martes, 31 de diciembre de 2019

La sutileza del verbo


La riqueza del castellano es tal que, pese a quien pese, y a los políticos les pesa mucho, permite la explicación de una situación con la simple adicción de un prefijo a un verbo.  Tal vez por eso existe ese acoso feroz a nuestro idioma, ese manejo que lo destripa y priva de cualquier valor, llenándolo de frases huecas, de giros sin sentido, de construcciones que ni significan ni clarifican.
Pero es tal la sutileza del lenguaje, tal su precisión cuando se maneja correctamente que cualquier escritor avisado puede describir una situación de actualidad sin tener que aportar ni una sola palabra de su cosecha, sin tener que emitir una sola opinión. Cualquier lector medianamente avisado la podrá recibir con total claridad.
Una suerte de deshidratación de la noticia. La mente del informador aporta escuetamente las  palabras clave que el lector rehidrata con su propia inteligencia y sus propias vivencias.
Me van a permitir que yo haga ahora un ejercicio práctico de la sutileza del verbo aportando solo una frase que suena similar y la definición que la RAE hace de las palabras clave.

CEDER
verbo transitivo
1.
Dejar o dar voluntariamente a otro el disfrute de una cosa, acción o derecho.
"cedió el castillo a una institución benéfica; cedió su turno a una anciana que iba detrás de él"
2.
Perder posiciones ventajosas.
"estas empresas en crisis ceden su liderazgo en el mercado; Indurain cedió tiempo ante Lemond y Chiappucci en una etapa muy dura"
Sinónimos y antónimos:
abandonar - abandonarse - abnegarse - acceder - adjudicar - adjudicarse - adquirir - adueñarse - aflojar - aflojarse - alienar - alienarse - alquilar - amainar - amollar - apoderar - apoderarse - apropiar - apropiarse - arreciar - arrostrar - avenirse - capitular - cejar - cesar - ciar - claudicar - conferir - recibir - dar - darse - dejar - dejarse - desistir - desmayar - desmayarse - dispensar - doblegar - doblegarse - donar - dotar - dulcificar - empeñar - empeñarse - emperrarse - enajenar - enajenarse - encarnizarse - endosar – enseñorearse”

CONCEDER”
verbo transitivo
1.
Dar [una autoridad o una persona con capacidad para hacerlo] una cosa a alguien que la pide o desea.
"algunas organizaciones privadas conceden becas de estudios; la coordinadora exige que el gobierno conceda al dictador la extradición; los municipios conceden el derecho de explotación de un terreno por un máximo de 45 o 50 años"
2.
Atribuir una cualidad o una condición a una persona o una cosa.
Sinónimos y antónimos:
acceder - adjudicar - adjudicarse - administrar - admitir - agraciar - asignar - atribuir - atribuirse - autorizar - beneficiar - beneficiarse - capacitar - ceder - conferir - consentir - dar - darse - demandar - deparar - dispensar - donar - dotar - entregar - entregarse - exigir - habilitar - investir - otorgar - patentar - permitir - prestar - prestarse - prodigar - prodigarse - proporcionar - proporcionarse - prorrogar - regalar - regalarse - rogar – transigir”


Noticia 1.
Pedro Sánchez accede a la presidencia del gobierno tras conceder reivindicaciones a los partidos separatistas

Noticia 2.
Pedro Sánchez accede a la presidencia del gobierno tras ceder a las reivindicaciones de los partidos separatistas.

Que parecen lo mismo, pero no lo son. Si alguien tiene dudas de cuál, o cuala, es la noticia que considera más acorde con la realidad, basta con sustituir el verbo por alguno de sus sinónimos. Puede ser aún más esclarecedor. Yo ahí lo dejo.

¡Hala¡ Feliz entrada y salida de año, que nos va a hacer falta llevar algo de disfrute en el cuerpo.

domingo, 22 de diciembre de 2019

El rompehielos


Yo no sé si tendré razón o no, ni siquiera sé si mis razones son razonables o no, pero ya estoy preparando la muda para ir a votar en el mes de marzo. Porque sobre a quién votar o no votar no albergo duda alguna. No voy a votar a nadie que haya faltado a la verdad, ni tan siquiera una vez, a nadie que haya cambiado de criterio en cuestiones fundamentales, a nadie cuyo programa me resulte extremista o populista. Si, exactamente, lo ha adivinado usted, voy a votar al rosario de la aurora.
El escenario actual mueve a elecciones, a nada que la cordura impere, a nada que la lógica se aplique mínimamente, a nada que los intereses de la nación se pongan por encima de los ideológicos o personales, a nada que se pretenda hacer política de estado.
Los actores del sainete no tienen otra credibilidad, a nivel de la calle, que la de los forofos militantes de sus partidos; no tienen más argumentos que sus palabras sin trasfondo ni sustancia; no tienen otro escenario posible que una huida hacia delante de consecuencias impredecibles en la cuantía, pero evidentes en la sustancia catastrófica.
Como los magos malos, a los que el atrezo les queda a la vista y tiene que evitar que el público repare en ello, los partidos protagonistas de la bufonada hablan y no paran de un pacto de investidura. ¿Y después qué? Porque se supone que la necesidad del país es un gobierno estable durante cuatro años. ¿Más concesiones cada vez que haya que sacar unos presupuestos? ¿Más negociaciones a la baja cada vez que haya que aprobar una ley? ¿Hasta dónde? ¿Hasta cuándo?
Decía Mújica, el ex presidente uruguayo, recientemente, que a él no le apetecía hablar en las agrupaciones locales de su partido porque ahí estaban los que le iban a aplaudir dijera lo que dijera, y a él lo que le interesaba era convencer a los que pensaban diferente. Tal vez esto marca la diferencia entre un político de altura y un proyecto de líder que necesita de los baños de masas para creer en sí mismo.
Tal vez lo más preocupante, dentro de lo muy preocupante de la situación, sea la última imagen que ha dejado ERC ofreciéndose como rompehielos del bloqueo institucional que el mismo PSOE ha propiciado. Lo sugerente de la imagen de un rompehielos destrozando todo lo que encuentra por delante con el único objetivo de seguir su camino y sin reparar, o sin querer reparar, en el caos que deja detrás puede ser reveladora. Podría ser una buena imagen de lo que nos espera si finalmente se llega a un acuerdo con una fuerza política cuyo principal objetivo, declarado y confirmado, es romper el país para el que dice prestarse a  desbloquear una situación que le favorece.
Pero analicemos uno a uno a los actores de la bufonada, porque cada uno tiene su interés y sus ansias, que nada tienen que ver con las necesidades de los habitantes de este país, ni con las ideologías que se invocan, cual muleta o engaño, para justificar lo injustificable.
Viene el PSOE de unas elecciones en las que ha perdido apoyo y ha medido mal los tiempos y las consecuencias. Se vio heredero del desastre de Ciudadanos y se ha encontrado con que casi todos los votantes de centro se le han ido al PP e incluso más a la derecha como rechazo a su falta de credibilidad, a su ausencia de compromiso con unas ideas concretas, a su petulancia, la de su líder y fans adyacentes, y su permanente invocación de las culpas ajenas ante las consecuencias de sus propias decisiones y actos. Y en esta situación no hay nada mejor que compartir la isla con otro náufrago y buscar cobijo mutuo. Pedro Sánchez necesita, personalmente, egoístamente, históricamente, llegar a ser presidente electo, presidente por mor de unas elecciones. Considera que se lo deben el país y la historia y que tiene derecho a hacer cualquier cosa que esté en su mano para reivindicar ese derecho, por las buenas o por las malas, por lo civil o por lo criminal. El problema son las consecuencias que su soberbia y su irresponsabilidad pueden suponer para el futuro del país y sus habitantes en los capítulos económico, fiscal, territorial y laboral. Una tremenda hipoteca que tal vez ya no estemos en situación de poder pagar. Pero no le quedaba otra, no tenía más vía que pactar con PODEMOS y echarse en manos de los independentistas para poder sacarlo adelante. Ni se ha planteado otro escenario. No le valdría otro escenario si quiere ser el protagonista de la historia, por eso ni llamó, ni escuchó, ni tuvo en ningún momento en cuenta a otras fuerzas constitucionalistas.  Solo falta ver cual de los dos escenarios posibles van a ver nuestros ojos: ceder y forzar la ley, o irnos a marzo.
PODEMOS, en plena decadencia, bajando sus resultados, sus apoyos, elecciones tras elecciones, y con una crisis interna solo encubierta por un líder que ralla lo mesiánico, ha jugado a la lotería y le ha tocado. Su perfil decididamente populista no repara en leyes, ni en cuál es su fuerza real en la sociedad, ni reconoce ninguna traba de tipo constitucional que no esté dispuesto a retorcer, o incluso a incumplir, a cambio de esta visita inesperada de la fortuna que le supone tocar poder antes de caer definitivamente en el abismo de la irrelevancia, que le espera antes o después a todas las formaciones radicales y/o populistas. Por su parte barra libre de concesiones a los independentistas porque paga la mayoría del pueblo español que, como bien saben casi todos sus militantes, es facha, o lo parece.
ERC es el gran triunfador de la feria. Pase lo que pase gana. Gana si hay acuerdo, gana si no hay acuerdo y gana mientras se decide si lo hay o no lo hay. Mientras se negocia gana porque cualquier concesión que haga el PSOE, se vista como se vista, incluso de no concesión,  es una victoria suya. Por eso y porque no está dispuesta a ofrecer otra cosa que su abstención y por tanto su diálogo no tiene otra contraprestación que la abstención misma, sin moverse ni un ápice de sus planteamientos independentistas y rupturistas. Y este escenario supone de facto la humillación consiguiente de las instituciones a las que se supone que no se opone. No a las que presta su apoyo, no a las que acata, no a las que reconoce, simplemente  a las que consiente en tolerar circunstancialmente mirando para otro lado. Si al final se abstiene habrá ganado, no sé si llegaremos a saber qué y cuanto, pero es evidente que la abstención no nos habrá salido gratis y el gobierno de Pedro Sánchez podrá pasar a la historia como pasaron otros del siglo XIX que vendieron en aras de su ambición al país mismo. Y si no hay acuerdo, pues también gana. No habrá obtenido las concesiones que pretende, pero habrá tenido en jaque al país y podrá vender en el entorno que le es afecto su compromiso ante los opresores. Y eso entre el independentismo cotiza.
ERC, del que hemos oído decir que es un partido progresista, es en realidad el partido de la contradicción. Basta con analizar su nombre o su trayectoria. Si analizamos su trayectoria veremos que durante la mayor parte del tiempo ha sido un partido más volcado en lo territorial que en lo social, más implicado en posiciones de derechas nacionalistas, que en una izquierda internacionalista y reivindicadora. Y si hablamos de su nombre la contradicción es palmaria. Izquierda Republicana. Términos en principio, y hasta mediados del siglo XX, bastante entitéticos. La república, la res pública, es una concepción de estado liberal rescatada del mundo antiguo, el moderno sueño enciclopedista, una visión alternativa a la lucha de clases en la que la izquierda sueña su mundo deseable. Eso sin pararnos a pensar que el socio habitual de ERC es el partido más de extrema derecha que hay actualmente en España, y con el que no parece incomodarle coincidir, pactar e ir de la mano.
Al final, desgraciadamente, El PSOE de Pedro Sánchez, porque parece ser que hay otro acallado, o acomplejado, o inoperante, se ha acostumbrado a aplicar la doctrina marxista, de Groucho, de cambiar los principios a conveniencia de la situación, de intentar retorcer las palabras hasta que da lo mismo lo que diga porque nunca tiene nada que ver con lo que hará, y a que sus forofos, sus palmeros, sus militantes entregados, esos que a Mújica no le interesarían, los “de toda la vida”, lo aclamen en cualquier circunstancia, sin el espíritu crítico que se supone que preside una izquierda real.
Aunque, tal vez, por ponerme a pensar, el origen de toda esta historia es la desideologización de la política actual en la que la invocación de una posición determinada en el espectro es más una declaración de oposición a la posición contraria que un conocimiento político de lo que significa ser de la posición que se invoca.
El momento político es lamentable, y la calidad humana y política  los personajes que pueblan los partidos, las listas electorales y las cámaras de representación, no augura buenos tiempos, ni para la lírica, ni para la ética.
Espero que la imagen del rompehielos solo sea una pesadilla, una ocurrencia onírico estética y no una realidad aberrante como son los CDR o el Tsunami Democrático. Nos va el país, y el futuro, en ello.

