sábado, 16 de julio de 2022

Cartas sin franqueo (LXVIII)-Acerca de la razón

 Me intentabas explicar, el otro día, lo importante que es tener razón, y solo se me ocurrió preguntarte ¿Para qué? Y ahí se quedó nuestra conversación, porque a ti, mi pregunta, te provocó un silencio reflexivo, y a mí tres cuartos de lo mismo. Y, tal como era inevitable, me volví para casa intentando resolver una cuestión que yo mismo había planteado. No nos llamemos a engaño, mi pregunta pretendió ser un recurso dialéctico, pero resultó ser una cuestión fundamental.

Al final resulta que esto de tener razón es más complicado de lo que inicialmente parece, porque no es lo mismo tener razón como fin, en un debate, por ejemplo, en el que la razón es el  fin último, que tener tazón como principio, como forma de acercarte a la verdad.

En el primer caso lo importante es la habilidad dialéctica del razonante, o, incluso, tal como describía Schopenhauer en “El Arte de Tener Razón”, la falta de escrúpulos para destruir los argumentos del rival mediante cualquier medio, incluido el ataque personal, y sin embargo en el segundo lo que se busca es la satisfacción de acercarse a la Razón, aunque, habitualmente, se acabe reclamando la Razón misma.

Y es en este segundo supuesto, el más habitual en las mesas familiares, en las barras de los bares, en las tertulias varias, en los juzgados y en las arenas políticas, donde tener la razón, te la des tú, o te la den otros, es el principio, y donde gestionar esa razón es una forma habitual de perder la razón, porque considerar que esa razón inicial es suficiente para que todo aquello que derive, o sea consecuencia, o tenga como punto de partida, esa asunción de la razón, también es razonable, es de una osadía, soberbia, estupidez, monumentales. O sea, y coloquialmente, donde la cagamos más a menudo.

La razón, así, con minúscula, no es más que una visión parcial de la Razón, una visión que satisface al que cree tenerla y que, habitualmente, jamás es reconocida por el resto de las razones. ¿Te parece lioso? Recurramos a los clásicos, a los mitos, que con tanta exactitud reflejan nuestros arquetipos y nuestras miserias. El episodio de Troya es perfecto. ¿No tenía derecho Helena a enamorarse de Paris, y no tenía, por tanto, razón al fugarse con él por amor? ¿No tenía razón Menelao, al montar en cólera cuando pensó que su esposa había sido raptada por Paris? ¿No tenía razón Agamenón al asistir a su hermano en su intento de recuperar a su esposa? ¿No tenían sus propias razones Ulises, Aquiles, Héctor, y tantos más, para desempeñar el papel correspondiente en una guerra propiciada por las diosas, más que por los dioses? Todos tenían sus razones, razones, casi todas, contradictorias, antagónicas, pero reconocibles. Bueno, todos no, a mi me cuesta reconocer ninguna razón, salvo el capricho y la soberbia en Paris, pero estoy convencido de que él también tendría argumentos para defender su postura.

Pero en todos ellos, el detentar una parte de la razón, su pequeña razón no es más que un principio, un principio sobre el que desarrollar las actitudes, sobre el que tomar determinaciones, que acaban en una guerra larga y cruenta, y en la que mueren muchos de ellos, cargados de razón. No hay nada más difícil, más complicado, que gestionar la razón, porque tendemos a pensar que esa razón nos concede carta blanca para aplicar cualquier método, para reivindicar cualquier consecuencia, para emprender cualquier acción encaminada a reclamar esa pequeña razón que ni es una Razón última, ni tiene por qué ser  reconocida por otros.

¿Cómo se debe de actuar, tras percibir una razón por nuestra parte? ¿De forma reivindicativa? ¿Vengativa? ¿Intransigente? ¿Condescendiente? ¿Soberbia? ¿Generosa? ¿Cuál de ellas es la actitud correcta? En este sentido los ámbitos reglados tienen la ventaja de que el reconocimiento de la razón lleva implícitas la consecuencia y el desarrollo de esa razón. En el ámbito judicial, la razón lleva aparejadas sus consecuencias, las condenas. En la política, en la que se supone que se accede a la razón por representación de una mayoría, supuesto cada vez más cuestionable,  la razón se aplica en función, al menos teóricamente, de un programa electoral, y todo lo que ese contrato no verbal recoge, tendrá su cobertura en la razón mayoritaria concedida.

