sábado, 23 de mayo de 2015

Reflexionando que es gerundio

De repente los ojos como platos. Todo es oscuridad y silencio a mí alrededor, pero una sensación indefinible de angustia me atenaza y ha producido mi desvelo. Definitivamente no es el síndrome de la almohada contable, no hay ninguna procacidad financiera a la vista. No, tampoco me he peleado con nadie y lo que habría tenido que decir y no he dicho perturba mi sueño.
Miro la hora. Las doce y dos minutos. Hora de fantasmas y apariciones.  ¿Hora de fantasmas?, ¡Claro¡, ya se lo que me pasa, el fantasma de la jornada de reflexión que ha venido puntualmente a remover mi conciencia ciudadana por no haber decidido, aún, a quien voy a votar.
“Bueno, ya por la mañana lo decido, tampoco es tan difícil”, me digo retomando postura de oreja en la almohada firmemente decidido a retornar a los brazos de Morfeo. Nada, el sueño no acude, las ovejas circulan incesantemente ante mis ojos pero llevan banderitas de partidos y tienen caras de candidatos. Es más, en vez de “beeee”, dicen: “votameeee”.
Así no hay quien duerma, las doce y cuarto y ni consigo conciliar el sueño ni reflexiono con lucidez. Al fin me levanto, enciendo la luz de mi despacho y me pongo a reflexionar, con firmeza, con dedicación, con esfuerzo. Por no ponerme escatológico no doy el símil evidente del estreñimiento, en este caso intelectual. Que duro es esto de sentirte ciudadano.
Empiezo por organizar el acopio de información para la toma de decisión. Descarto los partidos residuales y cuyos mensajes iniciales me llevan a estados emocionales impropios, de la risa a la indignación, y a los que quedan los coloco por riguroso orden alfabético. Últimas declaraciones de los líderes y candidatos.
Pasada esta primera roda de información ya tengo una primera reflexión madura. No puedo votar a ninguno porque, según me explican claramente los otros, si los voto estaré colaborando a crear una ciudad inhabitable, una comunidad inhumana y aun país insufrible. Del futuro ya ni hablamos.
Esto es imposible. Alguno habrá que sea mejor, digo yo. En la segunda ronda de reflexiones me voy a los mensajes positivos e intento olvidarme de las descalificaciones. Cuando finalizo tengo que hacer una segunda lectura porque no encuentro apenas nada sobre lo que se comprometen a hacer, solo lo que van a deshacer. Triste camino. En todo caso lo poco que puedo deducir de lo poco que me queda es que todos y cada uno están contra la corrupción, van a solucionar el paro y proporcionarme el estado de bienestar que siempre hemos soñado. Los que lo han desmontado me prometen que lo van a volver a montar y los que no han tenido oportunidad de desmontarlo lo mismo. Eso sí, ninguno me explica cuánto cuesta lo que me prometen, de donde va a salir y cuáles son las consecuencias a medio y largo plazo de las decisiones tomadas. Aire. A estas alturas de la reflexión sufro de gases.
Vale, por aquí no voy a ningún lado. Solo palabras, promesas, algunas tan imposibles que rayan en lo soez. Está claro que prometer, descalificar y mentir, son verbos irregulares. Al menos se conjugan irregular y temerariamente, con absoluto desprecio hacia la inteligencia y capacidad de ¿reflexión? de quien los está escuchando. Me viene a la memoria una frase no por procaz menos verídica: “Prometer hasta meter y después de haber metido nada de lo prometido”. Lo dicho, procaz pero veraz. Antigua pero en plena vigencia.
A estas alturas, ya las siete de la mañana, me inclino por una tercera ronda de reflexión. Hechos. Ya el simple enunciado me pone los pelos de punta. En este caso me asalta un símil culinario que me desarbola y deja inerme. La honradez de las personas depende del pan que tengan y la cantidad de salsa que le pongan delante. ¿Cínico? Puede ser, que no digo yo que no, pero realista. Todos aquellos partidos que han dispuesto de pan han mojado con fruición y sin recato. El título del cuento solo varía en el número de ladrones que acompañaban a Alí Babá. ¿Y los que no? Yo he apuntado a la condición humana, no a la política. Pon una buena fuente de salsa y se llenará de barquitos. Que puede que haya alguno a régimen de conciencia, o ahíto ya de comida, o enfermo del estómago económico, claro, puede, pero son los menos, si es que son.
En fin, esto lleva mal camino. Los ojos se me cierran pero solo son breves segundos. El fantasma de la jornada de reflexión me atormenta, me acosa, me impide conciliar un sueño inocente y reparador, el sueño del ciudadano probo y cumplidor con sus obligaciones. Y el caso es que no veo salida. No sé cómo tomar una decisión madura y responsable basada en unos parámetros aceptables, realistas. Espero que no me pase como en las últimas, varias, elecciones. Voto por sorteo o voto en blanco.