sábado, 21 de diciembre de 2019

Ya, ni meigas


Los dos enemigos principales de la información pertenecen a su mismo ámbito, su exceso y su carencia.
Si bien es cierto que la falta de información produce un estado de indefensión en las personas, que en su carencia pueden tomar decisiones desafortunadas o caer en peligros ignorados, no es menos cierto que en la situación actual, en la que es tal la cantidad de información disponible que lo difícil es filtrar la cierta, la incierta y la falsa con un cierto criterio, los riesgos son al final los mismos, multiplicados por los diletantes que imbuidos de un sentido mesiánico de su capacidad para encontrar verdades alternativas difunden como palabra divina conclusiones absolutamente dañinas para aquellos que les prestan oídos. Y alguno, desgraciadamente, conozco de cerca.
Ahora resulta que la salud nos va a todos de un pelo, que tenemos un problema de bigotes, pelo y bigotes que forman parte de las cabezas de los crustáceos que por estas fechas, principalmente por estas fechas aunque en este país afortunado los comamos todo el año, adornan las mesas familiares. Todos los mariscos de caparazón contienen cadmio.
Ya nos jo… robaron las queimadas con el plomo de los barnices en los cacharros ad hoc. Ya nos amargaron el pulpo prohibiendo cocinar en las potas de cobre. Ya nos convirtieron en termómetros ambulantes por culpa del mercurio en el atún y otros congeneres. Y yo me pregunto ¿Cómo no nos hemos extinguido antes?
Y me lo pregunto con paciencia, con resignación, con una cierta mala baba y con el convencimiento de que alguien me está informando mal, o a destiempo, o sin darme toda la información que debería de darme. Tal parece que haya más interés en asustar que en informar.
¿Cuántos kilos de marisco tengo que comerme en cuanto tiempo para que la dosis sea apreciable por mi salud? ¿Qué vida tiene el cadmio en el organismo para saber cada cuanto tiempo puedo renovar la dosis? ¿Me dan permiso para vivir?
Porque a estas alturas, y dados todos los metales y no metales que acumulo en mi cuerpo, entre alimentos contaminados, medicamentos innecesarios para prevenir lo que no tengo, y contaminación ambiental, cualquier día, al pasar un control en un aeropuerto, me van a detener por traficante o me van a obligar a quitarme los huesos para poder pasar el arco de seguridad sin que pite.
Vivir es un riego. En realidad vivir es un suicidio en el que no eliges el momento final, pero vivir tiene la magia de que cualquier cosa que hagas, o dejes de hacer, implica un riesgo vital; es lo que hay. Esta fiebre, a mi parecer estúpida, en la que no hay día en el que no se prohíba algo, en lo que no se descubra algo peligroso, malicioso o agresivo, que curiosamente suele favorecer a algún tipo de industria, y que “obliga” a unas medidas restrictivas en aras de una seguridad, incierta, de que ya solo puedes morirte de otra cosa, es una de las más patéticas demostraciones de aborregamiento social que hayan conocido los tiempos.
A mí, como gallego, además, me afecta doblemente. Se está acabando con el sentido mágico de la existencia en aras de un pragmatismo científico nocivo. El cambio climático nos está privando de las meigas névoas (brujas nebulosas), esas que son séquito de la Santa Compaña y que utilizan las ancestrales y espesas nieblas del noroeste para poder tomar cuerpo. Ya no hay nieblas, ya no hay meigas, ni Santa Compaña.
Pero esta última historia de las gambas, y adláteres, le afecta directamente a la estirpe más desalmada, más infecta, más dañina, más entrañable, de las meigas gallegas, a las meigas chuchonas (brujas chupadoras) que se alimentan de chuparle la sangre a los seres humanos y que a partir de este momento morirán contaminadas entre horrible sufrimientos, víctimas de sus víctimas.
En un arranque de nacionalismo añorante y constructivo (entiendo la contradicción) voy a solicitar a todos los lectores que porten un certificado expedido por el bar o restaurante correspondiente en el que se especifique la fecha, el producto y cantidad ingerido, y la dosis envenenadora estimada, con el fin de que la chuchona de turno pueda tomar medidas preventivas, o, en un caso ciertamente límite, desistir de la ingesta. Y ya puestos, y esto seguro que prospera, pedirle al gobierno un impuesto especial a los mariscos para hacer frente a los tratamientos por envenenamiento de nuestras mágicas enemigas.
Señor, ¡qué cruz¡

