jueves, 22 de febrero de 2018

El equilibrio y la educación


Tengo la permanente sensación de que el universo es un sistema caótico que busca el equilibrio de la inexistencia, se alcance esta por la máxima expansión o por la máxima contracción. Y esa misma convicción, ese mismo objetivo final, lo tengo para cada una de las cuestiones cotidianas con las que me enfrento. Aquello de que todo lo que es arriba es abajo, todo lo que es dentro es fuera, guía siempre mi forma de observar el mundo. Todo tiende al equilibrio, todo tiende a la placidez de la quietud, pero todo está sujeto a fuerzas exteriores que pueden alterar o retrasar ese equilibrio deseado.
No, aunque parezca otra cosa, no estoy hablando de física, ni de matemáticas, ni de cosmología, ni de ninguna otra ciencia que estudie el universo, no al menos a nivel universal, estoy hablando del día a día, o, por ser más exactos, del lustro a lustro. Estoy hablando de nuestra sociedad y su evolución en busca de unos derechos y una justicia que se ve alterada por su propia búsqueda.
Leía, con la preocupación lógica, las noticias que hablan de un repunte del machismo más soez y peligroso, el de las mujeres consentido por los hombres, entre nuestros adolescentes. Y leía, con el desasosiego habitual, las noticias sobre las últimas actuaciones del feminismo radical más intransigente, el que hace que la actitud de ciertas mujeres parezca contraria a la existencia, salvo la consentida, de los hombres. Aunque parezca otra cosa, para mí, las dos caras de un único problema.
Basta con observar con atención para darse cuenta de que lejos de acercarnos a la igualdad real entre hombres y mujeres esa igualdad da la impresión de estar cada vez más lejos. Una sociedad más interesada en la prisa de obtener resultados que en la permanencia de estos, más volcada en la represión que en la formación, más pendiente del linchamiento de los culpables que de la comprensión del problema que los permitió, no parece que pueda obtener un equilibrio real.
La proliferación de horrores sexuales mediáticos, su inopinado brote cual si de setas en tiempo húmedo se tratara, hace que en determinados momentos algunos nos podamos plantear cuantas vindicaciones espúreas se cuelan en la marea del horror y el linchamiento. Eso y la criminalización de los culpables más allá de su culpa. Me horroriza esa ferocidad insaciable que extiende el juicio sobre la persona a su obra buscando el exterminio absoluto de la persona y del personaje. ¿Cuántos de nuestros antiguos sabios y referentes soportarían esta criba inclemente? ¿Qué sería de nosotros si por cuestiones morales, éticas, por sus actos o tendencias, se hubiera destruido su obra?
La igualdad plena de los hombres y las mujeres en todos los ámbitos es un objetivo incuestionable. Para algunos que hemos vivido en esta generación, una convicción sin matices. Pero por esa misma convicción ciertas actitudes me parecen intolerables, tan intolerables como intolerantes son.
Se suele asemejar la evolución social a un movimiento pendular. Es ciertamente una percepción bastante acertada y, siguiendo ese mismo concepto, el movimiento pendular tiende inevitablemente a la inmovilidad, es decir al equilibrio del objetivo conseguido. Pero para alcanzar ese equilibrio solo hay dos posibilidades, dejar que el rozamiento, la educación, la evolución, vayan frenando su movimiento o intentar aplicar una fuerza negativa que lo frene considerablemente. Qué duda cabe de que el método más rápido es el segundo. El más rápido y el más inseguro, como demuestra la experiencia que estamos viviendo. Se ha creado un ambiente hostil que pretende erradicar el machismo por la vía de la represión. Se ha considerado que toda acción encaminada a alcanzar un objetivo justo es justificables, aquello de que el fin justifica los medios. Se ha legislado con signo, la discriminación positiva, la violencia de género, sin atender a las garantías mínimas del proceso. Se ha justificado  el nacimiento de movimientos intolerantes siempre que fueran del signo adecuado, como si eso pudiera existir, el signo adecuado. Se ha puesto tanto énfasis y tan erróneo en el presente que el futuro nos ha pasado al lado aumentando la amplitud del movimiento pendular de signo contrario. Estábamos tan ocupados en reprimir el presente que nos hemos olvidado que la mejor aportación de los hombres, así en plural sin género, es preparar el futuro, y nosotros hemos contribuido a empeorarlo. Este progresismo victoriano, pacato, castrante y frustrante, nunca podrá ser la referencia para alcanzar un objetivo justo. Nunca podrá encabezar una reivindicación asumible. Nunca alcanzará a representar a aquellos que buscamos la estabilidad del péndulo. Fundamentalmente porque es más de lo mismo pero de signo contrario y eso no frena al péndulo, lo acelera, lo amplía.
No puedo, mientras escribo esto, olvidar un relato de Booth Tarkington que leí a principios de los setenta y que se titulaba “Las Veladas Feministas de la Atlántida”, donde analizaba en clave de fantasía el problema de la reivindicación llevada a extremos irracionales. Como no puedo evitar pensar que habría sido de obras como “Lolita” o “Muerte en Venecia”, o de sus autores, si en su época se hubiera llevado a cabo la dictadura moral que ciertos colectivos intentan en la actualidad ejercer sobre la sociedad en general. 
Parece que nadie se da cuenta del daño que ciertas medidas y actitudes está causando en la sociedad. La ridiculez del llamado lenguaje inclusivo mueve en la sociedad general a la chanza y a lograr el objetivo contrario al que pretende fuera de los círculos comprometidos que lo promueven. La discriminación positiva mueve a la radicalización de aquellos que por convicción o por padecimiento directo no ven la parte positiva de ninguna discriminación. La aplicación sin fisuras, que conlleva a injusticias, por pocas que sean, de la legislación sobre violencia de género aboca a una contestación cada vez mayor a su aplicación sin que parezca que logra alcanzar sus objetivos.
La ley, por si misma, no alcanza nunca la justicia. La ley que se decanta a priori hacia un lado, ni lo pretende. La única herramienta que puede pretender el equilibrio, la igualdad sin fisuras y convencida, es la formación en valores, esa que hace que el individuo actúe por convicción y no por represión, pero eso lleva tiempo, esfuerzo, generosidad, compromiso. En este tema y en todos.

