jueves, 23 de febrero de 2017

Donde dije digo, digo digo

Es difícil sustraerse  a los debates trampa permanentes que los políticos en general nos proponen para evitar que nos interesemos sobre lo que realmente es importante. Son múltiples, variados y nos van vaciando poco a poco de energía y de capacidad de reivindicación sobre los temas fundamentales que como ciudadanos, ya no de pleno derecho, realmente deberían de centrar nuestra atención.
Pero si hay un debate baldío, un debate desesperante y lesivo para los ciudadanos es el del lenguaje, es la perversión continua y continuada de la palabra que muchos de nuestros políticos utilizan para evitar que pueda existir un canal fluido de comunicación. Gracias a esta artimaña, burda, intolerable y que ataca directamente al patrimonio fundamental de las personas, que es el lenguaje, el debate se acaba centrando en los términos a utilizar y no en el fondo a conseguir.
Leo con pasmo, casi entre sollozos rayanos entre la risa y la desesperación, que una “portavoza” parlamentaria ha recriminado a otro diputado la utilización del vocablo guardería, que ella, y puede que su grupo, considera inadecuado en vez del mucho más correcto, insisto, para ella, de escuela infantil.
Tan soberana estupidez, se me ocurren otros términos pero tal vez sean inadecuados, se produce porque cierto tipo de políticos necesitan significarse y como al parecer las ideas no son ni suficientes, ni suficientemente brillantes, hay que presentarlas de tal manera que parecen lo que no son, importantes, trascendentes. Esto es, como el presente no vale nada me gasto el dinero en envolverlo.
Seguramente esta señora, o señorita (que antiguo, no?), esta “portavoza”, de lenguaje afilado y réplica presta, no tiene tiempo, ni ocasión, ni interés, de leer el RAE, o simplemente, le importa un pito lo que diga la Real Academia de la Lengua si no coincide con lo que ella cree que debe de decir. Porque si se molestara en leerlo vería que una de las acepciones del RAE dice: “Lugar donde se cuida y atiende a los niños de corta edad”. No habla nada de guardar niños, que es lo que ella argumenta que significa confundiendo la semántica con el significado.
Claro que no es la única confusión, y por eso creo que no es una confusión inocente, también suelen confundir la palabra con la carga de la palabra, su uso con su mal uso y utilizan una regla pacata y destructiva para cambiar el lenguaje y llegar a un punto en el que decir algo simple se acaba convirtiendo en una tarea de titanes. Decir enano es ofensivo, hay que decir persona de talla baja. No, decir enano es decir señor de talla baja y la ofensa puede estar en el que lo dice o en el que lo escucha, pero jamás en la palabra misma.
Existen alrededor de veinte enfermedades diferentes que producen enanismo, término médico que no se si traducir, por no ofender, como “personismo de talla baja”, y cuando le llamo enano a alguien puede suceder que se lo llame a alguien que no lo es con el ánimo de ofenderlo, que se lo llame a alguien que lo es con ánimo de ofenderlo, que se lo llame a alguien que lo sea y que se ofenda, o que se lo llame a alguien que es y simplemente esté apuntando una característica física que ni pretendo que ofenda ni ofende. Si hay ofensa la carga se le da a la palabra, no la tiene esta por sí misma, y por tanto lo que tengo que cambiar es la educación del que ofende o del que se ofende, no sustituir la palabra por otra, o por otro circunloquio, que podrá acabar cargándose de igual manera.
Uno de los grandes logros del lenguaje es la economía, es la capacidad de resumir un concepto complejo en una palabra y lo que se pretende de unos años a esta parte es justo lo contrario en aras de un puritanismo conceptual absolutamente interesado, sustituir la definición por una descripción, pervertir las reglas básicas de la comunicación acusándolas de ser portadoras de sentimientos y orientaciones. No, las palabras solo son vehículos de comunicación, sin más carga que la que cada uno quiera darles, al escucharlas o al pronunciarlas.
Una persona de edad avanzada es un viejo, una persona de talla baja es un enano, una persona que comercia con el trabajo de los demás es un explotador, no, un empresario tampoco, aunque en ocasiones puedan coincidir las dos cosas, y una escuela infantil, donde se enseña y educa a los niños de corta edad es una guardería.