miércoles, 18 de diciembre de 2019

IA e IH


Hablando de tecnología, hablando de inteligencia artificial como punta de lanza de esa tecnología, es raro encontrar a alguien que se haya parado a pensar que uno de los grandes problemas de esta cuestión es que la mayoría de las preguntas que nos planteamos aún no las hemos resuelto a nivel humano, y sin embargo ya pretendemos resolverlas a nivel máquina.
He oído hablar, este fin de semana en una conferencia sobre IA, de la roboética y de sus limitaciones e implicaciones, de sus miedos, de sus contradicciones y de sus atisbos hacia un futuro aún revisable, aunque creo que ya por poco tiempo, y me preguntaba cómo se podrían resolver muchas de las cuestiones que se planteaban respecto a la tecnología si aún no las habíamos resuelto para nosotros mismos.
Efectivamente, como brillantemente exponía la conferenciante, María Jesús González Espejo, la aplicación y desarrollo de la tecnología, y más concretamente su rama IA, es un tema en el que de momento solo hay preguntas, preguntas tecnológicas, en muchos casos, pero sobre todo preguntas éticas y morales, preguntas que tienen que determinar no solo el hasta dónde puede llegar el desarrollo, si no para quién, para qué, de qué forma y administrado por quién.
Perturbadoras cuestiones si tenemos en cuenta que esa preguntas, determinantes a la hora de enfocar un futuro en el que pretendemos seguir teniendo un papel importante, que tenemos miedo a perder a manos de unas criaturas creadas por nosotros y que parecen tener la capacidad de superarnos, ya marcan una de las cuestiones fundamentales a plantearnos, ¿competitividad o colaboración? ¿sometimiento o complementariedad?
Pero esta pregunta es la consecuencia de que el pensamiento, en esto como en todo, suele ir más rápido que las resoluciones y que las acciones. El problema de base sigue sin resolverse, porque aún no hemos sido capaces de planteárnoslo con la solvencia necesaria. ¿Cuál es el sistema idóneo de convivencia del hombre? ¿Cómo podemos plantearnos como convivir con unas máquinas creadas por nosotros y con unas potencialidades enormes, si aún no hemos sido capaces de plantearnos con rigor, con sinceridad, con limpieza, como debería de ser nuestro sistema más beneficioso para convivir entre nosotros mismos?
Podemos observar que existen tres grandes caminos, aunque solo dos de ellos parecen ser contemplados en la realidad política y social en la que nos movemos. Para ello debemos de plantearnos una pregunta más, tal vez la primera de todas: el ser humano ¿es una especie de individuos sociales? Parece evidente, nuestra historia así lo avala, que la respuesta es sí, pero también parece evidente que ese sentido social, gremial, colaborativo, que es característica del hombre, ha servido para crear intereses piramidales de poder que anteponen el colectivo a la individualidad. Según todos los síntomas, según todos los desarrollos y tendencias actuales, el hombre debe de sucumbir en aras de la humanidad, aunque esa humanidad siempre esté representada por hombres en situación de privilegio, que crean una especie de casta superior. ¿Es ese el mundo ético, político en el que deseamos movernos? ¿Van por tanto las máquinas a convivir con un hombre sometido a otros hombres y a su vez han de buscar su sitio en esa estructura social? ¿Estarán, por tanto, las máquinas, al servicio de las clases dirigentes que determinarán a que parte de la tecnología y bajo qué condiciones tienen acceso el resto de los hombres a sus beneficios? ¿Habrá, por tanto, dueños de la tecnología y arrendatarios de sus beneficios? ¿Es ese el sistema que nos estamos planteando, que estamos consintiendo? ¿Somos siquiera conscientes de ello?
Este planteamiento, y no parece que de momento se contemple ningún otro, que busca como trasladar las estructuras actuales, con la menor variación posible en cuanto al poder y el privilegio, a un futuro con mayores posibilidades, nos enfoca hacia dos distopías posibles, hacia dos futuros en los que la brecha social, económica, de oportunidad, será cada día más amplia, más insalvable.
Una es la distopía estatalista, una distopía del formato “Gran Hermano”, en la que un poder omnímodo, representado por una estructura de poder político, es dueño y señor de los designios de todos los individuos no pertenecientes a la élite dirigente, e incluso dueños de la tecnología y sus servicios. La anulación total y absoluta del individuo como concepto que se pueda poner en valor y un sistema rígido de moral y un pensamiento uniforme que permitan su control parecen ser sus características fundamentales.
La otra distopía es la corporativa, de formato “Blade Runner”, en la que las grandes corporaciones, sus clases directivas, obsérvese la diferenciación entre clase directiva y clase dirigente, como representantes de la iniciativa privada llevada a su máxima expresión, sobrepasan la labor de los estados y se hacen con el mismo control omnímodo, pero ejercido con diferentes objetivos y estrategias, que le aplicábamos a la distopía estatalista. En este caso, tal vez, no se anule tan absolutamente al individuo porque es necesario como contribuyente o consumidor, y una moral estricta y un pensamiento único no sean tan evidentes, pero si quedan mermadas claramente la igualdad y el acceso a  las oportunidades en función de la utilidad del individuo para el sistema.
Sí, es verdad, a nada que nos fijemos, estas distopías se corresponden con las ideologías imperantes en la actualidad que se enmarcan en un dialéctico eje izquierda-derecha, e incluso podríamos señalar a sus grandes representantes en nuestro cotidiano devenir. China, tal vez Rusia de otra forma,  pertenecen a la tendencia estatalista y EEUU, Japón  y Europa están más cerca de ese mundo corporativo ya apuntado. Y a nada que reflexionemos veremos que el triunfo de cualquiera de ellas, su aplicación en el extremo, supondrán una perspectiva nada halagüeña para el futuro de la raza humana, en realidad para el futuro ético del ser humano y para el futuro moral de la especie.
Pero apuntábamos tres posibilidades a la hora de plantearnos la pregunta. Y nos falta la posibilidad no jerárquica, la posibilidad colaborativa, que prime al individuo por encima de la colectividad. Curiosamente a este sistema pertenecería uno de los mayores logros de la humanidad en todo su transcurso: la Declaración de los Derechos Humanos. Los derechos que cada ser humano, como individuo, debe de tener y que sistemáticamente son coartados, matizados, cercenados por las leyes y privilegios, hasta convertirlos muchas veces en simple letra invocada, que los sistemas jerárquicos necesitan imponer para perpetuarse. Su denominación ya nos pone en la pista de su uso, “declaración”.
La tecnología, la IA, pone al alcance del hombre unas criaturas creadas por él y que utilizadas de forma correcta podrían liberarlo de la mayor de sus maldiciones bíblicas: ganar el pan con el sudor de su frente. El trabajo, ese concepto de actividad imprescindible para poder sobrevivir en la que interesadamente han convertido el trabajo, al menos sus aplicaciones más duras, podrían ser realizadas sin problemas por máquinas, en la acepción de seres construidos, más cualificadas para esas tareas que el mismo hombre. Eso nos llevaría a una sociedad en la que cada hombre se preocuparía de desarrollar aquella labor para la que se sintiera preparado, aquella labor por la que se sintiera gratificado, sin tener que preocuparse del sustento, ni de ninguna otra necesidad básica. Una sociedad en la que el trabajo individual se considerara una aportación comunal y no una obligación vital. Una sociedad colaborativa inmersa en una civilización del ocio.
Pero esta sociedad tendría un inconveniente que la invalida en los planteamientos actuales: estaríamos hablando de una sociedad libre, de una sociedad que no podría ser chantajeada con ningún valor de compensación, una sociedad madura, formada y avisada contra estructuras jerárquicas de poder.
En ese tipo de sociedad la mayoría de los dilemas éticos o morales que se plantea la IA quedan automáticamente resueltos porque resueltos estarían los dilemas éticos de la IH, inteligencia humana, al menos los más inmediatos y acuciantes que somos capaces de identificar en la actualidad, aunque no podamos descartar la generación de otros propios de una realidad diferente.
Esta simple conclusión, este simple planteamiento, simple en su concepción y simple, por poco frecuente en la historia, desarrollo, nos lleva a plantearnos dos preguntas que tal vez deberían de haber sido las primeras.  ¿Es la IH una IA que escapó al control de sus creadores hasta alcanzar la consciencia? ¿Deberá existir una ética diferente entre la IA y la IH? Porque si la respuesta a esta última pregunta es sí, preparémonos a un conflicto permanente entre la moral humana y la moral robótica. Preparemos nuestro mundo para contemplar cómo se pueden hacer convivir dos sistemas morales, con sus derivaciones jurídicas, penales y sociales,  diferenciados y si estamos preparados para ello. Y si la respuesta es no, el conflicto vendrá marcado por la permanente reivindicación de la diferenciación entre desarrollos y posibilidades.
El tema es muy complejo y un artículo como este apenas puede asomarse a lo más elemental. Apenas nos permite hablar de cuestiones más específicas como las inteligencias mixtas, derivadas de los desarrollos biónicos (hombres con implantaciones mecánicas que sustituyan a sus partes originales), de las nanotecnologías médicas (elementos inteligentes implantados en el interior del hombre con autonomía de actuación), de los ciborg (seres mixtos hombre-máquina), o de las posibilidades de inteligencias globales producidas por la capacidad de interconexión de las individualidades de la IA, e, incluso, la ni siquiera prevista inteligencia emocional producida por causas que aún no hemos ni contemplado. Pero vamos a dejar algunas preguntas para que cada cual se vaya componiendo su propio futuro:
¿Puede la IH permitir que la IA desarrolle una inteligencia emocional?
¿Tiene, éticamente, la IH el derecho a reservarse la posibilidad de “apagar” la IA si se siente amenazada?
¿Debe prepararse, legal, ética, moralmente, la IH para enfrentarse a una reivindicación de equiparación de la IA?
Recuerdo que cuando leí Yo Robot a principios de los años 60 mi sueño fue poder ser Susan Calvin. Ni los tiempos, ni las circunstancias, me han permitido cumplir laboralmente mi sueño y, aunque la programación me permitió convertirme en maestro de máquinas, en el elemento que le explicaba a la máquina que es lo que tenía que hacer y cómo, la frustración de aquella vocación me ha llevado a reflexionar, a leer y escuchar todo aquello que cayera en mis manos y que tuviera que ver con la IA, con la robótica y con las similitudes de estructura y funcionamiento, cada vez mayores, entre la IA y la IH.
Concluyendo: avanzamos a pasos agigantados en la evolución de la IA. No sé si es una amenaza, una frustración o una soberbia seguir adelante sin antes haber resuelto todos los conflictos que la IH aún no ha sido capaz de resolver para ella misma.

viernes, 13 de diciembre de 2019

Gobernar de espaldas


¿Si bailar pegados es bailar, podemos concluir que gobernar de espaldas es gobernar? La pregunta, de primeras, puede dejar perplejo a más de un lector. De primeras. ¿Qué tiene que ver una canción romántica con la acción política? ¿Qué tiene que ver bailar con gobernar? Nada, absolutamente nada, pero, convengamos, dada la absoluta falta de rigor consigo mismo que manifiesta sistemáticamente el, ya, ahora sí, candidato ¿No tenemos los demás al menos el mismo derecho a ser igual de dispersos, o inconsecuentes?
He hablado de gobernar de espaldas, lo cual, inicialmente, puede significar gobernar ignorando a los gobernados, y digo inicialmente porque, aunque este significado pueda ser válido, me temo que no refleja la verdadera situación. En la situación actual gobernar de espaldas es gobernar contra el criterio de la mayoría de los gobernados.
Gobernar de espaldas, llevado ya al último término, es gobernar contra todo lo ofrecido a los votantes cuando se les solicitaba el voto, y por tanto, y es lo más grave que se me ocurre, es gobernar habiendo engañado a la mayoría de los que lo votaron, es gobernar, incluso, contra parte de los suyos. ¿Y se puede gobernar así? Si la pregunta se refiere a una cuestión ética es evidente que no, si la pregunta es puramente técnica es evidente que sí.
Personalmente considero que todo lo que está sucediendo, la sistemática renuncia del pretendido presidente a los principios invocados en campaña, la sistemática necesidad personal que demuestra de llegar al poder, invalida de forma definitiva y total, y hablamos solo del plano ético, todo el espectáculo de engaño tolerante y tolerado, al que la opinión pública está siendo sometida.
El problema, el gravísimo problema, es que su falta de ética nos convierte a todos en rehenes por cuatro años de sus tejemanejes. Rehenes unos y cómplices los que, llevados por su posicionamiento político, están dispuestos a asumir todas las mentiras, e incluso a aplaudirlas, los más entusiastas y entregados, cuyo único fin es enmascarar dialécticamente lo que no tiene enmascaramiento posible con el objetivo final de alcanzar el poder
Cuatro años en los que todo lo que se haga va estar bajo sospecha, bajo la tristeza de poder contemplar daños irreparables, bajo la angustia de comprobar cómo se producen movimientos contrarios al criterio de la mayoría apoyados por una minoría de incondicionales y con el único fin, constatable, de servir al superior ego de un, lo ha demostrado en repetidas ocasiones, ególatra consumado.
Apenas habían pasado unas horas desde el recuento definitivo cuando los conmilitones, Pedro y Pablo, Pablo y Pedro, escenificaban mediante un abrazo lo que era el inicio de la puesta en escena de la frase aquella: “Donde dije digo, digo Diego”. O Pablo, o Quim, u Oriol. Donde dije lo que dije en realidad daba lo mismo decir otra cosa, pero lo que dije daba más votos.
Yéndonos al mundo de la copla: “¿de lo dicho qué?, de lo dicho ná, ¿Pero no decían qué?, decían pero ná”. Y es que no hay nada nuevo bajo el manto celestial. Ni el descaro, ni la mentira, ni la absoluta falta de ética, ni la adoración personal e intransferible de un narciso del poder.
Pedro Y pablo se abrazaron para escenificar una versión cutre de la esperanza, pero se dieron cuenta de que el abrazo no cerraba su deseo y decidieron  pagarse una ronda de barra libre para todo el que quisiera participar en el gesto, a cuenta de todos los votantes, la mayoría, que no estaban dispuestos a participar en el engañoso gesto.
Un gesto necesario para formar el gobierno que necesita la estabilidad del país. ¿En serio? ¿Nos dicen en serio que la estabilidad del país está garantizada por las fuerzas que expresan a diario, por activa y por pasiva, que sus principales objetivos son desmembrar el país y romper su sistema?
Por fin un gobierno de progreso. ¿En serio? ¿Con qué programa? Ah¡, es verdad que aún no nos lo han dicho. Que es posible que ni siquiera ellos lo sepan. De todas formas ¿un gobierno erigido sobre la mentira a los electores, un gobierno edificado sobre un fiasco ético, puede ser un gobierno de progreso? Y si es que sí ¿Qué tipo de progreso? ¿Progreso respecto a qué o a quienes? Desde luego, para mí, y hablo personalmente, el progreso exige una ética impecable, salvo que hablemos de esa suerte de progreso que se mide por los logros individuales de alguien que se considera referente.
El gran problema, el más terrible problema, es que ese gobierno de estabilidad solo va a generar un frentismo feroz, un frentismo reivindicativo, un frentismo rencoroso que alimentará, para mayor satisfacción de los que no ven más allá de la cuarta que su ideología les permite, los peores rincones de las ideologías contrarias, y que podemos acabar pagándolo todos, incluso ellos.
Pues sí, técnicamente, gobernar de espaldas es gobernar, aunque sea para inferir un daño irreparable a los gobernados, aunque sea con el aplauso ciego de los suyos, aunque sea con el rencor ciego de los contrarios, aunque sea con la frustración y horror de la mayoría.
Bailar pegados es bailar, sin duda. Bailad, bailad pues malditos, bien juntos, bien pegados, hasta confundiros, y confundirnos, y hasta que todos, confundidos o confusos, seamos de nuevo convocados al siguiente capítulo del engaño que no cesa.

