domingo, 31 de mayo de 2020

Una mínima renta


Hay momentos en los que las palabras parecen un estorbo a la hora de escribir sobre ciertas cuestiones, sobre todo éticas y morales, sobre todo sociales. Distinguir entre lo que se dice y lo que se pretende es una aventura en la que los principales escollos son identificar la lógica del dicente y encontrar el sentido último al contrasentido que se expresa.
Antes de la radicalización de las ideologías, y de su desfachatez en el uso de ese bien común que es el lenguaje, para no decir nada, o para decir lo contrario de lo que parecen decir, o para desdecirse reafirmando, podíamos estar de acuerdo con el poeta y proclamar que nos quedaba la palabra.
Hoy ya no, hoy no nos queda ni siquiera la palabra, hoy no nos queda ni siquiera, empiezo a creer, la capacidad de un pensamiento independiente que pueda transmitirse con palabras.
La confrontación ideológica a la que estamos sometidos los ciudadanos no alineados, o, como despectivamente dicen los forofos, equidistantes, no nos permite expresar con palabras mesuradas y razonables, la opinión que todos ellos nos merecen. Bueno, sí, siempre y cuando esperes la correspondiente descalificación, sin argumentos, ni empacho en la respuesta, que nunca argumento en contrario.
Estos días, en los que la pandemia parece retroceder, en los que el mejor augurio es que el Covid parece estar mutando y perdiendo virulencia, como ya le pasó a algunos de sus hermanos coronavirus, y que los números bajan para satisfacción general, incluso de los políticos, estos nos han dispuesto un nuevo tema de falsa confrontación para seguir justificando su sueldo, y para mantenernos inmersos en una lucha que impida que nos unamos para pedir las cuentas que nos están siendo escamoteadas.
El ingreso mínimo vital, o renta básica. ¿Es justo? a mí me lo parece. ¿Es necesario? Estoy convencido. ¿Es el momento? Para algo justo y necesario siempre es el momento. ¿Está bien hecho? No, rotundamente no. ¿Se cuenta la verdad sobre su filias y sobre su fobias? No, ninguno, todos mienten, lo saben y nosotros también deberíamos de saberlo.
El primer argumento en contra de la derecha, es su inducción al profesionalismo de la subvención, y esa fobia está justificada, pero ni es la primera subvención que existe, ni su negación va a mejorar la situación. ¿Es justo vivir del esfuerzo ajeno? No. ¿Es suficiente la renta marcada para vivir de ella? En unos sitios sí y en otros no, lo cual ya establece la primera de mis discrepancias con el tema. ¿Crea problemas añadidos? Si, aunque nadie parece comentarlo. Favorece la economía sumergida ya que al no poder vivir con la cantidad asignada siempre se buscarán pequeñas tareas de tal índole que no habrá opción a declararlas. ¿Habría otros sistemas y métodos para alcanzar lo mismo? Si, y más justos, pero evitarían que los subvencionados se conviertan en rehenes de voto de quienes han instaurado el sistema.
Hay ciertas consideraciones que nadie se ha hecho, al parecer, y que deberían de estar en el argumentario de los no forofos:
-¿Es lógico detraer recursos económicos para personas en edad y capacidad laboral, cuando hay otros segmentos de población en necesidad? Podemos recordar, en respuesta a esta cuestión, que las pensiones oscilan entre lo miserable y lo insuficiente para la inmensa mayoría de los jubilados españoles, y este aumento del gasto no parece que vaya a favorecer sus expectativas de una mejora imprescindible. Tampoco la dependencia está dotada suficientemente, y tampoco parece que eso haya preocupado excesivamente al disponer de los recursos de las arcas del estado. ¿Estos argumentos invalidan la justicia y necesidad, en casos puntuales y controlados, de la prestación? Definitivamente no, pero como en toda economía, sea familiar o estatal, no se pueden acometer todos los gastos a la vez si no están asegurados los recursos suficientes
