lunes, 23 de marzo de 2020

Bulos y sistemas


Son muchas las noticias que vienen y van. El tiempo libre fomenta la intervención de personas en las redes sociales que difunden, a veces simplemente y a veces con contribuciones propias, una avalancha de noticias ciertas y de noticias falsas que acaban, tanto unas como otras, convirtiéndose en bulos. Tal vez las más deplorables, a mí me lo parecen, son aquellas malintencionadas que intentan desprestigiar a personas o entidades, y las que usan un claro cariz ideológico para sacar rédito político de una situación  de emergencia como la que vivimos.
Las falsedades del entorno de Podemos contra Amancio Ortega, que no son precisamente novedosas, los continuos comentarios sobre el desmantelamiento de la sanidad pública del PP, la ineficacia del Servicio Andaluz de Salud, heredado de los tiempos del PSOE, y, tal vez la más grave, el linchamiento de la empresa Diseños NT causada por un defecto de comunicación que utilizó la palabra incautación donde tenía que haber hablado de recogida, son claros ejemplos de esta fiebre del uso ideológico, iba a decir partidista pero no me consta, de la utilización de las redes para fines poco constructivos. Pero tal vez una de las noticias más difundidas en las redes, y que no se ajusta a una información veraz, ni a un análisis desinteresado, sea la que achaca a la incompetencia del gobierno el desabastecimiento de equipación y materiales de protección en los puntos más calientes de la crisis.
No sé, y si lo sé, o lo intuyo, no diré nada porque no toca, si la gestión del gobierno en este tema es la ideal o podría ser más eficaz, toda gestión siempre puede ser más eficaz, porque la eficacia de un sistema al 100% no existe, pero antes de contribuir a difundir rumores, antes de señalar culpables, hagamos un pequeño análisis de sistemas, porque de lo que hablamos es de la eficacia de un sistema. De un sistema que nada tiene que ver con una posible imprevisión anterior a su puesta en marcha con la declaración del estado de alarma.
Partamos de la estructura general del sistema de distribución que el gobierno ha pretendido poner en marcha para el reparto de materiales, tanto importados como fabricados en el país. El sistema se ha montado, de forma previsible, siguiendo las estructuras públicas, y por tanto se ha definido con tres elementos claros: un centro de decisión, un almacén central, y unos canales oficiales de distribución. El sistema, en principio, adolece de dos defectos graves, pero casi inevitables dada su estructura pública, es rígido y poco operativo. Es un sistema diseñado para controlar y decidir, en vez de para decidir y controlar, y eso supone pérdida de tiempo, o, lo que es lo mismo, de eficacia.
Del centro de control y decisión solo nos consta que lo componen políticos y, seguramente, funcionarios. Un equipo acostumbrado a los trámites burocráticos oficiales del reparto de impresos, material de oficina y mobiliario, con cliente único, la administración, el 99% de las veces. Un sistema que no necesita grandes estrategias, ni prima los plazos de entrega. No me consta que haya ningún experto en logística dirigiendo las operaciones, ni siquiera, si lo hay, que  tenga capacidad de decisión y dirección, o sea, poderes ejecutivos, y sin un experto todo el sistema toma decisiones que no siempre son operativas por falta experiencia, y comete errores ya superados en el mundo profesional de la logística. Y eso cuesta tiempo (eficacia) y agilidad para variar el sistema (incremento de eficacia).
La operativa idónea Para lograr la máxima eficacia habría sido incorporar temporalmente alguno de los equipos logísticos más prestigiosos del país, que los hay -el del grupo Inditex, el de El Corte Inglés, o alguno de los operadores de reparto urgente o venta por internet, por nombrar los más potentes- y los pondría al frente con plenos poderes. No olvidemos que lo importante en esta crisis son el tiempo y la eficacia. Pero tampoco debemos de olvidar que hablamos de lo público, y por tanto un valor siempre a tener en cuenta es el protagonismo, protagonismo que, entregando el control a un equipo profesional, solo sería tolerable por un personaje público de alto nivel, más preocupado de la gestión que de su gestión, y de perfiles de ese tipo en nuestra trama administrativo-política andamos más bien escasos.
Seguramente, no estoy en su piel, pero sé lo suficiente de sistemas ya que fue mi trabajo durante muchos años, la primera medida que habría tomado buscando la mayor eficacia, sería la de eliminar un almacén central. Un almacén central facilita el control, pero perjudica gravemente la eficiencia, porque provoca redundancia (falta de eficacia), varios pasos más en la cadena de control, y los controles suponen tiempo (eficacia) y casi siempre coste. Vamos a intentar poner un ejemplo básico de dos desarrollos de un sistema de distribución: con y sin almacén central.
Con almacén central:
1.       La mercancía se cuenta y se embala en origen de producción (eficacia(0))
2.       Se envía al Almacén de referencia (coste(+) y eficacia(-))
3.       Se recepciona y almacena (eficacia(-))
4.       Se prepara orden de envío.
5.       Se traslada a muelle y se carga (eficacia(-))
6.       Se envía a destino final. (coste(+) y eficacia(-))
7.       Se recepciona y distribuye.