viernes, 6 de diciembre de 2019

En el país de los tuertos


Si en el país de los ciegos el tuerto es el rey, ¿será que en el país de los tuertos el rey es el que ve con los dos ojos? Posiblemente, aunque alguien podrá argumentar que lo habitual en todos los países es que la mayoría de los ciudadanos vean con los dos ojos. Pero, como es obvio, hablamos de países imaginarios, simbólicos, oportunistas. O no tanto.
No tanto porque a mí se me ocurre, así, a bote pronto, un país definible en el que todos sus habitantes son tuertos. ¿Qué país? El país de los que practican alguna ideología de eje, o sea, izquierda-derecha.
Es verdad que no todos tienen absolutamente inútil el otro ojo, y que los más avisados con el ojo malo al menos ven sombras, pero no es menos cierto que llegados ciertos momentos lo aprietan con saña para evitar ver lo que los tuertos totales les dicen que no se puede ver.
Y ya se sabe que, sin abandonar el país de los refraneros impenitentes, no hay mayor ciego que el que no quiere ver,  y lograr que el otro ojo acabe siendo un vago impenitente tiene su recompensa en montones de amigos desconocidos y montones de “me gusta” sin sustancia ni compromiso.
¿Qué es mejor, ideológicamente hablando, un ciego o un tuerto? Yo prefiero al ciego, y me explico, el ciego tiene una no visión periférica, es decir, desarrolla sentidos alternativos para examinar todo su entorno y dominarlo, mientras que el tuerto, sobre todo si es vocacional y contumaz, niega que exista aquello que no entra en su limitada visión.
Una visita, sin necesidad de profundizar ni de pasar horas en ellas, a las redes sociales, nos revela que sin ninguna duda existe el país de los tuertos, de los tuertos ideológicos seguimos hablando. Las redes sociales son su paraíso, su jardín de las delicias, su ámbito ideal para dejar patente su incapacidad para mirar con los dos ojos.
Así que cuando me asomo a las redes últimamente, aparte de una pereza fatalista para intervenir en debates, siempre me viene a la memoria aquella habitual admonición de mi recordada madre: “Ándate con mucho ojo, a ver dónde te vas a meter”. Y yo, aplicado y obediente, me ando con tanto ojo que intento utilizar los dos, incluso muy abiertos, para intentar sortear los charcos y socavones de los debatidores tuertos profesionales. De los debatidores muro, esos que consideran que su mejor argumento, habitualmente único, es negar todos los argumentos contrarios. De los debatidores Schopenhauer, que van siguiendo los 38 puntos de la dialéctica erística, a su manera, saltandose puntos, pero acabando inevitablemente en el 38, el insulto y el menosprecio. De los debatidores pulso, que conciben el debate como una especie de torneo en el que el fin último es ganar. ¿Ganar qué? Me pregunto cuando a pesar de mi cuidado me empiezo a oler el enredo. De los debatidores eslogan, que no tienen otro argumento que el último titular del periódico afín o la última soflama del partido al que pertenece su ojo sano. De los debatidores velocistas, que, para no perder su tiempo, ya insultan antes de saber de qué se está hablando. De los debatidores entregados, que, sobrepasados todos los argumentos y contra argumentos, acaban renunciando a la razón para explicar que en ese tema concreto, o en ese posicionamiento concreto, no se puede ni siquiera invocar la razón, que ese tema ha de ser tabú.
Y este último tipo de debatidor ha crecido como las setas en días húmedos. La humedad se llama VOX y las setas se llaman intolerancia y frentismo contra la intolerancia de VOX.
Bueno, hay que estar muy tuerto para mantener esa posición. Hay que estar muy ciego para no ver que esa posición es la idónea para que VOX medre y se haga más fuerte.
Intentan, en ese afán por el debate que no están dispuestos a sostener, descalificar las posiciones de VOX con el único argumento de quienes son, de cuál es su posición ideológica, sin reparar en que todo lo que dice VOX lo ha escuchado en la calle y no pertenece necesariamente a su ideario. Lo peligroso de VOX, lo peligroso de cualquier partido radical y populista, y también en el parlamento los tenemos del signo contrario, no son las cosas que dice y que podemos compartir muchos ciudadanos no tuertos, lo peligroso de esos partidos son los medios de los que se valdrían, y los extremos a los que llegarían, si alguna vez tuvieran la oportunidad de poner en práctica sus ideas.
Reconocer que VOX, que PODEMOS o la CUP, apuntan problemas que preocupan a la sociedad, que se ve desamparada por los demás partidos, por los más moderados, que están en lo suyo, no significa que de inmediato te hayas convertido en un facha o un anti sistema, significa, solamente, que el problema existe, y la táctica de negar el problema, de descalificar a los que no lo niegan o sostienen que hay otro enfoque, seguimos con el refranero, es enterrar la cabeza como el avestruz. Para los más tuertos, o más contumaces, un ejemplo, que Franco hiciera pantanos no convierte a los pantanos en franquistas, por más que ciertos tuertos lo digan.
Los problemas de los ciudadanos no tienen color político, como no lo deberían de tener las soluciones. Contra los problemas que aportan los populistas solo cabe abordar las soluciones que puedan ponerle remedio y dejarlos sin argumentos, y negarlos no es una de ellas.
¿O es que vamos a negar que existe una inseguridad popular por el excesivo garantismo de algunas leyes?
¿O es que vamos a negar que existe una disconformidad con la ley electoral porque no permite una representación justa de los votantes?
¿O es que vamos a negar que la violencia de todo tipo prolifera en lo cotidiano sin que los responsables tomen medidas realmente eficaces?
¿O es que vamos a negar que, por falta de medios y de previsión,  la situación actual de los inmigrantes ilegales es lesiva para ellos y para los que conviven con ellos?
¿O es que vamos a negar que los temas territoriales nos preocupan a todos y tal vez la solución actual no es la idónea, o al menos, si sí lo es,  no está correctamente desarrollada?
¿O es que vamos a negar que nuestros mayores no viven en el mundo para el que han trabajado y se merecen, y se sienten abandonados y menospreciados?
¿O es que vamos a negar que la brecha social que abre la desigualdad económica es cada vez más profunda e infranqueable?
¿O es que vamos a negar…?
¿Pero en què país vivimos? ¿En qué mundo vivimos? Pues, si, efectivamente, en el de los tuertos con poca visión, o con nula voluntad de ver con el otro ojo.

lunes, 2 de diciembre de 2019

La repipi


Había una expresión que hace tiempo que no oigo, la de niño repipi. El niño repipi era un niño habitualmente repelente que tendía a expresarse de una forma impropia de su edad y comentar con sesuda seguridad sobre temas considerados “de mayores”.
Una de las características más habituales del niño repipi es que, aunque en un principio podía tener cierta gracia, al final todo el mundo le huía, porque resultaba cargante, repelente y petulante, y el fenómeno solo le hacía gracia a sus propios allegados más incondicionales.
Yo no sé si Greta  Thunberg, se dice así, ¿no?, es una niña repipi natural o repipi de bote, es decir, un montaje familiar o político, pero lo que si se es que a mí ya me resulta repelente, que, desde hace unas semanas, cada vez que el telediario  habla de ella o  de catamaranes, yo directamente cambio de cadena o me levanto y me voy.
Me enerva, me enfurece, me desespera. He dejado de ver, hace ya mucho, cualquier programa que convierte a los niños en los nuevos enanos de corte de los espectáculos. Niños , y niñas, que se visten de adultos, que se comportan como adultos, que se ofenden a sí mismos y a los que les ríen las supuestas gracias para que el espectáculo pueda continuar.
Como en el caso de los niños repipis, primero fue la curiosidad, una niña que se sentía con fuerzas para hacer oír su voz en un entorno que no le era propio induce inicialmente a la simpatía. Pero lo mucho cansa y lo poco agrada, y desde que los telediarios, las conferencias internacionales y hasta la ONU, se han convertido en una suerte de monotema sobre la niña en cuestión, la simpatía se transformó en incomodidad, primero, hartazgo, después, y rechazo frontal en este momento.
¿De verdad el clima, nuestro futuro, nuestro presente, puede quedar en manos de un personaje formado interesadamente? Creo que hay mucha gente mucho mejor preparada que esta artista del circo mediático para, con datos, con estudios serios, con argumentos más allá de la demagogia, liderar un movimiento que va siendo imprescindible.
Todos tenemos que concienciarnos porque la solución no es política, no es ideológica, no es asamblearia, la solución es individual y cotidiana. La solución es un consumo responsable, una utilización de materiales responsable, una conciencia hogareña del problema y de los usos y costumbres que pueden ayudar a que la suma de actitudes suponga un alivio.
No, ni esta niña repipi, ni su hermana, según he leído ayer entrenada por sus padres para convertirse en una activista feminista, ni sus padres, a los que habría que plantearse si retirarles la custodia y la patria potestad, son los adecuados para liderar un problema de este calibre.
No, el rechazo frontal a la repipi no hará que me alinee climáticamente con Trump, con Bolsonaro o con Vox, no al menos de momento, pero lo que no puedo garantizar es que llegada la fase de las arcadas, del asco insuperable, no coja un termómetro de los antiguos, de los de mercurio, y lo vacíe en la basura, a ver si se lo come un pez que lo pesquen en un catamarán en el que viaje alguien insoportable.
¡Mira que cosas me hace decir la repipi esta!

