martes, 20 de septiembre de 2022

JUGUETES PARA ROMPER

Es complicado, por no decir imposible, hablar sobre el mundo del futbol, sin hablar de futbol, porque quién más, quién menos, lleva en el alma los colores de algún equipo, y, aunque seas capaz de sustraerte al fanatismo político, es casi imposible sustraerte al forofismo futbolístico, y esto incluye, aunque ellos lo nieguen, a los que hacen de su ignorancia y desdén hacia el futbol, otro equipo más, el equipo de un forofismo en negativo, en contraste, pero no con menor carga emocional. Es complicado, por no decir imposible, hablar sobre el mundo del futbol, sin hablar de futbol, después de un partido de los que se denominan de “máxima rivalidad”, pretendiendo mantener una neutralidad que tus propias entrañas desmienten

¿Cómo hablar del mundo del futbol, sin hablar de futbol, mientras mantienes en tu cabeza, prácticamente aún ante tus ojos, aquella jugada que si el árbitro, otra marioneta en el guión, hubiera pitado correctamente, según tu apreciación y tus colores, habría cambiado el resultado del partido? Pues, a fuer de ser sincero, no sé cómo, pero voy a intentar hablar sobre el mundo del futbol, y de otros mundos semejantes, sin hablar de futbol.

Recuerdo que, hace años, en una de aquellas recopilaciones de relatos de Fantasy & Science Fiction que Bruguera publicaba regularmente, para fortuna de adeptos, uno de los relatos publicados contaba como los jugadores de fútbol Americano, sobrepasados por la actitud del público, sus insultos, sus gritos, incluso los de apoyo, sus cánticos, sus exigencias y sus confianzas, se juramentaban para, aprovechando la convocatoria de un encuentro, masacrar indiscriminadamente a los asistentes. Hablamos de los años setenta, aún no existía internet y cuando se hablaba de los periódicos deportivos se les denominaba de información. ¿Qué pensarían ahora aquellos jugadores, insultados o glorificados en las redes, expuesta su vida privada por una prensa forofa, más pendiente de vender que de informar, incapaces de obtener un mínimo de intimidad, tratados como cromos sin posibilidad de manifestarse sin que alguien se apropie y utilice sus palabras para sus propios fines?

Es difícil de saber. Es difícil de saber incluso para los jugadores reales, más allá de aquellos ficticios que optaron por una vía extrema, improbable.

Lo terrible de todo esto, de este mundo que empieza cuando acaban los partidos, y acaba con su pitido inicial, es comprobar el daño inferido a aquellos que más han destacado. La destrucción personal y humana de aquellos a los que se entroniza en los altares, sean divinos o demoníacos. La utilización sin reglas ni límites de sus figuras, de sus vidas, de las de sus familias, de las de los múltiples aprovechados que se adhieren a ellos al calor de su fama, y de su dinero, sobre todo de su dinero.

La hemeroteca está llena de nombres de grandes jugadores, de figuras emblemáticas, que acabaron sus días en la miseria, en la económica, en la moral, o en ambas en muchos casos. La fama, mal gestionada, el dinero disparatado, éticamente injustificable, y una corte de personajes medrando en los alrededores de unos chicos, la mayor parte sin madurar, sin una educación que les permita discernir en cuestiones relevantes para su futuro, son el caldo de cultivo para convertirlos en víctimas cuando el estrellato empieza a declinar, si no en auténticos mamarrachos durante su época de esplendor. Futuros juguetes rotos que gran parte de su entorno contemplará, con conmiseración, en los mejores casos, con desprecio, la mayor parte de las veces, cuando no con odio si en su devenir han decidido cambiar los colores que los glorificaron. Pocos, de los más encumbrados, sobreviven a una vida sin referencias, a una vida que parece eterna hasta un segundo antes de que ya no exista. Y entonces, los mismos que los jalearon, los mismos que se los apropiaron y utilizaron, dirán aquello de que se creyó más grande que el club, y no es nadie. Y en esa parte tendrán razón, ya no son nadie para quienes antes les hicieron sentirse héroes. En ese momento solo será, algunos solo son, muñecos ávidos de lo que fue, con cierta tendencia a la autodestrucción, empeñados en seguir siendo para los demás lo que ya no son más que para los más benévolos de los que los recuerdan.