Sin almacén central:
1.       La mercancía se cuenta y se embala en origen de producción. (eficacia(0))
2.       Se recepciona la orden de envío.
3.       Se envía a destino final. (coste(+) y eficacia(0))
4.       Se recepciona y distribuye.
El sistema sin almacén central penaliza el control, aunque no necesariamente si los medios de los que se dispone son los adecuados, pero agiliza la respuesta final ahorrando los punto 3, 4 y 5, que suponen kilómetros (coste(+)) y tiempo (eficacia(-)). En el caso más favorable se pierde el tiempo de transportar hasta el almacén central(coste y eficacia), descargar (eficacia), almacenar (eficacia) y cargar (eficacia), eso sin contar con los ratios de pérdidas que siempre supone la manipulación de la mercancía, ratios que cualquier sistema eficiente tiene en cuenta por anticipado. En el caso más desfavorable, la mercancía vuelve a un punto más próximo al lugar de origen que el almacén central, a los valores del caso anterior hay que sumarle más transporte innecesario (coste y eficacia), el que resulta de calcular la diferencia de kilómetros entre origen y destino y el kilometraje resultante de origen-almacén más almacén-destino.
Basta con comprobar, tirando de historia, que los sistemas más ineficaces de distribución son aquéllos que han sido intervenidos por los estados. Y prefiero no poner ejemplos porque, aparte de estar en la mente de todos, podrían interpretarse en clave ideológica y eso sería, parcialmente, una falsedad.
Por si a alguien le caben dudas, las declaraciones del presidente del gobierno en su comparecencia del sábado, reiterada el domingo, nos dan una idea sobre la eficacia del sistema: “En las próximas horas se empezarán a entregar…”. No vale, en una emergencia no se puede anunciar que en las próximas horas se entregarán, el único mensaje válido es se han entregado y se están entregando, porque el mensaje primero supone inmovilización y falta de eficacia. Porque “se van a entregar” equivale a tenemos pero estamos decidiendo, mientras la necesidad acucia.
Pero analicemos, sin profundizar en exceso porque no se trata de desarrollar un programa logístico puntero, si no de esbozar problemas y soluciones, cada uno de los puntos del sistema.
A-     Centro de decisiones. Puede funcionar de dos maneras distintas:
A.1- Las decisiones se toman personalmente pedido a pedido. En este caso las decisiones tienen que ser elaboradas casi de forma consecutiva según las existencias en almacén y se tomarán en función de las necesidades en el momento de la elaboración, que al tener una demora en ejecución, seguramente acabarán yendo a remolque de los acontecimientos, siempre tarde.  
A.2-  Se establecen unos parámetros de distribución con mínima intervención (de emergencia) sobre las decisiones que elabore la gestión de los parámetros. En este caso las notas de entrega se elaboran en el mismo lugar de la producción, o de la importación, sin necesidad de otra intervención que la confirmación. Yo establecería tres parámetros de decisión básicos: cercanía, lejanía y emergencia, para decidir las cuotas. Siempre reservando una cantidad en cada partida producida para decisiones especiales del último momento, que si no se dan incrementarían las partidas calculadas. Cercanía analizaría los centros en necesidad de recursos con menor desplazamiento desde el punto de origen, lo que se llama un área de influencia. Lejanía analizaría los centros en necesidad que no tienen ningún punto de origen cercano y que nos sean asignados por facilidad de comunicación. Emergencia establecería un ratio de prioridad en el servicio que ajusta a los anteriores. Luego dividiría la producción en sesiones (pueden ser horas, palés o cualquier otra cuota de producción) y asignaría a inicio de jornada los destino según se cumplieran las sesiones para evitar hasta el más mínimo minuto de demora en la salida de la mercancía. Evidentemente este sistema además ayuda a la producción y agiliza considerablemente la distribución, aunque penaliza el control.
B-      Almacén central. Tengo cierta experiencia en gestión pública de almacenes y no es ciertamente positiva. Tanto los almacenes administrativos que he conocido, como los militares, adolecen de una considerable falta de rigor en sus movimientos y en su control, ya que no se tienen en cuenta los ratios de pérdidas (coste), ni tiempos o restos muertos (coste y eficacia), porque todo lo absorbe el presupuesto. Todo ello presupone un funcionamiento no óptimo desde el punto de vista de la eficiencia en la gestión que no es asumible en una crisis. Normalmente, supongo que se puede  variar en las actuales circunstancias, el protocolo de movimiento interno supone: conteo de recepción (control de lo recibido (integridad e idoneidad)), ubicación y conteo de salida (control de identidad entre material en documento y material en muelle). Y todos esos pasos suponen tiempo y pueden implicar merma de material manipulado (un envase que se rompe, un embalaje que pierde integridad, una mala manipulación, un descuido…)
C-      Canal de distribución. Supongo que todo está preparado para la distribución “oficial” mediante transporte del ejército y de las fuerzas de seguridad del estado. Me parece un transporte pesado, lento, lastrado burocráticamente, aunque muy seguro. Para una mayor agilidad, al menos en entregas menores y/o cercanas,  utilizaría los servicios de transporte de miles de autónomos acostumbrados a esos menesteres a diario que, sin duda, me proporcionarían una mayor flexibilidad y una mayor rapidez de actuación. No tienen que desplazarse en convoyes, lo que supone carga máxima y velocidad controlada, y permiten flexibilizar y agilizar las entregas, incluso cambiar de destino una vez en ruta sin las circunstancias lo aconsejan. Todo ello sin tener en cuenta que muchos de ellos, en este momento, tendrán que acogerse a ayudas que, de esta forma, serían en realidad servicios retribuidos.
En fin, que seguramente el sistema utilizado por el gobierno no es el idóneo para lo que estamos viviendo, pero el problema no es ideológico, al menos no totalmente, sino la consecuencia de la falta de experiencia y capacidad de gestión logística de nuestras instituciones públicas. Que a eso se le puede achacar más o menos cintura, más o menos inteligencia... nadie nos puede garantizar que en estas mismas circunstancias, otro gobernante, u otra composición del gobierno, nos aportara ni mayor inteligencia ni una cintura más ágil, aunque serían de agradecer.