domingo, 24 de noviembre de 2019

Un paseo por el Paseo, de Orense


Hay momentos en que los dioses permiten, momentos en los que el clima acompaña, momentos en los que las circunstancias invitan, y se puede asistir a sucesos cotidianos extraordinarios. Siempre que paseo por Orense los ojos de los soportales parecen túneles que el tiempo dispone, e invita a traspasar para trastocarse, para enredarse en su transcurso y poderse asomar a otros momentos que las piedras guardan celosamente grabados en sus entrañas, personas y personajes que dejaron su impronta tallada en ellas a su paso. En Orense la lluvia es paisaje, y memoria, cuando el paseante mira con los ojos más allá de las caras que se cruza y del tiempo en el que parece vivir.
Todas las calles son caminos temporales que discurren en un plano habitualmente rígido, lineal,  inaccesible en su transcurso. El tiempo que todo lo ve pero nada concede se vuelve dadivoso, maleable, generoso con el paseante.
Es así como un paseo por el Paseo, de Orense, en un día lluvioso, aparentemente desapacible, puede convertirse en una experiencia de reconfortante intimidad. Es así que mis 65 años, con los que empecé el recorrido, se habían convertido en veinticinco al llegar al Parque de San Lázaro y en diez, en apenas diez, cuando de nuevo empecé a oler las garrapiñadas que marcan a los sentidos el final del paseo, el extremo del Paseo.
En ese tiempo pude ir viendo a las señoras sentadas en el Miño, escrutando a los paseantes, escrutando, en realidad sus vidas, y rellenando los huecos que por ignorados, por supuestos, resultaban más interesantes y jugosos de comentar. Esas señoras que a mi madre tanto le preocupaban desde la distancia de Madrid y que provocaban la recomendación que siempre me hacía, y que podía volver a escuchar, cuando en plena época hippie y rebelde me recordaba siempre en la estación, justo antes de partir para Orense: “si vas a pasar por el Miño, vete bien vestido”, magnífica invitación para ir vestido como me diera la gana. “Aunque tú no las conozcas, ellas sí te conocen a ti”, como si con la edad que yo me gastaba el reconocimiento fuera diferente a lo que sucede con un cristal polarizado, que si tú no ves a los que están al otro lado tienes la sensación de que tampoco ellos te ven a ti.
Me encontré en mi paseo por el Paseo de Orense con tantas personas queridas, recordadas, en muchos casos añoradas, que, como siempre sucede en los momentos en los que la magia toma el control, el alma se va invadiendo de una felicidad calma, lluviosa, de pompa sin ruido, de charco que no moja, de sonrisa sin rictus. Saludé a personas y a lugares que hace tiempo que solo residen en las esquinas de la lluvia y la memoria, de la piedra y el recuerdo. A Marujita Manzano, la gran amiga de mamá, a Marite y Gloria Vilanova, al chalet de los Losada, a las sesiones vermut en el Auria, a la Tía Natalia y al tío Juan con su sombrero y su chaleco irrenunciables, con esa piel de color blanco casi transparente, al  tío José Luís, el filósofo,  siempre del brazo de la tía María Joaquina, a los helados de La Ibense, y a la pastelería “Ramos” que conformaba el otro extremo goloso del paseo. Goloso y aromático. Me encontré conmigo mismo saliendo del Losada con mi padre de ver mi primera película: “Globo Rojo”. Tantas personas a las que saludar, recordar, recuperar en ese paseo mixto de tiempo y espacio, de clima y recuerdo. Paso a paso iba devanando mi memoria y paso a paso los recuerdos, y los recordados, se unían a mi paseo. Unos se quedaban conmigo, mi primo Santiago, siempre presente, otros saludaban al pasar, algunos se paraban a compartir y representar charlas que no había olvidado.
Tanto en la ida como en la vuelta los pasos eran  pausados, de los que se recrean en el espacio para no perderse el tiempo, para no perderse, por apresurados, un recuerdo más perezoso que pugnando por salir pudiera sobrepasar antes de que se manifestara. Tanto a la ida como a la vuelta me visitaron personas, lugares, recuerdos, palabras, que sin pertenecer al entorno del Paseo si eran invocados por las personas y los momentos que iban apareciendo. Cincuenta años largos en dos largos del Paseo, en ese deambular de ida y vuelta, pausado, expectante, un poco exhibicionista, que era su forma natural de ser recorrido. Es un recorrido corto en el tiempo que transcurre, pero extenso en el tiempo recorrido. Un tiempo extendido en los recuerdos de Papá, del tío Julio, de personas y sucesos que nunca viví porque no había nacido, memoria heredada que siempre me vinculó a una ciudad que siendo la mía, apenas fue mi residencia permanente.
Y de nuevo el olor de las garrapiñadas que me despidió al iniciar mis pasos, la luz del escaparate de La Viuda que me reclama para una última representación del pasado, comprar un libro tal como hacía el Tío Toñito cada vez que llegaba a pasar parte de mis veranos a su casa.  Y en ese acto se incardinan dos situaciones: empezar a evocar la Plaza Mayor, allí donde me esperaban mi pandilla, mis primeros amores, mis últimos juegos, y el despertar a la realidad del momento presente, aunque la ensoñación pareciera tener todo preparado para evocar más y más recuerdos.
Pero seguramente ese será otro viaje, otra lluvia, otras piedras, otro tiempo y otro momento, que ya me producen un cierto anhelo, una melancolía húmeda y dulce que me predisponen a recórrelo, cuando los dioses lo permitan, cuando el clima lo acompañe, cuando las circunstancias me  inviten.

viernes, 22 de noviembre de 2019

La bocamente


Supongo que fue un politólogo el inventor de una de las frases capitales que tiene el idioma español para explicar la verdad de la situación política en España, en la actualidad y en cualesquiera que sean  los tiempos en los que queramos mirar.
Me refiero a esa frase que dice que: “nada es verdad ni es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira”. Ya se sabe que el simbolismo es lo que tiene, que quieres decir ideología, pero solo para avisados, pues dices cristal; que quieres hablar de derechas y de izquierdas, pues hablas de colores;  que te quieres explayar sobre la post verdad y las infinitas verdades paralelas que pueden coexistir mediante técnicas ad hoc, para que todo acabe más retorcido que una sábana escurrida por una lavandera, pues “Nada es verdad ni es mentira”. O sea, lo que estamos viviendo en nuestro día a día.
Que te hablan de espionaje ruso en el conflicto catalán, pues es que quieren que nadie repare en la sentencia de los ERE. Que te cuentan que en Bolivia tienen que dejar los ataúdes abandonados en la calle por las cargas de la policía, pues será que los pactos con los independentistas están en marcha y mejor que nadie sepa en que consisten. Que te hablan de educación pública en un acto de educación concertada, es que necesitan gente cabreada que no repare en la necesidad de un plan nacional, consensuado  y de calidad para la enseñanza. Que te hacen mirar para arriba, pues es que no quieren que repares en toda la mierda que estás pisando. Vamos, en definitiva, la ancestral estrategia del mago, pero sin acordes gloriosos finales para remarcar lo asombroso del truco. En todo caso unos acordes de la patética o de alguna marcha fúnebre que constaten que una vez más, otra vez, te la han metido hasta la bola, que para los poco aficionados a la tauromaquia dícese de la estocada que se hunde en la carne del toro hasta la bola que remata la espada taurina. Hasta la empuñadura, vamos.
Así que, y aprovechando la figura geométrica recién mencionada, y resumiendo, que estoy hasta la bola, en realidad en plural, de que me tomen por el pito del sereno, instrumento este que como todo veterano recordará servía para intimidar… a casi nadie.
El caso, el problema, la realidad, es que con tanto profeta de lo suyo, sobre todo en los cibernéticos espacios invisibles, nos encontramos con un hartazgo, con rebordes de rechifla, de falsedades interesadas sobre cualquier manifestación que esos adalides de la desinformación tienen a bien introducir,  sin permiso ni rubor por no tenerlo, en un espacio en otros tiempos sagrado, la intimidad de nuestro salón, dormitorio o estancia en la que hayamos depositado nuestro aparato de recibir, a partes iguales, mentiras y sandeces, que con la beatitud de la superioridad moral que se suponen a sí mismos tienen a bien difundir, difundirte.
Con tanto divulgador de sus verdades del barquero, de las falsas, casi siempre, barbaridades del contrario, con los repetitivos intentos de pasar los bulos, tergiversaciones y mentiras palmarias resultantes de aplicar su cristal, de su color, a toda manifestación de cualquiera de color diferente, o que simplemente varíe de tonalidad, han logrado que podamos creernos nada, creer en nada.
Para cualquiera avisado en óptica, es evidente que la aplicación de una lente que no sea totalmente plana, para observar un objeto, deforma la visión de este, en el mejor de los casos solo en tamaño, y en el peor estaremos ante una galería de esperpentos creados por la concavidad, o convexidad de la lente, y que poco tienen que ver con el original. Si además la lente está coloreada ya no podremos ni siquiera saber cual era el valor cromático original del objeto observado.
En fin , que no por mucho explicar resulta más evidente lo explicado, que lo que en principio quería decir es que por más esfuerzos que pueda realizar, por mejor voluntad que quiera poner en el empeño, no me creo nada de lo que se dice en las redes, en los periódicos o en los mítines políticos, que estoy hasta las narices de sectarios de la ideología, becarios del poder y militantes de la verdad última, una especie de iglesia adventista del último día, pero sin dios ni criterio ético o moral, y de los piratas de mi intimidad que usan de mi amistad, real en unos casos y virtual en otros, que me obligan a hacer con mi mente lo que con mi boca, limpiar y enjuagar al menos tres veces al día.

