sábado, 20 de diciembre de 2014

Feliz Navidad, o así.

Pues, como todos los años por estas fechas, me he puesto delante del papel, del electrónico que hay que cuidar los árboles, con la sana, con la navideña, intención de felicitarle las fiestas a todos los hombres de buena voluntad. Así sin más, con un poco de creatividad para que se sepa que pongo ganas y el esfuerzo es propio. Pero como tantas veces he pasado de la voluntad simple al embrollo mental y me he puesto exquisito.

He empezado por pensar que aunque todos los hombres tienen buena voluntad, unos para favorecer al mundo, otros para favorecer a sus más cercanos e incluso otros para favorecerse a sí mismos, no todas las buenas voluntades son homologables para mí.

Para empezar descarto a los del Estado Islámico, no porque no tengan buena voluntad, que la tendrán, sino porque no la comparto ni la entiendo, y porque con poco buena que sea la voluntad que ponen no quedamos en el mundo más de siete y porque no nos veamos los unos a los otros. También descarto de paso a los intolerantes, a los políticos en general, porque su voluntad es mi diario penar y no me da la gana, y a los empresarios de las grandes corporaciones que están cambiando el mundo para mal, químicos y banqueros a la cabeza. Y ya en plena vorágine “descartativa” descarto a unos cuantos vecinos, bastantes clientes del signo intransigente y alguna que otra persona que ha hecho que el año vivido haya sido más frustrante que positivo. De todo hay en la viña del señor, o del Señor, según la buena voluntad religiosa de cada cual.
Claro, puestos ya en este punto me he dicho: “pues para cuatro que quedan llamas por teléfono y chispún”, pero entonces he recordado la bíblica, la casi universal solicitud del perdón a los demás, y  especifico lo de los demás porque la mayoría nos tenemos perdonados aún antes de la culpa. Pero entonces recordé un episodio de mi bisabuela.
Tenía mi bisabuela una vecina con la que mantenía un permanente conflicto de gallinas, que no es una nueva expresión si no una cuestión de animales. El caso es que fue a confesarse y cuando le contó al cura de sus cuitas y rencores le dijo el cura que tenía que perdonar, a lo que mi bisabuela se negó en redondo y el cura le explicó que entonces no la podía absolver. Levantose del confesionario sin absolución de por medio y se fue a casa más indignada que arrepentida. Llegada a casa y dado su evidente enfado mi bisabuelo le preguntó:
-          ¿Qué te pasa Justiña?, ¿por qué ese enfado?
-          Nada, que he estado donde el cura y no me ha querido absolver
-          Pero mujer ¿que pecado has cometido que el cura no te perdona?
-          No que le he contado lo de Fulanita con las gallinas y me dijo que la tengo que perdonar, y no me da la gana.
-          Ay, Justa, Justa, mira nuestro Señor Jesucristo que lo insultaron, lo apalearon y lo crucificaron, y aun así los perdonó.
-          Si, si –contestó mi bisabuela- pero cuando le tocaron mucho las narices se fue al cielo y aquí nos quedamos todos.

Así que tirando de genes, o amparándome en ellos, he decidido que no me da la gana de perdonar a los que no tienen perdón, ni a los que les importa un pito que los perdone o no, ni a los que te piden perdón mientras están pensando cómo te la van a jugar. Es más, cada vez hay más gente que se siente molesta por ser felicitada, y con razón, por gentes que el resto del año ni siquiera te dan los buenos días. Mucha hipocresía y exceso de calendario, le llamaría yo a eso.

Así que en un ejercicio de honestidad personal, y tirando de sinceridad imperdonable, que las fiestas sean felices para aquellos a los que realmente quiero, para aquellos a los que realmente aprecio, para aquellos a los que querría si los conociera. Salud para los enfermos, consuelo para los que sufren y justicia para los que saben lo que es, y que cada uno reciba el doble de lo que da. Y a los demás que les den morcilla.

Y ya puestos, y como este deseo me resulta coherente, que lo sea para estas fiestas y para el resto de sus vidas  


jueves, 18 de diciembre de 2014

Que vivan las lentejas

Han pasado dos días y aún no doy crédito a la escenificación mediática de la gastronomía como arte elitista para entendidos y consiguiente defenestración de la cocina tradicional, de esa cocina con memoria y sentimientos que todos tenemos en nuestro olfato y en nuestro baúl de los recuerdos de sabores.
Los comentarios, la puesta en escena, los protagonistas, todo estaba, aparentemente, pesado y medido para que el concepto tradicional y popular de gastronomía quedara vencido por una alternativa de la cocina como arte que el pueblo llano no puede alcanzar ni técnica, ni económica, ni gustativamente.
Yo no me veo yendo a casa de unos amigos a cenar y que me pongan una “gargouillou” compuesta de un montón de vegetales, cada uno con una textura diferente. No, ni me veo yo preparándolo para recibir a nadie, ni a mi abuela haciendo semejante exhibición de tontería para que comiéramos cuando íbamos a verla.
A mí como plato vegetal emblemático me gusta la menestra, la de toda la vida, que es lo que es este plato pero elevado al nivel de innecesariamente inalcanzable para el común de los mortales, o sea, yo.
Insisto, a mí el “gargouillou” me conmueve lo que a la roca el paso del río. Está ahí y si algún día me lo encuentro lo probaré, y a lo mejor hasta me gusta, que no digo yo que no. Ahora por un plato de lentejas “ma-to”, por un plato de lentejas bien cocinadas, de esas que cuando llegas al portal del edificio secuestran tu olfato y su aroma, como en los tebeos, forma una estela olfativa que te conduce sin ninguna duda hasta el fogón en el que se cocinan, hago lo que me pidan
Pero con todo, esto no es más que un problema de apreciaciones, de conceptos, de gustos si se quiere. Aunque lo que es sin duda de un gusto pésimo, de un desprecio absoluto hacia lo que para muchos españolitos de a pie es el disfrute de nuestra gastronomía tradicional, popular, familiar, son los comentarios un tanto despectivos del jurado.
“Un plato de lentejas para pasar a la final, hay que estar muy convencidos”, dice uno de los miembros del jurado en un momento dado. “Te las has jugado con un plato de lentejas”, comenta como con asombro otro miembro del jurado al concursante. Como apuntando, sin red y sin medios.

Ya en la biblia Esaú vendió su primogenitura a Jacob por un plato de lentejas. Yo me declaró de los de Esaú y reniego con cierta rabia de la cocina elitista y experimental, no por ella misma, si no como medio de vulgarizar y desprestigiar nuestra cocina de toda la vida, de mi bisabuela, de mi abuela, de mi madre y de mi mujer y si hay que decirlo se dice: “que vivan las caenas”, digo las lentejas.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

No hay inocentes, ni siquiera los culpables

Está muy extendida la costumbre de buscar culpables ante cualquier desaguisado público, o privado, da lo mismo. Pero tras lo ocurrido el domingo yo creo que lo complicado es buscar inocentes.
Vaya por delante mi vergüenza como simpatizante del Atlético de Madrid, mi vergüenza como gallego, y como español e incluso como ser humano, o, en casos como este, como pretendido ser humano.
Esta crónica no lo es de una muerte repetida si no de un fracaso global de la sociedad, de sus valores, de sus motivaciones, de su educación –de formación ya hablaremos-, de su capacidad de cuidar y proteger a aquellos que exprime inmisericordemente con la excusa de darle unas contraprestaciones que en este caso se descubren inexistentes.
Y ya que la tendencia es buscar culpables yo, por una vez, me voy a unir al ballet de dedos acusadores. Acuso a los políticos, no a los actuales, no, a todos aquellos cuya irresponsabilidad e intereses partidistas han permitido una sociedad inadaptada, inculta a pesar de la información disponible y radicalizada en sus posturas. Acuso a los clubes de futbol profesionales que en su búsqueda de títulos y preeminencias olvidan los valores deportivos. Acuso a los clubes no profesionales, incluso a aquellos de categorías inferiores, infantiles, alevines, juveniles, no importa la edad, cuyos directivos, jugadores, entrenadores y seguidores están más preocupados por la victoria que por la competición y no reparan en medios ni en formas para conseguirlas. Acuso a las peñas forofas, sectarias, a todas aquellas capaces de acoger a personas que se pronuncian de forma violenta e irracional respecto a los contrarios, e incluso a los propios, para mayor jolgorio y placer de los circundantes. Acuso a aquellos que promueven o difunden frases como: ”el futbol es un deporte de contacto”, o “de hombres”, o “esto son cosas del fútbol”, para justificar actitudes injustificablemente violentas en el transcurso de un partido. Acuso, y mucho, a aquellos actores, muy malos actores, que gritan, se retuercen y simulan lesiones inexistentes para exacerbar los ánimos de los propios y de los ajenos y sacar beneficio de una trampa flagrante. Acuso a las federaciones que lo permiten y a los “aficionados” que se lo ríen.
Acuso, en fin, a una sociedad mediocre, frustrada, cobardemente violenta, mal dirigida, ávida de logros sin importarle como conseguirlos, carente de los valores más elementales y sin interés en ellos.
Y como en este comentario no son inocentes ni siquiera los culpables, acuso a los bárbaros capaces de citarse a darse leña sea con la motivación que sea. Aunque permítaseme otorgar la medalla al mérito de la Estupidez Absoluta, a aquellos de entre ellos que hayan entrado en una pretendida madurez. Para aquellos que además tengan obligaciones familiares ya no me quedan distinciones, pero si mi desprecio más absoluto. No quiero pensar en la educación que pueden inculcar en sus hijos.