viernes, 20 de marzo de 2020

Antes o después


Cuando un español quiere recurrir a una convicción fatalista de que algo acabará sucediendo aunque aún no sea capaz de atisbar cuando, existe una expresión que indetermina con exactitud la certeza de lo que ha de suceder, sí o sí,: “antes o después”. Todo queda atado, es definitivo, pero no sabemos, ni aproximadamente, cuando. Solo el destino, las circunstancias, el voluble devenir, permitirá que lo inevitable suceda y marcará el tiempo definitivo en el que el pasado resuelva cuentas pendientes.

“Antes o después” parece una frase especialmente ideada para las circunstancias actuales en las que
El Mundo ha decidido establecer una barrera cronológica, un antes y un después, que así escrito significa algo totalmente diferente, de la pandemia y sus efectos en el mundo de la salud, de la economía y, como no, de la política.

Porque más allá de la certeza de los confinamientos, de las incomunicaciones, de las solidaridades y los gestos que recuperan la dimensión de ciudadano, tantas veces reclamada por los librepensadores como negada por los políticos, quedan un montón de preguntas, un montón de decisiones, un montón de actitudes que explicar y, llegado el caso, depurar.

Es mi intento, seguramente inexacto e incompleto, hacer una breve lista de todas esas cuestiones que antes o después han de ver la luz y ser sometidas al criterio de los que, se supone, son los protagonistas de la democracia, los ciudadanos. Esos mismos que han puesto el sacrificio, los muertos y las penalidades económicas derivadas de una situación fuera de su control.

Antes o después habrá que averiguar cuál es el origen real de este séptimo coronavirus que nos azota de forma tan feroz. El tercero o cuarto en lo que llevamos de milenio y siglo.

Antes o después habrá depurar responsabilidades entre quienes, por descuido o interés, permitieron su expansión.

