recaiga en unas manos que buscan conseguir por la vía de la inmediatez legislativa la obligatoriedad social de compartir las ideas del gobernante y sus más allegados, convirtiendo, de paso, la discrepancia en una ilegalidad.
Pero si con todo lo apuntado la ley parece quedar en mal lugar, en peor lugar queda cuando se constata que las leyes de los distintos periodos se solapan porque nadie las deroga, dando lugar a esperpentos, o situaciones de absoluto agravio.
La legislación sobre la moral que en tiempos pretéritos impulsó el `predominio terrenal de la iglesia, se convierte hoy en una legislación que afecta a las convicciones éticas de los individuos, penalizando, a veces con rigurosidad, convicciones que comparten amplios segmentos de los legislados.
No se puede, no se debe, legislar la moral. No se puede legislar, no se debe, sobre conceptos y derechos que atañen al propio individuo y no implican en su aplicación a otros, a terceros.
Tal vez el último ejemplo, el caso del suicidio de Mª del Carmen Carrasco, haya destapado un problema que solo permanecía tapado para la administración, la acción de control del cuerpo legislativo sobre la vida del individuo. Resulta que el suicidio, la libre disposición de la vida propia, es un delito. Y resulta, como consecuencia, que cualquiera que colabore es también un delincuente con el agravante de que mientras el sujeto principal del delito resulta ya inalcanzable para la justicia, el sujeto colaborador se convierte en reo y perjudicado.
En el fondo subyace el concepto de eutanasia. En realidad el poso moral de nuestra educación nos lleva a un debate estéril entre eutanasia y cuidados paliativos, estéril porque son diferentes y complementarios. Existe una cobardía moral heredada que nos penaliza e impide dar una solución ética al problema. ¿Cuál es la frontera entre los cuidados paliativos y la eutanasia? , yo creo que simplemente la que separa la acción de la inacción.
Los que en algún momento hemos tenido que tomar decisiones sobre vidas ajenas, pero muy próximas, sabemos de la rémora moral que nuestra decisión supone, aún a pesar de tener la convicción ética de haber hecho lo correcto. Tomar la decisión de dejar morir a alguien que ya no tiene ante sí más que un futuro, en la mayoría de los casos corto, de intenso sufrimiento, de tortura médica, es complicado, y siempre queda la duda, el mordisco interior de dudar si se ha hecho lo correcto. Esa incertidumbre moral es, supongo, estoy convencido, mucho mayor cuando en vez de consentir pasas a ejecutar, cuando con el consentimiento del sujeto tú dispones activamente de la vida ajena. Yo, ahora, desde mi perspectiva, no me siento capaz ni ética ni anímicamente de una decisión de ese tipo, pero tampoco, bajo ningún concepto, me siento moralmente capaz de condenar a aquellos que dadas la circunstancias adecuadas si lo hagan. Y en eso si debe de intervenir la legislación, en definir las circunstancias adecuadas descargando a la ley de todo peso moral.
Agravar el sufrimiento moral que seguramente sufre Ángel convirtiéndolo en un delincuente, gravándolo económicamente para mantener su defensa, y obligándolo a la exhibición pública de su zozobra, es de una bajeza ética difícil de consentir. Que además eso se realice mediante un tribunal especial, especialmente concebido y diseñado, para delitos en los que la alarma social es la única justificación para perpetrar una desigualdad con la excusa de corregir otra, es de una vileza legal difícil de asumir.
El peso de la ley, que parece ser muy pesado, no debe de recaer sobre individuos que no han hecho otra cosa que actuar éticamente. No es ese su fin. Tampoco debe de permitir escenarios equívocos en los que puedan darse situaciones de asesinato encubierto. Pero precisamente por eso, se debe de acometer de una vez por todas le definición de los escenarios en los que la eutanasia ha de ser aplicable, aquellos en los que el sujeto pasivo aún puede expresar su libre consentimiento y su firme voluntad debido al deterioro de su calidad de vida. Si se ha legislado sobre el aborto, que para mí no es más que una forma de eutanasia por derechos interpuestos, no entiendo los escrúpulos éticos para afrontar el resto de supuestos, los relacionados con enfermedades degenerativas en fases terminales y de sufrimiento. Acabaríamos, legalmente, con situaciones que terminan siendo injustas para con el que sufre en primer término y con el sufrimiento de los que asisten impotentes a su dolor por extensión.