Ya sé que no es moralmente asequible, pero ¿y encerrarlos a cal y canto en un recinto amplio y con armas suficientes a su alcance? Me acuso de deseos impuros. Nos acuso. 

domingo, 23 de noviembre de 2014

Una Triste, Una Castrante, Una Interesada Indiferencia

Las cosas cambian y no precisamente para bien. Tampoco es cierto que cualquier tiempo pasado fuera mejor, no, pero tengo la sensación de que nuestra forma de entender  el mundo, eso que pomposamente llamamos civilización, está en un declive imparable.
Y no lo digo por los problemas económicos, que si, ni por los problemas éticos, que también, ni siquiera por los problemas bélicos, lo digo porque la constante intoxicación, el recorte de libertades y derechos, la manipulación política y la crisis de valores inducida por una educación interesada en formar borregos en vez de personas, hacen que sea previsible una caída al lado de la cual la del imperio romano no fue si no agacharse a coger una flor.
¿En qué foro internacional me he documentado? ¿De qué grandes expertos beben mis opiniones? De la calle, de la comparación del mundo que viví con el que vivo, de la percepción de un deterioro sordo, de un desánimo que va creando incomodidad, de un cabreo subyacente que antes o después tendrá que reventar por algún lado y, como siempre que revientan las cosas, que dios nos pille confesados.
Pero como el movimiento se demuestra andando voy a poner un ejemplo de lo que intento explicar. Si quien lee esto se toma un poco de molestia en verificar mi ejemplo comprobará que al mismo nivel popular, callejero, cotidiano hay muchos más.
Recuerdo que en tiempos de mi niñez, finales de los cincuenta, principios de los sesenta, mi abuela, y mucha otra gente humilde, tenía su pobre de cabecera, un señor que una vez al mes se pasaba por la puerta de su casa y recibía una dádiva, alguna vez en especie, las más monetaria, que nunca era excesiva. Mi abuela le preguntaba por sus asuntos, charlaban un par de minutos y este señor se despedía hasta el mes siguiente. Era un pobre reconocido, esto es con reconocimiento de pobreza e imposibilidad verificada de poder trabajar para ganarse la vida. Por aquél entonces no existían los beneficios sociales ni los sueldos de inserción y a los pobres se les llamaba así, pobres o mendigos y no “jomeles” por si se ofendían.
Corrían ya mis treinta años, o sea los ochenta del siglo pasado, cuando en una esquina de Serrano con Victor Andrés Belaunde de Madrid abría diariamente su despacho un mendigo, y lo nombraré a él por poner un ejemplo pero había muchos más, que se acercaba al coche con un cubito de playa, que si llovía se ponía en la cabeza, y me comentaba su necesidad de ropa o de pagar el alquiler de una habitación, o me invitaba a un café, que por supuesto pagaba yo, o me comentaba sus visones de posibles negocios lucrativos, y siempre, siempre, con una sonrisa, una frase ingeniosa o dándote unos panfletos en los que como enviado de la confederación de planetas analizaba “en profundidad” los males de la sociedad y pronosticaban la pronta e imprescindible intervención de la civilización extraterrestre en la que él sería reconocido como enlace y elegido.
Nunca vi que nadie sintiera la necesidad de subir las ventanillas, poner el cierre de seguridad ni ninguna otra acción evasiva con respecto a este buen hombre.
Una vez, estaban cercanas ya las navidades, me comentó que sería un buen negocio vender unos décimos de lotería mientras “paseaba por su esquina”, como él solía decir. A la semana siguiente le llevé un par de billetes y se los di para que los vendiera. Al cabo de unos días me entregó el dinero de los billetes y “mi parte” de los beneficios que yo recogí sin rechistar y que le di como aguinaldo al día siguiente porque sabía que él se sentiría orgulloso de haber hecho un negocio, y también lo suficientemente necesitado como para no rechazar “mi parte” devuelta no como renuncia a mi participación si no como donativo a su labor como “enviado”. Pocos meses después dejé de verlo y me lo encontré por casualidad en otra esquina diferente. Me contó que las cosas se estaban poniendo chungas, que había gente nueva muy rara y que su “trabajo” se estaba volviendo peligroso. Ya no volví a verlo.
Desde entonces a aquí raro es el semáforo en el que no te sientes asaltado, intimidado moralmente, y en ocasiones casi físicamente (peor si eres mujer), agredido por una ingente turba de pretendidos indigentes que, de malos modos en muchas ocasiones, pretenden coaccionarte para que compres algo inútil, te dejes hacer una limpieza innecesaria de cristales, pagues por escuchar un ruido generado por un instrumento musical, o simplemente dejes alguna moneda. No me llegaría el sueldo de un mes para recorrer Madrid durante un día si accediera a todas las pretensiones. No me llegaría toda mi capacidad moral de sufrimiento si pensara que todos ellos son verdaderos necesitados. No me llega toda la rabia del mundo cuando veo ciertas actitudes rayanas, cuando no ciertamente insertas, en el delito ante la absoluta pasividad de los agentes del “orden” ocupados en otros menesteres más lucrativos para los administradores.
Hace ya años paseando por Goya con mi familia, encerrado en mi cápsula de proximidad familiar, algo llamó mi atención. Una señora mayor sentada en un banco parecía pedir, como una pedigüeña más, y como a una pedigüeña más mi mirada la había borrado del paisaje al pasar, pero algo debió de llamar mi atención, no sé el que. Salí de mi capsula y me volví. Era, efectivamente, una pobre señora, bastante mayor, con carencias físicas y apenas un hilillo de voz, que pedía que alguien le parara un taxi. “Si yo llevo dinero, pero no me atrevo a salir del bordillo para pararlo”. Le paré un taxi y la ayudé a subir. Nunca me he sentido más miserable, más inhumano, más triste, suponiendo lo que nos espera.

Alguien debe de estar trabajando en nosotros para provocarnos una triste, una castrante, una interesada indiferencia hacia nuestros semejantes. Y con éxito.

domingo, 9 de noviembre de 2014

Gastronomie Fictión

Siempre me ha gustado la ciencia ficción. Desde que descubrí el género, y antes de que para mí tuviera nombre e identidad propia, los títulos de Julio Verne y H.G. Wells, las inolvidables series de Irwin Allen (Viaje al Fondo del Mar, El Túnel del Tiempo, Perdidos en el Espacio), y otras como Los Vengadores o The Thunderbirds, me permitían viajar por mundos y posibilidades que mi entorno me negaba. Viajar a la luna, pelear contra alienígenas desalmados, que no malvados,  descubrir un fondo del mar lleno de misterios… me entretenían, sí, mucho, y formaban mi espíritu para poder aceptar como posible todo lo que mi vida me deparara.
Después vino ese tiempo perdido para la infancia actual en el que uno empezaba a ser adolescente sin prisas, jugaba y buscaba una nueva etapa con cierta pereza, compatibilizaba las chapas y las chicas sin ningún tipo de complejo ni de necesidad de quemar el camino. En esa época descubrí que la ciencia ficción era un género, sospechoso, despreciado, que hacía que los demás te miraran raro, pero un género que contaba cosas que a mí me preocupaban y las contaba de tal forma que yo podía aportar mi propia visión, mi propio criterio e imaginación a lo que me estaban narrando porque aún no había sucedido. La publicación de las traducciones de Fantasy & Science Fiction por parte de Editorial Bruguera y revistas como Génesis y Nueva Dimensión nos permitieron a los lectores de aquellos años asomarnos a una literatura que apenas traspasaba el umbral de los quioscos.
Y vinieron después las novelas, Bradbury, Asimov, Heinlein, Farmer, Clarke, Vogt, Philip K. Dick…, tantos que sería imposible nombrarlos a todos abrieron de par en par unas puertas que los relatos y cuentos habían ya entreabierto, y empecé a pensar que siempre hay otra forma de contar la historia, las historias, las grandes, las pequeñas y las cotidianas y que no siempre los buenos son tan buenos, ni todo es lo que parece a simple vista. Siempre hay que mirar varias veces.
Llegaba ya el periodo de mi tardo adolescencia, se acercaba inexorablemente la edad del patito y todo parecía estar descubierto cuando empezaron a llegar las novelas de autores como Ballard, Ellison, Vonengurt, Silverberg, Aldiss, lo que se llamó la “New Thing”, y empezamos a entender que el espacio no solo estaba fuera, empezamos a buscar el espacio en nuestro interior y a comprender aquella máxima alquímica de que todo lo que es fuera es dentro, lo que es arriba es abajo.  Empezamos a asomarnos a las dimensiones, a los multiversos, un asomarse y no parar, una capacidad casi tan infinita como la existencia de imaginar y que lo imaginado fuera tan cierto como lo vivido.
Hace un par de meses me topé con un pequeño y extraño relato que me hizo sonreir, sonrisa no exenta de complicidad, de “esto ya lo he pensado yo alguna vez aunque no lo haya verbalizado”. El relato cuenta como una raza extraterrestre que quiere conquistar La Tierra no desembarca con sus naves, no somete a los pobres terrícolas a bombardeos masivos, ni se los comen, no. Los extraterrestres en un plan de largo alcance se hacen con la propiedad de las industrias químicas y van modificando con vertidos y emisiones el clima del planeta para acomodarlo a sus necesidades, van modificando el genoma de los humanos mediante la alimentación y los medicamentos de tal forma que consigan sobrevivir los individuos más resistentes convertidos en dócil ganado de trabajo. A que os suena…

Y claro, como siempre, mi cabeza se puso a inventar y darle vueltas a esto de las conspiraciones y mezclarlas con las obsesiones personales y me dije: Si yo quisiera hacerme con el control alimentario de un país, ¿Qué haría? Primero, prioritario, hacer que sus logros históricos se fueran perdiendo en el tiempo, naturalmente, como sin querer, en un proceso irreversible, crear una alternativa y sumir en el desinterés, y finalmente en el olvido, sus raíces. Comunicación y alternativas. Segundo: me haría con sus canales de distribución y comercialización y conseguiría que sus productores estuvieran mal pagados, lastrados con cuotas, industrializados sus productos más emblemáticos que perderían su carácter, y eso permitiría introducir los productos y productores que a mí me interesaran. En fin, una conspiración alimentaria en toda regla. ¿Qué os suena? Pues no lo entiendo. Esto es simplemente un comentario de “Gastronomie Fictión”. Sí. En francés. Me suena mejor.

