Estaba yo que te estaba en el claro
empeño de cumplir mi palabra de despedida de mi anterior intervención sobre lo
de Internet, también conocido como ley Sinde, y su conexión con el pestazo, que
no tufillo a estas alturas, intervencionista y antilibertario, y antiliberal, y
antilibertades del individuo, y de adoctrinamiento moral del sujeto votante,
estaba yo, como decía, en el intento de intentar razonar con claridad cuando me
encontré que ya alguien había expresado, con claridad, mesura, altavoces,
pantallas y una clara rectitud moral casi todo lo que yo pretendía decir, y si
algo quedaba por decir, que era poco pero jugoso, lo decían claramente los
rictus entre máscara y mascarada de los clanes aludidos, el gobierno,
representado por dos ministras beligerantes y una de ellas juez y parte en el
asunto, la oposición al brillante y en trance de dimisión autor del discurso,
valedores del arte elitista y solo para los que lo puedan comprar,
representados por la entrante y complaciente Iciar Bollaín, y el clan Bardem
que desgraciadamente representa a esa izquierda rancia, adocenada y de salón a la
que basta que se mencione la palabra izquierda o progresista para que se
presten como banderín de enganche –a mi la música militar nunca me supo
levantar- usando su posición privilegiada, en vez de ser llama de la
imparcialidad docente de los ciudadanos, pero eso es más incómodo, exige pensar
y no tener bandos.
Así que empecé a derivar hacia la
presencia literaria de los estados opresores y la verdad es que encontré varios
ejemplos entre los que destacaban el omnipresente “Gran Hermano”, cuya estética
y métodos nos lleva a una evolución política actualmente casi extinta, pero
también llamaban la atención los no menos alienantes y acomodados a la
evolución de nuestro actual discurso político “Un mundo feliz” o “La Fuga de Logan”, en las que el
“estado” decide moral, física y mortalmente sobre lo que conviene o no a la
mayoría, o finalmente a todos.
Así que puestos a reflexionar, que hay
que ver la de vueltas que algunos les damos a las cosas con tal de no ser
felices, o felizmente alienados, y tirando de documentos oficiales he
comprobado que para las administraciones soy: nada porque no tienen
encabezamiento, contribuyente -en la mayoría-, objeto de comunicación o NIF. En
ningún caso soy ciudadano, en ningún caso se ponen en contacto conmigo salvo
para mandarme multas, requerimientos, citaciones… Ah! Y una que me tilda de
querido amigo solicitando mi voto.
Efectivamente, ya he sido relevado mi
máxima categoría dentro del entramado público, ya no soy ciudadano porque no
existo individualmente para el estado salvo en el acto de sumar 1 a alguna de las masivas
tendencias partidistas objeto de voto, porque si quiero disentir, si quiero
expresar mi disconformidad con todos ellos, entonces soy para el estado un
error que no tiene reflejo salvo en la cifra leída al final de todos los
números, de todas las estadísticas oficiales e indiferentes a todo lo que no sea el refrendo de su supremacía.
Ellos son el “Ciudadano Ünico”, “El Gran Impostor”.
Rafa
Continuara, desgraciadamente.