¿Y en la vida cotidiana? En la vida cotidiana la razón, habitualmente auto concedida, alimentada por un entorno favorable, e intolerante con cualquier crítica o cuestionamiento, suele adolecer de sordera, psicológica, física e, incluso, ética. Y esta sordera es el primer síntoma, el primer paso, para entrar en la pérdida de cualquier razón que nos pudiera asistir de principio, porque conlleva la ignorancia, el desprecio, la falta de reconocimiento de las posibles razones ajenas, que tiene como consecuencia una actitud desmesurada de reivindicación que no tienen por qué compartir los demás, y que suele desembocar en una guerra de egos de consecuencias imprevisibles.

Y la pérdida de razón es la consecuencia más dramática de tener razón, y empecinarse en reivindicarla y en exigir el reconocimiento ajeno, pero no la única, porque esa pérdida de razón, acompañada habitualmente de una pérdida de razonamiento, suele llevar a exigir de los demás una postura que puede llegar a provocar una ruptura ética. “O conmigo, o contra mí” parecen exigir muchos instalados en una Razón que nunca ha sido otra cosa que una de las razones parciales de un conflicto, o de un pleito, y todos aquellos que tengan un interés real en los contendientes, y un criterio ético suficiente para no ceder a chantajes emocionales, acabarán siendo, al menos momentáneamente, cuestionados en su afecto, en su amistad.

Me sucedió, la primera vez, en la separación de mi hermana, donde había razones para intentar mantener una actitud constructiva en medio de una guerra destructiva, a pesar de las presiones, de los vínculos afectivos, y aunque fracasé, sobre todo porque la edad no me había dado recursos para gestionar mis razones correctamente, aprendí algo que sÍ me permitió gestionar conflictos entre allegados posteriores, minimizando los daños. Nunca intervenir en una discusión ajena, y, cuanto más cercanos los enfrentados, mayor distancia y menor implicación. Es fundamental guardarte, en lo más profundo, los reproches y reconocimientos, de ambas partes, que puedas sentir, y no hacer uso de ellos salvo que la presión de alguna de las partes llegue a la violencia, o al odio.

Esa actitud te va permitir estar disponible para ambas partes si hay posibilidad de un acercamiento, evitará que ninguna de ambas  te reivindique como un trofeo en su necesidad de acumular razones, y te evitará tener que cantar las verdades del barquero a quién intente afiliarte a su bando, y, sobre todo, evitarás ser el chivo expiatorio de ambos bandos si algún día se reconcilian.

Y ¿Dónde queda la Razón? ¿Dónde queda la Verdad? Pues en el lugar que cualquier prudente sabe que quedan, en el Olimpo de lo inalcanzable, de lo inaccesible.

Tal vez te parezca que mis palabras reivindican la pasividad ante la razón. Pero, tú que me conoces, sabes que hay pocas personas que sean tan reivindicativas como yo. No, lo que quiero exponerte es que disfrutes de la paz espiritual que produce el haber alcanzado, por el método del cuestionamiento personal, de la verdad desnuda ante el espejo, la convicción de tener una razón defendible, y a partir de ahí, y en el lado más humano, elegir el ámbito y el alcance adecuado para tú reivindicación, teniendo a tú alrededor, y escuchando, a personas capaces de quererte lo suficiente para cuestionarte cada vez que tus actos, tus reivindicaciones, tus planteamientos excedan la razón conseguida.