miércoles, 8 de octubre de 2014

Del Arte de Preguntar

Hay momentos, desgraciadamente muchos, en los que el fragor de la opinión encubre, ensordece, anestesia, la necesidad de la reflexión que es la única fuente posible de una opinión justa, sincera, correctamente planteada.
Cuenta el “Diario de un Autoestopista Galáctico” que cierto planeta construyó un inmenso ordenador para que le diera la respuesta sobre el origen de la existencia. El ordenador, construido con gran profusión de medios humanos y económicos, tras varios siglos de cálculos emitió una respuesta, un número. Tras comprobar el resultado esa civilización está construyendo un ordenador aún mayor y más potente cuya misión será averiguar a qué pregunta concreta corresponde la respuesta.
Así que como yo no tengo los recursos económicos, ni la disponibilidad temporal, de una civilización he decidido en esto que nos ocupa últimamente con tanto afán, e incluso en algunos casos inquina, plantear solamente las preguntas y que cada uno encuentre sus respuestas, y su opinión.
No sé si el Ébola tristemente famoso ya está aquí, no sé si ha venido y nadie sabe cómo ha sido o si algunos si lo saben y se lo callan, no sé si en algún recóndito lugar del planeta –sótano blindado, agencia gubernamental, búnker estatal, laboratorio secreto- un grupo de locos ambiciosos, o simplemente locos, ha dado suelta a un miedo ancestral a la espera de vendernos por desesperación una cura que ya tienen o simplemente a la espera de otros fines que prefiero ignorar. No sé, repito por enésima vez, las circunstancias iniciales ni la evolución futura del problema, pero sí sé que ahora mismo la noticia de las noticias es la de la enfermera infectada en España, y la opinión, sea el medio escrito o hablado, es el origen de la infección.
Y es sobre este episodio concreto sobre el que me gustaría invitar a preguntarse, no a opinar, ni siquiera a reflexionar, que son las consecuencias de preguntarse e intentar responderse a uno mismo con absoluta sinceridad.
Si no se hubiera repatriado al enfermo y este hubiera muerto en el lugar en que contrajo la enfermedad, ¿No se hubiera criticado al gobierno por abandono de un ciudadano en necesidad?, ¿No se les habría acusado de inacción, falta de interés, o inutilidad de canales diplomáticos? Y su opinión actual, ¿No tendrá nada que ver con que fuera un sacerdote? Si perteneciera a una ONG no religiosa ¿no opinaría de otra forma?¿Sería su opinión la misma si el gobierno correspondiera, o en su caso fuera opuesto, a la tendencia ideológica que usted practica?
Y una última pregunta, una de pura humanidad. Retirados todos los pros y contras, retirada toda consideración política, social o religiosa, ateniéndonos únicamente a la ética, ¿Sería compatible con un sentimiento humanitario básico abandonar a un enfermo sin intentar poner los medios para curarle?

Y por favor, en un acto casi imposible de sinceridad personal, en un acto casi impensable de correcta utilización del espejo  de mirarse el alma, dígase a usted mismo las respuestas no desde el sillón de su casa, no desde el sillón del político que tomó la decisión, no desde el templo, o su ausencia, en que practica sus creencias, contésteme desde el entorno del enfermo, desde esa distancia en la que avanzar un paso o retrocederlo marca la diferencia entre poder ayudar a un necesitado o abandonarlo. La historia, creo yo, ya lo ha hecho.

sábado, 27 de septiembre de 2014

Adiós Gallardón, Adiós

Ha dimitido Gallardón. Yupi¡¡¡¡¡. Ha dimitido uno de los personajes más nefastos de la imberbe e inconsistente democracia española actual.
Es posible, casi seguramente, que haya caído por la imposibilidad de llevar adelante una nueva ley sobre la interrupción voluntaria del embarazo. De aborto no me gusta ni el sonido de la palabra. Es posible, casi seguramente, que este haya sido el detonante final, pero estoy convencido de que si la historia tiene la mala idea de recordarlo no será por este fracaso si no por los desgraciados logros conseguidos a lo largo de su carrera política.
Yo, personalmente, no lo recordaré por no sacar adelante una ley sobre un tema moral y ético que como tal jamás debió de convertirse en una ley. Claro que ese disparate no es achacable a usted, y ya es raro.
No, yo jamás lo recordaré por su fracaso, pero si lloraré amargamente por todo el daño llevado a cabo por tan soberbio y nefando personaje. Lo recordaré por su logro de gravar la aplicación de la ley y alejarla de aquellos más desfavorecidos, lo recordaré por su discurso altanero y demagógico, lo recordaré por sus faraónicas obras en Madrid sin reparar en el coste que suponía para los ciudadanos. Lo recordaré cada vez que pasee por Cibeles y recuerde lo que me costó que usted trasladara su imperial despacho a ese inapropiado lugar. Lo recordaré por ser el instaurador de la caza al contribuyente que conduce y promotor de todas las artimañas recaudatorias que una administración es capaz de poner en marcha, incluidas las que bordean por la parte de fuera a la ley. Y lo recordaré, con velas negras y ritual vudú si es preciso, por ser el responsable de destrozar el ambiente navideño de Madrid.
Lo recordaré con inquina y mala baba cada mes de diciembre de mi vida cuando pasee por las mortecinas e inapropiadas iluminaciones supervivientes de la capital. Lo recordaré cada cinco de enero cuando por la televisión vea esa especie de desfile de carnaval pobre con pretensiones en que convirtió con sus decisiones la entrañable cabalgata de los Reyes Magos.
Claro que también tendré sobrada oportunidad de recordarlo  cuando usando el túnel del tiempo, ese que circula bajo la M-30, me parezca que hace dos siglos que he entrado en él y vea con espanto que todavía estoy a la altura de Pirámides y circulo despendolado a la peligrosísima velocidad de 70 KM/h por un lugar con hasta cinco carriles.

En fin señor Gallardón, adiós, que le vaya bonito y que en su vida particular no le devuelvan el daño que usted deja hecho. Eso sí, debo de reconocérselo, va a ser usted difícil de olvidar.

lunes, 22 de septiembre de 2014

El Toro de la Vega

Partamos de una premisa: la crueldad gratuita, sea con personas o animales, me produce un profundo rechazo. Pero maticemos, el intento de equiparar los derechos animales con los derechos humanos me parece una veleidad típica de sociedad decadente en proceso de descomposición. Y me produce un profundo rechazo.

Recuerdo aún, a pesar de los años transcurridos, con asombro e hilaridad la propuesta hecha en junta de comunidad de vecinos para que los niños fueran sujetos al igual que los perros porque eran mucho más molestos. Y yo estaba en aquella junta y la vecina tiene nombre y apellidos, y perro.

Y ya, dicho la anterior en un intento desesperado, y desesperanzado, de que me etiqueten por lo que digo y no por lo que creen que digo o suponen que quiero decir, paso a comentar el objeto de esta reflexión que no es otro que las lamentables imágenes que la, para mí, triste celebración del toro de la vega ha proporcionado a unos medios de comunicación ávidos de sensaciones.

He querido dejar pasar unos días desde los lamentables acontecimientos para asegurarme de que mis opiniones salen de mi cabeza –“mi segundo órgano favorito”, que dice Woody Allen- y no de ningún otro rincón consciente o inconsciente de mí mismo.

Me parece una fiesta cruel. No la conozco en profundidad y puede que haya matices étnicos, estéticos y culturales que se me escapan, pero someter a un pobre bruto, por muy bruto que sea, a la tremenda humillación de ser burlado, asaeteado, golpeado y finalmente muerto y mutilado, aunque me han dicho que no siempre por ese orden, me parece de una crueldad impropia. Hay quien inmediatamente ha pretendido establecer un paralelismo con la fiesta taurina que yo no puedo encontrar. Si, el protagonista es el toro, si, el objetivo final es la muerte del toro, si, a mi me disgustan ambas, pero en la fiesta taurina no existe  la humillación ni la indefensión, salvo que alguien me demuestre lo contrario.

Pero dicho lo anterior me pregunto, ¿Quiénes son ciertas personas para invadir la casa ajena e intentar imponerles su criterio? ¿Qué razón es esa que todos tienen que compartir salvo que sean indignos de ser llamados personas?¿Dónde están cuando en el mundo hay lugares en los que a las personas se las está sometiendo a crueldades semejantes o peores?¿O solo les preocupan los animales y las personas afines?¿Cuántos de ellos jalearon la muerte de una política del PP?¿En qué extraña escuela vital estudiaron para tener una vara de medir tan variable que solo ellos saben cómo mide?

Mi desprecio absoluto hacia la celebración de un evento, que ya no sé cómo llamarle, fiesta no, celebración no, espectáculo lamentable,  cuyo medio es la crueldad con un ser vivo.  Pero con la misma fuerza, con la misma vehemencia, mi desprecio hacia todos aquellos que se consideran con derecho a ir a casa de los demás a decirles que pueden o no pueden hacer. A los detentadores de La Razón que solo ellos poseen, a los moralistas que se permiten saber en qué puedo o no puedo creer y vienen a mi casa a imponérmelo.

Sirva esta reflexión como primera firma para la petición de la abolición del toro de la vega en su formato actual y de cualquier otra fiesta que suponga una crueldad real y demostrable. Aún recuerdo que hubo quien intento promover la prohibición de espectáculos en los que actuaran enanos, perdón, bajitos, sin parar en los perjuicios que a tales personas, que saben defenderse por sí mismas, les ocasionaban. 


Y es que si algo me horroriza y atemoriza más que un malvado, es un Justo Indignado. Porque cuando no estoy de acuerdo con el primero me siento bueno, pero cuando no estoy de acuerdo con el segundo pretende hacerme creer que soy malo, Y eso no, ni de broma. Según mi referente moral yo soy siempre, bueno casi siempre, el bueno.

viernes, 19 de septiembre de 2014

Los Deseos

Me planteaban ayer por internet una cuestión que, reflexionada, me ha dejado un poso de lo que realmente soy y de lo que, me temo, somos todos los seres humanos.

El planteamiento del mensaje era: “si te dijera que hoy voy a decir si a todo lo que me pidas, ¿que sería lo primero que me pedirías?”

Nada más leerlo, sin ningún tipo de censura civilizada o consciente surge el instinto con una propuesta de la que tu ser civilizado se avergüenza y contraataca con un deseo puramente floral y totalmente alejado de lo que realmente desearías. Y a partir de ahí empiezan surgir deseos que intentan captar lo que quieres, nótese el cambio de verbo, y balancearlo con lo que pretendes ser, pero ya nada tienen que ver con el deseo íntimo, real, puede que incluso brutal.

El deseo es instintivo, es supervivencia, es preponderancia, es primitivo. Puedo desear, en el sentido descargado del término, un feliz día a los que me rodean, la paz mundial, la felicidad de todos los hombres, menos dos o tres, pero estos son deseos cargados de voluntad, no de instinto, y nunca son, nunca serán, los primeros ni los más íntimos.