Se ponga usted como se ponga señora “portavoza”. Para algunos, ya sabemos, viejos, carcas, fachas, indignos de ser mirados como iguales por ustedes, confundidos y confusos, la palabra es un valor tan importante que no estamos dispuestos a callarnos ni debajo del agua cuando observamos la “invención” del nuevo lenguaje. Como al poeta, nos queda la palabra, y con ella sabemos lo que decimos, lo que queremos decir e, incluso, lo que quieren algunos que acabemos por decir. 

sábado, 18 de febrero de 2017

¿Se acuerda alguien de la Justicia?

La convivencia en una sociedad está marcada por una serie de valores que los individuos que la componen deben de asumir y practicar. Hablamos mucho de libertad, hablamos mucho de tolerancia e incluso de igualdad, pero ¿se acuerda alguien de la justicia?
Si nos atenemos a títulos prebendas y frases rimbombantes  podríamos concluir que la justicia es la virtud colectiva de mayor presencia en las instituciones, la que mayor número de veces es mencionada por los políticos, por los ciudadanos, por la sociedad en general. Hasta existe un Ministerio de Justicia, así, con algunas mayúsculas.
Rara es la vez que no se escucha a los políticos hablar del imperio de la ley para aclarar a continuación que la justicia es la misma para todos.  Pero el día a día, la terca realidad cotidiana viene con obstinación a dejar algo más que dudas en nuestra puerta de la conciencia social. Sin duda este es el imperio de la ley que bordea, pero muy por fuera, el ansia de justicia de los ciudadanos. Eso sí, habitualmente de justicia para los demás.
Porque si algo queda claro, si uno se fija con cuidado, es que cuando hablamos de justicia, a veces hasta con mayúscula, nos estamos refiriendo a aquello que cada uno considera justo para el prójimo, así con minúscula, pero que en absoluto puede aceptar que le sea aplicable a él mismo.
Nos viene de largo. El país que inmortalizó la picaresca, que convirtió el patio de Monipodio en escuela para instituciones públicas, y privadas, solo podrá tener el privilegio de tener unas leyes, o una aplicación de la ley, que reflejen su propio carácter
Un país que grava con impuestos las pensiones, que discrimina a sus ciudadanos en función de la parte territorial en la que residan, que consiente que ciertas entidades privadas se enriquezcan a costa de la miseria de sus ciudadanos, que permite que el frío, el hambre o la educación de sus administrados sean objeto de dividendos, que permite la especulación con la vivienda de los que se quedan en la calle y que se les arruine de por vida, que institucionaliza e incluso permite que se abuse de leyes y normas recaudatorias, que hace de la presunción de inocencia un títere en manos de la presunción de veracidad de los funcionarios, ese país, puede que sea el imperio de la ley, pero sobre la justicia ni llega a sospechar que exista.
Es verdad, a que negarlo, que la Justicia es rea de la Verdad, y que a nivel humano la Verdad es un concepto inalcanzable. Qué duda cabe. Pero de ahí a promover y legislar para promover la injusticia va un trecho que en muchos casos ya se ha recorrido. Y por eso, precisamente por eso, el único acercamiento a la justicia que le cabe al ciudadano es que no se le considere culpable salvo que se pueda demostrar lo contrario.  Son la presunción de inocencia y la probatura de culpabilidad. Demostrar la inocencia es en muchos casos y tal como está montado el sistema, una imposibilidad, imposibilidad que favorece siempre al que detenta la administración. Leer “El Proceso” de Kafka puede resultar una suave introducción a esa realidad.