Y seguro que lo vas a hacer, excederte, excederme, excedernos, por mucha razón que tengas, o que creamos tener.

domingo, 10 de julio de 2022

Los Vendehumos

Habremos de convenir en que para que se pueda vender algo, tiene que tener mercado, es decir, clientes dispuestos a comprarlo. También se considera habitual que el que compra una mercancía, suele favorecerse de alguna forma con la compra. Son leyes de mercado, verdades incuestionable del mundo comercial, pero que, como todo en esta vida, tienen una excepción que confirma la regla, un producto que nadie parece apreciar, hasta tal punto que hay que cambiar su nombre, sus beneficios, sus características para que pase de no ser considerado a ser uno de los productos estrella a nivel mundial: el humo.

¿Se puede vender el humo? Pues yo hubiera jurado que no, pero también lo hubiera jurado de las brisas del mediterráneo, o del sol de España, y sin embargo ahí los tienen, llenando estanterías en las tiendas de turistas. Convengamos, hay una diferencia sustancial en el engaño, el sol o la brisa se venden etiquetados correctamente, y todos sabemos, hasta los que lo compran, que dentro del envase ni hay más sol que el que permite la posible transparencia del envase, ni más brisa que la que pueda entrar en el momento de abrirse, o cerrarse, y solo pertenece al entorno en el que tal operación se efectúe.

Sin embrago, el humo no se vende como humo, no se compra como humo, no suele estar envasado y es imposible encontrarlo en tiendas de turistas, o cualquier otro tipo de establecimientos dedicados a la venta. ¿Dónde se puede adquirir entonces? ¿Cuánto cuesta? ¿Se vende al peso o por unidades? Permítanme que  los introduzca en el mágico mundo de los “vendehúmos”, que podríamos definir, por ir entrando en harina de aquellos a los que me refiero, como la rama ideológica de los charlatanes de feria.  

Aunque, de primeras, pueda parecer que estoy hablando de una profesión moderna, en el Derecho Romano existe el término “venditio fumi”, como acepción de “promesas falsas para obtener el favor de un funcionario público”, y de ahí lo debió de tomar Sebastián de Covarrubias, lexicólogo español  del siglo XVI, capellán de Felipe II, que en su obra “Emblemas Morales: Iconografía y doctrina de la Contrarreforma”, define a los vendedores de humo  en los siguientes términos: “Se dice de los que con artificio dan a entender ser privados  de los príncipes y señores, y venden favor a los negociantes y pretendientes, siendo mentira y humo cuanto ofrecen”.

Ha pasado el tiempo, el mundo ha evolucionado, y a los vendehúmos clásicos, los que intentan medrar alegando contactos y conocimientos que no poseen, y que no están en posición de ofrecer, -El pequeño Nicolás, el comisario Villarejo, ciertos comisionistas…-, se ha unido una nueva especialidad de vendehúmos, los que solicitan el voto ofreciendo, o anunciando, unos logros que solo pueden conseguirse en el papel, o con la ruina del país.

Estos, los vendehúmos de mitin y prensa, solo ofrecen lo que saben que sus compradores van a aceptar ciegamente, sin cuestionarse la viabilidad u oportunidad del humo que va a cegar sus ojos, y solo piden a cambio un papelito depositado en una caja en una ceremonia llamada votación, en la que no creen salvo cuando ganan. Su beneficio se produce a partir de entonces, y el humo que venden a partir de ese momento, solo está encaminado a la persistencia de la ceguera.

Aunque mi reflexión está basada en España, no sería justo omitir los nombres de los mayores vendehumos del planeta, al fin y al cabo, la calidad del humo a vender depende mucho de la calidad del vendedor, y los vendehúmos patrios no pasan de una mediocridad desazonante. Desazonante porque parece mentira que alguien siga comprando, incluso con entusiasmo, un humo que apenas oculta lo evidente, que apenas tapa las carencias éticas, intelectuales, comerciales de los vendedores.

Boris Jhonson y el Brexit, Putin y la operación desnazificadora de Ucrania, Trump y la democracia americana, Maduro y el socialismo bolivariano, Bolsonaro y el negacionismo, Xin Jimping y el neo comunismo, Kim Jong-un y el socialismo hereditario, y más, muchos más, consumados artífices de ventas que pretenden cambiar el mundo a costa de sus habitantes.