Así que burla burlando si haces el ejercicio íntimo y sincero de recorrer tus deseos en busca de aquel que podrías expresar sin escandalizarte, sin obligarte, sin pretender ser otra cosa que lo que realmente eres, casi en plan arqueólogo, podrás ir descubriendo las capas de civilización que has ido acumulando a lo largo de tu, a veces enriquecedora a veces castrante, vida.

Yo solo llevo haciéndolo unas horas y preveo días antes de que pueda llegar a una falsedad aceptable o una verdad no vergonzante.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

El Verbo Podar III

Si bien es verdad que los instrumentos podantes, la sierra, la tijera, el hacha incluso, han actuado con gran rigor y profusión en el bosque entero, si miro mis ramas me dan la impresión de estar aún más podadas que las de la mayoría.

Me han podado mi sentido de la justicia, me han podado mi sentido de la amistad, me han podado la economía, la familia, la confianza en el prójimo, la sinceridad e incluso me han podado una parte de la alegría.

Sé que tal como está el mundo es injusto ya que hay bosques talados, bosques quemados, bosques petrificados, pero mirando a mi bosque y en previsión de que el bosque impida ver el árbol tengo la impresión de que debo de declarar que de mi podido bosque yo soy uno de los mas podidos

El Verbo Podar IV

Y en la misma línea de intervención gramatical diferentes verbos podrían prestar algunas de sus formas  a otros verbos de raíz o sonoridad afín de tal manera que los complementase y les diese una carga insospechada en su interpretación lo cual haría más florida e incisiva la retórica sin la permanente grosería y zafiedad de caer en el insulto y la descalificación que demuestran una absoluta carencia de la inteligencia del que cae en ella.

Pero veamos algún ejemplo práctico tomado así, a volapié.

Cuando hablásemos de algún conocido con una disfunción eréctil sería conveniente utilizar la expresión “no puede”, en la que quedaría claro que no consuma el acto y que es como consecuencia de un problema médico. Esto nos evitaría la siempre malsonante utilización de un verbo con j y eliminaría cualquier elucubración sobre otro tipo de motivos para no consumar tan placentero acto.

Pero incluso llevado al terreno de la política y cogiendo nuestro socorrido verbo podar observaremos con asombro que ciertos discursos políticos de alta prolijidad y dotados de innumerables vericuetos retóricos quedarían perfectamente claros con la simple enunciación de la nueva forma verbal. Es así que en vez de “podemos salir de la crisis con sacrificio y recortes temporales que…”,  etc. bastaría con decir “podaremos salir de la crisis”, sin más. Brillante y contundente.

E incluso, se me ocurre, cierto grupo político podría pasar a llamarse Podaremos, más contundente e ilustrativo sobre objetivo y métodos, claro que en este caso sería inevitable seguir matizando.

Cuando hablamos de política ninguna forma verbal resiste un análisis exhaustivo.

jueves, 28 de agosto de 2014

El Verbo Podar (II)

Llevamos ya muchos años, tantos que cuesta creerlo, en que estamos sufriendo una poda sistemática de nuestras libertades y derechos. Nos han podado sin misericordia la libertad individual, nos han podado con esmero la capacidad de decidir cómo nos gobiernan, nos han podado sin recato la sanidad, nos han podado sistemática e históricamente la educación, nos han podado sin remedio el futuro e incluso el pasado se nos poda arbitrariamente en una aplicación fraudulenta de los valores actuales sobre hechos acaecidos con otras escalas de valores diferentes.
En resumen, y desde el punto de vista de árbol en medio del bosque, estamos bien “podidos”


La Guardia, 21-08-2014

domingo, 17 de agosto de 2014

El Verbo Podar

Debería de haber conjugaciones de verbos que permitieran ser utilizadas según el punto de vista del sujeto relatante, de tal forma que por su modo escrito veríamos perfectamente quién la utiliza e incluso su estado de ánimo.

Propongo como ejemplo el verbo podar. Utilizado por una persona que ve los arboles dirá: “están podados”, en su forma más regular y habitual.

Pero si fuera un árbol fatalista utilizaría la forma: “estamos podidos”. Claro que también podría ser un comentario irónico.


La Guardia, agosto del 2014 

jueves, 24 de julio de 2014

Maldita Cabeza

Llegada esta situación ya no me importan las razones. Puestos en plan exquisito no me importa ni siquiera quien tiene o pudiera tener la razón. Mi absoluta solidaridad con los que sufren y mi absoluto desprecio hacia los que hacen sufrir.

Me gustaría que existiera un planeta prisión, una galaxia prisión, en la que pudiéramos meter a todos los causantes, sin distinguir, sin matizar, sin perdonar, bien equipados con todas las armas que en el mundo existen y esperar pacientemente a que se exterminen entre ellos. Con la misma piedad, con la misma humanidad, con el mismo sentido de la justicia que ellos exhiben hacia los demás.

Claro que puestos a reflexionar a lo mejor en este planeta no quedaba nadie, o, maldita cabeza, exactamente eso es lo que es este planeta.

martes, 15 de julio de 2014

Judios Y Palestinos

Leo con desesperanza una vez más sobre el conflicto judío palestino que algunos llaman árabe israelí aunque a mí no me lo parece.  Leo, digo, con desesperanza y con absoluta desconfianza las noticias que se suceden en el día a día, en el año a año y en el siglo a siglo, porque el conflicto es viejo, muy viejo, aunque los argumentos y las armas sean de ayer mismo.
Leo con desesperanza porque las razones, los argumentos, la apropiación de La Razón que ambos bandos, o ambas bandas que me gusta más para este asunto, exhiben deja poco lugar a la esperanza.  Y hablo de poco lugar por dejar algún resquicio que en realidad no veo.
Y hablo de desconfianza porque todas las noticias que me llegan tienen sesgo. No hay ni una sola referencia, escrita en periódicos o en foros sociales, que no lleve la carga del partidismo claramente marcada, nunca mejor dicho, a fuego y sangre. Y si ni siquiera los que están fuera de la primera línea de combate son capaces de levantar el arma y reflexionar sobre la fiabilidad de su trinchera, ¿qué podemos esperar de los que están en la línea de fuego?
Como todo ser humano en toda cuestión tengo mis simpatías y, siendo consciente de ello, todos los argumentos hacia el lado más, para mí, simpático me resultan sospechosos e intento tamizarlos con gran escrupulosidad, pero, y me asombro al confesarlo, soy humano. Así que consciente de ello no voy a dar argumentos porque ignoro si fue antes el huevo o la gallina, es más, ignoro absolutamente quién es el huevo y quién la gallina.
Pero una cosa si tengo clara, mientras existan los radicales ortodoxos judíos y los radicales islamistas palestinos, ambos embozados en un decorado político-territorial en el que volcar sus verdaderos odios históricos que ni son políticos ni son religiosos, o, yendo más allá, mientras haya poderosos y oprimidos, ricos y pobres, simpáticos y antipáticos, ocupantes y ocupados, libres y confinados, mientras haya unos y haya otros y no se consiga que haya ambos dispuestos a reconocer que en ambos caben todos y ninguno tiene ni más derechos ni menos, este conflicto, como cualquier otro, no será distinto de una pelea infantil en el parque.

“Mamá, mamá, Pepito me ha pegado”, “es que él me ha tirado el bocadillo”, “porque me llamó tonto”, “claro y tú…” y así hasta el infinito. Durante la pelea unos que pasaban por allí harán hincapié en la huella del tortazo en la cara de Juanito en tanto otros se explayarán en las imágenes descarnadas de la mortadela del bocadillo de Pepito esparcida por la tierra del parque. Y mientras tanto los niños seguirán desgranando los sucesivos agravios, eso sí, en este caso, con armas que matan a decenas de personas, incluidos otros niños.

domingo, 13 de julio de 2014

España, tan diferente

Ayer fui al cine y salí, en principio, con el alma reconfortada por el mensaje simple, humano que la película transmite. “Un largo viaje” trata un tema duro, descarnado que se resuelve, y lo digo en presente porque está basada en hechos reales, cuando torturador y torturado, vencedor y vencido, asumen la derrota ajena, el dolor del otro y comprenden que ambos han sido víctimas en bandos diferentes.

Inevitablemente pasé de ahí a plantearme por qué en España esto es inviable, porque en este país no solo no entendemos que todos somos marionetas de intereses que no somos capaces de, ni siquiera, entrever si no que nos entregamos a un cainismo feroz y despiadado, a un cainismo que, como en los relatos de la España más negra, transmitimos de padres a hijos y, si es posible, con un encono más feroz a cada generación que pasa. Y para que no decaiga nos armamos de las listas de agravios más extensas que se nos ocurran.

Media España, y no es una consideración matemática o estadística si no metafórica, que todo hay que aclararlo, es católica y media es anticatólica, media España es ferozmente laica y la otra media integristamente religiosa. Si media España es radical de izquierdas la otra media no solo no es de izquierdas es de derechas de toda la vida y profundamente anti izquierdista. Si media es republicana, aunque no lo sea, la otra media es monárquica, aunque tampoco lo sea. Porque en España en general no somos de algo, somos de lo contrario que el vecino, por tocarle un poco… las creencias que a lo mejor las ha adoptado porque el otro vecino tenía otras también diferentes.

Y así puestos nos damos cuenta de que en este país, en España, el problema no es en que cree cada uno, no es que cada uno defienda sus propias ideas, no, en este país el problema es que cada uno ataca las ideas del que tiene enfrente en cada momento, no importa cuales sean, y no importa que cada diez minutos tengamos que matizar nuestra base ideológica para conseguir una clara oposición al siguiente vecino.

Y así, saltando de pensamiento en pensamiento llegué a la conclusión de que aquí el fracaso es importar los grandes ideales que puedan producirse en otras sociedades. Y me explico. Tomemos como ejemplo el lema de la revolución francesa, teniendo en cuenta que se puede hacer la misma reflexión sobre los diez mandamientos o cualquier otro conjunto de referencias éticas que tomemos. Libertad, igualdad y fraternidad.

La libertad en España es el derecho inequívoco que tiene cada individuo a hacer lo que le dé la gana en cada momento y sin límites. Cualquier otra cosa, cualquier tipo de cortapisa o regla, es un atentado contra “su” libertad y por tanto desencadenará una feroz reacción de descalificación del osado y cuestionamiento del entorno que lo oprime.