martes, 13 de febrero de 2018

Los derechos, la razón y la lógica

Uno de los grandes problemas de esta sociedad en la que estamos inmersos es la facilidad con la que se reclaman los derechos, y esa facilidad, esa permisividad en la reclamación de los derechos propios, suele llevar aparejada una falta de sensibilidad preocupante hacia los derechos ajenos. Y me preocupa, sobre todas las actitudes, esa reclamación áspera, violenta que se vale del insulto, cuando no de la agresión, para desacreditar al que pone en duda el derecho reclamado, o simplemente contrapone otro hecho que le sea más propicio como agravio justificante aunque nada tenga que ver con el derecho reclamado pero si sirva para desvirtuar la alegación del oponente
Pero lo peor es que esto no sucede solamente a nivel de individuos, si no que se han puesto en marcha colectivos militantes de derechos minoritarios cuyos usos, y abusos, parecen llevar aparejada más en su intención la erradicación de los derechos ajenos antes que la consecución y armonización de los derechos propios.
Las redes sociales son un ejemplo claro de cómo las ideologías de parte recurren a cualquier actitud, incluso las más miserables, para reivindicar “su derecho” sin reparar o sin importarles que existan otros derechos, en muchos casos de mayor rango, que quedan absolutamente rebasados.
Se podría abrir el debate sobre el rango de los derechos, pero me temo que el principal problema es que dado el cariz de los defensores de “sus derechos” y la capacidad de diálogo que habitualmente exhiben nada sería capaz de convencerlos de los derechos ajenos que pudieran contravenir su absoluta razón.
Y para no averiguar si fue antes el huevo o la gallina, los políticos hacen últimamente demostración palmaria de sectarismo, populismo y desvergüenza, reclamando, creando, anteponiendo derechos sin ningún rigor, posibilidad de defensa en cualquier tipo de foro que no les sea propio o viabilidad.
Por no hablar, que hay que hablar e indignarse, del permanente ataque al lenguaje que nos es común y cuya degradación por sus intereses y manejos me parece indecente. Indecente e interesado porque gracias a ellos, y a nosotros que les reímos la gracia, ya no nos va quedando ni la palabra.
Lo cierto es que desmontar todas estas falacias es sencillo. En realidad es sencillo desde la razón, que es lo que no están dispuestos a utilizar los consideran que la tienen. Basta con aplicar la lógica binaria a cualquier derecho que se quiera, o se considere con derecho a, ejercer. La lógica binaria, y los diagramas de flujo que son su representación gráfica, es una herramienta que utilizamos los programadores para llegar a un resultado partiendo de los datos. Solo admite las respuestas si y no a cada pregunta, y si en alguna puede haber lugar a matices es porque nos hemos saltado preguntas intermedias. Me permito adjuntar uno básico, no exhaustivo, y en el que la única licencia que me he permitido es considerar de mayor rango la legislación internacional que la local y lo he hecho solo por clarificar su lectura, ya que me hubiera bastado preguntar en un bucle numérico por legislación de rango correspondiente, sin especificar, y cerrar el bucle de legislaciones con una pregunta de si hay más rangos.

Como ya he dicho, para aquellos que consideran que el único uso posible de la razón es tenerla molestarse en comprobar lo que les es obvio no es una posibilidad.

Recuerdo con nostalgia aquel maravilloso programa de TVE que se llamaba el Monstruo de Sanchezstein y que obligaba a los niños a descomponer sus órdenes complejas en órdenes simples si querían alcanzar alguno de los regalos que el monstruo podía llegar a tener a su alcance. Pero enseñar a pensar a los niños, y que decir de los adultos, enseñarlos a razonar y enfrentarse a lo correcto, no es una de las prioridades de la enseñanza en esta sociedad. No lo es en los centros de enseñanza ni lo es en las familias. Es más fácil, más asequible, el abuso, la discriminación ¿positiva? y el insulto como medios para obligar a los demás a respetar el derecho de aquellos que siempre tienen razón y lo único que pretenden es educarnos a los demás. Eso o promover a las más mínima oportunidad una ley que convierta a los no conversos en delincuentes. Para que formar pudiendo prohibir, para que educar pudiendo adoctrinar.