Yo no sé, puedo tener sospechas, incluso fundadas, si la Infanta es culpable o inocente, ni lo sé ni me importa con este planteamiento que ya de raíz es injusto. Porque la causa que se seguía era por un tema económico, no de nombre, no de cuna, no de institución o político. Estos condicionantes del personaje no pueden, no deberían de, afectar a la justicia, no deberían de afectar a su aplicación legal.
Pero los linchadores de rigor, los que solo están dispuestos a aceptar un resultado, ya se han lanzado a la calle, a la física y a la mediática, para, sin pruebas, sin otros argumentos que la sospecha, la suposición o el rechazo hacia la institución a la que pertenece, condenar a la persona por ser personaje. Eso no es Justicia, eso no es ni siquiera legal, pero da igual, por ser quien es o por pertenecer a lo que pertenece algunos ya la consideran culpable sin remisión. Triste sentido de la justicia. Nulo sentido de la legalidad. Volvamos entonces a ley de Lynch, a los tribunales populares o a las confesiones por tortura, y que dios nos pille confesados si a alguno de nuestros vecinos le parecemos culpables de algo, posiblemente nos encuentren emplumados, colgados de un árbol al amanecer o perezcamos en una hoguera en alguna plaza pública. Aunque ahora que lo pienso ya hemos vuelto, ya tenemos ajusticiados al amanecer, periodístico o mediático, sin juicio previo y sin acceso a la presunción de inocencia. Ya algunos pobres infelices mueren víctimas del acoso o de la violencia gratuita de aquellos que no soportan la libertad ajena.
Aunque yo tampoco crea en mi fuero interno que la sentencia sea justa, sí considero que es legal. Nadie me ha podido demostrar, yo al menos no lo veo, la culpabilidad de la persona. Nadie ha aportado pruebas, nadie ha declarado su culpabilidad con contundencia y sin beneficio propio. Y en ese caso prima la presunción de inocencia, para mí y para cualquier persona o personaje.
Y para colmo, en medio de este batiburrillo que marca, como cada día en cada juzgado, como cada día en cada ciudad y pueblo del mundo mundial, la infranqueable distancia que media entre la legalidad y la Justicia, cierto juez directamente implicado en el caso se descuelga con unas declaraciones públicas en las que se dedica a verter a la opinión pública, a través de la publicada, sus sospechas, sus insinuaciones, sus particulares y personales apreciaciones de indicios no compartidos por los jueces que han visto el caso.
Bien, señor juez, bien. Seguramente habrá una gran parte de la opinión de la calle, y de la de los medios de comunicación, que lo considerarán un héroe popular. Espero que se conforme con eso, o que sea eso lo que sus palabras han buscado. Para mí un juez que hace una demostración tal de no creer en la presunción de inocencia me parece patético, no personalmente, no individualmente, si no como persona formada y encargada de administrar las leyes. Como persona que, posiblemente, acabe siendo Personaje.
En el cuento “Ley y Justicia”, del libro “Arnulfo Aprendiz”, Arnulfo le pregunta a su Maestro:
-              Maestro, ¿Por qué existen más leyes que instantes tiene la vida de un hombre? Y ¿por qué casi todas, si no todas, son injustas?