jueves, 4 de abril de 2019

El desierto vergel

Inopinadamente un viaje por ciertos espacios parece convertirse en un viaje por ciertos tiempos, y es que el desplazamiento por algunas carreteras locales de nuestra geografía rural, a velocidades convencionales, produce efectos que parecen pertenecer a la ciencia ficción y el tiempo se trastoca en nuestro avance. El tiempo y la desmemoria.

He hecho un precioso viaje a las entrañas del Alto Ebro, una región de una belleza particular, llena de aguas en pozos, de aguas en cascadas, de aguas en ríos, encañonadas, salvajes, que se retuercen por la geografía hasta que su búsqueda las hace coincidir y sumarse. Una región en la que el Ebro se transforma de fuente en arroyo, de arroyo en río y de río en ese caudal magnífico que se va asomando a la geografía peninsular hasta su desembocadura.

La historia se degrana entre las preciosas iglesias románicas de los Sedano y las casonas blasonadas de Escalada e invita al visitante a recorrer sus calles antes o después de visitar sus parajes. Geografía física y geografía política, como se llamaban en mis tiempos de estudiante a las ramas de la geografía que estudiaban los aspectos naturales y los humanos. Una llena de venas de agua y sombras de montañas y la otra llena de colores y fronteras que delimitaban las comarcas, las provincias, los usos y costumbres, los recursos naturales que identificaban y daban vida a los hombres que las habitaban.

La belleza de los parajes es conmovedora. La geografía física con sus relieves, sus cursos y sus líneas geodésicas se mantiene, si no imperturbable por el tiempo si al menos, constante en su belleza. Ese prodigio estético, que es la cascada de Orbaneja del Castillo, o ese profundo azul del pozo del mismo color en Covanera, o la belleza del cañón que encauza al Ebro en toda la región y que puedes contemplar en toda su grandiosidad en los miradores junto a Pesquera de Ebro, contrasta con un feroz decaimiento de la geografía política.el casi desierto. 

Una ristra de pueblos enfilados por el Ebro en los que apenas quedan ojos para solazarse en el paisaje, para refrescarse en las aguas, para contemplar el vuelo de las rapaces que pueblan las paredes del magnífico cañón. Una comarca, El Valle del Sedano, en la que entre todos sus pueblos apenas suman el número de vecinos que consideraríamos mínimo para uno solo de ellos. Una comarca que sobrevive con el retorno de los propios en las épocas estivales, de vacaciones y algunos fines de semana, y con el turismo que sus bellezas naturales y culturales deparan a los que se asoman a ellas.

Todo está montado para ese tiempo, para ese escaso, efímero tiempo en el que la población recupera la geografía política. Pero el resto del tiempo, la mayor parte de los días del año, el lugar languidece como si la población, su escasez, fuera la sangre fría de un animal que hiberna a la espera de que vuelva el calor de sus habitantes.

Recorrimos varios pueblos, casi todos, y en todos ellos encontramos el mismo mensaje. No hay gente, no hay niños, no hay vida más allá de algunas paredes que acogen a los cuatro, a los ocho o a los veinte habitantes que aún se aferran a sus pueblos. Pasamos por Sedano, vimos sus iglesias, románico espectacular e incluso único como las columnas de la iglesia de Moradillo de Sedano, como la riqueza que las paredes de la de Gredilla de Sedano atesoran. Pero no encontramos un bar en el que comer, ni allí ni hasta treinta kilómetros más adelante.