domingo, 17 de noviembre de 2019

Frankenstein o Fronkonstin


La moda en este momento es analizar las catastróficas consecuencias económicas y laborales que puede producir el pacto de gobierno PSOE-PODEMOS en el futuro inmediato, y más allá, del país. Realmente el pacto es preocupante, no por  las siglas que lo firman, o por su ideología, sino por la incapacidad de gestión de los recursos y la incapacidad de asunción de la realidad inmediata que tiene ambas formaciones, o, por ser más exactos, sus líderes. Hablar de subida de impuestos con una recesión asomándose, o de una ampliación de los beneficios sociales sin antes desempantanar el problema, es la típica apuesta populista que solo cuenta para hacer sus apuestas con el dinero ajeno, ese que, según alguno de sus militantes, no es de nadie.
Una reforma fiscal como la que se pretende acometer solo empieza a dar sus frutos en dos o tres años, que a ver si los aguanta la legislatura, pero que además pueden ser francamente amargos si la recesión se lleva por delante toda la cacareada batería de medidas contra “los ricos”, que acaban siendo en realidad la clase media. Ya la han arruinado una vez, y sería complicado volver a levantar la cabeza con tan poco tiempo de recuperación.
Pero con ser la política económica tremendamente preocupante, por el momento y por los actores, tal vez no sea ese el caballo de batalla que sele puede encabritar a semejante gobierno. Un gobierno dicotómico, un gobierno esquizofrénico en los temas territoriales, un gobierno sin otra ligazón que la personal necesidad de sus líderes de tocar poder, un gobierno cuya parte populista está arrastrando a la que debería de poner el poso de fuerza de estado.
Cuantos más días pasan, cuantas más declaraciones se escuchan, cuantos más discursos se apoderan de las portadas de los diarios de opinión, más negro se vuelve el futuro, peores consecuencias se adivinan en el horizonte.
Pero aunque la moda sea opinar sobre esta cuestión, tal vez, es mi opinión, no sea la que mayor riesgo produce en un futuro inmediato. Pero vamos a intentar explicarlo con números electorales y vemos que dicen esos números.
Alianza ideológica para el gobierno (PSOE + Podemos)                                9.850.168 votos
Otros aliados ideológicos (Más país)                                                                 554.066
Oposición constitucionalista (PP, Ciudadnos y VOX)                                  10.297.472
Otros aliados ideológicos (Navarra suma)                                                           98.448
Ni fu/ni fa (otros partidos, en blanco y nulos)                                                1.403.852
Abstenciones                                                                                                 10.506.203
Independentistas de izquierdas              (BNG+Bildu+CUP+ERC)               1.510.804
Independentistas de derechas (PNV+JXCAT)                                                   904.798
Pasaban por ahí (resto de partidos con escaño)                                                 310.705

Así que en una interpretación simplista de lo que vemos que está sucediendo, que a lo mejor no tiene nada que ver con lo que realmente está sucediendo, pero no nos cuentan, vamos a limitarnos a leer los números, sin ninguna interpretación, y a eso le podremos aplicar todos los barnices éticos que nos convengan, barnices que en muchos casos, en la mayoría, no serán otra cosa que tintes ideológicos.
Según los números, en realidad los que dicen representar a esos números después de filtrados, deformados y distribuidos según criterios muy dudosos, 9.850.168 españoles se consideran con derecho, apoyados por otros 554.066, que suman 10.404.234, a gobernar a todos los demás, aproximadamente el doble que ellos, y no solo a gobernarlos, si no a imponerles unos criterios contrarios a su parecer, es decir, a gobernar contra ellos.
Bien, como esos números son insuficientes, incluso una vez retorcidos por la distribución territorial y la ley esa famosa, deciden que hay que sumar más apoyos, para que el disparate pueda consumarse en ¿representantes?, por lo cual suman a otros grupos cuyo interés es justo el contrario al invocado.
Veamos el disparate. Para poder salir triunfantes llaman a unirse a un gobierno de progreso, o sea de izquierdas, a 1.510.804 independentistas del mismo signo, o sea de izquierdas, incluso a 244.754 anti sistemas confesos como son los de la CUP, es decir a personas cuyo objetivo declarado es subvertir el sistema legal del estado para el que están apoyando un gobierno. Me cuesta no incluir ninguna valoración, pero aún queda mucho disparate.
Como siguen sin ser suficientes incorporan también a unos cuantos de los que pasaban por ahí y no tienen otro interés, ni finalidad, que preguntar que qué hay de lo suyo, en un auténtico alarde de sentido de estado, de unos y de otros.
Pero aún no es suficiente, aún no hay suficiente metralla, así que de repente, en una insospechada y circense pingareta, se invita a un gobierno de izquierdas a 904.498 votantes independentistas de derechas, para ser aún más exhaustivos, a 377.423 independentistas de derechas (PNV) y a 527.375 independentistas de extrema derecha (JXCAT), que por mor de la necesidad de llegar al poder se trocan en progresistas de toda la vida. O que por suerte para el pretendido gobierno su mayor interés de sacar tajada independentista les hace alinearse con quién parezca dispuesto a ceder más, sin importar otra ideología que la de debilitar al estado.
10.506.203 personas no se molestaron en acudir a un lugar donde no pueden hacer oír su voz, y lo que es peor, donde su voz es irreconocible. 249.499 votaron con cabreo de tal forma que su voz no sea aprovechable. 216.515 explicaron de la única forma posible que una vez personados no hay nadie capaz de representarlos, ni un sistema que los acoja. Un verdadero disparate.
Pero lo peor, lo más preocupante, es que 3.640.063 españoles votaron con las tripas, con la indignación, con el cabreo absoluto y creciente que ese Fronkonstin electoral y sus consecuencias a medio y largo plazo pueden tener para un país en el que se sienten a gusto, y en el que si no fuera por componendas, leyes electorales y mentiras contrastables, podrían seguir estando a gusto. Y no hablamos de lo económico, no solo, sino de lo que la calle ya aborrece, lo territorial, las moralinas ideológicas de todo tipo, el garantismo llevado al esperpento, el trato discriminatorio en ciertas materias, el trato vejatorio del que pretende denunciar la situación, y un largo etcétera que es caldo de cultivo para populistas y extremistas de todo signo.
El mayor problema para todos es que el supuesto gobierno con sus actitudes elitistas y prepotentes, puede acabar logrando que el cabreo de tantos como ellos se eche a la calle por su incapacidad para controlar un país enardecido con sus tejemanejes. Y el peligro, el gran peligro, es que ahora ese cabreo tiene a quién es capaz de llevar sus reivindicaciones a ese terreno. La calle ya no es patrimonio de la izquierda, y VOX puede moverse en ese entorno con la misma comodidad que la izquierda de su misma tesitura. Y luego estamos los que no le importamos a ninguno, ni a unos ni a otros, la mayoría de los españoles que una vez más sufriremos las consecuencias de unos ambiciosos inoperantes y sin criterio ni moral para ejercer las funciones a las que aspiran.
Urge una nueva ley electoral que permita a los votantes elegir a las personas que desean que los representen más allá de sus ideologías o pertenencias. Listas abiertas que obliguen a quien es votado y hagan responsable al votante. Una ley que tenga una circunscripción única que descargue de veleidades territoriales la elecciones para el estado, contando los votos totales, se produzcan donde se produzcan, y que todos tengan el mismo valor. No puede ser que 1.637.540 ciudadanos tengan menos representantes que 869.934 porque están en distinta circunscripción. En un estado todos los votantes deben de tener el mismo valor, y todos los ciudadanos que ejercen el voto están en la misma circunscripción. Pero ya, no próximamente, no en un futuro cercano, no dejarlo correr a ver si nos olvidamos.
Solo aclarar un último concepto. He utilizado el nombre de Fronkonstin, en vez del de Frankenstein, para referirme a esa suerte de retales que pretenden avalar un gobierno con absoluta intención. Frankenstein, incluso en la ficción, era un creador de vida, Fronkonstin, protagonista del Jovencito Frankenstein, no era más que una parodia del original y un engaño burlesco que pretendía ocultar sus famas.

domingo, 10 de noviembre de 2019

Análisis electoral, o no


Y se celebraron, o se disputaron, o se llevaron a cabo, las elecciones, porque celebrar, celebrar, creo que solo los de VOX.
Los electores juegan su papel, incluso cuando se equivocan. Desde tiempos  inmemoriales los héroes arrastran su propia maldición. Eneas, Ulises, no son héroes por su comportamiento ejemplar, si no por su capacidad de sobreponerse a sí mismos y a los designios de los dioses que ponen todos los obstáculos posibles a su paso.
En esta historia, en este devenir actual de la sociedad, los héroes son los ciudadanos que se acercan a las urnas a pesar de los dioses que no les son propicios. A pesar de los dioses económicos que sumen a su pueblo en desigualdades intolerables. A pesar de los dioses ideológicos que reclaman de ellos un vasallaje sin condiciones, sin discusiones, sin matices. A pesar de los dioses electorales, que también existen en esta historia, que les dan unas reglas tramposas y les impiden que se reconozcan en los resultados que los dioses de los números interpretados convierten en desconocidos que no representan más que a su partido.
Y a pesar de todos esos dioses, furibundos unos, burlones otros, casi todos tramposos, los ciudadanos de este país acuden a las urnas y votan. Votan casi todos con las tripas, algunos con el corazón, la mayoría con los pies y otros con el aparato reproductor. Casi ninguno con la cabeza, porque los héroes lo son por luchar, no por pensar, y porque se levantan de sus errores una y otra vez, cada cuatro años en condiciones normales, o cada pocos meses como pasa actualmente.
El caso es que ha habido, otra vez, una vez más, y posiblemente no la última, unas elecciones y el pueblo ha hablado. El pueblo ha hablado y la ley D’hont, y un sistema electoral absolutamente desquiciado, le ha cambiado la voz según sus propios intereses. Claro que por mucho que la voz, convertida en número de diputados que no se corresponden con el número de votos, les sea cambiada, un grito es un grito y una bofetada es una bofetada. Sin paliativos, sin paños calientes.
Hay regañinas, al PSOE por su soberbia e incapacidad de hacer nada constructivo con la confianza recibida. Hay palmaditas, al PP por haberse portado bien durante estos meses sin meterse en follones ni peleas. Hay desilusiones, la de Podemos que va perdiendo el aire como un globo mal anudado. Hay indiferencias, como la de Más País incapaz de tener un resultado significativo. Pero hay dos reacciones viscerales, dos reacciones que demuestran el hartazgo total y absoluto de los votantes con la tomadura de pelo que elecciones tras elecciones los partidos políticos perpetran contra los héroes de esta maldita historia.
Hay un grito popular desgarrado, potente, visceral, ululante, retumbante y algo desesperado, contra todo lo que los políticos están representando en su nombre y contra su criterio. Un grito que mañana muchos intentaran amplificar para invocar fantasmas en su beneficio, justo los mismos que están provocando ese grito con sus acciones y sus opiniones, que ignoran a aquellos a los que dicen representar. Un grito de hartazgo y desesperación porque, aunque sea desvirtuada, aunque sea retorcida, aunque sea vituperada, los votantes quieren que su voz sea oída. Un grito de descontento y desmoralización por no sentirse más que un voto usado para fines indeseados cada vez que son llamados a las urnas. Mañana, en realidad ya ahora, habrá personas que creen representar a la democracia, siempre que la democracia diga lo que ellos consideran que debe de decir, y que no se representan más que a sí mismas, que clamaran contra el resultado de VOX. Personas que reclaman la democracia pero se consideran con derecho a decir quién puede tener voz y quién tiene que callarse, que se rasgarán las vestiduras por lo que ellos pretenden decir que VOX representa. Personas que insultan, menosprecian, descalifican, a otras que se permiten discrepar de sus opiniones, de sus cuestionables verdades, de su soberbia intolerante. Y ese grito es VOX.
No, nadie que tenga dos dedos de frente puede considerar que VOX tenga una base electoral ideológicamente afín que se corresponda con el número de votos recibidos. VOX es solo el beneficiario, en estas elecciones, en otras fue Ciudadanos, y en otras Podemos, de la frustración de votantes que jamás compartirán con VOX muchas de sus opiniones y ninguno de sus planteamientos para llevarlas a cabo. Vox es solo el receptor del descontento de votantes de todo pelo, y algunos calvos, que se niegan a seguir siendo usados por los partidos mayoritarios para sus teje manejes ajenos a aquellos que los votaron.
Y también hay una bofetada, sonora, de película, un “zas en toda la boca”, que señala la absurda estrategia, aunque tal vez la torpeza es tal que estrategia es un término absolutamente inadecuado, con la que Ciudadanos ha logrado que la mayoría de sus votantes le dieran la espalda. El héroe de esta historia se equivoca al propinarla, porque Ciudadanos debería ser una pieza fundamental en su reclamación de unas reglas limpias para una democracia algo más real, pero su estulticia, la de sus líderes, ha sido tal que no ha habido otra opción que hincharle la mejilla con un bofetón en toda regla. La continuación de la historia nos dirá si el héroe, sobrepasada esta estancia de su viaje, le perdona la idiotez y vuelve a confiar en un proyecto necesario. Pero para eso falta un tiempo, y posiblemente algo más que otras elecciones.
En fin, entre todas estas cosas, y algunas más que no voy a comentar, hay una noticia que no por sabida es menos importante: ¡Teruel existe¡ Ya solo falta que exista la vergüenza mínima por parte de los políticos para promover unas modificaciones a la ley electoral que nos devuelva a los electores la capacidad de sentirnos dueños de nuestro destino y al país una democracia real. ¡La inocencia existe¡, dios proteja la inocencia.

