martes, 28 de junio de 2016

Cien Mil Millones de Moscas

¿De lo dicho qué? De lo dicho ná. Ya avisé hace no mucho tiempo que este podía ser el resultado final de unas segundas, de unas terceras o hasta de unas cuartas elecciones. Pero, independientemente de la copla y el gracejo, o ingenio,  popular para comentar el resultado de esta segunda vuelta, hay motivos para la preocupación en los resultados en sí mismos y en las actitudes que ciertas personas han decidido mantener y que explican muy a las claras peligros en el horizonte.
Es preocupante, muy preocupante, tremendo, que un partido asolado por la corrupción, que un partido lastrado por el ejercicio del gobierno  en una época negra, de las más negras de los últimos tiempos, no solo gane si no que amplíe su respaldo popular respecto a las otras fuerzas partidistas. Lo que eso significa, y es para hacérselo mirar, es que el pueblo, el bendito y traqueteado pueblo, no confía en las alternativas que se le presentan y además ni siquiera traga con el argumentario, por otro lado increíble y ridículo, que los líderes de los partidos perdedores han exhibido durante estos seis malhadados meses.
No señor Sánchez, nadie se cree que la culpa de que usted no formara gobierno proviene de una pinza entre Podemos y el PP, su fracaso proviene de su falta de respaldo popular y de que la gente no se fía de sus palabras, es lo que hay. La gente entiende su necesidad de perpetuarse y no confía en que usted no hará cualquier barbaridad para lograrlo, y no le vota. Bueno, esto no es exacto, le vota el militante de su partido, y no me refiero solo a los del carnet, pero no recibe ni un solo apoyo externo.
No señor Rivera, la gente no se cree que su alianza con el PSOE tuviera la única finalidad de evitar un pacto Podemos PSOE, la gente opina que usted tiene una especie de fijación con el señor Rajoy que no aporta nada positivo a la situación y que le hace tomar decisiones que no son del agrado de la masa votante. No, usted no se ha presentado a unas elecciones para interventor ejecutivo del PP y por tanto no está usted legitimado por los votos recibidos para decirle a nadie lo que tiene que hacer en su casa. Coja usted esos votos y obtenga aquellos puntos por los que ha sido votado, por los autónomos, por la modificación de la ley electoral, por una mayor transparencia, y olvídese de quién presida el gobierno que no es de su competencia, no vaya a ser que al final no obtenga nada y sea usted prescindible.
No señor Iglesias, la gente no quiere gobiernos radicales, no en este momento al menos, no toca. La gente no se fía del batiburrillo ideológico que se ampara bajo sus siglas y que, experiencia a la vista, sale en cuanto ocupa alguno de su partido un puesto público. Derivas iedeológicas de carácter personal y que nada tienen que ver ni con su programa ni con el sentir de sus votantes. Actitudes de tipo evangelizante y castrante de la sociedad que no son del gusto popular. Mientras la gente no esté segura de lo que está votando su voto tiene techo, si, es verdad, y suelo. Le podría apuntar varias, en varios lugares, pero estoy convencido de que usted las conoce y que en la mente de cualquier lector están algunas de ellas e incluso otras no conocidas por mí.
No señor Rajoy, la gente no le ha dado un cheque en blanco para que usted se reafirme en sus errores, no le ha votado para que usted saque pecho y se sienta respaldado. No, el mérito de los resultados de su partido, de los suyos si usted quiere, en realidad son deméritos de sus contrincantes. Estas votaciones son una especie de carrera de cangrejos, gana el que menos retrocede y que parece, por comparación con los otros, avanzar. Se equivoca. Los españoles no queremos corrupción, los españoles no queremos amiguismos, ni clientelismos, ni recortes, ni sacrificios sociales, ni económicos. Los españoles queremos un estado limpio, un estado justo, un gobierno que trabaje por los más desfavorecidos y el suyo no es una joya en esos aspectos. Tiene usted una oportunidad que dudo mucho que aproveche, tiene una oportunidad de ser generoso y liderar unas reformas que son clamor popular, territoriales, sociales, sanitarias, educativas, legislativas, electorales,  y ganar unos méritos que ahora no tiene, ahora solo lo respaldan los deméritos ajenos.
Pero, siendo lo anterior grave, lo más grave, lo más preocupante, es la reacción exacerbada de muchos de aquellos que han votado opciones contrarias al PP y que, sobre todo en redes sociales, han elevado el tono de la crítica hasta la descalificación, e incluso el insulto, hacia aquellos que han votado opciones diferentes de las suyas.
No se puede, en sentido estrictamente democrático, descalificar a aquellos que votan una opción diferente a la que nosotros hemos votado, o, como es el caso, una opción concreta. No, los votantes del PP no son tontos, no son trincones, no son viejos chochos,  no son seguidores de Sálvame ni débiles mentales, los votantes del PP no son, en su mayoría, ni siquiera militantes de ese partido, los votantes del PP son, en gran cantidad, gente harta de los mensajes equívocos, de la zafiedad argumentativa de ciertos líderes, de la radicalización de ciertos mensajes, de la amenaza de un cambio de modelo social que no quieren.
Pero, entre todo este maremágnum docente que me ha quedado, mi gran preocupación es la absoluta falta de espíritu democrático que deja a la vista este tipo de comentarios. La democracia es votar y aceptar el resultado de las votaciones, sobre todo si son contrarias a mi voto, el otro supuesto no tiene mérito. Desacreditar a los votantes por no haber elegido al mío no cabe en la democracia, pero, y lo que es peor, no cabe ni en la convivencia ni en el respeto.
Llevamos ya varias legislaturas en las que las maniobras de los perdedores para desacreditar al vencedor son anteriores, incluso, a la formación de gobierno, en las que el acoso, el todo vale, la inquina, son la práctica habitual de la oposición. Y así nos va.