Si a la injusticia palmaria de las leyes, y por propia iniciativa, le sumamos la negación contumaz e interesada del principio de presunción de inocencia acabaremos acostumbrándonos a que aparezcan cadáveres en el río o emparedados en las viviendas, y proliferarán los miserables que marquen la culpabilidad de los demás. Eso sí, entonces podremos ahorrar unos dineros en estructuras legales que permitan un mayor enriquecimiento de los de siempre, y el poder ilimitado y omnímodo que proporciona administrar la injusticia.

lunes, 13 de febrero de 2017

Demasiadas incógnitas

Falta ahora por saber si se producirá la previsible magnanimidad, tan previsible como seguramente efímera, de Pablo Iglesias de cara a la galería. Falta por saber si Iñigo Errejón y todos los suyos serán fusilados, políticamente hablando, al amanecer a la vista de todos o si su defenestración se producirá tras un abrazo, un tiempecito para el olvido y en un callejón oscuro que evite la publicidad de su final.
La verdad es que a pesar de que las cosas se han aclarado, que no solucionado, las incógnitas no han conseguido ser despejadas, porque en el congreso de Vistalegre 2 ha ganado, ha sacado más votos, una de la partes, pero queda por saber si victoria lleva aparejada, tal como a mí me parece, el principio del fin de la formación morada.
Yo no creo que Pablo Iglesias pueda permitirse tener a un rival, a alguien que le ha plantado cara y que se postula como posible alternativa, dentro de su estructura. Yo no creo que la personalidad, el cesarismo de Pablo Iglesias, le permita conservar viva a una persona cuyo proyecto se ha presentado como alternativa a sus modos y maneras. ¿Qué sucederá cuando sufra el primer descalabro en las próximas elecciones? Si Errejón estuviera para entonces dentro se convertiría automáticamente en la opción alternativa que no se tomó y que seguramente era la conveniente, pero si está fuera será el chivo expiatorio, el traidor, siempre dicho en voz baja y círculos íntimos, que dividió a los votantes y ha sido causa del descalabro.
Claro que todo este razonamiento se basa en una pérdida importante de votantes de Podemos en las próximas elecciones, y no es la primera vez que lo anuncio. La radicalización, promulgada por el Sr. Iglesias en sus documentos aprobados, de un partido radical lleva a un mayor posicionamiento populista. Lleva a una mayor movilización en la calle, que es jugar con dos barajas, lo que no puedo ganar en el parlamento porque mis votos no son suficientes lo voy a ganar movilizando en la calle a mis partidarios, y en ese ámbito lo que importa no son los votos si no el alboroto que sea capaz de conseguir, la incomodidad ciudadana que sea capaz de promover. Pero, previsiblemente, esta actitud lleva a un alejamiento considerable de la masa de votantes moderados que son los que determinan los resultados finales de las elecciones generales. Y ya no son el partido de moda, el partido sorpresa, el partido que irrumpe con nuevas ideas, no, ya son el partido que se desgasta tras cuatro años de legislatura sin conseguir más objetivos que su fragmentación y la exhibición de sus radicalidades.
Claro que tal vez el mayor perdedor, con ser el inmediato, no ha sido el señor Errejón. Uno de los puntos importantes que han resultado de la asamblea de hoy es el alejamiento de las posiciones del PSOE. Y así anunciado, sin interpretaciones ni matices, señala otro perdedor que no participaba directamente en esa lucha.
¿Qué le va a vender ahora al Sr. Sánchez, a los militantes del PSOE? ¿Con quién va a pactar, o a qué precio, para alcanzar una mayoría que gobierne? Seguramente si yo fuera el Sr. Sánchez, que afortunadamente no lo soy, y tuviera algún apego a las siglas a las que pretendo representar, que no tengo derecho a dudar que sienta, presentaría automáticamente la renuncia a la candidatura para secretario general. Al menos lograría evitar una ruptura en mi propio partido que ahora mismo se me antoja, ya, gratuita.
Pero claro, vana ilusión, creo que ahora mismo el señor Sánchez no tiene más objetivos que la auto afirmación y vengarse de los que, él está convencido, lo traicionaron. Mal bagaje.

Lo único que lamento de toda esta historia es la más que probable desaparición del señor Errejón de la escena política. Su empeño en lograr que Podemos se convirtiera en un partido susceptible de ser interpretado como tal era digno de mejor final, aunque siempre se me antojó, dada la trama de base que conforma podemos, utópico. Siempre le quedarán las tertulias si su verdugo, amigo y oponente, no le niega hasta esa opción. Ya se sabe cómo se las gastan los jacobinos.