sábado, 9 de noviembre de 2019

El viaje indefinible


Mi adicción literaria es tan diversa, tan heterogénea, tan ecléctica, que es difícil decir un estilo, una escuela, una tendencia determinadas.
Legué a la literatura de la mano de Ibañez y El Capitán Trueno, seguí con Rudyard Kipling y Marcial Lafuente Estefanía. Cualquier cosa con letras que cayera en mis manos pasaba automáticamente a mis ojos. Es cierto que mi padre intentaba poner un cierto orden en mis lecturas, pero aunque puedo decir que mis libros de cabecera fueron “StalKy & Co” y “Cuentos de la Alta India” y que una versión de “IF” presidía mi mesa de estudios desde que yo puedo recordar, no estaba cerrado a ningún otro género literario, y así entraron en mi vida Julio Verne, Emilio Salgari, Karl May, H.G. Wells, Edgar Rice Borroughs  o Zane Grey. Así que pronto comprendí, 12 o 13 años, que me apasionaba la ficción y que había libros que enseñaban más, o mejor, que los de texto. Aún hoy oigo hablar de parajes  que conozco sin haber estado nunca en ellos.
Por Borroughs llegué a la ciencia ficción, por él y por las novelitas de Bruguera que publicaba en el mismo formato que las de vaqueros.
Aún recuerdo con añoranza aquellas caminatas con mi compañero Javier Salas hasta la calle de Benito Gutierrez  esquina a Juan Álvarez de Medizabal donde una señora ponía un tenderete lleno de libros de segunda mano. Allí compre la Saga de Carter en Marte, y la de Carson en Venus, y los libros de las primeras colecciones de Ciencia Ficción publicadas en España por la Editorial Géminis y Nueva Dimensión o Ferma, precursoras de Bruguera y su colección de traducciones de “Fantasy & Sciencie Fictión”, primera colección que llegaba con regularidad a los kioscos.
Ahí me hice amigo de Ray Bradbury, de Philip K. Dick, de Poul Anderson, de Fritz Leiber, de Isaac Asimov, de Clarke o de Zenna Henderson, entre otros muchos autores que te contaban como era el universo más allá de la fronteras del día a día o más adentro de las fronteras de la piel y del tamaño.
Quise, desesperadamente, desesperanzadamente porque en nuestro país no había ninguna posibilidad, ser Susan Calvin, la protagonista de Yo Robot. Quise conocer los mundos exteriores con la misma pasión que los mundos interiores. Comprendí que todo era posible, incluso lo imposible, y la famosa frase de Dick: “He visto cosas que vosotros jamás creeríais”, se hizo una frontera franqueable para mi mente.
La ciencia ficción ha sido, a lo largo de mi vida, la más eficaz herramienta para que mi mente no admitiera más limites que lo que no era capaz de imaginar, e, incluso, esa frontera se intentaba traspasar con imaginación o con consciencia de la existencia, o inexistencia, de lo inalcanzable, de lo inconcebible, de lo inabarcable.
He pasado gran parte de mi vida convencido de que me había asomado a todos los rincones que mi mente era capaz, o incapaz de procesar, y han bastado un par de libros recientes para darme cuenta de que una vez más, otra vez, había mundos que ni siquiera había sospechado y que estaban a mi lado. Perspectivas para mirar lo que nos rodea, o a lo que rodeamos, que ni siquiera había imaginado.
Es increíble la perspectiva que una tradición cultural ajena a la nuestra es capaz de aportarnos, la riqueza de matices existenciales, o inexistentes, que esa otra forma de mirar encuentra y que nuestra mente nunca había explorado, o con cuya frontera se había topado sin siquiera ser consciente de que la tal frontera existiese.
Fue espectacular encontrarse  con la tradición oriental y enfrentarse al universo desde una perspectiva cultural totalmente ajena. Fue desconcertante, pero maravilloso, esclarecedor, refrescante, innovador, enfrentarse al universo de la mano de Cixin Liu y su “Problema de los Tres Cuerpos”, una novela complicada de leer por su profundidad, por la mirada cultural con que está escrita, y porque los nombres nos son tan ajenos que es difícil recordar un capítulo más adelante quién era quién o siquiera si era mujer u hombre. Pero la pena tiene la recompensa de percibir, cuando el problema se ilumina, como tu cerebro ha activado algunas zonas hasta ese momento ignoradas.
Y me ha vuelto a pasar. Me ha vuelto a pasar con “Quién teme a la Muerte” de Nnedi Okorafor, una novela con una carga étnica tan espectacular que la magia no es más que un instrumento sin el que el mundo no podría sobrevivir. No una magia blanca y occidental, si no esa magia misteriosa, profunda, enraizada con la naturaleza que los africanos asimilan como un componente más de su realidad cotidiana.
Descubrir en tu interior la riqueza que el exterior no te permite alcanzar, bucear hacia adentro lo que no puedes navegar hacia afuera, traspasar reduciendo lo que no está al alcance de tu expansión, es solo uno de los crecimientos lineales que la búsqueda, así planteada, sin definir el objetivo de esa búsqueda, te permite, pero no el único. También el conocimiento se encuentra a tu lado, siempre que seas capaz de ver en los demás aquello de lo que tú mismo careces. Siempre que seas permeable a lo que los demás te puedan aportar sin la desconfianza absurda que te lleva a recelar de todo lo ajeno.
La riqueza del universo no sabe de etnias, ni las células de nuestro cuerpo saben de colores más allá de los que les aconseje el clima. La única riqueza satisfactoria es la de poder acercarse a los misterios inalcanzables y notar el cosquilleo de su aceptación consciente incluso en la ignorancia.
Leer es disponerse a ver el mundo con unos ojos diferentes a los nuestros, es aceptar que lo que nos dan es más rico que lo que damos, es ser, sin cortapisas ni soberbias, un poco mejor, estar un poco más completo.