Sí, es verdad, a todos se nos viene en algún momento a la mente la famosa frase del 68: “Cien mil millones de moscas no pueden equivocarse”, pero la solución no es matarlas, la solución no es prohibir la mierda, la solución pasa porque prueben, y aprueben, otro tipo de alimentación que les acomode. Lo otro es totalitarismo y eso yo no lo quiero, eso, la mayoría, no lo queremos, ni siquiera como moscas. Ante eso las moscas preferimos mierda.

domingo, 26 de junio de 2016

De lo mío, ¿que se sabe?

La regeneración moral, ese mito que la izquierda ha creado y en el que cree con fe inquebrantable, no es un asunto que pueda resolverse en un país con la simple victoria de una ideología sobre otra, es un problema de educación y de generaciones. Y más vale que la izquierda moderada española aprenda y acepte esta verdad antes de que su propia soberbia la lleve al borde de la desaparición.
Leo con que desencanto, con que furia interna, con que cruel incomprensión, los votantes más concienciados lamentan el resultado de estas elecciones y dicen cosas que demuestran su absoluto desapego de la verdad última. Nunca, jamás, se puede culpar a los votantes de lo votado. Nunca, jamás, se puede hablar de democracia y considerar que el pueblo se equivoca porque no ha votado lo que cada uno piensa que debería de haberse votado.
Acusan ahora a la masa votante de legitimar la corrupción, de legitimar los recortes, de permitir que un partido innoble gane las elecciones. No se puede decir, en estricto sentido democrático, eso del partido al que ha votado más gente porque en esa no aceptación del resultado va implícita la no aceptación del juego democrático. La votación solo será válida cuando diga lo que yo creo. La historia solo será asumible cuando esté conforme con mi pensamiento. La verdad solo existe si es mi verdad.
En este país, en Las Españas, llevamos jugando este peligroso juego de acomodar lo de todos a lo mío desde hace al menos dos décadas, y este juego, este permanente descrédito de lo de los demás, solo nos lleva al frentismo, a la necesidad permanente de justificar el descrédito general de lo nuestro a base de desacreditar lo ajeno, a base de considerar que lo que opinan los votantes es un error, que los votantes han sido engañados. Mentira, lo que es un error, lo que es un tremendo error, lo que es un error que nos sume en la imposibilidad de avanzar y crecer como país, es la actitud de confrontación, de descrédito, que el perdedor intenta crear en la sociedad sobre el ganador desde minuto siguiente a los resultados definitivos, e incluso un poco antes.
Hemos perdido de vista desde hace ya tiempo que la labor de la oposición parlamentaria es controlar y mejorar la labor del gobierno, es proponer medidas correctoras y complementarias de aquellas que el gobierno intente llevar adelante, pero mediante el diálogo, mediante el acuerdo, impidiendo con su esfuerzo, con su trabajo derivas inconvenientes que el ejercicio del poder produce inevitablemente. Pero lo que no es, aunque así nos pueda parecer por saturación,  es que la oposición solo se dedique al acoso y descrédito del gobierno. Nadie se equivoca siempre. Nadie tiene la verdad absoluta.