Antes o después tendremos que replantearnos el sistema mundial de alertas, la función real de la OMS, y la escasa credibilidad de instituciones y organismos incapaces de concitar la confianza y colaboración de los ciudadanos hasta que empezaron a producirse los primeros muertos.

Antes o después alguien tendrá que explicarnos la renuencia a actuar hasta que ya era tarde en el origen de la pandemia, asistiendo al bochornoso espectáculo de la condena del primer médico que alertó sobre lo que se nos venía encima.

Antes o después alguien tendrá que explicarnos como se permite, por intereses económicos superiores, que la enfermedad se expanda libremente antes de tomar las medidas adecuadas.

Antes o después alguien tendrá que explicarnos, y asumir la responsabilidad, del sistema que han elegido las principales naciones europeas que, en contra del sistema japonés o el coreano, prima el acortamiento del tiempo de crisis a costa del número de muertos.

Antes o después habrá que pedir responsabilidades, para bien y para mal, a los que han tomado las decisiones y a los que han asesorado.

Antes o después tendremos que pedir cuentas a los que han intentado, o logrado, utilizar la situación para su promoción personal o su predominio ideológico.

Antes o después tendremos que pasar agravios a los que han intentado apropiarse de méritos, colgarse medallas o reclamar pagos por los servicios prestados, que debieran ser, en estas circunstancias, donados.
Antes o después el mundo deberá señalar y condenar a los populistas que han antepuesto su ignorancia, su soberbia o su partidista visión a las previsibes consecuencias de sus actos. Y señalo especialmente a Bolsonaro, a Trump, a Boris Jhonson y a López Obrador, sin olvidarme de algún nacional de pataleta e imposición de su capricho.

Antes o después, y esto debería de ser lo primero, deberíamos de hacer una profunda reflexión sobre las costuras abiertas que han quedado al descubierto en esta crisis y ponerles solución inmediata.

Antes o después, y esto debería de ser lo segundo, deberíamos de establecer un día, y mira que yo no soy afecto a los días predeterminados, de homenaje a todos los colectivos que han sido la fuerza de choque contra el bicho.

Antes o después, posiblemente nunca, debería de producirse, en España, un gobierno de concentración nacional que se pusiera al frente de la situación posterior a la crisis y pudiera sacar adelante medidas que no tuvieran sesgo, ni propietario, encaminadas a la recuperación total del país.

Antes o después, es inevitable, habrá que señalar a héroes y villanos, pero habría que procurar que los héroes lo fueran de todos, y no solo de un bando, y los villanos no solo fueran los ajenos.

Antes o después, que no ahora. Ahora, solo, ¡virus fora!