Igualdad. Por supuesto es la imperiosa necesidad de cada españolito de ser lo más igual posible a los que considera más poderosos, siempre y cuando esa igualdad no sea general, si no , como mucho, de su grupo y suponga la automática descalificación y el denigramiento del grupo contrario. Hay que mantener la desigualdad para comprobar la igualdad propia.

Fraternidad. Vistas las anteriores casi estoy por no explicarla. La fraternidad en España es la capacidad de compasión que tiene un individuo hacia los que considera inferiores y que practica por el simple hecho de darse cuenta de lo bondadoso que puede llegar a ser. De su capacidad de admitir que haya otros más desfavorecidos y permitirle compartir el mundo con él.

Y así nos luce el pelo. Vivimos en una sociedad en la que cada persona es rea de ingratitud hacia cada uno de los que le rodean, al tiempo de que siente la frustración de que cada uno de los que le rodean ignoran todo lo que le tienen que agradecer.

Y ahora espero que os deis cuenta del terrible esfuerzo que he tenido que hacer para explicaros vuestros problemas y me lo agradezcais como merezco.

sábado, 21 de junio de 2014

Monarquía o República

Lo mío empieza a ser patológico, o lo de la sociedad, que aunque parezca que no es también lo mío. Este permanente desenfoque de la realidad de los problemas es ya cansino, tanto que llevo ya unos cuantos días queriéndome evadir de la última irrealidad en boga, pero al final tengo que caer porque tanto despropósito, tanta falsedad provocada por una historia falseada o desconocida, acaba por salpicarte.

¿República o monarquía, me preguntan todos al pasar? ¿Y a mí que me importa? ¿Y a mí y al 99 por ciento de los españoles que nos importa?  A mí porque como ácrata el debate me resulta ajeno. Ni una cosa ni la otra, yo creo en la libertad de los individuos, en la madurez de una humanidad correctamente formada y educada, en la igualdad de los seres humanos y en su capacidad de autogestión. Pero en el colmo de los paroxismos ideológicos observo que en una “pingareta” histórica la república es de izquierdas y la monarquía es de derechas. Debe de ser una broma de la que yo me he perdido el enunciado un día de los que paseaba por mi interior.

Los comunistas no son republicanos ni lo han sido jamás ya que su objetivo es una dictadura del proletariado y eso es incompatible con el enunciado de república que se maneja en la calle. Los socialistas tampoco han sido históricamente republicanos. La república señores es un sistema de organización del estado que siempre ha sido más bien de centro y si no repásense los hechos de la república española, sus sueños, sus apoyos, sus verdaderos enemigos y sus desafueros y empezamos a hablar de cuál es la realidad.
Así que señores republicanos de nuevo cuño y convicción, muestren sus auténticas cartas, las de verdad, para que los menos informados puedan decidir si lo que ustedes pretenden es lo que realmente la gente quiere y necesita, lo de ahora son brindis al sol, o afán de agitar la calle, para lo cual empiezan por utilizar una bandera que nunca representó a la totalidad de los ciudadanos de este país y que fue creada desde el frentismo más arraigado y en ello sigue.

¿Monarquía o república? Se siguen preguntando algunos en alta voz para que se sepa que se lo preguntan y provocar la pregunta ajena. Eficacia, respondería yo como concepto que me interesa.

A día de hoy prefiero tener un jefe de estado profesional y neutral, con cierto prestigio internacional, a que tal cargo lo desempeñe alguno de los patéticos populistas profesionales que pululan por los partidos políticos y que solo saben de agitar, de arrimar el ascua a su sardina y sumir a la sociedad en un enfrentamiento irreal permanente. Y encima seguro que al final hasta me saldría más caro.

¿Monarquía o república? Virgencita, virgencita, para no mejorar que me quede como estoy.

jueves, 19 de junio de 2014

Protestar

Decía hace un tiempo un conocido de origen extranjero que uno de los grandes problemas de los españoles  es que no sabemos protestar ante las instituciones o las grandes empresas, que se nos va la fuerza en gritos y aspavientos y una vez desahogados nos marchamos y “no hubo nada”.
Viene esto a cuenta de que ayer, en una sucursal del Banco Santander, hace un mes en una del Popular y mañana en una del BBVA, estuve treinta y cinco minutos para poder hacer un simple y sencillo ingreso. Cuando llegué, treinta y cinco minutos antes, tenía delante de mí cuatro personas y veinte minutos más tarde había tres. Cuando me fui quedaban en la cola nueve personas. Algo parecido, incluso peor, me sucedió un mes antes en una sucursal del Banco Popular de Almería, donde incluso aproveché la presencia de un conocido hostelero de la capital para sugerirle que montara allí una barra con cañas y tapas para mejor llevar la hora y veinte minutos de espera que tuvimos que aguantar, en mi caso para el mismo trámite. Llegar, dar la cuenta, dar el dinero, firmar y adiós muy buenas. Unos tres minutos.
En ambos casos, y en otros muchos, un solo empleado atiende un mostrador preparado para atender a dos o tres personas a la vez, gestiona, sin discriminar, al que tiene que hacer una operación o al que aparece con una carpeta, y tiene que aguantar las crecientes iras de los asistentes.
No solo en los bancos, en la seguridad social, en correos, en las ventanillas de cualquier multinacional u organismo puedes hacer el mismo cálculo, aproximado. Cinco ventanillas de atención al público, dos están haciendo asuntos propios, desayunando, haciendo la compra…, asuntos propios, uno está pero atareadísimo en labores administrativas que no permiten atender al público, y dos dan servicio, aunque seguramente alguna de ellas no es muy experta porque tiene que levantarse a consultar a la otra o a algún despacho interior para hacer casi cualquier trámite. De cinco efectivas una y media. Claro que luego está el momento culmen. Las dos personas que estaban haciendo asuntos propios llegan y uno piensa bueno ahora esto va más rápido. Craso error. Los que llegan se sienten en la obligación de comentar con amplitud de detalles los pormenores de las experiencias vividas fuera del ámbito laboral, y deben de tener tal capacidad de narración, tal entusiasmo en sus experiencias, que los que estaban atendiendo cesan en su labor para mejor absorver lo sucedido. Finalmente los que llegan descuelgan el teléfono de su mesa sin dirigir ni por un instante la mirada a los expectantes e impacientes que aguardan su turno, charlan durante un rato con alguien, conversación que por el tono y los gestos se antoja particular, y finalmente, sin prisas, se disponen a llamar al siguiente. Bien. Cuatro de cinco. Pero entonces, y justo cuando acaban de atender al que estaba en su ventanilla y el siguiente se dispone a tomar posesión del espacio, aparece un cartel que pone “fuera de servicio”, o algo parecido, y las dos que estaban atendiendo se incorporan y dirigiéndose a las recién llegadas les comunican, con tooodo lujo de detalles, sus planes y horarios para, como mínimo la próxima hora. Y burla, burlando, ya estamos en una y media de nuevo.
A todo esto la gente se ha ido indignando, cociendo, poniendo en ebullición, cabreando hasta que surge el carácter español representado por el arengador. Este personaje inútil, y yo creo que a veces contratado por la misma entidad u organismo, se levanta y se pone a declamar, a gritar, a hacer sonoras y retumbantes, las indignaciones del público presente que inmediatamente asiente, sin jalear, como máximo apuntillando alguna de las sentidas palabras del arengador. Suele empezar por un “no hay derecho”, seguido casi siempre de un “si hay más ventanillas que pongan más gente que seguro que por ahí hay algunos que no están haciendo nada” acompañado de inquisitivas y furibundas miradas hacia cualquier empleado o funcionario que esté a la vista. Y cuando finalmente lo atienden, con cortesía infinita por parte del arengador, hace su gestión, se va e, insisto, aquí no hubo nada.
Porque no poner más personal es más barato, porque los gritos y la indignación de las personas no se reflejan en las cuentas de resultados ni en los presupuestos, porque en unos casos el cliente es el beneficiario y en otros el ciudadano es en realidad el contribuyente o el paciente.

Si tiene que protestar, proteste, pero sea eficaz, educado. Piense que quien le atiende ni organiza, ni dirige, ni dispone. Pida una hoja de quejas o de reclamaciones y haga que su enfado, su indignación, queden patentes e indelebles. Aunque crea que eso va a la basura, que allí es donde acaba, la acumulación de basura en las papeleras y en las destructoras puede llegar a provocar algún atasco, ergo gasto, o incluso puede llegar a colapsar al servicio de limpieza, y entonces llamará la atención de alguien que empezará a pensar en una solución. Proteste, pierda un minuto más de los que ya ha perdido y ejerza sus protestas de una forma lo más eficaz posible. Al final los gritos son solo ruido.

jueves, 5 de junio de 2014

Esquizofrenia General

Recuerdo que hace tiempo alguien me dijo, y me quedé con la copla pero no con el cantante, que ser civilizado es pasar frío en verano y calor en invierno. Y me quedé con la copla porque la frase me pareció ocurrente sin profundizar en más. Es cuando menos gracioso comprobar como los empleados de los edificios inteligentes tienen que ir abrigados en pleno bochorno estival y prácticamente en manga corta, o sisas, mientras nieva en la calle. Y si esto sucede en nuestros inteligentísimos edificios no digamos menos de nuestras riquísimas familias que ponen la calefacción a tope, o el aire acondicionado, en vez de abrigarse algo más o utilizar el abanico según las circunstancias.  Yo aún recuerdo con nostalgia aquellas noches infantiles de mesa camilla, brasero y parchís con los pies ardiendo y el culo helado, o aquellas tardes madrileñas en casa de mis tías en las que todos nos apretábamos en la cocina donde el fogón, si, uno de aquellos mixtos de leña y carbón, calentaba la estancia y salir al baño era sentirse como Amudsen, solo y atrapado por los hielos.
Así que analizada con calma y algo más de profundidad la frase pasa de ocurrente a cínica e incluso a dogma definitorio de la tendencia de la idea actual de civilización. El hombre siempre añora lo que no tiene y si además es caro y exclusivo pagará lo que sea por conseguirlo. Porque esa es otra, toda esta necesidad de estar delgado después de engordar desmesuradamente, de ponerse una chaqueta mientras en la calle se suda la gota gorda o ir en camiseta y pantalón corto mientras afuera nieva, tiene un precio, caro, muy caro, y una consecuencia.
El precio no es solamente monetario, el precio no es solamente hacer frente al recibo correspondiente y acatar el permanente abuso de empresas, de macroempresas, enriquecidas a la sombra de unas necesidades creadas que arrastran consigo, que se apropian y cobran como artículo de lujo, necesidades básicas, energía, agua, comunicación, alimento, vivienda, no. El precio es también hacernos reos, cómplices de la explotación a sectores de población del mundo menos favorecidos en el reparto. El precio es sin duda mirar para otro lado y seguir derrochando mientras a nuestro alrededor, apenas un poco más allá del horizonte, o a la vuelta de la esquina, la gente se muere de necesidad.