Nos lo decía Blanca, que tiene una panadería, la panadería, en Sedano: “Hace meses que cerró el único bar que daba comidas, y no parece que vayan a abrirlo de nuevo. Primero se llevaron a los niños a Escalada, luego cerraron el bar, este pueblo se va muriendo. A pesar de que aún nos queda el banco ya no quedan apenas habitantes. No más de veinte a diario.” No es la única que nos cuenta esas cuitas, también lo hace la esposa de José Ignacio Ruiz, carnicería Nacho, mientras nos despacha unas morcillas recién cocidas, aún calientes, exquisitas. El pueblo, los pueblos, languidecen y ya solo esperan el retorno temporal de los que viven en Burgos, en Santander, en Aguilar de Campoo o en Villarcayo. O el de los que viven aún más lejos y que por una temporada al año retornan a los paisajes de sus ancestros, o, incluso, a los suyos propios hasta que la necesidad, o la necedad, de un mundo mal construido los llevó a otras tierras. O, como último recurso, a los que se asoman ávidos de las bellezas físicas y políticas que guardan.

Nos lo corrobora José Santos Ruiz, Concejal de Cultura del valle de Sedano, habitante casi único y último agricultor en san Martín de Elines, a donde hemos ido para ver la Colegiata, mientras cargamos un saco de sus patatas. No queda nadie, no quedan agricultores, ni ganaderos, ni ninguna fuente de riqueza que pueda fijar a la población o atraer a nuevos habitantes.

Mientras recorremos estos parajes vemos en la televisión a los agricultores valencianos quejarse del precio al que les pagan las naranjas, de la importación masiva de naranjas de la China, de la “China, na, China, na te voy a regalar” que cantaba mi abuela en mis tiempos infantiles, en esos tiempos en los que la expresión “naranjas de la China” era sinónimo, ya, de camelo. Vamos, como lo del cuento chino y la miel pero en cítrico. Al parecer sale más barato, para los distribuidores, transportar de tan lejos un producto de menor calidad que cogerlo a la vuelta de la esquina. Les permite enriquecerse más para ser más exactos. Y mientras tanto los políticos legislan a favor de los distribuidores, a favor de las grandes superficies y penalizan fiscalmente, en realidad asfixian, a cualquier pequeño productor que intente hacer primar la cercanía y la calidad sobre el beneficio puro y duro de las grandes explotaciones o de la distribución, el verdadero tiburón de la cadena alimenticia, que ha quedado en manos de empresas que siendo extranjeras no sienten ni padecen los problema locales de este país que se despuebla a ojos vistas. Los productos de la tierra, antes sinónimo de calidad, de frescura y sustento de tantas familias, van siendo sustituidos por productos extranjeros, no siempre mínimamente aceptables y de una calidad muy inferior, y no siempre concordantes con lo que dicen ser o de donde dicen provenir en sus etiquetas. 

Los pueblos, la España rural del mapa político, languidecen mientras vienen a Madrid a explicarnos que se mueren de soledad e indiferencia. En tanto miles, millones, de personas arrastran su vida por los suburbios de ciudades que apenas reparan en ellos para compartir sus restos, sus excedentes a veces en forma de residuo o basura.

Hacen falta leyes que corrijan este despropósito, hace falta recuperar el amor por la tierra, el gusto por lo cercano, el orgullo de lo propio. Hacen falta leyes, infraestructuras, tejido económico y social que permita repoblar los lugares que se pierden y que hacen que perdamos sus bondades y sus bellezas al mismo tiempo, en tanto la gente malvive y se hacina en otros lugares. 

Como decía Blanca, la panadera de Sedano, “cuando en un pueblo cierra el bar ya es que no queda nada”. En esta país cuando en un pueblo cierra el último bar es que ya no queda nada de nada, ni siquiera consciencia política de que hay temas más importantes que ganar unas elecciones o presidir un gobierno, como conseguir un país próspero y preservar lo mejor de su geografía política, de esa geografía política de la que parecen no querer saber nada los políticos actuales.