sábado, 14 de marzo de 2020

Virus fora


Solo los médicos saben lo que los demás quisiéramos entender. Solo los virólogos, los epidemiólogos, tienen capacidad de entender lo que todos quisiéramos saber. Y la ignorancia y la ansiedad son magníficos abonos para que crezca el miedo. Un miedo con un alto componente de irracionalidad, con un toque de desconfianza y algo de desinformación.
Es habitual en España copiar las medidas de otros países, que no siempre tienen que ser eficaces en el nuestro. Sucede con leyes que aprobamos porque han dado resultado en Francia, en Alemania, o en la Conchinchina, famoso territorio que está más allá de cualquier otro territorio que se nos pueda ocurrir, y que una vez promulgadas se muestran ineficaces o incluso contraproducentes.
Tampoco el Coronavirus de nuestras entretelas y contagios ha cambiado esta forma de actuar, pero no reparamos, quienes deben no reparan, en que los españoles tenemos nuestra propia idiosincrasia, y que ciertas medidas tomadas en otros lugares no tienen por qué funcionar en nuestro país aplicadas de la misma forma y en los mismos tiempos. Y estoy pensando en la inconveniencia de anunciar medidas restrictivas con antelación que producen pánico e invitan, inadecuadamente, a las medidas defensivas.
Yo entiendo perfectamente, aunque no comparta totalmente, la actuación de las personas que le anuncian que viene un tsunami a la zona en la que vive y lo primero que hace es coger un medio de transporte y alejarse de la “zona de riesgo”. Normal. Tal vez lo que ha pasado es que la medida, sin duda necesaria, debería de haberse tomado sin aviso previo y con una desdramatización mayor. Con una información más detallada y comprensible.
Porque todo lo que puede costar la vida a alguien es dramático, pero según como se comunique, según como se divulgue, ese dramatismo se convierte en el indeseado pánico histérico que obstaculiza las posibles medidas necesarias. O, lo que es peor, la asunción de la población de esas medidas como necesarias. Y esa falta de asunción lleva a los comportamientos inadecuados que todos vemos.
Intentemos analizar las informaciones que pueden dar lugar a equívocos entre una parte de la población y a las consideraciones que suponen:
-        El coronavirus es un virus mortal. Claro. Todos hemos visto las estadísticas y los muertos producidos. Pero nadie consigue que la gente entienda, aunque se ha dicho, que no es más mortal que la gripe, o el sarampión, o la mayoría de los otros virus con los que compartimos nuestra vida diaria. Pero difiere de ellas en los recursos inmunológicos de los que disponemos y en el tiempo de expansión.
-        El año pasado la gripe causó en España 525.300 casos y 6.300 muertos, cosa que, salvo catástrofe, no producirá el coronavirus.
-         Entonces no hay de qué preocuparse. Sí, sí que hay de qué preocuparse. Los humanos necesitamos desarrollar defensas colectivas que nos inmunicen contra los ataques externos que podamos sufrir, lo que los médicos conocen como inmunidad de grupo, y que necesitan de un tiempo para desarrollarse.
-        Hay que intentar, por todos los medios, que el contagio no sea incontrolado porque necesitamos tiempo y espacio para evitar muertes innecesarias. Tiempo para desarrollar, tanto naturalmente como mediante la investigación, la inmunidad necesaria que haga al coronavirus otro virus más, y no uno especial, y espacio en los recursos sanitarios de emergencia para que puedan atender a la población de riesgo que resulte contagiada.
-        El objetivo es no contagiarse. Es cierto, pero no totalmente cierto. Como en toda enfermedad el objetivo primario es no tener esa enfermedad, pero en el caso de las infecciones víricas esa pretensión es casi una ficción, casi todos pasamos por el trance de alojar a los bichitos en nuestro cuerpo, a veces sin siquiera desarrollar síntomas, por lo que el objetivo real en este momento es no contagiarse ahora y no contagiar a otros.
-        Si desarrollas la enfermedad y la superas, todo se ha acabado. No está claro, porque hay informes de China en los que se habla de recaídas en pacientes ya dados de alta. Pero no sabemos cuál es la fiabilidad de esos informes.
-        Hay remedios caseros que inmunizan contra la enfermedad. Falso. Solo podemos confiar en el uso sistematizado de productos que los médicos consideren fiables, el resto es una suerte de mancia médica que solo puede conducir al tratamiento inadecuado de la enfermedad, tratamiento inadecuado que el mejor de los casos será simplemente inútil.
-        Los de fuera traen la enfermedad. Cierto y falso. La xenofobia es una enfermedad mental que solo puede ampararse en la ignorancia y en la irracionalidad. Los contagios no son lineales, ni radiales, ni de ninguna otra figura geométrica reconocible. El virus ya puede estar en ciertos ámbitos sin haberse todavía manifestado. Otra cosa es que el movimiento incontrolado de personas aumenta el riesgo de expansión, si no se respetan el aislamiento y cuidados aconsejados.

Pero, tal como apuntaba al principio de estas letras, estamos tan obsesionados mirando lo que hacen los demás, que medidas toman, con qué tiempos, que nos olvidamos de mirar hacia nosotros mismos y evaluar con que armas contamos y que debilidades tenemos
Estas son las características peculiares con las que la crisis se afronta en España, y no todas son malas:
-          El gobierno no ha cultivado la confianza de todos los ciudadanos con lo que su veracidad en cualquier tema está mermada, sin olvidar su debilidad y tendencia al fraccionamiento en las decisiones importantes. La última torpeza de la manifestación del 8 de marzo no ha contribuido, precisamente, a mejorar esta situación.
-          Los medios de comunicación hacen la guerra por su cuenta y con el sesgo de algunas de sus informaciones están haciendo un llamamiento a la población más cerril para que puedan surgir brotes de xenofobia.
-          A algunos, que vienen de un largo periplo de visión ideológica y frentista, en los dos lados, les cuesta desprenderse de esa perversa visión a la hora de enfrentarse a un problema sin ideología, y no contribuyen precisamente a crear el clima necesario de solidaridad
-          El virus se enfrenta en este país a uno de los sistemas sanitarios más fuertes y preparados del mundo, y eso, que hemos construido entre todos a lo largo de los últimos años, tiene que ser nuestra fortaleza y nuestra confianza.
-          Si bien los españoles somos bastante indisciplinados, la historia nos demuestra que, cuando llaman a rebato, pocos pueblos hay más solidarios, más creativos y más colaboradores que el pueblo español. La sanidad privada ya se ha puesto a disposición de la pública y la industria hotelera ha ofrecido su infraestructura para complementar la necesidad de camas e instalaciones. Y estamos hablando de la confluencia de tres sectores que se encuentran entre los mejores del mundo en su ámbito.

