sábado, 22 de octubre de 2016

Más de lo mismo

Cualquiera de los que contamos más de cincuenta años hemos vivido bajo una dictadura. Sabemos de primera mano, no porque nos lo cuenten, no porque nos lo digan los libros, como era la vida y cuáles eran las consecuencias, cuál el día a día, cuáles las carencias, de vivir bajo el criterio de una élite que determinaba todos los aspectos de la vida, desde los económicos a los morales.
Cualquiera de los que contamos cincuenta, sesenta o más años  hemos tenido la oportunidad de tener que correr delante de los “grises” en las revueltas estudiantiles o sindicales. Hemos tenido la oportunidad de leer entrelineas las noticias en Triunfo, en La Codorniz, o publicaciones que secuestro tras secuestro intentaban hacer llegar hasta nosotros lo que sucedía en el mundo, más allá de la conspiración judeo-masónica y el oro de Moscú. Todos hemos tenido la oportunidad de aprender a tratar a las mujeres como iguales en un ambiente que se empeñaba denodadamente en hacerlas distintas, hemos aprendido a anhelar y pelear por la justicia social en un ambiente en que la justicia social era un delito, hemos aprendido a separar la ética y la moral de la legalidad en un entorno en el que los conceptos ley, religión y moral pretendían estar indisolublemente unidos.
Todos tuvimos la oportunidad de emocionarnos con los aires de libertad que de más allá de las fronteras, entonces si impermeables y disuasorias, de nuestro país nos llegaban en forma de noticias, canciones, películas o libros, siempre censurados o de forma clandestina, o, de forma más cotidiana, de imágenes que los aún escasos turistas nos hacían atisbar viendo sus usos y costumbres.
Todos tuvimos la oportunidad de remover nuestra formación y nuestra educación para, a pesar de todas las trabas familiares, políticas y sociales, hacer una crisálida ética y salir e incorporarnos a una sociedad global que demandaba que recorriéramos en pocos años un camino que otros habían recorrido en un par de centenas. Algunos usaron la política para reclamar el cambio, o su ausencia, otros, los más, usamos la convivencia para conseguirlo, o intentar evitarlo.
Todos tuvimos esa oportunidad. Todos lo intentamos. Unos tirando, otros frenando, muchos dejándose llevar. Unos con más fortuna, otros con más esfuerzo y menos logros. Pero todos hemos sido partícipes del inmenso esfuerzo que ha supuesto la consecución de unos derechos y libertades que otros ya tenían y a nosotros se nos negaban. De unos derechos y libertades que a los que tienen menos de cuarenta años les parecen incuestionables.
Si a cualquier europeo le costaría encontrar puntos de referencia hoy en día para explicarle a cualquiera que tenga cuarenta años o menos como era el mundo cuando él tenía su edad, a los españoles nacidos en una posguerra tardía, o antes, nos sería imposible porque no hay referencias en la vida cotidiana, ni en el ámbito público ni en el privado, que nos permitan hacer comparaciones.
Como le explico yo a mis jóvenes que, solo por poner ejemplos rápidos y llamativos, en semana santa los bares estaban cerrados, no se podía poner más música, que se oyera, que clásica o alusiva a la celebración. Ni cine. Como les explico que reunirnos cuatro cinco personas en pandilla podía llevar acarreada una detención. De botellón ya ni  hablamos. Como explicar, con toda la crudeza y frustración de lo cotidiano, esa moral implacable llena de culpas y sobresaltos que nos llevaba a condenarnos eternamente en los infiernos por besar, tocarse o explorar las delicias del sexo ajeno. Como les explico que si además esa atracción era por una persona del mismo género el infierno no esperaba a la posible eternidad, se desencadenaba ya en este mundo.
Pues no.  No tengo posibilidad ninguna, salvo la corta, la concisa, la poco reveladora palabra, para provocar en ellos un viaje por el tiempo en el que puedan siquiera atisbar como nos sentíamos entonces. Nuestra fe, nuestro compromiso, nuestra permanente provocación hacia nosotros mismos y hacia lo que nos rodeaba. Nuestra determinación a lograr un mundo mejor, más abierto, más libre, igual y fraternal.
Por eso, precisamente por eso y no por otras cosas, que también, me revelo ante este nuevo fascismo que parece venírsenos encima.
Porque fascismo es, al menos para mí, ejercer la violencia para coartar la libertad ajena. Porque fascismo es señalar a los que creemos que nos estorban. Porque fascismo es, y de la peor calaña, suponer que tengo derecho a imponer mis ideas por el simple hecho de que estoy convencido de que son las buenas, para todos, y cualquier otra, por tanto, está equivocada. Porque fascismo es, negro aunque sea rojo, sucio aunque provenga de ideas limpias, el uso de la fuerza. Porque fascista es, no importa de qué lado provenga, el insulto, el menosprecio, el linchamiento de los que piensan diferente. Porque fascista es pensar que todo está permitido si es por un bien universal, que casualmente coincide con lo que yo pienso que es el bien.
El fascismo no es, hoy en día, para mí, una ideología, craso error, el verdadero fascismo es la forma de llevarla a cabo. Los criterios morales que permiten a un individuo someter a otro para imponerle unas ideas diferentes sin reparar en medios ni consecuencias.
Claro que no es el fascismo de Mussolini, de Hitler o de Franco, ni siquiera, si me apuran, el de Lenin, de Castro o de Mao. Claro que no es fascismo como lo entiende la RAE, pero usar este término, este palabro, es, tal vez, la única forma de enfrentar a ciertas personas con sus actos. De enfrentarlos si no han pasado ya la inhumana frontera  de los iluminados.
Los que tenemos más de cincuenta años hemos tenido la oportunidad de vivir en un mundo dividido en bloques ideológicos y físicos y sabemos, hemos vivido, del dolor que conlleva. También, y como consecuencia, hemos aprendido que las actitudes coercitivas, violentas, totalitarias, no están sujetas a ser separadas por bloques. Que el daño, la sangre, la frustración de la libertad, provengan de donde provengan, se llamen como se llamen, no son de izquierdas ni de derechas, son, simplemente, totalitarias.