El tema, por poner el ejemplo del tema más invocado en esta noche ya postelectoral, de la corrupción es un tema endémico de esta sociedad. Desde la novela picaresca a la promulgación de leyes, sobre todo las fiscales, que presuponen que el contribuyente es un defraudador en potencia. En este país todos, y fíjense bien que digo todos, somos corruptos, solo que lo que cada uno hacemos individualmente no lo consideramos corrupción.
Corruptos somos los empleados que nos llevamos unos folios y unos bolígrafos de la empresa para casa, como lo es el empresario que hace lo propio.
Corrupto es el personal sanitario que sistemáticamente se lleva material médico a su casa procedente del centro en el que trabaja. Si, esa vendas, ese específico, esas pinzas o termómetros que justificamos porque como nos pagan tal mal…
Corrupto es el profesional que utiliza lo laboral para cuestiones privadas.
Corrupto es aquel que tira de amistades y amistades de amistades para conseguir algún fin particular.
Corruptos somos los que viendo que otro hace algo mal miramos para otro lado si es amiguete porque: “qué coño, tiene razón”.
Si, señores, todos, yo no conozco a ningún inocente, somos reos de alguna pequeña, y por supuesto justificada, corrupción a lo largo de nuestra vida. Y si no hay más Barcenas, si no hay más Filesas, ni más escándalos no es porque abunden más los inocentes que los culpables, no, es simplemente porque la mayoría de nosotros no tenemos acceso a ese nivel de corrupción, a esa capacidad de trinque.
Mi amigo Pedro nos lo recuerda a veces cuando hablamos: “El único que puede presumir aquí de no ser homosexual soy yo, que lo ha probado y no me ha gustado”. Pues eso, con los dedos de la mano podríamos contar a aquellos que teniendo la posibilidad de llevarse algo no lo han hecho.
No olvidemos que muchas veces solo hay que recurrir a las frases hechas más populares del idioma para descubrir el alma de un pueblo. “¿Y de lo mío que se sabe?”, anda que no.
No, el resultado de estas elecciones no legitima la corrupción porque la corrupción está dentro de nosotros mismos. El resultado de estas elecciones no legitima los recortes, pero no considera que eso sea una acción punible, al menos no en este momento.
El pueblo, ese ente difuso que algunos invocan para ponerlo detrás suyo, tiene voz propia en las elecciones y castiga con piedra y palo a aquellos que juegan a hacer lo que les interesa diciendo que lo hacen porque se lo ha mandado ese pueblo
Si, ya se, es duro aceptar la derrota, es más duro, incluso, aceptar el error pudiéndoselo encasquetar a alguien que no puede responder inmediatamente. Pero ese es el camino. Aceptar, lo primero, pero no de boquilla, no de palabra que desmienten luego los hechos. Aceptar lo que la gente pide
¿Y que pide la gente? Y yo que sé, pero visto lo visto yo diría que la gente demanda estabilidad, inteligencia, compromiso y plan a largo y medio plazo que no nos haga poner el país patas arriba cada cuatro años. Una nadería.