Y la consecuencia es vivir, desarrollar, contribuir a una sociedad esquizofrénica, una sociedad enferma donde lo propio prima sobre lo colectivo, donde la razón es mi razón, donde como en aquella vieja canción de Desde Santurce A Bilbao Blues Band el marqués se ponía ciego de ostras y pellizcaba a una camarera en un coctel, eso sí, a beneficio de los huérfanos y los pobres de la capital. “Ande yo caliente y ríase la gente”. Caliente, helado, obeso o millonario, da igual. Ande yo sobrado y a los demás que les den. Por supuesto sin dejar de reclamar justicia, empleo, beneficios sociales, derechos de los animales o cualquier otro detergente para la conciencia que tengamos a mano. Pero pedírselo a los demás, eh?, a los demás y para mí y para todos mis compañeros. Pero para mí el primero. Pues eso, esquizofrénicos.

viernes, 23 de mayo de 2014

Jornada de Reflexión



Pues aquí estoy, cumpliendo con mi obligación ciudadana de reflexionar. Claro que a lo mejor, y dado mi carácter generalmente díscolo, no estoy reflexionando sobre lo que debería, o al menos no en el sentido que se supone que debería.

Reflexiono, ya hace muchos años, sobre el secuestro de mi voto. Y me explico:

- Mi voto no es más que un dato perdido en un laberinto matemático estadístico que no produce el efecto de que yo pueda elegir a quien desee. Porque a mí me gustaría elegir a personas cuyo criterio y capacidad tuviera contrastados, dejando de lado ideologías, y pudiera exigirle su coherencia en el desarrollo de su labor como diputado elegido por mí. Pero sin embargo tengo que elegir un bloque de nombres la mayor parte de los cuales, posiblemente los más honrados y capaces, ni conozco ni sé que labor van a realizar más allá de pulsar el botón que le ordene el que va el primero de la lista, o de los listos que tanto me da. Que puestos así y dados los tiempos de recortes que vivimos lo lógico es que eligiéramos a uno, el del botón, y que le dieran tantos votos. Seguro que a la hora de que se encienda ese panel tan bonito con lucecitas de colores no se notaría la diferencia. La diferencia lumínica, claro está, la económica seguro que sí.

- Mi voto es una expresión clara de la frustración que siento. Porque ya que no puedo votar lo que quiero tengo que votar contra lo que no quiero, y dado que lo que no quiero es este sistema electoral y la proliferación de unos personajes dignos de una galería de los horrores, políticos y morales, y su encastramiento como casta en la sociedad, no tengo una alternativa en la que mi posición no sea manipulable por los manipuladores. 

- ¿Por qué no puedo votar lo que quiero? Opciones de voto: guatemala, guatepeor, yo no soy esa, pío pío que yo aún no he sío (varios), vaya disparate (varios), en blanco, nulo o no votar. Toda una galería de posibilidades.

- No puedo saber el valor real de mi voto, depende. Mi valor como ciudadano depende de donde viva. Mi valor como ciudadano depende de lo que mi lugar de residencia signifique dentro del mapa elegible. En Europa mi voto no vale lo mismo que el de un alemán o el de un rumano. En España mi voto no vale lo mismo que el de un catalán o el de un extremeño. En mi autonomía o en mi ayuntamiento el valor de mi voto depende de una extraña ley, la ley D´Hondt, que viene a determinar cómo se reparten los restos. Y a mí siempre me da la impresión de estar entre los restos. 

- Mi voto solo sirve para que el día siguiente a la votación en un ejercicio imposible de cinismo todos me expliquen que han ganado y que a partir de ahí se sienten legitimados para tomar las iniciativas más contrarias al verdadero pensamiento moral de quienes tuvieron la ocurrencia de elegir la lista de sus siglas. Bueno, al moral, al económico, al ético, al social, al… 

- Mi voto, por el simple hecho de existir en las listas de votantes, me incapacita para quejarme del absoluto despropósito ético y político en el que vivo, porque si he votado legitimo a los que están porque han tenido más votos, sean los que yo he votado u otros, y si no he votado no tengo derecho a protestar porque no he puesto los medios para que los despropósitos los cometieran otros distintos. Es de decir: “además de poner la cama…” invirtiendo el refrán que tanto monta.

Y aquí estoy. Reflexionando en el día de la reflexión. Pero dado que el pensamiento que sale de esta reflexión está pasando de escatológico a peligrosamente insocial, o antisistema, que al final viene a ser el camino que nos dejan a los que estamos en desacuerdo sin parar en barras para expresar la frustración que sentimos, va a ser mejor que lo deje. 

Aunque ya puestos, una última reflexión. Antisistema es todo aquel que está en contra del sistema, o chiringuito, tal como está montado, aunque el régimen, sí, el actual, pretenda enseñarnos, grabarnos a golpe de medios de comunicación afines, que antisistema es alguien enmascarado con una barra de hierro o un cóctel molotov en las manos.

Y ahora voy a seguir reflexionando íntimamente sobre algo realmente importante. Voy a reflexionar sobre el resultado del partido de esta noche. A favor de quién, y es lo importante, lo tengo claro.

viernes, 16 de mayo de 2014

Eterno o Infinito

La vida del hombre será infinita cuando pueda alcanzar a pie el centro de una galaxia, comer con dios y volver a su casa en una única jornada.
La vida del hombre será eterna cuando dios le devuelva la visita.

lunes, 12 de mayo de 2014

Turismo sexual

Definitivamente los años empiezan a dejar secuela en mí. Es la única explicación que encuentro a mi desconcierto.  O eso, o que mis neuronas ya desarboladas por los años no consiguen captar con cierta objetividad las cosas que suceden en el mundo que me rodea.
Paseaba yo por el centro de Madrid disfrutando de la bonanza de este fin de semana pasado cuando un cartel publicitario me llamó la atención. A pesar de que lo había ya sobrepasado volví sobre mis pasos para comprobar lo que mis ojos creían haber escrutado.
Siempre he creído en la igualdad de los seres humanos sin excepciones, bueno, no mintamos, casi sin excepciones. Tengo algún vecino y algún conocido que hacen temblar mis fundamentos ideológicos, pero son una excepción. Todos los seres humanos son iguales para mí sin importar su sexo, o tendencia sexual, su religión, su raza, su posicionamiento ideológico o que le llamen paella a cualquier arroz que se encuentren.
Pues eso, paseaba yo en mi autocomplacencia ideológica por el centro de Madrid cuando un cartel hábilmente colocado es la esquina de las calles Velázquez y Alcalá hizo que mi felicidad fuese duramente zarandeada por las dudas, primero hacia lo que leía, segundo hacia mi capacidad para entender este mundo, o, para expresarlo mejor, a los habitantes de este mundo y concretamente a los de este país.
Llevo años entendiendo, compartiendo, promocionando el rechazo hacia ciertas personas que consideran ciertos destinos turísticos como destinos de turismo sexual. Considero vergonzoso que ciertas condiciones sociales marquen a un país y a sus hombres o mujeres como  objetivo comprable, sea para prácticas sexuales o de cualquier otro tipo, porque lo que me escandaliza no es el sexo, no, si no que la desigualdad social en el mundo genere unas situaciones de necesidad que inciten al comercio humano.
No entendí bien que cuando el turismo sexual lo practicaban los hombres fuera repugnante pero que si lo practicaban las mujeres era liberador e igualitario y ellas unas avanzadas. Ni lo entendí ni lo entiendo.
Y llegando al cartel de marras tampoco entiendo que se presuma hasta la exhibición publicitaria de convertir Madrid en la capital mundial del turismo gay. Ande cada cual con su sexualidad y la disfrute, es su elección y su vida, pero si estamos en contra del turismo sexual debemos de estar en contra de todo el turismo sexual, y salvo que la posición gay no sea sexual, el turismo gay es turismo sexual, o no, aquí me pierdo.
En este caso siempre me acuerdo de mi amiga María José, lesbiana sin tapujos, que me decía: “A mí me dan vergüenza ajena ciertas exhibiciones públicas, sobre todo cuando pienso que si eso mismo lo hicieran otros colectivos los machacarían”.

Pues eso, en definitiva, eso. Igualdad, o como mínimo coherencia. Dejemos de condenar o ensalzar la moral ajena y preocupémonos cada cual de la nuestra, que seguro que aún nos queda trabajo por hacer. 