El otro día, viendo el partido que me hizo sentarme a escribir estas letras, y dejando el fútbol de lado (al menos tan de lado como el resultado dejaba a mi equipo, o precisamente por eso), me fijé en un nuevo, futuro, juguete roto. En un chico de 22 años, criado en un ambiente humilde, sin grandes conocimientos de la vida, pero con una habilidad singular, que se pasó el partido más pendiente de desquiciar a sus contrarios, de exasperar a los seguidores del equipo contrario, de reivindicar algo que nadie había puesto en cuestión, salvo los profesionales del jaleo, también llamado información, que de realizar ese juego portentoso que es capaz de llevar a cabo.

Alguien lo convenció de que tenía que sentirse personalmente insultado por todos los que vistieran en el campo de una forma diferente, por todos los que animaran a esos, por todos los que le habían llamado negro con desprecio, aunque no supiera quienes eran, ni los hubiera oído decírselo, bastaba con que aceptara la palabra ajena, por su bien, por el bien del glorioso equipo en el  que juega, por las ventas de los que lo cocinaron todo, por mayores ventas de los medios audiovisuales que cubrían el evento.

Curiosamente, en su equipo había varios, bastantes, jugadores más de su mismo color de piel, también en el equipo contrario, pero el racismo solo se ejercía, según los liantes de turno, los profesionales de la rabia y el jaleo, sobre ese jugador, sin que los demás negros sobre el campo sufrieran esa misma afrenta. El episodio, aparte de chusco, peligroso y vergonzoso, debería de ser investigado para esclarecer quienes utilizan una lacra terrible, como es el racismo, para jugar a su propio juego, y dar un escarmiento a la altura del mal causado. Y entre ellos al árbitro que ignoró sistemáticamente el juego descentrado de este chaval, sin ejercer sobre él una labor que, a la par de reglamentaria, podría haber resultado docente.

Claro, como era inevitable, a cuenta de las sucesivas provocaciones, en forma de información, al final salieron los descerebrados de turno a cantar sus estupideces, y a hacer que los que montaron el circo pudieran cobrar sus entradas, justificando como racismo lo que no ha sido más que un lamentable espectáculo orquestado por unos sinvergüenzas, representado por un chico desnortado, cuatro cómplices interesados y una caterva de impresentables que no se representan ni a sí mismos.

Alguien debería de explicarle, si es que aún tiene capacidad de escuchar algo más allá de las loas y halagos, que esos mismos que ahora le aplauden, que le ríen sus ocurrencias, mañana, si hace un par de partidos malos, o se le ocurre cambiar de equipo, o se retira en pleno declive, serán los primeros en insultarlo, en hacer cánticos contra él, en dejarlo tirado como un juguete roto, uno más de los que quemaron sus naves vitales por unos pocos días de sentirse los más importantes del mundo, solo por saber usar los pies, y no preocuparse de cómo, y cuando, usar la cabeza.

domingo, 18 de septiembre de 2022

Cartas sin franqueo (LXXVIII)- Los impuestos

La resolución de la Comunidad Europea, sobre los gravámenes a las energéticas, me ha parecido toda una declaración de coherencia. El gobierno español, que lleva demostrando a lo largo de esta ya prolongada y encadenada crisis, su incapacidad para hacer una gestión mínimamente acertada de la situación, incapaz de tomar medidas de calado, y tirando de parche populista, tras parche populista, ha quedado retratado por el acuerdo. Su propuesta de un impuesto especial que grave la facturación, no era más que pan para hoy y hambre para mañana, una demostración más de la incapacidad de la izquierda para manejar los impuestos, un resorte inventado por el absolutismo para controlar, cuando tocara, y destruir, sistemáticamente, el nacimiento de la burguesía comerciante, y de la clase media profesional y comerciante, mediante la confiscación de una parte variable del beneficio obtenido de su actividad.