En fin las nueve de la mañana y aquí sigo, reflexionando que es gerundio, en busca de un participio.

sábado, 16 de mayo de 2015

Nada nuevo

Hay momentos, situaciones, formas, en las que el negocio sobrepasa la ética, lo razonable. Es evidente que el fin último de todo negocio es obtener beneficio, el mayor beneficio posible apuntaría seguramente mucha gente, pero todo beneficio ha de tener unas limitaciones que si la ética particular del empresario no asume han de encontrarse reflejadas en el terreno de la legalidad. Nada nuevo.
Existe una búsqueda continua y sistemática de los caminos que aumenten la cifra de facturación y reduzcan las inversiones y gastos con el fin de obtener la mayor rentabilidad posible a la hora de presentar el mágico documento llamado balance final del ejercicio. Eso sí, en ese balance final no se especifican, ni ahí ni en muchas ocasiones en ningún otro lugar, de que métodos se ha valido el gestor para obtener las cifras presentadas. Nada nuevo.
Dentro de los negocios hay algunos que por su cercanía con el ciudadano tienen una mayor incidencia en el bienestar diario del mismo y por tanto sus prácticas son especialmente sensibles y el cuidado legal que en las mismas deberían de poner los gobiernos debería de ser exquisito, rayano en la perfección. Nada nuevo.
Pero es precisamente en estos negocios, en estas máquinas de generar dinero, en muchos casos de origen público, donde menor es el rigor legislativo, donde mayor es la permisividad legal, donde mayor es la indefensión del ciudadano ante unas prácticas rayanas en la agresión y que no solo se permiten, sino que incluso intentan justificarse. Nada nuevo.
Veo con espanto que cualquier ciudadano puede verse privado de agua, de luz o del gas necesario para la calefacción ante un conflicto de pago. Si la compañía suministradora se equivoca en su facturación o por un defecto en su servicio se produce un abuso sobre el ciudadano este no tiene ningún camino válido para la inmediata restitución de su razón. No. Primero tiene que pagar el servicio en conflicto, si es que puede, y luego reclamar y ya se verá, o estará abocado a un inmediato corte en el servicio y la inclusión en unas vergonzosas listas de pretendidos morosos que no son nada más que otra demostración de fuerza, y una práctica permitida de chantaje,  respecto al ciudadano y su indefensión más absoluta. Nada nuevo.
Pero de todos estos negocios hay uno que está alcanzando la perfección en sus sistemas de generación de beneficio que ya sobrepasan no solo la ética más elemental, sino el sentido común. Uno que está logrando financiar su propia reducción de plantilla a base de gravar sus servicios más elementales y conseguir que el cliente de a pie renuncie a ellos y por tanto vayan sumiéndose en el olvido. Y esto si es nuevo.
Hablo de los bancos que tras su inmoral, aunque legal, actuación en el tema inmobiliario, en el sensible tema de los embargos y su inmenso beneficio en el mismo, han  ideado una nueva forma de financiar su propia reducción de plantilla ante el silencio oficial, el silencio de los afectados que jamás protestan por unas prácticas, no sé si dudosas o directamente intolerables, ante las que se ven sobrepasados, maltratados, maniatados, y ante las cuales lo único que saben hacer es gritarle al de la ventanilla, al fin y al cabo otra víctima más del mismo sistema. Nada nuevo.
Me han pedido uno cincuenta euros por imprimir un extracto de movimientos de mi cuenta en una ventanilla, me han pedido dos euros por ingresar en efectivo en una cuenta que no es la mía, me han pedido uno cincuenta por reflejar un concepto en un ingreso si no era cliente, me han pedido un euro por ingresar en una oficina diferente de la mía, me han intentado impedir acceder a mi propio dinero porque mi tarjeta estaba temporalmente bloqueada, me han intentado cobrar cuota por una tarjeta que luego hacen imprescindible para el manejo diario de mi cuenta, me han… tomado el pelo en todos y cada uno de los bancos que he visitado últimamente y he tenido que tragar y pagar, sin ningún tipo de justificante o documento de soporte de lo pagado, si no quería enfrentarme a consecuencias más desagradables. Ya nada nuevo.