-¿Su dotación se logrará a través de un impuesto a los ricos? Esto es como decir que se le va a pedir a los Reyes Magos. Es una falacia populista sin más contenido que buscar el aplauso fácil y el paseíllo torero en el hemiciclo. Una boutade para incondicionales y forofos. Primero habría que identificar quienes son los ricos, porque seguramente usted, que nunca ha podido considerarse tal, y hay meses que acaba malamente, estará, para ciertos personajes e ideologías, en el punto de mira. Hablan de un patrimonio de un millón de euros, cantidad que le parecerá inalcanzable a algún habitante de la España vacía o de alguna aldea gallega, pero que para un habitante de las grandes urbes es el precio de una vivienda medio alta que está pagando al banco hasta el día de su muerte. Porque el patrimonio nominal, como bien sabe cualquiera que viva en el mundo real, no garantiza la calidad de vida, que seguramente es mayor en lugares pequeños y patrimonios menores, que en los grandes núcleos urbanos de vida cara y difícil. O sea, otra falacia activista. Y lo que no explica el populista de turno es que en un sistema de libre circulación de capitales, y en un país sin tejido industrial propio, el capital desaparece con la misma facilidad que la factoría de Nissan, o aún mayor, por no comentar que la presión fiscal sobre las empresas está focalizada sobre la pequeña y mediana empresa, o sea los de siempre, y que si cambias eso sin una planificación adecuada, sin un diálogo inteligente y sin un acuerdo consensuado, lo único que vas a lograr es la miseria social que supone la huida de todo ese trabajo a lugares más benignos fiscalmente hablando.
-También cabría preguntarse, si hay un salario mínimo recién revisado, y por tanto todos los que trabajan cobran lo justo según la ley, ¿por qué esa renta mínima se puede usar, se va a usar, como un complemento salarial? ¿Por qué la renta es válida incluso para personas con trabajo? Lo lógico sería mejorar el sistema contractual, las condiciones laborales, evitando los trabajos que no permitan una vida digna al trabajador, y hacer incompatibles ambos conceptos, o, con la picaresca habitual, nos podremos encontrar con familias que sin apenas trabajar logren unos ingresos superiores a los de otras que trabajen regularmente. Y eso si es un problema que acaba generando descontento y agravios por falta de justicia social hacia los que trabajan y no piden, o no logran, esas subvenciones.
-¿Por qué la cantidad elegida es esa y no otra? Aquí el cinismo me puede. Porque es bueno para las corrientes que se dicen sociales que la cantidad permita crear un clientelismo sin facilitar que esa ayuda dé acceso a variar el estatus de los que la reciben, lo que rebajaría el número de votantes cautivos. Estoy seguro de que este argumento ni figura en ningún documento, ni ningún político la va a reconocer, pero ahí está, “e si non e vero, e ben trovato”.
Hay muchas más consideraciones a favor y en contra, lo que demuestra hasta qué punto esta iniciativa es más un movimiento político que social, más una afrenta ideológica, tal como se ha concebido, que un progreso social, que también existe. Más una luz de navajas ideológicas que una preocupación real por la población.
Pero la extensión del artículo no da para ser riguroso. Poco más de dos páginas no nos llevan a otra cosa que a rascar la superficie y dejar algún arañazo en el que las mentes realmente independientes puedan profundizar. Y eso ya sería un logro.
Como bien intentaba explicar al principio, es lamentable tener que abrir las costuras de algo que se considera justo y necesario, pero lo justo y necesario no lo es tanto cuando se logra mediante la mentira y la crispación. Antes de que nadie me insulte, o precisamente para lograrlo, la crispación artificial de ambos bandos, que, para mí, no son otra cosa que las dos caras del mismo, la derecha, y la antiderecha.  Las dos caras de un capitalismo absoluto que busca hacerse la competencia a si mismo para justificarse.