 

Intentar convertir este mecanismo, ideológicamente perverso, en una forma de alcanzar un concepto, además sospechoso, de justicia social, es pedirle peras al olmo. Los impuestos, tal como están concebidos, gestionados, y ejecutados por los partidos de izquierda, nunca lograrán una sociedad equitativa; es más, lo único que lograrán es un abismo cada vez mayor entre los más ricos y los más pobres, abismo que se abre donde la clase media se va destruyendo, por la propia acción demoledora de los impuestos.

 

Recreemos, seguramente de forma no literal, una conversación histórica sobre los impuestos, mantenida entre dos ministros de Francia, de la Francia absolutista de Luís XIII y Luís XIV, allá por el siglo XVII:

 

 

-          Colbert: Las arcas del rey están vacías, y precisamos de dinero, ¿Pero cómo hemos de obtenerlo si ya creamos todos los impuestos imaginables, y el pueblo está empobrecido?

-          Mazarino: Creando otros nuevos.

-          Colbert: Pero es imposible lanzar más impuestos sobre los pobres, a los que no podrían hacer frente.

-          Mazarino: Es cierto, eso ya no es posible. No tendría sentido crear impuestos que no pueden ser recaudados y que crearían un malestar difícil de controlar.

-          Colbert: Entonces, ¿debemos de crearlos sobre los ricos?

-           Mazarino: Sobre los ricos tampoco. Ellos dejarían de gastar, como protesta, y un rico que no gasta, no deja vivir a centenares de pobres. Un rico que gasta, sí.

-          Colbert: Entonces, ¿qué podemos hacer?

-          Mazarino: Hay una cantidad enorme de gente entre los ricos y los pobres. Son todos aquellos que trabajan soñando en llegar algún día a enriquecerse y temiendo que su fracaso los haga pobres. Es a esos a los que debemos gravar con más impuestos. No importa cuántos,  porque cuanto más dinero les quitemos, más trabajarán para compensar lo que les hemos quitado.

 

Insisto, la conversación no es literal, pero es real, y retrata perfectamente el mecanismo de los impuestos ideado por las monarquías para financiar las consolidaciones absolutistas de sus reinos. Bueno, de las monarquías, de los nobles, y de la iglesia, que era el gran terrateniente.

 

Con el nacimiento de los estados, los impuestos pasaron a ser exclusiva potestad de los gobernantes, que los aplicaban según los criterios de necesidad y conveniencia de la política de cada momento y siempre con el objetivo de fortalecer al estado, nunca con un criterio de equidad social, que no estaba en su ideario, ni siquiera era un concepto que se manejara.

 

El mecanismo es perverso de por sí, incluso aunque se le intente revestir de un carácter social, que la experiencia, y un mínimo análisis económico, desmienten, ya que el único criterio válido para determinar los impuestos es el de una persona que nunca representa a la mayoría de los contribuyentes, ni toma sus decisiones en base a la convicción de los mismos, si no a sus propias ideas o ideología. Esto es, a contracorriente.

 

Hay dos elementos que demuestran claramente la falacia social de los impuestos, uno económico, y el otro matemático, y ambos explican con rigor por qué nunca se podrá alcanzar una sociedad equitativa aplicando esos criterios.

 

Partamos, para desecharlos, de la injusticia social de los impuestos indirectos, que gravan cualquier actividad económica sin que importe el nivel de riqueza del contribuyente, ni el impacto que su aplicación puede tener en la actividad social del que lo paga, acotándola o cercenándola, ni en cuanto influye su recaudación, y posterior liquidación, en los costes generados por un trabajo ajeno a la actividad económica del obligado recaudador. Esta repercusión en costes, que castiga la cuenta de resultados, será compensada con subidas estructurales  en el siguiente ejercicio, y con subidas improvisadas en el actual, lo que supondrá una carga añadida para el usuario, que al final es siempre el que los paga, no importa sobre quién se apliquen inicialmente. Y esto deriva de forma casi absoluta en el encarecimiento del coste de la vida, en la destrucción de empresas, y por tanto del mercado laboral, y en una inflación galopante. Resumen final, aumento de la pobreza, destrucción de la clase media empresarial y crecimiento de la brecha social.