Los que tenemos más de cincuenta años en este país, en otros países menos, y en algunos incluso los que están naciendo, sabemos que el totalitarismo, el integrismo, la intolerancia, no tienen signo, no tienen cabida, no tienen ni siquiera sentido. Solo son, se llamen como se llamen, vengan de donde vengan, los traiga quién los traiga, más de lo mismo.

miércoles, 12 de octubre de 2016

Reflexiones de un "puto viejo"

Que esta sociedad está inmersa en una crisis de valores parece algo incuestionable, pero limitarse a esta obviedad enmascara el verdadero problema que, aun aquejando al mundo en general, parece hacerse más violento en España. Tal vez se deba a nuestro carácter, o a nuestra casi inexistente formación, a nuestra nula educación o a la utilización reiterada e interesada de nuestra historia reciente por parte de los políticos.
La radicalización de las posturas, la violencia extrema de ciertas actitudes y la búsqueda desesperada de una razón incuestionable está llevando al sobresalto permanente, a la sinrazón flagrante, al escándalo provocado como exhibición.
No basta, en ciertos círculos, con considerar que se tiene razón, es necesario imponerla y aplastar a los demás con ella.
Las polémicas de ciertas posturas de confrontación llevadas al radicalismo extremo no hacen sino crear un clima de antipatía y una espiral que intenta combatir esa antipatía con mayor radicalización. Y este juego no lleva a ninguna parte. Al menos no lleva a ninguna parte positiva.
Y si no había suficientes frentes de confrontación, si la sociedad no estaba suficientemente crispada, radicalizada y enfrentada, ciertos círculos han decidido explicar su explicable fracaso creando un nuevo corte en la sociedad, un nuevo y peligroso corte que los exima de sus errores y provoque un mayor daño.
Parece ser que para ciertos círculos, radicales en sus planteamientos, la detentación de la razón última los habilita para que esta sea impuesta a cualquier precio. Y están tan convencidos de su indiscutible razón que no les importa desear la muerte de un niño enfermo o el exterminio de aquellos que suponen un obstáculo para su sociedad ideal de pensamiento único.
No hay necesidad de convencer cuando se puede imponer y si es necesario exterminar. Y los últimos a exterminar, los últimos ciudadanos que suponen una barrera hacia Un Mundo Feliz somos los “putos viejos”.
En un video absolutamente vergonzoso, vergonzoso de caérsele la careta de vergüenza, vergonzoso por su contenido, vergonzoso por su falta de calidad léxica, vergonzoso por su falta de rigor y su populismo, Anonymous, si es que realmente es de Anonymous, cosa que prefiero dudar, culpa del resultado de las elecciones al envejecimiento de la población, abundando en los mensajes de corte fascistoide que ya se habían producido en las redes sociales tras el fracaso de objetivos obtenido por ciertos posicionamientos radicales. Parece ser que tener más de ciertos años, que varían según la conveniencia y edad del que lo expone, produce una especie de esclerosis social, una necrotización ideológica y una muerte súbita de la inteligencia y el raciocinio. Es decir, que al ser “puto viejo” se es además conservador, insolidario y estúpido.
Piensa el ladrón que todos son de su condición.
Si la cosa es ya de por sí indignante, que lo es además de preocupante y con una deriva peligrosa, estos presurosos deseadores de mundos al estilo de la Fuga de Logan promueven nuevas ideas que fracturen la sociedad por mor de la edad. Ideas como la de la retirada obligatoria del carnet de conducir a los sesenta y cinco años, por decreto, sin ninguna base jurídica, moral o científica o la expresada por cierta política comunitaria responsabilizando al envejecimiento de la población del fracaso económico de cierto modelo, se abren paso en la creación de una sociedad aún más fracturada.