viernes, 22 de mayo de 2020

Las miserias humanas (X): Los forofos


A veces, sobre todo si son términos de uso popular, me gusta asomarme al DRAE y comprobar hasta qué punto su cotidiana utilización lo haya podido ir separando de su significado original, el continuado  desgaste y esa entre ambigüedad y retorcimiento al que determinados estamentos públicos, y publicados, han decidido que tienen derecho para variar, vaciar y metamorfosear las palabras. Determinadas palabras.
No es el caso de esta, no es el caso de forofos. El significado se muestra íntegro y, en todo caso, admito que tal vez necesite alguna actualización. Bueno, para que andarnos con zarandajas, necesita imperativamente una actualización, una ampliación.
Dice el DRAE respecto a forofo:
1.            Persona a la que le gusta mucho una actividad determinada o la practica con pasión.
2.            Persona que anima con pasión y entusiasmo a su equipo o deportista favorito.
Exacto, pero corto. No habla nada de muchas de las características del forofo, de esa personalidad transformada cuando le tocan lo suyo que roza la irracionalidad, y cuando digo que la roza me refiero a su incapacidad de abandonarla.
El forofo, para empezar, divide el mundo en dos, los suyos y los otros, y esa frontera es tan irreductible, tan impermeable, que cualquiera que no comparte su espacio es automáticamente uno de los otros, y esos otros son todos iguales porque son distintos a él. El forofo tiene un alto sentido gremial, he estado a punto de decir cabañil, pero gremial es más riguroso, y repite cánticos, consignas y chascarrillos, cuanto más hirientes con los ajenos más ruidosamente celebrados por la manada, he estado a punto de decir rebaño, pero manada es más riguroso.  Su entrega a la causa es tal que ignora la autocrítica, o dice ignorarla en defensa propia, y es capaz en su seguidismo de sostener una cosa y la contraria, según el interés de su aplicación, sin percibir ninguna contradicción en ello. Cualquier posibilidad de culpa, de percepción de contradicción, de atisbo de impropiedad, es inmediatamente volcada sobre los otros. Los otros siempre son los culpables por acción o por omisión y su culpa justifica cualquier posibilidad de la porpia.
Claro, efectivamente, estoy hablando de política ideológica, de esa carencia que comentaba en el DRAE, estoy hablando de una situación demencial en la que un tercio de los ciudadanos de  este país busca desesperadamente, sin rubor, sin disimulo, la anulación intelectual de los otros dos tercios. De momento anulación intelectual. Alguien se ha inventado el bonito cuento de la izquierda y la derecha para justificarlo todo, y lo ha vendido de tal forma que el tercio de los que se dicen de derechas considera que los otros dos tercios son de izquierdas, y el tercio de los que se autoproclaman de izquierdas consideran a todos los demás de derechas. Implacablemente, sin concesiones a la humanidad, a la racionalidad o a una invocada, al tiempo que indeseada, fraternidad.
Hemos llegado a una sociedad donde lo importante no es lo que se piense, ni siquiera lo que se haga o lo que se diga, lo importante es aquello en lo que no se coincide con alguno de los círculos impenetrables  que se han descrito, lo que coloca automáticamente a cualquier crítico entre los otros, los de fuera del círculo, los enemigos. Es decir, no importa el pensamiento, si no el grado de coincidencia con los pensamientos ajenos que, de forma inmediata, califican y etiquetan. Tampoco es importante un posicionamiento global, si no que el juicio se produce permanentemente, por cada  manifestación realizada. Y es tan así, que en una misma conversación el discrepante puede ser etiquetado como de unos, a continuación como de otros, o, en el colmo del disparate, como del bando contrario por ambos bandos en una misma frase o idea.
Solo en un entorno como el que se describe se puede concebir una de las mayores infamias contra el sentido, y el sentir, democrático. Una infamia como la que se produjo ayer en el parlamento español. Solo desde la perspectiva de no tener que dar cuantas de mentiras, engaños y falacias, en la seguridad de que los forofos asociados justificarán cualquier acción realizada que llame a cerrar filas frente al enemigo exterior, puede un gobierno perpetrar tal cúmulo de felonías sin miedo a consecuencias.
Que en una misma votación se engañe sin rubor a varios de los que te apoyan y a los propios socios de gobierno es de tal desfachatez, de tal soberbia, de tal desprecio hacia lo que es un mínimo sentido democrático, que solo en un mundo de forofos, en un mundo en el que los valores han perdido todo poso en favor de una concepción excluyente y frentista, en un mundo en el que una parte se considera con tal superioridad que busca la anulación del resto, puede asumirse una situación como la dada sin que se produzca una dimisión inmediata de los responsables, un clamor popular y la exigencia de la asunción de responsabilidades.
¿Qué es lo que va a suceder? Nada. En un mundo de forofos todo está permitido, incluso el trilerismo político, basta con mencionar a los otros, y a su maldad intrínseca, para que cualquier desmán de los propios esté sobradamente justificado, es más, sea celebrado como una muestra de lo que hay que hacer para apartar a los que no estén de acuerdo, para tamizar una sociedad y que solo queden los buenos, por supuesto los propios.
Es proverbial la capacidad de auto justificación que poseemos los humanos, pero es apenas un breve apunte sobre la dimensión de esa capacidad en el mundo de los forofos, en un mundo de absolutos irracionales, verdades  inamovibles y axiomas inatacables. Un mundo enfermizamente dividido, interesadamente fraccionado, patética y artificialmente enfrentado, entre fascistas de bigotillo y gafas de sol y comunistas de zamarra Mao y visera con estrella roja. Un mundo plano y sometido, incapaz de sobreponerse a unos intereses en los que los forofos no pasan de instrumento desechable, de fuerza de choque conseguida por una leva ideológica.
Y que dios, que nada tiene que ver con esta historia salvo para usar su nombre a favor o en contra, nos pille confesados.