 

Y si los indirectos nos marcan la falacia social de los impuestos, los directos no descubren la absurda e insostenible pretensión matemática de alcanzar la equidad mediante su manejo. Pongamos que, a un contribuyente que gane veinticuatro mil euros al año, el estado le impone (de impuesto) una carga fiscal del 30%, que le impone más. Eso supondría una cuota de siete mil doscientos euros, más de dos meses de ingresos, que lo dejaría en un rendimiento mensual real de mil cuatrocientos euros. De ahí tendríamos que restar lo pagado en indirectos, pero vamos a olvidarlos. Tomemos ahora a otro contribuyente, que ha ingresado doscientos cuarenta mil euros en el ejercicio, y al que se le impone un 60%, que se le impone menos. La cuota sería de ciento cuarenta y cuatro mil euros, algo más de siete meses de ingresos, lo que supondría un rendimiento mensual real de ocho mil euros.

 

No voy a entrar, no estamos hablando de ética, ni de moral, ni siquiera de justicia, estamos hablando de números de matemáticas, en el rigor del planteamiento, en cuanto a los números, ni voy a entrar en si tal planteamiento fiscal, tal vez exagerado por extremista, es ideológicamente viable, o no. No me importa. Lo que si me importa es que al cabo de cinco años el contribuyente que menos gana habrá ingresado menos que el otro en un solo año ¿Dónde está la sutura de la brecha social? ¿Dónde queda el horizonte de equidad? ¿Dónde está el factor corrector de los impuestos? ¿Cuánta clase media, castigada en su ambición de mejorar su nivel de vida, habrá desaparecido en esos cinco años?

 

NO, no sé si la izquierda, la supuesta izquierda, se engaña, o nos engaña, o se engaña y nos engaña, pero si tengo claro que los impuestos nunca serán el camino para alcanzar una equidad social, para cerrar una brecha con síntomas de abismo, para permitir una suave transición entre clases según los méritos y valía de los individuos, para garantizar una sociedad correctamente administrada, lealmente atendida.

 

Tal vez, solo tal vez, si los gobernantes nos procuraran una maquinaria ajustada a las necesidades, eficaz y correctamente dimensionada, sobraría dinero para las necesidades sociales y para procurar servicios públicos acorde con lo que se paga. Veamos un ejemplo significativo, datos del año 2020, que pone de manifiesto que la administración es un ente que devora nuestros recursos, en un esfuerzo más enfocado a la represión que a la asistencia o a la construcción.

 

Recaudación por IVA                                    60.095 millones

Recaudación por IRPF                                   82.358 millones

Recaudación por sociedades                     12.805 millones

Recaudación por especiales                       17.336 millones

Recaudación por otros indirectos              3.052 millones

Recaudación por otros directos                    880 millones

 

 Gastos autonomías                                      87.010 millones

Gastos ayuntamientos                                  25.056 millones

Gastos administración central                      25.765 millones

Gastos Seguridad Social                                 2.639 millones

Pensiones                                                      10.857 millones 

 

Les cedo la calculadora. Hagan números. Tal vez tendríamos que exigir de nuestros gobernantes, por compromiso electoral, por vergüenza torera, por preparación profesional, una mayor optimización en el uso de los recursos del estado, y un menor ruido ideológico, populista. Exigir, para otorgar nuestro voto, menos insultos al contrario y más ideas de cómo lograr resultados sin machacar a la sociedad.

 

Por cierto, hablaba de la Comunidad Europea, habitualmente sumergida en la misma vorágine de insensibilidad social, y no quiero acabar sin explicar la diferencia entre su resolución y la de nuestro mediocre gobierno. Nuestro gobierno proponía crear impuestos especiales, con no se qué, ellos tampoco, medidas especiales para evitar que repercutieran en las tarifas, para gravar a las energéticas, que acabaríamos pagando todos. La Comunidad Europea ha propuesto gravar el exceso de beneficios, lo que impide que se vuelvan a cargar, pero además repercutiendo ese gravamen en el recibo como devolución a los usuarios. Limpio, eficaz, con poca posibilidad de trampa. Algo pensado por un gestor sin necesidades populistas.