En fin, yo de momento voy a esperar un par de semanas antes de preguntar por ahí: “¿Y de lo mío que se sabe?”

miércoles, 22 de junio de 2016

El pasmo

El pasmo, esa situación entre anímica, te quedas bloqueado, no te salen las palabras, y física, se te abren mucho los ojos y se te descuelga el maxilar inferior, que se produce ante una situación inexplicable, es lo que a mí me produce esa mezcla entre candidez y mala fe que se produce en los votantes de los partidos.
Yo comprendo, o no, la verdad, esa predisposición al seguidismo ciego que tiene los asistentes a un mitin respecto a las palabras,  ideas me parece un exceso y bufonadas una incorrección, que el mitinero, orador me parece un exceso y teatrero una incorrección, de turno vocifera,  comparte me parece un exceso y escupe me parece una incorrección, con energías dignas de mejor fin al público asistente y entregado que lo jalea como si de un espectáculo se tratara, que se trata, se trata.
Asumo que la jornada de reflexión, al menos en España, es la ocasión para tomarse unas cañas y reflexionar sobre cualquier cosa menos sobre política, que después de una pre campaña y una campaña, en ocasiones normales solamente una de cada, lo que apetece es una jornada de descanso y no poner a funcionar la hormigonera para acabar de mezclar y procesar el pastiche pseudo ideológico que todos y cada uno han contribuido a formarnos para evitar que caigamos en la insana costumbre de pensar y vayamos a darnos cuentas de que al fin y al cabo si la vida es puro teatro lo de la política ya no tiene ni definición.
Todos prometen, todos saben cómo, todos mienten como bellacos y nosotros lo sabemos. Si a mí me pidieran un lema general para las campañas políticas, para todas, usaría aquella, vista desde hoy desafortunada pero entonces veraz, frase que decía: “antes de meter prometer, después de metido nada de lo prometido”. A los mayores de cincuenta nos suena a todos. Y aquí pasa lo mismo.
El problema es que la única forma, conocida, de incrementar las prestaciones y servicios es recortar otras prestaciones o servicios o recaudar más dinero.  ¿Cómo? Vía impuestos, claramente. Y aquí empieza la demagogia. Desde el que dice que los va a bajar al que dice que se los va a subir a los que menos pagan. Todos mienten y lo sabemos. El dinero no nace, se hace y tiene un costo, y la capacidad de la cadena de producción no es ilimitada ni depende de la voluntad popular.
Lo único que nos distingue a la hora de ser, de permitir ser, engañados una y otra vez es el planteamiento personal con el que nos enfrentamos a las promesas sistemáticamente falsas con las que decidimos comulgar
Unos esperan un más equitativo reparto de la riqueza, una mayor cohesión social y el incremento de las partidas sociales en detrimento de otras. Pero no se debe de olvidar que todos los partidos lo ofrecen aunque ninguno, hasta el momento, lo cumple, y, sobre todo, que o se obvia el camino para llevarlo a cabo, porque no hay ninguna intención de hacerlo o se disparata sobre cómo lograrlo por el mismo motivo.
Otros esperan pagar menos impuestos y generar mayor riqueza, aunque esto suele suponer que la riqueza se incrementa en función de la que uno ya tiene, y viceversa. Yo soy cada vez más rico lo que supone que otro es cada vez más pobre. No hay otro camino porque el dinero final es el mismo que el dinero inicial, solo se ha movido de bolsillo. Estos votaran a la derecha
Pero si hay un grupo de gente  la que desprecio sin consideración de ningún tipo, sin cortapisas ni atenuantes, es a aquellos que esperan que con su voto la riqueza ajena pasa a ser la suya. A esos cuyos derechos no están sujetos a deberes y cuya actitud de agravio permanente respecto a la sociedad no suele ser más que una máscara de la incapacidad laboral voluntaria y la miseria moral que suele acompañarla. Estos votarán al que más prometa. No importa la ideología ni las consecuencias.
La mayoría, la inmensa mayoría, lo que quieren es un equilibrio. Lo mejor y más equilibrado posible sin engaños, sin hipotecar el futuro, sin demagogias, pero, precisamente por eso, no suelen estar en los mítines, ni suelen escuchar los debates sabiendo de antemano cual es el mejor, ni saben a ciencia cierta a quien votar, ni por qué.