En España somos más modestos, en España ni siquiera pretendemos cambiar España, y el humo que compramos no taparía las vergüenzas de Pulgarcito, no ocultaría ni un trozo de hielo en un vaso de agua, pero nuestros compradores son tan devotos, tan entregados, que compran el humo y lo almacenan en su cabeza por una vida entera. No hay realidad que no puedan tapar con su humo y, sobre todo, con su voluntad de que el humo lo permita, y permita hacerlo responsable, al humo, por supuesto, de lo que en realidad no es más que cerrar los ojos, con fuerza, con saña, ante cualquier disparate de su vendehúmos particular.

Porque, eso sí, cuando nos decidimos somos muy de vendehúmos de cabecera. A partir de ese momento solo le compraremos humo a ese vendedor concreto, y jamás pondremos en duda que el único vendehúmos verdadero es el que se lo vende a los demás.

-          El salario mínimo, insuficiente, mal gestionado y lesivo para el futuro. Humo

-          El tope ibérico, ineficaz, enriquecedor para las eléctricas, demoledor para las economías domésticas y empresariales. Humo

-          La ley de Igualdad LGTBI. Lesiva para algunos colectivos implicados, incapaz de solucionar problemas, generadora de rencores. Humo

-          La subvención a los combustibles, inútil, enriquecedora para las químicas, enriquecedora para los colectivos ajenos transfronterizos, miserable, inadecuada. Humo.

-          La ayuda a las Pymes en apuros por la coyuntura económica, invisible, inalcanzable, inexistente. Humo

-          Las subvenciones, imprescindibles cuando lo son, descontroladas, que minan el mercado laboral y, debido a ese descontrol, lo debilitan. Humo

-          La ayuda a los afectados canarios por el volcán, invisibles, inalcanzables, inexistentes. Humo.

-          La ley de memoria histórica, pactada con un partido no demócrata, cuya ideología hizo de la muerte y el sufrimiento de los españoles, incluidos los de su tierra, su razón de existir, y que acoge y ensalza a todos aquellos que lo perpetraron, convirtiéndolo en juez y garante de los modos democráticos de los que los sufrieron. Humo.

-          Subir los impuestos a ciertas grandes empresas sin haber creado antes un marco de transparencia tarifaria, una normativa de aplicación de costes, un control sobre el enriquecimiento desmesurado y lesivo, para que al cabo de dos meses esa subida esté repercutida en las facturas de los consumidores. Humo.

-          La reforma sanitaria prometida para afrontar catástrofes y pandemias. Ni humo. Ni siquiera.

Y así podríamos seguir enumerando todas las medidas populistas, humo de mala calidad, que intentan ponerse en marcha sin la gestión mínima imprescindible, sin el adelgazamiento de la burocracia que las tramite, sin la dotación mínima imprescindible para ponerlas en marcha más allá del papel, sin la base jurídica imprescindible para garantizar su eficacia, solo a golpe de presión de los acontecimientos, solo en un agobio de necesidad de votos, solo para paliar los resultados de las últimas encuestas, de las postreras elecciones.

Hablar de un gobierno social, cuando se promueve la ruina de la clase media por la ineficacia en la gestión, cuando la brecha social se ha incrementado en varios puntos por esa misma ineficacia, cuando el número de hogares en necesidad, en riesgo de exclusión social, crece a cada medida supuestamente encaminada a la protección de los más desfavorecidos, es hablar del humo, como hablar de humo es enumerar medidas necesarias y pensar que por nombrarlas se resuelven.

Pues nada, aprovechando el día, me voy a dar un paseo por el rastro, a ver si encuentro un vendehúmos que tenga un humo de calidad, espeso, sofocante, que produzca lagrimeo e irritación pulmonar, y empiezo a esparcirlo entre los “comprahumos” que tengo más cerca. A lo mejor con un humo de verdad, con sus efectos negativos tan evidentes, deciden despejar su cabeza.  Entre humos anda el juego.

sábado, 2 de julio de 2022

CARTAS SIN FRANQUEO (LXVI)- EL PACIFISMO

Como te he dicho muchas veces, de Podemos me separan los métodos, el afán evangelizador y la rigidez dogmática, pero no muchas de sus reivindicaciones, que considero que, como en todo partido populista, beben directamente de lo que la gente quiere, de lo que cada uno queremos para lograr una sociedad mejor.