 

No, hacienda no somos todos, a hacienda la pagamos entre todos, que no es lo mismo, para que nos persiga, y en ciertos casos para que nos arruine. Sigamos jugando al juego del voto fanático, a ver hasta donde llegamos.


domingo, 11 de septiembre de 2022

Cartas sin franqueo (LXXVII)- Las etiquetas, los de las

El debate, en todo caso, es falaz. Pretender a estas alturas defender un sistema cuyas principales características son la mentira, la corrupción y la división, son ganas de no enfrentar una realidad que se puede contrastar a nivel mundial. Por más que te empecines en hablar con palabras grandilocuentes de las virtudes del sistema: libertad, democracia, derechos humanos, solidaridad, yo solo veo un totum revolutum con dos campos diferenciados en sus discursos, pero idénticos en sus transcursos.

El mismo discurso niega, con sus propias palabras, lo que pretende afirmar. No, este sistema, basado en la explotación de una mayoría por parte de una minoría, que en unos casos se representa por una posición económica, y en otros casos por un posicionamiento ideológico, no son más que las dos balanzas de un desequilibrio en el que la preponderancia local, parcial y/o temporal, de una opción sobre la otra no obedece a otra causa que a la necesidad del sistema de incidir más en un terreno que en el otro para su propia supervivencia.

Los discursos, sean sentidos o pensados, no son más que palabras, puede que en algún caso, incluso esas palabras obedezcan a intenciones sinceras, pero la realidad es evidente, el mundo, la humanidad, está cada vez más fraccionada, es cada vez más intolerante, menos libre, tiene  menos derechos, o, lo que viene a ser lo mismo, sus derechos son los mismos, pero su posibilidad de ejercerlos, excepto nominalmente, está severamente mermada.

Los extremismos, los nacionalismos, los populismos, que al fin y a la postre engloban todo, son la demostración palmaria de ese recorte sistemático y severo de los derechos, porque no hay nada más contrario a un libertario, a la libertad, que un activista dispuesto a imponer su verdad por el camino que sea. Y si no hay libertad, no hay nada. No puede haber justicia sin libertad, no puede haber igualdad sin libertad, no puede haber conciencia sin libertad, no puede haber conocimiento sin libertad, no puede, en definitiva, haber libertad sin libertad.

Si, ya se, tu argumento, como el de tantos otros afiliados a las parcialidades que el sistema nos proporciona: ideológicas, religiosas, económicas, territoriales, educativas o vecinales, es que vivimos en democracia y libertad. Pues no te diría yo que sí, es más, te digo que no, que rotundamente no.

¿Vivimos en democracia? ¿En serio? Bueno, votamos cada cuatro años, y se acabó la democracia. Nuestros poderes no son independientes, nuestra posibilidad de elegir representantes es inexistente, nuestra capacidad de pedir responsabilidades nula, nuestra posibilidad de revelarnos, o de mostrar nuestra disconformidad, un chiste, nuestras leyes son ideológico-adoctrinantes, o recaudatorias en su mayor proporción, nuestra capacidad de expresar libremente nuestras opiniones irrisoria en la civilización de la comunicación, nuestra posibilidad de privacidad ante un sistema decidido a intervenir nuestra vida, imposible. Si esto es democracia, que vengan nuestros antepasados helenos y lo vean. No es, ni siquiera, una democracia formal, ni esta, ni otras, un poquito más disimuladas, ni las democracias totalitarias que tanto se estilan, y tanto gustan a ciertos populismos militantes.

Y si lo de la democracia es un chiste malo, para llorar, lo de la libertad ya roza la tomadura de pelo. La roza, pero de lleno.

A lo peor es que yo tengo un concepto excesivo de la Libertad, o a lo peor es que el sistema le llama libertad a su capacidad de mirar hacia otro lado cuando le interesa, pero reservándose la posibilidad de mirar fijamente cuando le convenga. No, no somos libres colectivamente, que no tengo muy claro en qué consiste esa tal libertad colectiva, ni lo somos, faltaría más, individualmente. Libertad se llama al margen concedido por el sistema para que pueda actuar según las reglas y límites que el poder establezca. Pues vaya mierda de libertad, cualquier troglodita, cualquier aborigen tribal, cualquier siervo medieval, cualquier ciudadano de siglos pasados, estaba más cerca de la libertad que nosotros. Y lo peor es que el sistema nos ha convertido en garantes de nuestra propia falta de libertad.

