Ha dimitido Gallardón. Yupi¡¡¡¡¡.
Ha dimitido uno de los personajes más nefastos de la imberbe e inconsistente
democracia española actual.
Es posible, casi seguramente, que
haya caído por la imposibilidad de llevar adelante una nueva ley sobre la interrupción
voluntaria del embarazo. De aborto no me gusta ni el sonido de la palabra. Es
posible, casi seguramente, que este haya sido el detonante final, pero estoy
convencido de que si la historia tiene la mala idea de recordarlo no será por
este fracaso si no por los desgraciados logros conseguidos a lo largo de su
carrera política.
Yo, personalmente, no lo
recordaré por no sacar adelante una ley sobre un tema moral y ético que como
tal jamás debió de convertirse en una ley. Claro que ese disparate no es
achacable a usted, y ya es raro.
No, yo jamás lo recordaré por su
fracaso, pero si lloraré amargamente por todo el daño llevado a cabo por tan
soberbio y nefando personaje. Lo recordaré por su logro de gravar la aplicación
de la ley y alejarla de aquellos más desfavorecidos, lo recordaré por su
discurso altanero y demagógico, lo recordaré por sus faraónicas obras en Madrid
sin reparar en el coste que suponía para los ciudadanos. Lo recordaré cada vez
que pasee por Cibeles y recuerde lo que me costó que usted trasladara su imperial
despacho a ese inapropiado lugar. Lo recordaré por ser el instaurador de la
caza al contribuyente que conduce y promotor de todas las artimañas
recaudatorias que una administración es capaz de poner en marcha, incluidas las
que bordean por la parte de fuera a la ley. Y lo recordaré, con velas negras y
ritual vudú si es preciso, por ser el responsable de destrozar el ambiente
navideño de Madrid.
Lo recordaré con inquina y mala
baba cada mes de diciembre de mi vida cuando pasee por las mortecinas e
inapropiadas iluminaciones supervivientes de la capital. Lo recordaré cada
cinco de enero cuando por la televisión vea esa especie de desfile de carnaval
pobre con pretensiones en que convirtió con sus decisiones la entrañable
cabalgata de los Reyes Magos.
Claro que también tendré sobrada oportunidad
de recordarlo cuando usando el túnel del
tiempo, ese que circula bajo la M-30, me parezca que hace dos siglos que he
entrado en él y vea con espanto que todavía estoy a la altura de Pirámides y
circulo despendolado a la peligrosísima velocidad de 70 KM/h por un lugar con
hasta cinco carriles.
En fin señor Gallardón, adiós,
que le vaya bonito y que en su vida particular no le devuelvan el daño que
usted deja hecho. Eso sí, debo de reconocérselo, va a ser usted difícil de
olvidar.