Siempre me he considerado un pacifista, seguramente radical cuando rondaba los veinte años, hasta estar dispuesto a ser objetor de conciencia en tiempos en lo que eso suponía la cárcel o el exilio. Finalmente, para mi tristeza y la desgracia de una convivencia difícil con los mandos durante mi servicio militar, las circunstancias de la vida me llevaron a aceptar la incorporación, traumática, rebelde, a filas. De esa rebeldía hay varios episodios, unos más chuscos y otros más graves, que hablan de mi posición y mi compromiso con el pacifismo, incluso mis poemas más desesperadamente contrarios a la violencia fueron escritos en la Capitanía General de Valladolid. Participé en una pequeña conjura para rebelarnos si nos sacaban a la calle para reprimir manifestaciones, cuando el secuestro de Villaescusa;  y mi capitán de destino, de nombre Jaime Milans del Bosch, me prohibió presentarme al examen para cabo, por “falta de espíritu militar”. Tal cual, y no puedo negar que tenía bastante razón, y un mucho de antipatía mutua. Pero si entonces llegué siendo radical, lo vivido en ese periodo,  y la reflexión serena y pausada sobre la vida, y lo que acontece, que la vida misma me ha proporcionado, han hecho que ahora deba de considerarme un pacifista pragmático.

No, no te preocupes, no intento contarte mis batallitas de la mili, hoy no toca, pero sí responder a tu pregunta sobre lo que opino de la OTAN, la cumbre, y esa guerra sobre la que me sigo negando a hablar.

En un mundo ideal, ese que no existe, el planteamiento inevitable es que las armas solo sirven para matar, por muchas frases "aseaditas", monas, que hagamos con el sustantivo; y en un mundo en el que haya armas antes, o después, estas serán usadas con una razón, o con otra, o incluso sin ella. Lo dice la historia, lo dice la actualidad y lo corroboran las leyes de los Estados Unidos de Norteamérica, las matanzas que periódicamente se perpetran en su territorio. En un mundo ideal, que desde luego no es este, todo debería de arreglarse con la razón, eso que, entre países del mundo, se llama diplomacia. Claro que, en un mundo ideal, ese que no tenemos, ni siquiera existirían los países, al menos no con fronteras, con ejércitos y nacionalismos. Pero ese mundo ideal, ese que cada vez parece más inasequible, es una utopía, que, en contra de lo que interesadamente se piensa, no es una imposibilidad, si no que debiera de ser un objetivo, pero que en ningún caso puede considerarse una realidad.

Y, no sé si me has entendido, como este mundo no es el ideal, el día a día exige de medidas, de acciones pragmáticas, en defensa de la mejor vía que se nos ocurra para tener alguna posibilidad de lograr que algún día lo sea.

A mí, personalmente, la OTAN me parece una organización nefasta, que encarna métodos y valores que rechazo, pero, echando una mirada a nuestro alrededor, me parece el menor de los males, o, dicho cínicamente, nuestro error propio para evitar que otros nos impongan el suyo.

Claro que a mí me apetecería vivir en un mundo ideal, y que creo que un mundo mejor que este es posible. Claro que sigo pensando que la paz debería de ser un anhelo irrenunciable, porque solo en paz se puede alcanzar la libertad, solo en paz se puede acceder a la justicia, solo en paz se puede garantizar la vida, cuya pérdida es la única irreversible y que supone la pérdida de todo lo demás. Claro, pero ese deseo irrenunciable no me puede llevar a que mis deseos de paz sean utilizados por otros, que no los comparten, para imponerme sus valores, sus sistemas, sus visiones de un mundo aún menos ideal que este en el que vivo.