Ya, no te lo crees. Hagamos la prueba del algodón, esa que nunca miente.

Sal a la calle, o a las redes, o a tu portal, o a una comida familiar, e intenta exponer con rigor una posición dialogante pero contraria a la de tu interlocutor. En libertad, en la de verdad, tu interlocutor rebatirá tus argumentos con otros de similar entidad, y en los mismos términos de interés y respeto.

En el mundo real, ese que empieza cada día a las 00:00 y acaba a las 23:59, el primer argumento de tu oponente es ponerte una etiqueta frentista que invalide de raíz cualquier argumento que puedas aportar. Si hablas con un nacionalista serás un nacional-fascista, si hablas con un ateo un elemento ultra-ortodoxo, si con alguien de derechas un comunista, si es de izquierdas un fascista, si es feminista un machista y si es machista un femi-nazi. Y en el mismo día has sido ultra-religioso, de derechas, de izquierdas, ateo de mierda, homófobo, homosexual, un imbécil, un listo y un peligroso revolucionario. No importa lo que digas, no importa cómo lo digas, no importa que lo razones, o que simplemente estés sugiriendo que hay otras formas de pensar, si no es la de ellos es peligrosa, dañina, intolerable. Pues eso, que vivimos en libertad, en una libertad prestada por unos administradores auto nombrados imbuidos de verdades superiores.

Y basta con las etiquetas, ese práctica más encaminada a desprestigiar, ningunear, insultar, que a identificar con rigor, y que sin duda son uno de los grandes inventos del sistema, de un sistema donde, se refiera a lo que se refiera, solo existen dos bandos, los del mío, o los del otro, para comprender la falacia de afirmar que somos libres.

Somos permanentemente presuntos culpables fiscales, presuntos infractores de leyes municipales, estatales o comunitarias, pensadas para atajar tus permanentes deseos, presuntos, pero ciertos salvo que demuestres lo contrario, de hacer daño; presuntos terroristas cuando iniciamos un viaje, presuntos asesinos si nos ponemos en carretera, presuntos irresponsables si llevamos un volante, presuntos defraudadores cuando obligados por la ley presentamos nuestra contribución a la comunidad, presuntos insolidarios si montamos una empresa, presuntos absentistas si trabajamos en ella, y así hasta la náusea. O sea, que somos libres, en esto sí, de elegir la presunción de nuestra culpabilidad, esa que las mismas instituciones gubernamentales persiguen con saña y el abuso propio de quién se ha valido de tu aportación de solidaridad obligatoria para hacerse con todos los recursos que le permitan aplastar a quién no tiene ninguna posibilidad de defenderse de los abusos del sistema.

Sí, qué duda cabe, somos la máxima expresión de la libertad de los que deciden no reconocer ninguna libertad ajena, ninguna libertad que no considere como propia. Y ya que de etiquetas se trata, voy a permitirme imprimir dos destinadas a los que defienden que nuestra vida transcurre en una libertad tutelada (¿Y eso que es?), en una democracia posible. Doy a elegir, o inocente (simple, crédulo), o cómplice, no hay más.


sábado, 3 de septiembre de 2022

CARTAS SIN FRANQUEO (LXXVI)- EL SALARIO MÍNIMO INTERPROFESIONAL

 Me comentabas, indignado, la postura de la CEOE ante el intento de subida del salario mínimo interprofesional, y tu simpatía hacia las declaraciones de Yolanda Díaz, pero, como bien te dije, ni la CEOE representa a la mayoría de los empresarios españoles, solamente a una minoría privilegiada de grandes empresas, ni lo de Yolanda Díaz va más allá de una postura populista que la ayuda en sus ambiciones políticas. Ni el uno, ni la otra, ni los sindicatos, ni las organizaciones patronales, ni , por supuesto, y como de costumbre, el gobierno, incluida la oposición, dicen la verdad completa, o ponen sobre la mesa todos los datos para que aquellos que quieran opinar con fundamento entiendan el mecanismo y las consecuencias.

