Vivir el ocaso incluye la reflexión, la languidez, y en medio de los
ocres, naranjas y violetas de una puesta de sol, buscando con la única voluntad
ejercida el rayo azul, ese mítico rayo que es el último sobre el horizonte que
el sol emite en su despedida, sentado en las rocas, junto al mar, embargado,
poseído por su movimiento y su sonido, casi sin querer vi partir en un buque de
ensueño a mis preocupaciones en una singladura en busca de respuestas.
Estaba ya casi el cielo negro con incrustaciones de luz, apenas unos
luceros, cuando recuperé el dominio de mi ser y al levantarme fui por primera
vez consciente de que en el mar, alejándose entre las olas con el aparejo de
esperanza totalmente desplegado, se alejaba de mi una parte del lastre que
hacía más pesada mi vida.
Dese entonces he ido dejando en distintos mares, en distintos cielos
donde vuelan con gracilidad, mis naves de dudas y esperanzas. Desde entonces
siempre que tengo oportunidad y tiempo miro, me abstraigo, me dejo ir en la
languidez de la mirada perdida que espera encontrar la nao deseada, esa mirada
que solo conocen los que viven de la esperanza de que el mar, el cielo, les
devuelva aquello que le han confiado.Rara vez mis esperanzas se confirman, pero
siempre dejo alguna nueva nave en su inmensidad. De gran calado algunas, de
bajura muchas, otras apenas barquichuelas que transitan por la orilla.
Alguna ha vuelto con las respuestas esperadas, alguna sin carga, las
más siguen su singladura y mi mirada las sigue esperando. Pero según avanza mi
vida, según alcanzo y avanzo mi ocaso, soy más consciente de que solo me
volveré a encontrar con todas ellas, con mi totalidad, cuando yo mismo en una
nave postrera me aleje de mi orilla, me adentre en el mar en busca de otros
puertos, de otras rocas, cuando se acaben las preguntas, cuando deje de esperar
los regresos.