No, no me gusta la OTAN, no me gusta lo que encarna, no me gustan sus métodos y sus objetivos, pero es lo único que se interpone entre nuestro sistema, ese que pretendemos que sea democrático aunque nuestro día a día, nuestras leyes y nuestros gobernantes se empeñen en que no lo sea, frente al cesarismo de la Federación Rusa, o el neo-comunismo chino, que son aún menos democráticos, más totalitarios, que nuestro mundo no ideal.

Así que, pragmatismo mediante, aunque no me guste la OTAN, a pesar de mi rechazo, mi ser pensante me obliga a recapacitar y darme cuenta de que, en el mundo que tenemos, aquel que no se defiende acaba absorbido, ninguneado, si no masacrado y desaparecido étnicamente, y, lo queramos o no, nuestra principal excusa para existir, nuestro principal objetivo como parte del reino animal de este planeta, es transmitir los genes que nos fueron transmitidos y evitar la extinción como individuo y como linaje.

Así que mi yo animal, que no bestia, me hace considerar la defensa de mi vida, de mi forma de vida, como un objetivo irrenunciable, porque solo estando vivo puedo alcanzar mi objetivo como ser humano: mejorar mi vida y la de mis semejantes, lograr un mundo que roce lo ideal. Solo desde la vida, y desde un sistema que me permita tener una esperanza de evolución hacia el mundo que anhelo, puedo trabajar por ese mundo en paz, en libertad, en armonía. Ese mundo, esa forma de vida, esa sociedad, que estando tan lejos de la nuestra- nuestros valores, nuestros derechos son más nominales que reales-, la tenemos mucho más cerca que otras zonas menos afortunadas del mundo, sometidas a criterios de ideologías, o de personas, o de religiones, sin posibilidad de elegir, aunque sea limitadamente, un cambio en ese criterio, en su imposición.

“OTAN no, bases fuera” gritábamos hace treinta años cuando el famoso referéndum, pero la pertenencia a la OTAN hizo que el ejército español, que venía de ser protagonista en una dictadura, algunos de cuyos mandos aún profesaban la fe franquista, se modernizara y olvidara veleidades políticas. Y a la larga, que la sociedad española pudiera evolucionar, mejor o peor, en una dirección que se parecía a la que entonces deseábamos. “OTAN no, bases fuera” sigo gritando hoy, pero eso cuando el mundo, el mío, y, sobre todo, el que considero peor que el mío, me ofrezcan una garantía de que no necesito a la OTAN, ni las bases militares, para hacer realidad un mundo que acoja los valores en los que creo, la libertad a la que tengo derecho. “OTAN no, bases fuera” a ser posible mañana mismo, en un mundo en paz y sin fronteras.

La Muerte y El Olvido (Valladolid, 25 de enero de 1977, Capitanía General de la VII Región Militar)

La Muerte y El Olvido




Decae el fuego en el hogar
Y la sensación opresora del invierno
Invade con paso grave y postrero
A los hombres que se aprietan junto a un fuego,
Y aunque ya no sienten ni se inmutan,
En su mente no cabe mas que un ruego:

Pasar,
Olvidar que han vivido,
Si a la imagen continua
De la sangre vertida
Y los cuerpos retorcidos
Se le puede llamar vida.

Transitar,
Aunque después no haya nada.
No escapar más de las llamas,
No ver más los despojos,
Ni la tierra abierta,
Ni los cuerpos rotos.

Y aunque va el alba despuntando
La luz no ilumina ya unas tierras
Donde todos los surcos son trincheras,
Donde todos los hombres son mendigos,
Son de luto todos los vestidos
Por los hijos, por los padres, los amigos.

Morir,
Con el ansia de la muerte
Que tiene quien ha vivido
Siendo experto en el peligro,
Siendo un vivo ganador
Sobre otros vivos que murieron.

Olvidar,
Dejar atrás la memoria
De este inmenso desatino,
De este horrendo bacanal
Donde es la sangre el vino
Y la muerte el mejor mal.