Imagen procedente de Pixabay

Partamos de que el salario mínimo interprofesional me parece miserable, incapaz de proporcionar una vida digna al trabajador en una sociedad cuyos sobrecostes de explotación en los servicios más básicos lastran cualquier tipo de justicia social que pueda intentarse, y que esta situación no parece interesarle, salvo como munición ideológica, a ninguna de las fuerzas políticas que dicen representarnos.

El salario mínimo interprofesional debería de salir de un cálculo práctico de los costes de vida reales de un trabajador no cualificado. Y esto supone, vivienda en alquiler, gastos de energía, agua, alimentos y educación. Esto es, garantizar las necesidades básicas vitales de un trabajador. Y tal como está la vida, tal como está la especulación de las grandes corporaciones y las necesidades recaudatorias de los gobiernos, empeñados en una carrera por incrementar sus ingresos, los salarios mínimos de los que oigo hablar difícilmente cubren otra cosa que las deudas generadas el mes anterior, y no todas.

La señora Díaz, en su papel populista, mentiroso, clama contra los empresarios por insolidarios. Así, en general, sin que se le caigan los anillos, ni se preocupe por otra cosa que por los aplausos de sus correligionarios. ¿De qué empresarios habla la señora Díaz? ¿Del 97,23% de las empresas españolas que tienen entre 0 y 8 empleados, o del 0,83% que son en su mayoría las grandes corporaciones y multinacionales? Pues parece ser que no lo distingue, o que no lo quiere distinguir. Al menos sus palabras, las consecuencias de las mismas, no parecen distinguir entre empresas que dan miles de millones de euros de beneficios, y empresas que tienen que fraccionar y aplazar sus impuestos para poder seguir adelante, porque la presión recaudatoria, y los incrementos de los costes de producción, dados por el incremento de beneficios de las grandes empresas, se comen sus ingresos. Claro que, empresarios son, según la señora Díaz, unos y otros, los que pelean por sobrevivir, y los que pelean por quedarse con la mayor porción de pastel posible, amparados por los políticos. Todos insolidarios, todos sospechosos de explotación y avaricia. Y se queda tan ricamente.

Porque lo que tampoco explica la señora Díaz, ni al representante de la CEOE le importa un ardite porque no afecta a sus representados, son las consecuencias que sobre el pequeño empresario y sobre el consumo básico tiene el incremento del  salario mínimo interprofesional tal como pretende aplicarse. Porque el único gran beneficiado de la subida del salario mínimo, tal como está concebida, es el gobierno, y los perjudicados, los trabajadores, los pequeños empresarios y los consumidores. Veamos.

En toda empresa, pequeña y muy pequeña, la productividad genera los recursos para hacer frente a los pagos, salarios, costes de producción, gastos generales, impuestos y gastos extraordinarios. Por tanto, y como es evidente, la empresa ha de ajustar sus ingresos a los costes presupuestados, de tal forma que el incremento de cualquier partida de coste supone una subida semejante de la facturación, y por tanto repercute, inevitablemente en el consumidor, o, si no puede plasmar este incremento, lo que sufrirá será la viabilidad de la empresa. Son habas contadas.

Y eso nos lleva a otra cuestión populista, otra cuestión de la que nadie habla, el gobierno nos cuela, como quién no quiere la cosa, un incremento de recaudación de paso que se  cuelga una pírrica, pírrica para el trabajador, medalla social. Porque el costo de un trabajador, para la empresa, en el tramo básico, es del 45% del neto que este percibe a final de mes. Y esto traducido a números, a euros, supone unas cantidades muy golosas para el gobierno, que se permite hablar de la insolidaridad empresarial. Un ejemplo:

Si subimos 25 € mensuales a un trabajador, cantidad irrisoria, y que no soluciona ningún problema real, hemos incrementado la recaudación en 11,25 euros, que multiplicado por 12 meses supone 135 euros anuales por trabajador, que aplicado sobre los 3,000,000 de perceptores del salario mínimo (20% del total) que habría a mes de julio nos daría la bonita cifra de 405,000,000 de euros extras de recaudación, que se lleva el solidario gobierno a costa de los resultados (sean positivos o negativos) de las empresas, sin contar lo que se que se lleve de la subida al trabajador y sin decir ni mu. Supongo que para asesores, dietas y otras menudencias imprevistas.