Yo me temo que en el fondo de esta cuestión hay un axacerbado culto a la juventud que lleva a que sea considerada como una virtud y no como una situación temporal. Que hay un ensimismamiento moral que olvida que no existe la razón si no las razones, que no existe la verdad si no los puntos de vista, que no existe el momento si no el movimiento, y que el movimiento se demuestra andando y el andar consume tiempo y el tiempo es edad y es vida y es experiencia. Que hay una terrible, una terrorífica, una patética falta de educación en valores y en respeto que permite que ciertos individuos, ciertos colectivos, se radicalicen hasta la violencia, que aunque sea verbal, de momento, sigue siendo violencia.
Lo que no saben los jóvenes, y que si sabemos ya los “putos viejos”, es que la edad no cambia a las personas necesariamente. Es que la edad es una circunstancia temporal que, salvo demencias y deformaciones educativas irresolubles, se va adquiriendo con la vida y proporciona experiencia y conocimiento, o sea, que equipa con matices, con claroscuros que impiden tener prisa, tener razón absoluta y hacen desenvolverse con mucho tiento a la hora de creer en algo como definitivo.
Yo, un “puto viejo”, un ácrata convencido, un librepensador irredento, me niego a ser etiquetado por el guarismo de mi año de nacimiento, me niego a ser inutilizado intelectualmete por un pensamiento fascista, me niego a ser irresponsable porque otros lo digan, me niego a ser inútil porque algunos inútiles necesitan justificarse. 

A otro perro con ese hueso.

jueves, 6 de octubre de 2016

Jugar con fuego

Jugar con fuego es una expresión que, en nuestro idioma, describe una situación de riesgo asumida sin valorarla correctamente o sin tomar las precauciones mínimas necesarias. Vamos, por decirlo claramente, lo que están haciendo los políticos desde hace ya casi un año.
Hay quien ha pensado que el cese, la dimisión, de Pedro Sánchez al frente del PSOE dejaba franco el paso a la formación de un gobierno. Triste ilusión. Quién pensara tal cosa no ha tenido en cuenta que el interés máximo de los políticos es el personal poniendo como excusa la ideología de su partido y usando como rehén al pueblo al que deberían de servir.
Y esta combinación es un peligro.
Jugar con fuego es lo que hace el PSOE alargando de forma innecesaria su decisión sobre la postura a tomar ante otra posible sesión de investidura. Todo lo escrito en el pasado artículo “si yo fuera Sánchez” vale igual para Fernández o cualquier otro apellido que esté al frente del PSOE
Jugar con fuego es lo que parece hacer el PP cada vez que aparenta abrirse una puerta que permita evitar unas terceras, en principio solo terceras, elecciones. Jugó con fuego con lo del ex ministro Soria y juega con fuego ahora cuando ciertas personas de su entorno empiezan a pedir una abstención útil, como si no fuera poco útil que en este momento, ya por fin, este país pueda tener un gobierno.
Jugar con fuego es lo que parecen hacer todos los partidos, unos más que otros, es verdad, intentando imaginar que votarían los ciudadanos en unas terceras elecciones e intentando maniobrar para que se produzcan si consideran que les pueden beneficiar.
Jugar con fuego es abusar de la paciencia, yo diría mansedumbre, de un pueblo harto, mangoneado, silenciado y recortado en sus derechos. No existe nada más imprevisible que el estallido de la mansedumbre.
Jugar con fuego es, ahora mismo, cualquier actitud, decisión o declaración que alargue, coarte o ponga en riesgo la aparente posibilidad de normalizar una situación que ya se alarga más allá de lo consentible.
Jugar con fuego será, a posteriori, seguramente, el mantener posturas revanchistas, obstruccionistas, frentistas, una vez que la legislatura se haya puesto en marcha. Pero ahora, en este escrito, ese fuego, ese juego, no son más que augurios de un futuro tan lejano como incierto.