jueves, 7 de noviembre de 2019

De debates y maitines


Llevo unos cuantos días oyendo hablar de un debate que al parecer se ha celebrado en televisión y cuyos debatientes eran cinco de los candidatos en las próximas elecciones. Me parece que me lo he perdido.
En realidad no es que me lo haya perdido, es que me han engañado. El pasado día tres, perfectamente pertrechado para evitar el sueño que habitualmente me producen los debatientes y su, exhibido repetidamente, encefalograma plano, tomé posesión del sillón a la hora anunciada, conecté el canal acordado y asistí a un espectáculo televisivo.
Está claro que equivoqué la cadena, Antena 3, o la hora, las 22:00, o ambas cosas, y en vez de un debate me tragué un mitin a cinco absolutamente infumable. Ni un contraste de ideas, ni una discrepancia razonada, ni el más mínimo respeto hacia los votantes, como no fueran los de su partido.
Un horror. Un disparate. Una tomadura de pelo solo admisible desde la soberbia de saber que pase lo que pase alguno de ellos será el futuro presidente de un país castigado por una clase política que solo consigue el aprobado en la soberbia actitud de ignorar a los votantes. Un esperpento.
¿Y el debate? Pues eso me pregunto yo, eso llevo buscando desde hace unos días en internet, en los periódicos. Sí, hay noticias que hablan de un ganador, y todo. Así que debió de haber debate, pero yo solo encuentro referencias al infumable espacio de propaganda ideológica que yo presencié. Del debate ni rastro.
Lo más divertido del tema fue cunado en el espacio posterior al mitin, un supuesto analista deba como vencedor rotundo al Sr. Sánchez, que había estado muy en jefe del gobierno. ¡Tamaña desfachatez!
Para mí los mítines más interesantes, más a los suyo, menos embarrados y embarrantes, fueron los de Podemos y VOX, seguidos, ya a distancia, por el representante del PP y absolutamente lamentables, desubicados, inoportunos, incapaces, los del PSOE y Ciudadanos.
La inteligencia y el dominio del medio de Pablo Iglesias, no los vamos a descubrir ahora. Como buen boxeador siempre encuentra la guardia baja del contrario, siempre saca los temas que los demás han ignorado y que son de preocupación popular, siempre sorprende saliéndose de las trilladas vías que recorren los demás. Y lo hace con el énfasis y la convicción que todo populista sabe usar cuando tiene público. Para mí un 8 sobre diez, que promediando con el 0 de fiabilidad ideológica de las soluciones pretendidas no da para aprobar.
Abascal, serio, circunspecto, sin entrar en provocaciones, fue colocando sus mensajes, tan populistas como los de PODEMOS, sin inmutarse y sabiendo perfectamente donde le duele a la gente de a pie, donde están sus verdaderas preocupaciones, sus miedos y carencias cotidianas. Un poco excedido en los mensajes negativos que permiten ver por la costura el esqueleto radical y absolutista, involucionista, que lo sustenta, pero podríamos repetir la operación matemática y evaluativa hecha con Pablo Iglesias.
Casado. Distendido, seguro de sí mismo, sin errores propios ni salidas de pata de banco tan practicadas en las elecciones anteriores. No estuvo brillante, lo de la naturaleza y Salamanca, pero sí positivo, didáctico, y muy pescador en caladero ajeno. Le faltan tablas, le falta un poco de carisma, y tiene imagen y ganas de agradar de sobra, el puesto le va en ello. No le daría más de un siete y en este caso la ideología no se exhibió con lo que no hay nada que promediar. Como los saltadores que van al límite derribó el listón con el talón del último pié.
Sánchez estuvo en Sánchez. Soberbio, displicente, sobrado, ausente, lleno de gestos de conmiseración hacia los demás, ensimismado en sus papeles, ignorando las intervenciones ajenas, torpe de palabra, espeso de conceptos, confundiendo permanentemente su figura como candidato y como presidente de gobierno en funciones, repitió en varias ocasiones lo que iba a hacer después de las elecciones en vez de hablar de lo que haría si era elegido. A Pedro Sánchez, y así lo hizo ver durante todo el infumable programa, le sobran las elecciones, él va a ser el próximo presidente del gobierno por mandato divino, y por belleza personal, y lo sabe, y si se avino a prestar su presencia fue solo para que nosotros supiéramos que lo sabe. Un 1 porque un menos 1 al cuadrado es lo que resulta.
Y finalmente Rivera. Previsible, exaltado, incómodo, incomodando, lleno de tics y sin sitio. Alguien en su equipo ha pillado la linde de los objetos e informes a enseñar y ya se sabe que cuando la linde acaba, alguno que otro sigue. Seguramente sus mensajes eran comprables, o lo serían si hubieran sido inteligibles, limpios, expresados en intención positiva y no en pasado ajeno negativo. Quiso pegarse con todos y de todos recibió sin llegar a conectar ni un solo golpe claro que le diera puntos. Un horror. Y encima, ¡por dios que alguien se lo diga de una vez! ese histérico y enervante latiguillo de “No se ponga usted nervioso” que lo único que logra es granjearle las antipatías de los que escuchamos. El señor Rivera es como los malos actores, que una vez les sale un papel apañadito y ya lo repiten toda su vida, aunque el personaje no lo soporte.
En fin que yo debate no vi ninguno, y si se me permite el chiste fácil, ya que el horario coincide, si antes se oraban maitines ahora se soportan “mitines”, sí con acento en la segunda i para que rime. Si ellos son tan malos yo no tengo por qué ser mejor. Lo de los laudes, si eso,  ya lo dejo para otra ocasión.

lunes, 4 de noviembre de 2019

Que llueva


Dicen que las armas las carga el diablo, puede que los votos también. Hace ya algún tiempo escribí una reflexión en la que expliqué por qué nunca podría votar a PODEMOS a pesar de compartir muchas de sus ideas. Ahora podría reescribir el mismo artículo sustituyendo PODEMOS por VOX.
Y es que la postura radical es muy cómoda, porque consiste en decir lo que muchos quieren oír o piensan, sin adquirir un compromiso real de llevarlo a cabo. Es más, ¡dios nos libre de que alguna vez pudieran llevarlo a cabo!, porque si algunas de sus ideas pueden ser comunes a las mías, lo que no es común, en absoluto, entre ellos y yo es el método para poder llevarlas a la práctica.
Oigo bramar contra VOX con voces histéricas que claman anatema. Es una buena campaña para ellos cuando además los que con voces fariseas desbarran contra VOX han sembrado el descontento y la desconfianza entre los votantes. Y ahora se permiten, sin aportar ni una solución, ni una actitud arrepentida, ni un solo síntoma de escuchar a los de a pie, reclamar la complicidad de los que han ignorado, me atrevería a decir ninguneado y humillado, para erradicar a otro partido, que se toma la licencia de decir lo que los votantes reclaman, con la única razón de que deben de ser considerados unos apestados, ideológicamente hablando.
Me temo que es un intento inútil, o, para ser más exactos, un intento que se vuelve permanentemente contra ellos. El viejo truco que usa el lobo para desviar la atención del pastor gritando que viene el lobo, al cabo de unas cuantas veces no funciona.
Y el identificar a los votantes de VOX como integrantes de la España más rancia, aparte de una afrenta, es una falacia. Los votantes de VOX, en su mayor parte, son personas con deseos de propinarle una patada en los mismísimos a un sistema que los ignora y los descalifica según sus propios intereses. Un sistema que utiliza los grandes problemas para enardecer a sus votantes, los de toda la vida, y luego, confortablemente en sus despachos oficiales,  se desentienden de ellos y se ponen de perfil cuando esos problemas afectan a la convivencia diaria de los ciudadanos, de los vecinos que los sufren.
Hablo del garantismo que permite que los delincuentes pongan en la calle a personas que se ven despojadas de sus bienes, de su vivienda, por mafias perfectamente orquestadas y asesoradas para saltarse la ley, y sus consecuencias. Y cuando al fin logran recuperarla, aveces pagando una extorsión que el sistema no persigue, es devastada y saqueada sin que esto suponga ningún tipo de pena para el delincuente, ni genere ningún tipo de satisfacción para la víctima.
Hablo de esos delincuentes que se amparan en el estatuto de los menores no acompañados para sembrar el terror en los vecinos de los barrios, habitualmente personas humildes y mayores, y cuando se levantan, abandonados, ignorados, reclamando su tranquilidad y su convivencia, con llamarles fachas e insolidarios está todo arreglado. Eso sí, desde la distancia, no vayan a darles un susto.
Hablo de esos niños bien que orquestados por movimientos internacionales siembran el terror y la violencia amparados en consignas políticas en las que no creen y promovidas por políticos sin moral que no creen en ellos, ni en sus propias consignas.
Hablo de esos comerciantes que agobiados a impuestos, vigilados por sospechosos de enriquecerse, es fundamental desacreditar al que se queja, hasta límites de estado recaudo-policial, ven como en cualquier lugar, incluso a la puerta de sus negocios, se instala una competencia que no tiene obligaciones fiscales, laborales o comerciales, y cuenta con el beneplácito de los que no aportan otra cosa que buenismo y demagogia. Eso sí, esos mismos son los que luego, instalados en poltronas, suben los impuestos a los que ya los pagaban, e insultan a los que se quejan del trato discriminatorio, intentando hacerlos sentirse culpables.
Hablo de los que sufren persecución en razón de su propio ideario, o a los que no se les permite expresar su discrepancia con algún tema sin ser, de inmediato, socialmente linchados, vilipendiados, y si puede ser, desposeídos de cualquier mérito o fama.
Hablo de los que son prejuzgados sin causa, condenados sin ser acusados, linchados por el único delito de discrepar en contra de colectivos que imponen su ley sobre la ley.
Hablo de una sociedad que no ve salidas a sus demandas, que están hartos de escuchar, el día después de las elecciones solamente, que los votados han entendido su mensaje para, a continuación, hacer lo que les da la gana. Hartos de que se les quiera educar con una falta de educación evidente, que se les quiera imponer un pensamiento único en aras de una libertad solo reconocida para sí mismos y para los que ellos consideren oportuno
Hablo de un colectivo exento de ideología harto de ser insultado y ninguneado por el simple hecho de discrepar de los idearios ajenos, más bien de su desfachatez, por la falta de soluciones a sus problemas cotidianos, por la ignorancia de las situaciones que les toca vivir, por la dificultad de las convivencias y el día a día que los políticos crean por su interés y luego se desentienden sin preocuparse de las consecuencias de sus actos, ni de los que las tienen que soportar.
Habrá quién inmediatamente, la inmediatez y el insulto son lo suyo, considere que estoy en contra de la inmigración. Soy gallego, inmigrante a los cuatro años, hijo de inmigrantes, nieto de inmigrantes, biznieto de inmigrantes, miembro de un colectivo que viene siendo inmigrado desde hace cientos de años, y nadie, y menos un tonto con dos o tres banderas, me puede hablar de inmigración, pero lo intentará y además será aplaudido. Es la sociedad que estamos creando.
Habrá quien inmediatamente, la intolerancia contra la intolerancia y la ignorancia son sus armas favoritas, me califique y me etiquete en base a sus propias carencias de ideas propias y de interés por sus semejantes, o lo intentará, y será aplaudido. Es la sociedad que estamos alimentando.
Habrá quién se sienta justificado en su odio contra los sembradores de odio, los límites de su permisividad hacia sí mismo y los que le aplaudan son infinitos, y justificará la violencia contra los que él considere violentos, y actuará de una forma fascista con los que él califique de fascistas, y se sentirá héroe de redes sociales, adalid del insulto y abanderado de todo lo que dice combatir, pero en realidad practica y fomenta. Y sus víctimas acabarán siendo votantes de VOX, aunque no sea porque los confundan con semejantes piltrafas morales.
El problema, esperemos que no la desgracia, es que los votos los carga el diablo, y como algún día gobiernen los radicales, sean de un signo o de otro, sean los de VOX o los de PODEMOS, la única culpa será de los partidos incapaces de una actitud democrática, pero las primeras víctimas serán sus propios votantes, esos que hartos de estar hartos se liaron la manta a la cabeza y votaron con las tripas, con las entrañas, con la desesperación y el desaliento de buscar una democracia y encontrar solo lo que tenemos.
¡Ea!, ya está dicho. Que llueva, y me da lo mismo que sea café en el campo o basura en las redes sociales.