Que
conste que esta reflexión que comparto con vosotros ha nacido a la luz, a la
retroiluminación, de un pantalla de televisión por lo que es ya de por si, de
facto, sospechosa de ser basura.
Se
nos ha educado en el pensamiento del “altius,citius, fortius”, en la cultura de
que el mejor es el que consigue el éxito, y no dudo que en el mundo clásico esto
haya sido básicamente cierto, pero hoy por hoy el éxito no ser el mejor si no
el más hábil de los mediocres.
Basta
con sintonizar ciertos programas televisivos para comprobar que el éxito está
en pertenecer al grupo de mediocres cuya única habilidad conocida es destrozar a cualquiera que haya tenido la
desfachatez de despuntar en alguna actividad humana, si, incluso en ser el mayor
gilipollas del mundo mundial (atlius
gilipollae). No importa si está muerto, si tiene hijos que tengan que afrontar
la vergüenza o ni siquiera si es cierto lo que se cuenta. La picadora de
mediocres debe de funcionar para mayor regocijo de parias del mundo que se
recrean en la carnaza ajena.
Es
posible que las víctimas tampoco sean inocentes, bueno, de hecho tampoco lo
son, ni los consumidores tampoco, pero eso es harina de otro costal.
Y ahora que lo pienso, montar un partido político, dirigir una empresa pública, o medrar en general. Mamá, ¿Por qué nadie de habló de la facultad de mediocridad evolutiva? En esa carrera
no hay crisis, y si la hubiera bastaría con ser el más mediocre de los
mediocres. No no puede ser porque si es el más ya no es el… Uy¡¡, si que es
complejo el mundo de la mediocridad.