Habrá quienes quieran aprovechar estos momentos, no hay más que asomarse a las redes sociales, para intentar rentabilizar las posturas a favor o en contra del gobierno, de la oposición, o del sistema político, me parece una actitud torpe, miope, casi rayana en lo miserable. Ahora mismo, en la situación actual, el gobierno es mi gobierno y nos caiga más simpático o más antipático, nos parezca más o menos eficaz, es el único órgano con potestad suficiente para coordinar las acciones a tomar, y ojalá esté inspirado y bien asesorado para dirigirnos a todos con el menor coste en vidas y bienestar posibles. No hay otra. La oposición ya se ha puesto a su lado y es lo que toca.

Tampoco debemos de olvidar, sin dejar de alabar la función de los sanitarios de primera fila, el tremendo trabajo que están realizando esa segunda fila poco conocida de operadores de servicios de emergencia, de médicos de apoyo en despachos y teléfonos de consulta que no por no estar de cara al público son menos importantes para garantizar nuestra salud, los conductores de ambulancias, los farmacéuticos, los operarios de servicios urgentes e imprescindibles, los empleados de alimentación… todos aquellos que sin que se aprecie su trabajo evitan que nuestro mundo, la calidad de nuestra vida, entre en colapso.
Estoy convencido, absolutamente convencido, y la historia lo refrenda, que saldremos de esta crisis con mejores números de los previstos, con la satisfacción de haber actuado por encima de las expectativas, y la absoluta predisposición a volver a ser un pueblo alegre, festivo e indisciplinado, o sea, españoles.