Y digo, yo, ya que de decir se trata, ¿por qué el gobierno no regula un tramo básico, en el que los costes fiscales sean fijos, y no porcentuales, de tal manera que el empresario pueda incrementar en una cantidad real la percepción del trabajador, sin que aumenten otros costes, y por tanto pueda beneficiar directamente al perceptor? ¿O lo importante es hablar de solidaridad mientras se le exige a otro que lo sea? Si, ya se, la solidaridad bien entendida empieza por uno mismo, y más si ese mismo es el gobierno de turno.


Curiosamente, y para la mayoría de los trabajadores, lo que cobran a final de mes, lo que reciben en su cuenta bancaria, es lo que ganan, sin contar retenciones, aportaciones y otras menudencias, hasta el 45% mencionado más lo que les retienen a ellos, que se queda el gobierno como administrador único y auto nombrado de la solidaridad obligatoria. Muchos trabajadores, la mayoría, tienden a pensar, y voy a citar textualmente las palabras que cierto día me dijo un trabajador: “Ya me dijo mi padre, tú con ganarte tu sueldo, y un poquito más, ya cumples de sobra”. Claro, porque las retenciones, los gastos de materiales, los gastos generales, y cualquier otro importe que genere la actividad, deben de salir del bolsillo del empresario. O, en román paladino, las obligaciones son de los empresarios, y el dinero, ya lo dijo alguien del gobierno: “el dinero no es de nadie”, o sea de ellos, y por tanto se lo quedan.

Esta filosofía estatalista de los impuestos, que solo es buena para el sistema, me recuerda a una canción del mítico grupo “Desde Santurce a Bilbao Blues Band” que allá por los sesenta cantaba “A Beneficio de los Huérfanos”, una sátira que relataba una fiesta, sus lujos, sus excesos, dada por La Marquesa, (que en este caso es la señora Díaz), “tan caritativa, y siempre tan cristiana” a beneficio de los huérfanos y los pobres de la capital. Ahí lo quedo, y adjunto letra.

“ Las tarjetas de canto dorado
anunciaban
la marquesa iba a dar una fiesta
de gala,
y tan caritativa,
y siempre tan cristiana
la iba a dar…

A beneficio de los huérfanos,
los huérfanos,
y de los pobres de la capital,
los huérfanos, los huérfanos
y de los pobres de la capital.

El señor embajador, hablaba con la marquesa
y engullía con presteza, sandwichs de jamón de York.
Y la de Floro Mayor, hijastra de una exprincesa,
husmeaba las bandejas detrás de un whiskey on the rocks,
pero las husmeaba...

A beneficio de los huérfanos,
los huérfanos,
y de los pobres de la capital,
los huérfanos, los huérfanos
y de los pobres de la capital.

Y la de Floro Menor, de antepasados gloriosos,
flirteaba sin reposo en ausencia de su esposo
con un joven parecido a Rodolfo Valentino
Con un algo de cretino y un mucho de gigoló.
Pero flirteaba…

A beneficio de los huérfanos,
los huérfanos,
y de los pobres de la capital,
los huérfanos, los huérfanos
y de los pobres de la capital.

El duque don Baldomero
vomitaba con esmero
encima de un camarero
las huevas del esturión.

Y el conde de estropajera
de una forma harto grosera
pellizcó a una camarera
sin ninguna precaución.
Pero la pellizcó…

A beneficio de los huérfanos,
los huérfanos,
y de los pobres de la capital,
los huérfanos, los huérfanos
y de los pobres de la capital.

A las 10 de la mañana
los huerfanos trabajaban.
Y los pobres mendigaban.
Los invitados... roncaban!
Pero roncaban…

A beneficio de los huérfanos,
los huérfanos,
y de los pobres de la capital,
los huérfanos, los huérfanos
y de los pobres de la capital...”