sábado, 16 de mayo de 2020

Las miserias humanas (VIII): Tendencias médicas


Ya antes de la pandemia existía un profundo debate entre médicos a propósito de cómo enfrentarse a la enfermedad, a cualquier enfermedad. Frente a la medicina clásica, la que trata la enfermedad en curso, la evolución de los conocimientos médicos puso en marcha la medicina preventiva. Esa medicina, más bien esas prácticas médicas, que permitía anticiparse al riesgo cierto de sufrir determinadas enfermedades antes de que estas pudieran desarrollarse. Los mayores emblemas de esta medicina podrían ser las vacunas y la creación de ciertos hábitos alimentarios en base a evitar dolencias futuras.
Pero aunque la medicina preventiva tiene sus detractores, sus polémicas abiertas en cuanto a que ha generado conductas de tipo moral, una parte de la medicina ha dado una vuelta de tuerca más con la medicina anticipativa, medicina que algunos no dudan en asociar a unas motivaciones económicas. La medicina anticipativa es aquella que intenta anticipar, mediante tratamientos, enfermedades que seguramente nunca se desarrollarían. Tratamientos que en muchos casos generan o favorecen, con sus efectos secundarios, dolencias producidas por la reacción al tratamiento de la enfermedad anticipativamente tratada.
Existe, incluso, un movimiento médico contra esta forma de practicar la medicina y sus consecuencias, representado por una frase: “Primum non nocere”, primero no hacer daño. Antes de intentar sanar, no perjudicar.
Yo tengo la sensación de que en la forma de afrontar la pandemia ha habido algo de estas tres corrientes médicas, algo de tradicional, algo de preventivo y mucho de anticipativo.
Sin duda se ha practicado la medicina clásica mediante el trabajo inabarcable de los sanitarios en lucha diaria con los infectados que desarrollaban la enfermedad. Su combate, sin los medios adecuados, sin los medios prometidos, sin los medios que día a día se decía a la población que iban a llegar y nunca llegaban, ha sido, seguramente, una de las más grandes gestas médicas de la historia.
Pero también se ha practicado la medicina preventiva, la distancia social, la higiene personal y la renuncia a ejercer derechos individuales consolidados en favor de una expansión más lenta, son sin duda medidas características de una aplicación preventiva de los conocimientos médicos.
Pero, para mí, la reclusión total que hemos sufrido en España, es más propia de una medicina anticipativa, que de una medicina preventiva. Lo es en su forma de enfocarse y lo es en el resultado al que nos enfrentamos tras varias semanas de aislamiento anticipativo.
Hemos encerrado a todos, los que estaban infectados y los que no, los que desarrollaban la enfermedad y los asintomáticos, todos conjuntamente separados sin saber ni cuál era su  situación respecto al contagio, ni cuales iban a ser las consecuencias de ese enclaustramiento.  Las consecuencias médicas, porque las sociales, las económicas y las anímicas estaban bastante claras desde el principio.
El problema es que da la impresión de que el grupo INCOGNITO, ese de asesores secretos del gobierno, no sabe cómo acabar con esta situación y asumir que estamos prácticamente en la casilla de salida. Como explicarle a la población, a los ciudadanos, que el tiempo pasado en confinamiento solo ha servido para retrasar el inevitable choque con la enfermedad, que tiene que producirse antes o después para que la inmunidad colectiva empiece a desarrollarse. Es verdad que no es tiempo perdido, que es tiempo que ha servido para mejorar las infraestructuras, para fortalecer los equipamientos, pero es que esa era una obligación de los administradores anterior a esta enfermedad, a enfermedades pasadas y a las futuras enfermedades que ya nos acechan.
Porque con el 5% de infectados, estamos donde estábamos hace casi tres meses, pero con algo más de músculo sanitario. Nos quedan por delante momentos muy duros, ojalá me equivoque, pero como no nos acaban de contar las cosas como son, como siguen tratándonos como a incapaces e incompetentes (piensa el ladrón que todos son de su condición), nos han dejado con el miedo metido en el cuerpo y sin la información imprescindible para poder administrarlo. Nos toca convivir con el bicho en un ejercicio imprescindible de exquisitez social, y seguir encerrados no es una opción viable. Tendremos que ser tacaños con nuestros afectos y ocios, pero no vivir de espaldas a ellos. Y todo eso nos lo tendrían que contar asumiendo la responsabilidad que por su gestión les corresponde, pero no lo verán nuestros ojos.