jueves, 9 de febrero de 2017

Ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio

Ya lo decía la copla, que en estas cosas del malquerer sienta cátedra, “ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio”
En tanto en el ala derecha de la política los tiempos son plácidos, tal vez en exceso, gracias a la llegada del Sr. Trump a la Casa Blanca, lo que le ha permitido a los líderes europeos marcar distancias y entonar, como si de una Mari Trini se trataran, el  “yo no soy esa” en una clara desvinculación de extremismos, de cesarismos y de tremendismos, el ala izquierda se debate en un problema de identidad que amenaza con no dejar títere con cabeza, ni siquiera partido referencial al que poder arrimarse para recortar el poder y el daño que gobernar sin contrincante puede permitirle hacer a la derecha en los próximos años.
El señor Trump, sus exabruptos, sus opiniones, claramente de extrema derecha, han permitido a la Sra. Merkel, al Sr. Rajoy, a todos los líderes de derechas que gobiernan hoy en países europeos, marcar diferencias con los  evidentes desatinos humanitarios que el tal señor personifica, y presentar solicitud de certificado de templanza y moderación.
Pero  ¿Cuál es la situación de la izquierda? Vamos a basarnos en España aunque no sea muy distinto en Francia, o Grecia, o Alemania.
La izquierda española, cogida en conjunto o por partes, vive hoy en  día un Halloween  que no le permite elegir más que entre susto o muerte. Si elige susto malo, si elige muerte, peor.
El PSOE, lo que queda de él y no sabemos por cuanto tiempo quedará, se debate  a día de hoy en un dilema que no se cerrará con unas elecciones primarias. Da lo mismo quien salga elegido. El enconamiento producido por su historia reciente los lleva inevitablemente a un cisma que quieren cerrar en falso a la búsqueda del árnica de victorias electorales que hoy por hoy no están a su alcance.
Pedro Sánchez personifica ahora mismo la venganza, el cobro de cuentas pasadas a sus propios líderes y, si tocara poder, posiblemente a los ciudadanos españoles. Es muy probable que obtenga un apoyo mayoritario de la militancia, pero en unas elecciones generales el PSOE del señor Sánchez buscaría como único camino el apoyo a, que no de, ni con, cualquier postura más a la izquierda o a la derecha que no sea el PP, que se ha convertido en una especie de obsesión objetivo para él. El señor Sánchez no tiene otro fin inmediato, ni otra ideología prioritaria,  que desbancar al PP, y no le importa ni con quien, ni como, ni siquiera que opinan al respecto la mayoría de los españoles. A mí, personalmente, esa postura me da miedo porque me parece que lo empuja a hacer cualquier tipo de alianza, sin importar ideología ni precio, con tal de logar su obsesión. Y las obsesiones son enfermizas. En todo caso, casi con toda seguridad, ese PSOE se convertiría en unas elecciones en un partido residual, en un partido cuya representación parlamentaria no le permitiría gobernar salvo como primo entre pares de una enloquecida amalgama de partidos y posiciones. Una locura que ningún país puede permitirse. Nada de lo que digo es diferente de lo que ya hubo, pero entonces algunos lo sospechábamos y hoy es del dominio público.
Patxi López se presta a liderar una suerte de tercera vía en la que no creen más que los mejor pensados y los que creen que ninguna de las otras dos opciones sea válida para reconstruir un partido que desde que Felipe González reuniera, en un trabajo político excepcional, a todos los socialismos patrios bajo las mismas siglas se ha ido descosiendo y perdiendo votantes y apoyos. La sistemática elección por parte de la militancia de líderes que dan la espalda a los votantes le ha ido haciendo perder su posición de fuerza en la sociedad. El problema de Patxi López no es que él no pudiera conseguir ese objetivo, que podría, es que los militantes no se lo van a permitir. Por lo de pronto ya se ha convertido en traidor para muchos de ellos y seguramente esos son de los menos predispuestos a reflexionar.
El PSOE que busca Susana Díaz es el más cercano al que lograron reunir Felipe González, Alfonso Guerra y tantos socialistas ilustres de la transición. Un PSOE capaz de presentar una alternativa unida a nivel nacional que pudiera representar al ala moderada de la izquierda y, por tanto, pudiera captar en la calle votos no militantes que le permitieran volver a tocar el gobierno. El problema para la señora Díaz es que para demostrar que puede hacerlo tiene que pasar por unas primarias en las que lo importante no son los objetivos, es la militancia ciega, en este momento, a otra cosa que no sea la competición suicida por un predominio en la izquierda más radicalizada.
No corren buenos tiempos para el PSOE. No corren buenos tiempos para Podemos.
Y no es que me las quiera dar de profeta o de adivino. Creo que en ciertos momentos, ante ciertas situaciones y actitudes adivinar lo que va  a pasar es simplemente una cuestión de lógica.