En definitiva, ante las grandes empresas  me veo impotente, abandonado por la razón, por la ley y por aquellos a los que supuestamente pago con impuestos su labor para evitar este tipo de situaciones, y que parecen cobrar más de ellos que de mi dada la defensa a ultranza de sus derechos y abandono sistemático de los míos. Desgraciadamente, nada nuevo.

jueves, 14 de mayo de 2015

Carta Peregrina

Mira, papá, el camino enseña muchas cosas a quien lo hace dispuesto a aprender. Casi cada día, cada paso, es una enseñanza, una posibilidad de sacar provecho de la experiencia, pero la primera de las enseñanzas que debes de obtener si quieres aprovechar tu andadura es que también la vida es un camino en el que debes de aprender a cada segundo, a cada instante.
La mente se despeja especialmente cuando el camino es tendido y llano porque la automatización de los pasos y la carencia de un esfuerzo específico, más allá de la dificultad del siguiente paso, permite a la mente ensoñarse, asomarse a los problemas que el camino vital ha aparcado momentáneamente, con una cierta perspectiva, con una liberadora distancia. No por andar, no por avanzar en otra dirección o camino, los problemas desaparecen, se esfuman hartos de esperarte. No. Ahí siguen, acechando tu regreso para volver a presentarse  y hacerse una vez más cargo de tu rumbo e intentar dirigirte hacia un puerto que no es el que tú inicialmente deseas aunque a veces sea inevitable.
Cuantas vueltas estoy dando, papá, solo para decirte lo que tú y yo ya  sabemos pero que no es fácil de asumir.
Nosotros, todos, estamos inermes sumidos en un flujo de acontecimientos que no siempre dominamos y que intenta dominarnos. Y dentro de ese flujo, de ese discurrir perseverante, en ese día a día que no podemos prever ni elegir, no somos más que un cascarón itinerante y casi desarbolado con un capitán voluntarioso que cree mantener un rumbo y aspira a un puerto que espera que no sea el definitivo.
Es difícil asumir el dolor, la enfermedad, la desgracia. Es difícil, pero no existe ningún mar plano. No existe la balsa más que para los barcos de juguete. El resto de las aguas se encrespa y pasa, por momentos, del simple rizo a la mar más brava, de la dificultad de avanzar el pie para el siguiente paso a la dificultad de afianzar el apoyo en un terreno complicado.
Yo no puedo saber, papá, cual es el objetivo de que tú estés enfermo, como no puedo saber, ni entender, ni asumir, que exista un plan que pase por tu sufrimiento y el de los que te rodean. Las fuerzas ciegas no tienen plan y no pueden sacar provecho del dolor. Y si las fuerzas no son ciegas mi limitada capacidad se niega a entender que el dolor sea una necesidad, un medio complicado y objetivo, de conseguir algún fin que ahora se me escapa.
Vivimos en un permanente claroscuro, en una felicidad trufada de ignorancia, de ansiedad, de penuria y de dolor, físico, y moral además, que si se justifica con un plan último e incomprensible es difícil de asumir, pero que si no existe ese plan es una burla de dimensiones cósmicas.
¿Qué increíble dicha eterna es accesible gracias a que durante días, meses, años, tú vayas perdiendo tu memoria y te sumas paso a paso en una infancia inversa que nos lastima a todos, que nos deja lacerados por tu sufrimiento y temerosos de nuestro futuro?
¿Qué ventaja evolutiva buena para el universo se puede inferir de debatirse ante la muerte enfermo e indefenso?, ¿Qué crecimiento trascendente se produce cada vez que un pobre e insignificante individuo muere por hambre, por violencia, por enfermedad, por simple y llana vejez?
Sí, es verdad,  la dicha se aprecia más cuando se ha sufrido, pero tal vez ésa dicha, aun apreciándola menos, no necesitaría de momentos de exaltación si fuera continua y serena, como ha de serlo la eternidad.

Bueno, papá, no sigo. En realidad y dadas las circunstancias esta carta no debería de decir nada más que qué he pensado en ti mientras caminaba, o, dado que aunque la leyeras dudo que la entendieras, que se trataba de reflexionar sobre que no he dejado de pensar en ti mientras caminaba. Ni en ti, ni en mamá, ni en mi hermana, mi mujer o mis hijos, ni en nadie de los que me rodean e importan, porque el camino no es el olvido, no es la huida, el camino es, como siempre, intentar comprender que es la vida, por qué es la vida.