jueves, 17 de abril de 2014

Reducción al Absurdo

Ha empezado de nuevo el calvario. Si, el de la Semana Santa y el de los más modernos y “progres”. Ya está aquí de nuevo una festividad arraigada en lo más profundo de las tradiciones y que por tanto es rea de ser atacada en aras de no tengo clara que modernidad o progreso. Parece ser que todo lo que huela a iglesia debe de ser vilipendiado, erradicado, puesto en entredicho y perseguido. Estoy convencido del creciente desprestigio de la iglesia católica por el que ella misma ha hecho más que ninguno de sus enemigos. Estoy de acuerdo con que la religión se utiliza en muchas ocasiones, en demasiadas, para cubrir y defender intereses que tiene muy poco de religioso. Es verdad que la constitución de este país se declara laica, que no laicista. Pero eso no significa que sistemáticamente y para demostrar lo modernos que somos tengamos que renunciar a nuestra historia porque no soporta una revisión con los valores actuales – ni ninguna otra del mundo-, a nuestra tradición porque tiene un origen religioso –aunque sin religión a lo mejor no habría ni tradición-, o a nuestra identidad porque no somos ingleses, alemanes, franceses o chinos, tan modernos ellos que no comparten nuestro afán de autodestrucción.
Parece ser que solo nos interesa aquello que nos destruye, aquello que nos coloca en inferioridad respecto a los demás aunque para conseguirlo tengamos que retorcerlo. Tal vez seríamos más felices siendo otros, o siendo de otros. Tal vez, o tal vez no. No sé qué tal llevarían estos flageladores de los nuestro las costumbres de otros lugares. Seguramente su belicosidad variaría en función del riesgo de integridad física.
En todo caso, y puestos a la faena, salgamos de una vez y erradiquemos todo lo que aluda a la religión. Seamos consecuentes, como los talibanes afganos, y derribemos todo lo que huela a historia, a religión, a tradición. Empecemos por la pintura anterior al siglo XIX. Todas las pinturas contienen un trasfondo religioso, sea católico o mitológico, o contiene algún elemento que las hace sospechosas. La escultura debe de seguir el mismo camino y por idénticos motivos. La arquitectura ni hablemos. Fuera las catedrales, las iglesias, las pirámides, los templos de cualquier tiempo o tipo, las casas solariegas y los palacios y castillos representantes de los que en tiempos detentaban un poder cómplice e inadmisible. Cuidado, se nos olvidaba la literatura, que cuenta costumbres e historias trufadas de la religiosidad del momento. Y la música. Bach no debe de volver a ser nombrado. Las misas, los réquiem, todo al olvido. Y no nos olvidemos de las festividades. Las fiestas deben de ser erradicadas porque todas tienen una connotación religiosa y nadie podría evitar que alguien en su infinito error siguiera recordando y transmitiendo ese recuerdo. La Navidad, Semana Santa, los equinoccios, Halloween, que con su nombre anglosajón se olvida de que es la fiesta de los muertos que ya celebraban casi igual, pero sin disfraces, los celtas, todas eliminadas del calendario y la memoria.
Y, con harto dolor, renunciemos a la gastronomía. Condenemos al ostracismo al potaje de vigilia, a las torrijas, a los buñuelos, a los (aaagh¡¡¡) huesos de santo, a los dulces de convento, a los licores y aguardientes, a la queimada, a los cientos de guisos de cuaresma y de navidad y de patrones y patronas que en cada pueblo de España (perdón por la palabra) se hacen en fechas señaladas tradicionalmente. Fuera el cocido inspirado por el shabat judío.

Esto, científicamente, se llama reducción al absurdo y a los que lo practican, independientemente de su buena fe, perdón de su buena intención, absurdos.

sábado, 12 de abril de 2014

Nueva Licenciatura

Me llega la noticia de que una afamada universidad española, de esas que cuestan un riñón, ha incluido en sus planes de estudios una nueva titulación que se denominará: “Licenciatura en política práctica y dirección de partidos”. La inclusión de esta licenciatura será obligatoria para todos los políticos profesionales y viene a solventar una permanente reclamación de la ciudadanía que observaba como cualquier persona sin titulación conocida y sin experiencia reconocida podía acceder a los más altos cargos públicos.
“Hemos preparado con mimo y rigor el plan de estudios de esta licenciatura y hemos creado un máster puente que proporcione en un año los conocimientos más necesarios para aquellos políticos ya en ejercicio. El máster se mantendrá hasta que salga la primera promoción de licenciados.” Ha explicado el rector en la rueda de prensa de su presentación.
A la pregunta de un periodista sobre los costes de la licenciatura o el master el rector con habilidad ha respondido: “Ningún político en ejercicio al nivel para el que el máster está pensado va a tener ningún problema en pagarlo, es más ya se ha firmado un acuerdo con ayuntamientos, diputaciones y parlamentos para que sean ellos a través de un apartado de formación los que se hagan cargo de los honorarios. Al fin y al cabo es una mejora de la función pública”
Al final de la conferencia el rector entregó a todos los presentes un programa sobre el máster en el que se relacionan las asignaturas y horas presenciales, así como fechas, horarios y otros datos de interés: “Aunque para el primer máster que contará con 500 alumnos ya no hay plazas”, añadió el Rector.
Hemos entresacado del plan de estudios algunas asignaturas para que el lector pueda darse una idea del alcance y seriedad de los nuevos estudios.
Retórica y dialéctica según el método Antonio Ozores
Lectura y explicación de datos estadísticos y económicos. Método Juan Tamariz. El propio Juan Tamariz formará parte del jurado evaluador y dará una lección magistral sobre: ”Como rematar una presentación con un tachan para acentuar el pasmo”
Manejo de dineros públicos. Economía y contabilidad. Método Gurtel/Filesa.
Comunicación. Estudio de las responsabilidades de un cargo público. Delegación de responsabilidades. Méritos propios y responsabilidades ajenas. La dimisión y sus nocivas consecuencias. Actitud general. Es seguramente una de las más extensas y complejas asignaturas y la universidad ha elegido el método, de gran prestigio internacional, David Copperfield.

Seguiremos informando… si el interés de la sociedad lo permite.

domingo, 6 de abril de 2014

Derribata y Fuga

He dejado pasar un tiempo antes de decidirme a abordar el tema de la semana. La tocata y fuga, más bien derribata y fuga, de Esperanza Aguirre. Y lo hago desde el convencimiento de que hay una mirada al tema en la que ocupados en repartir chanzas, puyas y culpabilidades, casi nadie parece haber reparado y que es de la máxima importancia.

Cierto es, porque es cierto, que la apariencia esperpéntica de la escena –ex alcaldesa huye de la que fue su policía, que la persigue y sufre, algún agente no la policía en general, un ataque de ansiedad-, su desarrollo y su final son para que plumas como las de Mihura o Tono le sacaran todo el jugo disparatado que la historia sugiere, pero también es cierto, y es lo que a mí me preocupa, es que la historia tiene una faceta oculta que muchos ciudadanos que hemos tenido episodios con la policía municipal de Madrid, y no dudo que con muchas otras sea lo mismo, no podemos dejar de tener en cuenta. La presunción de veracidad de la policía municipal, de cualquier policía o entidad estatal, es una trampa en la que se estrella sistemáticamente el derecho a la justicia del ciudadano. Lo que ellos digan es cierto sin necesidad de ningún tipo de prueba y el ciudadano tiene que demostrar que es inocente, no ellos que es culpable.

Si, hablo de la presunción de inocencia y la conculcación diaria y sistemática de ese principio por parte de unos agentes, funcionarios o personal auxiliar, que en algunas de sus actuaciones se desenvuelven con total desapego hacia el ciudadano sin reparar en el daño que causan, o importándoles un bledo, y dejándole inerme en sus derechos y habitualmente en su bolsillo. Y también de un público dispuesto a linchar al policía o al personaje mediático, ¿se dice así?,  en función de las siglas de sus amores. En ambos casos hablo de una perversión ética.

Esta no es una visión que pretenda exculpar a la señora Aguirre, que no tiene justificación posible en su comportamiento si se demostrara cierto, y del que por otro lado no hay más testimonio que el de los agentes implicados y su presunción de veracidad, que para mí es como si no hubiera nada porque no creo en esa veracidad después de haberlos visto declarar en un juicio algo absolutamente diferente a lo vivido.

Sufra la señora Aguirre en sus carnes el desarrollo que ella y los suyos, y los suyos opositores han contribuido a poner en marcha contra el ciudadano de a pié, y valga este episodio como una llamada a recuperar la presunción de inocencia tan enunciada, referida y pisoteada. No en vano en castellano existe un refrán que demuestra hasta qué punto en nuestro país eso de la presunción de inocencia no casa en la vivencia popular: “Cuando el río suena…”


Si señor juez, yo, el presuntamente inocente, soy culpable salvo que milagrosamente pueda demostrar lo contario, ante la ley, ante la policía, ante hacienda  y ante cualquier organismo estatatal o paraestatal que para mi desgracia haya decidido considerarme culpable. Bueno, pueda demostrarlo y tenga recursos económicos para intentarlo.

domingo, 30 de marzo de 2014

Leña al Mono

Creo que nadie me discutirá si planteo que todos hacemos las cosas pensando en que es lo mejor para el tema y las circunstancias que nos atañen.  Estoy convencido, al menos tan convencido como de que el uso del espejo de mirarse y hacer autocrítica es habitualmente incorrecto por permisivo y por poner siempre el perfil bueno. Aunque de esto la culpa es seguramente de los fabricantes que no adjuntan un libro de instrucciones advirtiendo de los peligros de no examinar todos los ángulos posibles con mirada crítica y veraz. Somos humanos, los fabricantes y los visionarios, o videntes, o mirones.
Por eso me pasmo y no paro. Por eso me asusto y no paro. Por eso digo lo que digo y no me escondo. Hacer un recorrido por las redes sociales es un ejercicio de funambulismo sobre el precipicio del odio, y a veces sin pértiga ni sombrilla, con viento racheado de costado y niebla. A veces, incluso, sin alambre.
Porque viento racheado de costado es que todos los comentarios, de extremada virulencia oratoria en algunos casos, caigan hacia el mismo lado político. Porque niebla es, al fin y a la postre, no darse cuenta de que lo mucho cansa y anestesia por lo que finalmente se pasa sobre ello de puntillas y con los dedos tapando la nariz. Porque la falta de pértiga o sombrilla nos condena a la caída por falta de apoyo para mantener el equilibrio imprescindible. Y porque falta de alambre es, para mí en todo caso, incitar al odio en las duras esperando que el viento sea calmo en las maduras.
La política de tierra quemada que se practica últimamente, en muchos casos buscando un aplauso que desgraciadamente se consigue fácil, no es más que la siembra del hambre, de la imposibilidad de conseguir  un país, una sociedad, un mundo, moderno, con capacidad de convivencia y progreso que ya no será fácil que tengamos al menos en un futuro cercano.
Claro que lo mismo no importa. Hay que fomentar el odio al contrario, aunque se lo merezca, y conculcar la legalidad y el sentido común siempre que nos favorezca, y sobre todo, saturar, insultar y aprovecharse de instrumentos que seguramente merecerían otros fines.

