sábado, 21 de junio de 2014

Monarquía o República

Lo mío empieza a ser patológico, o lo de la sociedad, que aunque parezca que no es también lo mío. Este permanente desenfoque de la realidad de los problemas es ya cansino, tanto que llevo ya unos cuantos días queriéndome evadir de la última irrealidad en boga, pero al final tengo que caer porque tanto despropósito, tanta falsedad provocada por una historia falseada o desconocida, acaba por salpicarte.

¿República o monarquía, me preguntan todos al pasar? ¿Y a mí que me importa? ¿Y a mí y al 99 por ciento de los españoles que nos importa?  A mí porque como ácrata el debate me resulta ajeno. Ni una cosa ni la otra, yo creo en la libertad de los individuos, en la madurez de una humanidad correctamente formada y educada, en la igualdad de los seres humanos y en su capacidad de autogestión. Pero en el colmo de los paroxismos ideológicos observo que en una “pingareta” histórica la república es de izquierdas y la monarquía es de derechas. Debe de ser una broma de la que yo me he perdido el enunciado un día de los que paseaba por mi interior.

Los comunistas no son republicanos ni lo han sido jamás ya que su objetivo es una dictadura del proletariado y eso es incompatible con el enunciado de república que se maneja en la calle. Los socialistas tampoco han sido históricamente republicanos. La república señores es un sistema de organización del estado que siempre ha sido más bien de centro y si no repásense los hechos de la república española, sus sueños, sus apoyos, sus verdaderos enemigos y sus desafueros y empezamos a hablar de cuál es la realidad.
Así que señores republicanos de nuevo cuño y convicción, muestren sus auténticas cartas, las de verdad, para que los menos informados puedan decidir si lo que ustedes pretenden es lo que realmente la gente quiere y necesita, lo de ahora son brindis al sol, o afán de agitar la calle, para lo cual empiezan por utilizar una bandera que nunca representó a la totalidad de los ciudadanos de este país y que fue creada desde el frentismo más arraigado y en ello sigue.

¿Monarquía o república? Se siguen preguntando algunos en alta voz para que se sepa que se lo preguntan y provocar la pregunta ajena. Eficacia, respondería yo como concepto que me interesa.

A día de hoy prefiero tener un jefe de estado profesional y neutral, con cierto prestigio internacional, a que tal cargo lo desempeñe alguno de los patéticos populistas profesionales que pululan por los partidos políticos y que solo saben de agitar, de arrimar el ascua a su sardina y sumir a la sociedad en un enfrentamiento irreal permanente. Y encima seguro que al final hasta me saldría más caro.

¿Monarquía o república? Virgencita, virgencita, para no mejorar que me quede como estoy.

jueves, 19 de junio de 2014

Protestar

Decía hace un tiempo un conocido de origen extranjero que uno de los grandes problemas de los españoles  es que no sabemos protestar ante las instituciones o las grandes empresas, que se nos va la fuerza en gritos y aspavientos y una vez desahogados nos marchamos y “no hubo nada”.
Viene esto a cuenta de que ayer, en una sucursal del Banco Santander, hace un mes en una del Popular y mañana en una del BBVA, estuve treinta y cinco minutos para poder hacer un simple y sencillo ingreso. Cuando llegué, treinta y cinco minutos antes, tenía delante de mí cuatro personas y veinte minutos más tarde había tres. Cuando me fui quedaban en la cola nueve personas. Algo parecido, incluso peor, me sucedió un mes antes en una sucursal del Banco Popular de Almería, donde incluso aproveché la presencia de un conocido hostelero de la capital para sugerirle que montara allí una barra con cañas y tapas para mejor llevar la hora y veinte minutos de espera que tuvimos que aguantar, en mi caso para el mismo trámite. Llegar, dar la cuenta, dar el dinero, firmar y adiós muy buenas. Unos tres minutos.
En ambos casos, y en otros muchos, un solo empleado atiende un mostrador preparado para atender a dos o tres personas a la vez, gestiona, sin discriminar, al que tiene que hacer una operación o al que aparece con una carpeta, y tiene que aguantar las crecientes iras de los asistentes.
No solo en los bancos, en la seguridad social, en correos, en las ventanillas de cualquier multinacional u organismo puedes hacer el mismo cálculo, aproximado. Cinco ventanillas de atención al público, dos están haciendo asuntos propios, desayunando, haciendo la compra…, asuntos propios, uno está pero atareadísimo en labores administrativas que no permiten atender al público, y dos dan servicio, aunque seguramente alguna de ellas no es muy experta porque tiene que levantarse a consultar a la otra o a algún despacho interior para hacer casi cualquier trámite. De cinco efectivas una y media. Claro que luego está el momento culmen. Las dos personas que estaban haciendo asuntos propios llegan y uno piensa bueno ahora esto va más rápido. Craso error. Los que llegan se sienten en la obligación de comentar con amplitud de detalles los pormenores de las experiencias vividas fuera del ámbito laboral, y deben de tener tal capacidad de narración, tal entusiasmo en sus experiencias, que los que estaban atendiendo cesan en su labor para mejor absorver lo sucedido. Finalmente los que llegan descuelgan el teléfono de su mesa sin dirigir ni por un instante la mirada a los expectantes e impacientes que aguardan su turno, charlan durante un rato con alguien, conversación que por el tono y los gestos se antoja particular, y finalmente, sin prisas, se disponen a llamar al siguiente. Bien. Cuatro de cinco. Pero entonces, y justo cuando acaban de atender al que estaba en su ventanilla y el siguiente se dispone a tomar posesión del espacio, aparece un cartel que pone “fuera de servicio”, o algo parecido, y las dos que estaban atendiendo se incorporan y dirigiéndose a las recién llegadas les comunican, con tooodo lujo de detalles, sus planes y horarios para, como mínimo la próxima hora. Y burla, burlando, ya estamos en una y media de nuevo.
A todo esto la gente se ha ido indignando, cociendo, poniendo en ebullición, cabreando hasta que surge el carácter español representado por el arengador. Este personaje inútil, y yo creo que a veces contratado por la misma entidad u organismo, se levanta y se pone a declamar, a gritar, a hacer sonoras y retumbantes, las indignaciones del público presente que inmediatamente asiente, sin jalear, como máximo apuntillando alguna de las sentidas palabras del arengador. Suele empezar por un “no hay derecho”, seguido casi siempre de un “si hay más ventanillas que pongan más gente que seguro que por ahí hay algunos que no están haciendo nada” acompañado de inquisitivas y furibundas miradas hacia cualquier empleado o funcionario que esté a la vista. Y cuando finalmente lo atienden, con cortesía infinita por parte del arengador, hace su gestión, se va e, insisto, aquí no hubo nada.
Porque no poner más personal es más barato, porque los gritos y la indignación de las personas no se reflejan en las cuentas de resultados ni en los presupuestos, porque en unos casos el cliente es el beneficiario y en otros el ciudadano es en realidad el contribuyente o el paciente.