Esa inmensa mayoría no puede plasmar su voluntad porque votar es otorgar carta blanca a una estructura diseñada para servirse a sí misma en primer lugar, a los afiliados en segundo término y finalmente a los allegados. Eso son los partidos. Estructuras de poder y clientelismo ciegas a la realidad social y a las verdaderas necesidades de los ciudadanos, ahora ya llamados contribuyentes y que cada uno piense por qué.

sábado, 11 de junio de 2016

Hoy no es ayer

Hoy no es ayer, aunque no descarto que mañana si lo sea. No, no he inventado la máquina del tiempo ni sé de nadie que lo haya hecho, pero a veces la estupidez de los hombres parece imitar a la tecnología no alcanzada.
Hoy, efectivamente, no es ayer y la capacidad del hombre de moverse por el tiempo se sigue limitando a su tránsito por el mismo en sentido único e indefectible, pero todo lo que leo, todo lo que escucho, todo lo que percibo en el ambiente,  a propósito de las nuevas elecciones, me lleva a pensar en que el día posterior a las mismas no va a diferir en gran manera del día posterior a las últimas, no me sale el verbo celebradas aunque si el calificativo célebres, perpetradas. La obcecación, la necesidad de medrar, la ambición personal y la partidista, me llevan a pensar que estamos al borde de iniciar un bucle temporal por tiempo indefinido.
Ya me estoy viendo, como en el film “El Día de la Marmota”, levantándome cada seis meses para ir a votar a los mismos candidatos de los mismos partidos, en los mismos colegios y delante de los mismos señores, y buscando desesperadamente la forma de romper el Oroboros electoral que las ambiciones partidistas amenazan con crear.
No, definitivamente hoy no es ayer porque, aunque se repita la fatídica convocatoria, mi vida continua y cada dos ciclos yo cumpliré un año y habré consumido una cuota más de paciencia y resignación, aunque, al parecer y para la mayoría de los ciudadanos, esa cuota parezca ser infinita.
Así que tal como comentaba al principio de estas letras hoy no es ayer pero el ciego, el empecinado, actuar de esas máquinas interesadas e insensibles  diseñadas para alcanzar el poder a costa de, por medio de, lo que sea, cueste lo que cueste, sin resquicio a la toma en consideración de la voluntad o de la necesidad ciudadanas, que son los partidos políticos si pueden conseguir que cada seis meses mañana sea como ayer, como un ayer indefectible y frustrante.
Un ayer en el que escuchemos el triunfal mensaje de todos, de todos aquellos que han perdido porque no pueden acceder a sus objetivos, de todos aquellos que en su frustración y ansia dicen haber entendido perfectamente el mensaje de las urnas que, a su parecer, dicen casualmente aquello que a él, o a ella llegado el caso, le interesa para alcanzar su fin único, último, de conseguir el poder. Y fíjense que digo poder y no gobierno.
Yo, pobre de mí, iluso creyente de una sociedad de ciudadanos libres y comprometidos, veo los resultados electorales y leo algo bien diferente a lo que parecen leer ellos, los partidos, sus líderes.
Yo leo que este país, y todas sus trifulcas internas, externas y mediopensionistas, necesitan de un gran pacto, de un pacto global y generoso en el que no se excluya a nadie, salvo a los que quieran excluirse a sí mismos, que nos salve de la mediocridad, de la ambición de poder, del frentismo, del inmovilismo moral, social y educativo, en el que llevamos instalados desde hace décadas. Que nos salve de la soberbia, cíclica y de todos los colores, de la imposición de las posiciones del temporal ganador sobre el temporal perdedor. Que nos salve del revanchismo de tirar abajo todo lo hecho por el anterior para imponer lo que será tirado abajo por el posterior. Que nos provea de unas líneas claras y básicas claras en los campos fundamentales: educación, convivencia, justicia, fiscalidad, exteriores, sanidad y servicios sociales, que permitan que pueda haber para todos los ciudadanos del país, de cualquier rincón, los mismos derechos y deberes y aplicados de la misma forma y durante más de cuatro años. Que permita que esos derechos y deberes no se conviertan en el campo de batalla, en el toma y daca de personajes sin otra ambición que la personal a costa de lo que sea.
Así no se puede progresar, así, no se puede conseguir. Así, lo repito una vez más, lo único que se puede conseguir, es que aunque hoy no sea ayer, mañana si lo sea, y no hay nada más pernicioso, no hay nada más triste y degradante, que vivir en el pasado, aunque sea cada seis meses.