Si analizamos dos de las características principales del comportamiento radical podremos ver claramente cuáles son los problemas que van a llevar a Podemos, y a un hipotético PSOE  de Pedro Sánchez, a una fragmentación irrecuperable. La postura radical está siempre basada en un ideal incuestionable, en una sensibilidad respecto a un tema  o temas que no admite ningún tipo de compromiso y, seguramente por ello, en una necesidad de imponer y llevar adelante ese ideal de forma prioritaria y urgente. Y Podemos es una amalgama de sensibilidades radicales, muy radicales, en temas de muy diferente cariz y no todos asumibles por la sociedad española actual. Al hombre medio de la calle, al ciudadano votante, le cuesta un mundo votar una opción cuya primera necesidad es deshacerse de todo lo que ha existido. Depositar un voto para tirar por tierra, o condenar incluso, una gran parte de la historia, ciertas tradiciones e incluso las normas de convivencia y tolerancia en las que se ha educado, ha crecido y ha creído durante su vida. Renunciar a cosas de tipo íntimo y ético, a cosas de tipo social y estético, a cuestiones de tipo moral y convivencial. Por no hablar de ciertas contradicciones que algunas de estas posturas generan.
La mayoría de la sociedad española no comulga, perdón por el verbo, no comparte muchos de los planteamientos del feminismo radical e intolerante que predomina en ciertos círculos de Podemos. Una gran parte de la sociedad española, más de la mitad seguramente, no entiende, y por tanto no comparte la equiparación de los animales y las personas. No, en ningún caso tolerarían un maltrato animal, pero por la misma sensibilidad no tolerarán de palabra, obra o pensamiento un maltrato humano que marca una preeminencia de los animales sobre los hombres que marca el animalismo radical. Por no hablar de la contradicción moral y formal que supone estar en contra de la caza, de la pesca, de la ganadería y sin embargo estar a favor del aborto como práctica sin restricciones. Una parte considerable de la sociedad española acepta ya, no desde hace mucho la verdad, la homosexualidad de forma normal, pero no ciertos planteamientos de tipo radical de las asociaciones de gays y lesbianas. Y todos estos colectivos forman parte íntima de Podemos, y lastran su posibilidad de voto en unas elecciones generales. Y no olvidemos, porque no es cosa menor, que a día de hoy la inmensa mayoría de los españoles no quiere, no están dispuestos a consentir ninguna veleidad independentista, ni siquiera ninguna veleidad que huela a independentismo como pudiera ser el mal llamado derecho a decidir, que es, mientras la ley no se cambie, un derecho a decidir que leyes se acatan y cuáles no. Al ciudadano de a pie no se le reconoce ese derecho y, en justa correspondencia, él tampoco se lo reconoce a los demás.
Por resumirlo de alguna manera, si hiciéramos una radiografía superficial del sentir mayoritario de la sociedad española podríamos decir que no le gustan los toros, pero tampoco que se prohíban. Que tiene un sentido laico del día a día pero están en contra de la prohibición o ataque sistemático a la navidad, o a la semana santa. Que son igualitarios, pero no están comodos con la discriminación “positiva”. Que son tolerantes con la homosexualidad, incluso indiferentes, pero no llevan demasiado bien lo del orgullo. Que no son racistas, pero llevan mal que vengan minorías a decirnos como tiene que ser nuestra sociedad y que costumbres propias tenemos que erradicar porque ellos han llegado. Que no son insolidarios, pero se preguntan en un país carencias como el nuestro a que hay que renunciar para beneficiar a los que lleguen. Y que desgraciadamente están acostumbrados a que si se plantean públicamente estas cuestiones no reciban más respuesta, por parte de ciertos sectores, que la de ser llamados fachas, sin respuestas concretas. Y en todas estas cuestiones el radicalismo de Podemos está presente.
Y como todo partido Podemos necesita alcanzar resultados que le proporcionen puestos ejecutivos para mantenerse unida. A las pruebas me remito. Si hubieran logrado sobrepasar al PSOE en las últimas elecciones, o hubieran firmado un pacto con el PSOE del señor Sánchez en las anteriores, hoy no habría un enfrentamiento entre dos posturas, yo creo que al menos tres o incluso más, como la que se  produce entre el cesarismo de Pablo Iglesias y el cambio de modelo de partido que propugna Iñigo Errejón. Y tal como se presenta este enfrentamiento cainita no parece que vaya cerrarse sin cicatrices, o ni siquiera a cerrarse.
Así que, concluyendo, ahora mismo la izquierda española se debate entre cuatro posibilidades, como mínimo, que van desde una izquierda radical y cesarista, la de Pablo Iglesias, a una izquierda social demócrata y centrista que podrían representar Patxi López o Susana Díaz. En medio, en un limbo difícil de evaluar, se quedarían las izquierdas de Iñigo Errejón y de Pedro Sánchez, de las que no me atrevería a predecir qué futuro podrían tener ni en que rango de izquierdismo se moverían.