Si tiene que protestar, proteste, pero sea eficaz, educado. Piense que quien le atiende ni organiza, ni dirige, ni dispone. Pida una hoja de quejas o de reclamaciones y haga que su enfado, su indignación, queden patentes e indelebles. Aunque crea que eso va a la basura, que allí es donde acaba, la acumulación de basura en las papeleras y en las destructoras puede llegar a provocar algún atasco, ergo gasto, o incluso puede llegar a colapsar al servicio de limpieza, y entonces llamará la atención de alguien que empezará a pensar en una solución. Proteste, pierda un minuto más de los que ya ha perdido y ejerza sus protestas de una forma lo más eficaz posible. Al final los gritos son solo ruido.

jueves, 5 de junio de 2014

Esquizofrenia General

Recuerdo que hace tiempo alguien me dijo, y me quedé con la copla pero no con el cantante, que ser civilizado es pasar frío en verano y calor en invierno. Y me quedé con la copla porque la frase me pareció ocurrente sin profundizar en más. Es cuando menos gracioso comprobar como los empleados de los edificios inteligentes tienen que ir abrigados en pleno bochorno estival y prácticamente en manga corta, o sisas, mientras nieva en la calle. Y si esto sucede en nuestros inteligentísimos edificios no digamos menos de nuestras riquísimas familias que ponen la calefacción a tope, o el aire acondicionado, en vez de abrigarse algo más o utilizar el abanico según las circunstancias.  Yo aún recuerdo con nostalgia aquellas noches infantiles de mesa camilla, brasero y parchís con los pies ardiendo y el culo helado, o aquellas tardes madrileñas en casa de mis tías en las que todos nos apretábamos en la cocina donde el fogón, si, uno de aquellos mixtos de leña y carbón, calentaba la estancia y salir al baño era sentirse como Amudsen, solo y atrapado por los hielos.
Así que analizada con calma y algo más de profundidad la frase pasa de ocurrente a cínica e incluso a dogma definitorio de la tendencia de la idea actual de civilización. El hombre siempre añora lo que no tiene y si además es caro y exclusivo pagará lo que sea por conseguirlo. Porque esa es otra, toda esta necesidad de estar delgado después de engordar desmesuradamente, de ponerse una chaqueta mientras en la calle se suda la gota gorda o ir en camiseta y pantalón corto mientras afuera nieva, tiene un precio, caro, muy caro, y una consecuencia.
El precio no es solamente monetario, el precio no es solamente hacer frente al recibo correspondiente y acatar el permanente abuso de empresas, de macroempresas, enriquecidas a la sombra de unas necesidades creadas que arrastran consigo, que se apropian y cobran como artículo de lujo, necesidades básicas, energía, agua, comunicación, alimento, vivienda, no. El precio es también hacernos reos, cómplices de la explotación a sectores de población del mundo menos favorecidos en el reparto. El precio es sin duda mirar para otro lado y seguir derrochando mientras a nuestro alrededor, apenas un poco más allá del horizonte, o a la vuelta de la esquina, la gente se muere de necesidad.

Y la consecuencia es vivir, desarrollar, contribuir a una sociedad esquizofrénica, una sociedad enferma donde lo propio prima sobre lo colectivo, donde la razón es mi razón, donde como en aquella vieja canción de Desde Santurce A Bilbao Blues Band el marqués se ponía ciego de ostras y pellizcaba a una camarera en un coctel, eso sí, a beneficio de los huérfanos y los pobres de la capital. “Ande yo caliente y ríase la gente”. Caliente, helado, obeso o millonario, da igual. Ande yo sobrado y a los demás que les den. Por supuesto sin dejar de reclamar justicia, empleo, beneficios sociales, derechos de los animales o cualquier otro detergente para la conciencia que tengamos a mano. Pero pedírselo a los demás, eh?, a los demás y para mí y para todos mis compañeros. Pero para mí el primero. Pues eso, esquizofrénicos.