Hemos empezado esta reintegración paulatina a nuestra vida cotidiana demonizando a todo aquel que atente contra nuestro miedo, a los que no respeten las reglas que creemos que nos dan seguridad. Entiendo y comparto la preocupación y el rechazo hacia cualquier persona que aumente con su actitud el riesgo de contagio. El miedo es libre, y como manifestación de tal supongo las actitudes intransigentes de unos e inconscientes de otros, pero la educación es una carencia que tampoco podemos permitirnos porque esa educación es la que nos lleva a actitudes tan nocivas como el virus. El confinamiento ha sido excesivo porque, en contra de países como Suecia, Alemania, Portugal... que han hecho un confinamiento más permeable, ha impedido que montemos una base para una inmunidad de rebaño (término técnico), que hoy por hoy sería la única defensa accesible. Esta falta de inmunidad colectiva nos pone en riesgo de sufrir rebrotes de tanta intensidad como este primer brote, pero el miedo no nos puede dejar encerrados hasta dentro de meses, o años (recuerdo que aún no existe una vacuna real contra el VIH). Los dos grandes peligros a los que nos enfrentamos a día de hoy son el virus y su utilización política, esa si que es una pandemia, y los insultos pertenecen más a la segunda que al primero. NI la derecha, ni la izquierda, ni ninguna ideología tienen en sus manos la solución a la enfermedad, pero sí, y la usan, la capacidad de enfrentar a la mitad de la población con la otra mitad.
Posiblemente el detonante de tanta decisión tomada tarde, o mal, o tarde y mal, ha sido el encontrarnos con un sistema sanitario real, deficitario en medios e infraestructuras, frente a un sistema sanitario idealizado por su compromiso, el de los profesionales, por su preparación, la de los profesionales, y por su sentido universalista, hasta más allá de lo razonable para igualar recursos y prestaciones.
Ahora unos políticos dirán que la culpa es de los otros, y los otros dirán que la culpa es de los unos. Yo diré, como dice el dicho: “entre todos la mataron y ella sola se murió”. La situación de nuestro envidiado, y en tiempos envidiable, sistema sanitario, del que solo rescato al personal, no es un problema de responsables, si no de irresponsables. No es un problema estético-ideológico, es un problema de presupuestos e interés. Es un problema de lenguaje y de mediocres designados para su gestión.
Saldremos de esta, no nos queda más remedio, pero nuestro gran fracaso será que saldremos manteniendo a una clase política, mediocre, ineficaz y mentirosa. Así, sin medias tintas y sin salvar a ninguno.