Leña al mono que es de trapo y lo mismo se lo merece. Y si no que le den por no pensar lo que yo pienso ni hacer lo que yo haría.  Y a nuestros hijos, a nuestros nietos, el legado imperecedero de una convivencia imposible y la ausencia de una sociedad moralmente construida en la fraternidad, el respeto y la tolerancia. Incluso hacia aquellos que se lo merecen.

martes, 11 de marzo de 2014

O las Dos

Ha pasado el día de las víctimas, el día de las conmemoraciones y actos que rememoran una acción que supuso el dolor y la perdida de seres queridos para los que los perdieron, el miedo y el recuerdo lacerante para los que se quedaron. Ha pasado el día, que en realidad para muchos son todos los días, de recordar con dolor, con añoranza, todo lo que para las víctimas, muertos, heridos, allegados, pudo ser y no fue a partir de aquella aciaga jornada del 11 de marzo.
Aunque no porque haya pasado el día pasa el recuerdo, no porque el calendario siga su curso en pos del sol y su camino, el dolor sea menos intenso. Simplemente las agujas se siguen moviendo para alcanzar tras setecientos treinta giros completos un nuevo día de recuerdo y dolor expresados.
Pero tal vez porque ya no es el día de las víctimas podamos sin remordimientos, sin reparos, con un cierto resentimiento, establecer que hoy sea el día de los damnificados, el día de los que sin ser muertos, heridos, ni allegados, llevan diez años viviendo las consecuencias de aquellas explosiones, el día en que varios millones de españoles se dejaron arrastrar  para reabrir el más amargo de los fantasmas nacionales, el día del renacimiento de la versión más feroz y descarnada de las dos Españas.
Porque al día siguiente hubo quien pretendió sacar partido de la sangre aún no coagulada, hubo quien sacó partido del espanto y del miedo, hubo quién mintió para asegurarse los votos que ya no podrían emitirse y hubo quién los buscó por otros medios. Porque al día siguiente, que digo, al minuto siguiente, esta nefanda casta de burócratas aprovechados y sin conciencia que se llaman políticos, se dedicó a mover sus fichas para asegurarse su cuota de muerte y a los demás, a los de a pié, a los que aún traumatizados contemplábamos el ir y venir de cadáveres y ambulancias y seguíamos con ansiedad las cifras cambiantes de heridos y muertos, nos dejaron una herencia aún no resuelta de frentismo, el rencor irreconciliable de las afrentas indecentes que taparon, que tapan, una reconciliación con el rigor, con el respeto, con la convivencia, que una vez más se ha demostrado inalcanzable. En España una vez más, hace ya siglos, hace ya diez años, vivimos unos contra otros, unos frente a otros, en vez de unos y otros. En España una vez más, hace ya siglos, hace ya diez años, vivimos del insulto con rabia, de la descalificación ciega y partidaria, del “y tú más” de la desmemoria, de la mediocridad, y la inutilidad. En España una vez más, hace ya siglos, hace ya diez años, vivimos de agredir con el pasado en vez de buscar con ahínco, con generosidad, con colaboración, el mejor futuro. Porque en España una vez más, hace ya siglos, hace ya diez años, hemos sustituido la convivencia por la confrontación, el debate por la algarada, el adversario por el enemigo, la razón por el insulto.

“Españolito que vienes al mundo te guarde Dios una de las dos Españas ha de helarte el corazón”, o las dos.

viernes, 28 de febrero de 2014

Es Lo Que Hay

Me levanté esta mañana y repasando en las redes sociales las últimas entradas de mis conocidos, para lo que aprovecho el ratito del desayuno, me encontré la reseña de un artículo publicado en Francia en el año 2003 que se titulaba: “Los Poetas Volverán”. Mi primera reacción fue matizar ese título y cambiarlo por el de volverán a ser escuchados, pero tras leer el artículo me maticé a mí mismo y lo cambié por volverán a ser populares, gente que escucha y escribe a, de y para las gentes cotidianas que le rodean y entonces volverán a ser escuchados, porque nadie desoye su propia voz.
Ya en el siglo de oro el enfrentamiento entre Quevedo y Góngora nos anticipaba el posterior devenir de la poesía en particular y del arte en general. Por un lado lo popular, lo cotidiano, el verso que vivía y convivía en las calles, en los corrales, en la parte más barriobajera de los palacios, el sentimiento y la chispa, y por otro lado la búsqueda estética, elitista, culta y más fría del verso trabajado y parido con recursos más literarios e incapaz de ser apreciado por el pueblo llano con el que ni estaba ni se le esperaba.
Esta escisión inicial se ha ido marcando cada vez más, se ha ido ahondando cada vez más, se ha ido distanciando cada vez más, hasta que la llegada del arte experimental y elitista, la llegada del artista profesional y por tanto del mercantilismo más desapegado del pueblo que no puede pagarlo, o no reconoce el valor que el mercado tasa para la obra, lo ha convertido en popularmente inaccesible. Es ya la época de los lienzos en blanco con un cuadro negro en la esquina superior izquierda, -descripción y a la vez título-, es la época de la música dodecafónica y otras tendencias musicales “solo para expertos”, de las novelas mediocres literariamente y vacías de vivencias que por mor de la publicidad mercantilista se convierten en grandes ventas -muchas de ellas decorativas y que no serán abiertas jamás-, y de una poesía solo aplaudida por sus círculos más allegados, políticos o culturales, y que una vez degustada en la intimidad uno tiene que leer y releer para conseguir entender que no hay quien la entienda.
Hemos condenado a la poesía, a la literatura, a la transmisión viva de la vivencia y el sentimiento populares, a refugiarse en dos guaridas tan irreconciliables como sospechosas e inaccesibles para la gente de a pie, para los habitantes cotidianos de un mundo que se está quedando sin voz, sin conciencia, sin capacidad de reacción ante el brutal ataque de unos poderes solo interesados en su propio bienestar y la más sumisa esclavitud de los irónicamente llamados ciudadanos. Hemos condenado a la poesía, a la literatura, a su difícil supervivencia en círculos exclusivos por reducidos donde juntarse los iniciados, en unos casos para escuchar alguna inaudible voz que tiene interés en comunicarse, en otros casos para firmar contratos que permitan al “autor” su acceso a la élite de los promocionados profesionales.
No sé cuál será el devenir de la poesía, de la literatura, del arte. No sé ni siquiera si existe ese futuro  o las maquinas correctamente programadas sacarán a la luz las obras más convenientes para el mercado y los intereses de la cúpula dominante mientras algunos malditos en antros y esquinas se jugarán su libertad y su prestigio desafiando a la cultura oficial y ofreciendo unos retazos de creatividad, de mayor o menor calidad, pero de creatividad humana y popular. No sé si el fenómeno internet, y la capacidad de colgar la propia creación y ofrecerla libremente, conseguirá romper ese dominio mercantilista que ahora se ejerce, o sucesivas actuaciones acabarán por eliminar también esa posibilidad. Tal vez incluso este esperanzador medio muera no solo por la intervención exterior si no por el exceso de información que supone y la incapacidad, imposibilidad, de que se acaben encontrando el autor y el espectador que harían saltar la chispa.
Aun así también es posible que los poetas, los literatos, los artistas, vuelvan alguna vez a su origen, a su función primordial, la de notarios de su tiempo y de sus gentes, transmisores de los logros íntimos de humanidad y de sus cuitas y alegrías, y dejen de ser funcionarios del dinero y el poder, valga la redundancia. Y entonces volverán a ser escuchados. Es posible

Yo por el momento me declaro más de Sabina que de Alberti, más de Mortadelo y Filemón que deDan Brown, más de Antonio López que de Tapies, más de Cole Porter que de Karlheinz Stockhausen, más de las casas de comidas y tabernas que de las estrellas Michelín. Es lo que hay. 

martes, 18 de febrero de 2014

Una Larga Cambiada

Nos torean, en el sentido literal de la expresión. Nos sacan al ruedo de la opinión, nos torean con argumentos que nos dividen y nos hacen débiles porque nos obligan a mirar hacia donde no es y luego nos matan, en carne propia o en carne ajena, que, en sentido gremial de ser humano, tanto me da, porque la muerte ajena la acabo sintiendo como propia y porque la muerte es lo único en esta vida que no tiene vuelta atrás.
Quince muertos que son, que desgraciadamente serán, en realidad cientos, miles, a lo largo de los años, pero quince muertos para sostener una larga cambiada que nos vuelva a centrar en el engaño triste, cruel, del falso debate sobre si se ejerció una violencia desmesurada sobre unos señores que intentaban traspasar violentamente una frontera. Que si los que lo intentaban eran unos pobres inmigrantes, que si los que lo evitaban eran unos crueles policías, que si los que lo intentaban eran unos peligrosos delincuentes, que si los que lo evitaban eran unos inocentes servidores de la ley. De todo habría en ambas partes y nada de eso deberíamos de preocuparnos porque el daño ya estaba hecho de antes y por todos.
Ya de por si el que hubiera dos bandos, dos partes, ya de por si la simple, y xenófoba, denominación de inmigrante es ofensiva para cualquiera que se sienta ser humano, ya el concepto inmigrante es moralmente insostenible. La culpa no es de quien quiere alcanzar un lugar en el que mal vivir, marginalmente, miserablemente a veces, explotado y siendo reo de perjuicio ajeno por esa explotación, es un paraíso deseable desde una miseria, desde una explotación, que en origen es inconcebiblemente mayor. La culpa es de una civilización, de un desarrollo político, que ha hecho de su compartimentación, de su concepto de chiringuinto exclusivo, territorial y económicamente, un motivo más para que los de dentro se sientan superiores, o diferentes, o inferiores, o agraviados, o explotados, o amenazados, o cualquier otro sentimiento que al que maneja el cotarro le interese respecto a los del otro lado de la inmoral, impuesta, virtual frontera.
Cuántos muertos, ¡cielo santo!, cuántas vidas, cuanta inteligencia desperdiciada en mover y sostener  unas lindes que no tienen otro beneficiario que los de siempre, ni otros sacrificados que los de costumbre, los peones que las habitan, ni otros argumentos que los inmemoriales: el falso agravio, la diferencia inexistente, la intolerancia, la compartimentación del poder, el reparto innoble e interesado del territorio para aquellos que pretenden acapararlo.

Mientras existan las fronteras, mientras acojan privilegios a costa de los perjuicios ajenos, mientras las musiquitas y los colores no nos dejen en la cama igual, mientras las palabras “inmigrante, “emigrante”, designen una cuestión legal más allá del simple movimiento físico, mientras las pertenecías, políticas, religiosas, étnicas o culturales sirvan para diferenciar, ofender, ser ofendido, atacar, o ser atacado, el único debate que ese me alcanza es: ¿que mierda pinta esta raya aquí?.