domingo, 22 de julio de 2012

Discriminación (08-03-11)


Día de la mujer trabajadora. Llevo oyendo todo el día, sin descanso, sin fisuras, sin posibilidad de análisis ni disensiones, la necesidad de la igualdad, la bondad de la discriminación positiva, la sistemática negación de los abusos y prejuicios –claro también de los perjuicios que esos prejuicios y abusos ocasionan. Llevo todo el día intentando negarme a decir nada que se que desde el primer momento se considerará políticamente incorrecto, sin pararse a reflexionar, sin pararse ante ese espejo del que a veces hemos hablado y al que hay que mirarse con insistencia, con saña, con determinación, para perforar esa primera capa de sombras chinescas, de reflejos amables y consentidos con los que el servilismo especular nos reconoce la propiedad.

Llevo todo el día desazonado, inquieto, incómodo, telúrico. El magma me bulle y finalmente no puedo evitar resistirme a la llamada del Word.

Nunca, desde que tengo uso de razón, he considerado a las mujeres como objetos, ni como inferiores, nunca, ni siquiera en mi recorrido empresarial he discriminado a una mujer de un hombre, es más nunca he pensado en temas laborales en cuanto a mis compañeros en función de sus protuberancias –o carencia de ellas- si no en función de su capacidad. Siempre, desde que tengo uso de razón, he sido contrario a las tesis feministas entre las mismas feministas y siempre fui aceptado por ellas con la misma crítica igualdad con que yo las he tratado, sin fisuras, de persona a persona. Es cierto que algunas veces ha creido que somos animales diferentes y simbióticos, pero con estatus de colegas.

Pero desde la ley de (des)igualdad, desde que oí que la discriminación podía ser positiva, desplazando la carga de la prueba de la culpabilidad a la necesidad de demostrar la inocencia desde un prejuicio, mi indignación con la complacencia intelectualoide de estas posiciones es cada vez más rabiosa, cada vez más desgarrada. Cada vez las mujeres me recuerdan en su posición a ciertas autonomías. Vivir en el victimismo para alcanzar prebendas a ser posible por encima de la igualdad que sin embargo se invoca como objetivo.

Recuerdo un cuento que leí teniendo no más de diecinueve años, se llamaba “Las Doradas Veladas de la Atlántida”. Contaba que las mujeres de la Atlántida usaban como prenda distintiva un velo dorado, no especificaba de que forma. Llegado un punto de la historia las mujeres solicitaron compartir con los hombres en términos de igualdad –la historia era corta, no entraba en grandes detalles- y los hombres consintieron con una única condición, dejar de utilizar el velo dorado. Las mujeres estuvieron de acuerdo y a partir de ese momento compartieron derechos y responsabilidades. El problema, y principio del fin de la Atlántida, fue que se puso de moda ente las mujeres volver a utilizar el velo dorado. Los hombres reclamaron, las mujeres argumentaron y el enconamiento llegó hasta las familias. La civilización no pudo sobreponerse al enfrentamiento.

Se, soy perfectamente consciente, que el cuento es simple, que la carga la vence sobre un solo lado, pero no puedo evitar  rememorarlo ante la antipática actitud de ciertas mujeres, mas preocupadas de conseguir prebendas que de alcanzar la igualdad. Y los abusos existen y deberían de ser las mismas mujeres los que los persiguieran en vez de intentar esconderlos debajo de un velo dorado, y los abusos de los hombres existen y nosotros debemos de ser los primeros en denunciarlos. Y los prejuicios existen porque han sido alimentados desde una posición que solo puedo calificar como “progre”, si, entre comillas. Y sobre todo que quede claro: para mi “NO EXISTE NADA POSITIVO EN NINGUNA DSCRIMINACIÓN” 

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