sábado, 9 de mayo de 2020

Las miserias humanas (IX): el futuro


Es un dicho lleno de sabiduría ese que sostiene que a veces el árbol no deja ver el bosque. Me temo que una de nuestras mayores miserias en esta crisis, que solo podremos observar pasado el tiempo, es que de tanto atisbar para ver cómo será el futuro se nos ha pasado reflexionar sobre el futuro que, a nuestras espaldas, nos están construyendo.
Habrá a quién le guste la perspectiva, a quién le guste el modelo, quién se sienta beneficiario de ese proyecto y lo aplauda, pero me temo que la mayoría trabaja a favor de esa nueva normalidad sin pararse a pensar en que está ayudando a un sistema absolutamente contrario a sus valores.
Hemos pasado por este confinamiento tan enfrascados en darle la razón hasta la irracionalidad a unos y denigrar hasta el insulto a otros, que, como ya viene siendo habitual, no hemos tenido tiempo de pararnos, reflexionar y tirar un tentáculo de inteligencia proyectado hacia las consecuencias que el hoy real va a tener en el mañana planificado.
Hay quién, seguramente con mucha razón, ha llegado a hablar de cambio de paradigma. Hay quién se erige en defensor de la sanidad, otros de la economía, otros de la gestión, y todos, todos hablamos desde el miedo, desde un terror a causa del que pagamos nuestra supuesta seguridad en derechos, en libertades, llegando a exigir que el precio sea aún mayor para sentirnos a salvo.
Hablamos por boca de organismos incontrolables, nacionales, internacionales,, sospechosos muchas veces en sus actuaciones, pero olvidamos todo recato en aplaudirles si lo que declaran apoya lo que aquellos que consideramos los nuestros dicen. Sin reparar en el precio, sin reparar en la enormidad de la pérdida, sin reparar en que ayer decían lo contrario y también les aplaudíamos. Sin reparar en que hay otros tantos, igual de sospechosos, igual de inconsistentes, que dicen lo contrario.
Nuestro futuro, apuntado por nuestro presente, apuntalado por nuestro pánico, es un futuro entregado a las grandes corporaciones, a las farmacéuticas que nos curen, a las químicas que nos alimenten, a las energéticas que nos proporcionen confort y a las tecnológicas que nos construyan un mundo mejor.
¿Mejor para quién?
¿Quién, habiendo renunciado a sus derechos, habiendo pagado con sus derechos, confort, salud, alimento  y control, podrá tener acceso a reclamar equidad, justicia, libertad?
¿Quién, llegado el momento de necesitar un tratamiento pionero, inaccesible salvo para unos pocos, podrá reclamar la equidad que ahora está entregando por miedo?
¿Quién, llegado el momento de escasez de alimentos sanos y naturales, podrá reclamar la libertad de elegir un productor ya inexistente, o tan selecto que solo cierto privilegiados podrán alcanzar?
¿Quién ante la escasez, real o inducida, de tierras libres, de agua, de aire o de energía, y su acaparación por quienes pueden, se atreverá a solicitar la justicia a la que ha renunciado encerrado en su minúsculo pánico?
Un mundo mejor donde todo sea posible, pero solo para quién pueda pagarlo, para quienes en los tiempos de miedo ciego han aprovechado para constituirse en propietarios únicos de lo que es de todos.
Hay tantas distopías, tanta literatura que intenta, que ha intentado, avisarnos sobre los perversos caminos que el poder real utiliza para perpetuarse, que no podemos alegar que nadie nos había avisado.
Pero el miedo manda. No un miedo natural y constructivo. No un miedo que nos obligue a la precaución. No, un terror pánico que nos hace refugiarnos en lo más profundo de nosotros mismos, de nuestra comunidad, de nuestro pueblo, de nuestra casa, de nuestra piel, y que hace peligroso todo lo que intente acercarse a nuestra zona de ensimismamiento, de ceguera histérica y egoísta, histéricamente egoísta.
Parece ser, es, que hemos cambiado economía y salud por tiempo. Que solo hemos ganado tiempo dejándonos en el empeño una parte irrecuperable de nuestra vida. El tiempo, no ese que hemos ganado, si no ese que no nos permite ver nuestro miedo actual, nos pondrá en nuestro sitio, aunque entonces ya será tarde para demandar lo que hayamos cobardemente regalado.