Desde mi casa, a 14 de marzo del 2020

domingo, 8 de marzo de 2020

Ni pan, ni circo


Entiendo, asumo, y en cierta forma me enorgullezco de ser un poquito especial, de salirme un poquito de la norma, o al menos de mostrar muy poquito de todo lo que me apetecería salirme de la norma. Y lo digo y anticipo porque, al contrario de la mayoría de los mortales, que o no creen en él o lo ven lleno de llamas y tridentes, tengo muy claro como es el infierno y cuáles son sus tormentos principales.
El infierno es un lugar donde se hace bricolaje todo el día y si quieres divertirte te llevan al circo. Hay pequeños tormentos supletorios como comer pan con chocolate o bocadillos de jamón, o mantener diálogos estúpidos en redes sociales, pero eso es, como diría un catalán, a más a más.
Y saco a colación esta pequeña reflexión porque cuando digo lo del circo todo el mundo me mira muy raro, bueno y lo del chocolate, y lo del jamón. Como si mi poco aprecio del circo fuera una pérdida de la inocencia infantil, una adultez epatante. Pues no, parece ser que en cuestiones circenses mi inocencia no venía en el paquete de base, porque nunca me gustó el tan alabado espectáculo. El mayor del mundo, dicen.
Mi niñez discurrió, mi niñez madura digamos, allá por finales de los cincuenta y los sesenta, época aquella en la que un empresario de ascendencia orensana era uno de los grandes empresarios del Circo en España. No había Circo, en aquellos años de memorias encontradas, que no estuviera bajo la batuta empresarial de Feijoo y Castilla. Y Feijoo estaba en el círculo de amistades de mi padre y de mi tío Julio. Como también eran amigos de la familia Silva, del Padre Silva y de su hermano Pocholo, siento usar el nombre familiar pero ignoro el real, también con vínculos en el mundo circense.
El caso es que, de amigo a amigo y tiro porque me toca, no había espectáculo de circo en Madrid del que no llegaran a casa, puntualmente, las entradas correspondientes.
Todos los espectáculos del Price, del antiguo, del que estaba en la Plaza del Rey, El Gran Circo Americano, El Circo de La Ciudad de los Muchachos, todos, todos, absolutamente todos los espectáculos recibían inevitablemente la visita del funcionario de alto rango de turno y la de mi hermana y la mía. Porque ir al circo era para nosotros tan habitual como ir a una sesión continua en el cine los días de lluvia o al retiro los días que el tiempo lo permitía.
Incluso cuando, con motivo del rodaje de la famosísima película ad hoc, se vació el estanque del Retiro para montar allí un colosal escenario y los paseos circundantes estaban llenos de extras, tramoyistas y personal vario, también allí estaba yo, aunque en aquella ocasión, como no había función ni artistas, yo disfrutara algo más de la visita.
¿Y quién le pregunta a un niño si le gusta el circo? ¿Quién puede concebir que exista un niño tan raro que no le guste el mayor espectáculo del mundo? Mis padres desde luego no. Es más, cuando ya un poco más mayorcito yo intentaba explicar mi fobia al circo me encontraba con la ancestral negativa de mi madre a reconocer cualquier inconveniente en mi infancia, cualquier innecesaria discrepancia con su verdad oficial.
Pocos niños pueden presumir de haber visto en directo a las mayores estrellas del circo de aquellos años. A Pinito del Oro, a Chalie Rivel, a Miss Mara, a los Wallenda, padres e hijos, varios de los cuales cayeron cruzando las Cataratas del Niágara, a Zampabollos y Nabucodonosorcito, a los hermanos Tonettí , a Roberto Font, y tantos más, acróbatas, equilibristas, funambulistas, domadores de todo tipo de animales, magos, antipodistas…
Pero debo reconocerlo, y por eso nunca me gustó el circo, pocas veces vi más de cuatro o cinco segundos seguidos, en directo, la actuación de alguno de ellos, a pesar  de estar presente. Yo veía las sombras que los focos proyectaban sobre el suelo o sobre la carpa, miraba entre los dedos cuando la música daba un descanso, descansaba cuando acababa un número y hasta que empezaba el siguiente. Veía cuando las fieras recorrían la jaula pasillo que los llevaba hasta la jaula central y hasta, justo, cuando el domador abría la puerta para introducirse en la jaula donde ya lo esperaban los tigres, los leones, lo osos, o cualquier otro espécimen que fuera a ser manejado. Y lo no veía desde tan cerca que una vez que un caimán, en una pirueta,  cayó fuera de la pista fue a aterrizar en el regazo, en el colo, de mi tío Ramón, Ramón Cid Tesouro, sentado a  mi lado. ¿Qué cómo acabó el sucedido? No tengo ni idea, mi mente está en blanco a partir de ese momento.
Nunca he soportado los espectáculos de riesgo, nunca he disfrutado del peligro ajeno, rara vez del propio, y mi infancia estuvo plagada de tardes de circo, del Circo Price, del Circo Atlas, del Circo de la Alegría, del Circo Americano, del Circo de la Ciudad de Los Muchachos. Pues eso, rarito.
Ya de mayorcito, con hijos crecidos y en la universidad, decidí asomarme al Circo del Sol, afamado espectáculo revisionista del circo tradicional. Eso sí, por mi cuenta. Esta vez ni el señor Feijoo, ni su socio el Sr. Castilla, tuvieron nada que ver con mi decisión. Increíble el espectáculo, el montaje, el vestuario, los decorados, la música y los actores. Pero, como le pasaba a un conocido mío cuando hablabas de cine, solo había dos posibilidades a la hora de evaluar una película: o una película era globalmente buena o si empezabas a valorar el guión, la fotografía, las localizaciones, inmediatamente te acotaba el comentario con rotundidad: “O sea, una mierda de película”. Pues eso, que aprecié el espectáculo pero no me gustó en absoluto.
Don Manuel Feijoo, jienense de nacimiento, hijo de Secundino Feijoo, natural de Celanova y fundador del circo Feijoo, nunca fue consciente del infierno que otro niño orensano, de extrarradio como él, sufría varias veces al año gracias a su gentileza.
Pero no hay circo sin pan, y cuando encima la merienda, que indefectiblemente nos acompañaba, era pan con jamón, apaga y vámonos.
Pero este pan ya es de harina de otro costal, de otros recuerdos. Hoy he preferido asomarme, entre los dedos, mirando a los reflejos de los focos, a mis entrevistos recuerdos del circo. Y os aseguro que cuando pienso en cometer alguna maldad mayor, pocas veces, que conste, me acuerdo del circo y se me pasan las tentaciones. ¿Qué soy un exagerado? En todo caso ya lo dije al principio, simplemente rarito.