Yo ahora mismo prescribiría unos juegos de bomberos reunidos Geyper o de políticos responsables de la Señorita Pepis. Porque al final entre pillos, permítanme suponer que saben a quienes me refiero, anda el juego, y cuanto menos sea con fuego menos quemados estaremos todos.

domingo, 2 de octubre de 2016

¿Y ahora que?

¿Y ahora qué? Porque esta es la pregunta a responder después de cualquier gran conflicto. Como enderezar lo que se ha torcido. Como reconducir un trazo fuera de lugar sin que dañe la obra general.
Profetas habrá, y que no falten. Los habrá de la estética, de la ética y de la pragmática, que nadie lo dude. Pero lo que necesita ahora el PSOE es un baño de realidad, una inmersión en el  día a día de una sociedad dañada, desencantada y con una carga de escepticismo que la coloca en una postura de sospecha permanente.
Aunque lo que digo lo digo pensando en el PSOE, no solamente los socialistas salen tocados de este episodio. Bien haría, antes de que so la hagan en unas próximas elecciones, sean cuando sean, los populares en revisar el liderazgo de un señor cuyo máximo valedor, con su postura y sus palabras, era el defenestrado Pedro Sánchez. De un señor, méritos aparte, que también los tiene, que es la cabeza visible de un partido que necesita una limpieza a fondo y una puesta a punto para poder ser votado por sí mismo y no por los deméritos ajenos.
Porque no nos olvidemos que muchos, una gran cantidad de votantes, dieron su voto al PP no por su sintonía con sus postulados, no por su admiración hacia el señor Rajoy, si no por su desconfianza hacia los planteamientos y hacia las intenciones finales del líder del PSOE.
Pero ahora toca PSOE y ahora tocan soluciones a la debacle. Volveremos a oír hablar de gestora, de primarias, de candidatos, de programas, de tantos y tantos temas que ya tenemos tan relamidos. Al final todo se reducirá a saber quién dirigirá a este partido y, sobre todo porque es el meollo de la cuestión, mediante qué sistema llegará a ser elegido.
Solo se me ocurren tres posibilidades de llevar a cabo la elección y solo se me ocurre una que pueda garantizar una pronta recuperación de los votantes por parte del PSOE.
La primera opción es que el líder lo elija la misma comisión gestora que ahora entrará en funciones de entre sus miembros y buscando una figura que resulte conocida y que no tenga el rechazo de los votantes. Los hay, y no pocos.
La segunda, y que yo creo que ha demostrado su ineficacia pero seguramente es la favorita de las bases militantes, es convocar unas primarias restringidas en las que puedan votar solamente los que tengan carnet, los integrantes del partido. El problema es que posiblemente el candidato elegido sea un hombre de partido, pero no de estado, ya hemos visto varios casos, y volverá a enfrentarse a la desconfianza de la calle.
La tercera, la que sería más ética y estéticamente aceptable, sería la convocatoria de unas primarias libres, de unas primarias abiertas a militantes y simpatizantes, que abriera el voto a la calle, porque entonces, y solo entonces el líder elegido contaría con el beneplácito de sus votantes.

Claro que este sistema tiene el problema de hacer complicado el montarse en el machito, y montarse en el machito, el que sea, es la atracción favorita en el parque temático de los políticos. Montarse en el machito y pasar por caja para ser exactos.