No, hoy no es ayer, puedo constatar en mi cuerpo, en mi memoria, que el tiempo pasa, pero algún engranaje de la maquinaria parece averiado y veo con claridad, con tristeza, con agotamiento y con desmoralización, que puede que mañana, varias veces, si lo sea.

sábado, 4 de junio de 2016

Dos Sin Cuatro

Disertar sobre ciertos temas es, a la vez, cansino e inevitable. Es como esos abismos que uno bordea con la consciencia de que no debe de mirar para evitar que lo absorban pero acaba mirando y cayendo fatalmente en sus profundidades.
Así es, tal cual, la actualidad política española. Una sima de suficiente profundidad para matarnos pero cuyo fondo es claro y meridiano y que bordeamos a la espera de precipitarnos en ella a tenor de los previsibles resultados de las próximas elecciones.
Posiblemente yo me repita, seguro, pero es imposible no repetirse ante la inmoral repetición de cabezas de lista, de programas y de líneas rojas, blancas, amarillas y de todos los colores (que decía el inolvidable Roberto Font), que desgranan cual mantra, a todas las horas, los pretendidos líderes.
Ya lo cantaba Julio Iglesias, la vida sigue igual, e igual seguirá después de unos comicios en los que las encuestas, y el sentido común, vaticinan una continuidad de la situación actual. ¿Y después de las elecciones? Pues ya que estoy lírico festivo voy a recurrir a una copla que cantaba mi abuela y que entonces me hacía mucha gracia, ahora ya menos. Decía la canción:
-        ¿De lo dicho, qué?
-        De lo dicho na
-        ¿Pero no decían qué?
-        Decían pero na
-        ¿Qué va a suceder si esto sigue asi? Te vas a quedar solo p’a vestir santos del altar
No recuerdo más, ni falta que hace. Sustituyamos en la última frase los santos del altar por “solo p’a decir a quien quieres votar” Y ya tenemos otra exacta percepción coplera de la actualidad política española.
Pero si es que en el colmo de la desidia, de la pantomima, del descaro más absoluto y chulesco, ¡hasta repiten muchos miembros de las mesas electorales!
Claro que vistos los resultados de los últimos índices de la economía España crece más en el desgobierno y sin oposición que cuando teníamos de todo. Tal vez los señores candidatos deberían de pensar en tomar una solución antes de que el pueblo reflexionemos con cierta profundidad sobre esta lectura y tomemos determinaciones que a ellos no les gustarían.
Claro que para que se de esa circunstancia hay que partir de dos supuestos altamente improbables: La capacidad de reflexión del pueblo y los pretendidos inteligencia e interés de los llamados cabezas de listas.

Recurramos para acabar al refranero: “No hay dos sin tres”, o cuatro, o …