En fin, que tal como apuntábamos al principio de estas ya extensas palabras, ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio. Malo es el susto, pero aún peor puede ser muerte. 

jueves, 2 de febrero de 2017

Normas de tráfico, el negocio irrenunciable

Tal vez estas palabras sobran. Bastaría con decir: más de lo mismo, y estaría todo dicho. Todo dicho pero con casi todo por decir.
Más radares, más recaudación, más represión, más tirar para lo que interesa en detrimento de lo importante. Más formas de perseguir económicamente al conductor sin que importe si se mata o mata a alguien tres kilómetros más allá de que le hayan puesto una multa. Nada de prevención, nada de optimización. Nada de formación o de racionalización.
Es tan fácil como poner unos cuantos radares, disminuir de forma torticera la velocidad del tramo y cazar con unas fotos al incauto que pasaba por allí. Ya ni siquiera pararlo para obligarlo a identificarse y perder tiempo. Con un poco de suerte en el siguiente radar lo volveremos a cazar y ponerle otra multa. Eso sí, todo bien señalizado, todo bien orquestado para que parezca otra cosa.
Porque el peligro está en la velocidad. No, por mucho que algunos insistamos, el peligro no está en esos personajes conducidos al vértigo por unos vehículos que son incapaces de controlar, aferrados al volante con los nudillos blancos por la fuerza de la tensión con que lo cogen, volcados, casi tumbados, sobre él en un intento desesperado y desesperanzado de lograr ver algo más allá de los caballos que los preceden. El peligro, al parecer, no está en esos personajes incapaces de conocer cuál es la capacidad técnica del vehículo que conducen, ni de incorporarse a una vía armonizando su velocidad, ni de maniobrar con un mínimo de agilidad y dominio de los tiempos. El peligro no está en esos documentados conductores asustados por su propia impericia, incapaces de reaccionar, y a los que cualquier velocidad que supere la inadecuada suya es una temeridad de los demás. El peligro no está en esos conductores de tiovivo que ante la duda frenan en medio de una carretera o de un carril para incorporarse a otro porque no son capaces de sincronizarse con una marcha diferente o que conducen siempre por un carril central o izquierdo porque son incapaces de medir las velocidades y distancias para adelantar a otro vehículo ni siquiera en carreteras de carriles múltiples.
No, efectivamente, el peligro no está en la permisividad culpable y recaudatoria a la hora de conceder el permiso de conducir a personas con características físicas o mentales que los hacen incapaces. Es curioso que no todos sepamos jugar al fútbol, escribir poesía o saltar de un trampolín, pero al parecer toda la humanidad es capaz de desarrollar con suficiencia una actividad tan compleja y peligrosa como conducir un automóvil.
Siempre he oído decir que el transporte aéreo es mucho más seguro que por carretera. Y siempre he pensado lo mismo, si se le diera el título de piloto a las mismas personas a las que se les proporciona el carnet de conducir, y con el mismo rigor, hace tiempo que la población mundial habría disminuido, o la raza humana estaría extinta. Entre los que se mataran por impericia y a los que fueran matando en sus propios accidentes no quedaría más rastro de los hombres que el que dejaran las catástrofes producidas por todos esos pilotos, ahora conductores, incapaces.
Pero bueno, al fin y al cabo, más de lo mismo. Nada que recorte la capacidad sancionadora. De las medidas que en presente, y, sobre todo, en futuro serían necesarias. Por si acaso a alguien le pudieran interesar voy a enumerar las que a mí me perecerían realmente enfocadas a solucionar un problema grave:

  • Reparación por tramos, no por agujeros, no por centímetros cuadrados, del firme de las carreteras. Y en algunos casos nos solo del firme si no de esas bases estructurales que favorecen la creación de badenes y el cuarteamiento y deterioro de las capas asfálticas
  • Adecuación de las normas de velocidad a la verdadera limitación que debería de estar determinada por la capacidad del conductor, el tipo de vía y las características técnicas del vehículo: frenado, aceleración, relación del cambio y comportamiento en curva, en mojado, con viento. Yo tuve un SEAT Panda con el que me podía matar a partir de 60 Km/h y un FIAT Coupé con el que tenía mucha más seguridad a 180.
  • Endurecimiento de las pruebas para la obtención del permiso de conducir. Hacer un examen periódico durante los cinco primeros años para determinar la evolución de las capacidades, y establecer tipos de permisos en función de esa evolución.
  • Asociar los tipos de vehículos que puedan conducirse a las capacidades demostradas. Cuantos novatos, jóvenes o no jóvenes, vivirían aún si se limitaran los vehículos disponibles según las pericias constatables.
  • Endurecimiento de las pruebas de aptitud a partir de cierta edad y revisión del nivel de permiso.
  •  Instalación en los vehículos, asociado al arranque, de un detector de sustancias inadecuadas para la conducción. Si usted no está en condiciones de conducir no lo voy a sancionar, simplemente no va a poder conducir. Y existe.
  • Un plan de formación integral de formación vial y ciudadana donde se enseñe a los niños, desde pequeños, normas, comportamientos, y fundamentos básicos de la circulación. A la vez que se podría evaluar al futuro conductor antes incluso de que pensara en serlo. Psicología, capacidades físicas, capacidades técnicas y espaciales.
  • Revisión de toda la señalización y eliminación de aquella que no tenga otro objeto que el de aumentar la recaudación o facilitar labores coercitivas.
  • Eliminar con regularidad y rigor obstáculos visuales que entorpecen la conducción en vías secundarias: carteles, señales, árboles…

Por supuesto estas medidas reducirían considerablemente la recaudación porque su fin no es sancionar, si no facilitar y salvar. Es comprensible que todo lo que se pueda captar con cámaras y se pueda imprimir en un papel es más sencillo, rentable y cómodo. Y al fin y al cabo cuando no podamos pagar más multas por que el dinero no nos llegue para vivir iremos más despacio, no habrá casi muertos, pero seremos los mismos incapaces, incívicos y reprimidos conductores que solo actuarán por el palo, sin entender ni asumir el  porqué de nuestros moratones, suponiendo que haya otro porqué diferente del dinero mismo.
¿Y este que escribe esto quien es para decir estas cosas? Un ciudadano que aprendió a conducir cuando tenía ocho años, que frecuentaba en verano los parques infantiles que la DGT montaba en los colegios y ayudaba a probar los karts. Un niño, entonces, hace ya tanto, que coleccionaba, y aún guarda, la colección de cromos de la DGT con las señales y las normas de circulación y que se los empapaba. Alguien que al cumplir los dieciocho años obtuvo su permiso de conducir sin necesidad de pisar una autoescuela porque ya llevaba años sabiendo conducir y conociendo las normas. Un apasionado de los coches que lleva más de dos millones de kilómetros recorridos, y solo ha tenido un accidente conduciendo. Accidente que asume que fue por su culpa y nada más que por su culpa.
Yo me pregunto muchas veces si estos sesudos de la represión, del palo y tente tieso, han conducido realmente alguna vez. Si alguna vez han prescindido del coche oficial con chófer y han vivido el día a día de las carreteras, ese que viven los comerciales, los camioneros, los conductores de autobús, todos los que tiene que desplazarse por carretera por mor de su trabajo. Esos que comprueban como hay dos sensaciones diferentes en la carretera: la de los días de diario y carretera abierta, plácida y relajada y la sensación crispada de peligro permanente que les invade, que nos invade, en periodos vacacionales, fines de semana o proximidades de ciudades.

Definitivamente, una vez más, sobran estas palabras. Lo peligroso no es la velocidad inadecuada, por exceso, por defecto, por aburrimiento que luego llamarán distracción, lo realmente peligroso, lo único, es el exceso de velocidad, signifique ese concepto de exceso de velocidad lo que signifique. Y la única forma de meter a los conductores, a los ciudadanos, en vereda es la coacción, la sanción, la persecución. Si es que somos como niños.